The Real Me
Tanto Spreen como Roier esperaban que ese día fuera un completo sufrimiento.
¡Y sorpresa!
...
Al principio sí lo fue.
El viaje fue horriblemente silencioso. Roier no paraba de temblar como un chihuahua y Spreen contemplaba cada vez más la idea de salirse de la carretera y chocar contra algún poste de luz.
Cuando llegaron a su casa, fue el único momento en que Roier pudo calmarse aunque sea por un rato.
— Mamá, ya volví.
Anunció el más alto.
De pronto la figura de una mujer se abrió pasó desde dónde Roier creía que era la cocina debido al delantal que llevaba puesto junto a los guantes que combinaban.
— Oh, mucho gusto Roier. Perdona mi mala imagen, estaba algo ocupada.
Dijo la mujer cuando llegó hasta donde él estaba, quitándose uno de los guantes para poder estrechar su mano.
Indudablemente era la misma mujer de aquella foto con un par de años más, claro está. Con la diferencia de que llevaba su largo cabello negro en una coleta y que ahora podía distinguir mejor el color de sus ojos.
Eran morados. Exactamente el mismo color que los de Spreen y Missa. Pero debía admitir que Spreen se parecía mucho más a su madre.
— ¡Acabo de preparar galletas! Espero que te gusten.
Retiraba lo dicho. Spreen podía parecerse mucho físicamente a su madre pero carecía de esa cálida y adorable amabilidad.
— ¿En serio? Le agradezco mucho pero no era necesario.
— Tonterías. Mi hijo ha hablado sobre tí y dijo que te gustan los postres.
La manera en la que Roier automáticamente volteó a verlo con una ceja arqueada fue suficiente para que Spreen reaccionara rápido para aclarar la situación.
— No hablé de vos. Ella me preguntó.
— Ah…
— ¡Cierto! Aún tienes que usar una bota por tu lesión.
Volvió a hablar la mujer observando su bota como alguien observaría a un pobre gatito en la calle.
— Sí, pero ya casi no siento dolor. Solo incomodidad. Además, en pocos días ya tengo mi última revisión y podría quitarmela si todo está bien.
Roier no lo vió, pero en ese momento y sin saberlo, la otra persona presente desvió la mirada con algo de pena.
— Aún así debes de tener cuidado. ¿Se quedarán en la sala?
Regresó su vista a Spreen esperando su respuesta.
— No, estaremos en mi habitación.
Al castaño casi se le salen los ojos de lugar al escucharlo pero trató de disimularlo lo mejor posible.
— ¿Lo harás subir todos esos escalones? ¿En qué estás pensando? —Regañó la mujer sin perder su postura amigable.— ¿Por qué no ven las películas en la sala?
— Sí, Spreen. ¿Por qué no vemos las películas en la sala?
Apoyó Roier con un tono de voz ligeramente agudo y una sonrisa temblorosa. Pero Spreen no lo notó o directamente lo ignoró porque no se apiadó de él en lo más mínimo. Ni siquiera lo miró.
— Yo lo ayudo a subir. No te preocupes.
QEPD tobillo de Roier y su dignidad.
— Spreen…
Lo llamó su madre con un tono más firme. Su hijo en cambio sonrió inocentemente y se acercó a ella tomándola por los hombros. La mujer era mucho más baja y eso hacia la escena un poco tierna.
— Mamá, miralo. Está bien. —Señaló a su acompañante.— Si seguís preocupándote te van a salir arrugas.
Roier oyó un jadeo indignado y luego fue espectador de cómo la agradable mujer se transformaba en una madre enojada azotando el par de guantes de cocina en el rostro de su hijo mientras este se reía. Inmediatamente ocultó su risa detrás de su mano hasta que Spreen tomó su muñeca y prácticamente lo arrastró hasta el comienzo de las escaleras. Huyendo de su madre, claramente.
— Espera, ella tiene razón. No pienso subir tantos escalones.
Dijo cuando se soltó de su agarre. Entonces el jugador lo observó por un momento, luego a las escaleras y nuevamente a él. Roier creyó que finalmente se rendiría pero no se imaginó que el chico se inclinaría delante suyo dándole la espalda.
