La prueba está en la forma en la que duele, y no sabes cuánto duele.

Duele llegar a casa y que tus amigos te estén esperando para beber, dejando de lado todos nuestros planes que organizamos durante semanas.

Duele que bebas y te drogues hasta perder el control sobre ti mismo.

Duele escuchar a tus amigos susurrando cuando estoy cerca y sobre todo duele saber que no confías lo suficiente en mí como para contarme tus problemas, que todo el mundo sepa lo que pasa contigo pero apenas pongo un pie en la sala de estar, guardan silencio y lucen como si me ocultaran el más grande de los secretos.

No me gusta desconfiar y lo sabes, pero... ¿qué te ocurre?

Antes nos contábamos todo y no sabes cuánto me lastima.

Me lastima aferrarme a nuestros recuerdos de aquel romance perfecto que todos anhelaban tener sin saber lo que se sentía estar en él, antes de convertirnos en lo que somos ahora: dos personas atadas por un compromiso.

Y no lo entiendo, yo me sentía en el cielo contigo y creí que tú también.

Pero creo que me equivoqué.