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𝒞𝒶𝓅í𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟩

Me alejé de la orilla tan pronto como mis ojos le vieron y mis oídos le oyeron. Un vacío surgió dentro de mi estómago dirigiendo mi vista hacia mis guardias, señalando la zona con ansiedad y rapidez.

—¡Hay alguien ahí!

Mis dos guardias no dudaron en colocarse delante de su princesa al mismo tiempo que un estruendoso sonido nos perturbó, pues de la nada, una parte del puente estalló. De manera instintiva, mis guardias me resguardaron, al tiempo que me exclamaron que corriera. Esa fue la primera vez que los escuché hablarme, aunque sus palabras fueron las mismas una y otra vez: corra, corra, corra.

No les cuestioné la orden. Mis faldas se levantaron y con dificultad avancé lo más rápido que pude, sin embargo, para cuando estábamos a nada de llegar al final del puente con los gritos de Damián y el general retumbando, una fila de bombas preparadas rudimentalmente, cayeron en línea con intención de que no atravesemos el camino. Ante las violentas llamas elevándose desde el suelo del puente hasta nuestros rostros. Uno de mis guardias me cubrió cual si fuera una manta sobre mí.

Ambos caímos tan pronto como la fuerza de la explosión nos arrastró centímetros más allá de la agresión. Tras levantar la mirada, observé que era tarde, pues aquel guardia que me envolvió estaba muerto, siendo que un par de flechas se clavaron en su espalda.

Aquel joven del cual ni siquiera me digné a preguntar su nombre había dado su vida para salvarme. No era ajena a la muerte, pero jamás en mi vida vi a alguien perderla, por lo que pasmada, me conserve a su lado en el suelo hasta que mi otro guardia restante me sujetó de la cintura para reincorporarme.

—Corra, princesa —gritó aterrado.

No lo comprendía. El puente ya debía de haberse caído por las explosiones, sin embargo, no es hasta que nos acercamos a la orilla que logré visualizar del porqué no lo estaba. Y es que una parte del puente era sostenido por Damián y otros fuertes que se encontraban, colocando toda su fuerza posible en el cableado y cimientos para detener el decaimiento de la estructura, aunque aún con ello el puente se estaba inclinando de modo que se convirtió una subida pesada para mí y mi guardia que debimos emprender, aunque en muy poco el puente caería.

No supe cómo, pero sin esperar su presencia, el seguidor que vi debajo del puente apareció, portando una daga muy larga que parecía más un hacha. Me habría apuñalado si no fuera que mi guardia se colocó al frente lanzándome ligeramente hacia atrás para luchar por mí en lo que yo subía, sin embargo, ya había perdido un escolta y no pensaba enviar a otro a su muerte.

—¡Suba ya! —escuché la feroz voz de Damián a lo lejos, sabiendo que ya no podrían sostener más los extremos del puente. Las piernas me temblaban y los latidos de mi corazón podía sentirlos en la garganta.

—No —susurré regresando con mi guardia para tomar la daga del otro guardia que ya había caído por la explosión con anterioridad. Respiré y apunté.

"Eres fuerte. Tú puedes" me dije justo en el momento que vi a aquel descuidado hombre sonreír con locura sin sus pares de dientes frontales decidido a apuñalar a mi guardia, sin embargo, mi daga es más veloz, clavándose justo en su espalda, cayendo al agua.

Mi real no pensó más en aquel seguidor. Se levantó y tomó de mi mano para primero ascender al puente y así ayudarme, pues yo todavía me encontraba en cierto trance por el suceso. Me ofreció su mano, sin embargo, cuando mi pie se sostuvo en una varilla fuimos atacados de nuevo con una onda de fuego cruzado en la otra parte de los cimientos que aún estaba firme, causando que me soltara la mano y cayera de sentón con un ardor en mi pierna.

Tan pronto como descarté el dolor, me levanté sosteniéndome de la varilla más cercana que conseguí ver, aunque mi pesado vestido se atoró en ella, y pesé que jalé de él, no conseguí deshacer el amarre imposibilitando mi ascenso.

