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𝒞𝒶𝓅í𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟤𝟢

En Victoria no existe medicamento para fuertes en lo que refería al padecimiento de mi padre, sin embargo, cuando yo nací mi madre se encargó de protegerme lo suficientemente bien para evitar cualquier enfermedad que pudiera atacarme a causa de mi deficiencia de fuerza y entre ellos radicaba un coagulador de sangre.

Comprendí a la perfección que lo que tenía en la mente solo era una idea basada en pura teoría, pero había cabida a la esperanza, por lo que besé a mi padre en la frente y me dirigí con la doctora.

Tras atravesar el recibidor me encontré con Damián y Octavius quienes entablaban plática con un par de guardias de alto rango. Me detuve con la vista fija únicamente en Damián. Su mirada me dijo más que las palabras que no consiguió decirme.

—Mi padre no se encuentra bien —dije agitada por haber corrido a través de todos los corredores y escaleras, ya que los elevadores sin duda me habrían estresado más—. Ha perdido demasiada sangre.

—Pero es absurdo. Ayer su salud yacía en perfecta condición —espetó Octavius.

—Por fortuna puede que exista una solución —le ignoré.

—¿Y cuál es? —cuestionó Damián.

—Una transfusión.

Octavius bufó en un resoplido.

—Su sangre no logrará hacerle nada.

No poseía energía para lidiar con él, así como Octavius conmigo, por lo que cada quien tomó su rumbo.

—Tamos eso es peligroso para ti.

Damián se acercó a mí con premura emparejándose a mi paso con su mirada colocándose en mi blusa que de blanca pasó a escarlata.

—Valdrá la pena si con ello consigo salvarle, aunque ahora tengo otra idea y por eso debo encontrar a Mirna.

—En ese caso, permíteme ayudar.

—Gracias —lo dije desde el fondo de mi corazón—. Necesito que encuentre a la doctora Mirna y le diga que traiga los coaguladores, los que fueron hechos para mí. Absolutamente todos a los aposentos de mi padre. Tal vez ayuden a detener el sangrado de mi padre.

Él asentó, prometiendo que pondría a todo guardia bajo aquella enmienda y mientras él fue en busca de ella dirigí mis pasos con mi padre de nuevo, aunque al llegar al pasillo opté ir al lado contrario hacia mi habitación para cambiar mi blusa por una limpia.

La quité de mí cual si de esa forma también se marchara el dolor y la ansiedad. Tallé la piel de mis manos arrastrando la sangre de mi padre al drenaje como sí otra naciera de ella.

Me encontraba apenas abotonando mi camisa cuando la puerta fue tocada y abierta sin siquiera poder permitir el pase. Pronto, visualicé que se trataba de Ana, quién lucía agitada y angustiada por igual.

—¿Qué sucede? —mi corazón se aceleró de tan solo pensar que me daría una mala noticia.

—El general Octavius, princesa. Acaba de entrar a la habitación del rey y ha pedido que nadie le molesté dentro —en mi mente aparecieron trágicas imágenes de Octavius acabando con la vida de mi padre en distintas formas.

Él es el traidor.

No lo pensé mucho para emprender mi paso hacia allá y visualizar a dos fuertes del servicio médico fuera de la habitación de mi padre que deberían encargarse de mantener la línea de vida del rey activa. Me postré frente a la puerta, aunque tras hacerlo los dos custodios de mi padre me bloquearon el paso.

—Déjenme pasar —ordené, pero ellos no se movieron. Eso enfureció mi esencia hasta cada poro de mi piel, hueso y sangre circulando en el cuerpo—. Tengan cuidado hacia donde está su lealtad. Soy hija del rey, futura soberana de Victoria y Octavius está muy por debajo de mí, así que les sugiero que abran esa maldita puerta ahora sí es que aprecian sus miserables y fuertes vidas.

Ellos solo se observaron antes de concederme el paso, mientras sus cabezas se inclinaban con una disculpa ante su insolencia. Esa era la primera ocasión que les hablaba de aquella forma imponiendo mi derecho de nacimiento, sin embargo, no logré saborear aquel momento debido a la situación en la que me encontraba.

