𝒞𝒶𝓅í𝓉𝓊𝓁𝑜 𝟥𝟦
Había huido. Conseguí llegar hasta la guarida secreta de Gerardo gracias a la cámara de escape en mi nueva alcoba de reina que me otorgaba acceso directo a mi ruta usual de huida. No sé porque, pero arribé hasta aquel punto con ayuda de mi leal guardia real Agustín, quien aguardó hasta el otro extremo de la alcantarilla del palacio.
Gerardo como la pasada vez, me recibió cálidamente y aunque supo que existía algo en mí que me inquietaba, no preguntó las razones esperando que yo quisiera hacerlo, sin embargo, no pude explicarlo y terminé sentada en el amplio comedor de su guarida.
—Alguno de tus muchachos ha mostrado alguna anomalía ¿Algo fuera de lo común?
—No, todos son normales.
—Define normales.
—Todos son como cualquier seguidor —me aseguró, acercándose a la mesa en dónde yo estaba para poder sentarse en una de las bancas laterales—. ¿Cómo consiguió cabalgar con solo un brazo libre?
—Soy buena en ello.
En realidad mi transporte llegó a ser aquel viejo, pero funcional ciclomotor de Rolan y Agustín el encargado de transportarnos, pese que él yaciera a una distancia considerable de aquella guarida esperándome. No habría podido llegar sola a él, de eso estaba muy consciente.
—¿Es buena... escapando?
—¿Por qué piensas que he escapado?
—Soy bueno en ello —regresó mi frase con una sonrisa—. He escapado toda mi vida. Sin mencionar por supuesto, que su rostro lo refleja a gritos —un resople emergió al tiempo que observaba a 3 niños jugando en la lejanía. Pensé en que ellos pudimos ser mis hermanos y yo. Lo fuimos un tiempo, pero ya tan solo eran recuerdos.
—¿Cómo adquiriste este lugar?
—Mis padres fingieron estar en la quiebra y de esa forma ayudarme a encontrar a personas como yo y descubrimos que todos aquellos que alguna vez reportaron la anomalía a sus pertinentes autoridades eran acusados y sentenciados a muerte por múltiples crímenes en toda Victoria.
—Esos chicos al igual que tú no merecen estar ocultos ni renegados a su pasado. Todos merecen tener el mismo derecho que yo tuve.
—Oh créame que cuando digo que todos ellos son felices sin saber su pasado es porque así es. El saberlo solo les atormentará la vida.
—Lo dice como si ya lo hubiera intentado, Gerardo.
—Lo hice y ahora solo buscan venganza.
—Ichigo —pronuncié su nombre con odio, pero negó.
—Él es proveniente de familia seguidora. Llegó a mí teniendo solo 7 ciclos. Nunca me lo contó del todo, pero sus padres no eran buenas personas. Siempre tuvo un espíritu libre, así que iba y venía entre mi cobijo y acojo, trayendo a más pequeños como él hasta que un día pasado el tiempo, todo cambio. Mi objetivo principal siempre fueron los hijos de fuertes sin fuerza, por lo que jamás imaginé que Ichigo se encontraría en las subastas. Le dije que se alejara de los guardias y lo capturaron, pero logré salvarlo. Debí comprarle para liberarlo, sin embargo, no pude hacer lo mismo por mi querida Vanesa. Ambos fueron atrapados al mismo tiempo y subastados por igual —hizo un gesto como si hubiera olvidado y recordado algo de pronto—. Claro, siempre olvido su nombre de Fuego Blanco. Tú la conoces como Vanss.
En aquel entonces el apodo tuvo mucho sentido. Demasiado, de hecho.
—Cuarenta y cuatro unos. Jamás un foráneo había valido tanto e Ichigo me rogó para comprarla, pero era demasiado y yo no poseía tal cantidad. Ella no pudo ser rescatada hasta después de casi un ciclo y medio, pero él nunca me lo perdonó por ello. Ha odiado a los fuertes desde entonces, por lo que supongo que cuando Diego le propuso aquella alianza no dudó ni un poco en aceptar.
—¿Quién es Diego?
Pensó un tanto en informarme o no, optando por liberarse de la verdad.
—Llegó hace unos meses buscándonos y sabiendo de nuestra causa, porque él sí que es el hijo de un fuerte sin fuerza que logró huir antes de que le mataran o vendieran. Me convenció de decírselos a algunos de mis chicos rescatados. Se amistó con Ichigo de inmediato. Aparentemente, se conocieron mucho antes. Desconozco del cuándo y cómo. Al principio quiso ayudar, pero con el paso del tiempo esté se volvió extraño y resentido, deseando la vida que le pertenecía y arrebataron. Envenenó a muchos chicos junto con ellos a Ichigo, aunque no a mi linda Vanesa, así que cuando llegó la oferta de la destrucción de la corona no dudaron en hacerlo y el resto ya lo sabe, Su Majestad.
