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𝒞𝒶𝓅í𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟣𝟫

Corrí tan pronto como mi absurdo vestido e incomodos zapatos me lo permitieron hasta poder instalarme a la entrada del palacio. Existía tanto personal a su alrededor que temí lo peor, por lo que me moví presurosa entre ellos a empujones pese que en cuanto me vislumbraban en su camino su paso se abría. Cada guardia, pilotos y más emergieron de la aeronave excepto mi padre, causando de inmediato que mi pulso se acelerara.

No fue hasta que visualicé salir al general Octavius a un costado del rey de Victoria que un profundo alivio me invadió, sin embargo, me intrigó que mi padre no poseyera su elegante uniforme con el que lo despedí tiempo atrás, siendo que su camisa blanca yacía medio abierta y arremangada del brazo izquierdo puesto que poseía un vendaje en la misma. No supe del porqué la portaba, pero al menos se encontraba a salvo.

Me dirigí hasta él para abrazarlo.

—¡Miren ahí está mi hija! —extendió sus brazos para enfatizar mi llegada.

—Dijiste que llegarías en la tarde, padre. Me causaste un gran susto en cuanto vi arribar el jet a esta hora.

—¿Acaso querías que esperara estando de esta manera? —señaló su brazo herido—. ¿Te decepciona acaso?

—¡Por supuesto que no! —dije agobiada tras el hecho de que mi padre pensara que verlo de tal forma me satisfacía. Destiné la mirada en su vendaje declinando a aquel abrazo tan pronto como él se quejó—. Continua sangrando ¿pero qué fue lo que te sucedió? —le exclamé con estupefacción, considerando que tanto su actitud como vendaje no correspondían a tal desorden.

—¡Estoy bien mis señores! —mi padre dirigió el grito a los gobernadores y funcionarios que sin duda abandonaron la sala de banquete tras percatarse de la presencia del rey—. Nada con lo que deban alarmarse. Espero los hayas tratado bien —susurró lo último para mí.

—Si padre, lo hice.

—Eso supuse —tomó mi mano con apremió antes de señalar a uno de sus guardias—. Tú, muchacho. Trae mi botella, porque de seguro esto dolerá o me equivoco, señorita Mirna.

—Seré lo más cuidadosa que pueda, Su Majestad. Siempre y cuando usted prometa no quejarse y ser valiente.

—Una suerte para usted doctora que esa sea mi especialidad —algo de su actitud me cautivó y no precisamente significaba algo bueno, siendo que actuaba como si su entorno se mantuviera imperturbable. Mi padre detestaba sentirse dependiente de alguien que no fuera excepto mi madre, por lo que removía las manos de todo aquel que quería ayudarle-. Encárgate de las visitas, quieres. Jamás hay que ser descorteces con ellos. Yo estaré bien. Estaré listo para que me cuentes de esa cita con aquel joven de nombre Jerte Lambert.

—¿Es enserio? —espeté pausando un tanto mi caminar—. ¡Cinco minutos! solo llevas 5 minutos aquí y ya te has enteraste de ello ¿cómo?

—Soy el rey, hija mía. Me entero de absolutamente todo —mi padre río acompañado de la doctora Mirna y otros residentes más de la enfermería.

Sonrojada, miré a otro lado para terminar por encontrarme a mis escoltas personales. Agustín sonrió con cautela ante lo escuchado, mientras mis otros dos guardias no movieron ni un musculo facial y aunque eso en Damián es normal, disfruté el saber que Rolan escuchó que existían caballeros interesados en mí.

—¿Crees que puedas averiguar lo qué le sucedió? —le pedí a Damián con sigilo una vez que me retrasé lo suficiente en la caminata.

—Ya lo creo, Tamos.

Damián se dispersó al igual que yo tuve que hacerlo, pues aunque no deseaba alejarme de mi padre, las órdenes de un rey no se cuestionan, se obedecen, así que renuente fui de vuelta a la sala donde la merendita con los gobernadores y funcionarios se interrumpió tras el arribo del jet.

—¿Cómo yace Claudio? —el tío Orlando fue el primero en hablar tras verme cruzar la sala.

Era lógico y palpable su preocupación hacía él, ya que ambos se habían conocido casi desde que mi padre fue a Santiago a recibir su educación militar, siendo el primo de mi madre quién orquestó aquel momento en el que mis padres comenzaron a conocerse de manera verdadera.

—Bien —solo fui capaz de responder aquello, sintiendo la mirada de todos esos caballeros esperando algo más de mí que únicamente "Bien"—. Mi padre, Su Majestad se encuentra bien de salud. Desconozco las razones de aquel vendaje del que fueron testigos, pero como se han cerciorado ha entrado por su propio pie. Descanso, eso es lo único que el rey requiere así que brindémoselo.