Una vez que abrí la puerta, visualicé como Octavius se aposaba a un lado de la cama de mi padre sosteniendo un grafito.

—Pero que sucede con usted. Cómo se atreve a entrar de esa manera y alterar a mi padre —le grité al tiempo que me acercaba a él observando un manuscrito en su mano—. Se atreve a traerle aquello a mi padre bajo las presentes circunstancias ¿es que en verdad esperaba que mi padre firmara lo que sea que le ha traído?

—Valía la pena intentarlo —continúo descaradamente.

Mi padre apenas y estaba en la consciencia, quejándose y con los ojos entre abiertos y delirantes con una gruesa aguja en su brazo que buscaba hidratarlo junto con otros aparatos más midiendo su delicado pulso.

—Desconozco su contenido General, pero...

—Esto —sacudió el papel en mi cara —. Solo contiene la verdad, mi princesa —empecé a creer que usaba ese título para molestarme. No me dejó responderle, siendo que simplemente continuó hablando—: Y la verdad es que usted no está preparada para esto y lo sabe, así que este manuscrito solo le otorgaría el tiempo que necesita para que usted sepa como gobernar esta nación. El menester y concejal se harán cargo de Victoria hasta que sea lo suficiente mayor para sobre llevar el mando sobre sus hombros.

—Y eso en cuanto sería según usted ¿Diez, veinte ciclos? ¿Toda una vida?

—Pueda que lo último —me regresó la sorna dejado atrás el poco respeto que me tenía, causando evidentemente mi rabia.

—Cuide su tono conmigo, Octavius. No se atreva a jugar ni subestimarme, porque podría llevarse una sorpresa. Exijo que me de eso de inmediato y salga de esta habitación antes de que ellos lo hagan y entonces, averigüe realmente con quién se encuentran sus lealtades —sus ojos se dispararon a los guardias detrás mío.

Para mi total sorpresa él sonrió.

—Hasta que finalmente demuestra su verdadero ser, princesa.

—¿Disculpe?

—Ya puede regocijarse ahora y sentirse satisfecha. Felicidades, la corona es suya.

Sentí hervir mi sangre en cuanto sus palabras y mirada me atacaron, comprendiendo el sentido de tal conversación.

¿Pero qué le hacía pensar a Octavius que el hecho de ver a mi padre y mi familia muerta me regocijaba?

Cuando menos me di cuenta, mi mano ya estaba colisionando en su mejilla. Su rostro apenas y se movió ante mi contacto, pero esperé en verdad que le doliera tan siquiera la mitad de lo que me dolió a mí hacerlo, siendo que mi mano quedó palpitante y caliente ante tal fuerza impuesta, sin embargo, olvidé el dolor intercambiado por odio latente hacia aquel sujeto.

Pude haberle concedido un par más, pero entonces mi abuela gritó mi nombre con severidad. Se notaba que apenas como la noticia llegó a sus oídos se colocó el primer vestido que encontró para instalarle en la alcoba de su hijo, pues hasta su largo y canoso rubio cabello yacía suelto.

Tomé aquel distrajo para arrebatarle el manuscrito a Octavius y hacerlo pedazos, mientras lo maldecía una y otra vez para que se largara, aunque poco le importó mi arrebato, puesto que se alejó satisfecho, sabiendo que me hizo rabiar mostrándole un lado de mí que aún yo no conocía.

—¿Qué pasa por tu cabeza, Ofelia?

—¿Y en la tuya, abuela?

—Como te atreves a comportarte como una vil salvaje con tu padre estando en cama.

—Pero abuela, sí tan solo supieras las razones...

—Me importa poco tus razones. Esas no son formas de comportarse de una dama, mucho menos de una princesa.

La furia entre ambas se disipó en cuanto escuchamos a mi padre murmurar mi nombre yendo hacia él hincándome frente a su cama. No lucía bien, por lo que lágrimas emergieron de mi pasada rabia a tristeza.

—No te esfuerces, hijo mío.

