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𝒞𝒶𝓅í𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟤𝟧

—¡¿En dónde estabas?! —preguntó afligido y preocupado Rolan con la mirada fija en mí, una vez que finalmente volví al anochecer al palacio.

—Lo sé, lo sé, pero algo lo complicó. Dime que no te quedaste todo este tiempo en el establo esperándonos.

—Claro que no. Tus guardias resguardan una habitación vacía. Creen que has estado ahí todo este tiempo e impiden el paso de cualquiera, aunque el general puede ser un hombre muy insistente, por lo que tuve que asegurarme que no lo hiciera más —agregó con la implicación del usó de su encanto en Octavius.

Lo cual no me generaba ningún malestar. No desde aquella inflexión surgida entre ambos en la alcoba de mi padre que envió mi mano directo a su rostro. Ninguno de los dos confiábamos en el otro, siendo esa la razón de mi clandestino viaje y es que ese sentimiento constante de ser vigilada por él o sus secuaces no me abandonaba. Me acechaba y sé que esperaba a que cometiera cualquier pequeño error que pudiera darle la razón acerca de mí y mi ineptitud para manejar una nación entera.

No le concedería tal honor, aún sí mi abuela parecía congraciar con él y con quien sabe cuántos guardias del palacio a su alrededor que le idolatraban. Debió ser bastante patético el haber sido la reina y aún con ello, tener que salir de mi propio palacio a hurtadillas.

—¿Dónde está Agustín? —cuestionó Ron con quietud después del silencio.

Ron siguió mis pasos adentrándonos a la zona de la caballeriza donde escondí mi atuendo de reina. Ni siquiera me percaté de lo ejecutado hasta que noté como él otorgaba media vuelta tras comenzar a despojarme de mi disfraz o el de Vanss, ya que no hubo tiempo de ir por el usual vestido que me colocaba para irme del palacio.

—En los dormitorios militares, creo.

—¡Lo dejaste ir! —se giró preocupado para verme, aunque de inmediato volvió a su posición ante recordar lo que yo hacía, pues mi fondo antes de colocarme el vestido estaba deslizándose sobre mi cuerpo. Y pese el lugar era oscuro pienso que logró ver un atisbo de mi persona por su sonrojo en su rostro o al menos eso supongo—. Pero... ¿por qué? no se suponía que yo iba.

—No será necesario. Él no dirá nada.

—De acuerdo, tú sabes lo que haces.

Salí de la cabelleriza siendo de nuevo una reina o algo parecido ante mi precario moño en el cabello que dejaba mucho que desear, por lo que Ron me ayudó a colocar unos cuantos de mis risos sobre la peineta que sujetaba el peinado colocándose a un costado mío. Por un instante, sus dedos rosaron mi cuello causándome escalofríos, así como que nuestra cercanía me hizo ladear un tanto mi cabeza a él y finalmente, percatarme gracias a las lámparas encendidas, puesto que la noche nos había abrazado, su rostro exhausto. Sus grises ojos se encontraban cansados y ojerosos en cuanto capturaron los míos.

—¿P-pero qué pasó contigo, Ron? —reprimí las ansias de tocar su rostro—. No te miras bien.

—Bueno, plantiemos que la reina es una persona muy solicitada —ejecutó una mueca intentando sonreí, pero falló acercándose de mí—. Además, tú tampoco luces precisamente bien que digamos —llevó temerariamente su mano a mi rostro tocando mi sien y deslizarla hasta mi mejilla provocando que me estremeciera—. Tienes raspones en la cara.

—¿Enserio? —hablé angustiada pasando mi mano por el sitio que acarició.

Había lavado mi rostro en esa guarida en Concorda y más, pero no fui muy consciente de los daños.

—Un poco contradictorio siendo que Su Majestad pasó todo el día en su habitación.

Técnicamente ese día me pertenecía. Si bien era cierto que ningún día lo tenía libre por tantos deberes y papeleos que mi título absorbía, las audiencias públicas no sucedían y eso me otorgó la oportunidad de declarar que pasaría atendiendo mis enmiendas en la sala de mi alcoba.

Sin embargo, Rolan ya me había ayudado demasiado y pedirle que convenciera a cada uno de los sirvientes del palacio que no notaran cortadas en mi cara era absurdo, sobre todo si contemplaba su rostro de agotamiento. Algo me dijo que incluso su habilidad tenía límites y ya había llegado a él.

