Capítulo 42
Raphael
Miro los papeles frente a mí y aún no puedo creerlo, si ese hombre cree que lo dejaré ir tan fácil está completamente equivocado, no se irá, de ninguna forma voy a permitirlo.
Yo nunca pierdo.
Aprieto la mandíbula, tengo que hacer que se quede, saco el anillo de oro blanco de la gaveta, por fin lo tengo en mi poder, Dima no podrá hacer una jodida cosa sobre esto.
Por fin las cosas están acomodándose y ese hijo de puta quiere marcharse, alejarse de mí.
Me levanto y aviso a Maricarmen que no estaré por unas horas, subo al Maserati y conduzco, hay una pandilla rusa en el país, como no tengo tiempo no puedo presentarme directamente en la casa principal.
Piso el freno y miro el lugar, es un antro de mala muerte, incluso desde aquí puedo verlo, el bar está sucio y es ruidoso.
Deslizo el anillo en el dedo pulgar, el rubí brilla con el sol, me arreglo el uniforme, ni siquiera me cambié.
El silencio llega una vez entro, no es una sorpresa, tengo un uniforme militar, nadie se atrevería a poner un pie en este lugar solo, bueno, soy de los temerarios.
Pido un trago de Tequila y me siento en la barra, el barman me mira como si ya estuviese muerto antes de ponerlo frente a mí.
Lo que hago es una completa falta de respeto, me trago el Tequila de una vez y me giro para ver a la pandilla rusa, algunos se ponen de pie, los ignoro tratando de dar con lo que quiero, los Krysha deben estar por aquí, Dima quiere el anillo y los utiliza.
—Soldado. ¿Te has perdido? —me hablan en ruso, el hombre se ríe de mí, me percato del cuchillo en su mano.
—No —respondo en el mismo idioma—. ¿Dónde está el Krysha?
—Nosotros podemos contigo, no es necesario que venga el insoportable tipo —viene hacia mí, salgo del asiento, el ruso encaja el cuchillo en la barra, iba directo a mi corazón.
—No quiero problemas innecesarios, búscame al Krysha.
—¿Crees que ese demonio habla con cualquiera?
—Pues entonces vamos a invocarlo —digo con una sonrisa y saco el arma de mi muslo, le disparo a la cabeza haciéndolo caer al suelo, la sangre se esparce.
Me echo a reír como un maniático.
—¿Cuántos tendrán que morir antes de que aparezca? —le disparo a otro cuando lo veo con intenciones de matarme.
—Suelta la maldita pistola y pelea, quizás se interese.
Levanto las cejas, estos imbéciles piensan que pueden conmigo en un combate cuerpo a cuerpo, guardo la pistola en la funda de mi muslo y saco un cuchillo, otro ruso viene hacia mí con un puñal.
Lo esquivo y doy una cortada en el hombro, me mira ofendido y vuelve a intentarlo, le doy una patada al puñal y encajo el cuchillo en su pierna, lo alejo con un empujón, le corto el cuello a otro.
—¿Aún no es suficiente? —gruño.
Corro hacia uno y lo mando al suelo, lo apuñalo, le lanzo el cuchillo al que tiene un arma, vuelvo a coger la pistola y disparo, pronto no son más que cadáveres, la sangre está sobre mí, ensuciándome.
Me levanto, miro alrededor, sólo cuerpos, mi uniforme, manos y cuchillo llenos de sangre, no hay Krysha, el esfuerzo fue en vano.
—¿Cómo fue que ninguno notó el anillo? —me giro hacia el tipo de uniforme negro, la capucha oculta su rostro, es el Krysha, por fin me siento aliviado.
—Sabes lo que es, por lo que tienes que obedecerme.
El Krysha se ríe y baja la capa, pelo rubio platino, sonrisa sardónica.
—¿Por qué estás aquí y no en la casa principal? Dima tiene tu trono todavía, tienes que...
Lo agarro del frente del uniforme y lo empujo hacia una pared, comienza a reírse cuando pongo el cuchillo contra su cuello, hago una pequeña cortada.
—Krysha, tu deber es obedecerme, no puedes exigirme nada.
—Raphael Williams. Ya me preguntaba cuando volverías.
—Acabo de hacerlo —sentencio—. ¿A quién le debes fidelidad?
