𝒞𝒶𝓅í𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟣𝟦
Me encontraba en Xelu, el poblado seguidor más cercano del palacio en La Capital. Deseé huir con la esperanza de que tras mi regreso, Rolan Llanos ya no estuviera ahí. Y puede que haya sido impulsiva y egoísta mirando ya desde la perspectiva en la que me encuentro, ya que lo que debí hacer tal día como princesa heredera y súbdita de mi padre fue delatarlo ante el peligro que representaba para esta nación, sin embargo, lo cierto era que una gran parte de mí todavía deseaba encontrarlo al volver.
El solo pensarle de nuevo me estremeció, pues no importaba cuantas veces me lo dijera a mí misma, no conseguía entender del por qué y el cómo de su condición. Debí suponerlo. Yo solo fui un instrumento que usó para ocultarse y protegerse. Tal vez por eso había vuelto después de tantos ciclos.
¿Qué era lo que debía hacer con él? me cuestioné mientras caminaba por la acera con la mirada perdida reproduciendo aquel evento en mi mente una y otra vez.
Me había insertado al distrito clandestinamente después de que segundos posteriores al cierre de mi alcoba el amargo frio invadiera mi ser por completo, devorando el poco amor propio que me tenía y valor ganado en esos meses. Quise olvidarlo todo, reprenderme y desaparecer y ya que no deseaba quedarme en mi habitación llorando por alguien que no lo merecía, pensé que quizá estando fuera de ese palacio la paz se me sería otorgada, por lo que me marché contemplando que ya había ido dos veces más al sitio con Rolan como mi guía nocturno, por lo que supe bien como llegar ahí.
Que patético. Todo recuerdo me llevaba a él.
Era apenas pasado del medio día, por lo que cuando me uní al poblado los seguidores se apresuraban en sus tareas habituales rodeando la glorieta central cubierta de puestos. Supuse que me encontraba a la hora con mayor concurrencia, sin embargo, aun con tanta gente amotinada a mí alrededor nunca fui vista. Tal vez porque portaba sobre mi cabeza y hombros un chal beige justificado por el calor que albergaba la primavera en este sitio o mi atuendo similar al suyo que también me ayudó a pasar desapercibida, ya que no dudé en colocarme aquel vestido que usaba para mis escapadas del palacio.
Me quedé en la esquina mirando el ajetreado poblado tratando de olvidar lo sucedido y de alguna forma, el lugar me otorgó calma, aunque no eliminaba la pena en absoluto, pero al menos mis pensamientos sobre ello se dispersaron en cuanto mi atención se dirigió a un viejo poste de luz cercano a los puestos. Intentaría acercarme para descifrar el grabado en él en pausados pasos de no ser que una mujer me detuvo empujándome hacia atrás. La miré con recelo, mientras observaba la razón de su acto. Un par de fuertes provenientes de la guardia negra pasaban por las calles. Todo residente les abría el paso. Ningún seguidor se atrevía si siquiera a mirarlos.
—Quítate niña. Los ojos rojos vienen —me espetó la señora.
—Los demonios —agregó un muchacho no mayor que yo.
Imitando sus actos, bajé mi mirada pesé que mis razones fueran distintas a las suyas, ya que ellos podían reconocerme. Al pasar, lo hicieron tomando las cosas que deseaban de los puestos seguidores arrojando solo a algunos de ellos un par de unos al suelo como precio de lo tomado. Sentí rabia y ganas de castigar a aquellos fuertes, pero, por otro lado, el haberlo llevado a cabo me hubiera hecho perder mi anonimato, así que solo pude verlos alejar sabiendo cuán poco sabía de mi nación.
Regresé la vista al poste tras reconocer al niño que salvé de la paliza de un hombre en la taberna la primera noche que salí del palacio. De manera inmediata él me reconoció, así como yo a él, pues me ofreció una sincera sonrisa que de forma pronta le correspondí.
—Esto es una llama —pasé la mano por el dibujo grabado sobre el poste que había conseguido captar mi atención segundos antes de que la mujer me detuviera—. Una Llama provocada por fuego blanco ¿cierto? —miré de nuevo al niño, el cual llevó su pequeña mano hacia la mía para guiarme a través de los callejones del mercado.
Mientras avanzábamos, me percaté en lo diferente que lucía aquel niño en la luz. Debía tener o estar cerca de doce ciclos, sin embargo, para poseer esa edad era más delgado de lo que debiera. Su ropa estaba gastada y más pequeña de lo correspondiente a su tamaño, aunque al menos se visualizaba limpia exceptuando por sus zapatos cafés que yacían llenos de lodo seco y polvo. Lo que me hizo pensar que era muy probablemente que le gustara correr... o escapar.
