𝒞𝒶𝓅í𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟦𝟣
Después de que mis palabras a Pablo son concedidas, la actuación no pudo ser nada más que verdad. Aquella no se efectuó por mucho tiempo considerando que en cuanto su rostro se tornó pálido por la falta de oxígeno, detuve la orden en su mente para acercarme a él y poder susurrarle algo oído antes de que el valor se marchará de mí.
—Dile a Vanss que lamento lo exclamado y que el fuego blanco... se enciende hoy.
Seguido de eso, su respiración volvió a la normalidad para un segundo posterior, dejar caer su rostro a la mesa.
Por un breve instante, pensé que quizá se me había pasado un poco la mano con el encanto de no ser que observé su ojo bueno medio abierto como señal de que se encontraba bien. Sonreí un tanto esperando calmar mis nervios y optando por abrir la puerta con todos afuera y atentos a lo que diría, mientras sus cabezas se asomaron simultáneamente a la habitación.
—¿Está... muerto? —dijo el comandante Yraco.
—No, pero casi. Al parecer, pensó que le otorgaría el perdón si hablaba —el fuerte sonrió—. Tengo una dirección.
Ansioso de capturar "débiles" como el los llamaba, le encomendé ir en busca de esa dirección que no le llevaría a nada.
—Rolan querido, lleva al preso a la prisión en la sección dónde no permanece el otro. No queremos que compartan ideas o sí. Solo bastará que lo lleves tú a su destino —le miré de forma que comprendía lo que debía hacer.
Liberarlo.
Tras subir de nuevo a la planta baja del palacio, un guardia de alto rango con insignia de Palma rendido a las órdenes del comandante, arribó en direccionó total a Braco otorgándole un expediente.
—¿Qué es eso? —pregunté.
—Esto es información, reina Ofelia.
La sonrisa placida de ese fuerte me recordó a su primo el gobernador Wendigo. Su edad era semejante, quizá unos pares de años más joven, aunque unas cuantas canas suyas comenzaban a ser visibles. Ambos compartían aquellos ojos tristes y semi rasgados que se cubrían con esos lentes que escondían su desagradable personalidad.
—Es el expediente de Ana Robles, Majestad y aquí dice... dice que es su doncella —su ceja se alzó seguido de mirarme y cuestionarse como era posible que desconociera el nombre de alguien tan cercano a mí—. Quién lo hubiera pensado mi reina. Su propia sirvienta una espía, rebelde y basura débil viviendo a lado suyo —prosiguió escaneando mi reacción.
—Una total tragedia, comandante, pero como espeté, yo jamás averiguo los nombres de mis subordinados.
—Descuide, aquí dice que su familia vive en Los balcones en Lorde.
"He escuchado de torturas que duran un mes y no solo a ellos sino a su familia también". Mi estómago se contrajo ante el recuerdo de las palabras que Vanss me dijo tiempo atrás.
—Por suerte la localidad no está muy lejos. Mis soldados se dirigen justo en estos momentos por ellos en nuestros camiones para que pronto, su engendro de hija los acompañe.
Mi ansiedad se elevó en cuando recordé que su hermano Mateo también se encontraba aquí y que por su reacción, me parecía que todavía lo desconocía.
—En ese caso, dejo a su disposición la búsqueda de la instalación que nos dio el rebelde y a sus soldados a la familia Robles.
—Un placer servirle, mi reina.
Tanta hipocresía de su parte era intolerable, por lo que tan rápido pude, me cuadré de hombros para darme la vuelta y alejarme de ellos y con prisa, ir en busca de Damián deseando que aún no se hubiera marchado. Fui en busca de él al hangar, pero un soldado me exclamó que estaba enlistándose en su oficina. Me dirigí al bloque del palacio de la guardia donde le encontré.
—Pensé que ya no le alcanzaría —dije respirando con fuerza por la caminata ofrecida.
—Qué sucede ¿se encuentra bien?
—No, no lo estoy. El reo les dio el nombre de Ana mi doncella como una espía e irán por ella y su familia. Tengo que encontrarlos antes que los guardias lo hagan y salvarlos.
—Tamos, esta acaso escuchando lo que dice. Sé que la conoce desde hace tiempo, pero tal vez ella si sea una rebelde infiltrada ¿Dígame, por qué querría salvarla sí el mismo reo ya lo confesó?
