capítulo O4.
A la mañana siguiente el cuartel era toda una revolución. Agentes corrían de un lado al otro, perros tironeaban de sus correas, los aromas eran asfixiantes y todo simplemente se había salido de sus carriles.
Lisa era la que sentía más presión que nadie. Si bien Rosé también estaba a cargo del caso, frente a todos Lisa era una beta con bastante menos influencia, tenía sobre sus hombros los ojos de los más altos rangos.
A su vez, su consciencia no iba a dejarla tranquila si algo fallaba. Se pasó parte de la noche y madrugada visualizando cómo serían los próximos días y actos. Rescataría a SungHoon, posiblemente a varios omegas más, los asistiría con diferentes profesionales, los devolvería a sus familias y dejaría que los autores de tan vil acto se pudrieran en las más oscuras celdas.
—Lis... ¡Lisa! —un llamado en alto la sacó de su ensoñación.
Rosé llegó trotando a su lado con un chaleco antibalas en una de sus manos. En la otra cargaba un par de pistolas. Enseguida dejó una entre las manos de Lisa, la otra la guardo en un estuche que colgaba de su cinturón, y le pasó por la cabeza el chaleco haciendo que su cabello plumoso desde un principio se esponjara todavía más.
Conectaron sus miradas un par de segundos, aunque en la mente de Lisa lucieron cómo horas. Los ojos de Rosé tenían algo que le trasmitía tanta tranquilidad y armonía que por más que en un principio se haya prometido a si misma mantenerse alejada, se encontraba siendo atraída cada vez con mayor fuerza.
—¿Todo bien? —inquirió la alfa mientras quitaba uno de los castaños cabellos de entremedio de sus ojos cafés. Lisa asintió rápidamente, preocupada.
—Todo en orden.
—Bien, ¿Estamos listos?
—Estamos listos. Vayamos por esas basuras. —Lisa le sonrió siendo correspondida al instante.
Antes de subir a la camioneta que los trasladaría hasta la dirección que habían logrado rastrear, Lisa se permitió una escapada rápida al baño.
El reflejo de una mujer alta, con grandes ojeras y un tanto pálida le dio la bienvenida. Bien sabía que su aspecto nunca había sido el mejor, mucho menos luego de aquella terrible noche, pero nunca había lucido tan demacrada.
Tragó las pastillas con fuerza y sin detenerse a meditar demasiado la acción. Sabía que no tenía de otra y mucho menos ahora que no podía arriesgarse a cometer ningún error. Verificó que todo estuviera en su lugar y salió del cubículo rumbo al encuentro de su compañera.
En ese vehículo iban ella, Rosé, la jefa Kim, un colega que ayudaría y un tirador especializado. Todos tenían en claro que rol cumplían allí, ninguno podía cometer una falta o de lo contrario, varias vidas correrían peligro.
El viaje fue más exhaustivo y desalentador de lo que esperaban. En un momento incluso Lisa creyó dormitar levemente, tal vez por el potente aroma de Rosé envolviéndola, o el brazo que la alfa había dejado descansar sobre sus hombros. Poco les importó lo que los demás pudieran llegar a pensar, obviando el hecho de que cada uno estaba demasiado concentrado en lo suyo como para prestarles real atención.
Media hora después empezaron a notar como campos y campos de altos árboles y vegetación varia se hacía lugar. Allí se podía notar a leguas que nadie intentaría acercarse, tal vez por el miedo de encontrarse una alimaña o algo parecido. Escenario perfecto para ocultar cualquier cosa que no querrías que la civilización supiera.
Lisa sentía como poco a poco los nervios y el enojo empezaban a burbujear en su estómago. Claro que no tenía miedo, pero si la incertidumbres del qué pasará.
—Bien, debemos ser cuidadosos. Controlen sus pasos, no hagan demasiado ruido, lo mejor es atraparlos desprevenidos —Lisa instruyó a un gran grupo de hombres mientras Rosé hacia lo mismo con los sobrantes—, tengan mucha precaución con sus armas, no sabemos quiénes pueden ser víctimas y quiénes victimarios. Eso sí, si ven al hombre de la foto intentar lastimar a cualquier persona o escapar, no duden en usarlas. ¿Alguien tiene alguna duda?
Todos los presentes negaron. Luego, se colocaron sobre sus cuerpo un spray inhibidor de aroma, intentado pasar lo mayor desapercibidos que se pudiera, pero la verdad era que los aromas y feromonas continuaban sintiéndose, aunque de una forma más suave.
Rosé se acercó hasta un lado de Lisa. Sin importarle nada, besó la frente de su compañera y le dirigió una mirada de valentía. A Lisa el gesto le molestó menos de lo que debería.