— Subite.
— Estás pero si bien pendejo. ¿Por qué no nos quedamos en la sala como dijo tu madre?
El contrario rodó los ojos pero mantuvo su posición.
— Si nos quedamos acá mi mamá te va a acosar con preguntas y realmente quiero evitar que esto sea más incómodo para los dos. Así que subite.
Roier hizo una mueca pensativa mientras analizaba sus opciones.
De por sí, ya era bastante mortificante subirse a la espalda de Spreen para que pudiera llevarlo a su habitación. Y repito: ¡A su habitación!
Pero, por otro lado, si ya era incómodo ver películas con Spreen. No imaginaba que tanto lo sería si además estaba su madre de por medio haciéndole un cuestionario. En realidad era una mujer muy amable, pero eso no quitaba lo vergonzoso del asunto.
Entre esas dos opciones Roier definitivamente prefería jugar videojuegos con Missa.
— O también puedo llevarte de vuelta a tu casa si ya te sentís cansado. No tengo problema.
Agregó en un tono que molestó un poquito a Roier, solo un poquito. Porque eso, en idioma Spreen significaba: ¿Ya te diste por vencido?
Entonces una sonrisa socarrona apareció en su rostro antes de que diera un paso hacia atrás y con toda la ayuda de su pie sano se impulsara para lanzarse sobre su espalda provocando que el jugador perdiera el equilibrio por unos segundos antes de que se recompusiera.
— Hijo de-
— Hacia arriba, tiro al blanco. —Animó palmeando uno de sus hombros.— Esas películas no se verán solas.
Spreen agrandó sus fosas nasales respirando sonoramente y contando hasta diez en su mente. Pero no dijo nada más. Solo acomodó a Roier en su espalda y comenzó a subir. Algunas veces simuló que lo tiraría por las escaleras haciendo que el castaño se quejara aferrándose más a él como un felino asustado. Pero cuando llegaron al final se encargó de que bajara al suelo con mucho cuidado.
— De este lado.
Fue lo único que dijo el argentino, señalando una de las puertas en el pasillo. Específicamente la que tenía un cartel que decía “No se permiten mascotas” con un pequeño dibujo de un perro, pero con la diferencia de que la palabra “Mascotas” estaba tachada y abajo habían escrito “Missa’s”.
— Aw, que buen hermano mayor.
Halagó sarcásticamente antes de entrar.
— La próxima vez voy agregar tu nombre también.
Roier no le puso mucha atención. Estaba más concentrado en controlar su nerviosismo y observar el cuarto en busca de cualquier cosa que fuera más interesante.
Era una habitación muy simple. Una cama de una plaza con sábanas azules. Una mesa de luz con una lámpara. Un escritorio con una laptop. Un póster de Lionel Messi besando la copa del mundo. Ah, y una silla de escritorio colapsada con ropa de dudosa higiene.
Bien, no era tan malo después de todo.
— Qué elegante.
Spreen lo ignoró mientras tomaba el control remoto de la mesa de luz y encendía la televisión lanzándose a la cama.
Televisión que Roier no había visto.
— ¿Tu madre te deja tener una televisión en tu cuarto?
— Mi padre la compró para la suya pero mamá se quejaba de los ruidos nocturnos.
— Increíble.
El pelinegro soltó una queja y se incorporó.
— ¿Podés sentarte? Me estás poniendo nervioso ahí parado con esa cara de boludo.
No había movido ni un músculo hasta ese momento que Spreen se lo señaló para empeorar su ansiedad.
— Oh, claro. ¿En el suelo? ¿O prefieres que me siente en aquel mounstro de ropa sucia?
— Esa ropa no está sucia. —Se defendió ganándose una mirada incrédula.—... Bien, está a medio usar. Pero eso no importa. Sentate en la cama.
— ¿En la cama?
— Sí.
Contestó con obviedad mientras cambiaba el control remoto por el joystick de Playstation para encender la misma. Por su parte, Roier observó la cama y lentamente se acercó para tomar asiento en el borde.
Dios mío, Roier. También has estado en la habitación de Aldo y Quackity. Esto no es muy diferente.
— ¡Movete tarado! ¿No ves que no veo la pantalla?
