𝒞𝒶𝓅í𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟦𝟤
Me encontraba sentada en una de las tantas fuentes aposadas en el palacio. Aquella y apenas se instalaba a las afuera del gran salón en dónde podía observarse el inicio de los hermosos y amplios jardines.
La penumbra de la noche ya había embargado en su totalidad el sitio, por lo que esconderme bajo aquella oscuridad me pareció adecuado. Mis manos se encontraban cubriendo mi rostro con mis codos recargados sobre mis piernas esperando noticias una vez que el consejero Farfán expuso la información dejándole en su juicio la contención de aquello.
¿Por qué? ¿Cómo fue que no lo vi? ¿Cuándo estas personas decidieron destruir a más personas? ¿Qué clase de monstruos eran para ejecutarlo? ¿Tanto deseaban destronarme?
No pude creer lo escuchado y es que existían tantos niños en esas poblaciones que en a estas instancias continúan ardiendo ¿estaban acaso tan dispuestos a sacrificar lo que fuera para lograr su objetivo?
Al parecer todo indicaba que yo no había encontrado mi causa ni mi razón para darlo todo y morir en el intento, pero en definitiva llevar a cabo lo que ellos realizaron era abominable.
Intenté en consecutivas ocasiones pensar con la cabeza fría, sin embargo, mi corazón siempre me traicionó y la compasión abordaba recordando que hacía tan solo semanas atrás, leí aquel informe en donde una explosión en el hospital de Palma dio lugar. Se acredito que solo la cocina sufrió daños severos exceptuando por un pequeño destrozo en el piso superior. El área de investigación patógena y genética. Nadie (incluyéndome) tomó atención en el insignificante robo de enfermedades virales almacenadas en sus laboratorios para entonces, desatarlas.
El pueblo de Xelu yacía infectado
Una decena de enfermedades fuertes y seguidoras fueron soltadas días muy atrás. Algunas contagiosas otras no tanto, pero solo una de ellas era lo suficiente mortal y desconocida para transportarme a la inaudita historia que Ron me llegó a contar sobre su aldea. Y es que todo Tolomen murió por una enfermedad que arrasó a toda su población con soldados siguiendo las crueles órdenes de mi abuelo para mantenerla contenida, incendiando cada centímetro cuadrado del área.
No pude concebirlo. Mis amigos, conocidos y miles de seguidores que comenzaban y comenzarían a unirse a la lista de fallecidos en tan solo unas cuantas horas de conocer la existencia de ella, me estremeció. En esos momentos entendí el humo, llamaradas y caos suscitados a todo mi alrededor.
La noticia me impactó como tal, aunque debía tomar decisiones. Para eso estaba ahí como reina de Victoria, sin embargo, tomé los consejos de Farfán y ordené que todos guardias en servicio dentro del palacio salieran a contener y ayudar la devastación que estaba comenzando.
El informe redactaba que los fuertes no presentaban ninguna alteración al contacto de este, por lo tanto, eran inmunes, aunque los seguidores no lo eran, causando que de inmediato tirará la orden para que los trabajadores seguidores (los cuales eran prácticamente todos en el palacio) fueran transportados hasta Lorde para refugiarse y de ese modo, cerrar las fronteras vaciando casi en su totalidad aquel lugar que llamaba hogar, quedando con apenas los suficientes para resguardar la entrada.
De pronto; un sonido me hizo retirar las manos de mi rostro y levantar la mirada. Los jets estaban aterrizando. Damián había arribado. Una vida menos que salvar, aunque eso me hizo pensar en Rolan ¿A dónde había llevado a Pablo? ¿A Xelu? Hasta dónde concebía, Concorda por igual comenzaba a ser infestado ¿Y si se infectaba? ¿Su condición le permitiría salvarse?
La comanda señalaba que el virus afectaba el sistema inmunológico y cerebral y por lo que sabía Rolan enfermaba como todos al igual que sus heridas tardaban en sanar como el resto de los seguidores. La angustia de nuevo volvió, pues apenas llevaba mes y medio siendo reina y esta nación ya era un total desastre. Victoria, estaba a punto de arder.
"Ya no quiero luchar. Ya no sé por qué luchar"
Me hundí en aquel pensamiento cuando entonces, un sonido de hierba moviéndose al fondo de los jardines se escuchó. Al principio no le presté demasiada atención de no ser que una voz resonó en los espesos arbustos dentro de la oscuridad de la noche, provocando que me reincorporara de la fuente y me enfocara en la visión presentada.