—¿Pero que le sucedió a Su Majestad? —preguntó Borja.

—Parecía haber sido atacado ¿ha sido esa escoria seguidora de nuevo? —Wendigo se le unió al interrogatorio—. ¿En dónde yacía nuestro rey para recibir tal agravio?

—Yo...

Los nervios de nuevo me gobernaron, causando que mis manos se sobaran en ansiedad, siendo René Farfán quién me salvó.

—Ya escucharon a la hija de nuestro rey. Desconoce las razones del hecho —su mirada se cruzó con la mía contemplando que era de su conocimiento la visita de mi padre en su gobierno. Le agradecí en un asentamiento mutuo—. Seamos prudentes y brindemos aquel espacio y descanso para que en un futuro, podamos escuchar las explicaciones en voz de su propia Majestad.

El tío Orlando se le unió espetando que todos debían marcharse, aunque él se quedó un tiempo con nosotros para asegurarse del bienestar de su cuñado, pues para él Carina siempre fue una hermana.

Opté por cambiar mi atuendo a algo mucho más cómodo antes de reunirme con mi padre después de ver partir a los altos señores de la junta mensual. Cuando toqué a la alcoba e ingresé a ella, el tío Orlando se encontraba conversando con mi padre, aunque antes de ello mantuvo una pequeña plática con el gobernador de Teya referente a lo sucedido o lo que pudiera que haya averiguado durante su estancia allá.

—Espero no interrumpirlos.

—Nada de eso, sobrina. Tu padre necesita la cálida atención de su hija. Me quedo tranquilo sabiendo que se encuentra en buenas manos y que la salud del obstinado Claudio Tamos no ha sido alterada —caminó hasta mí para tomar mis manos, besar mi mejilla, despedirse y reiterar que no era necesario que le acompañara al hangar para partir a su gobierno Lorde—. Y espero no desperdicies mis palabras.

No tuve el valor de cuestionar cuáles fueron esas palabras y mejor me senté al borde de un costado de su cama.

—¿Y cómo sigues?

—Mejor, sabiendo que tu abuela no volverá hasta mañana gracias a que piensa que estoy sedado —sonreí—. Creo que ni cuando era niño me cuidó tanto como en estos momentos excepto aquella vez que gané esto -señaló la cicatriz que alguna vez sufrió cuando apenas Dante era un bebé en un costado de sus costillas debido a un ataque que jamás me contaron—. Te alegra que me encuentre a salvo ¿cierto?

—Obviamente padre ¿por qué no sería de esa forma?

—Por nada hija. Por nada —su mano cubrió la mía.

—Puedo preguntar cómo lograste eso —señalé su herida.

—Una fuga de gas procedida desde Orton, el pueblo de fuertes en Isidro. Abrió las alcantarillas de la zona y una de ellas me causó esto. Fue todo un espectáculo, por suerte nadie salió herido.

—¿Y qué hay de los videos? ¿Viste algo que sirva? —mi padre negó lentamente.

—El fuego terminó por estallar la cabina de seguridad de Teya y todo se perdió.

—Espero no creas que eso fue una simple casualidad.

—Sugieres que aquel acto nos ayudó a reducir las posibilidades.

—Tal vez.

—¿Quiénes sabían de mi travesía?

—Solo tú, el señor Farfán y yo -eso solo dejaba a Farfán, pero también pensé en otros anexos—. Aunque también esta Octavius y los soldados que fueron contigo y todos aquellos que te vieron llegar a Teya. Supongo que ellos por igual cuentan ¿no?

—De colocarlo así, me parece que la lista no es tan corta como entonces supusimos —coincidí con él—. Habría que reducirla.

—Pero no ahora —pasé la sábana sobre sus piernas—. Usted Majestad debe descansar. Ya mañana tendremos todo el día para hablar. El tío Orlando partió mucho más aliviado a Lorde y apuesto a que los demás caballeros de la junta ya han difundida la noticia en su zona.

—Eso tenlo por sentado.

—Bueno, ya mañana podrás demostrar que nada derrota a Claudio Tamos Viraren, pero mientras eso llega, no vuelva a asustarme de ese modo lo escuchó bien, Su Majestad —sonrió un tanto por cortesía al mismo tiempo que pensé que podría decirle acerca de lo que esa chica en Xelu me había dicho que incluía a ese tal Fuego Blanco por igual debido a mis escapadas, pero el aspecto de mi padre sugería que necesitaba descansar, por lo que suspendería la conversación hasta la mañana siguiente.

—Estoy cansado, hija. Fue un arduo día. Crees que podrías...