—¿A dónde vamos? —pregunté después de redoblar por cuarta vez entre los recovecos del bulevar.
—Por aquí Ana —me espetó mientas entrabamos a un estrecho local de dos pisos construido de adobe y piedra caliza.
—¿Cómo me llamaste?
—Ese es tu nombre ¿no? el otro muchacho te llamó así —Rolan de nuevo abordó mi mente.
—S-si... ese es mi nombre: Ana
—Pues el mío es Hozer.
—Ana... ¿qué? —se escuchó una voz ajena.
Giré y vi bajar de las escaleras a un muchacho de cabello alborotado y castaño oscuro con tés un tanto aceitunada y nariz alargada y recta, aunque lo que realmente captó más mi atención de él fue aquel par de ojos cafés rasgados, siendo que no era muy común encontrar a personas en el norte como él, considerando que aquel rasgo es característico del gobierno de Palma.
Al igual que el pequeño niño, su atuendo yacía desgastado, aunque pulcro.
—Robles, Ana Robles —lo exclamé tan veloz como supe que no debí hacerlo.
—El mío es Faustino Keitkitso.
—Kei... ¿qué? —pronuncié y él se rio ante mi tartamudeo.
—¿Deseas comprar algo? —continuó en el momento que ajustaba su delantal de piel.
Miré a mí alrededor observando que el sitio al que ingresé se encontraba rodeado de canastas con semillas y hortalizas recolectadas por el poblado vecino en Pixon o quizá del sur de La Capital. En el centro de Victoria existen los sembradíos más amplios de la nación capaces de abastecer al resto de la población.
—Ah no. Yo... no tengo unos.
—Que tristeza. Hubieras sido mi primer comprador del día.
—Lo siento —solo pude decir eso con ganas de huir del lugar.
—Qué haces aquí entonces. No pienso que hayas venido solo a disculparte o ¿sí?
—No, bueno... él me trajo —señalé a Hozer y Faustino dirigió su mirada al niño.
—Es que ella es Ana.
—Ana... ¿Ana?
—Si, Ana.
—Oh, tú Ana.
—Sí, creo que ya ha quedado claro que soy esa Ana —pasé mi mano entre ellos haciéndoles saber que seguía ahí ante su conversacíon sintiendo como si supieran algo de mí.
—Entonces tú eres la Ana que salvó a mi hermano Hozer.
—¿Tu hermano? —observé a ambos sin notar algún parecido—. Pero él me dijo que no tenía familia —vi a Hozer, el cual solo se encogió de hombros sonriéndome temerosamente tras su mentira.
—Compasión. Un factor que en este tiempo nunca falla —su mano pasó por el cabello oscuro de Hozer—. Y dime Ana que salvó a mi hermanito ¿Tienes familia?
—Si.
—¿Y trabajo?
—También, pero... ¿por qué me interrogas?
—Costumbre, supongo. Creo que debes irte. Una tormenta se avecina pronto.
—No me lo parece. Vi un radiante sol cuando entré aquí.
—Oh deberías creerle. Faustino siempre acierta.
—No creo que eso vaya a pasar —miré a Faustino a los ojos retándolo sobre su predicción climática, pero lo correspondió desafiantemente.
—Ahora entiendo porque Hozer buscó a su salvadora durante semanas hasta encontrarla —su cuerpo se aproximó al mío—. No exageró al mencionar el intenso color de tus ojos.
Incomoda, desvié la vista hacia otro lado mientras intentaba que el rubor no se me subiera al rostro.
—Creo que se ha enamorado de ti, sabes —me susurró dando un guiño señalando a Hozer.
—¡Fausto! —gritó el niño avergonzado, mientras abrazaba un libro con la portada al revés.
—Sí lo lees así nunca le entenderás.
—De todos modos no sabe leer, pero veo que tú si.
—Por supuesto —exclamé como si fuera algo tan común en Victoria, aunque rápidamente asimilé que tal vez eso lo fuera para mí, pero no para ellos.
—Puedo saber por qué salvaste a Hozer.
—Por qué no hacerlo —respondí y su rostro lucio satisfecho ante mi respuesta.
—Bueno, es que muchos seguidores se parten la espalda haciendo el mayor esfuerzo que pueden soportar para llevar el pan a su numerosa familia para que un niño holgazán se lo quiera llevar ¿no lo crees?