—Trata de decirme que el iniciador de esta rebelión no es Ichigo sino ese tal Diego.
—Ese muchacho es muy inteligente. Tanto como Ichigo es querido y respetado por una gran masa de esta comunidad que le seguirá sin muchos titubeos. Él es el líder e imagen de aquella causa, siendo que por principio básico, nadie se atrevería a seguir a alguien que no podría luchar a su lado, contemplando que Diego necesita de un par de bastones para mantenerse en pie.
Fue con esa huida, que averigüé mucho más de lo esperado, pues comprendí que Diego era Sombra. La sombra de Ichigo. El hombre detrás de las ideas y planes que ejecutaban los rebeldes dictados por su líder. Diego era la mente e Ichigo la fuerza. La combinación perfecta para destruirme.
Dos días más tarde, decidí traer una visita de La Capital al palacio. Palomino Tato era su nombre y por muchos ciclos perteneció al menester. Requería de información y él me la proporcionaría. El fuerte ya era viejo, canoso y de andar lento pese que todavía mantenía ese porte y postura perfecta con bastón en mano, sin embargo, se sorprendió al solicitar su presencia.
—En que puedo servirle, mi reina.
—En muchas cosas señor Palomino. No le daré vueltas al asunto. Créame que su visita será más que corta, así que dígame lo que hizo con la gente que poseía la misma anomalía que yo -mi pronta confesión le contrajo el rostro, dejando surgir a través de su mente, sus fantasmas.
—N-no comprendo ¿qué es... lo que quiere de mí?
—La verdad.
—No se a que verdad se refiere, Majestad.
—Déjeme refrescar su memoria entonces —recargué el brazo en los respaldos del trono, mientras mis dedos se posaron en mi barbilla—. Durante el glorioso reinado de mi abuelo Dafniel, el registro de los seguidores era a través de una base sanguínea, sin embargo, un día este cambio por un número de control único el cual consistía en un escaneo de código. Quiere que le diga quien ordenó tal cambio.
Me levanté de mi trono dejando que mis amplias faldas me otorgaran aquel tinte imperial, mientras veía hacerlo pequeño debajo de los peldaños del salón.
—No es necesario, Majestad. Yo lo hice —confesó.
—Me dirá las razones del porqué lo hizo o deberé averiguarlo.
—Yo solo... bueno, aquel método fue usado por un tiempo mayor a un siglo y medio. Era obsoleto y necesitaba modernizarse tal como la nación lo hacía.
—De acuerdo, ahora le diré mi teoría y esa es que hace tiempo usted o alguien más descubrió en las muestras sanguíneas de seguidores una anomalía. Una idéntica a la mía con descendencia fuerte o ¿me equivoco?
—Mi reina, todas esas ideas suyas son...
—¿Peculiares? si, no es el primero que lo espeta.
—Yo...
—Escuché bien esto señor Palomino. Existen dos formas en la que podemos hacer esto.
Descendí cada peldaño de la sala de tronos en dónde las audiencias publicas se llevaban a cabo haciendo resonar el tacón de mis zapatillas en un eco que lo estremeció todo.
—Por las buenas o por las malas —continúe, mientras Palomino solo río de nervios después de saber que no estaba bromeando.
—Pero mi reina como puede pensar eso de mi.
—Usted estaba a cargo de todos esos asuntos en el menester con respecto a los seguidores. Fueron sus manos quienes firmaron la ley.
—Mis manos están limpias, Su Majestad —añadió con convicción en el instante que me mostraba las palmas de sus manos.
Aquel acto por su parte me indignó, por lo que tomé una de ellas y la llevé hasta pilar más próximo causando que soltará el bastón para seguido de ello, clavar una daga de diamante recién afilada en la palma del ex menester que terminó por incrustarse en el pilar con ella.
—Pues yo las veo bastante sucias —exclamé con voz de total repudio al tiempo que emergía un grito. Su sangre apenas cayó. Era un fuerte de primera clase, por lo que morir por desangramiento era casi nulo al igual que cualquier cortada o enfermedad que era rápidamente atendida por su organismo. La razón probable de que todavía se mantuviera vivo.
