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One

Quizás fue un error.

Quizás fue un error seguir oculta en Rusia cuando sabía de antemano que era justo ahí donde la buscarían hasta por debajo de las piedras, inclusive en las calles nevadas al otro lado de ese país con tal de encontrarla.

Quizás fue un error estar en un pequeño motel alejado de las carreteras y de las zonas donde transitan las personas, ¿Pero cuál es la diferencia entre esas personas, y las que le causaron daño?

Esa pregunta rondaba por su cabeza desde que logró salir de aquella prisión, y aún la sigue haciendo cuando ahora estaba apoyada en el pequeño balcón de la habitación fumando un cigarrillo; con dos shots de vodka a su lado y con la mirada puesta en el cielo, donde se veían claramente las estrellas brillar mientras que las escasas nubes se iban perdiendo entre la negrura de la noche del 4 de agosto, cuando ni siquiera había algún vagabundo paseando por la zona.

El viento frío chocaba contra todo su cuerpo, con solamente cubriéndose con una camisa larga color crema y su ropa interior inferior, llevando su cabello rubio suelto como raras veces y dejando que se meciera con el aire, soltando el humo que inhaló de su cigarro y observando como se desvanecía rápidamente.

Cerró sus párpados por unos milisegundos, que para ella fueron suficientes como para lograr encontrar un poco de la paz y tranquilidad que había perdido hacía ya mucho tiempo; perdiendo gran parte de su vida como ser humano.

Cuando en realidad, ya no sabía si era un ser humano.

Las risas de varios hombres de hicieron escuchar, junto con algunos gritos de pelea y armas siendo disparadas a solo una calle de ese motel. Pero no era raro escuchar algún tiroteo o alguna sobredosis en Rusia cuando se escuchaban a diario. Verdaderamente la política era una mierda.

Al repetir la acción de volver a calar de su cigarrillo hizo oídos sordos a los tiroteos, como siempre lo había hecho desde que salió de aquel lugar donde había crecido.
Y hubiera seguido ignorándolo, si no fuera porque el grito de una chica se hizo escuchar seguido de varios disparos.

Y luego, solo el silencio.

Maldijo un par de veces antes de tirar su cigarrillo y exhaló el aire contenido, entrando a la habitación sin prestarle atención al mapa de toda Rusia y Estados Unidos, colocándose rápidamente unos pantalones que había tirado y recogiendo su cabello en un moño desordenado; tomando de último su arma junto con sus respectivas balas y las llaves de su habitación, saliendo como si una manada de dinosaurios la estuviera persiguiendo.

Le hizo una leve seña al portero, cruzando la puerta de entrada y comenzando a trotar por dónde venía aquél tiroteo.
Cargó el arma, comenzando a disminuir el paso esquivando algunas botellas de licor y de basura tirada por el suelo, empezando a escuchar pequeños gemidos provenientes de una mujer. La misma mujer que había escuchado gritar.

Apuntó al callejón, no viendo nada sospechoso aparte de los cuerpos de cuatro hombres tirados en el suelo con charcos de sangre cerca del estómago y la cabeza, y se vió obligada a bajar la guardia por unos segundos.
Observó el panorama, deteniéndose en un contenedor de basura que se encontraba a escasos metros de distancia. Dónde reposaba una chica.

Su respiración era agitada y su largo cabello anaranjado rojizo estaba pegado a su frente y a su cuello por todo el sudor acumulado mientras que una de sus manos hacía presión con la poca fuerza que le quedaba en la zona del estómago, donde la sangre se hacía cada vez más visible manchando toda su palma y el suelo, incluyendo su camisa.

Su otra mano agarró un arma, tratando de buscar a la figura femenina de cabello rubio que parecía verla desde las sombras, y era casi imposible buscarla con la mirada contando que su vista se distorsionaba y se ponía borrosa al igual que la herida empeoraba y la sangre bajaba cada vez más, comenzando a desangrarse.

Cada respiración contaba, cada vez que trataba de inhalar aire por la boca todo su cuerpo parecía rechazarlo y hacía doler todo su abdomen, comenzando a dificultarle el movimiento.

Ya no pudo más, la respiración fue bajando y lo último que alcanzó a ver fue un par de ojos marrones verdosos mirarla con atención antes de sumergirse en un sueño del cual seguramente no volvería a despertar.



Los rayos de sol atravesaban la ventana y parte del balcón, chocando contra la cama y por ende obligándola a abrir sus ojos.
Su mirada café recorrió la habitación en silencio, intentando recordar algo que le diga el cómo llegó hasta ahí.
Soltó un pequeño gemido de dolor, y tan rápido como lo sintió buscó la zona afectada.
Recordaba haber sido atravesada por una bala, pero en ningún momento recordó sacársela y venderse la mitad del torso que le cubría hasta los pechos.

Desesperada y en el fondo aterrada de que la hallan encontrado buscó en la mesa de noche, viendo un pequeño envase con la bala extraída de su cuerpo junto con pinzas, algodones y alcohol que incluso estaban manchados por el líquido espeso y caliente color carmesí proveniente de ella.

Excluyendo que al lado de todo eso había un arma.

Su instinto de superviviente fue lanzarse a agarrar el arma y revisar si tenía balas, y para su alegría todo el cartucho estaba lleno.
Pero la felicidad no duró mucho tiempo, cuando una puerta se escuchó abrirse prácticamente a su lado.

Tomó su camisa, la cual estaba limpia y cosida, cargando el arma y ocultándose.
Por la forma de sus pasos percibió que se trataba de una mujer, su andar ligero y con sus botas entaconadas resonando por el piso de madera oscura no ayudaron mucho a saberlo.

La rubia suspiró al ver la cama vacía, sabiendo que la chica que salvó no se levantaría de buenas pidiéndole gracias a Dios por estar viva.
¡No! Ahora estaba detrás de ella con una pistola apuntándole a la cabeza.

—Podemos hablar sobre esto—dijo levantando los brazos, sin hacer contacto visual—Solo baja el arma y hablemos.

—¿Por qué me salvaste?—preguntó directo al grano, y a la de ojos marrones verdosos le pareció...frío pero rara vez dulce su tono de voz.

—Estabas en el suelo sangrando, casi morías y no tuve elección.

—¿Dónde estoy?

—En un motel cerca de donde saliste herida.

Con cada palabra la rubia se giraba lentamente, buscando un momento de descuido para quitarle el arma de entre sus manos.

La de cabello anaranjado rojizo vió como terminaba de darse la vuelta, y ambas se miraron a los ojos.
Ninguna quizo apartar la mirada, y a la rubia se olvidó por completo el plan para arrebatarle la pistola.
Sus respiraciones eran desiguales, una con el corazón en la garganta y la otra latiéndole desenfrenadamente, seguramente por la adrenalina acumulada.

La de ojos café, aún a la defensiva, bajó lentamente la pistola sin despegar sus ojos de la contraria, al parecer ninguna quería hacerlo.
Se pasó una de sus manos por toda su melena, la rubia viendo cada movimiento con excesiva atención.

—¿Cómo se que puedo confiar en ti?—su pregunta hizo que suspirara, aunque para ella era muy obvio.

—Casi morías y yo te salvé la vida, eso debe valer algo.

Asintió, tirando el arma en la cama cruzando sus brazos por sobre su pecho, sin tocar la zona herida.

—Mi nombre es Yelena Belova, ¿Y el tuyo?...

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