𝒞𝒶𝓅í𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟦𝟧
No está solo. Eren y otros cinco soldados le acompañan, ya que los guardias más fieles de Damian se destinaron al salvaguarde del coronel Irruso quién yace a un costado de mi hermano cual escolta se tratara. Marven fue lo bastante listo para sacarlos de la prisión, mientras Agustín se encargaba de mí, pero la alerta ya estaba hecha. Una reina fuera de su celda de interrogación no pasa desapercibida, por lo que darnos prisa es esencial.
Mi pecho se alivia tan pronto como mis ojos vislumbran a mi hermano. Aquel rostro que con los pasos de los años se ha trasformado más como al de mi padre en excepción por aquellos redondos ojos y cabello castaño idéntico al de muestra madre.
El coronel debe notar la tensión entre ambos, porque observa con detenimiento a Ben para que este no intente atacarme de nuevo ahora que conoce la verdad, sin embargo, mi hermano se percata de aquella advertencia existente sobre mí. Puedo contemplar con determinación que si él permaneció con ellos no debe ser porque se siente seguro sino más bien atrapado, pues contiene sus ansias de ir nuevamente tras mí y aunque su mirada ya no es de enloquecido odio, tampoco me refleja amor perpetuo, siendo que soy capaz de observarlo en aquel par de nudillos blancos que sus manos en puños se contienen.
No sé si debo acercarme o decirle algo, pero intentaré lo que sea para traerlo a mí.
—Yo... no soy capaz de poder imaginar los pensamientos o sentimientos que todavía te rodean acerca de mí en estos momentos -levanto las manos en forma de paz, aunque de igual forma retrocede tras el mío otorgado—. No deben ser buenos supongo, pero solo tienes dos opciones ahora: o vienes conmigo, peleamos por nuestras vidas y escapamos de aquí o nos rendimos, permanecemos en este palacio y morimos juntos, pues no pienso irme. No sin ti, Ben.
Mis palabras no parecen afectarle en absoluto, puesto que su expresión continuó pétrea, aunque, en esta ocasión se dirigió en donde me encuentro y pese que su presencia y corpulencia me intimida, no retrocedo.
—Estoy aquí ¿cierto? —asegura postrando su mirada a su alrededor con desconfianza ante nuestros guardias. Por un segundo, me concentro en su larga cicatriz que se oculta en su espesa barba—. Elijo la alternativa en la que permanezco vivo, gracias. Iré con ustedes.
Me quedo sorprendida ante lo sencillo que resultó convencerlo. Tenía un buen discurso para hacerlo entrar en razón, aunque al parecer no fue necesario "Que alivio" Me giraría con una ligera sonrisa de triunfo, sin embargo, esta se desvanece tras ver que Ben tiene algo más que espetarme.
—Dale las gracias a tú General que mi mano no yazca justo en tu cuello dispuesto a quebrarlo en un solo acto, puesto que no dejó de defenderte e insistir que te escuchara antes de volver intentar acabarte y ante el inminente peligro que el permanecer bajo este sitio significa también para todos por el momento claramente esta -mira a todos con recelo antes de salir por los pasillos.
En un instante posterior mis ojos se van hacia Damián. Quisiera darle las gracias, pero aún no estoy muy convencida de su lealtad o pudiera que sea muy idiota y orgullosa para aceptarlo.
Sí, debe ser último.
Detengo mi reprimenda personal cuando Marven nos incita a movernos para cruzar los pasillos menos habitados, sin embargo, comento la existencia de uno de los tres pasadizos ocultos que contiene este sitio una vez que observamos a soldados movilizándose por nuestra búsqueda que facilitaría nuestra salida.
—Esperemos la distracción.