—Pues sí lo colocas de ese modo yo... supongo que no lo miré así.
—Exacto —no supe a qué punto deseaba llegar—. Y de los ojos rojos ¿qué piensas de ellos?
No supe que contestar y por fortuna dos personas ingresaron a la tienda terminando nuestra corta conversación. Se dirigieron al mostrador y Faustino se hizo ver para ellos saliendo de la bodega donde nos encontrábamos.
—Ella vendrá aquí —me susurró el niño.
—Quién Hozer.
—Vanss, quien más. Le hablé de ti.
Escuchar ese nombre hizo erizar mi piel. Recordaba a esa chica de la taberna, así como que pude asegurar que conocía mi identidad. De eso estaba más que segura. Aquel clan llamado Fuego Blanco era de ella y debía huir antes de que llegara al establecimiento. La puerta principal volvió a sonar y otro seguidor más entró. No fue hasta ese momento que me pareció extraño que Faustino dijera que yo habría sido su primer cliente suponiendo que a esa hora la demanda del comercio era alta.
De pronto, algo en mí se alertó, pues al pasar la mano por las canastas de semillas de la bodega, fui capaz de percatarme que solo estaban cubiertas por encima de ellas, ya que al adentrar más mi mano descubrí que el resto eran hojas de libros, volante e incluso del diario capitalino.
Esto no era una tienda sino un cuartel de rebeldes. Una fachada que esos seguidores que ingresaron sabían también.
—Creó que necesitaré provisiones en la bodega —gritó Faustino de un modo exagerado.
Se trataba de una especie de clave, puesto que rápidamente Hozer se dirigió a una pequeña puerta escondida en unos de los anaqueles. Me extendió su mano para que fuera con él, pero tras girarme, noté como uno de los supuestos clientes sacó un pequeño filo que lanzaría a Faustino.
Le matarían dejando solo al pobre de Hozer. No podía dejar que sucediera. Después de todo, era lo único que el niño tenía, así como que lo único en lo que yo podía confiar era en mi habilidad de combate, por lo que sin pensarlo mis pequeñas estrellas punzantes reservadas en mi vestido en caso de peligro se activaron.
—Vete Hozer, ahora —él no me contradijo e hizo lo que le ordené.
Respiré y entonces las lancé hacia ese hombre.
Acerté en perfección. La mano del hombre se movió ya que mi arma se estrelló con la mía fallando su objetivo. Gritó de rabia, mientras yo no pude evitar sonreír ante mi buen tino. Era lo único que realmente tenía. De lo que estaba segura: mi pequeña habilidad en el combate. Pero al hacerlo, provoqué que los atacantes supieran que Faustino no se encontraba solo decidiéndose que uno de los invasores fueran tras de mí.
Eran dos hombres de constitución gruesa y con aspecto descuidado acompañados de una mujer que estilada y femenina no le describían en absoluto, ya que era robusta de cabello muy corto y tan salvaje como sus acompañantes. Los tres debían ser 15 ciclos mayores que yo, aunque uno en específico (el que portaba una especie de hacha) se direccionó a mí.
Sin duda la fuerza de aquel seguidor era superior a la mía, pues su cuchilla comenzó a dirigirse hacia mi pecho, mientras era su turno de sonreír, siendo que su filo cada vez se acercaba más y más ante mis pasos retrocedidos debido a su fuerza ejercida conteniendo el ataque con mis manos, sin embargo, a diferencia suya yo era hábil, por lo que sagazmente le esquivé en una maniobra que me hizo terminar a su espalda torciendo la muñeca al punto de romperla donde llevaba su arma haciendo que la tirara y por lo tanto, dejándole indefenso a no ser que su codo colisionó con mi diafragma quitándome el aliento y conseguir atraparme del cuello con su antebrazo, mientras su asqueroso aliento resopló sobre mi oído, pero alcancé a reaccionar con prontitud usando una técnica de desesperación que hacía no mucho me enseñó Damián.
Le pateé el punto débil que todo hombre posee para rápidamente, ofrecerle otro golpe justo en su rostro doblándolo de dolor, ya que le estrelle una vasija. Vi brotar sangre de su cara causándome cierta satisfacción. Se encogió de dolor, mientras yo tomaba su arma del suelo. Estaba a punto de clavarle en la pierna aquella hacha que yacía en mis manos ahora cubierta de adrenalina pese que no sabía si estaba del lado correcto de la pelea o sin tan siquiera había un lado bueno, pero lo haría.
