; capítulo único
𝕻udo distinguir con algo más de nitidez que antes como la figura de un rubio se arrodillaba ante él mientras le gritaba algo que no conseguía escuchar. Lo único que lograba oír era un odioso pitido que no paraba de resonar una tras otra vez dentro de su cabeza.
Intentaba hacerle un torniquete con su chaqueta en el muslo para detener la hemorragia, pero la sangre no parecía estar por la labor de detener el trayecto fuera de su cuerpo (o lo que quedaba de él).
Ordenó como pudo a su cerebro la acción de enderezarse, pues tenía que levantarse e ir a ayudar cuanto antes a Mikasa y al estúpido de Eren con esos excéntricos. Casi todos los soldados que estaban en la división donde se encontraban habían sido devorados, ellos cuatro eran de los pocos supervivientes y solo dos los estaban intentando combatir. Aunque bueno, mejor dicho, solo Mikasa era la que de verdad peleaba contra los cinco titanes, ya que el ojiverde estaba demasiado ocupado intentando sacar su poder de titán, mas por muchos mordiscos que se daba no lo lograba. A ese paso lo único que iba a conseguir sería hacerse polvo la mano.
Armin había intentado lanzar una bengala negra para alertar al resto de la formación y pedir ayuda, pero los titanes habían destrozado sus pistolas y la primera y única bengala que consiguió disparar al aprecer no fue vista, por lo que este había entrado en pánico al comprender que estaban realmente perdidos.
Eren seguía maldiciéndose a sí mismo sin hacer nada útil, Mikasa estaba sola, y Jean, bueno, él estaba bien jodido; medio muerto por fuera y definitivamente muerto por dentro. A pesar de ello intentaba levantarse para poder ayudar como fuese a la azabache, pero la profunda herida que ese bicho le había proporcionado en el vientre se lo impedía por mucho que quisiese, lo único que podía hacer era quedarse tumbado observando como sus amigos y él estaban cada vez un paso más cerca del final.
Ni siquiera sabía como podía permanecer aún con los ojos abiertos.
—Jean, ¿puedes oírme? ¡Jean! —. Se sorprendió al poder distinguir con claridad de nuevo la voz de Armin, pues ya se había dado completamente por sordo. Dirigió su apagada mirada hacia este con pesadez, observándole con los labios entreabiertos. Al de orbes azules océano se le dibujó una aliviada sonrisa temblorosa al haber conseguido por fin aunque fuese una reacción del castaño que le demostrase que seguía con vida.
—¡Chicos, sigue vivo! Le he taponado la herida, pero no creo que aguante mucho más si continuamos aquí. Necesitamos regresar cuánto antes para que un médico pueda tratarle, ha perdido demasiada sangre —gritó Arlert hacia los otros dos que continuaban intentando hacer algo contra esas bestias gigantes.
Jean sabía a la perfección que eso de lo que su amigo hablaba no iba a suceder.
No iba a poder verlo un médico porque no iba a conseguir aguantar todo el trayecto hacia el interior del Muro Rose, y si lo hacía, tampoco creía poder continuar en el Cuerpo de Exploración con las permanentes heridas que había recibido; sin pierna poco podía hacer en un mundo plagado de titanes.
De nada le servía seguir respirando sabiendo que lo más posible era que tendría que pasar el resto de su vida en cama.
No quería que sus amigos continuasen allí arriesgando sus vidas por salvar a alguien al que no le quedaba esperanza, debían abandonarlo y huir de allí cuanto antes. Él podría servir de distracción para que sus amigos escapasen mientras lo estaban devorando.
—¡¿Por qué?! ¡¿Por qué ahora?! ¡¿Por qué nunca puedo utilizar a mi titán cuando de verdad lo necesitamos?! ¡Soy un inútil! —. Ahora sí que comenzaba a volver a oírlo todo perfectamente. Podía escuchar como el suicida lloriqueba en el rellano y como los gritos de desesperación y agonía de los pocos soldados que quedaban eran lo único que se escuchaba en ese sitio no tan distinto al infierno.
—¡Cállate y mueve el culo, mocoso! —la voz de su superior se hizo presente como un rayo de esperanza entre el completo desastre. Desde su perspectiva pudo ver como incluso Armin se ponía en pie con los ojos nuevamente iluminados.