—Es que no me está entendiendo, Damián. Ella es inocente.
—¿Cómo puede estar tan segura de ello?
—Porque Pablo dijo su nombre creyendo que era yo.
—¿Cómo? ¿Cuál Pablo? Explíquese.
—Yo soy la Ana que ellos están buscando. Yo usé el nombre de mi doncella para encubrirme cada vez salía a escondidas del palacio. Yo fui la que estuvo en Xelu, Condorda y Lorde en todos esos ataques y explosiones —entonces la culpa de mis crímenes me hundieron—. Es a mí a quién buscan por lo de Georgin Hernan. El guardia fuerte que murió... yo lo hice.
Damián no reaccionó ni siquiera un poco. Únicamente sus ojos rojos se abrieron sorprendidos de mi confesión.
—Pero que hizo, Tamos —susurró para mí o para él o quizá para ambos.
—Lo necesario para conseguir respuestas y seguir con vida, Damián. Tengo muchas muertes en mi conciencia y no pienso agregar la de Ana a la lista —fue de ese modo que mis dedos se aferraron a su casaca encomendándome a él con desesperación—. Ayúdame, por favor. Ayúdame a salvarla.
—Tiene... posee alguna idea de dónde poder encontrarla —preguntó otorgándome su respaldo como siempre, pero mirándome de una forma distinta a la que lo hacía antes. Lucía decepcionado, aunque aun así me brindaría su ayuda.
Nos encaminamos al ala de los trabajadores del palacio donde guardias cuestionaban a cada sirviente visto por ella mostrando su fotografía para identificarla. A lo lejos, vislumbré a Adrelin. Ellas eran amigas por lo que esperaba que supiera de su paradero. La intersecté antes que los guardias del comandante lo hicieran preguntándole de inmediato por Ana, aunque al principio se mostró renuente siendo bien de su conocimiento de lo que se le acusaba, sin embargo, tras jurarle que yo la buscaba para salvarla y no enjuiciarla, me contó que se escondía en la pequeña bodega detrás de los establos. Tan pronto como nos destinamos un grito emergió dentro.
La habían encontrado, lo supe, aunque tras entrar la escena era un tanto distinta contemplando que Agustín y no Ana, fueron los que mis ojos vislumbraron, ya que él estaba casi por desmayarse, puesto que estaba siendo asfixiado por un fuerte contemplando que quiso ayudar a Ana quien se encontraba en la paja con un golpe en la boca y su muñeca siendo apretada con la otra mano del guardia.
—La tengo Majestad —habló el guardia fuerte—. Este es su cómplice.
—Buen trabajo soldado ahora déjelo respirar. Lo necesito vivo aún —ordené e hizo lo que pedí.
Después del suelte de su amarre tanto Agustín como Ana, me miraron temiendo lo peor, pues comprendían que serían juzgados y condenados a muerte por traición a la corona y su reina. Cuando el soldado abrió paso a la puerta para dar aviso al comandante Wendigo, su superior, fue sorprendido por un golpe en la nuca por la empuñadura de la espada de Damián haciéndolo caer al suelo al instante.
—¡Salgan! —les grité a los tres lo cual hicieron de inmediato.
—Hágalo olvidar —me pidió Damián y yo asenté.
En realidad, nunca hablamos de mi habilidad más que aquella vez en mi oficina después de lo de Hidal y otra más cuando cuestionó del como interrogué al rebelde sin su compañía obteniendo de esa manera los escondites de los rebeldes que nos llevaron a una trampa, por lo que cuando Damián, Agustín y Ana salieron con un corcel en mano, comprendí a la perfección que no podía hacer posible lo que me pedía.
Sin embargo, si el hombre despertaba daría aviso a su comando, por lo que no tuve más remedio que acabar con su vida, sin embargo, no me fue posible. Había tomado su espada, pero justo cuando el arma se perfiló en su esternón me detuve ante el recuerdo de Georgin Hernán quién su único error fue seguir ordenes, creer correcto lo que hacía, porque esa es forma en la que nos educan, por lo que tan solo pude esposarle a un cimiento del establo tapando su boca y dándole otro golpe en la cabeza una vez que comenzó a despertar, mientras me dije internamente que me encargaría de él después.
—Ahora qué —explayó Damián observando a todos lados vigilando el que no nos descubrieran.
—¡Yo no hice nada de lo que dicen, mi reina, lo juro!
