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𝒞𝒶𝓅í𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟣𝟣

El 775 aniversario del nacimiento del reinado fuerte había llegado y por tanto, todo el palacio se cubría en una locura absoluta. Desde los sirvientes y cocineros, hasta la guardia azul y negra. En lo que respectaba a mí, me encontraba segura de lo que haría (o intentaría) aquel día al tiempo que me colocaba la tiara de rubíes entre mi complicado y recogido moño dejando un par de mis risos largos, cayendo sobre mi espalda ya que, durante la celebración, tenía planeado entrar a la mente de quien pudiera dejarse, envuelta en un vestido elegante y corona resplandeciente.

No fuera que estuviera precisamente preparada para eso ni que mi habilidad yaciera al cien por cierto, siendo que ni siquiera se encontraba a un 50, pero de lo que si estaba segura era de mi objetivo y el cual era encontrar cualquier indicio que pudiera llevarme al ataque que dio muerte a mi familia.

-Segura que no me veo ridícula -le pregunté a Ana, mirándome al espejo.

El vestido que portaba en esa ocasión era de un tono rojo carmín en detalles dorados con mangas largas y acampanadas de tela transparente que dejaba al descubierto mis hombros ciñendo mi cintura. Era estorboso al paso y con múltiples pliegues como hacía un tiempo no los usaba.

-Claro que no, princesa. Luce preciosa -aseguró con voz nerviosa, ya que ella no hablaba a menos que yo preguntara algo, aunque nuestra cercanía había crecido exponencialmente.

-Cuántos ciclos tienes, Ana ¿dieciocho?

-Si -dijo con rapidez, aunque pronto dudó-. Bueno, diecinueve -reí un tanto.

-¿Es acaso que has olvidado tu día de festejo?

-No, Su Alteza. Es solo que en muy poco los cumpliré -su mirada seguía abajo, ocultando aquel par de ojos castaños muy bellos que combinaban con su lacio cabello, aunque siempre lo llevara sujeto por los protocolos que los trabajadores seguidores debían llevar.

-¿Muy poco? Es mañana acaso -exclamé con sarcasmo solo para notar que ella se había sonrojado-. Oh Ana ¿es mañana? pero que descortés he sido contigo creí...

-No, no princesa usted no debía saberlo.

-Claro que debería saberlo -me recriminé por ni siquiera dignarme a averiguar cosas sobre ella en estos cuatro ciclos de servicio. En ese momento, me di cuenta de cómo pretendía conocer a mi pueblo cuando las personas más cercanas como Francio o Ana no les dedicaban el suficiente tiempo para saber cosas tan simples como esas.

-Deberías pasar el día con tu familia.

-No puedo.

-Por supuesto que sí. Yo estaré perfecta sin ti.

-No, en realidad no puedo. Solo se me permite un día de descanso al ciclo y ese ya pasó. Además, no tengo remplazo.

-¿Y tus hermanos?

-Que hay con ellos, princesa.

-¿Cómo son sus vidas? me gustaría saber que sucede fuera de estas paredes. Ayúdame a cambiar las cosas ¿puedes? -ella asentó.

-Pues no hay nada particular en mi familia, princesa. Yo soy la tercera de cinco hermanos. La mayor huyó de casa, así que yo la suplí en este trabajo. Miguel el que le sigue, trabaja en los sembradíos entre Pixon y Los Balcones de Lorde con papá al igual que Rita y Mateo supongo, aunque el más pequeño es muy brillante, Su Alteza. Él escribe las cartas que leo cada mes, pesé que tenga trece. Quizás él pueda, no lo sé, ser aprendiz de algún fuerte y sea algo más que el resto de nosotros.

Pude ser testigo de cómo sus ojos se iluminaron en cuanto habló de ellos recordándome tanto a mí cuando solía hablar de Dante o Benjamín.

"Esto no debería ser así" me aferré internamente a ello.