—¿Alguna ingeniosa historia que se te ocurra que pueda contar? —le pregunté y como respuesta obtuve la mirada de Rolan quién la llevó a los jardines con una sonrisa cubierta de travesura tal como aquellas que teníamos cuando éramos niños.

Y es que él junto con Benjamín eran un torbellino de maldades exitosas andando por el palacio. En cuanto a mí respectaba, yo era la logística que elaboraba el plan perfecto para las maldades, dejando a Dan ser nada más que un simple espectador y actor principal para atraer a nuestras víctimas.

Acto siguiente de su plan, me encontraba en la sala de Damas con Ana y Adrelin pasando pequeñas compresas y algodones en mi rostro y brazo.

—Pero... ¿qué le sucedió? —Damián apareció en la escena una vez que volvió al palacio después de lo encomendado—. Todos me espetaron que estaba en la enfermería. Voy allá y no la encuentro. Al fin lo hago y no tiene nada —yo solo le miré divertida por su paranoica reacción esperando la hora en que callará para permitirme hablar—. Y bien, ya me dirá lo que le sucedió o debo seguir preguntando.

—Usted es un hombre muy dramático, Damián ¿lo sabía? —las chicas intentaron no reírse ante mi tono relajado.

—Por supuesto, esto es lo que me gano por preocuparme por usted.

—¡Caí en un rosal! Al parecer, no cabalgo tan bien como lo imaginaba —Damián solo intentó no sonreír, pero el imaginarme caer creó que le produjo cierta satisfacción, aunque llevar aquello a la realidad en verdad dolió, pues cuando me lancé a esos rosales de espinas gruesas no pude evitar que se me clavaran unas cuantas en la piel. Fue todo un lio quitármelas o más bien, la doctora Mirna lo hizo.

—Dudo que eso le quité el sueño, reina Tamos —su postura se relajó un tanto pesé que la duda se coló en él.

—¿Considera no importante que su reina luzca así por la mañana en el menester?

—Considero que no es el tipo de dama que se preocuparía por cosas tan banales como esas o ¿me equivoco? —le sonreí como respuesta agradándome que me conociera lo bastante como para saber aquello acerca de mí.

Debería estar feliz. Sobre todo, cuando logré al final del día lo que quería, sin embargo, mi mente se invadió de un único pensamiento, mientras pasaba por la sala personal que antes fuera de mi padre y que ahora me pertenecía, pero no me había atrevido a invadir.

—Ustedes saben lo que son los escarpender.

—No alteza —habló Adrelin.

—Es natal de mi pueblo Los balcones, mi reina —respondió Ana y pensé que al parecer sí debía saberlo. Esperé que Pablo no dudara más de mí después de lo evidente—. Fue prohibida hace como quince ciclos por sus efectos que sí bien son pasajeros causan cierta... adicción.

—El que sea prohibido no quiere decir que no exista, Ana —arremetí, adentrándome a la sala de mi padre—. Creen que sí un fuerte la tomara, le suceda algo.

—No lo creo, mi reina —exclamó Ana—. A menos que... no lo sé, decidieran tomarlo por meses.

No conseguí contestarle ante lo revelado a mis ojos. Me detuve al borde de la habitación contemplando aquella silla que obligaron a vaciarse con la oscuridad invadiéndola. Deseé arrancar de todo mi ser la rabia e ira que comenzó a surgir de una forma tan visceral y que llevabá por nombre Ichigo pues sí bien, aquel rebelde no era el único implicado en aquel hecho, sí era culpable en seguir las órdenes de quien provinieran aquellos deseos. Ese seguidor era tan culpable de saber el plan y no hacer nada al respecto para detenerlo como lo también lo él perpetrador de acto.

Ichigo era consciente del daño que me causaba, pero todo indicaba que eso no le importaba en absoluto y entenderlo caló hasta el más recóndito de mis huesos, pues saber que todas esas veces que creí que mi padre odiaba su vida incluyéndome dentro de ella, no fue nada más que el efecto de ese maldito brebaje que bebía con frecuencia.

