Noventa y nueve
Al no escuchar ruido decidió abrir los ojos, limpió las lágrimas que colgaban de sus pestañas, respiró hondo y entrecortado.
Seguía buscando aire.
Lo que encontró fue lo siguiente; su madre, con lágrimas corriendo a más no poder por sus mejillas, no sabía sí era porqué tenía los ojos tan abiertos, o sí algo de lo que él le había dicho la había lastimado.
— Freddy... — Se le quebró la voz, cayó al suelo y lloró.
Lloró más que Freddy, era dolor lo que caía por su rostro y se le acumulaba en las palmas abiertas de las manos.
El castaño estaba inmóvil, no podía moverse, sentía que sí movía aunque un fuera músculo, se quebraría en miles de pedazitos que ni él ni su madre podrían recoger.
— Yo no te odio hijo mío... — susurró la mujer —, Te amo tanto y lo lamento....
Sally lloraba tan desconsoladamente, sin saber que Freddy ya se había roto en miles de pedazitos.
— Mamá...
Se miraron al mismo tiempo.
Están ahí, derramándose a sí mismos en lágrimas silenciosas. De dolor.
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