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𝒞𝒶𝓅í𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟦

Me encontraba en el jet privado del gobernador Farfán con destino a La Capital. Mi padre, se había marchado a Santiago para ver el desastroso suceso con sus propios ojos, lo cual me pareció injusto, ya que yo era tan familia de ellos como él, sin embargo, aprecié de cierto modo la soledad reservada para así, poder llorarles con privacidad.

Una vez que arribé al palacio a altas horas de la noche, me encontré a Magnolia al pie de los grandes escalones de las puertas principales del palacio. Sus ojos, anunciaban que también habían llorado, pues quiso demasiado a mi madre por igual, siendo ella quien la instruyó una vez que se mudó al palacio para convertirla en princesa una vez que ganó la contienda de las contendientes.

—Mi niña —me dijo extendiendo sus brazos.

Jamás creí que fuera tan amable conmigo algún día, pero su gesto fue lo suficiente cálido y sincero como para dejarme vencer en su abrazo tal como lo fue el de Mikaela Farfán cuando me encontró en uno de los ventanales con vista al jardín de su propiedad tras la noticia.

Mi institutriz me llevó hasta mi habitación donde solo pude aferrarme a la cama como si pudiera olvidarme de todo ello. Magnolia comprendió mi desdicha y me permitió conservarme sola entre sollozo hasta que inevitablemente me dormí para que al día siguiente, todo el reino de Victoria junto con sus cinco gobiernos se encontraran en luto por la noticia suscitada.

No fue hasta dos días después de la tragedia anunciada que el funeral se llevó a cabo por la mañana. Ese día que se supondría que debía ser dichoso en mi vida por obtener diecisiete ciclos, terminó por tornarse gris y desolador.

Aquella mañana mi cabello fue sujeto en una coleta atada a un listón grisáceo en tono a mi vestido como símbolo de nuestro luto. Dejé mi rostro sin ningún arreglo y me coloqué sin falta, el collar que mi madre tan orgullosa y casi al borde del llanto me obsequió el ciclo pasado cuando cumplí dieciséis. Tu primera joya familiar me había dicho y desde entonces juré no quitármela.

La gargantilla no constaba nada más que de siete muy pequeñas perlas blancas distribuidas a todo lo largo del cuello. Le toqué una y otra vez antes de que fuera hora de ir a un funeral en el que solo existirían tres ataúdes vacíos, ya que no quedó nada de ellos, ni cenizas siquiera. De ellos, ni los guardias, ni del General Paolo que los acompañaba.

Mi padre se comportó como el rey que era, sin embargo, sus ojos que bien conocía, reflejaban una tristeza pura de aquella que emerge de los huesos una vez que cruzamos miradas desde ese día que ordenó que fuera protegida en el palacio, mientras él se dedicaba a ir al sitio del accidente y no verle hasta esa mañana, aunque aún con ello me besó la frente en un gesto que me hizo sentir que pese todo, estaba conmigo. Mi abuela, la reina madre, permaneció al otro costado aposada a su brazo, mientras mi tía abuela Gladiola prefirió permanecer al frente de la congregación arribada al evento.

Fue así, que cada casa alta, gobernante y familia noble estuvo presente durante el último acto presente de mis hermanos y madre en La Capital.

El primo de mi madre y actual gobernador de Lorde, Orlando Mendeval, también nos acompañó junto con su esposa e hijo Alaric en este rito, siendo que ambas familias compartimos muchos momentos personales y gratos debido a que ambos primos crecieron y vivieron juntos como hermanos al grado que Ben, Dan y yo le llamábamos tío a él y abuelo al padre de este.

Deseé estar sola de nuevo pesé la confortable presencia, pero desde aquel día una escolta de seguidores estarían a mi lado en todo momento. Tendría mis propios guardias azules llamados coloquialmente reales, pues se encargarían de resguardarme, siendo que lo que le pasó a mi familia bien podía haber sido un atentado planeado y llevado a cabo con éxito.

De pronto, ignorando mi alrededor ante las múltiples condolencias de los asistentes, me batí en duelo tras querer estar sola, pues lo que realmente deseaba era irme y vivir mi duelo en soledad, pero en la misma proporción quería también apoyar a mi padre, sin embargo, decidí darme un pequeño respiro después de horas.

Me dirigí a mi habitación con mis nuevos guardias siguiéndome los pasos hasta que la puerta se cerró y entonces, exhalé con profundidad, cerrando los ojos hasta que un ruido proveniente del interior de mi alcoba me despertó. Tras abrirlos, descubrí que alguien me observaba.