Fue por eso que su herida nunca sanó adecuadamente. Fue por eso que murió desangrado con tan solo una herida en su brazo. Llegué a ser testigo de su paranoia y de sus arranques violentos, pero al final, todo había sido efecto de lo que bebía y ellos lo sabían. Siempre supieron lo que le provocaría y solo era cuestión de esperar. Esperar el momento justo para asegurarse de que moriría.

Antes, había creído que aquello no había sido más que solo un evento desafortunado, pero erré como siempre, porque no importaba lo que hiciera, ellos siempre se encontraban un paso delante de mí.

"Existen cosas peores que la muerte"

Pude entender en ese instante a lo que se refería Vans cuando me lo espetó, ya que en cierto punto aquello era cierto, siendo que los rebeldes me estaban matando lentamente. Quebrando, pero sobre todo corrompiendo.

—¿Mi reina? —escuché la preocupada voz de mi doncella hablándome tras haberme adentrado a la sala y mirarla vacía con anhelos que no volverían.

—¿Dónde están? —pregunté de pronto mirando que todo artículo que pudo ser de mi padre había sido removido para que yo, su nueva reinante, lo ocupara—. Sus cosas. Sus botellas —me aventuré a la estantería de licores renovada, causando que todas ellas tintinaran, pues la prueba de aquella teoría del escander se disolvía—. ¡Que han hecho con ellas! —agité los hombros de Adrelin.

—No lo sé, Su Magestad. Juro que no lo sé.

Pude ver mi miedo a través de los sus ojos ante mi amarre sofocador en sus brazos sobre la nocturna noche. La solté molesta. No con ella sino con la vida propia.

—Yo... —sí pudiera volver atrás me disculparía siendo que lo que hice fue simplemente girarme, tomar una botella de la estantería y sentarme en la silla detrás del robusto escritorio permitiendo que la única luz existente fuera esa pequeña lampara del escritorio—. Solo déjenme sola. Largo —ordené sin mirarlas.

Ambas acataron de inmediato y la puerta se cerró al son del descorche de la botella que llevé a mis labios en un amargo sorbo que me provocó una inminente mueca debido a lo inexperta que soy ante el alcohol, cuestionándome el cómo algo así puede destruir tantas vidas del mismo modo que sentí como la última pisca de piedad habitada en Ofelia Tamos Jacobi, se esfumaba cúal polvo en el viento.

Para cuando la siguiente mañana arribó, sus rojos ojos cubriéndose de decepción e impacto me atormentaron. La escena se repetía una y otra vez sobre mi mente. Mi espada clavándose en el diafragma de aquel guardia, mientras el sonido de su piel crujía en aquel desliz ejecutado hasta quitarle el último de sus alientos me flagelaba indiscriminadamente.

Y es que yo fui la última persona que sus ojos miraron antes de partir siendo testigo de mi traición y sí era cierto que él no fue del todo el primero al que le provoque de algún modo u otro la muerte, sí fue el primero en atormentarme, porque fui yo y solo yo quien le arrebató la vida. Sin intermediarios ni ayuda. No, el me recordó lo que yo olvidé ese día.

"Mi reina"

Había mascullado aquel título con la voz áspera y baja dejando que mis manos se cubrieran de su sangre, mientras se aferraba a esa espada dentro de su pecho recordándome que yo le había matado.

—Despierte —la voz de Damián dio por terminada mi terrible pesadilla—. Debe colocarse el cinturon. Aterrizaremos en minutos al menester —todavía con el pulso acelerado e incluso con mi frente cubierta de sudor asenté—. ¿Qué estaba soñado? —me cuestionó con un tono un tanto angustiado o pudiera que intrigado.

—N-no, no lo recuerdo —mentí esperando que de esa forma cesara en aquel recuerdo, pero muy en el fondo supe en ese preciso instante que la muerte de ese guardia me acompañaría por el resto de mi vida.

—No tema. Lo peor ya sucedió.

Le sonreí con cortesía, ya que él pensaba que mi agobio era referente a los nervios por haber subido al jet, aunque pudiera que hubiese algo de cierto en ello. Me comentó haberse asegurado de que esa aeronave yaciera en óptimas condiciones y con pilotos cien por ciento certificados. En realidad, yo también hice lo mío y le pedí a Rolan que encantara a todo el personal para saber sus intenciones y así calmar mis quietudes, pues mostrar miedo a volar sería considerado una debilidad que no sería aceptada de ningún modo.