El muelle estaba por caer. Podía escuchar su estructura quebrajarse a cada segundo. El puente se inclinaba cada vez más, faltando solo un metro para que el último pedazo se cayera.

—Ya no puedo más —me dije jadiando con mis brazos temblando.

Estaba a punto de rendirme cuando entonces una mano sostuvo mi antebrazo firme y conciso.

—Te tengo —espetó la voz, llevándome a él y de ese modo, ascender.

Con cansancio, me tiré al suelo y me recosté sobre lo poco que había quedado del puente, respirando tan fuerte que sentí mí garganta arder.

—Es bueno... volver a verte, Ron —jadee, escuchando sus jadeos iguales a los míos.

—Lo mismo digo, Ofi.

Ambos compartimos una sonrisa cansada, aunque él yacía de rodillas mientras yo me mantuve recostada. Es entonces, un rostro se acercó. La mitad de la cara de mi guardia seguidor estaba con cortes y llena de hollín por las explosiones.

—Perdóneme, Su Alteza —decía una y otra vez para mí—. No quería soltarla —no dejó de disculparse—. Salvó mi vida y yo... no pude hacer lo mismo.

Aún en el suelo y sentada, le espeté a mi guardia que estaba bien, pero entonces apareció Damián separando a mi guardia y a Rolan de mí. Todo yacía controlado aparentemente, pese que el desastre era claro. Para mi sorpresa, me tomó de los hombros con suavidad para levantarme, sin embargo, no pude mantenerme de pie por completo.

—¡Auch! —me quejé de inmediato dándome cuenta de que poseía una herida en la pantorrilla derecha que sangraba demasiado—. Recuérdeme no llevar estúpidos vestidos la próxima vez.

—¡No abra próxima vez, princesa! —habló fuertemente el general Octavius—. ¿Esta consiente de lo que sucedió aquí? Como se atreve a arriesgar su vida de ese modo por un insignificante real. Su padre se enterará de esto, créame.

—¡Cállese! —le regresé en el mismo tono de furia por sus palabras, mientras lo miraba y elevada la mano en su cara—. Ninguna vida es insignificante, general Octavius y todo ser ya sea en esta o la otra nación, merece la oportunidad de ser salvado. Así que ahora, hágase un lado y déjeme pasar —él obedeció sin más.

Creí haber usado mi habilidad mental de nuevo, aunque para ser sincera no había vuelto a tener éxito desde lo de Tadeo Crampos, sin embargo, esa vez fue distinto, siendo que no me encontraba enfadada, sino decepcionada.

Requerí de diez puntadas para suturar mi herida. Nunca había sido herida físicamente de esa magnitud, pese mis fracturas ganadas en la infancia. Fue abrumador e inexplicable el dolor que sentí, aunque cuando los sedantes invadieron mi sangre, todo estuvo mucho mejor. Para cuando me encontraba sola en una camilla de la zona, llegó Damián. Su rostro apacible como siempre  dejaba entre ver un mal humor permanente, aunque nunca se sabía con él.

—El transporte está listo, la llevara al palacio —yo solo asenté, pero como era de esperar, no pudo contenerse más para gritonearme—. Por qué no pudo quedarse a mi lado. Creí habérselo dicho durante nuestro traslado o ¿no?

—Solo fueron unos metros, señor Damián —me defendí—. Además, usted es el que debería permanecer a mi lado no yo al suyo —Damián comenzó a reír con ironía, no creyendo lo que le estaba diciendo.

—¿Es que aún no lo entiende? Esto no se trata de usted solamente —dio un paso más hacia la camilla—. Más allá de usted existen personas, pero eso no le importa o ¿sí?

Sus palabras retumbaron en mi cabeza, ya que de alguna forma tenía razón. Mi guardia seguidor había muerto para salvar mi vida, mientras que el otro estaba dispuesto a perder por igual en el intento. Miré a Damián, el cual portaba rasguños en su rostro y antebrazos por el esfuerzo que hizo para sostener el puente y yo poder subir junto con otros soldados (fuertes y seguidores), que habían sido lastimados queriéndome proteger, mientras yo era una niña berrinchuda que lloraba porque le habían roto su puentecito.

