Capítulo Uno - Comencemos...
Museo Smithsonian, Washington D.C.
Viernes 24 de Agosto, 2:45 a.m.
Lancé un suspiro. ¿Es que estos guardias nunca iban al baño o algo? Hum, hace frío en la azotea. Debí haber traído una chaqueta. Okay, eso probablemente sonó extraño para ustedes. Debería ubicarlos en tiempo y espacio. La situación es la siguiente: actualmente, estoy agazapada en el techo de la división de Arte Moderno del Museo Smithsoniano, entre una escalera y unos barriles oxidados, vestida completamente de negro, e intentando calentarme los dedos. Verán, los guantes con los dedos cortados serán bonitos, y útiles para robar obras de arte, pero no calientan mucho. ¿Robar? Ah, sí. Por eso estoy en la azotea.
Mi nombre es Samantha Jordan y soy una ladrona profesional. Mi madre murió cuando yo nací, y poco tiempo después mi padre le siguió. Así que me llevaron a un orfanato. Pero no era muy divertido. Me aburro con mucha facilidad, cabe destacar. Al parecer era una pequeña muy revoltosa. Me escapé a los pocos días, dándome cuenta de que tenía una habilidad especial para escabullirme y pasar desapercibida. Comencé a robar cosas pequeñas para sobrevivir, cosas que la gente no fuera a echar MUCHO de menos: una billetera, un sándwich, un pastelito, y varios etcéteras.
Claro que luego cobré interés por objetos más considerables. Me crié en las calles, así que conozco a toda la parte baja de la sociedad de Brooklyn. Se dónde vender, qué, y a quién. Al principio vivía en el altillo de una biblioteca, nadie iba allí. Gracias a eso no soy una analfabeta. Eventualmente, un amigo me hizo unas identificaciones falsas y documentos, y comencé a rentar un departamento.
Ahora mismo estoy intentando apoderarme de un cuadro bastante conocido. Luego pienso venderlo al mejor postor.
¡Al fin! El tipo que estaba de guardia en la garita se va, y sé que tengo un espacio de dos minutos para entrar y salir. Pan comido, para mí, al menos. Acomodo mi pistola en su lugar, junto a mi cadera, y un par de cuchillos en las botas. No pienso encontrarme con nadie, pero más vale prevenir que curar. Localizo el panel suelto de techo que romí la semana pasada, justo sobre la sala de la pintura. Sujeto un gancho a la superficie y me deslizo hacia abajo.
Ahora, no se vayan a pensar que esto es como en las películas. No hay rayos láser cruzando la habitación, ni me tengo que deslizar como si fuera una lombriz bailando mambo. Lo que si hay, es indicadores de presión detrás de los cuadros, y alarmas conectadas a ellos. Pero tengo un plan. Espero que funcione, porque si no, que pena por los tipos que vengan a buscarme. Ahora, no sé si lo sabían, pero soy bastante querida en la comunidad de rufianes. Posiblemente porque no trabajo para nadie, solo para mi misma, y por eso no traiciono a nadie. Y porque al estar entre ellos desde los seis, me gane un lugar en los corazones de todos, y digamos que cada uno aporto su sabiduría criminal a mi entrenamiento. Soy una mezcla bastante letal de todos los tipos de violencia que conozcas.
Traje dos indicadores de presión propios, de mi creación. Los conecto a los que ya están, rogando no tocar ninguno de los cables que van con la alarma. Justo cuando los activo, les coloco encima una barra de hierro del mismo peso del cuadro. Ahora tenemos el doble de peso sobre las almohadillas. Sonrió, y quito el cuadro. Ahora los indicadores del museo captan un peso que es igual al del cuadro y lo transmiten normalmente, mientras que los míos no captan nada, pero no importa porque no tienen ninguna alarma conectada. ¿Ven lo que acabo de hacer? No hagan esto en sus casas, niños.
Me retiro suavemente, y vuelvo a subir a la azotea antes de quedarme sin tiempo. Eso fue fácil. Demasiado fácil, pienso, frunciendo el ceño.
Y todo cobra sentido cuando, al asomarme desde el borde del techo, encuentro el edificio rodeado de autos y camionetas negros, gente en trajes apuntándome, con sus linternas y sus armas, y hasta un helicóptero. Wow, soy tan importante que me trajeron un helicóptero. Tomen eso, Bonnie y Clyde.
Sonrío hacia un costado, exasperada. Cualquiera sea la jurisdicción de estos tipos, y la cárcel a la que quieran enviar, no pasara. Siempre me escabullo antes. Claro, luego de tener un poco de diversión con los pobres bastardos.
Aunque a decir verdad, no reconozco el logo de la agencia cuyo helicóptero aterriza a mi lado. Ahora, es un helicóptero GENIAL. En serio, esta cool. Me voy a comprar uno con las ganancias del próximo robo. El emblema es una cosa parecida a un águila con las siglas S.H.I.E.L.D. debajo. Sutil, muchachos, bien.
Mi sonrisa abarca la mitad de mi cara cuando veo a uno de los hombres que bajan del helicóptero, un calvo moreno que tiene, y no estoy mintiendo, ¡un parche! En serio, ¿quieren darme un mejor blanco para mis bromas? Junto a él se hallan un hombre de traje y una mujer joven en lo que parece un uniforme enterizo ajustado de algún tipo.
-¿Puedo ayudarles en algo?- grito por sobre el estruendo- La convención de camionetas negras es para el otro lado. Verá, toma esa calle y sigue un par de cuadras...
-Creo que tienes algo que no te pertenece por ahí.- Me corta el hombre del parche, de voz grave.