—Agachados... —susurró Lisa al mando—. A la cuenta de tres avancen. Uno... Dos... ¡Tres!
Los agentes se desplegaron por todo el campo hasta dar con una casa de una sola planta. Era simple, destartalada, las ventanas y puertas estaban cubiertas de gruesas maderas pero dentro varias luces relucían.
Lisa, seguida por Rosé, la jefa y un par de agentes más; tomaron la entrada principal. Los demás rodearon la casa. Con una seña, la puerta de entrada fue derriba y junto a ella las demás.
—¡Manos arriba, FBI! —vociferó Lisa estridente.
Cada uno entró con sus armas en alto, las botas resonaban con fuerza sobre el sucio suelo. Lisa podía sentir tantos aromas diferentes y tantas feromonas combinadas que su vista se nubló levemente. Se obligó a continuar, sintiendo la suave presencia de Rosé cubriéndole sus espaldas.
En la primera habitación no había nadie, pero al revisar las demás dieron con lo que, para su desgracia, tanto habían buscado.
Sobre un sucio colchón, desnudo y con hematomas, fluidos y sangre seca, SungHoon adoptaba una posición de ovillo. El omega gemía y lloraba con los ojos apretados, preso del pánico y dolor.
Lisa jadeó nerviosa. Al ingresar un poco más, varios omegas en el mismo estado se presentaron frente a sus ojos. Su arma tembló levemente entre sus dedos, incluso tuvo miedo de dejarla caer, pero la firmeza que su mente le exigía se encontraba ahí.
—Yo me encargo aquí, vayan a buscar al alfa. —ordenó a los demás agentes.
—Pero... Lisa. —Rosé murmuró a sus espaldas, igual de afectada.
—¡He dicho que yo me encargo! Los están asustando, aunque no parezca el spray no es del todo efectivo y ellos pueden sentir sus feromonas. Salgan de aquí y busquen a los malditos responsables de esto.
Lisa terminó con las respiración errática quemándole los pulmones. Nadie más se atrevió a contradecir a la Tailandesa de furiosos ojos. Todos los restantes se retiraron a paso apresurados, consientes de que el grupo contrario probablemente ya tenía entre sus manos a los autores de tal crimen pero sin ánimos de enfrentamientos ante la agente.
—Te esperaré en la puerta junto con JeongGuk, no permitiremos la entrada de nadie. —Rosé le susurró suavemente a lo que él asintió.
Cuando se quedó sola con los omegas, Lisa se permitió bajar su arma. Sentía a todos tan alterados, con tanto miedo, que la bilis le subió con rapidez.
Esa habitación, por lejos, era uno de los lugares más asquerosos que alguna vez podría haber visto. Estaba todo cubierto de basura, profilácticos usados, botellas de bebidas alcohólicas y miles de desechos. Era espantoso.
—No les voy a hacer daño... —murmuró suavemente para no asustarlos todavía más—. Vinimos a ayudarlos, somos del FBI.
Un gemido lastimero a sus espaldas le heló la sangre. Uno de los omegas había utilizado su voz.
—Shh... Tranquilo, no podemos alertar a los demás, por favor.
Lisa estaba segura de que si ellos continuaban llamando a los alfas, estos no podrían contenerse y el plan se vendría abajo. Incluso dudaba de la propia eficacia que los supresores podrían a llegar a tener sobre ella, tenía miedo de que su secreto también fuera revelado.
A paso apresurado se dirigió a dos omegas que estaban arrinconados sobre una de la esquinas.
La más grande de la pareja, de enmarañados cabello azabache y no más de veinte años, abrazo contra su cuerpo desnudo al pequeño. Ambos temblaban y sollozaban, pero la chica la miraba con ojos furiosos y desafiantes, y Lisa supo enseguida que la esperanza sería difícil de restaurar en ese ser, y por consecuente, el dolor y las ganas de venganza complicadas de eliminar.
—Repito, no quiero dañarlos. Ya están a salvo.
—Tú... Eres una beta —le murmuró entre dientes la omega menor, con voz apagada—, ellos son malvados, nos dañaron al igual que los alfas.
Lisa tragó saliva con fuerza, sabía que si quería que ellos confiaran un poco más en ella y la dejaran ayudarlos debía revelar la verdad.
—No lo soy —Lisa se acuclilló a su lado y conectó sus miradas—. ¿Me escuchas? No soy una beta. Soy como tú, como todos ustedes.