El Krysha se arrodilla, agarra mi mano derecha y besa el rubí, los ojos grises parecen un poco más decididos.
—A usted, Señor.
—Primera orden, tráeme a César Brown. ¿Puedes hacerlo? —se ríe.
—Sí, no hay nada que un Krysha no pueda hacer.
—Bien, a trabajar.
Vuelve a ponerse la capucha y me da la espalda, no hay nada más letal que un Krysha, no tiene oportunidad, le prometí a Maddox que le daría a César y esta vez se lo daré, haré que se quede, como sea.
Voy a casa y me doy un baño antes de volver al Comando, necesito encargarme de Thomas, estoy jodidamente seguro de que es el espía de Fabio, ha manipulado a Maddox, incluso más que yo.
Thomas levanta las cejas cuando ve que me acerco a él, las tropas están presentes, también Maddox, lo agarro del uniforme y alejo de los demás, Maddox nos sigue.
Bien, sigue preocupándote por el hijo de puta, sólo me dan más ganas de matarlo.
—Raphael —me gruñe Maddox, Thomas está bastante relajado.
—Cállate.
—Suéltalo.
—Esta conversación no es para ti, Maddox.
—Deja de comportarte como un animal.
—Eso es lo que soy —sentencio, Maddox agarra mi brazo, no puedo seguir caminando, el maldito cabrón es más fuerte que yo.
—Déjalo en paz, no tiene nada que ver con nuestras disputas.
Pongo a Thomas contra la pared agarrándolo del cuello, Maddox sigue sin soltarme.
—Tiene todo que ver —gruño apretándole el cuello—. Me pones en la cruz porque te manipulé, pero a él lo defiendes.
—Los documentos…
—Son falsos —le grito y miro a Thomas, el cabrón sonríe de medio lado—. ¿Qué, te enamoraste de Maddox? Mala suerte, porque es jodidamente mío y a ti te irá muy mal, se lo advertí a Fabio.
—No sé de qué estás hablando —aprieto más.
—¿No? Puras mentiras, hijo de puta, tienes los ojos de esos malditos Salvatore, déjame aclararte que fui yo quien dejó que se acostara contigo.
—Suéltalo, deja de hacer tonterías.
Maddox agarra mi muñeca, la siento crujir, el dolor recorre mi brazo, tengo que soltar a Thomas enseguida.
—Vete de aquí —aprieto los dientes viéndolo irse, ha cometido el error más grande de su vida.
—Demasiado tonto, Maddox.
Me acorrala contra la pared y agarra del pelo con fuerza, sé que cuando se trata de fuerza bruta no le gano, probablemente me dislocó la muñeca o rompió algo, nunca lo había visto tan enojado.
—No metas a otros en esto —gruño, Maddox siempre tuvo una actitud bastante pasiva, es extraño verlo así, tan extraño como placentero.
—¿Por qué confías en las personas incorrectas?
—No lo sé, tu dime, terminé confiando en ti.
—No tienes permitido irte de este Comando, ya di una orden, el Teniente Coronel, Maddox Werner, no puede poner un pie fuera de la Central —resopla con una sonrisa.
—Estás fuera de control.
—No voy a perderte. ¿Me escuchaste? La única forma es muerto y eso no va a pasar.
—Estás jodidamente obsesionado —gruñe contra mis labios.
Lo acerco a mí y lo beso, quizá tenga razón y precisamente por eso no se irá de mi lado, no me importa si tengo que ser aún peor, si tengo que ser su carcelero, no se va.
—Iré a tu habitación esta noche —Maddox gruñe y me muerde el cuello.
—Está bien.
Se aleja y vuelvo a mi oficina, esto es peligroso, estoy acorralándolo y empieza a sacar los colmillos, cuando creo que estaba bien domado, viene y me enseña esta actitud.
Voy a la enfermería, Maddox terminó rompiéndome la muñeca por lo que reducen la fractura y colocan una muñequera, luego espero, no es mi fuerte, pero no tengo otro remedio.
El Krysha por fin contacta conmigo y voy a su encuentro, abro el maletero del auto correspondiente, César está dentro, amarrado y amordazado, nada como un asesino ruso para pararte los pies.