A partir de la llegada del capitán de escuadrón todo pareció ir a mejor. Podía escuchar como la mayoría de los gritos habían cesado y también sintió un gran temblor bajo su cuerpo.
Tras unos minutos, Armin regresó a su lado con una sonrisa enorme.
—¡Ya está Jean, lo han conseguido! —le gritó arrodillándose junto a él— ¡El capitán Levi y Mikasa han acabado con todos! ¡Regresamos a casa! En seguida traerán un carro para poder... ¿Jean? —. Una expresión de horror pintó el rostro del más bajo— ¡No, no puedes dormirte ahora! ¡Tienes que aguantar un poco!
No se había dado cuenta ni del momento en que sus ojos habían comenzado a cerrarse. Estaba demasiado cansado como para mantenerlos abiertos, pero tanto Armin como él sabían que si los cerraba del todo esa podría ser la última vez que lo hiciese.
—¡Capitán, Jean no podrá aguantar mucho más! Tenemos que volver a casa cuanto antes.
¿Volver a casa?
¿Y a qué casa pensaban volver? Si ni siquiera contaban con un sitio al que llamar hogar.
—¡No Jean! ¡Espera un poco y pronto podrás descansar! —le aseguraba Armin entre las lágrimas que ya habían comenzado a brotarle de los ojos.
Descansar, esa era la palabra. Su cuerpo le pedía un descanso ahora.
Quería hacerlo para siempre.
—Aguanta un poco más ¡Jean! —los chillidos agudos de su amigo le exigían que se quedase, pero antes de poder siquiera recapacitar la oferta, sus ojos ya se habían cerrado tras murmurar un «gracias» no muy distinguible.
Pero cuando lo hizo... no ocurrió nada.
Absolutamente nada.
Arrugó el ceño extrañado. No veía esa luz al final del tunel negro ni se le había pasado aún sus recuerdos por delante. Tampoco sentía esa sensación que esperaba que recorrería su cuerpo ni la mejora en sus heridas. Le seguía doliendo como la mierda el estómago, y el pinchazo incesable continuaba en lo que quedaba de su destrozada pierna.
¿Por qué diantres no se moría?
Volvió a abrir los ojos con pesadez, pero nada más hacerlo se sorprendió dando un respingo.
Ya no estaba en el rellano con Armin y los demás. No olía a muerte ni tampoco escuchaba la angustia en los llantos de los pocos que habían sobrevivido como lo hacía en aquel lugar dónde escaso tiempo antes se encontraba.
Ahora estaba en un extraño sitio de colores claros y limpios que no parecía tener fin. Una inmensa armonía reinaba el lugar en el que solo él se encontraba tumbado, o bueno, parecía estarlo.
Intentó enderezarse y extrañamente pudo hacerlo con facilidad, tan solo sintió un leve dolor en el lugar donde tenía la herida. Al bajar la mirada se llevó otra sorpresa, pues sus ropajes no tenían ni una sola mancha de ese líquido carmesí que tanto había perdido, estaban totalmente limpios y nuevos; sin un solo rasguño.
Tampoco portaba su chaqueta de la legión, ahora la sustituía una camisa blanca sin abotonar siquiera, dejando ver su marcado abdomen sanado por completo. No tenía ni una sola herida, pero sin embargo seguía sintiendo dolor en la zona que hacía unos minutos tenía abierta en un corte profundo de por lo menos un palmo de larga.
Lo mismo le pasaba en las piernas. Volvía a tener las dos, pero sentía un escozor horrible en la zona donde aquel titán le había cortado el miembro a ras.
—Jean... Cuanto tiempo —. Una suave y entristecida voz le habló entre los leves murmullos provocándole que una extraño hormigueo recorriese su cuerpo por completo.
Conocía esa dulce voz a la perfección.
—¿Ma... Marco? —Levantó la mirada para encontrarse con un pecoso que le sonreía con aflicción.
Miraba al chico con los ojos muy abiertos, no podía dar crédito a lo que veía. Marco... estaba muerto. Él mismo encontró la mitad de su destrozado cuerpo a los pies de aquella casa. Y ahora... Ahora sin embargo estaba ahí mismo, delante suya, tendiéndole la mano para que se pusiese en pie; como un ángel.
