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𝒞𝒶𝓅í𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟤𝟩

Por alguna razón que no sé explicar siempre terminaba en la fuente que un día mi hermano mayor se zambulló, ahora lo sé, por Rolan Llanos a los quince ciclos. De alguna forma u otra aquel lugar me tranquilizaba cada que los problemas y soledad comenzaban a dominarme. Quizá y fueran los recuerdos los que atraían al sitio.

Sentada en ella, sonreí tras recordar cuando solía esperar a aquellos tres hombres de mi vida cada que arribaban al palacio después de algún viaje. La joven que permanecía sobre esos cimientos ya no era la misma de aquellos días. Es sorprendente como en tan poco tiempo una vida puede permutar de tal manera, contemplando que mis actuales preocupaciones se destinaban ahora mucho más allá que ponerme el vestido perfecto para la celebración adecuada.

De pronto, toda cavilación se disolvió tras el escuche de un par de botas acercándome a mí. Por un instante, creí que se trataba de Damián, sin embargo, tras girar mi cuello me percaté que era nada menos que Rolan, qué con un gesto pidió sentarse a mi lado. Yo lo concedí.

—No creí que aceptaras la ley de registro de seguidores.

Resoplé.

—¿Es que todos se pusieron de acuerdo para reprochármelo? —mi vista se mantuvo en el los rojos arbustos y la salida en dónde la señorita de los desertores había partido media hora atrás—. Créeme, no eres la primera persona que lo ha hecho.

—¿Acaso Vanss también lo reprochó? —su respuesta provocó que mi sonrisa irónica se esfumara.

—¿Cómo es que sabes de ella? ¿Acaso la conoces?

—No, ella misma me lo ha dicho.

—Te lo dijo o la obligaste a hacerlo -exclamé un tanto molesta, mientras él se hundió de hombros pesaroso para situarse circunspecto.

—¿Qué es lo que haces cuando te escapas del palacio? —con sigiló preguntó girando medio cuerpo para observarme por completo.

—Algo me dice que ya lo sabes, Ron -lo miré, aunque este esquivó con rubor la vista por la acusación hecha—. Supongo que ya convenciste a Agustín de que hablara o me equivoco.

—En realidad de él no averigüe mucho. Se mantuvo lejos de ti tal como se lo ordenaste. Es por eso que te pregunto a ti —me hubiera gustado contarle todo, pero pese a todo no confiaba en Ron. Al menos no como antes, así que hice lo acostumbrado: mentir.

—Sabias que los rebeldes y desertores no son lo mismo. Yo creía que si, pero me equivoqué.

—Puedo suponer que esa chica y todos los demás con los que has estado lo son ¿no?

—Lo son, sí.

—¿Y van a ayudarte?

—No lo sé. Debiste preguntarle ya que la tenías en frente tuyo —me observó un poco irritado.

Al parecer poseer tal habilidad le molestada o fuera que simplemente la forma en la que lo reproché lo provocara.

—Nunca la había visto por aquí. Creí que era una soplona o una rebelde que te atacaría, pero resultó todo lo contrario, porque ella es una aliada -no supe que regresar, pues imaginé que él me espiaba, pero al final lo que buscaba era protegerme—. Te dije que te salvaría de todas las formas posibles ¿no? aún si eso te incluye a ti misma.

—¿Piensas que soy un peligro para mí misma?

—No tengo idea lo que estés tramando Ofi, pero no puedes pasar por esto tu sola —entonces su mano se destinó a la mía—. ¿Recuerdas cuando te dije que siempre pensé que mi habilidad estaba mejor contigo? —asenté.

"Por supuesto que lo recordaba. Lo recordaba todo"

—Pues todavía lo sigo creyendo y estoy seguro de que tú puedes usar mi habilidad para cosas que pueden cambiar esta nación —fue entonces que decidió atreverse a posar sus nudillos sobre mi mejilla—. Nunca dejaré de creer en ti.

Aquello causó que me sonrojara en el preciso segundo que mi mirada se clavó en la suya. Y es que aquel beso otorgado entre ambos en la nocturna madrugada yacía ya muy distante de nosotros. Jamás hablamos de él, pero temo que los sentimientos se conservaban intactos, sin embargo, la realidad me incitaba a volver.