-Te prometo que verás a tu familia Ana, pero por lo pronto, déjame darte un obsequio -me dirigí hacia mi buró donde saqué un pequeño prendedor en forma de flores multicolores. Ella lo rechazó tantas veces como lo ofrecí hasta que hice presente mi poder de realeza-. ¿Le dirás que no a tu princesa?

Ana cedió ante mi mando lanzándome una pequeña sonrisa. Para cuando volví a mirarme al espejo satisfecha de haber hecho un bien, escuché la voz de Damián tras el toque de la puerta. Le miré observarme de pies a cabeza haciéndome dudar con respecto a los elogios que Ana no dejó de hacerme de no ser que comenzó a tartamudear y entonces, yo sonreí.

-S-su Majestad le espera en las escaleras principales. En cuanto a los guardias de ambos, permanecerán cerca, pero no lo suficiente para ser una molestia. Estarán aposados en cada puerta de la esquina del palacio para su comodidad y resguardo -se aceleró a decir olvidando el suceso como guardia entrenado que era, enfocando su mirada a algo que no fuera yo.

-Entiendo y ya estoy lista, señor Damián.

-Excelente, sus reales no están muy lejos por si es que necesitara ayuda para salir de su habitación -se mofó apuntando a mi vestido. No espera una respuesta de mi parte, pues tras su comentario solo ofreció media vuelta y se alejó de mi alcoba. Pude imaginar una sonrisa en su rostro burlándose de mí.

Para ser sincera, yo también dudé en salir de la puerta sin ayuda, pero tras llegar con mi padre y abuela, mis preocupaciones aumentaron una vez que somos anunciados y este me proclama como la heredera al trono. La gente en el salón enmudeció contemplándonos, ya que ese fue nuestro primer evento público desde aquel fatídico día con los latidos de mi corazón latiendo deprisa asimilando que el teatro comenzaría.

Nos colocamos en la zona de tronos para que mi padre ofreciera algunas palabras inspiradoras antes de dar inicio al festejo. Dentro de su discurso me pregunté qué sucedía con el resto que no era un fuerte ¿Acaso ellos lo festejan o lo maldecían? Probablemente lo segundo, me respondí, considerando que se suponía que nosotros estábamos ahí para protegerlos y con el paso del tiempo los habíamos olvidado.

Las reverencias y halagos no pudieron faltar durante la celebración, mientras mi mirada se movía para todos lados hasta que logré encontrar a Ron aposado en su posición de guardia azul. Él sabía muy bien el plan de aquella noche, pues tal como lo prometió, me ayudó a descifrar lo que fuera que me sucediera siendo él, mi querido hombre de prueba canalizando todo aquel sentimiento que me había llevado a actuar y usar aquel control.

El tiempo no fue lo bastante generoso para practicar ya fuera con él u otra persona, pero pensé que fue suficiente, así que me sentí segura de que estuviera ahí por si era que algo saliera mal.

-Mandamos a remplazar algunas estructuras del puente Visiged después de ser dañado sin explicación alguna -habló un comandante de Marina. Lo supe por su uniforme que vestía con cintillas plateadas y aguamarina que lo confirmaban, aunque más que eso recordé haberle visto durante mi infancia un par de veces pese que ahora su cabello en la cabeza ya no estaba. Su nombre era Eren Irruso. Agradecí tanto aquella memoria perfecta poseída, pero todo ello se borró pronto con la aseveración de otro puente destruido-. Ha habido retrasos en embarque y perdidas insignificantes en el navío militar desde hace una semana.

-¿Qué tipo de cosas, comandante? -pregunté haciendo que todos voltearan a mirarme, recordándoles que seguía ahí. Mi padre estaba dispuesto a que conociera a todos aquellos altos mandos que le fueron fieles desde que era príncipe y de esa forma poder congraciarme y ganarme su favor cuando el momento de mi ascenso llegará.