—Por supuesto, sí. Yo... vendré a visitarte por la mañana y no sé, tal vez y traiga conmigo una de esas tartas que hace Dimitri y te gustan tanto —besé su frente—. Descansa.

—Tú... —me miró de una forma que imaginé que me preguntaría algo—. Tú también descansa, hija.

Para cuando la mañana siguiente llegó, me levanté muy temprano con ganas de cumplir esa promesa a mi padre, sin embargo, tras abrir la puerta me encontré en espera a Damián, quién aguardaba solo, pues mis usuales guardias reales no se vislumbraban.

—Ya sé lo que le ha sucedido a su padre.

—Una explosión en Orton. Si, lo sé.

—Se equivoca, la explosión procedió desde la mismísima área de seguridad de la casa gobernadora y después, se extendió hasta el poblado.

—Eso no puede ser cierto, Damián. Mi propio padre me contó aquel hecho.

—Pues le ha mentido.

—¿Y por qué haría tal cosa?

—Porque él lo provocó.

Lo que exclamó me desenfocó a tal grado que me causó enojo.

—Lo que afirmas es muy grave. Estás acaso consiente de que estás acusando al rey de mentiroso.

—Si, lo estoy. Tanto como supongo que el rey no contempló el material del que están hechas esas cintas de grabación las cuales son altamente inflamables. La razón por lo que el fuego se extendió más de lo que supuso quiero pensar.

—¿De qué hablas?

—Cristal, eso fue lo que a Su Majestad se le clavó en su brazo tras salvar a un elemento fuerte después de que el General Octavius le salvó la vida a su padre en semejante explosión.

—¿Cómo es que conoces tales detalles?

—Porque el soldado que salvó nuestro rey lo vio todo. Me lo contó a mí y confió él.

—Confiarás tú en ese soldado, pero yo no. Quiero verlo, hablar con él —comenté en esos momentos, pues quería extraerle hasta la última gota de verdad que abordaba su cabeza hasta que me recordé que yo no podía hacerlo, sin embargo, conocía alguien que si y ya que me debía el mantener su secreto a salvo, no le dejaría más opción que pagarlo de tal forma.

—Para que traerle sí dices no creer en su palabra.

—Déjame verle y permíteme decidir. Tú confías en él y yo confió en ti. Te pido ahora que intentes confiar tú en mí ¿puedes?

—Le prometí que no le diría a nadie.

—Yo soy nadie. Prometo no revelar lo conversado con él, lo juro.

—Tamos, tú eres todo menos nadie —su tono se volvió triste de alguna manera.

De alguna forma con la duda carcomiéndome hasta los huesos, me pregunte internamente que contenían esas grabaciones que hicieron capaz a mi padre de destruir aquella evidencia.

—Hablaré con él entonces. Quizás y en esta ocasión me diga la verdad.

Me dirigí hasta su habitación, encontrándome con la cama vacía llena de sus vendajes cubiertos de sangre fresca. Una botella casi vacía se aposaba sobre la mesita lateral de la misma. Se había curado solo y tomó valor con el alcohol.

—Ofelia —mi padre murmuró tras verme, mientras se colocaba otra camisa, saliendo de la sala de baño.

—Has cambiado tus vendas solo -me acerqué a él—. Sí sabes que hay médicos aquí que pueden hacer eso ¿cierto?

—Lo sé, pero lo he llevado a cabo yo mismo —espetó quitado de la pena-. La humedad de la sangre invadiéndome me ha despertado.

—¿Y por eso decidiste acabar con casi esa botella? —reproché.

—Solo fueron unos cuantos sorbos.

—Unos muy grandes sorbos —por un momento el silencio nos invadió—. Me dirás lo que realmente sucedió en Teya o deberé averiguarlo yo.

—Suenas como si ya lo estuvieras haciendo y solo buscaras la afirmación de ello —su tono se volvió duro y me miró de una forma inquisitiva como antes no lo había hecho—. Sabes, mi padre era un hombre estoico y determinado. Jamás aceptaba un no como respuesta. Le gustaba el poder y anteponía el deber antes que el querer. Siempre me lo decía y me educó de esa manera, sin embargo, yo... yo no pude hacer eso.

Sus ojos se levantaron para observarme. Estos me reprochaban algo que no logré descifrar en ese instante. Y pese que yacía de pie, su rostro se encontraba descolorido al igual que su frente perlaba en sudor y sus labios cuarteados y pálidos yacían.

