Treinta y nueve
Fred estaba sentado en las bancas fuera del local, miraba la pantalla de su celular.
— Oye tú. — el azabache levantó la visita encontrándose con el castaño; — Te dañaras el cerebro por tanto usar esa cosa, y tan de cerca.
Sonrió; — Gracias por hacérmelo saber.
— Igual ya estás un poco dañado, ¿no? — fue Freddy quien rió ahora, cosa que hizo enternecer al pálido.
— Calmate, escritor. Que escribas mejor que yo no significa que puedas llamarme "dañado".
— Tienes razón.
Fred se levantó, extendió su mano, Freddy la tomo y entraron al local.
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