"Más diversión para mí"
—Temo que ha optado que sea por la mala. No deseo utilizar mi habilidad para sacar de sus labios la verdad, pero será testigo de lo que esta anormal reina puede hacer con usted —retiré el cuchillo para liberar su mano y dejarlo caer al suelo—. Hínquese y apoderese del filo -ordené y obedeció sin objeción ni protesta alguna—. Ahora, deberá clavarlo en cada uno de los dedos de su mano herida.
—Pero Majes...
—¡Shu! —le callé con un chasqueo de mi boca—. No dirá nada a menos que sea para responder una de mis 5 preguntas y cada vez que cuente, usted lo clavará en su mano.
Solo pude contemplarlo desde abajo, observando en su mirada el temor que en segundos sufriría y entonces comencé.
—Uno —la cuenta inició al mismo tiempo que se clavó el cuchillo en el pulgar. En esa ocasión, su grito resonó con mayor claridad, aunque más que dolor, fue su mirada absorta al borde de casi un ataque tras darse cuenta de que se estaba hiriendo en contra de su voluntad gracias a mí—.¿Se dio cuenta o no que existían seguidores con descendencia fuerte?
—Si —contestó.
—Dos —escuché nuevamente su grito, mientras mi siguiente pregunta resonó—. ¿Cuántos sabían de esto?
—Ocho, pero ya todos murieron -le miré un poco dudosa.
—Tres —continué y el cuchillo volvió a clavarse—. ¿Está seguro? porque podría seguir con su mano izquierda.
—¡Minerva! —jadeó con el sudor corriendo por su frente—. Minerva Yutantaguen todavía vive.
—Hasta que al fin nos entendemos, señor Palomino —el siguiente número cedió—. ¿Usted mando a matar a todas aquellas personas marcadas con la anomalía? —se quedó en silencio agachando la mirada—. No me haga contar hasta cinco.
—No, no por favor Majestad. Ya no —sus manos se elevaron en señal de rendición, pero yo solo fui capaz de ver su mano cubierta de su sangre así como sus crímenes le cubrían.
—Entonces conteste, Palomino.
—Si, a todos ellos. Todos los que los registros marcaban como sangre alterada se eliminaron.
—Es usted... —no pude terminar lo que pensaba, aunque eso no evitó que tomara con mi mano su camisa, ya que la otra seguía lastimada y sujeta a mi pecho por el cabestrillo cuando en ese preciso momento, las puertas fueron abiertas por Damián, quien se detuvo en seco tras vislumbrar la escena.
—¿Pero que está pasando aquí, Tamos?
—El señor Palomino y yo estamos charlando ¿no es así, mi señor? —mi tono fue tranquilamente aterrador.
—¡Tamos! —presionó Damián mirando al fuerte de rodillas.
—Ayúdeme —salió la súplica de Palomino.
—¡Cállese! —le grité llevando mi mirada al hombre—. Cinco —espeté y volvió a acuchillarse, mientras daba un par de pasos hacia Damián—. Pero general Marven, es que no ve que encuentro en pleno interrogatorio. Acaba de interrumpirme.
—¿Qué sucede con usted, Tamos? —preguntó reprobando totalmente lo ejercido.
—Le mostraré lo que estoy haciendo —regresé al ex menester para hacer la última pregunta—. ¿Enviaron a los hijos nacidos de aquella población a Lorde para ser subastarlos?
—Si —terminó aceptando.
—¿Puede concebir lo que sus actos les causaron a todos esos niños?
—Y usted, lo que sucedería si los fuertes supieran que pueden mezclarse con los seguidores y que el fruto de ellos tienen tantos derechos como cualquier fuerte.
—¿Habla del mismo derecho que yo tuve?
—Si. Y fue por esa razón que nos detuvimos en cuanto el rey contrajo la noticia de que obtuvo una nieta igual a ellos.
—¿El rey? Dice que mi abuelo Dafniel sabía de esto.
—Así es mi reina —después de todo lo que le obligué a hacerse continúo llamándome el muy ingenuo su reina—. Fue su orden las que yo seguí.
Me estremeció enterarme que mi abuelo permitió tales actos. Que fuera él, un Tamos, quién cometió aquella brutalidad con esa la gente que juró proteger.
—Todos esos hombres y mujeres que mandaron a su muerte eran hijos directos de padres fuertes. Se ocultaron por su anomalía para no tener el mismo destino que ustedes les ofrecieron. Es probable que haya cruzado con sus padres, saludado e incluso apreciado —no pude impregnar más desprecio en mi voz para él—. Espero que recuerde eso la próxima vez que miré sus manos y se atreva a decir que están limpias.