—Hola.

—¡Ron! —exclamé mirándole con sorpresa y después, llevar mis ojos a la puerta—. P-pero... ¿Cómo es que entraste a mi alcoba?

—Tengo mis métodos —espetó con vergüenza.

—N-no es adecuado que estés aquí conmigo. A solas. Si te encuentran...

—Lo sé. Es solo que... lo siento. En verdad no sabes cuánto lo lamento. Yo fui tan grosero contigo ese día. Debí estar en esos momentos para ti, pero en cambio...

—Tú no sabías lo que iba a pasar —me retiré de la puerta para ir hacia el balcón de la antesala conteniendo el llanto—. No es tu culpa, Ron. Además, el que estés ahora aquí de alguna forma u otra... me consuela —giré para mirarlo olvidado que dos días anteriores a ese fue descortés conmigo—. Pese que no sepa lo que se supone que debo hacer a partir de hoy.

—Temo que nadie la tiene Ofi —sonreí con pesar yendo a él.

—Sabes, me había cuestionado quién me llamaría de esa forma ahora.

—¿Te molesta? Porque podría...

—¡No! —avancé de tal modo que coloqué mi mano sobre su brazo—. Tu presencia me reconforta, de hecho —confesé dándome cuenta de lo cercano que estábamos el uno al otro.

Su aspecto y color de piel sin duda había mejorado comparado con la última ocasión que nos vimos. Y es que aquel traje de guardia azul le iba tan bien, aunque no lo notara en ese momento.

—Debo volver con mi padre —rompí la tensión alejándome—. Hay guardias aposados en la puerta. Cómo es que piensas salir de aquí o más bien... ¿cómo entraste?

—Un secreto —comprendió que eso no me convenció en absoluto—. Veras, solo necesito una habitación vacía para abrir la manija y luego...

—Entiendo el sarcasmo, Ron —dije con los ojos en blanco—. No puede ser, soy corrida de mi propia habitación —continué mirando cómo me dedicaba una bella sonrisa de apoyo por mi tragedia. Quizá la soledad y tristeza en la que envolvía me hizo sentir que ese gesto fue sumamente embriagador. Debió ocultarse para que nadie le viera cuando yo saliera de mis aposentos o ambos tendríamos graves problemas—. Bien guardias, síganme —exclamé más relajada dejando despejado los pasillos para que Rolan pudiera salir, mientras un muy pequeño vislumbre de alegría se asomó con todo mi pesar.

Rolan había sido el escape perfecto para olvidarlo todo, pero se había ido y ahora regresaría a un tortuoso recorrido con cientos de miles de personas. Cuando volví con mi padre y tomé su brazo, él acarició mi mano y me sentí tan segura a su lado para invadirme de nuevo en todas esas reverencias envueltas en algo que nunca me ofrecieron antes.

Y es que no fue hasta ese instante que recordé nuestras sagradas leyes "El primogénito o el que le siga reinará" Y ya que tanto Ben como Dan yacían muertos, yo me convertí en su futura regente. Victoria y sus 5 gobiernos tendrían por primera vez en la historia una reina y no un rey.

"Ofelia la débil" pude escucharlos decir a mis espaldas, aunque lo cierto era, que yo también temblaba con el mismo pensamiento, considerando que ellos me creían inadecuada para el puesto al igual que yo, pues este jamás debió ser mi destino.

Una reina. Era ahora yo, Ofelia Tamos Jacobi princesa heredera de Victoria.

¿Qué tan distinto mi vida cambiaría con ello?

De manera egoista pensé en aquello que ya no podría ser, contemplando que ya tendría uno propio, junto con asesores, funcionarios, parlamentarios y menesteres.

Estábamos a poco más de un mes para que el invierno se marchara, por lo que el frío en mi piel bien podía describir mis más crudos sentimientos. Me hubiera gustado contarles a mis hermanos acerca de lo que tal vez me estaba sucediendo con respecto a aquella posible nueva habilidad adquirida, pues sería poco más que una reina envuelta en penas... y peligros por igual.

Los primeros días debieron ser los más difíciles de todos. Se estableció una semana nacional de luto y el inicio del ciclo sería apenas otro día más que quitar del calendario.