—Ron por favor, no hagas esto más difícil de lo que es para mí —retiré su mano de mí con lentitud y afligido sonrió.

—Sé que nunca nos permitirán estar juntos mi reina, pero uno no elige a quién querer —ni siquiera me molestó que usara la palabra mi reina, dejando en claro mi posición en este palacio, sin embargo, no pude evitar que mi estómago se estrujara ante su confesión.

—¿Querer? ¿Tú... me quieres? —pregunté en un susurro de incredulidad.

En el fondo, no era nada más que una chica huérfana de diecisiete ciclos que tan solo pedía un poco de cariño, pues no importaba cuanto me dijera que mis sentimientos estaban dominados. Lo cierto era, que no lo estaban.

—No tienes una idea de cuánto —me confesó seguido de reincorporarse de la fuente con velocidad—. Y cada vez cuesta más trabajo aceptar que tú tendrás que casarte con un fuerte, porque yo no soy más que un simple...

—No, Ron —le espeté, mientras me reincorporaba a un costado suyo—. No te compares con ellos —levanté su afectado rostro con mi mano—. Tú no eres ellos y ciertamente así lo prefiero. Tú eres...

—¡Una anomalía! —gritó enfurecido consigo mismo—. Lo que hago no es normal. No soy un fuerte ni un seguidor. Una abominación, eso es lo que soy.

Su estallido repentino hizo que yo retrocediera, causando de ese modo que se percatara de mi reacción para entonces, abrirle paso a la calma y suspirar con suma pesadumbre.

—Mi madre murió cuando yo era tan solo un niño. Una tarde después de pasar horas pescando dentro de una dura tormenta ella regresó muy cansada y ya nunca volvió a despertar. Una semana más tarde, un par de guardias me detuvieron. Dijeron que eso me convertía en huérfano y por tanto, en un foráneo. Me tomaron para llevarme a Lorde, pero me resistí cuanto pude hasta que uno de ellos me golpeó el rostro de una forma tan feroz que casi perdí la razón. Me tomó de la camisa y me dijo "más te vale que te acostumbres escoria, porque quizás tu nuevo dueño no será tan suave como yo"

Su voz comenzó a oscurecerse en el mismo instante que pasó saliva reviviendo aquel día.

—Aún soy capaz de escuchar sus risas cuando pregunté cual dueño y me contestaron que a los que me venderían. Sin duda el pánico me invadió y pedí que me soltaran, que se fueran y para mi total sorpresa lo hicieron. Esos hombres simplemente se marcharon y no fue hasta ese segundo que fui capaz de mi habilidad, así que para cuando me volví un ladrón para poder sobrevivir en las calles y un comerciante me tomó en fragancia, no dudé en pedir lo mismo y lo ejecutó sin pestañar del mismo modo que sucedió con cada uno que me sorprendía, porque sencillamente se los ordenaba.

"Durante un ciclo entero permanecí en los poblados de Marina huyendo, pero tan solo poseía 9, por que la prudencia no me acompañaba todavía. Controlé a alguien y un comandante se dio cuenta de ello. Debiste ver su rostro. Bastó con ver su sonrisa imaginando todas las cosas con las que podría utilizarme que me percaté lo peligroso que yo era. Corrí tanto hasta que mis pies dejaron de responder para no yacer en sus manos hasta que me encontré en la guardia azul y pudiera que tal vez esos niños no se vieran felices, pero por alguna razón los fuertes les consideraban. Fue sumamente sencillo ingresar a la instalación después de averiguar que hubo una fuga en la instalación semanas atrás

El oír la clase de vida que obtuvo Rolan en esta nación me causó dolor e impotencia y es que de aquellos nueve ciclos de conocernos realmente nunca me di a la tarea de saber más allá de lo asentado entre ambos.