La persona que encarnaría bajando de ese jet sería la de una verdadera reina contemplando que incluso los personajes cambian, y esta reina no sería la joven y débil que había creado para ellos, por el contrario, sería una autoritaria y fuerte. Una maldita para acabar pronto.

Todos en el recinto abrían paso ante mi caminata rápida que me permitía el plateado y destellante vestido que elegí para aquel día, junto con mis 6 custodios de la guardia negra con Damián a un costado mío, ya que el general Octavius estuvo de acuerdo en dejarlo a cargo sí eso significaba tener el mandato en La Capital por unas horas. El general no le regocijaba el protegerme y eso quedaba más que claro, de la misma forma que yo no deseaba que él lo hiciera.

—Buenos días, mis señores. Tal vez les parezca repentina mi visita, pero créanme, es necesaria.

Todos tomaron asiento ante mi señal después de reclinarme en aquella imponente silla que hacía no mucho mi padre ocupó frente la rectangular mesa. Sin ningún rodeo, comenzó nuestra primera sesión desde que tomé la regencia tres semanas atrás. Abordaron un tema que sí bien sabía que tarde o temprano lo harían, no imaginé que lo sería tan pronto.

—Siendo totalmente fieles a las leyes de Victoria, junto con su esporádico, aunque virtuoso reinado. Es mi deber hacerle saber que la ley de asistencia estipula que Su Majestad no puede asistir sola a ciertos eventos. Sin ser menos importante, el no olvidar el aseguramiento al trono con un nuevo heredero —comenzó a decir el primer menester Reynoso situado a mi derecha.

—Ustedes se refieren a matrimonio ¿cierto? —manifesté tan quitada de pena que los presentes se pasmaron ante mi repentino y palpable cambio—. Mis señores, agradezco su preocupación por mí y la de esta nación, pero no esperan que en una semana recorra toda Victoria para encontrar a un prometido o ¿sí? o es acaso que piensan que deberíamos hacer una exhibición de combate para encontrar al más fuerte —mi tono fue totalmente sarcástico.

—No se preocupe para eso nos tiene a nosotros, mi reina. Para realizar la selección idónea —dijo el menester Usirin mientras el caballero Rendes intercedió.

—Incluso hemos considerado retomar la alianza con el rey Austria.

Una risa surgió de mi boca.

—¿Planea que el heredero a ser rey releve de su trono para convertirse en un simple rey consorte, mientras que yo me destinaría a no ser solo reina de una sino de dos naciones? —continué sin dejarles perseguir—. Eso es absurdo mis señores. Además, dudo que su lealtad se encuentre conmigo al igual que sus ojos ya que estoy segura de que preferirá observar a mis guardias que a mí.

No era un secreto lo que todos rumoreaban acerca de las inclinaciones del heredero de Libertad Solomen Austria Jerden por los hombres, siendo que nunca se le conoció algún encuentro con una dama en sus 23 ciclos de edad.

—Creí que a estas alturas mi reina comprendía que los sentimientos tienden a pasar a otro término. El deber es primero, Su Majestad.

Aquella frase solía decirla mi padre, llevándome al recuerdo del hecho de su asesinato y entonces, la irá explotó de nuevo dentro de mí.

—Menester Reynoso, estoy consciente de que el corazón es solo un músculo que mantiene nuestra sangre y vidas bombeando. Toda aquellas tontería del amor y sentimientos es creada por nuestra mente, por lo que sí le controlamos a ella entonces nuestras emociones por igual lo estarán. Así de sencillo es esto, caballeros —todos callaron ante mi innecesaria, pero eficaz explicación para que comprendieran con quien estaban tratando—. Tal vez pueda parecerles joven, pero les aseguro mis señores, que presto más atención de lo que suponen.

—Concuerdo con usted, reina Ofelia. Al igual que considero que debería haber un par de asuntos más importantes en esta sesión que deben ser atendidos, brindándoles la prioridad que requieren —coincidió lord Osman.