Mi doncella Ana colocaba cada mañana un colorido vestido que ignoraba, pues mi corazón seguía en luto total, por lo que permanecí manteniendo mi vestimenta en tonos grises y sin muchos detalles una vez que me animé a dejar la cama después de una semana transcurrida alentada por mi tía abuela Gladiola y la señorita Magnolia.

Cada mañana me dirigía al desayunador con mis nuevos guardias envueltas en reverencias de los trabajadores que asentaba sin mucha devoción y con esperanza de encontrar a mi padre ahí, pese que nuestros silencios consumiesen nuestra atmósfera, pero jamás apareció, por lo que terminaba por regresar a mi habitación y tomar mis alimentos sola, siendo que con el paso del tiempo mi padre comenzó a adquirir un peculiar gusto por el alcohol.

Una mañana como tantas, me instalaba en uno de los salones de estudio privados leyendo (como mi único consuelo) acerca de las leyes que mis ancestros plantearon después de la infección que dio inicio a la tercera era hacía todavía 774 ciclos, transformando la vida que alguna vez conocimos en este mundo.

El ruido amotinador de afuera me desconcentraba, pues los sirvientes preparaban la sala de reunión mensual que se otorgaba en el palacio para entablar temas políticos y tesoreros con respecto a Victoria, sin embargo, mi padre no parecía salir de su alcoba.

Fue entonces que me armé de valor yendo hasta su alcoba.

—¿Padre?

Me adentré a la antesala de su habitación. Permanecía aseada, aunque las cortinas de su alcoba principal se encontraban casi cerradas al igual que un tanto descuidadas. Tras avanzar, le vi sentado en su escritorio mirando unas cuantas notas pesé que el sitio yaciera casi oscuro. A su lado, una botella le acompañaba como ya era su costumbre. Debió escuchar mis pasos o mi voz y se giró para observarme por un segundo y volver de nuevo a sus notas.

—Tienes que dejar de ponerte vestidos tan desafortunados como ese, Ofelia.

—¿Es lo primero que me dirás en semanas? —le cuestioné con severidad, aunque pareció no escucharme.

—Qué es lo que tiene que hacer un rey para que lo dejen solo —giró para mirarme.

Me rompió el verlo así de devastado. Su mirada triste atribuida a su descuidado aspecto con su atuendo desenfadado e incipiente barba y crespo cabello, me hizo sentir tanta... furia.

¿Acaso creía que era el único que perdió algo?

—Su deber mi rey, su deber.

Mi comentario pareció alterarlo por igual porque en un instante su botella se azotó fuertemente sobre el escritorio reincorporándose de su silla y acercarse a mí.

—¡Crees que tu rey no es suficiente rey! —gritó tan cerca de mí que fui capaz de sentir su embriagado aliento resoplándome al mismo tiempo que sus manos me tomaron de los hombros como nunca en la vida lo hizo—. ¡Estoy averiguando quien estalló aquel maldito jet que nos los arrebató! —me exclamó al tiempo que me llevaba hacía atrás con dirección a la antesala.

Su agarre fue tan fuerte que consiguió lastimarme tras olvidar por un segundo su habilidad y la falta en la mía. Después de soltar un quejido, se percató de ello y me soltó con perdón en su mirada, siendo que nunca su fuerza me había tocado y dando pasos atrás, me otorgó la espalda con vergüenza.

—Si tanto te preocupa la reunión... ve tú —terminó por decir para volverse a sentar en la silla y tomar su botella.

Sin ser capaz de decirle algo más, me retiré sobando mi brazo y opté por tomarle la palabra, yendo directo a la sala de juntas de no ser que en el camino mi abuela se cruzó preguntando por mi padre e inevitablemente comentarle lo sucedido.

—Para la mala fortuna de todos, la familia siempre lo fue todo para mi hijo y ahora que la perdió...

—Yo aún soy su familia —reproché, pero ella solo resopló mirándome.

—Justo a eso me refiero.

¿Por qué no me quieres? deseé preguntarle seguido de sus hirientes palabras, pero temí tener ya la respuesta.

—No planeaban tus pies llevarte a la junta con los gobernadores y funcionarios o ¿sí? —mi silencio me delató haciendo que su rostro se endureciera por completo. Ella siempre fue una mujer intimidante al igual que mi abuelo. Su rubia melena solo afilaba más sus alargados ojos que entornaban esa mirada roja que siempre me estremecía—. Por todo Victoria. No seas absurda Ofelia, esos hombres de allá dentro te destrozarán ¿Buscas avergonzarnos de nuevo acaso?