—Pronto vendrá la ayuda y estarás bien, de acuerdo. Debes estarlo, porque no puedes dejarme sola aquí. Quédate conmigo, quieres —lo dije tan pronto como besé su mano con mi cabeza recostada en su cuerpo cuando en un instante pude sentir como acarició mi cabello con la otra.

—¿Me amas? —fue capaz de preguntarme, llevando su mano a mi mejilla que se encontraba cerca de su pecho. Estaba tan helado que la sensación de arroparlo me invadió.

—Por supuesto. Tú eres lo único que me queda en este mundo, así que no me abandones. No ahora.

—Sabia que tú no podías hacerlo —jadeó.

—Hacer qué, padre —le cuestioné sin saber a qué se refería, pero él cambió su mirada de mí a mi abuela que se encontraba en el otro extremo sentada al borde del colchón.

—¿Qué es lo quieres, hijo? —dijo ella después de notar que mi padre observaba el buró lateral deseando algo de ahí.

Con rapidez, averiguamos que se trataba de su viejo reloj de bolsillo perteneciente a 11 generaciones atrás que siempre portaba en cada viaje y reunión como una especie de ritual. Mi abuela se lo dio y él asimismo me lo ofrecía, pese que no tuviera la fuerza para levantarlo. Nunca lo había visto tan cerca ni tomado siquiera, pero lo acepté aprisionándolo en mi pecho.

—Y-ya no sirve —apenas explayó—. Pero el tiempo sigue corriendo. No dejes que te alcance sin haber hecho lo suficiente.

—Lo haré, padre. Lo haré, pero tú también tendrás el suficiente tiempo para enseñarme lo que debo aprender. Regañarme si es lo que quieres. Solo debes quedarte a mi lado ¿puedes?

Regresé el reloj a su mano como una especie de promesa acerca de que todavía le faltaba mucho para entregármelo. Atesoré el obsequió sobre su mano, mientras veía como el monitor mantenía cada vez sus pulsaciones más bajas al mismo tiempo que su venda estaba de nuevo cubierta de sangre. No quería dejarlo, sin embargo, lo hice porque Mirna todavía no llegaba, por lo que debí soltar su mano pesé que él insistió en que no le dejara.

—Solo será un minuto —le susurré zafándome de él.

Salí de la habitación logrando ver al fin a la doctora con otros más aproximarse en el corredor. Ella llevaba en su mano los coaguladores insertando el líquido en la aguja.

—¿Creé que funcioné? —hablé rápidamente entre pasillos.

—No lo sé, pero tenemos los suficientes para averiguarlo. Le pondremos todos esperando una reacción positiva.

Para cuando ingresé de nuevo a su alcoba mi corazón se llenó de esperanza visualizando a Mirna llegar al pie de la cama.

Con fervor, me dije que mi padre se salvaría, sin embargo, ella dudó un par de segundos alejándose de él paso a paso sin ejecutar lo que debía hacer. Me estrellé a unos cuantos pasos detrás suyo con ansiedad.

—¿Por qué se detiene? ¡Hágalo ya!

—Y-yo no. Ya no... —detuvo su voz por un tiempo girándose para volver a decirlo, mientras observaba al cuerpo médico bajar la mirada con múltiples aparatos y respirador en mano con mi abuela de pie a un costado llorando—. Ya no servirá, princesa. El rey...

No conseguí entender del todo el resto de lo espetado o pudiera que simplemente no quisiera hacerlo por el abrumador vació que comenzó a surgir desde mi garganta hasta el estómago, con la falta de aliento invadiéndome al son del monitor sin pulsaciones de mi padre que me murmuraba con alevosía a mi oído, que el tiempo para él se había agotado.

Muerto. Mi padre estaba muerto.

—Lo lamento —llegué a escuchar, mientras avanzaba petrificada con la noticia y la visión puesta en él.

Mirna intentaba explicarme todo por lo que probablemente aquel suceso llevó a aquel final, pero no fui capaz de escuchar ni ver nada más allá que no fuera el cuerpo de mi padre sumergido en su cama qué desde mi perspectiva bien podía parecer solo dormido.