No supe sí sentía remordimiento, pero por un segundo pareció que si, aunque este se desvaneció con prontitud.
—Solo hice mi deber —mi rostro enmarcó una sonrisa cubierta de rabia.
—Deber, toda mi vida fui educada para hacer mi deber, pero que es exactamente —ni siquiera yo pude contestar—. Tal vez la justicia demoró para esos fuertes y sus hijos, pero esta reina se lo hará pagar y no permitirá que lo olvide —deslindé el cuchillo de su mano—. Míreme bien Palomino Tato, porque es mi deseo que recuerde que este par de ojos le ordenaron que se hiriera daño a sí mismo.
Al fuerte solo le quedó asentar con la cabeza, siendo que a diferencia de los gobernadores y funcionarios (los cuales olvidaron el evento dónde puse morado a Wendigo ya que cuando hui, Rolan se encargó de que todos los presentes lo borraran de sus mentes) permití que él lo recordara, porque deseé que me temiera.
—Llévelo a la enfermería y que lo curen. Después, haga que lo escolten directo a Qualifa para un juicio justo.
Damián asentó, pero su mirada me hizo saber que volvería, por lo que me apresuré a sacar a Rolan del escondite donde yacía.
Esperé que me juzgara y que su mirada estuviera de alguna forma decepcionada por usar de tal manera su poder, sin embargo, no lo hizo. Se sentía culpable por el accidente de la junta, aunque con todo ello su mirada se posó en mi mano con el cuchillo ensangrentado. Intenté ignorar aquel acto, pero solo conseguí suspirar con profundidad. Ron no expresó su sentir al igual que no intentó consolarme u otorgarme algún reproche. Decidió usar su boca para exclamar cosas realmente relevantes en lugar de mencionar algo acerca de la tortura a Palomino.
—Qué quisiste decir con seguidores hijos de fuertes.
—Justo eso Ron. Antes de mí, hubo más.
—¿Dices que hay más como tú? ¿qué existen fuertes con vida de seguidor?
—Si y no solo eso, sino con descendencia de ambas.
—¿Fuertes con seguidores? —su sorpresa le hizo llevar la mano a su cabello—. Por eso... ¿los mataron? ¿por mezclarse?
—No, los mataron por darse cuenta de que los fuertes están en decadencia. Ellos creyeron que los fuertes de tercera e incluso segunda estaban perdiendo tal habilidad y sí ellos se seguían casando con una estirpe menor, muy pronto los fuertes se convertirían en seguidores.
—Suena lógico en realidad. Piénsalo Ofi, no es un misterio que les superamos en número y ahora imagina si los restantes fuertes dejan de serlo. Ellos tanto como los seguidores comenzarían a exigir derechos a los que no accederían dando oportunidad a que...
—... la corona arda y los fuertes caigan —velozmente susurré.
Las palabras que alguna vez Vanss me dijo cuándo me explicó el plan de Ichigo o del fuerte que proviniera esa idea, resonó en mi mente con claridad.
—No puede ser, Ron. Temo que al fin he comprendido cuál es su plan.
—¿Cuál plan? —no respondí y en cambio me dirija hasta la puerta—. Tiene acaso algo que ver algo con esos rebeldes, el Fuego Blanco e Ichigo —me detuve en seco girando nuevamente a él.
—¿Estuviste hurgando de nuevo en la mente de Agustín?
—No solo en él, sino en esa chica que se hace llamar Vanss.
—Al menos me dices la verdad esta vez.
—Ese fue el acuerdo en el que quedamos lo recuerdas, pero respóndeme tan siquiera esto ¿es por esa causa que has cometido estos hechos? Ese chico por el que mataste a ese guardia fuerte en Concorda... ¿qué es de ti exactamente?
Eso último me descolocó, puesto que aquel era un secreto mío. Uno tormentoso, pero al final mío. Nadie debía conocer las terribles cosas que había hecho sintiendo furia y vergüenza en igualdad por que supiera de ellas.
—Oh por favor Ron. Dime que esto no se reduce en simples y absurdos celos.
—¡Por supuesto que no! esto va mucho más allá que eso. Pudiste haber muerto y ellos te habrían dejado en la acera, porque no eres importante para su causa, pues desconocen quién eres realmente. Les mientes a todos ellos cada vez que vas y les visitas —me espetó furioso, causando que por igual yo me enfureciera.
—Así es. Soy una mentirosa, pero al menos puedo confiar que ellos no me mentirán. No como...
—¿Cómo yo? —mi silencio respondió su pregunta—. He cometido errores como toda la gente en este maldito mundo, Ofi. Nunca me cansaré de convencerte que lo siento, pero supuse que ya me habías perdonado por ello.