De la nada, sentí un amarre sobre mi larga trenza. Alguien la tomó y con una fuerza sorprendente (debo agregar) me azotó hasta el suelo. Tras caer, sentí como mi entorno se colapsó. Me mareé de inmediato creyendo que me habían noqueado un tanto debido a que mi cabeza rebotó en la madera del piso nublándome la vista, pero aun con ello, logré ver que se trataba de esa mujer desalineada y de poca femineidad a la cual le falta un par de dientes laterales, ya que me sonrió de una forma aterradora recordándome a aquel rebelde en el puente de Marina.
No fue hasta ese entonces que reflexioné acerca de lo tonta e infantil que fue mi decisión de ir a ese sitio y arriesgar mi vida de tal forma. Logré imaginar a mi padre llorar de nuevo frente a mi cuerpo inerte después de perder a la última familia que le quedaba.
—Hasta aquí llegaste, Vanss —me gritó con la intención de clavarme su enorme espada.
Intenté moverme, pero presionaba su pie en mi garganta al tiempo que yo me retorcía ante la falta de aire. La miré como sonreía locamente ante la idea de matarme cuando de la nada, un sonido ensordecedor llegó. Chispas rojas y humo gris invadieron mis ojos "una bomba" lo supe en cuanto la mujer fue lanzada por el impacto haciendo que su propia espada se le clavará justo en el abdomen atravesando incluso la estructura de aquel granero.
Aún desorbitada por el sonido de la explosión, giré mi cabeza hacia el otro lado para observar a Faustino de rodillas golpeado y sangrando del rostro con su cuchillo todavía permaneciendo en su mano. Él lucharía hasta el último suspiro de sus pulmones, sin embargo, otros dos muchachos traídos por Hozer (supuse) terminaron con los otros dos seguidores restantes del mismo modo que quise pensar que ellos lanzaron la bomba que salvó mi vida. Uno de ellos era muy fornido, de espalda amplia dejando al descubierto sus brazos grabados con tinta de letras y dibujos diversos, mientras que al segundo solo fui capaz de percibir su excelente habilidad de combate.
Por un instante, cerré mis ojos deseando descansar, pero alguien tomó de mis hombros y me sacudió levantándome del piso logrando que abriera mis ojos. Era Faustino. Aún yacía aturdida, siendo que no lograba escuchar lo que me espetaba, sin embargo, conseguí leer sus labios. Después de todo, no fue difícil saber lo que quería que hiciera.
"Corre Ana, corre"
Soltó lo poco de mi cabello que aún quedaba trenzado dándome una especie de tela para cubrir mi cabeza.
—Dispérsate —me susurró y me dejó ir por la puerta de atrás.
No fue hasta que doble la esquina que noté que estaba lloviendo. Existía tanta gente corriendo y gritando a mí alrededor. Sí bien por la explosión en el local, también lo era por la torrencial lluvia que persistía afuera.
Todos ellos recogiendo lo restante del mercado del boulevard con el viento y gotas gruesas anunciando una muy posible y poderosa tormenta, causando que mis risos se alaciaran. Me quede estática y estupefacta sin todavía entender lo sucedido metros atrás, aunque algo sabía y eso era que debía regresar al palacio puesto que el camino de regreso se encontraba cerca del pequeño rio de la reserva del bosque, sin embargo, a esas alturas cuando arribara tal vez ya estaría desbordado. Estaba en problemas.
¿Cómo llegaría hasta allá?
Sin duda notarían mi ausencia pronto, pues ya había pasado cerca de tres horas después de mi decisión. Debía moverme, pero tras girar a la esquina que me llevaría al bosque donde oculté el ciclomotor de Rolan, me cuestioné de la nada si llegué a sufrir una contusión, ya que visualicé a Ron del otro lado de la calle buscando algo o más bien a alguien. Me buscaba a mí, lo supe porque cuando su mirada me encontró, lució aliviado.
Al principio, no concebí su presencia, aunque para cuando intentó aproximarse ofrecí pasos atrás. Quería huir de él lo más pronto posible, por lo que mi instinto fue retroceder, aunque en mi intento terminé por colisionar mi espalda con el pecho de alguien. Me giré de inmediato para pedir tal vez una disculpa, sin embargo, el hombre que portaba una gabardina con capucha negra me hizo estremecer, pues reconocí aquel par de ojos rojos y cejas pobladas que miraba a diario.
—¿Está pérdida, señorita?
Evitó mi título para protegerme habiendo solo un nombre que pronunciar aquel día.
Damián.
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