—Lo se Ana, lo sé —afirmé tomando su mentón y sintiendo la más de las grandes faltas al verle sangrar debido a mí.
—Deben alejarse de este palacio ya.
—No puedo irme, mi hermano, mi familia —sus lágrimas comenzar a emerger sin parar al pensar en las cosas terribles que les podrían hacer.
—Escúchame —tomé su rostro—. Damián se encargará de tu hermano y yo de tu familia. Estarán a salvo como tú, lo prometo.
Sus lágrimas cesaron y una pequeña sonrisa quedó en ella mirándome como si yo fuera la mejor persona del mundo. No lo era, obviamente no lo era y sigo sin serlo, pues si supiera que la salvé porque justo yo misma la coloqué bajo esa situación otra cosa seria.
Le di instrucciones a Agustín de llevarla a la guarida de Gerardo, ya que no se me ocurrió otro lugar cercano por el momento en dónde esconderla, contemplando que estaba lo bastante oculta dentro de la peligrosa colina empedrada entre el follaje de la reserva, encargándose él mismo de que fuera invisible para todos los curiosos.
—Una vez que llegues ahí, busca a Gerardo y no lo olvides, dile que ella es Ana Robles, él entenderá —Agustín asentó—. Y es mejor que te quedes tú también ahí. Ellos te protegerán. No soportaría que te pasara algo a ti también. Eres... un buen amigo para mí —tomé su hombro y el solo pudo reverenciar mi afecto, ya que no se necesitó palabras para confesar el secreto que guardábamos, puesto que él sabía la verdad acerca de lo que hacía en mis escapadas y del cómo me hacía llamar a las afueras del reino. No me sorprendió cuando corrió a buscarla tan pronto supo que el nombre de mi doncella estaba expuesto. Conocía mis mentiras y aun así, se conservó a mi lado.
Por un momento, cuando los vi partir una vez que les ordené a mis guardias reales que abrieran las puertas para ellos, me amarré al recuerdo de Francio. La primera persona que murió por mí. La primera de la que sentí un cargo de consciencia y lloré e incluso soñé por varias noches siendo él mi primer fantasma. Sabía que nadie le recordaría excepto yo. Nunca tuvo la oportunidad de una vida, pues siempre estuvo condenado a servir a mi familia. Quizá por eso me salvó. Le daba lo mismo vivir o morir. Jamás le miré sonreír y es justo por eso que me quede a combatir pese mis pérdidas para que nunca nadie más pensara que morir era mejor que vivir.
—Debemos darnos prisa si queremos llegar antes de que los guardias de Wendigo...
—No, tú ve por su hermano. Yo iré a Los Balcones.
—¿Estás demente Tamos? No te dejaré ir sola.
—Si estoy demente y si me dejarás ir sola. Sí ellos me ven allá no podrán detenerme, soy la reina.
—¿Y a dónde se supone que lo llevaré? —preguntó por el paradero del hermano de Ana.
—No tengo idea —espeté pensando en algo mejor que esa respuesta.
De pronto, toda idea mía se desvaneció cuando una humeada repentina y creciente se vislumbró a lo lejos del palacio. Algo a la distancia se incendiaba debido a una creciente explosión por el sorprendente sonido que resonó a kilómetros del palacio, ya que la voluta de humo se pudo notar aún con el sol irradiando en lo máximo debido a la hora muy superior del medio día en la que nos encontrábamos.
—Por toda mi fuerza ¿qué es eso? —exclamó Damián angustiado.
—No lo sé, pero no debe ser nada bueno.
—Creo que hay que darnos prisa, Tamos —los dos miramos el humo de una ciudad cayendo en caos. Pensaba enviar a Mateo a Xelu, pero me pareció peligroso.
—Lleva a Mateo contigo a Teya.
—¿Perdona?
—Si, dijiste que ayudaban a foráneos ¿no? llévalo entonces a una de las casas dónde acomodan a los chicos que salvan de las subastas o con Mikaela o tu hermano. Estará a salvo con ellos, lo sé.
—Estas vislumbrando la situación y todavía deseas ir por tus armas.
—Ahora más que nunca las necesitamos aquí resguardadas, Damián. Solo observa. Por favor, te necesito para que lo logremos ¿puedes o no?
—¡Ay Tamos! hay mucho ímpetu en ti. Y no sé si sea valor o tontería de tu parte.
