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OO3. Again the boy

El siguiente fin de semana Jimin volvió al lugar donde había visto al rubio bonito con quien se había besado.

Estaba nervioso, incluso se había arreglado más que de costumbre, esa vez, el iba solo, y eso también le daba algo de miedo.

Cuando entró al lugar, la música opacó cualquier ruido fuera, se deslizó entre los cuerpo sudorosos de los que bailaban ahí, el ambiente lo ponía menos tenso de lo que pensó que estaría.

Suspirando al no ver al rubio bonito, Jimin se decidió por bailar, la música ahora era un poco más intensa y empezaba a tener sed, casi se retira a la zona de bebidas de no ser por una manos que se posaron en su cintura.

— Pensé que no vendrías —la voz le susurró en su oído enviando corrientes satisfactorias por todo su cuerpo, Jimin sonrió de vuelta al ahora pelinegro— te ves hermoso.

— Yo siempre soy hermoso.—dijo alzando la ceja, la mirada del otro siguiendo su movimiento.

— No lo dudo —respondió con una risa suave— ¿Bailamos?

— Claro.

Sus cuerpos se acercaban en busca de contactos, cuando sus zonas bajas se rozaban, Jimin podía percibir la primera diferencia, nada desagradable, en realidad, le gustaba más.

El ahora pelinegro era centímetros más alto que Jimin, tenía que ver hacia arriba para contemplarlo mejor.

Sus rasgos finos y atractivos estaban ahí, los labios delgados y pintados de rojo natural.

Sus ojos con ese brillo llamativo que había notado cuando se separaron del primer beso.

Se rozaban con insistencia, sus pechos chocaban, la saliva pasaba con dificultad por la garganta de Jimin.

Sus respiraciones comenzaban a chocar de nuevo, era como un hechizo que tenía a Jimin sin poder despegar la mirada.

Su suave piel, o todo del otro no lo conocía como persona, pero físicamente era perfecto.

Sus labios volvieron a encontrase como la primera vez, sin alcohol de por medio, Jimin pudo sentir mejor los labios, las sensaciones que le provocaba, estaban en un lugar público, dos hombres besándose.

Era un lugar para disfrutar y eso era lo que hacía.

Sonrió para sus adentros, el cabello del otro era suave, sedoso. El pelinegro bonito era un hombre que ponía en duda muchas cosas sobre su persona.

Como las manos ajenas bajaron de su cintura a su trasero apretando con algo de fuerza, y sus manos tocaban cuanto podían.

El aire se hizo necesario de nuevo, tan molesto como siempre, ambos tuvieron que separarse.

No sabía su nombre, en realidad, no le importaba mucho en ese instante.

Como él fruto prohibido, Jimin parecía haber caído hechizado bajo el elixir del pecado...

Pero si el pecado era personificado por ese hombre, no tenía ningún problema con ir al infierno.

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