—Te quiero, hija mía —decidió colocar sus manos sobre mis hombros de una forma no muy aprensiva, aunque tampoco delicada—. Las personas deberían decirse eso más seguido ¿no crees? —sus manos me agitaban esperando que reaccionara ¿pero a qué? no lo sé—. Eres mi única luz existente ahora. Tal vez ya sea tarde, pero sigues siendo mi pequeña —mi mirada entornó a la suya con preocupación, siendo que no comprendía su comportamiento—. Mi padre no estaría feliz en estos momentos, o pudiera que si por haber tenido razón al final —sonrió con pesadumbre, mientras me soltaba para dirigirse a su escritorio.

Debería mirar su rostro, sin embargo, lo único que conseguí fue ver el rastro de sangre que dejó en el suelo al mismo tiempo que grandes gotas rojas desendían de su dedo índice y pulgar, ya que su amarre en mí minutos atrás hizo que sus puntos del brazo se abrieran de nuevo.

—Estas... sangrando —le espeté mediante me acercaba a él, aunque al mirar su mano esté se desplomó casi en la inconciencia.

Intenté sujetarlo, pero él era demasiado pesado, por lo que caí junto con él con la cabeza sobre mis piernas lastimándome la muñeca.

—¡Guardias! —grité tan fuerte como pude para que sus escoltas nos escucharan, mientras me percataba que su frio sudor revelaba una evidente deficiencia en su sistema—. Traigan a Mirna ¡ahora! —les ordené en cuanto la puerta se abrió.

Uno de ellos corrió ante mi mando con su radio en mano para alertar al resto de la salud del rey en cuanto el otro permaneció conmigo para ayudarme a subir a mi padre a la cama. Pareció una eternidad el tiempo en el que Mirna llegaba a la habitación, pues la cama de mi padre se inundaba de sangre con cada segundo transcurrido, puesto que no importaba cuanto presionara la herida esta no se detenía.

Fue por eso que decidí con rapidez sacar la daga del cinturón del guardia para cortar la manga de su camisa y así observar mejor la lesión que ayer parecía no ser severa. Descubrí que la herida no era grande, pero si profunda. Rasgué parte de las sábanas y le hice un amarre a la herida que si bien no detendría el sangrado, al menos lo disminuiría hasta que llegara la doctora junto con sus aprendices.

—¿Qué sucedió?

—No lo sé, pero... —un nudo en mi garganta no me permitió continuar. Me retiré hasta la antesala para darle espacio a que hiciera su trabajo consiguiendo que al paso de un tiempo, el sangrado se detuviera, mientras mi manía con las manos volvía con ansiedad.

—Creo que ya he logrado pararla, pero no lo entiendo. Cuando Su Majestad arribó al palacio su herida lucía bien, sin embargo, ahora no consigue cicatrizar debidamente. Ha perdido demasiada sangre y por eso cayó inconsciente.

—Pero estará bien ¿cierto?

—No sí sigue perdiéndola.

—Una transfusión —lo dije tan pronto como vino a mi mente—. En la nación de Libertad las hacen. Además, he leído libros donde...

—Lo sé, princesa. Nunca lo he llevado a cabo, pero lo sé. Es solo que la sangre de los fuertes varía de tal forma que podría solo empeorarlo o simplemente no ayudarle en nada. Por esa razón seria riesgoso llevarlo a cabo aun sí la línea de sangre es directa.

—Poco importa si con eso salva a mi padre.

—Alteza yo sé que usted es la hija del rey. Es solo que... —me miró de tal forma que comprendí lo que no se atrevía a decirme.

No soy una fuerte.

Y es que no importaba cuanto me esforzaba, quisiera o pretendiera serlo. No lo era ni lo sería.

—Hay que intentarlo. Mi abuela es mayor para aquella intervención y lo más terrible con la mía sería que mi sangre no le sirva. Solo inténtelo, por favor —pude sentir lágrimas recorrerme el rostro.

—De acuerdo.

Mandó a sus aprendices por todo el equipo que necesitaba en lo que ella se dirigía en consulta de más doctores fuertes que pudieran intervenirla, pues la vida del rey no solo estaba en riesgo sino la mía por igual, pues la transfusión debía ser lo más exacta, ya que si una gota de sangre de mi padre se transportaba a mis venas era muy probable que yo sufriera una reacción que me llevaría a la muerte.

Para ese entonces ya todos eran conocedores de lo grave que estaba el rey. Pensar en trasladarlo a un hospital era demasiado riesgoso, aunque aquí existía lo suficiente para llevarlo a cabo pese que no estaban preparados para tal intervención y es que los fuertes no acostumbraban estar bajo esas situaciones, ya que no es común que ellos enfermen.

De haber sido un seguidor, estaría tirado en una camilla de hospital con las venas destrozadas de tantas intravenosas colocadas, aunque ese pensamiento encendió mi mente como antorcha en una solitaria cueva con una idea que quizá podía funcionar.

—Ya sé cómo salvarte, padre.

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