—Tal vez ambas, aunque en definitiva hay más la segunda. De eso no me cabe la menor duda.
—Te creo.
Faltaban un poco más de cuatro horas antes del anochecer por lo que darnos prisa era vital. Rolan se encargó de Pablo, Agustín de Ana y Damián de Mateo. Solo faltaba yo para lograr salvarlos a todos y limpiar un poco mi conciencia.
No dudé en subirme a Viento, el sublime corcel de mi hermano Benjamín y cabalgar hasta Los Balcones. Era una criatura de poderoso tamaño, fuerte y demasiado veloz que los demás aposados en las caballerizas. Además, estaba acostumbrado a mí por mis tantos cuidados y visitas que le otorgaba, que el compañerismo fue mutuo. Me encontraba cruzando por las inmediaciones de los sembradíos de Pixon, el poblado a la frontera de Lorde donde la aldea de los Robles se encontraba dentro del condado de Los Balcones. Por suerte su residencia radicaba casi al límite donde se fronteriza con La Capital.
Se podía llegar en hora y media a móvil tal como lo hacía la milicia del comandante Yraco en esos momentos, pero en Viento logré cortar caminos bien aprendidos de los mapas leídos con anterioridad y cruzar brechas directas sin caminos asfaltados, por lo que tenía esperanza de llegar antes que ellos.
Una vez que llegué, no visualicé ningún móvil perteneciente a la guardia negra preguntando por la familia Roble, por lo que me apresuré a cruzar los caminos y campos hasta dar con su paradero. Fui educada así que toqué la puerta asignada, siendo que no conseguí visualizar a nadie fuera en el campo, ya que técnicamente este día se consideraba de asueto laboral. Me abrió la pequeña hermana de Ana, quien la versión en miniatura de mi doncella. Ella junto con su padre no me reconocieron y quizá se debiera a que había dejado mi llamativa corona intercambiada por mi espada y un elegante vestido por botas, pantalón y casaca.
Ellos se mostraron confundidos en cuanto dije que debíamos marcharnos.
—¿Se puede saber quién eres tú? —dijo el padre.
—¡Mi reina! —respondió la madre de Ana dejando caer una pequeña olla con un guiso tras salir de la cocina y verme.
Ella me reconoció en segundos fuera por lo que fuera que la llevó a hacerlo. De inmediato, tanto el padre como la hermana bajaron sus cabezas, inclinándose con vergüenza por no haberme reconocido, suplicando mi perdón, pero no había tiempo de esas cosas, por lo que les conté mis motivos de visita y es que estaban en peligro, debían irse y ocultarse al igual que lo había hecho Ana y Mateo. La señora Roble se llevó la mano a la boca con preocupación, mientras su esposo abrazó a su hija por tener ambos hijos en peligro. Se calmaron un tanto en cuanto aseguré que no permitiría que le hicieran daño. Salimos por la puerta trasera, ya que los móviles del comandante Yraco estaban llegando y viéndose en el terroso camino a un kilómetro de la empinada aldea.
—¡Miguel! falta mi hermano. Él aún está en los sembradíos —me mordí el labio pensando en cómo ponerlo a salvo.
—Él no tarda en llegar —dijo la madre.
—Ahí —señaló la pequeña Rita hacía la derecha de la ruta de escape, lejos de su pequeño hogar para insertarse a la urbe del poblado.
El hermano mayor de los Robles se visualizaba a metros de llegar a su casa en el mismo instante que vi girar el móvil por la calle. Maldije internamente, al tiempo que les dejé para que avanzaran a la glorieta con la promesa de llevarlos a su hijo a salvo. Debí lanzarle una piedra del camino en la nuca a Miguel para detener su paso. De inmediato se giró tan pronto como sobó el golpe con furia.
—Pero que carajos te pasa -al parecer el muchacho no era muy cortes—. ¿Quién eres?
—La chica que ha salvado a tu familia.
—¿Cómo? —en ese instante nos escondimos entre un muro apilado de rocas inmensas y rollos de madera, pues se escucharon las voces de los fuertes tirando órdenes para entrar al sitio.
—Escúchame Miguel. Tu familia está en el callejón de la glorieta esperándote. Llévalos a la zona Yertelen en la interacción R-23 con avenida frenillo ¿sabes dónde es?