Sentí vergüenza de mí ante tal pensamiento, pero lo cierto es que ni siquiera fui valiente para decir lo siento aquel día. Solo pude hundirme dentro de mis apenados pensamientos bajando la mirada mientras planchaba la sábana con mis manos.

En tan solo segundos Damián Marven me había escupido en la cara con palabras muy ciertas. En ese momento me sentí tan patética tonta y desalmada, siendo que aquel fuerte tiró mis sentimientos a la basura. Ganó sin siquiera tocarme.

Durante mi regreso pasé todo mi viaje mirando el paisaje y cuestionándome cuanto realmente sabia de esas personas. Mis pensamientos cesaron tras llegar al palacio y esperar ver a mi padre, pero para variar no estaba. Solo un par de semanas se portó como el padre que desee que volviera a ser, aunque me encontré a Magnolia, que con un grito muy sonoro y chillón, causó que sonriera haciéndome olvidar por un segundo mi pesar.

—¿Pero qué te pasó mi niña?

—Una larga y dolorosa historia.

Debí pasar cuatro días en mi habitación por mi herida en la pierna. Al menos aquello había evitado mis clases con Magnolia y el señor Constantino, aunque ella venía a visitarme cada mañana y tarde como tía Gladiola. Mi padre solo fue la noche de mi regreso, ya que debía ir fuera de La Capital unos cuantos días. Me llevó un pastelillo oscuro como todas esas veces que visitaba la enfermería cuando yo era niña y eso pareció reconfortarme. Aprecié el gesto.

—Ana.

—Si princesa.

—Tú vives aquí ¿cierto?

—Así es, Su Alteza.

—¿Sola? —pregunté de pronto después de tantos ciclos de compartir nuestras mañanas. Ese día llevaba mi desayuno a la cama. Era increíble que después de tantos ciclos no me diera un tiempo de conocerla, pero ahora que tenía días de ocio y me pareció correcto saber más de ella.

—Así es princesa. Trabajo aquí desde que tengo quince.

Si, recordaba cuando mi madre la puso en mi servició. Yo poseía trece en ese entonces.

—Y... ¿tienes familia?

—Si —respondió mientras terminaba de acomodar la charola sobre mis piernas—. Tengo cuatro hermanos más.

—¿Cuatro? —dije imaginando el tamaño de su familia, considerando que pensé que era huérfana. Ana era la tercera. Poseía dos hermanos más pequeños que ella y otros dos más grandes que residían en su natal gobierno Lorde dentro de los campos de Pixon.

Para cuando el quinto día arribó, mi semblante mejoró, por lo que decidí salir de la habitación. Esperaba ver a mi guardia fuera de la puerta, sin embargo, no estaba ¿Acaso, me habían castigado y ahora ya no tendría guardias? O ¿Siquiera alguien le lloró a ese ser que dio su vida por mí? No llegué a saberlo, aunque al menos yo si lo hice un par de horas el primer día de arribo hasta quedarme dormida despertando con la nostalgia de su pérdida.

Ana había sacado para mí un vestido color crema y vaporoso sin tantos detalles acorde a la temporada primaveral que llevaba semanas iniciada para de ese modo, no tener que arrastrar las pesadas telas de los vestidos con mi vendaje recién colocado. Me direccioné a las cocinas con esperanza de encontrar a Damián, aunque no fue necesario pues lo vi en la sala común leyendo el diario capitalino.

—¿Dónde está mi guardia?

—Buenos días, princesa Tamos —dijo con sarcasmo enojándome más.

—¿En dónde está mi guardia? —volví a repetir enfatizando cada palabra. Él no era exactamente mi persona favorita en esos momentos, siendo que recordaba todavía el regaño otorgado días atrás.

—Creí que no los soportaba.

—¡Dónde está!

—Tranquilícese, Su Alteza -se levantó del sillón dejando el diario sobre la mesita—. Solo están en su entrenamiento.

—¿Están? —una duda se coló en mí.