Quiero preguntar una vez que cruzamos el pasadizo del despacho personal de los soberanos de Victoria que nos lleva a la parte trasera de los jardines de la zona oeste, pero los actos son más rápidos que las palabras, ya que comienzo a vislumbrar fuego que cede desde la las bodegas de archivo. Lo comprendo. La vibración pasada en el interrogatorio también la creo él o su equipo para así poder sacarnos a todos de la zona cero. El maldito General era un estratega excelente.
Sin embargo, la distracción es lo suficiente llamativa para por igual distraernos y no percatarnos del momento en que mi hermano salta al guardia que le custodiaba para de ese modo, despojaron del filo y querer lanzármelo sin éxito alguno, pues su tino no fue certero. Damián de inmediato nota el acto y me ofrece un leve empujón para evitarlo y aunque no me daña, si me hace caer al asfalto de la plaza principal. Ante la falla, Benjamín desaparece emprendiendo marcha personal alejándose de nosotros.
Y es que la realidad es que Ben nunca confió en nosotros. Por alguna razón que no comprendo él cree que le haremos daño y por eso fingió entender y adherirse al plan trazado e incluso aceptó mis palabras. Lo único que debía llevar a cabo era esperar la oportunidad y la encontró, pero pronto se percata de su error una vez que sus pasos le llevan a aquellos guardias en los que buscaba encontrar ayuda le someten.
—¡No! —grito entre el caos yendo arrastras a él antes de reincorporarme e ir tras mi hermano esquivando el amarre que Damián deseaba aplicarme tras contemplarme avanzar.
Es así que emprendo desesperados pasos hacia aquellos guardias que contienen a Ben. Enfundo mi espada para atacarlos, pero entonces una mano rodea mi muñeca llevándola a mi espalda en una sola táctica que me hace caer al suelo con sumo dolor, ya que se trata de un fuerte.
Soy capaz de sentir el frio concreto raspando mi mejilla tras su sujeción.
—Agregar intento de escape a su gran lista de crímenes no será bueno para su juicio, Altecita —me susurró el guardia antes de levantarme para percatar como dos decenas de guardias que no pertenecen a la guardia real comienzan a someter al resto que nos mostraron su apoyo.
Éramos diez en total. Ocho personas que nos mostraron su lealtad a mi hermano y a mí y que ahora observo como son detenidas y sentenciadas en proporcionalidad.
—General Marven, comienzo a creer que la presa Tamos no le obligó a hacer tales actos sin falta de su consentimiento —habla Octavius sobre el corredor de las grandes puertas de la entrada del palacio en donde hemos vuelto—. Y miren, el real rebelde que tanto buscaban se encuentra aquí también. Creo que usted y su cuello tienen una cita ante la nación. No sin antes revelar en donde se esconde la traidora Ana Robles, por supuesto.
—¡Déjelos en paz! Es a mí a quien quieren. Ellos son inocentes —resuena mi voz y es en ese instante que el guardia me lleva a él para permanecer frente a Octavius.
El guardia aprieta mi cuello en sometimiento de una forma que el respirar es trabajoso. Escucho las voces de todos los leales a mí queriendo protegerme hasta el último momento pese que hacerlo les lleve a su muerte segura. No quiero que este sea el último recuerdo dentro de mi mente de ellos. La última vez que les veré. No lo merecen.
—¡Enciérrenlos a todos!
—¡Creí tener más tiempo! —grita Damián para mí, mientras los veo desaparecer—. Ella es inocente. Tamos debes saber... —es lo último que escucho antes de que un guardia le golpeé en el diafragma y evite que termine la oración.
—¿Y quién es este? —reluce la cuestión ante reconocer a todos excepto al chico semi consciente que también arrastran los soldados a la prisión—. ¿Es su amante seguidor?
Mi estómago se encoge tras recordarle. Tanta adrenalina hizo que olvidara su traición por completo.
—No se atreva a tocarlo —apenas emitió mi garganta en un sonido rasposo.
—No es nadie —objeta con rapidez el fuerte que me sostiene desde atrás para que se lo lleven.