Y, a lo mejor eso era. Tal vez él también estaba muerto. Eso explicaría el por qué ahora estaba allí, junto a la persona que más había amado en el mundo.
A lo mejor, el paraíso que tanto había deseado sí que existía.
Tras dudar un poco agarró la mano del pelinegro y se puso en pie, ahora de frente a él. Lo observó boquiabierto sin poder asimilarlo aún: sus preciosos ojos cafés volvían a tener brillo al igual que sus perfectos y bonitos labios que le sonreían de manera tranquilizadora. De nuevo esas pequitas que tanto le gustaba besar seguían manchando sus coloradas mejillas.
—¿Por qué me miras así? —rió Marco al ver como Jean mantenía una perpleja mirada fija en su rostro.
—Es que... Eres incluso más hermoso de lo que te recordaba —le respondió aún atontinado mientras seguía observándolo fijamente.
Y es que en verdad para él era la cosa más bonita y perfecta que había visto en su vida.
Al oír aquello, en las mejillas del más alto apareció un sonrojo que únicamente lo hizo ver más adorable a ojos de Jean.
Este último soltó una risotada pasados unos segundos al empezar a comprender lo que de verdad estaba ocurriendo.
—Fíjate si estoy jodido que incluso ya estoy teniendo imaginaciones postmuerte, o vete tú a saber, puede que ya esté muerto incluso. Pero... Pareces tan real... —habló extendiendo la mano para acariciar con algo de inseguridad la mejilla del chico. Marco sonrió y posó también su mano en la que el castaño mantenía en su cachete, sosteniéndola así mientras el otro continuaba tanteándolo con la otra.
Y es que se sentía demasiado real, como si en verdad estuviese junto a él acariciando y delineando su carita pecosa de nuevo.
—Soy real, Jean, y no estás muerto. Es por eso que estoy aquí.
—¿No he muerto? Pues entonces estoy soñando seguro. Pero no me quiero despertar.
—Tampoco es un sueño... Es algo más complicado que eso —. Marco hizo una pausa al recapacitar lo último que el otro había dicho.— Y olvida eso último de no despertar, debes hacerlo. Es demasiado pronto para que estés aquí también, aún te quedan muchos años.
—¿Pero en serio que eres tú?
El chico no estaba atendiendo nada a la explicación del azabache, estaba más concentrado memorizando cada uno de los movimientos que sus labios hacían mientras este hablaba.
—Sí Jean, soy yo. Pero eso no es lo importante ahora, escucha, tienes que... —. No pudo terminar de hablar ya que fue interrumpido por Jean.
—Pruébalo entonces, pequitas.
La mirada socarrona de Kirschtein estaba fija en los ojos del más alto, que, extrañamente, permanecía sin inmutarse. Jean comenzaba a frustrarse un poco, pues lo único que intentaba era ver esas mejillas tornándose color rojizas una vez más antes de que ese momento se esfumase del todo.
—¿Intentando retarme? En verdad no has cambiado nada —habló Marco algo divertido mientras le continuaba la batalla de miradas.
—Intento creerte —corrigió—, aunque sea solo unos minutos antes de que vuelva a la realidad y lo comprenda entonces. Siempre me dices lo mismo Marco, que eres real, pero nunca es así. Siempre acabo despertando y comprendiendo que mi imaginación es tan escasa que lo único que puede hacer es recrearte a ti una y otra vez —hizo una pausa para mirarle angustiado—. No me engañes más, por favor.
Unos segundos tras terminar de pronunciar palabra, el castaño sintió como su mano, que aún seguía en la mejilla de Marco, era quitada con sumo cuidado por este. Se acercó hacia él sin dejar de mirarlo, y los ojos de Jean sin querer se desviaron a las perfectas curvas de sus labios. No pudo continuar admirándolas mucho, ya que antes de que se diese cuenta estos estaban sobre los suyos, reclamando ese toque que ambos habían extrañado tanto mientras se movían al compás sobre los de la boca ajena. Jean lo agarró por la cabeza acariciando sus cabellos azabaches mientras soltaba un jadeo, preocupado de que cuando volviese a abrir los ojos volviese a estar solo.
Sentía como su cuerpo se inundaba de un calor reconfortante ante la tierna acción por parte del pelinegro, y es que jamás en sus demás sueños había experimentado esa agradable sensación. Se había besado muchas veces con el Marco que su cabeza se negaba a olvidar, pero nunca sentía la calidez que los labios de este Marco le estaban trasmitiendo ahora. Era la misma sensación que hacía tantos años pudo vivir; esa sensación que solo le invadía cuando el Marco real le sonreía, le besaba o le repetía lo mucho que le quería.
Cuando sus labios se separaron y pudo contemplar la pequeña sonrisa tímida que el pecoso le regalaba, comprendió que en verdad aquello no podía ser producto de su imaginación.
Ese, era el real. Su Marco real.
No lo comprendía aún muy bien del todo, y la verdad, tampoco es que le importase eso mucho ahora, porque de lo que sí estaba seguro es de que por alguna extraña y milagrosa razón volvía a estar junto a él.
Ahora mismo le daba igual el haberse vuelto loco o el haber muerto, lo único que le importaba es que estaba allí en ese momento.
—¿Te vale esa demostración para creer que soy yo de verdad?
—No sé... Pero creo que tal vez con una o dos repeticiones más terminaría creyéndote.
Marco meneó la cabeza mientras sonreía aún algo apocado por la acción que hacía unos segundos habían compartido.
Iba a decirle algo más, pero la repentina mueca de dolor que puso Jean le hizo detenerse. Y es que el castaño se había doblado de dolor mientras se quejeba apretándose con fuerza el vientre en cuestión de segundos.
—¿Estás bien? —. Marco se acercó con preocupación hacia él agachándose para ponerse a la altura en la que el otro se encontraba ahora.
—No —contestó con simpleza haciendo una mueca—. Hace poco estaba en otro lugar bastante malherido, y sin saber cómo, cuando pensé en morirme aparecí aquí sin herida alguna. El corte que tenía en el abdomen... No sé, es extraño, ha desaparecido pero el dolor insoportable ha vuelto a aparecer de la nada en el lugar donde lo tenía.
Cuando el chico terminó de hablar observó como Marco lo miraba inquieto.
—Eso es lo que intentaba explicarte, tienes que volver con ellos cuanto antes, Jean —. Lo miró extrañado.
¿Volver con ellos?
—Ni hablar, yo quiero quedarme aquí. Contigo.
—Lo siento… pero no puedes hacer eso. Todavía te queda mucho por vivir, así que tienes que concentrarte en abrir los ojos y volver junto a los demás. No puedes quedarte conmigo, aún no te toca estar aquí —explicaba el pelinegro algo abatido pero sin perder su sonrisa.
¿Abrir los ojos?
¿Pero de que hablaba? Si él ya tenía los ojos abiertos.
—No te entiendo Marco, estoy vivo aquí y ahora. Lo estoy más que antes porque tú también estás vivo conmigo, ¿por qué iba a tener que abrir entonces los ojos?
—Yo no estoy vivo —explicó afligido mientras observaba el rostro confuso del castaño—. Morí y no puedo regresar contigo por mucho que quiera, pero tú, tú sí que puedes regresar a casa. Aunque te parezca extraño aún no has muerto. Tienes en tu poder el despertar y volver con los demás; Armin, Mikasa, Sasha Connie... Todos están rezando por que despiertes, Jean. Tienes que volver con ellos.
—Quieres decir que... tú no podrás ir conmigo —. Él no quería eso. Había conseguido encontrar a Marco y no quería volver a dejar que se fuese de su lado.
—No —negó algo triste—. No se puede revivir a un muerto, Jean. Pero te prometo que algún día nos volveremos a reencontrar, estaré aquí esperándote al igual que hoy, y entonces sí que podremos estar juntos para siempre —le aseguró.
Jean negó con la cabeza imaginando el tiempo que podía pasar para que eso ocurriese.
Y es que él ya estaba muerto, su vida allí ya había acabado hacía tiempo. Era como un zombie condenado a seguir caminando.
Él estaba realmente vivo allí, en ese sitio, junto a Marco.