—Si, él y su nuevo real -mis ojos y mi temperamento se tranquilizaron a un cincuenta por ciento—. Ambos vendrán pronto. Es solo que creí que tomaría otro día más de descanso.

—Pues ya ve que no es así.

—En ese caso, su herida está... ¿mejor?

—No, sorprendentemente duele más que el día que me la hice.

—¿Por qué está aquí, entonces?

—Eso no le incumbe —eso pintaba para ser otra de las muchas peleas que nos esperaban, pero fue interrumpida por Magnolia.

—Por toda mi fuerza Ofelia, modales.

Me encontraba realmente molesta de nuevo, pero como era de costumbre, callé y me di la vuelta dándole la espalda a ambos para irme. Caminé hasta el pasillo únicamente para colisionar con alguien. Él tomó mis hombros y para cuando eleve la mirada, me encontré de nuevo con esos grises ojos profundos y sonrisa encantadora.

—¿Ron?

—Ofi —lo miré un par de segundos sin creerlo, escuchando otra voz detrás de él.

—Su Alteza —era mi guardia real.

—Princesa Tamos, por favor regrese —Damián apareció haciendo girar mi cuello.

—Sí, soy todas ellas —Rolan río un poco mientras yo no supe a quién debía mirar, pues jamás tuve tanta atención, mucho menos de hombres. Sin embargo, me decidí a mirar a Damián ya que exclamó lo que sospechaba.

—Me parece que ya ha conocido a su nuevo guardia, Rolan Real —sentí un nudo en la garganta.

Era lógico en realidad, contemplando que Damián debió ver cómo él me salvó en Marina, asumiendo que sería un buen guardia para protegerme. Entonces Ron se inclinó.

—Será un placer entregar mi vida y devoción a usted, princesa.

Sus ojos que se encontraron con los míos. Estaba rotundamente feliz, aunque mi rostro dijera todo lo contrario por el pánico de tenerlo ahora todo el tiempo a mi lado.

—Honrada de tal valor suyo guardia Rolan. Y usted, creo que me debe su nombre, soldado —intenté enfocarme en algo más que no fuera la mirada de mi amigo que provocaba que me sonrojará.

—Agustín Real, princesa —espetó en cuanto observé que apenas debía tener tres o cuatro ciclos más que yo. Sus heridas en el rostro aun persistían.

—Y... ¿el otro soldado? —le pregunte y él supo a quién me refería.

—Francio Real, princesa —no me sorprendí que todos fueran huérfanos.

Cada seguidor de nacimiento lleva por apellido Real, siendo que su vida era entregada a la familia real, así como que hasta que no obtuvieran permiso de la corona podían casarse, dando como resultado que sus futuros hijos tuvieran el apellido de la madre, pero... ¿qué padre querría casar a su hija con alguien que no poseyera un apellido o recursos? Supongo que eso haría aún más valioso el amor de una mujer que quisiera pasar la vida con un Real de esa forma tan desinteresada.

Vagaba en esos pensamientos personales, mientras los tres presentes e incluso Magnolia que se unió, me miraron temiendo por mi salud mental ante mi divagación, sin embargo, todo es interrumpido por la voz del Rey Claudio, mi padre.

—Que linda reunión hay aquí —pausó ante la reverencia bien sincronizada de todos los presentes excepto la mía—. Hija, que alegría verte de pie.

—Lo mismo digo, padre —salió de mi boca caminando hacia él.

—Aunque veo que aún posees rastros de tu última visita —lo dijo mirándome cojear pese que intenté disimularlo. A un lado suyo, el general Octavius le acompañaba. Pude visualizarlo colocando hechos exagerados de aquel momento a mi padre, siendo que estaba claro que no le agradaba—. Supe que tuviste la suerte de acabar con un rebelde y salvar a un guardia, aunque aquello debió ser totalmente al revés ¿no lo cree así, joven Damián?

Sus ojos lo acusaban y esperaba una respuesta por parte suya, pero fui más rápida.

—Pues, de no ser por ellos hablarías con un muerto ahora, padre —espeté regresando su mirada hacia la mía—. Además no existe gloria en acabar con otra persona. Yo solo le herí después cayó al puente.