—De igual modo estará condenado igual que todos sus... —la voz de Octavius calla en cuanto su mano sujeta de la cabellera a Benjamín antes de dejarlo partir, observando el rostro para de inmediato, soltarlo dando pasos hacia atrás—. ¿Príncipe... Tamos? —apenas concibió murmurar.
—Si, eso me dijeron que soy -su voz apenas suena recuperándose de los golpes que los guardias le propinaron.
—¡Él no es un Tamos! —espeta el fuerte detrás mío con cierto titubeo—. El murió. El príncipe yace muerto. Él, debe ser un impostor.
—No es así es él, yo... —mi frase no termina porque el guardia vuelve a apretar mi cuello privándome completamente del aire.
Algunos de los guardias personales de Octavius notan la mentira de aquel guardia, pues con todo y su desalineado aspecto saben quién debía ser nuestro rey.
—Detente —ordena Octavius con un tono severo—. Deja que hable.
—No —se rehúsa el guardia—. El pidió verla.
¿El?
Es en ese instante que le prestó atención por completo al hombre. Dentro de su cintilla un revolver enfundado se encontraba ¿Por qué poseía un arma si estás se habían perdido o movido de su sitio? ¿Quién se la ofreció?
No creo que sean los rebeldes de quién hablaba cuando pronuncio él, por lo que no podía tratarse de nadie más que el fuerte que planeo todo esto. Al fin conocería su rostro. Al parecer sería lo último que vería.
—Y suponemos que también querrá ver a éste —señala en dirección a Ben.
—No, el no. Solo llévenme a mí. Es a mí a quién quieren —entonces me juego mi última carta—. Octavius sálvelo, por favor. Él es Benjamín Tamos Jacobi. Es mi hermano. Nuestro rey. Su lealtad aún se encuentra en nuestra familia. Usted juro protegernos con su vida o es que ¿lo ha olvidado?
Dentro de mis palabras, Octavius parece confundido, pues sabe que ese chico es Ben, aunque su mirada cambia repentinamente tras regresar a ver al soldado que me está apresando.
"Sálvelo" le suplique únicamente con mis labios moviéndose.
—Llévenselos a donde deban. Yo me encargaré de Marven y el resto para el juicio de mañana.
Se vuelve un fuerte.
—¡Desgraciado! —emerge mi lado más salvaje, mientras soy jalada por el pasillo junto con mi hermano—. ¿Qué le prometieron? ¿Ser de nuevo el general? Usted también morirá, porque ya lo sabe. Sabe que mi hermano vive.
Mi vista se postra a los azulejos cobrizos cuando entonces el guardia tira de mí. El pasillo se hace tan corto ahora que voy hacia el salón del juicio donde está el trono real.
Mi mente divaga al día que torturé a Palomino. Ron me ayudó a hacerlo. Pensar en él ahora me causa una especie de todo y nada al mismo tiempo. Cómo no pude darme cuenta de la persona que era. Me pregunto en dónde estará en este instante. Debió haber huido. Siempre huyendo, siempre mintiendo. Rolan murió el día que quemaron su pueblo y en su lugar otro ser floreció. Uno con solo pensamientos ruines y viscerales. Se fue y me dejó aquí. No sé porque todavía conservaba la esperanza de que viniera y me salvara.
Tonta. El no vendrá.
Los pensamientos en mi mente se borran una vez que soy brutalmente tirada por el guardia al suelo. Cuando lo miro, él solo sonríe con cinismo al mismo tiempo que mi hermano es lanzado de la misma forma, aunque a Ben no le duele. Al menos no como a mí.
Quiero ir hacia él, pero en cuanto mi mano va a su cabello susurra que no lo toque aplicando sumo desprecio en cada palabra espetada. Me sigue odiando porque continúa pensando que quise matarlo.
—Creo que está sangrando demasiado, Altecita Tamos —espeta el guardia observando mi brazo. El mismo se había encargado de abrir la herida.