Le inyecto una dosis baja de sedante y lo llevo al Maserati, entro a la base sin problema y cargo a César, Maddox abre la puerta, por supuesto que estaba esperándome, tiro mi peso muerto al suelo, me mira con sorpresa.
—Ahí tienes —cierro la puerta y veo su reacción.
Maddox mira al asesino de Annie por unos segundos y luego a mí, sus ojos caen en mi muñeca, no se disculpa, lo cual es tremendamente raro.
—¿Y?
—Hagamos una tregua, este hijo de puta es mi oferta de paz —César despierta y nos fulmina con la mirada, Maddox hace que lo mire jalándole el pelo.
—¿Has escuchado eso? —le pregunta ignorándome por completo, César achica los ojos, bueno, estoy igual de sorprendido que él—. ¿Y qué hago con él?
—No pudiste matarlo la última vez, puedo hacerlo yo, pero quedamos en paz cuando lo haga —Maddox se pone de pie y camina como si fuese un animal enjaulado, quizás vaya a entrar en pánico de una vez.
No lo hace.
Va hacia la gaveta y saca su cuchillo, según tengo entendido, es el mismo con el que César mató a la Capitana, no puedo creer lo que veo, Maddox tiene la mirada gélida, me asusta haberlo roto de una vez por todas.
Agarra a César del pelo y desliza el cuchillo por su cuello haciendo la herida, la sangre mancha el suelo, el cuchillo, César comienza a ahogarse con su propia sangre y Maddox no parece ser él mismo.
—¿Y ahora? —pregunta quitándose las chapas de Annie y arrojándolas sobre el moribundo César, también el cuchillo, sólo un minuto más y será un cadáver.
—¿Ya estamos en paz? —se echa a reír.
—¿Crees que por traerme a César estaremos en paz? —se acerca a mí y agarra el pelo con fuerza bruta, este hombre terminó de volverse loco.
—Pues ya no sé que más podrías querer —gruño, Maddox me empuja hacia la cama, lo miro extrañado—. ¿Qué pasa contigo?
—Me cansé de ser tu puto juguete —coloca una pierna entre las mías y me besa, miro al suelo, el cadáver de César está ahí—. ¿Cuál es el problema? No creo que venga a unirse a nosotros.
Lo beso y coloco la mano buena en su espalda baja, me detiene cuando intento deslizarla bajo el pantalón.
—No, esta vez no —lo empujo y me giro, trato de deshacerme de él, pero Maddox agarra mi muñeca herida y aprieta, duele por lo que no pongo más resistencia.
—¿Te has vuelto loco?
—Sí, eso querías, ya lo lograste —gracias a mi tontería estoy boca abajo, su erección me presiona el trasero, suspiro.
—Detente, nunca intentaste follarme —Maddox se ríe, puedo sentir la vibración de su pecho.
—Tienes razón, te tenía en un maldito pedestal como para intentarlo —dice en mi oído, muerde la concha y se frota contra mí, no me gusta la situación, pero tengo que admitir que este Maddox demandante es excitante.
—¿Y ahora? —trato de salir de su agarre.
Maddox aprieta mi muñeca, estoy claro en que es más fuerte que yo, nunca lo sometí realmente y eso me gustaba, que se entregara a mí.
—Ahora nada, ya no te idealizo, te veo como eres.
—¿Cómo soy?
—¿Cómo dijiste esa noche, un monstruo? —resopla con una sonrisa—. No, eres un hombre demasiado asustado de perder, no permites que nadie entre en ese corazón congelado, porque aunque digas que no te importa, lo hace.
—Suéltame —gruño, Maddox aprieta, apoyo los codos soportando el dolor.
—Te importaba esa mujer, también ese niño, o no tendrías esta sed de venganza, sí te importa, no eres una piedra.
—No sabes un carajo.
—Lo sé, Raphael, sólo eres pura apariencia —me besa la nuca y sigue dejando besos por la espalda, me tranquiliza tener la ropa todavía.
—Si me sueltas, juro que voy a matarte.
—No puedes matarme, no puedes amarme, no puedes dejar que otro me quiera, tampoco puedo irme, deberías ir a un puto loquero —gruñe dejando una mordida en mi espalda baja.
—Maddox, esto no es nada gracioso.
Maddox agarra el arma de mi muslo y la deja caer al suelo, intento girarme, me aprisiona otra vez y agarra ambas muñecas con una mano, si me muevo duele, empiezo a pensar que fue jodidamente a propósito.