—Fue entonces que olvidé a Rolan Llanos. El niño que quería ser maestro y jugaba con Vitoreto Yan con una pelota de tela para convertirse en Rolan Real, un simple guardia azul. Y temo que te está pasando lo mismo, Ofi —lo miré sin comprender lo que intentaba exclamar—. Estas olvidando quién eres. Olvidaste a la Ofelia que yo conocí algún día —me miró colocando sus manos en mis hombros—. No lo hagas. No la cambies a menos que pienses convertirte en alguien mejor que ella.

—¿Y tú? ¿Te convertiste en alguien mejor que Rolan Llanos?

—No —respondió después de segundos pensando probablemente en todas las cosas que hizo con aquel don juzgando por su rostro—. Pero tú, usted es mi acto de absolución, mi reina —se inclinó en una rápida reverencia y sin más, se alejó de mí.

No tuve agallas para ir tras él, por lo que tiempo posterior a mi repentina plática con Rolan me decidí refugiar en la estancia personal de enmiendas preferida de mi padre donde esperaba que mi mente borrara todo sentimiento que su conversación me trajo, sustituyéndolos por los cientos de papeles acumulados sobre el escritorio, regresando de vuelta a mis prioridades. Cuidar a mi nación.

—Hasta que concedo la gracia de verte —apareció mi abuela en la sala al día siguiente abriendo paso con aquella impetuosa presencia con el repique incesante de su bastón sobre el azulejo que usaba como accesorio para anunciar su llegada a donde fuera que llegase—. Vivimos en el mismo sitio y parece imposible el encontrarte, toma.

Su mano se estiró hacia mí para que acogiera una carpeta de sus manos.

—Gracias, pero ya tengo muchas de esas allá, abuela —señalé la pila en el escritorio.

—Solo recíbelo, quieres —su mirada y voz no estaban para bromas.

Revisé unas cuantas hojas del documento a simple vista encontrando rostros e información personal de jóvenes fuertes provenientes directamente del registro de Victoria.

—¿Qué es esto?

—Qué más puede ser, Ofelia. Los contendientes a consorte. He sido metódica e incluso amable contigo en asignar no solo a los fuertes más ventajosos, sino a jóvenes semejantes a tu edad y apuestos. Son diecisiete, así que procura tener una resolución lo más breve que puedas.

—Esto debe ser una broma ¿cierto? —su apacible rostro no se perturbó ni un poco ante mi interrupción—. Abuela, yo no quiero casarme.

—Ofelia —resopló mi nombre con compasión—, esto jamás se ha tratado de lo que quieres. Créeme, para mí tampoco es agradable. Aún eres muy joven, pero has ascendido al trono de Victoria y eso conlleva responsabilidades que debes acatar. Si aún fueras princesa se te otorgaría tiempo, sin embargo, no es así. Eres la última Tamos y que la dinastía persista recae en ti te guste o no.

—Pues me rehúso a ese destino. Me casaré y daré a Victoria un digno heredero sí, pero a mi ritmo no al suyo, me comprendes.

—¿Crees acaso que el poder se gana solo? —me reprochó al resonar de su bastón—. Tu padre también tuvo que ceder a muchas exigencias para lograr un cambio en Victoria y poder hacerte regente. Y sí crees que tú puedes conseguirlo sin antes sacrificar algo de ti entonces eres más ingenua de lo que creí, porque déjame asegurarte que para ti todo será doblemente más difícil y no solo por ser mujer o muy joven o una fuerte sin fuerza, sino simplemente porque nadie te respeta. Necesitas aliados y siendo impetuosa con ellos no hará que cambien de pensamiento. Exige cuando debas exigir y cede cuando debas ceder. Así de sencillo funciona esto.

—Dices que debo resignarme entonces.

—Al menos puedes elegir —señaló la carpeta—. Eso ya es más de lo que lo que muchas pudimos tener.

Lo exclamado por su boca me hizo mirarla con un tanto de empatía.

—Y sí hubieras podido, abuela. Sí hubieras podido elegir ¿aceptarías de nuevo esta vida?

—Yo... —por un instante titubeó al grado que fui capaz de ver una fractura en su mirada—. En menos de seis meses tendrás dieciocho y para ese lapso se espera que ya tengas tres elecciones factibles, así que date prisa y comienza por eliminar a la mitad.