Miguel solo me miró absorto de lo que sucedía y comprendiendo lo que intentaba decirle.
—¿Entendiste?
—Sí, sí. Si sé dónde es.
—Vete entonces y cuando llegues, diles que son familia de Ana Robles, la chica daga.
—¿A-ana? que tiene que ver... ¿todo esto es por Pablo y el Fuego Banco?
—Algo así —respondí—. Cuídalos.
En cuanto se marchó, los guardias abrieron la puerta con violencia y probablemente destrozaron las pertenencias de la casa sin encontrar un rastro de ellos. No encontraron nada y me sentí satisfecha, aunque miré como comenzaban a ejecutar un cuadrante de búsqueda para encontrarlos y en verdad me encomendé a lo que fuera para que no les encontraran y que la familia Robles llegará a tiempo a la guarida de los desertores. Por fortuna observé que el comando iba a lado contrario donde ellos partieron.
Una vez de regreso, por los bosques de la reserva forestal en dirección a Valencia y Xelu, miré un especie de caos. Antes de irme le había encargado a Damián que mandara un equipo de reconocimiento que pudiera avisarme a mi regreso lo que sucedía en el poblado, aunque al estar ya tan cerca opté por cerciorarme yo misma lo que sucedía. Me decidí por no adentrarme a la ciudad por completo sino solo cursar sus alrededores, sin embargo, estos estaban vacíos en silencio y sin seguidores. Detuve a Viento para ver del por qué.
¿En dónde estaban todos los ciudadanos? ¿Estaría bien Faustino y los chicos?
Dentro de mis dudas y distracción, no me percaté de una pareja de seguidores mayor de 30 ciclos que corrían agitados en mi dirección, lo que hizo que Viento se alterara.
—¡Ayúdanos! ¡Sácanos de aquí! —gritaban entre los dos jalando de las riendas y el estribo del corcel.
De la nada, Viento se asustó tanto que debí tirar de él fuertemente para controlarle, pero de igual forma me hizo caer entre el boscoso sendero aminorando mi golpe un poco, aunque el animal era muy alto y la caída me provocó por un momento desorientación.
—¡Lo dejaste ir! —me acusó la mujer al tiempo que se me acercaba de tal modo que me tomó del cuello de la casaca y agitó.
Vi que estaba herida o golpeada, siendo que poseía sangre seca en la nariz y boca. El hombre se había marchado en persigue del corcel, aunque la mujer continuó agitándome mientras me miraba con aquellos pares de enrojecidos ojos hasta que de forma repentina me soltó cayendo sobre mí quejándose de dolor y escupiendo sangre desmayándose en tan solo segundos.
Cuando la removí para ver su estado, noté que parecía muerta, asustándome enseguida, puesto que yo no le había hecho absolutamente nada. Fui hacia atrás permaneciendo todavía en el suelo, aunque pronto me percaté que aún existían ligeras elevaciones en su pecho. Seguía con vida, pero aun con ello me alejé, queriendo reincorporar cuando entonces escuché al hombre regresar.
—¿Qué le hiciste? —me gritó furioso, mientras corría hacia mí. Me preparé para luchar sacando mi daga del cinturoncillo, pero cambio el rumbo hacia ella. La levantó un poco del suelo abrazándola. Yo me conmoví, por lo que me acerqué para ayudar.
—Ella solo se desmayó. Yo... —antes de terminar la frase el jaló mi pie velozmente cayendo al suelo de nuevo golpeándome la mejilla con una roca. Lo patee, pero él me arrastró de los pies llevándome hasta él.
Cuando vio que me dirigía a la daga que tiré por el impacto anterior, él pasó sobre mí, pues yo me encontraba boca abajo y pesé que me arrastré, no fue lo suficiente, porque el seguidor la tomó, me giró y la apuntó a mí con dirección a mi pecho de no ser que una detonación hizo eco y su pecho de sangre se llenó. Un revolver. Alguien le había disparado al hombre, provocando que este cayera entre un costado mío y mi hombro y brazo derecho.
Por un segundo me quedé paralizada hasta que conseguí quitar lo que restaba de su cuerpo de mí con desesperación envuelta en un trance sin comprender del todo lo sucedido.
—¿Se encuentra bien, Majestad? —no logré respondí por unos cuantos segundos hasta que el rostro de mi salvador se colocó frente a mis ojos.