—Fierecilla, no estás pensando con claridad —agarra el cuchillo en mi uniforme y rasga la camisa, la hace pedazos, luego la tira al suelo.
—Estoy pensando, Raphael, aún lo hago, no te preocupes, te gustará.
No puede ser en serio. ¿Cómo pasé a ser el receptor en esta situación, debería permitir esto?
Maddox desliza el cuchillo por mi espalda haciéndome estremecer, se ríe suavemente, corta el cinturón, también el pantalón, incluso hasta la parte de las piernas, lo jala y tira al suelo.
—¿Puedo soltarte sin que quieras darme un golpe? —lo miro de medio lado lo peor que puedo.
—Suéltame y lo verificamos —hace un sonido parecido a un ronroneo y corta la ropa interior, la tela que me protegía algo cae junto a las otras, inservible.
—No quiero que parezca que es a la fuerza —murmura en mi oído frotándose contra mí.
Jadeo, no puedo creer esta situación.
—Sólo fóllame y termina de una vez, ya te metiste en este problema —Maddox aprieta su agarre, deja caer el cuchillo, se estira hacia la mesa de noche y agarra un recipiente de lubricante.
Me tenso contra él, deja besos por mi espalda, la mano con lubricante acaricia mi pene, se ríe como si estuviese jodidamente loco.
Sí, creo que está roto.
—Esta situación te excita, jodido hijo de puta —la risilla es molesta—. ¿Te excita ser follado por mí? ¿Por qué no me lo dijiste antes?
Cierro los ojos buscando calma para no pegarle, es un cambio de personalidad bastante radical, quizás siempre fue así, ni siquiera estoy seguro, trato de alejarme cuando desliza un dedo por el anillo de nervios, la mano que sostiene las mías aprieta.
—Eso duele, maldición, vas a joderme la muñeca —desliza un dedo en el interior, gruño y pongo la cara contra la almohada, esto realmente está pasando.
—Te ves muy bien desde aquí, creo que tu papel debería estar debajo de mí —lo miro de reojo, ese comentario me molesta—. ¿Qué, no es bueno?
Arquea su dedo tocando un lugar sensible, me estremezco, desliza otro y hace maravillas, no puedo creer que deje que me haga esto, lo peor es que me guste.
—Te gusta lo rudo y yo tampoco tengo paciencia —murmura contra mi espalda.
Aprieto la mandíbula cuando siento su polla deslizarse en mi interior, nada lento, lo hace con desesperación y me arranca un gemido.
—Carajo, Raphael. ¿Por qué no hicimos esto antes? —intento que el aire llegue a mis pulmones, Maddox me acaricia la espalda y planta las manos en mi cadera, recién noto que mis manos están libres.
—Porque estaba ocupado follándote yo a ti —Maddox se ríe, sale y vuelve a deslizarse, me aferro a las sábanas y jadeo.
—Esta vista no tiene nombre —jadea acariciándome la espalda—. Pero creo que prefiero verte mientras lo hago.
Me aferro a la sábana y escondo la cabeza en una almohada, ni de broma, no vamos a follar cara a cara.
—Mmm… creo que entendí, quizás la próxima vez.
—No habrá una próxima vez —gruño, vuelve a embestirme y acaricia mi erección.
—Dime. ¿Es incómodo, desagradable, quieres que me detenga?
—Deja de molestarme, Maddox —embiste, gimo contra la almohada, Maddox me muerde la espalda mientras sigue, su mano acaricia mi polla con ímpetu.
—Sabía que te gustaría ser el de abajo, una lástima que no pueda verte —me agarra del pelo y levanta la cabeza mientras sigue embistiendo, lento y profundo, estoy al borde—. Dímelo.
—No, jódete —me muerde el cuello, cuando terminemos pareceré un juguete masticable para perros.
—Te recuerdo que eres tú quien está siendo follado —embiste con fuerza, arqueo la espalda, Maddox coloca una mano en mi abdomen y acomoda mi postura—. ¿Ya está cansado, Coronel?
—Termina de una vez —jadeo, me ladea la cabeza y planta un beso en mis labios, es intenso, lleno de mordidas.
—No, vas a dejar que salga, no puedes mantenerme prisionero —embiste tan profundo que araño la sábana.