-Le aseguro que nada por qué preocuparse, princesa Tamos -contestó el comandante Irruso dejando entre ver su educación militar, ya que todos ellos se referían con el apellido al igual que Damián lo hacía conmigo-. Solo fueron un par de artículos prescindibles como linternas cobijas y prendas -sonrió con su mirada invadiéndome con cortesía sincera. Ante eso continúe callada escuchando todo lo que aquellos fuertes pudieran informarme sin siquiera saberlo.

-Luces espectacular hoy, Ofelia mía-. giré con una sonrisa tras escuchar una voz que me relajaría ante tanto protocolo y sonrisas falsas.

-Al igual que tú, mi querida Mikaela -agregué observando su brillante y hermoso vestido verde olivo del mismo tono que los accesorios de sus brazos adornados con guantes blancos. Ella había ayudado a diseñar mi atuendo aseverando que el rojo me iba bien.

-Al parecer nuestros padres desean consumir toda juventud nuestra esta noche. Te juro que si vuelvo a oír a otro fuerte hablar sobre impuestos, inversiones o leyes, fingiré un desmayo para haber ver si de modo tan siquiera un caballero joven y apuesto intenta revivirme -me guiñó el ojo con picardía mientras avanzábamos por el salón con nuestros brazos unidos.

Reí con ella creyendo algo similar y no era que me disgustaran aquellas conversaciones. Se aprendía mucho con ello de hecho, pero después de una hora todo tiende a aburrir. Ambas conversamos un poco más antes de que de nuevo debiéramos separarnos con la promesa de reuniros posteriormente. Mi abuela decidida a querer adjudicarme a algún joven fuerte no dejo de presentarme a todos esos hijos de damas y caballeros asistidos dedicándome a bailar con la mayoría de ellos tras la autoritaria mirada de la reina madre aclarando bien lo que quería que hiciera esa noche.

La mayoría eran aburridos y callados exceptuando el joven Werian que no dejaba de hablar ni un segundo a tal grado que me escupió un par de veces entre su tanta labia. Además, me pisaba a más no poder. Preferí seguir hablando de economía con los fuertes mayores que eso.

De pronto dentro de mi descanso, mis ojos siguieron a un joven con risos muy risos, pelirrojo y pecoso que hace unos meses atrás se atrevió a incomodarme y como malvada dama de 17 ciclos, vi la oportunidad de ser ahora yo quien lo hiciera.

-Señor Crampos. Un gusto volver a verle. Espero este disfrutando usted, su señora e hijo de este festejo.

-Princesa Ofelia -ejecutó una limpia reverencia-. Todos es perfecto aquí, como siempre. Es muy amable al preguntarlo y créame, el placer de verla es todo mío.

-La última vez que lo visualicé en este salón yo aún poseía 16 ¿lo recuerda?

-Como olvidarlo, Su Alteza Real. Es ahora una flor en plena primavera -yo solo respondí con una sonrisa glacial que bien me habían entrenado en esos años, mientras él ejecutaba con un discreto ademan a su vástago que se uniera a nuestra conversación.

-Tuve el placer de bailar con su hijo aquel día -agregué dirigiendo la vista hacia él-. Espero que sus pasos sigan intactos, señor Tadeo.

-Ah.... por supuesto -respondió un poco distraído, causando que su padre le reprendiera con la mirada-. ¿Quisiera otorgarme el honor de la siguiente pieza? -resonó su voz con gracia, aunque supe que fue por obligación.

-Me encantaría, señor Tadeo -estiré mi mano hacia él y ya en la pista decidí ser yo quien hablara-. Así que ahora ya no le saqué de esa triste banca -mi voz sonó tan dulcemente irónica con la total intención de que sintiera que todo acto suyo de aquel día era bien recordado por mí-. ¿Por qué recuerda ese día no, señor Tadeo?