-Eso fue grosero. Me interrumpiste. Y en serio no creo que tengas algo mejor que hacer con tu tiempo que escuchar mi hermosa voz.
-Déjate de tonterías, y entrégate. Tengo asuntos más importantes.
-¿En serio? ¿Y cuántos helicópteros mandan para esos asuntos? No, señor, me parece que soy bastante importante para ustedes si tanta gente vino a buscarme. Pero verá, realmente me gusta este cuadro. Y no creo que a ustedes les haga mucha falta. Así que, con eso aclarado, buenas noches. Me retiro, damas y caballeros.- Doy un paso hacia atrás y caigo, aún sujetada por el arnés. Me suelto y caigo de cuclillas, de nuevo en el interior del museo. Comienzo a correr, con el cuadro debajo del brazo y mi Glock en la mano.
Mierda, pienso. Estos tipos me están cerrando la salida. Comienzo a dirigirme al centro del museo, con una idea formándose en mi mente. Los agentes de pacotilla me salen al paso a izquierda y derecha, y sé que no intentan matarme. Ni siquiera me disparan. Así que me quieren viva, y en buen estado físico, porque si no me apuntarían a las piernas. No, estos tipos están intentando llegar a mí. Seguro quieren noquearme en combate cuerpo a cuerpo. Como si pudieran.
Finalmente llego a la sala central, donde sobre una imponente fuente se alza un impresionante tragaluz. Me apresuro a trepar la fuente y llego a la cima en pocos segundos. Cuando los agentes llegan a la puerta de la sala me detengo.
-¡Alto!- Grito. - Un paso más, y dejo caer el cuadro en el agua. Ya no valdrá tanto entonces, ¿no?
Todos vacilan. Pero el hombre del parche aún parece confiado. Que estúpido, a decir verdad.
Disparo un par de veces al vidrio sobre mí, cubriéndome bien, y luego suelto uno de los ganchos de mi cadera y lo sujeto bien al borde.
-Un placer hacer negocios con ustedes.-Me despido, y activo el dispositivo del gancho que me eleva, una vez más, hasta el techo. Otro aparato de mi invención, muy útil para huidas rápidas.
Al llegar a la azotea, trepo, intentando no cortarme las manos con los fragmentos de vidrio restantes y siento el aire en la cara, escuchando el alboroto de abajo. Me paro, me sacudo un poco, y me acomodo los guantes antes de escuchar una voz masculina detrás de mí.
-¿Nunca te dijeron que robar es de mala educación?
Me doy vuelta y veo a este tipo vestido de uniforme con rayas rojas y blancas, pechera y pantalones azules y una gran estrella blancas en el pecho. ¿Quién es, la bandera de los Estados Unidos? Pongo los ojos en blanco, y suelto una carcajada que no soy capaz de contener.
Sus ojos azules ahora tienen un tinte de confusión.
-Es que...-comienzo, como puedo entre las risas- hay solo una cosa que no entiendo...-lanzo otra carcajada- ¿Qué hay con las botas rojas? ¿Quién eres, Dorothy, del Mago de Oz? Anda, golpéalas tres veces y di: "No hay lugar como el hogar", que quiero ver que pasa.
Puedo ver como su rostro se endurece.
-¿Por qué siempre me toca perseguir a los charlatanes? Tan solo dame el cuadro y déjame ponerte las esposas para que pueda irme temprano, ¿si?
-¿Ponerme las esposas? ¿Ni siquiera una película o una cena primero? Eso es bastante rudo, señor...Discúlpame, ¿tu nombre es?
-Rogers, Steve Rogers. - Puedo ver algo de sorpresa en su mirada cuando ve que no lo reconozco- Aunque quizás hayas oído nombrarme como Capitán América.
¡Ah! ¡Asi que es ese tipo! Bueno, no tiene buena fama entre los rufianes, eso seguro. Es el perfecto superhéroe, por lo que escuche. Ya sabes, la clase que regala cachorritos a los niños del barrio y les advierte que se cepillen los dientes cuatro veces al día. Mientras que nosotros, por otra parte...señora, no deje que sus hijos se nos acerquen...
Aunque lo reconozco, quiero molestarlo un poco más. Me rasco la barbilla, fingiendo pensar y luego suelto un:
-Hmm...Capitán América...La verdad es que no. No, para nada. ¡Ah! ¿Eres es el que...no, ese no eres tú. A menos que tengas algo que ver en el contrabando de cabras. ¿Contrabandeas cabras, esa es tu cosa, Rogers? No es algo muy impresionante, aunque si quieres, tengo unos contactos por Polonia que te harían un buen precio por unas cuantas Capras aegagrus hircus...
-Estas comenzando a cansarme...En serio, ríndete de una vez, o me veré obligado a...mira, no me gusta pelear contra chicas, ¿si? Hazme esto fácil.
-Pues discúlpame, pero si hay algo que no soy es fácil. Ahora, si me disculpas, tengo hambre. Estoy pensando en spaghettis...
Me doy vuelta y comienzo a tomar carrera para saltar del techo. Pero antes de que pueda impulsarme, un objeto plano y duro me golpea en la nuca, y todo se pone borroso. Dorothy se para frente a mí con lo que parece ser un escudo en sus manos mientras por detrás de él comienza a llegar el helicóptero. Maldito helicóptero. Maldito S.H.I.E.L.D. MALDITO CAPITÁN AMÉRICA.
-Te dije que te rindieras antes de que te hiciera daño. -Me dice, con un tono de voz que me deja claro que esta sonriendo.
-Oh, vete a la mierda, Capitán Botitas- logro articular antes de desmayarme y que todo se vuelva por completo negro.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro