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Capítulo 16: Una sorpresa (no tan) agradable.

—Ya llegué...— Avisó Tails con cansancio dejando las llaves sobre un pequeño mueble junto a la puerta de su hogar.

—¡Miles!— El zorrito fue recibido con un fuerte abrazo por parte de Rosemary, su madre —No me avisaste que llegarías más tarde de lo usual, y no contestabas mis llamadas... Estaba preocupada.

—Oh... Lo siento, mamá.— Se disculpó, apartándose con cuidado del agarre de su progenitora —Olvidé avisarte.

—No te preocupes, me alegra saber que estás bien.— La mayor le sonrió maternalmente desordenando su flequillo con cariño —Oh, por cierto... Hay algo esperando en tu cuarto para ti, Miles.

—¿En serio?

Tras el asentimiento de la mujer, el pequeño zorro corrió por el pasillo hasta llegar a su habitación agitando sus colas con emoción. Amaba las sorpresas.

Sin embargo, lo que encontró al entrar por la puerta le borró todo rastro de felicidad en su rostro.

Sobre su cama, yacía el uniforme masculino de su institución. Se acercó lentamente y lo tomó entre sus manos, observando la prenda con detenimiento.

No tenía idea del porqué, pero sus manos comenzaron a temblar.

—¡Sorpresa!— Tails volteó en dirección a la puerta. Su madre se encontraba ahí, sonriéndole dulcemente.

—Y-Yo...— El vulpino no podía articular una palabra.

—Sé que tardó un poco, lo siento, en verdad no me imagino la vergüenza por la que tuviste que pasar en la escuela...— Expresó, con las orejas levemente caídas —Pero descuida, ya no deberás usar el uniforme de chica.

Tails se negó a seguir escuchando luego de lo último dicho por su madre.

"Ya no deberás usar el uniforme de chica"

No pudo evitar sentirse algo... Triste. Es decir, por supuesto que recordaba perfectamente haberse enfadado tanto hasta el punto de llorar aquel día que su uniforme llegó. Por su culpa, perdió toda oportunidad de dar una buena primera impresión en la escuela, era cierto.

Sin embargo... Al menos a su modo de ver las cosas, tampoco fue tan malo.

Gracias a aquel uniforme fue que conoció a personas tan increíbles como lo eran Sonic, Knuckles, Amy, Sticks, Shadow y Zooey, su actual grupo de amigos... Bueno, sus dos colas también tenían algo que ver en eso, pero el punto era que tenía amigos que lo aceptaban tal y como era.

Además... Aún mantenía en secreto el hecho de que era un chico a dos de sus amigos y a toda su clase de cocina.

Y quizá... Quizá había algo más fuera de todas las razones anteriores, pero dudaba que su madre lo entendiera.

No podía aceptarlo. No estaba listo. No aún.

—Ma-Mamá.— Habló bajito —Realmente lo aprecio, pero...

—¿Uh? ¿Qué sucede, cariño?

—Esto puede sonar algo tonto y quizá malagradecido, pero... uhm.— Tails tragó saliva, inseguro por cómo se lo tomaría su madre —Ya no lo quiero.

—¿A qué te refieres?

—A que quiero seguir utilizando... este.— El doble cola señaló lo que traía puesto —Eso... ¿Está bien, verdad? Sigue siendo el uniforme.

Rosemary guardó silencio durante unos segundos, cosa que comenzó a poner nervioso a Tails.

—¿M-Mamá?

—Comprendo.— Mentira, realmente no lo entendía, pero no deseaba hacer esperar más a su hijo por una respuesta.

—Entonces... ¿No te molesta?— Sus orejas se levantaron y sus ojos brillaron.

—En lo absoluto.— Respondió —Solo me preocupo por tu comodidad y bienestar. ¿Estás seguro de esto? No lo digo solamente por el uniforme... Me refiero a tus compañeros.

—¿Mis compañeros?

—Miles, no creas que no noté tu carita triste cuando llegaste de tu primer día.— La castaña tomó asiento en la cama, siendo seguida por su cachorro —Te molestaron, ¿no es así?

—Pues... Sí, pero...

—Ya hemos hablado de esto, Miles.— Rosemary colocó una mano sobre la de su hijo. Su mirada reflejaba pura preocupación —Si te molestan solo tienes que decirlo y con tu padre nos haremos cargo... No quiero que termine como la última vez.

El vulpino agachó sus orejas e inconscientemente tiró de las mangas de su camisa ante lo dicho por su madre. No le gustaba recordar eso.

Tails había sido molestado desde que tenía memoria, pero nunca mencionó nada a sus padres por miedo y se convirtió en un experto para mentir y ocultar heridas.

Recibía golpes e insultos a diario, lloraba todas las noches, trataba de inventar excusas para no asistir con tal de no vivir el mismo infierno todos los días, pero nunca dió resultados. En ese entonces, sus padres eran muy estrictos con su asistencia.

Fue así durante años, hasta que una noche, simplemente no aguantó más.

No tenía idea de qué estaba pasando por su cabeza cuando decidió que lo mejor era morir.

No le gustaba recordar esos tiempos... Sin embargo, ahí estarían esas marcas en sus brazos como un recordatorio constante de la vez que agarró un cúter y lo incrustó en su piel repetidas veces con tal de acabar con su sufrimiento de una vez por todas.

Rosemary pareció comprender el remolino de emociones que su hijo estaba experimentando, por lo que sin demora, lo abrazó.

Los ojos de Tails se aguaron y, tratando de no dejar que lágrimas se escaparan de estos, correspondió y se aferró fuertemente a sus brazos.

Agradecía no haberlo conseguido. Agradecía que su madre lo haya encontrado en el suelo del baño y lo haya llevado al hospital.
Agradecía haberse salvado.

Por un instante, Tails regresó al momento en el que su madre le preguntó "¿Por qué lo hiciste?" mientras él estaba en la cama del hospital. Ese día lloró como nunca antes lo había hecho y se permitió soltar todo lo que sufrió por años.

Desde entonces, pasó por varios cambios de escuela en las que no duraba ni el mes, a veces ni la semana... Hasta que llegó a su actual escuela. Si bien, recibió burlas en un inicio, tenía unos amigos increíbles que lo protegerían de las burlas, estaba seguro de eso.

—Tranquila, mamá...— Murmuró el menor, apartándose cuidadosamente del agarre de su progenitora —Esta vez es diferente, puedo sentirlo... Te prometo que no volverá a ocurrir.

—Confío en tus palabras, Miles... Te amo.

—Yo también.

Rosemary se apartó del abrazo, tomó sus peludas y blancas mejillas y plantó un beso en su frente.

Eso se había sentido bastante... Reconfortante para Tails. Como si hubiese liberado de un peso enorme que, sin saberlo, cargaba consigo desde hace tiempo.

Madre e hijo se sonrieron.

—La cena va a estar casi lista.— Anunció la vulpino con una sonrisa —¿Me ayudarías a poner la mesa?

—¡Claro!

Ambos se levantaron de la cama y fueron hacia la cocina juntos.

La cena fue amena, al igual que el resto de la noche.

Sin embargo, la tranquilidad no duraría mucho tiempo.

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