Otorgó media vuelta y salió de la antesala dejando como siempre ese amargo sabor en el aire tras pisotear la autoestima de su única nieta. Por un tiempo, permanecí estática visualizando la carpeta con esos diecisiete fuertes seleccionados para mí cual menú se trataran. Sin leer ninguno, los arrojé a la alfombra fuera del escritorio, muy cerca del basurero para volver a las enmiendas del día que necesitaban mi verdadera concentración acompañada por mi consejero y tesorero, quienes me brindaban su ayuda para resolver las dudas surgidas en actas y cuentas pasadas que no comprendía del todo.

Para cuando la luz de las lámparas nos iluminaron, salimos de la sala tan agotados como frustrados por igual, porque el tiempo se me estaba agotando. Cada día vivido era un día más que planeaban acabar conmigo. Lo sentía con cada mala noticia que pasaba por mis manos y oídos.

Distraída, crucé los pasillos, vestíbulos y salones hasta que me detuve en el gran cuadro familiar postrado en las escaleras principales con vista al gran salón de baile. La última vez que este se renovó había sido poco antes de que Dan ingresara a la guardia negra dos ciclos atrás, por lo que nuestros rostros no se encontraban muy distantes a los actuales. Debí sentir añoranza tras recordar lo perdido, en cambio, un sentimiento de furia y rabia me invadió, porque no importaba cuanto intentase distraerme con asuntos de la nación o los rebeldes al final del día, mi familia abordaba mi silencios y soledad.

—Gratificantes los interrogatorios de esta mañana no lo cree, reina Ofelia —para mi mala suerte se trataba de Octavius. Lo último dicho por su boca sonó más como un insulto—. Lo cierto es, que no comprendo para qué promulgar la ley de registro si usted soltara a todos ellos.

—Eran inocentes, general.

—¿Y espera que con dos preguntas se sepa qué tipo de personas son esas basuras?

—Que se supone que debería hacer para saber el tipo de persona que son según usted. Tortura ¿quizá? —descaradamente alzó los hombros en afirmación—. ¿Qué fue lo que le hicieron para que se comporte con ellos de tal forma?

—Y a usted para que sea tan dócil.

—Yo no soy dócil. Soy justa, pero eso es algo que usted no entenderá.

—Por qué continúa con su triste devoción de salvar débiles. Empatía ¿tal vez?

—Insiste en desafiarme, General. Debe ser muy valiente o torpe para hacerlo.

—Al fin le escucho mostrarse tal y como es Su Majestad.

—Con personas como usted es sumamente sencillo comportarse como una... como diría usted... cierto, como una maldita —su sonrisa cínica continuó en su rostro disfrutando alterarme—. Tristemente su deber será el cuidar a esta maldita reina tal como el general Paolo lo hizo alguna vez con mi padre.

—Yo juré lealtad, honor y devoción a la familia Tamos —confesó ofendido.

—No, general Octavius. Su lealtad siempre estuvo con mi padre e incluso con mi hermano, pero jamás conmigo. Aunque más le vale hacerlo, porque ninguno de ellos ahora viven, pues el rey y príncipe de Victoria murieron.

—¡Los mataron! —su voz rugió tan repentino como la frase emergió, provocando que parpadeará, pese que no me moví—. Y yo sé que usted lo sabe tanto como que sé no hará nada por darles justicia. Seguirá prefiriendo ponerse uno de esos hermosos vestidos que usa —miro mi atuendo con desdén—. Y portará aquella pesada corona que ganó a base de sangre, situándose en un trono demasiado grande para usted—me dijo cada palabra acercándose a mí, intentando ser lo más hiriente y despectivo que podía mientras yo retrocedía cada paso que él avanzaba—. ¿De verdad piensa que permitirán que nos gobierne una reina débil? Una seguidora vestida de seda es lo que es usted.

—Basta —exclamé con voz apenas audible.

—Acaso cree que por sentarse en ese trono logró algo. No mi señora, Victoria será gobernada de nuevo por un rey, por su futuro esposo. Aquel que le impondrán y que usted seguirá cediendo por unas cuantas migajas de amor. Para poder mantenerse con vida.