—Eres la joya más preciosa y extraña de este mundo.
Aquella frase era dicha por mi hermano menor Dante cada vez que debíamos alejarnos y pese que pudiera que esa voz no fuera la de él, le reconocí. Con un par de pasos pequeños me destiné hacia la silueta pesé que mi instinto dictaba que retrocediera como signo de protección, sin embargo, cuando la sombra avanzó en proporcionalidad a los míos de entre los arbustos, esta comenzó a tener forma aún si la luz del interior del gran salón era tenue logrando detenerme en seco, pues aquel rostro revelado ante mis ojos me resultó tan familiar como ninguno otro, aún si poseía una abundante y castaña barba en el rostro, el cabello revuelto y grasiento por no estar aseado o esas viejas ropas poco importó, pues esa roja mirada me fue inconfundible.
—¿Ben? —mi voz pronunció lo que mis ojos no eran capaz de creer, al tiempo que avanzaba a él con mi mano estirándose hacia su rostro igualmente impactada por lo visto.
Tal vez alucinaba, pero... Vivo. Mi hermano mayor estaba vivo.
—¿E-eres... tú? —pregunté ante la mudez de Benjamín, sonriendo de alguna manera sin poder comprender lo que sucedía hasta que entonces me permitió tocar su mejilla cubierta de basta barba reafirmándome que él era real. Aun si existía un borde en ella. Una larga y protuberante cicatriz que le acompañaba hasta la sien del lado izquierdo de su rostro, lo era.
Vivo. Mi toque no mentía pese que era imposible lo que veía, siendo que reconocería a mi hermano a metros de distancia, sin embargo, él continuó sin pronunciar una sola palabra estremeciéndose en mi caricia, excepto que vislumbré como su mano por igual se dirigió a mí, aunque la dirección que tomó fue muy distinta a la pensada, contemplando que se destinó a mi cuello en un acto único.
Lo sujetó con tal fuerza que me llevó hacia atrás hasta topar con pared conteniéndome de un modo que me cortó la respiración en un segundo. Tan pronto como pude mis manos aprensaron su brazo, deseando detener su opresivo amarre sin ningún evidente éxito, puesto que debí colocarme en puntas para bajar la sofocación encontrándome con sus redondos y enloquecidos ojos envueltos en latente furia.
—Hola hermana —exclamó por primera vez con un tono despectivo a mi persona.
Fue entonces que soltó un tanto su amarre a mi cuello, permitiéndome jadear lo suficiente para no desmayarme por la asfixia provocada por sus grandes manos.
—¿Aún lo conservas? —cuestionó colocando su pulgar entre el collar que mi madre me obsequió y yo—. ¿Es acaso una especie de trofeo para ti? —agregó con sumo desprecio seguido de arrancarlo con la otra mano haciéndolo caer al suelo.
—N-no... entiendo —le regresé con apenas el poco aliento que me concedió tener.
—¡Tu odio nos mató! —gritó con tanta rabia encendida en sus ojos cuál mismo fuego fuera, comprendiendo en ese instante del porque tanto temor surgía en los seguidores a ellos.
—No sé de qué hablas. Yo... yo te quiero —dije tan sorprendida por su repentina acción derramando un par de lágrimas, pero aquello solo pareció enfadarlo más.
—¡Mentirosa! —vociferó con ferocidad a mi oído con su mano tomando mi barbilla retirándome de la pared para acto seguido, lanzarme con un solo brazo y suma facilidad al suelo con destino a la fuente, provocando que me pegara en mi antebrazo. Un raspón apenas que no dolió tanto. Al menos no como lo hacían las palabras de Benjamín.
—¡Basta! ¡Detente! —le supliqué hincada en el suelo al tiempo que mi instinto de protegerme se hizo visible, siendo que me atreví a posar la mano en la empuñadura de mi espada.
—¿Vas a pelear? —gruñó con enfado—. ¿Es acaso que intentarás matarme de nuevo?
—No, no te dañaré.
—Que mal, porque yo si te lo haré a ti —de ese modo, desenfundó una larga daga con punta afilada de su funda y sin perdón alguno, la direccionó a mí.
Entonces hice lo que tanto había practicado todos esos meses: Esquivar.