—S-si, yo... si —lo espeté mirando a la nada para después ir a él—. Acaba de salvar mi vida coronel Irruso -hablé conmocionada, mientras me levantaba y miraba al hombre muerto.
—Puede llamarme Eren, mi reina —eso me hizo salir del trance y mirarle.
—Gracias, Eren.
—¿Está... herida? —me dijo observando mi rostro, por lo que al pasar mi mano en ella, noté la sangre del seguidor que botó en mí.
—No es mía —la froté desesperadamente pretendiendo que de esa forma el recuerdo de la sangre de ese hombre con una bala en el pecho adhiriéndose a mi rostro quizá se borrara de mi mente, sin embargo, solo conseguí realizar un alarido debido a que a mi mejilla fue lastimada en el camino, causando que esta sangrara y por consecuencia no saber cuál era suya y cual mía.
—¿Qué hace aquí, Eren? ¿Qué está pasando?
—En realidad no lo sé. Vigilen la zona —dictó a los guardias aposados a su servicio con un ademan en su mano que giraba en círculos para revisar el bosque, al instante que me ofrecía un pañuelo que agradecida acepté—. El general me envió junto con un amplio comando antes de partir en busca suya Majestad para asi asegurarme dd su regreso, así que debo sacarla de aquí, pero Xelu es un desastre. De eso, si estoy seguro.
—De acuerdo —miré a mi alrededor—. ¿Qué hay con ella?
Me dirigí hacía la mujer seguidora que cayó desmayada. Eren se movió a ella para echar un vistazo agachándose y poniendo sus dedos en su yugular.
—Está muerta —terminó diciendo al mismo tiempo que volvió a mí con el mismo desconcierto que yo.
—¿Qué les habrán hecho para que estuvieran así de desesperados por salir del condado?
—No lo sé mi reina. Parece haber muerto por una lesión interna debido a la sangre emergida de su cuerpo, pero ha habido información de múltiples muertes que comienzan a extenderse desde el amanecer de este día. Peri descuide, el comando enviado pronto lo averiguará.
—Si y temo que no me gustará la respuesta.
Una vez en el móvil con dirección al palacio, me fue inevitable pensar en esa pareja. Esa mujer había sido golpeada por la sangre en su rostro reciente y seca, por lo que asumí que el hombre a su lado la protegió ayudándola a huir; puesto que por igual existía sangre en él, aunque en menor cantidad. No creí que fueran rebeldes. Ellos escapaban por otra cosa que necesitaba conocer con urgencia.
Con esos pensamientos, mis dedos pasaron una y otra vez con suma ansiedad en el collar que mi madre me obsequió mirando el sendero tras la ventana.
—Tranquilícese Majestad o romperá esa hermosa joya familiar.
—Lo siento Eren es que estoy muy nerviosa y... —mi mirada se trasladó del camino a él—. ¿Cómo sabe que es una joya familiar?
—Es que alguna vez lo vi puesta en su madre, la reina Carina.
—¿Qué tanto conoció a mi madre, coronel Eren?
—Pues digamos que estoy aquí gracias a ella. Yo soy un fuerte de segunda clase, así que solo debí ser un guardia de alto rango como cargo máximo, sin embargo, soy el coronel de toda una estación ahora.
—Vaya —logré expresar recordando la benevolencia de mi madre.
—Usted ha demostrado tener mucha fuerza, reina Ofelia. Sus padres ascendieron a una edad muy superior a la suya, pero aún con eso estoy seguro que lo hará bien, pues hay determinación en su mirada.
—Espero así sea —susurré para mí logrando darle una sonrisa.
Cuando giré a la ventana de nuevo, me di cuenta que ya estaba oscureciendo. Dos horas y media habían transcurrido desde los plantíos de Pixon con demasiada rapidez. Suspiré aplaudiendo mi hazaña, aunque todavía existía la travesía Rolan y Damián.
¿Ellos también lo habían logrado?
Los nervios regresaron. Al volver, me informaron que los jets no habían llegado y lo mismo pasaba con Ron, quién todavía no volvía después de haber ayudado a escapar a Pablo.
Pensé que todo estaba por terminar, sin embargo, no era así, porque al llegar al gran salón, guardias, asesores y Farfán me esperaban con exalto, por lo que la pregunta con velocidad emergió de mi garganta, presintiendo que nada bueno sucedía.
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