-Si, si lo hago -explayó no muy seguro. Estaba mintiendo, pero aun así me sonrió con cortesía dándome la razón-. Es solo que intentaba recordar cual pieza nos perteneció aquel día -eso último lo exclamó más para él que para mí.

-¿Es acaso que me ha olvidado? -mi tono fue de una joven decepcionada por ser olvidada.

-¡No! por supuesto que no, princesa. No olvidaría a alguien como usted -pude sentir de nuevo la mentira saliendo de su boca, así que no era posible que mi habilidad estuviera haciendo efecto, aunque un pensamiento extraño me invadió debido a la ansiedad en su rostro.

-Espero entonces que disculpe los más de dos pisotones que le proporcioné en nuestro baile.

-Están olvidados, Su Alteza. Yo no soy muy diestro en esto, así que quizá fue mi culpa -sonrió de pronto con simpatía y claridad. Muy distinta a la hecha de ese día.

Permanecí callada por unos segundos, pues esa no era justamente la escena de venganza que había visualizado en mi mente, por lo que no dejé de pensar el por qué había olvidado absolutamente todo de ese evento ¿Acaso mi control lo había dañado de alguna forma esa noche o quizá era que él mentía muy bien? No tenía respuesta así que se me ocurrió decirle una verdad para observar su reacción.

-Espero que esta vez sea más cuidadoso y no derrame nada que pueda deslucir su atuendo esta velada. Sería una pena ensuciar ese digno uniforme que porta-. Tadeo empezó a tornarse del color de su cabello y pecas.

-No sé a qué se refiere, princesa -de nuevo mentía.

-¿Olvidó eso también? Caballero Crampos no debería olvidar tantas cosas a su edad.

-No, es que... bueno, ya que lo menciona sé que aquello sí sucedió, pero no del cómo -esa vez noté la sinceridad en su voz al igual que vergüenza-. Yo solo hablaba con mi padre y de repente estaba en la fuente con... -de pronto su silencio y mirada se perdieron intentando encontrar una explicación.

Entonces la pieza de baile terminó al igual que el interrogatorio lo hizo.

-Le creo señor Tadeo. Yo... le creo.

Solo fui capaz de espetarle alejándome enseguida de él para salir del salón en busca de Ron con un sentimiento insulso en mi boca que se agrandó tras no verlo en su puesto haciendo volver de nuevo a mí, la manía de mis manos sin permitirme observar mi entorno topándome en el recoveco de la salida, a Renata Verdeen quien derramó un poco de licor de su copa en su guante y vestido.

Le recordé ver en un par de ocasiones cuando viajabamos a Lorde y mi madre asistía a reuniones sociales con la esposa de su primo Orlando para ponerse al tanto de los últimos chismes, aunque ella al igual que yo, aquello le pareció aburrido, pues alguna vez me miró bostezar provocándole uno igual compartiendo una sonrisa.

-Lo siento princesa, a veces soy torpe.

-No diga eso, señorita Verdeen. Yo tuve la culpa -no estaba en mi mejor momento así que el silencio embargó entre ambas.

-Esta ha sido una muy majestuosa celebración, Su Alteza -intentó ser cortes.

-De ser así, espero que su familia y usted la estén disfrutando -proseguí por mera amabilidad tras haber derramado un poco de licor en su azulado vestido.

-Téngalo por seguro, princesa. Mi familia y prometido están inmersos dentro de la elegante decoración.

-¡Va a casarse! que grata noticia -mentí, siendo que realmente solo podía pensar en las palabras de Tadeo Crampos-. ¿Quién es el afortunado? -pregunté y sus ojos se destinaron con fervor a Alaric Mendaval, el cual la captó hablando conmigo.

Le vi aproximarse a nosotras, aunque sus ojos estuvieron cien por ciento en su prometida y mientras lo hizo, mis recuerdos de él se amotinaron en mi mente. Alaric y yo éramos familia ya que él era el hijo del primo de mi madre convirtiéndolo en mi primo en segundo grado. Vivía en Lorde, lugar originario de los Mendaval y se suponía que él me habría enseñado todo acerca de ser una buena futura consejera para mi hermano de no ser que el accidente sucedió y terminé convirtiéndome en la princesa heredera.

-Ofelia, que placer poder volver a verte, prima -me agradó que solo usara mi nombre de pila, sin miedo a esos tontos protocolos.

-Lo mismo ofrezco, primo. He conocido a tu linda prometida. Una chica excepcional.

-Y brillante -aseguró rodeando su cintura en su brazoy ella se sonrojó-. Renata creó el sistema de control poblacional que rige la nación actualmente. Es encargada del registro de Victoria en el menester desde hace un ciclo.

-Exagera mi señor, también colaboró usted conmigo, lo olvida.

-Yo solo los convencí de escucharte. Eso no cuenta -resopló con gracia.

El primo de mi madre, Orlando Mendaval era el actual gobernador de Lorde lo que quería decir que Alaric gobernaría después. Él era muy semejante a su padre con aquel oscuro cabello y redondo rostro con la barbilla cuadrada pese que su nariz fuera más alargada como la de su madre.

-Bueno, hay que dejar de aburrir a la princesa y alardear sobre nuestro poder porque en definitiva ella posee uno mucho mejor que el nuestro: Cuidar a nuestra linda Victoria.

-No sabía que te habías prometido ¿Cuándo sucedió?

-Hace tres meses.

-Me alegro por ti, por ambos. La última vez que realmente hablamos tú tenías casi 20.

-Cierto -dijo tocando su barbilla, siendo que en realidad la última vez que nos vimos fue cuando murió mi familia, aunque aquello no podía contar como reunión familiar o social, ya que ni siquiera entablamos conversación-. ¿He cambiado mucho desde entonces?

-Para ser honesta... bastante, solo mira tú barba-. Alaric sonrió llevando su mano a tocar su castaña oscura barba que le rodeaba medio rostro. Aquella última vez que ambos recordábamos fue extraña e incómoda. Mi madre la concertó, pero ninguno de los dos éramos ya unos niños e ir a jugar al jardín ya no era una opción. Mis hermanos y Rolan ya no se encontraban a mi lado y él lucia tan nervioso que parecíamos un par de desconocidos más que primos. Ahora con 22 ciclos su aspecto se había tornado madura y resuelta.

-Ya veo entonces porque tu guardia no me reconoció.

-¿Conoces a Damián Marven? -comenté sorprendida.

-No, el no. Tu otro guardia, el real. Como se llama Ren, Rault...

-¿Rolan? -terminé por decir dubitativa.

-Eso es ¡Rolan! soy pésimo con los nombres, verdad cielo -Renata asentó.

Dentro de mi memoria llegó un extracto de cuando éramos todos niños y la temporada en la que con mayor frecuencia nos visitaba. Rolan inventaba juegos muy creativos. Siempre me pareció una persona muy inteligente. A Alaric nunca le preocupó estar con él ni molestarle siquiera e incluso preguntaba por él cuando faltaba. Mi primo era distinto al resto de los fuertes. Esperaba que aquel pensamiento permaneciera intacto.

-Él no ha cambiado mucho. Excepto que luce más corpulento que yo ahora, pero me alegra que Rolan te cuide ahora. Siempre profesó mucha estima y sentido de protección hacia ti para que nada ni nadie te dañara y al parecer lo volverá a hacer.

Tras sus palabras, sonreí deseando que mi rostro no reflejara algún indicio de lo mucho que me alegraba que Ron yaciera de nuevo en mi vida al tiempo que no pude evitar observar a lo lejos a aquel guardia mío que vigilaba las puertas con cierta determinación, mientras que en mis neuronas cruzó algo que antes no me había permitido pensar hasta aquel momento en el que Alaric lo mencionó y entonces, comprendí lo que debía hacer.

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