Tenía claro que no iba a "abrir" los ojos, lo sentía por los demás, pero acababa de encontrar el lugar donde se sentía completamente dichoso, y, para vivir allí, el Jean Kirschtein infeliz que batallaba día tras día sin alegría alguna debía apagarse por completo.
—Jean, no podemos perder mucho más tiempo —interrumpió el azabache sus pensamientos—. Me ha hecho muy feliz el poder haber vuelto a verte hoy, pero ya tienes que volver a casa.
—¿A qué casa, Marco? —inquirió con ironía—. Donde estés tú está mi hogar, y por fin en mucho tiempo he conseguido volver a él. Sin ti... ni siquiera tengo motivos por seguir existiendo, no pienso marcharme de nuevo.
Marco lo miró apenado.
—No digas eso, claro que puedes seguir sin mí. Además yo siempre estaré contigo aunque no me veas.
El castaño continuó mirando hacia el suelo desavenido con las palabras de Marco.
—Si lo que quieres es hacerme feliz —añadió el azabache como leyendo los pensamientos de Jean—, a mí me basta con ver que tú lo eres y estás bien.
«Tan buenazo como siempre». Pensó ante las palabras del pecoso.
—¿Quieres que sea feliz? —el otro asintió—. Pues siento decepcionarte pero no lo soy, aunque antes sí que lo era. Era feliz cuando estaba junto a ti, cuando despertaba y lo primero que veía eras tú. Quiero poder tocarte, hablarte, besarte y poder volverte a oír diciendo que me quieres como antes; quiero volver a ser feliz, y para eso te necesito a ti, Marco.
Las mejillas de este ya se habían empapado de las lágrimas que había estado intentado contener cuando Jean terminó. Él también deseaba eso con todo su corazón, pero por mucho que lo quisiese no podía consentir que Jean muriese aún. No sabiendo que tenía esperanzas de sobrevivir.
—¿Por qué me dices todas esas cosas bonitas ahora? —cuestionó mientras intentaba que las lágrimas que escurrían de sus ojos frenasen—. El Jean que yo recuerdo era malísimo expresando sus sentimientos.
—Bueno, supongo que ese Jean acaba de morir también —dice, disimulando muy bien el dolor intenso que le acaba de regresar en la pierna herida—. Ahora el único que queda vivo es el que está idiotamente enamorado de Marco.
El pelinegro no conseguía dejar de derramar lágrimas, pero es que con ese Jean tan sincero diciéndole todo aquello le era una tarea prácticamente imposible.
—Venga no llores, Marquito —le habló tiernamente limpiándole las lágrimas con el pulgar—. Yo no voy a morir... Bueno, en realidad sí que lo haré, pero simplemente dejaré de existir allí para estar aquí contigo. Así que no te sientas mal por ello —dijo sabiendo la preocupación del chico—, siéntete feliz de haberme hecho recuperar la vida que hasta ahora había desparecido de mi interior.
Marco asintió algo inseguro.
La decisión de si quedarse o irse era de Jean, y, este había decidido irse para quedarse con él.
Se sentía afortunado de poder haber conocido alguien como Jean.
—Haz lo que quieras... Total, nunca me haces caso —habló sonriendo un poco. Jean le sonrió también y sin pensarlo mucho le robó un corto roce labios para luego cerrar los ojos con seguridad.
Ahora podría estar todo el tiempo del mundo con Marco.
Y tras ese envidiable pensamiento su corazón dejó de latir en ese rellano repleto de soldados caídos.
Su abdomen dejó de doler al igual que su pierna y ahora sí que sentía como todas sus preocupaciones se esfumaban.
Había dejado de respirar para siempre, pero en vez de eso parecía como si ahora le costase menos el hacerlo.
Abajo, cinco muchachos lloraban y lamentaban la pérdida de uno de sus mejores amigos mientras alguno que otro agitaba su cuerpo sin vida y le llamaban en un intento fallido porque despertase.
En otro lugar, dos chicos se abrazaban con fuerza al comprender que a partir de ese entonces estarían juntos para siempre.
Por fin, Jean había conseguido volver a casa.
Cuando escribí esto me gustó
como había quedado, ahora que
lo releo la verdad siento que me
quedó algo kk jaja, perdón, es que
tenía ganas de escribir sobre la
pareja más bonita del world✊♥️
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