—¡No! Quiero... ayudar. Y-yo...

—Tan solo escúchate. Ni siquiera eres capaz de hablar sin dejar de tartamudear.

—Convéncelo tú entonces. Quizá mi padre te escuche a ti —estuve segura que no lo haría. Ambos no eran exactamente muy cariñosos pese que jamás se apartaron el uno del otro, aunque al menos eso me daría la oportunidad de que se fuera e ir directo a la sala de juntas—. Leopoldo, comience a montar el banquete en el salón. Estoy segura de que esta sesión será corta.

—Así se hará, Su Alteza Real —Leopoldo asentó de inmediato acatando y enviando mi orden a los compañeros a cargo suyo.

Ha estado con nosotros desde que tenía memoria, por lo que le llegué a escuchar decirle aquel título a mi hermano Benjamín también. Un tremebundo vacío me embargó de no ser que se remplazó de inmediato en cuanto los guardias abrieron las puertas de la sala sintiendo como mi corazón saltaba.

—Buenos días, mis altísimos señores y funcionarios —dije mientras todos callaron por ver a la hija y no al rey de esta nación provocando que instintivamente tragara saliva—. Mi padre, el rey Claudio Tamos se encuentra indispuesto hoy, así que yo presidiré en su lugar esta mañana.

Constaban de 9 hombres los que completaban aquella semicircular mesa en total. Los cinco gobernadores de cada región, dos representantes del parlamento y menester (aquellos que aprobaban las leyes) el tesorero y consejero real sin olvidarme del nuevo general de Victoria electo, Octavius Rendón. Este último fuerte era en verdad un victoriano muy respetado por cada uno de los presentes de esa sala. No por nada, fue el adecuado para cubrir a Paolo Vatosky quien fue, me atrevo a decir, un fiel amigo de mi padre, y querido por toda la familia, ya que ser general implicaba no concederle tener una familia.

Ser general es el puesto más importante después de ser rey, incluso más que gobernador. A mí, me resultaba temible con aquel ensanchado cuerpo y barba negra y cerrada pese que un dejo de canas comenzaba a cubrir su cabeza profundizando su roja mirada y trigueña piel. Nadie en la mesa le cuestionaría su cargo adquirido y yo no sería una excepción.

—Será un placer contar con su presencia, Su Alteza —dijo René Farfán gobernante de Teya con una sonrisa amable que me hizo sentir segura. En aquel instante vi de donde Mika era tan cordial.

Todos aquellos se encontraron extrañados por verme, pero aun así ejecutaron una limpia reverencia.

—Toma asiento —continuó mi tío Orlando Mendeval, con una cálida bienvenida.

Me dediqué a solo escuchar atentamente y comenzaron por hablar acerca de las nuevas vías de transportación que se estaban construyendo en Marina y Teya y sus costos los cuales eran muy elevados, aunque de pronto una idea atravesó mi mente.

—¡Girka! —grité y todos me miraron—. El puente Girka esta deshabilitado hace décadas, pero sí logramos reconstruirlo con los buenos cimientos que ya posee, la ruta se reduciría a la mitad y el costo de navegación sería costeable a los intereses de la demanda —articulé un tanto entusiasmada y segura de lo que decía y aunque algunos lo pensaron como una posibilidad, otros más como el gobernante de Santiago, Misael Borja, no lo creyeron factible, por lo que se negó a la opción propuesta pese que esa construcción yaciera muy lejos de su gobierno.

Santiago es un gobierno frío, por lo que la piel de su regidor más que caucásica es pálida a casi un grado albino dejando que su rubio casi blanco cabello y largas patillas le hicieran ver de mayor edad, resaltando sus muy intensos ojos rojos y ancha nariz. No debió sorprenderme. Incluso a mi padre le protestaba constantemente. Todos los gobernadores y funcionarios tomaban poder (por lo general) cuando el cambio de rey surgía, por lo que en un futuro sus hijos serían quienes yacieran a mi lado haciendo lo mismo, por tanto, las edades de todos estos hombres eran muy similares o superiores a la de mi padre.

Realmente quería que supieran que no era la tonta futura reinante manejable que necesitaría un rey a su lado para mantener a Victoria en alto, volví a pensar de nuevo en aquella posible habilidad qué, de ser real, podría otorgarme la ventaja perfecta para que las mentes de esos fuertes dentro y fuera de esa sala, me miraran como una regente digna de ser llamada su reina.

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