Sin embargo, no duré mucho tiempo ejecutándolo, pues Ben siempre fue formidable peleador. Mil veces mejor de lo que yo puedo ser, por lo que cuando me encontré en su espalda, él me lanzó un codazo por detrás en el hombro y su impacto constó como un colapso dentro mis huesos retumbando hasta la columna vertebral y de esa forma hacerme caer nuevamente, aunque más adolorida y cansada que nunca.
Por instinto levanté mi pie para detener su agresión, sin embargo, mi hermano lo tomó y me arrastró a él por unos cuantos centímetros para poder apuñalarme. Cerré los ojos esperando ser asesinada por mi propio hermano, pero para mi sorpresa aquello no se llevó a cabo.
Tras abrir mis ojos fui capaz de sentir como su mano que sostenía mi pie acarició la pulsera que un día él y Dan me obsequiaron. Una que por amor junto con resignación conservaba en su sitio. Por un diminuto segundo lució adolorido o pudiera que confundido, causándole la suficiente duda para hacerme daño o no y entonces, alguien pudiera derribarlo al suelo.
—¡No le hagas daño! —ordené a Damián, mientras me levantaba con rapidez, aunque no fue necesario explicar la razón de mi orden, contemplando que el general también le reconoció.
—¿Ben? —quitó sus manos de mi hermano cuál si un delito hubiera cometido.
—Yo te conozco ¿verdad? —pronunció mi hermano al mismo tiempo Damián se mostró en semejanza impactado tras saber que el príncipe de Victoria se encontraba vivo.
Se alejó conmocionado de él, sentándose en el empedrado piso, tratando de concebir lo que sus ojos le revelaba, mientras me ponía en pie frente de ellos. Después, mi hermano me observó con sus ojos ya no cubiertos de enfado sino de tristeza
—¿Alguna vez nos amaste? —preguntó decepcionado.
—Cada segundo —respondí con lágrimas en mis ojos y Ben volvió a callar bajando la mirada—. Cada segundo, hermano.
—Quizá... —trago saliva—. Puedes convencer a todos con esas mentiras, pero a mí ya no más. No más.
Seguido de eso, se reincorporó estrepitosamente tomando la daga que había tirado para ir por mí. Mi instinto me hizo retroceder hasta adentrarme al gran salón con Damián siguiendo nuestro camino para detener a mi hermano. El filo rasgó mi cuerpo, causando que una de sus tiradas rozara en mi antebrazo, concediendo que trastabillara lo suficiente para que su mano me alcanzara y entonces apretara de nuevo mi cuello con severidad para que me arrodillara ante él, provocando que me concentrara en su rostro.
—¿Te gusta? —entornó su voz grave, siendo capaz de sentir el resoplido de sus palabras sobre mi cara ante el acercamiento e iluminación dentro del recinto que remarcaba su sobresaliente cicatriz en el rostro del lado izquierdo.
El filo pasaría de nuevo en mi cuerpo de no ser que Damián lo sujetó desde atrás en un abrazo apremiante, otorgándome la oportunidad de rodear una redonda mesa en busca de aire alejándome de mi hermano para quedar en el borde contrario suyo, percatándome de cómo sus dedos se aferraban a aquella daga.
—Detente hermano —le susurró Damián al oído de Ben, pero él no pareció escucharle.
—¡Yo sé lo que eres!
El reclamo en su mirada era palpitante, puesto que Damián recibió un golpe en la nariz con la nuca de mi hermano noqueándolo por un instante echándose para atrás desbalanceado su estabilidad. La oportunidad fue aprovechada por Ben quién no dudó en proporcionarle otro golpe más en su caja torácica, haciendo que Damián cayera al suelo deslizándose un par de centímetros por la fuerza ejercida. Ben quedo libre de nuevo con odio y la fuerza suficiente para matarme.
—Eres un monstruo controlador -me apuntó con la daga—. Lo que dicen de ti es cierto, lo sé —escupió al suelo en el instante que visualicé llegar a guardias fuertes acudiendo tras el escuche de las voces y ruido surgido por el ataque de Ben quien hizo rodar la mesa brutalmente con una sola mano para dejar libre nuestro paso—. Tu convenciste a Paolo que estrellara al maldito Celeste. Yo te vi hablando con él. Yo le vi accionar el dispositivo que tú le diste ¡Asesina!
Sus palabras me descolocaron de inmediato, porque el usó la palabra convenciste, refiriéndose a que yo le ordené a Paolo tal cosa, pero lo cierto era que yo ni siquiera recordaba el haber hablado con el general Paolo aquel día, por lo que solo permanecí estática. Intentando descifrar que le había pasado al hermano que un día yo conocí.