La expresión de la joven se suavizó levemente, tal vez algo le había creído. A Lisa en ese momento le hubiese encantado poder controlar su cuerpo y liberar algún tipo de feromona para reafirmar su punto, pero sabía que era imposible.
Logró agrupar a los seis sobre uno de los colchones que lucían en mejor estado. SungHoon, el omega que habían estado buscando en un principio, parecía ido. Sus ojos no enfocaban con claridad y su cuerpo no lograba mantenerse erguido. Tal vez estaba drogado, pensó Lisa.
—Lis... —Rosé ingresó a la habitación, teniendo que taparse la nariz al momento en que las fuertes feromonas de omega en peligro la atacaron. Lisa se puso frente al grupo, intentando tapar con su menudo cuerpo lo más que pudiera, esos niños no se merecían ser más expuestos—. Los tenemos. Eran tres.
Una media sonrisa de satisfacción creció en el rostro de la agente. Por fin le darían un cierre a tanto dolor.
—Bien, necesito mantas y algo caliente. Los cubriré para sacarlos de aquí y llevarlos a investigaciones.
Rosé asintió antes de salir para buscar lo pedido.
Lisa fregó sus ojos con ambas manos al saber que el dolor no había finalizado para los cautivos. Miles de exámenes serían realizados sobre sus cuerpos para tomar muestras, y luego se los sometería a interrogatorio. Ella haría lo posible para que fuera lo menos invasivo posible, pero tampoco podía sobreponerse a los altos mandos.
Natty, la omega con la que había hablado al principio y la única que en realidad había podido, se puso de pie con las piernas temblándole. Lisa no pudo evitar las lágrimas que se aglomeraron en las esquinas de sus ojos al notar lo maltratado de su cuerpo.
—¿Qué pasará con nosotros? —inquirió con voz apenada.
—Bueno... Les harán pruebas para intentar conocer lo mayor posible y luego tal vez deban declarar ante las autoridades.
La omega hiperventiló de un momento a otro. El miedo pareció invadirla y su aroma dulce explotó.
—No... Nosotros no podemos hablar. Ellos volverán y nos lastimarán. —Natty cayó de rodillas, sus propias uñas enterrándose en sus muslos.
Lisa no supo que hacer, por un momento pareció que su instinto actuó por ella porque se dejó caer frente a la joven y la envolvió con su cuerpo.
—Tranquila, no permitiré que eso suceda. Confía en mí. Ellos no podrán volver a tocarlos, ni a ustedes, ni a ninguno otro omega.
Con suaves caricias y palabras logró tranquilizarla. Natty se negó a soltarla, aferraba sus huesudas manos a los hombros de Lisa y mantenía su espalda encorvada. Sin embargo, parecía que sus instintos estaban más alerta que nunca porque cuando Rosé volvió a ingresar con las mantas y lo que parecía ser chocolate caliente, se escondió mejor contra Lisa y omitió un chillido lastimero.
—Tranquila, son cosas para ustedes. Los sacaremos de aquí.
Rosé miró con algo de pánico a Lisa, sin saber muy bien que hacer, por supuesto que no se acercaría más de lo necesario pero tampoco podía quedarse ahí parada sin hacer absolutamente nada.
—Déjales las cosas sobre el colchón y vuelve a salir, en un minutos los alcanzaremos. ¿Afuera está todo despejado? —Lisa señaló un colchón contiguo al grupo.
—Todo en orden, estamos esperando al grupo de peritos, pero ya avisamos a la estación de que los omegas irán para allá. —Rosé le respondió.
Lisa asintió viendo con sus ojos como la alfa abandonaba el lugar.
—Son muy cercanas, ¿No es así? —la pregunta de Natty la sacó de sus pensamientos.
—Algo así. No le teman, es una buena alfa. —las mejillas de Lisa se sonrojaron levemente, pero enseguida carraspeo y se puso de pie con la omega aún entre brazos.
Todos estaban recios a tomar la bebida, algunos temerosos y otros desconfiados, pero las suaves palabras de Lisa junto a sus tranquilos movimientos y el aura de protección que emanaba los alentó. Uno a uno se pusieron de pie, en su mayoría por si solos pero algo tambaleantes, y tomaron uno de los vasitos descartables. Lisa envolvió una manta sobre sus hombros y los cubrió lo mayor posible. Eran tan pequeños y estaban tan débiles que la cobija que debería llegar a su cadera les rozaba las rodillas.
Dirigiendo el grupo, Lisa los llevó hasta la puerta. Sintió como las feromonas de todos se revolucionaban y gemían asustados. En seguida los calmó, pero se obligó a fingir que nada la había afectado, puesto que para todos ella supuestamente era una beta.