—No.
—No soy tu prisionero, déjame salir —repite su acción.
—Tienes que prometer que no te irás, que vas a quedarte conmigo.
Se detiene, miro atrás sólo para encontrarme su boca contra la mía, el beso es duro y demoledor.
—Tú mismo lo dijiste, la única forma en que me alejaré de ti, es muerto y aún no es mi momento.
—Promételo —gruño, Maddox nunca se atrevería a romper una promesa.
—Te lo prometo, sólo la muerte me separará de ti, Raphael.
Escuchar eso me alivia al instante, se mueve contra mí y acaricia la erección, estoy a punto.
—Dímelo —pido entre jadeos, Maddox sabe exactamente qué es lo que quiero.
—Te amo —me corro manchando su mano y la sábana, él deja un beso en mi sien, el gruñido de placer es alucinante.
—¿Puedo correrme dentro?
—Sí —jadeo, no le hace falta más y termina desbordándose, la sensación es extraña.
Maddox me suelta y por fin sale de mi interior, me giro y siento quedándome quieto en el colchón sin saber que considerar específicamente aparte de la incomodidad y el ligero dolor, Maddox me acaricia una mejilla.
—Creo que nunca te había visto sonrojado —le doy un golpe a su mano.
—Deja las bromas antes de que coja la pistola de vuelta.
Se ríe, por fin tengo al Maddox que quiero, al que no le importa nada, el que realmente puede ser mi cómplice.
Maddox se pierde en el baño por unos minutos y sale fresco como una lechuga.
—Anula esa orden, necesito ver a mi hija —achico los ojos.
—Intentarás irte.
—Sabes que no puedo, no has firmado los documentos, no he sido dado de baja y tienes mi ubicación en el teléfono —lo agarro del pelo.
—Prométeme que no vas a irte —Maddox deja un beso en mis labios.
—Te lo prometo, no voy a irme ahora que te follé.
—Está bien —lo suelto y agarro mi teléfono, anulo la orden—. Listo.
—Gracias por confiar en mí —hago una mueca, no tengo más remedio, antes de irse da la vuelta y me agarra el mentón, hace que lo mire—. Dime que mi padre no forma parte de tu venganza.
—No, Stella lo tenía ahí como chivo expiatorio, sólo quería el anillo que tu padre había guardado.
—Me tranquiliza escuchar eso, nos vemos más tarde —dice y me da otro beso, suspiro.
—Sí.
Me levanto y tomo una ducha, visto con el uniforme de Maddox, agarro el armamento que tiró al suelo y veo el cadáver de César, tengo que encargarme de eso.
Limpio y me deshago del cuerpo, me incorporo casi a las cuatro de la mañana, trabajo mientras espero por Maddox, el pitido incesante de mi teléfono me taladra los oídos.
Miro la notificación, es el localizador de Maddox, signos vitales peligrosamente alterados, me pongo de pie y corro por el pasillo, no tengo idea de lo que pasa, pero necesito llegar a ese maldito hospital de una vez.
Me topo con Ares de camino, está agitado y me mira como si supiera algo, lo agarro del uniforme.
—¿Qué pasó?
—Maddox fue atacado en el hospital, él y la niña están en cirugía.
Subo al Maserati y llego al hospital en tiempo record, enseño mi placa, Maddox sigue en cirugía, pero me enseñan el lugar, hay sangre en el suelo, demasiada, el cristal está roto, más sangre dentro del cubículo, la incubadora.
Tiene que ser una maldita pesadilla.
Según me aclaran fue alguien haciéndose pasar por doctor, voy a la sala de espera, el Ex-General está ahí con su esposa, Ares, la hermana, Yanet me mira como si quisiera matarme.
Miro mi teléfono percatándome del ritmo cardiaco, está bien.
Tres horas, cuatro, cinco, seis y por fin hay un cambio, mi teléfono hace ruido, lo dejo caer percatándome del doctor que viene por el pasillo, me deslizo por la pared, no puede ser jodidamente en serio.
Te lo prometo, sólo la muerte me separará de ti, Raphael.
Hace sólo unas horas estaba conmigo, miro el teléfono en el suelo, sigue igual.
Sin signos vitales.
El doctor por fin llega, confirma lo que ya sé.
Está muerto.
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