—Él no es un farsante, este fuerte es mi hermano, nuestro único rey -suplico hincada, tomándole el pantalón para que solo se echará hacia atrás para no tocarlo.
—Le creo y adivine... no me importa.
—¿Qué? —cuestiono sentándome sobre mis piernas ante la confesión.
—Victoria no será reinado ni por una reina débil ni por un rey indulgente.
—Pero que... son unos... —me levanto bruscamente, pero me apunta con mi fiel espada que toma sin perdón alguno.
—Pero mira lo que tengo aquí —agita mi espada—. Es tan ligera -juguetea con ella pasándola de una mano a otra, al tiempo que sus otros dos acompañantes que sostienen a Ben se ríen—. Y es de diamante puro. Esta espada fue hecha para matar a fuertes ¿lo sabía? —se gira hacia mi hermano—. Pero claro que lo sabias —es en ese mismo segundo que el filo de la espada rasga el antebrazo izquierdo de Ben.
Mi hermano claramente se queja, aunque no se mueve mucho, puesto que yace esposado. Yo me retuerzo entre el guardia que me sostiene tras mi tempestivo arranque.
—Los mataré —les hago saber—. Lo juro —ellos solo se echan a reír lo que incrementa más mi furia.
—Lo dudo —agrega, mientras coloca mi espada dentro de su funda.
—Te cortaré el maldito brazo si vuelves a tocarlo de nuevo.
—¿Cuál? ¿Este? —señala su mano derecha al mismo tiempo que se lleva el tacón de su bota al estómago de mi hermano.
Cobarde. Yace amordazado y esposado para poder defenderse.
—No, por favor. Déjalo —la furia no ayuda, así que no me queda de otra más que suplicar.
—Al parecer, su hermano no es tan fuerte como pensábamos. Mírelo tan solo, luce como un títere viejo, pero usted... tú sí que eres resistente para ser una simple débil.
Olvida colocar su atención en mi hermano para posarla en mí.
—Sabes, soy un fuerte de tercera clase, aunque muy pronto seré un comandante de primera.
Poder. Poder es lo único que quieren. Son más grandes de edad que Benjamín. No por mucho, pero lo son. Sus ojos de todos ellos son maliciosos y ruines, pero el de ese hombre son causantes de miedo. De pronto, escucho detonaciones y gritos afuera de la sala. Son lejanos, aunque persistentes.
—Me pregunto... —pasa su mano a su barbilla con una sonrisa que no logro descifrar o no quiero hacerlo—. Qué se sentirá besar a una princesa —sus palabras me ponen nerviosa.
Intento echarme para atrás en cada paso que avanza, pero el guardia que me sujeta no me deja. Entonces, su mano toma mi barbilla fuertemente para que lo mire, mientras la otra juega en mi abdomen sobrepasando sus dedos por debajo de mi camisa sintiendo sus dedos fríos, haciendo pasar su mano por mi cadera y espalda baja hasta que su brazo me rodea por completo la cintura. Reprimo el asco que me provoca su toque.
—¿Crees que mi nuevo rey me conceda unos cuantos minutos contigo antes de que tu cabeza ruede? —susurra a nada de que nuestros labios se encuentren.
—No te atrevas —exclamo con el mayor de los desprecios, pero es inútil.
Su boca está en la mía. Procuro mantenerla cerrada pero el soldado insiste con su lengua. Parece una eternidad mientras lo ejecuta. Cierro mis ojos, pues no deseo recordarlo tan cerca de mí, aunque de inmediato me doy cuenta que estos bien podrían ser mis últimos recuerdos. Tan pronto como se aleja, le escupo. Los otros tres guardias se ríen por mi acto, por lo que se enfurece, ofreciéndome una dura bofetada.
La violencia con la que lo hace provoca que caiga al suelo desorientada con mi respiración agitada y sentir mi rostro palpitar por el impacto, aunque el metálico sabor de mi sangre entre mis labios recorren mi lengua.