Los subieron a todos juntos a una camioneta, por supuesto que Lisa iría con ellos, ya que se había ganado la confianza de la mayoría. En ningún momento del viaje dejó de hablarles, explicarles lo que sucedería y mantenerlos lo más tranquilos posible.
En el cuartel todo el caos que habían dejado antes de irse ahora estaba multiplicado por mil. Cada trabajador corría de un lado al otro abocado a preparar informes, contactarse con las familias, insistir a los peritos, entre muchas más.
No era el único caso que tenían, pero si uno de los más importantes por el momento. Hace tiempo que venían siguiendo a esta banda y hoy por fin podrían dar un cierre. Lisa haría hasta lo imposible para que nunca más vieran la luz del sol. Se lo merecían.
—No quiero que nadie se acerque de forma repentina, mucho menos por detrás de los omegas. Están asustados, sus lobos alerta, y no queremos contribuir a eso. Ellos vienen por nuestra ayuda, suficiente les falló el sistema este último tiempo, así que es nuestra tarea hacerlos sentir seguros. ¿Estamos de acuerdo? —Lisa instruyó a los investigadores. Algunos no estuvieron de acuerdo, les importaba poco lo que los jóvenes sufrieron y solo querían hacer las cosas lo más rápido posible para irse de ahí, otros si coincidieron y se tomar las cosas con cuidado.
Lisa les asignó un beta de confianza —ya que se notaba a leguas que por más que estuvieran resentidos, en su mayoría era hacía alfas—, para que los acompañara a cada chequeo. No quería que se sintieran solos nunca más. Sin embargo, Natty se negó a entrar a la sala de exámenes con cualquier otra persona que no fuera Lisa, por lo que no tuvo más opción que acompañarla.
Los gritos de dolor e impotencia llenaban los cubículos. Recién en ese momento algunos omegas que estaban en estado de shock o bajo el efecto de estupefacientes pudieron entrar en razón, dando como resultado que las emociones empezaran a correr.
Lisa se estaba poniendo demasiado nerviosa. Tantas emociones negativas y el presenciar el ultraje que estaban realizando sobre los cuerpos lastimados, le estaba afectando más de lo que creía poder soportar.
—Por favor, colóquenles un calmante o algo que los ayude con el dolor —las lágrimas se agrupaban en los ojos de Lisa—, es demasiado...
Los examinadores, doctores y demás coincidieron con la agente. Era un desmesurado sufrimiento.
Cuando Natty por fin pudo descansar sobre un colchón digno, con el estómago lo más lleno posible, medicamentos que la ayudaban y una suave bata; Lisa se permitió salir de la habitación. No sin antes besar la frente de la omega de cabello negro, quien ahora limpia y tranquila lucía mucho más joven de lo que en realidad era.
Corrió a su oficina, sofocada por tantas feromonas. Allí dentro se dejó caer, solo un poco, cosa de vaciar su interior de tanta carga negativa para poder continuar en pie. Sabía que esa noche no dormiría, y tal vez tampoco lo haría las siguientes.
Estaba en medio de un llanto desolador cuando la puerta se abrió. Por ella ingresó Rosé, igual de ojerosa y afectada que ella. La alfa enseguida se alarmó al verla en tan mal estado y luego de pedir permiso con la mirada, la estrechó con fuerza entre sus brazos.
—Hiciste un buen trabajo... —le reconoció con la mejilla presionada sobre su cabello.
Rosé sintió un leve aroma dulce emanar de su compañera, era atrayente y suave, pero lo adjudicó a qué Lisa había estado rodeada de omegas por demasiado tiempo.
—Me siento tan mal por ellos, sufrieron tanto y nosotros tardamos aún más en encontrarlos... —Lisa se aferró a Rosé, su aroma la tranquilizaba un poco y ayudaba a que el llanto no continuara expandiéndose.
—Hicimos lo que pudimos, casi no teníamos pistas, pero aún así nos esforzamos por encontrarlas, tú más que nadie. Puedes sentirte mal, obvio que sí, pero no dejes que eso afecte tu desempeño y reconocimiento. Te necesitan, Lis.
Lisa asintió ante eso. Rosé tenía razón, no podía dejarlos ahora. Todavía faltaba un camino largo por recorrer.
Se separó a duras penas. Sintió un suave aroma y cuando cayó en cuentas que era ella se alarmó. Agradeciéndole pero argumentando que necesitaba un momento a solas, sacó a Rosé de su oficina y rápidamente tomó la dosis necesaria.
Alguien llamó a su puerta. El trabajo debía continuar.
¡Gracias por leer!
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