—¡Alto! —gritaron dos guardias fuertes que lo miraron sin reconocerlo ya fuera por su aspecto físico tan descuidado o su vestimenta tan ordinaria que no repararon en verle.
—¡No lo lastimen!
Les ordené entre un cortante jadeo de dolor, provocando que Ben regresara a mirarme para desatar su furia, presionar mi cuello hasta que vi puntos blancos y entonces, afilar la daga clavándola en la palma de mi mano, ya que la interpuse para que no fuera a mi corazón su destino ahogando un estrujante dolor ante mi falta de oxígeno y aunque con su fuerza la habría empujado hasta llegar a mi pecho, es gracias al coronel Eren Irruso que falló su cometido, siendo que le sometió embistiéndolo con otros tres guardias que venían con él.
Pero mi hermano permanecía en un trance de furia palpitante, por lo que luchó por zafarse como sí su vida dependiera de eso, provocando que los guardias fueran más severos con él, golpeándolo en el rostro y diafragma quitándole el aire y colocándole al suelo boca abajo para esposarlo.
—Está detenido y acusado por el intento de asesinato a su reina Ofelia Tamos y el ataque al General de Victoria Damián Marven —escuché los cargos sonar un tanto difuso considerando que yo yacía en el suelo de rodillas, respirando fuertemente, con la visión nublada y mi mano y brazo heridos aposados a mi pecho con lágrimas cayendo sobre mis mejillas mirando la inevitable decepción de mi hermano por no haber logrado acabar conmigo.
—Reina Ofelia —habló Eren del cual no noté su llegada hasta mí, colocando sus manos sobre mis hombros con el rostro fijo en el mío—. ¡Está herida! —continuó hacía los soldados para que trajeran atención médica, mientras apretaba mi mano cubierta con cada vez más sangre con el resto de los soldados restándole atención a los gritos de mi agresor que no dejaba de luchar por liberarse hasta el punto que debieron golpearle hasta dejarlo sin aliento o consciencia.
Y no sé si fue la asfixia, la sangre derramada o ver a mi hermano vivo dispuesto a matarme, pero no pude evitar perder la conciencia. No sin antes sentir en mis labios pronunciar Benjamín hasta que desperté con estrépito de la cama por una dura pesadilla al despertar.
En cuanto mis ojos se abrieron y recobré la conciencia de los actos ocurridos, la mitad de mi cuerpo se reincorporó con ansiedad causándome un irritante dolor. Dentro de mi caótico panorama, miré a la doctora Mirna estando a un costado de la camilla de la enfermería donde me aposaron.
Quise hablar, pero no lo conseguí, pues la garganta me dolía debido a los severos dedos de mi hermano apretando mis cuerdas vocales.
—Majestad —habló la doctora con preventiva en sus manos para que no me levantara.
—¿Dónde está? —cuestioné.
—¿Quién, Majestad?
—Mi... —sus ojos me revelaron que no poseía información absoluta de quien me había atacado. Quizá nadie. Nadie excepto... —. El General Marven ¿dónde está él?
—En la otra sala —contestó al tiempo que de inmediato me levanté para ir con él—. Espere mi reina, aún no he suturado la de la mano.
Fue solo con eso que me eché un vistazo. Mi chaqueta había sido removida para que un vendaje y puntadas cubrieran mi antebrazo que por igual había caído ante el filo de Ben, así como me percaté que en la mesa existían instrumentos y vendajes con compresas cubiertas de sangre. Demasiada sangre que me hizo cuestionar como era que seguía despierta.
—No hay tiempo. Solo véndala.
—Pero si no la suturo la herida sangrará de nuevo a cualquier contacto externo que usted tenga. Es muy profunda.
—Dije, solo véndala —lamenté ser grosera con ella, pero no estaba en mis cabales, aunque ante su mudez y asentamiento reconsideré mi comportamiento—. L-lo lamento Mirna No quise ser... solo véndala, por favor.
Supongo que jamás esperó que alguien con mi posición se disculpara o usara un por favor, ya que desconozco si mis padres lo hicieron, pues su rostro mostró más sorpresa que con mi anterior tono dándose prisa a hacer lo que le pedí.