Estoy exhausta. Miro mi mano vendada. Esta tan llena de sangre que ya ni siquiera duele. Debe estar infectada o no lo sé, quiero pensar eso pues la otra idea me asusta.
En ese impertinente momento, mi tonto estomago gruñe. No he comido nada desde que sobrevolaba de Santiago a aquí. Y pensar que así existen personas (claramente todos deben ser seguidores) que pasan días sin comer tal como Faustino cuando era un esclavo de los campos.
¡Oh Faustino! Me hubiera gustado verlo de nuevo. La última vez me dijo que me marchara, porque fui egoísta. No sé porque lo recuerdo ahora. Ya ni siquiera puedo hablar o pensar, siendo que únicamente quiero beber agua. Muero de sed.
—Ya no puedo —susurro en el instante que Ben me mira.
—Úsalo —me habla finalmente mi hermano—. Contrólalos.
Su solicitud me hace rebobinar atrás acerca de que esa debe ser la causa de que crea tal atrocidad de mí, puesto que me contempló hablar con Paolo y deducir que yo le pedí que volara en pedazos el jet con él incluyéndose. Los rumores que Octavius escuchó del ex menester Palomino también les oyó y como consecuencia, creyó que quise matarlo junto con nuestra familia debido a una habilidad que no poseo.
Soy condenada en la misma mentira que yo creé para todos.
Qué ironía.
Espero que los guardias teman mi ataque ante lo escuchado, pero de pronto mi captor produce una gutural risa y acercándose a mi rostro me susurra:
—Porque no se lo dice. Dígale lo mentirosa que es, Altecita —deseo golpear a aquel fuerte si vuelve a llamarme de tal forma—. ¡Dígale que usted no controla a nadie! ¡Nunca lo ha hecho!
El llanto resuena en mi rostro de rodillas encomendándome a un perdón que nunca llegará, porque sé más que nadie que ese control no vendrá.
—Lo siento —me disculpo con mi hermano quién apenas puedo mirar a los ojos—. Pero no puedo —agacho la mirada cubierta de vergüenza en el momento que lagrimas recorren mi rostro—. Lo que creas que hice con Paolo no sucedió. No pasó porque no puedo controlar nadie.
Soy capaz de sentir sus ojos arder como fuegos perpetuos en el mismo segundo que me preguntó cómo es que ese guardia conoce tal cosa de mí.
—Entonces, si tú no controlas a nadie... ¿quién lo hacía? —cuestiona confundido, pero no le respondo ya sea para protegerlo a él o a Rolan o a mí, pero sigue odiándome. Puedo notarlo.
—Pero... ¿qué sucede aquí? —reconozco la voz. Es la de Rene Farfán.
Entra a la sala y se detiene en seco al mirarnos como guiñapos. Quisiera gritarle que corra, que lo matarán ahora que tanto Damián y yo nos encontramos detenidos y que como consejero, pasa a ser el hombre más importante de Victoria y por lo tanto, un obstáculo palpitante.
—Pero que le han hecho —se acerca a mí rápidamente, mientras los guardias le abren paso en un tono serio.
Farfán me ofrece sus manos que tomo con gracia permaneciendo todavía de rodillas sin poder levantarme con la mirada algo desorientada.
—Debe ayudarnos. Soy inocente de lo que se me acusa. Fueron los rebeldes. Los rebeldes estarán aquí pronto, lo sé. Tenemos que escapar y usted también. Le harán daño si tienen la oportunidad de hacerlo -le espetó al tiempo que intento levantarme, sin embargo, mis piernas ya no me responden.
—Yo no estaría tan seguro de eso.
Sus palabras me sorprenden tanto como la expresión de su rostro que se transforma de suave preocupación a gratificante satisfacción.
—Después de todo, es por mí que han llegado tan lejos.
Suelto sus manos de inmediato.
"No. Otra vez no"
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