—Y lo hice, pero eso no significa que lo haya olvidado.
De hecho, nunca podría olvidarlo, ya que mi memoria no me permitiría llevarlo a cabo.
—Bien, se acabó entonces.
—A dónde va guardia Rolan.
—Me marcho.
—Siempre debes huir ¿no es así? Si alguien te ataca simplemente te vas. Jamás enfrentas el problema, solo lo esquivas sin luchar siquiera un poco. Te enojas contigo, conmigo y con el mundo entero. Dime algo Ron ¿cuál es tu problema?
—¡Tú! —me exclamó con la voz quebrada, mientras me señalaba con su dedo—. Tú eres mi problema y solución. Mi oscuridad y luz. Enfermedad y cura. Eres mi bendición y maldición en igualdad, Ofi. Y sé que yo no soy nadie, pero tú... tú eres mi todo.
Su confesión me pescó desprevenida de tal forma que no fui capaz de sostenerle la mirada. Sé que él esperaba que le respondiera de la misma forma, pero no pudo salir nada de mi boca. Yo lo quería, pero comprendía a la perfección que lo nuestro era complicado. Jamás tendríamos una oportunidad sincera, por lo que terminó por dar media vuelta y alejarse de su renuente torturadora personal una vez que me miró cruzar mis brazos y observar el suelo sin respuesta alguna.
Me mordí el labio para contener las lágrimas y no ir tras su persecución cuando el cierre de la puerta sonó, tras darle la espalda a ella. Medio minuto más tarde, escuché chirriar la puerta de nuevo e inmediatamente giré para arrojarme a los brazos de Ron pensando qué se trataba de él, sin embargo, para mí decepción fue Damián quién llegó.
—Ya lo envié a la enfermería, reina Tamos —lo último lo pronunció con desilusión a su regente, por lo que esperé de inmediato su regaño, pero este nunca llegó.
Ante eso le cuestioné porque callaba y su respuesta fue simplemente que ya era lo suficiente mayor para saber lo que hacía. Que era la reina y a una reina no se le cuestionaba solo se le obedecía, causando cierto estupor en mi rostro, pues finalmente Damián había comprendido su sitio y el mío también, aunque para ser sincera, esperaba su consejo, enfado o desacuerdo como el general de esta nación.
—No le entiendo de verdad -no pude contener mis palabras una vez que le vi dirigirse a la puerta—. Un día me besa y al siguiente me ignora —intenté desahogar toda mi furia con él, pero Damián siempre sabía cómo mantener la calma aún en los peores escenarios.
—Y yo no la entiendo a usted. Al fin decido no enfrentarla ni cuestionarla y de igual forma parece insatisfecha conmigo ¿Qué es lo que quiere?
—Quiero que me escuche y no me juzgue, porque sé que lo está haciendo justo ahora.
—Tamos...
—No, calle y escuche por un segundo —lo dije en tono suplicante más que enojada puesto que en verdad requería de alguien que me oyera—. Se está acercando, lo puedo sentir. No sé si es el final o el comienzo, pero la nación arderá y necesito de usted. Confió en muy poca gente, sin embargo, me atrevo a poner un poco de esperanza en usted y necesito saber si puedo o no contar con tu apoyo —su rostro se llenó de angustia, causando que se acercara a mí y colocara sus dedos en mi mejilla.
—No tenga miedo. Estoy con usted, aunque no entienda mucho de lo que habla justo ahora —rápidamente quitó sus dedos para después ofrecer un paso atrás y estirar su brazo—. Me gustaría tanto saber cómo ayudarle a mantener a flote a Victoria, pero temo que mi educación financiera y política jamás se desarrolló, sin embargo, pienso que si soy capaz de hacer que fuertes que me doblan la edad respeten las órdenes de su joven general puedo entonces, encontrar a gente leal a usted Tamos. Permítame escoltarla hasta el comedor privado. Estoy seguro que el camino será lo suficientemente largo como para poder entender lo que está pasando —ejecutó una sonrisa cortesana que fue respondida con una semejante y extender mi brazo.
Durante el camino le conté la verdad o bueno, solo la parte que incluía los hijos de fuertes con anomalía, los rebeldes queriendo matarme para un posible golpe de estado y que un fuerte aprovecharía la situación. Pareció comprender y prometió ayudar. Me permitió dejarlo en el comedor, mientras iba a cambiar mi atuendo y una vez dentro de mi habitación, mirar mi mano cubierta de sangre y me no permitirme sentir remordimiento.
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