—Aunque sin duda nos hubiera servido vivo, princesa —objetó Octavius-. De ese modo, hubiéramos podido averiguar cómo es que terminamos con trece bajas y diecisiete heridos aquel día.

—¿Tantos? —soné aterrorizada. —Nadie me dijo eso —miré a Damián e incluso al general como una reprimenda por no contarlo.

—Pero eso ya no importa, hija mía. Demostraste lo que puedes hacer allá fuera y estoy segura de que lamentas todas esas vidas perdidas ¿cierto? —no me dejo responder, aunque de hecho no tenía nada que decir—. Además, se acerca el aniversario 775 del nacimiento de los fuertes y mi madre tuvo la recomendable sugerencia de que te encargues de hacer una hermosa y faustosa celebración digna de los Tamos. La señorita Magnolia también ayudará ¿no es así?

—Así se hará, Su Majestad —dijo nerviosa más que emocionada.

—Ves, será divertido -continuó con un gestos y movimiento a los presentes—. Estoy seguro de que harás un magnífico trabajo. Estas cosas por naturaleza se les dan muy bien a ustedes. Asistirán fuertes muy importante, las casas más altas de Victoria, sus gobernadores, hijas e hijos —recalcó la última palabra haciéndome saber qué era lo que quería de mí a partir de ese momento. Ya no confiaba en mí para reinar esta nación dejándola en manos del fuerte con el que me casarían. No pude evitar sentir mi estómago comprimirse.

—Sera un placer, mi rey —hable mientras mi sangre hervía en vergüenza pura. Mi padre me había reprendido y no fue gritando ni castigándome (lo cual lo hubiera preferido) sino que decidió dejarme en evidencia frente de todos.

Hacia mi izquierda, el general Octavius se burlaba de mí por ello, mientras la mirada de Magnolia quería consolarme, aunque no serviría. Dando pasos atrás e incluso olvidando el dolor de mi pierna, me giré con rapidez solo para ver que estaban ahí mis guardias.

Agustín esquivó la mirada con avidez logrando que Damián ejecutara tal acto por igual cuando le miré, pero Ron no lo hizo. Su mirada ardía más que la mía en rabia causándome que me avergonzara, pues estaba segura de que querría defenderme o protegerme como tantas veces me lo dijo, así que en esa ocasión fui yo quien retiró la mirada.

Atravesaría los pasillos en busca de aire fresco con un nudo en la garganta que temí que nunca se fuera. Mi rabia se filtraba con decepción de mí misma. Toqué la pared para sostenerme de cualquier colapso que pudiera sufrir asegurándome de no dejar que mis lágrimas siguieran cayendo por tal exhibición mía.

—Princesa Tamos

—Ahora no, señor Damián

—Yo...

—¡Cinco minutos! —me giré hacia él gritándole, pero de inmediato supe que Damián no era el culpable de aquello por lo tanto, no debía desquitarme con él. Además, Ron y Agustín estaban detrás suyo—. Solo concédeme cinco minutos ¿puedes? —lo dije tan suave y lento que él solo asentó.

Pensaba ir a la fuente o caminar por el jardín, pero en cambio vi el establo. Me dirigí hacia él y vi esos hermosos corceles aposados en el sitio. Quedaban tan pocos ejemplares en el mundo, pues la infección también les alcanzó al igual que la guerra misma extinguiéndolos casi por completo, así como cientos de especies que no tuvieron la misma suerte que ellos.

—Estas encerrado aquí. Sin nada de libertad mi querido viento —susurre acariciando su negro lomo—. Bueno, ya somos dos. Mi hermano te seguiría paseando de estar aquí —agregué recordando a Ben y lo mucho que le encantaba cabalgar en su corcel.

Todos habíamos aprendido desde muy pequeños gracias a Paolo y mi padre. Qué tiempos aquellos en los que la felicidad era algo tan constante como respirar y las responsabilidades quedaban en el olvido.

Fue entonces, que decidí ensillarlo, tomar las riendas, olvidar el dolor en mi pierna y huir del palacio.

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