—No hay armas —otra voz externa a la sala emergió. Era Damián, quien poseía un pequeño vendaje o cinta en toda su nariz, puesto que Ben se la rompió con el golpe ofrecido cuando él intentó detenerlo cayendo por unos minutos en la inconsciencia hasta que despertó y vino por mí en busca de una explicación.
—¿Qué? —me levanté de la camilla.
—Hace meses alguien autorizó la salida del armamento de la bodega, pero aún no sé de dónde provino aquella orden.
—Bueno, me parece que aquello ahora carece de importancia, contemplando que...
Mi hermano vive.
—Gracias por sus atenciones doctora, pero podría ser tan amable y dejarnos solos.
Ella asentó rápidamente sin comprender lo que sucedía, retirándose ante la mirada pétrea del general que no dejaba de observarme con el ceño fruncido.
—¿En dónde...?
—Los interrogatorios. Intenté sacarlo en cuanto desperté y supe de su paradero, pero temo que él ya no es el hermano ni amigo que conocimos. No dejaba de insistir que tú lo hiciste —afirmó acortando la distancia con mirada inquisidora.
—¿Hacer qué? —profundicé confundida colocándome la casaca lentamente.
—¿Desde cuándo has utilizado tu habilidad? —preguntó el general.
—¿Por qué me preguntas eso?
—Solo responde. Hablaste o no con Paolo el día que el jet se estrelló.
—Esta... ¿interrogándome? —exclamé enfadada acortando todavía más la distancia entre ambos captando la dirección de tal conversación nuestra—. ¿Duda de mí?
—No, pero...
—¡Miente! claro que lo hace. Usted también cree que maté a mi familia ¿cierto? —no contestó—. ¿Por qué?
—Me pregunta por qué —contestó alterado y golpeando la mesita de instrumentos, causando que esta se moviera colisionando con la pared, provocando un ruido que por un segundo hizo que yo cerrara los ojos—. Porque al parecer él piensa que usted le ordenó al pasado general de Victoria que estallara El Celeste. Algo que sin duda usted pudo llevar a cabo considerando la habilidad que convenientemente nadie conoce que posee. Ahora dígame: habló o no con Paolo aquel día.
—No —apelé tajante.
—¿No? —cuestionó dudoso, atrayendo a mí la visión de haberlo visto.
—Bueno sí, pero...
—¿Entonces sí? —volvió a presionar, causando que solo me echara para atrás con mi mente hecha jirones.
—No lo sé, yo... no lo recuerdo bien.
—¡Ja! —exclamó con una risa irónica mi acompañante para volver a su enojo de nuevo—. Por favor Ofelia. No te atrevas a decirme que no lo recuerdas. No cuando tu misma me has confesado que eres capaz de recordarlo absolutamente todo.
—Es la verdad Damián lo vi, pero no hablé con él. No que yo recuerde.
—¿Me dirás entonces que de pronto lo olvidaste? ¿Es acaso que alguien alteró tu mente en ese preciso instante para que lo olvidaras?
Escuché cada palabra suya como si una clarividencia me atravesara para de pronto, sentir como mi corazón se estrujaba con una idea que de solo pensarlo, caló hasta el fondo de toda mi esencia.
—Sé... sé que se encuentra decepcionado o dudando de mí en estos precisos segundos, pero este es el momento en el que le suplico que crea en mí tanto como espero que me muestre su lealtad.
Ambos nos miramos con esperanza y duda colándose en semejanza entre la coherencia y los hechos revelados.
—Yo no maté a mi familia. Ellos eran lo único que realmente amé, amo y amaré en esta vida. No dude de ello.
—¿Irá a hablar con él entonces?
—No, todavía no. Él aún cree que lo hice al igual que usted, pero ya no importa. Ya no hay tiempo —le exclamé vislumbrándolo a los ojos mientras me alejaba de él paso a paso.
—¿Pero... a dónde va?
—Debo saber la verdad —contesté esperando encontrar comprensión en sus ojos—. Por favor, crea en mí. Proteja a mi hermano y averigüe lo que le sucedió. Lo veré ahí en minutos, lo prometo.
Me permitió alejarme para ir en mi búsqueda no sin antes regresar a la fuente y tomar el collar que mi hermano arrancó de mi cuello. Lo guardé en el bolsillo de mi casaca suspirando con demasiado miedo en el corazón, pues si bien ya no existía nada más en mi mente que proteger a mi hermano, si yacía alguien que le ensombrecía y su nombre era Rolan Llanos.
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