—No —recitó con aflicción mi abuela al tiempo que tomó el rostro de su hijo para que despertara con su desgarrada voz absorbiendo la sala—. Mi hijo no puede estar muerto. No puede ¡Hagan algo! ¡Qué esperan! —gritó, pero nadie se movía porque simple y sencillamente ya no existía nada más que hacer por el rey de Victoria.

En cuanto a mí, todo a mi alrededor se paralizó al mismo tiempo que avancé hasta al borde lateral de la cama en donde hacía tan solo un minuto atrás acompañaba a mi padre para finalmente, cerciorarme por mí misma que su corazón ya no latía más.

—No. Por favor no.

Me desplomé en la alfombra con el mayor de los recónditos susurros de culpabilidad adhiriéndose a mi cuerpo con el incisivo reproche a mi conciencia de que no estuve ahí cuando él partió. Me prometí no dejarlo solo y sin embargo, solté su mano cuando más me necesitaba para dejarle morir solo.

No fue hasta ese segundo que mi vista se nubló en penitentes lágrimas corriéndo una tras otra con desconsuelo sobre mis mejillas, mientras un nudo en mi garganta se generaba.

Fue como morir. Por un breve instante se sintió como sí mi corazón se detuviera junto con el suyo. Como si todo mi ser fuera extraído y arrojado en un profundo y absoluto abismo que lo condenaba todo. Aquel día no solo mi padre murió, pues una parte mía también se marchó con él.

—No me dejes —le supliqué al cuerpo inerte de mi padre mientras tomaba su mano rogando obtener un perdón que jamás se me otorgaría—. Quedate conmigo. Por favor, quedate —repetí una y otra y otra vez hasta que la voz de mi garganta se desgarró.

"Perdoname"

Le pedí tras descubrir aquel reloj aposado todavía bajo la palma de su mano, reprochándole a aquel despiadado tiempo el no haberme podido otorgar más de él para despedirme y hacerle saber lo mucho que le amaba.

Me recosté sobre su pecho, aferrando aquel obsequio suyo sobre mis dedos deseando ir a un sitio muy lejos de ahí en dónde todo dolor se curara y es que jamás creí volver a sentir de nuevo tanta, pero tanta pena en mi corazón, sin embargo, erré catastróficamente, porque fue de ese modo que comprendí que el haberme permitido tener esperanza con respeto a él solo provocó que doliera aún más su partida, pues entendí que partir de ese instante me había quedado sola.

No supe cuánto tiempo transcurrió, pero me quedé a su lado hasta que toda lágrima cesó. Recordé aquella canción que mi madre hacía sonar en su hermosa voz para mis hermanos y para mí, mientras él fingía posar toda su concentración en aquellos informes, espetando que nosotros éramos la parte favorita de su día y entonces comencé a tararearla.

Mi trance de negación a aceptación me hizo dormitar hasta que al fin alguien tuvo el valor de moverme del frio cuerpo de mi padre. Era Magnolia junto con mi tía abuela. Solo ellas poseían el tiempo y valor suficiente a mi lado para moverme y así percatarme que ya no existía nadie más a mi alrededor. Ni siquiera mi abuela se encontraba ya.

—Vamos nonelly —incitó tía Gladiola, pero me negué aferrándome a la vida que se me arrebató cuando Magnolia me reincorporó de la cama.

—No, no quiero dejarlo solo. Yo...

Caí al suelo con mis piernas todavía incapaces de responderme. Era como estar y no a la misma vez, por lo que debí ser tomada de los hombros por Magnolia y con la ayuda de Damián me llevaron hasta mi alcoba. Me recosté estando aún fuera de sintonía abrazando una de las tantas almohadas, mientras mis ojos se cerraban hinchados de tanto llorar.

—No comió nada en todo el día —escuché a Magnolia decir en la lejanía.

—Descuide, estoy seguro de que le hará más falta esto —le respondió Damián junto con el clic de las luces apagándose al mismo son que mi mente y corazón también lo hicieron.

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