El menester era un hombre mayor. Más que todos en la sala con el cabello por completo canoso. Creo que estuvo aquí incluso antes de que mi padre tomara el mando. Su experiencia junto con el respeto que le tenían en el recinto lo colocaba como el funcionario representante de los menesteres cuando se llevaba a cabo el informe de cada mes con los 5 gobernadores. Tal vez fuera un hombre ya mayor, sin embargo, era el más prudente. Lo suficiente para saber con quién inclinar su lealtad.

—Podríamos mejor discutir acerca de la ley que inesperadamente implementé y que estipula que cada seguidor debe presentar una identificación única para saber a qué familia pertenece y de esa forma, no tener que ser arrestado por considerarse desertores o rebeldes —los menesteres guardaron silencio, pues algunos de ellos no poseían ni la menor idea de lo que hablaba—. Me parece que debo agradecérselo a usted ¿no es así menester Osiris?

Los presentes miraron a tal hombre, el cual era encargado de toda la política que se llevaba a cabo con respecto a los seguidores se trataba.

—Yo bueno... en lo que confiere a los últimos ataques sucedidos, opté por otorgar un correctivo digno a su magnificencia, reina Ofelia. Estos últimos meses han sido...

Estiré mi mano para que callara.

—Lo único que deseo es que ya hagan más disturbios en esta nación, así que los arrestos se cedan deberán darse de la manera menos salvajes y sin heridos ¿me comprende?

—Lo será, Majestad.

—Los quiero a todos presos y dispuestos para poder interrogarlos yo misma. Nadie excepto yo podrá tocarlos.

En otro momento habría pedido la absolución de semejante proclamación, pero me era conveniente tenerla, puesto que con ello Ichigo o alguien que pudiera otorgarme información de él caería.

—Se hará lo que usted ordene, mi reina.

—¿De verdad? —cuestioné con sorna—. ¿Estará de acuerdo con cada orden que mi boca emita?

—Siempre —respondió.

—Entonces, supongo que estará de acuerdo conmigo cuando le diga que tanto este menester como su reina, presiden de sus servicios a partir de... si, ahora —el murmullo entre todos miembros se escuchó.

—Esta... ¿echándome? —el menester Osiris se levantó de su silla.

—Yo lo hubiera dicho con mayor elegancia, pero si, lo echo de este recinto.

—Pero yo... yo pensé que estaba satisfecha con mi implementación.

—Y acierta en ello caballero Osaris y creame, obtendrá el crédito que merece.

—Entonces.... ¿Por qué?

Con brusquedad, me levanté de la silla de tal modo que este chirrió tras el desliz emitido, mientras las palmas de mis manos hicieron el ruido del choque con la mesa.

—¡Porque se atrevió a desafiarme! —mi tono fue estruendoso y autoritario—. ¡Observa esto! —seguí gritando haciendo señal a la corona que portaba sobre mi cabeza—. Soy la reina y no hay ni habrá nadie por encima de mí, caballeros. Así que espero que se retiré por las buenas, porque esta sesión no presidirá con su presencia. A menos claro, que alguien en este sitio no esté de acuerdo con mi anuncio —pronuncié y nadie en la sala objetó—. Y espero que no se atreva a sugerir que uno de sus hijos tomé su lugar.

—Su padre jamás hubiera profanado este recinto de tal forma.

—Tiene razón —mi temperamento descendió y pasé a sentarme con gracia en mi seleccionada silla—. Yo aún le permito conservar su apellido o su cabeza a su cuello. Ahora, le agradecería que nos dejara continuar.

El fuerte se marchó a paso firme con la poca dignidad reflejada en su rostro paso a paso maldiciéndome de eso estaba muy segura, aunque nunca me sentí con tanto poder en mi vida en ese instante.

—Mi reina —habló el primer menester Reynoso.

—Si.

—No podemos continuar con un miembro faltante.

—Es por eso su remplazo está por llegar.

El toque de una puerta se emitió revelando una mujer a la que le concedí el paso.

—Siento interrumpir mi reina, menesteres, pero fui requerida.

—Lo sé. Yo misma lo requerí —tendí mi mano para que mi visita avanzara hasta instalarse a un costado de mí—. Tengan ante ustedes a la nueva menester Renata Verden —su sorprendido rostro asi mismo como del resto se instaló tras mi anuncio—. Espero y ejecute un mejor labor que su antecesor, señorita Verden y que nunca olvide que debe rendir lealtad ante Victoria, la corona, pero principalmente a su reina.

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