—Dije basta —esta vez mi tono fue más severo, pero Octavius no se detuvo.

—Pedirán un heredero, pero no vendrá de usted. No, no se arriesgarían a tener un débil rey y sí lo hacen créame, sufrirá más de lo que lo está haciéndolo usted misma.

—Ya no hable —tapé mis oídos con mis manos, pero estaba arrinconada entre el cuadro y su cuerpo asegurándose bien que escuchara lo que faltaba, siendo que me sujetó de las muñecas para que siguiera oyendo.

—Ellos buscarán una reina, una verdadera reina fuerte y usted será fácil de olvidar. Una caída montando, un ataque de rebeldes o mejor aún, el suicidio de una reina huérfana que ascendió en la locura. Dígame, cual le gusta más.

—Ya es suficiente ¡Suélteme!

—Solo tenga en mente lo siguiente: el único que pudo protegerla y pudo haberles convencido de que usted fuera una buena heredera murió. Y fue por eso que acabaron con él —su contención en mí se volvió a prensora, sobre mis brazos. Su voz repiqueo sobre mis oídos, permaneciendo tan cerca de ellos que eran semejantes a escuchar a mi propia coincidencia—. Usted los mató. Es su culpa ¡Su culpa! —dijo tantas veces como le pedía que se detuviera.

—Basta —gemí tan débil suplicándole con mi rostro empapado de lágrimas para que se detuviera—. Por favor, basta.

En ese preciso instante Damián llegó para apartarme de Octavius golpeándole en el pecho, consiguiendo que el fuerte otorgara un paso atrás trastabillando, mientras mi guardia me colocaba detrás de él.

—No se atreva a ponerle ni un dedo encima de nuevo ¿me escuchó? —advirtió Damián con ferocidad, siendo esa la primera vez que le escuchaba desafiar al general.

Me contempló encontrándome todavía desecha por las palabras de Octavius, mientras que mi agresor no mostró ni una pizca de arrepentimiento, porque poco le importó seguir hiriéndome.

—Observe bien aquel cuadro reina Ofelia, obsérvelo bien porque muy pronto los Tamos ya no existirán. Todos murieron gracias a usted y su maldita anomalía —su debo índice me señaló acusándome cual daga se tratará—. Sabe qué dirán los libros de usted: nada, absolutamente nada.

Entonces recuperé el aliento e ímpetu perdido y le afronté.

—Es usted un ser insolente y no pienso soportarlo ni un segundo más. Debería...

—¿Prescindir de mis servicios? No le daré el placer de hacerlo. Renuncio. Este palacio ya no estará bajo mi protección —se alejó de Damián dando pasos atrás obsequiándole algo de rencor—. Y descuide. Como ya lo ha de saber. No tengo hijos ni familia cercana que pudieran ocupar mi puesto. Su Majestad puede sentirse libre de rebajar mi grado, quitarme mi honor o convertirme en un fuerte clase baja, pero yo seguiré teniendo algo que usted suplica tanto por tener y nunca obtendrá: respeto.

Soltó una carcajada irónica riéndose de mí, pesé que fui capaz de ver la tristeza en sus ojos por saber que el reino iría directo a su destrucción. Aquel hombre no era nada para mí y sin embargo, cada palabra dicha de su boca me hirió, contemplando que de alguna forma u otra él tenía razón.

—¿Está bien, Tamos? ¿Acaso le hizo daño? —preguntó Damián con sus brazos sobre mis hombros una vez que Octavius se alejó sin mirar atrás de ambos.

—Sí, lo hizo —acepté concentrada en contemplar el cuadro familiar sintiéndome tan culpable por sus muertes—. Pero no del que puede verse.

Sus ojos me examinaron con compasión, al tiempo que por simple arrebato me incliné a él para abrazarlo en busca de consuelo. Necesité tanto de uno y Damián amablemente me lo concedió. Sentí su mano acariciando mi cabeza reposada en su hombro en busca de proporcionarme alivio.

Segundos más tarde, mis sentimientos volvieron a ser aplacados por mi mente. Le miré con mí siempre sonrisa de cortesía y sin más, me alejé de él.

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