— Trátame bonito, cabrón. O te acuso con tu madre.
Spreen hizo caso omiso y se acercó también al borde de la cama dándole play a la primera película. Enseguida se giró hacia Roier y dijo:
— Nada de cantar.
Repitió señalandolo y en respuesta Roier rodó los ojos.
— Ya te oí la primera vez.
— Bien. —El pelinegro volvió su vista a la pantalla mientras aún seguían apareciendo los nombres de las personas encargadas de hacer ese horrible musical.— Terminemos con esto.
~ • ~
Sé lo que están pensando.
Esa “reunión de amigos” era una estupidez porque no podían soportarse mutuamente. Y en parte es cierto. Posiblemente hayan visto todas las películas, sentados uno al lado del otro sin moverse ni un centímetro debido a la incomodidad que les generaba toda esa situación. Quizás tampoco dijeron ni una palabra por lo mismo hasta que esas cinco tortuosas horas terminaron y cada uno volvió a su realidad jurando nunca más repetir aquello.
Sí…
Pero la cosa es que eso nunca pasó.
— ¿Una “T” de Troy? ¿En serio?
Preguntó mirando la escena con una mueca asqueada.
— Ay, Spreen. Ni siquiera sabes de Romanticismo. —Se quejó Roier. Fiel seguidor del amor entre Troy y Gabriela.— Es una promesa de amor, pendejo.
— Parece el collar que le pones a los perros para que no se pierdan, Roier. No jodas. —El castaño negó pero desvió su mirada intentando ahogar una risa que quería escaparse de entre sus labios de solo pensar en el parecido.— ¿Sabés qué? Si tan romántico te parece, entonces también podrían regalarte una “T” a vos.
— ¿Por qué una “T”? ¿No debería ser otra letra?
Entonces Spreen se inclinó hacia él sin darle importancia al temblor involuntario que provocó en el chico, acercó su mano para formar un arco con el cual pudiera escucharse mejor el “secreto” que le diría y le susurró:
— T de Tarado.
Roier le lanzó una mala mirada y le dió un empujón alejándolo. Aunque no pudo evitar contagiarse de la risa ajena cuando este cayó de espaldas al suelo.
Pues sí. Spreen y Roier ya iban a la mitad de la segunda película. Pasaron de estar sentados en el borde de la cama manteniendo una distancia incómoda entre ambos a básicamente tomar asiento en el suelo frente a la televisión con sus hombros rozando de vez en cuando.
En algún momento la madre de Spreen llegó con una bandeja de galletas pero ambos estaban tan metidos en ello que apenas pudieron agradecer robóticamente.
Aún discutían por idioteces, como en ese momento. Pero también, ninguno podía negar que se sentía un ambiente mucho más cómodo para ambos.
Había veces en las que Spreen señalaba la vergüenza ajena que generaba alguna extraña escena y Roier intentaba defenderla como si su vida dependiera de eso, pero la mayoría de veces fracasaba y le daba la razón. Entonces ambos terminaban burlándose y riéndose de lo ridículo que sería ver eso en la vida real.
— ¡No puede ser! —Exclamó aún con la boca llena de galletas hechas por su madre.— Ahí vamos de nuevo. ¿Es que no se cansa de hacer lo mismo?
Roier, quién estaba a su lado en el suelo, soltó su galleta a mitad de comer en la bandeja y suspiró frustrado para volver a repetir lo que venía diciendo horas atrás.
— ¡Dios! Eres demasiado insensible. —Después señaló a la pantalla en el momento en que comenzaba una nueva canción con tintes más melancólicos.— ¿Es que no lo entiendes? Troy se comportó como un idiota todo el verano y la dejó de lado. Obviamente Gabriela va a querer tomar sus cosas para irse bien a la verga.
Spreen resopló y se limpió los últimos rastros de galleta de los labios antes de responder.
— Gabriela es una rompepija. ¿No ves que el pibe está teniendo oportunidades increíbles? Lo normal es tomarlas. ¡Pero no! Gabriela siempre tiene que ser el centro de la vida de Troy. Él tiene que hacer todo lo que ella dice. —Dijo las últimas frases con un tono sarcástico mientras se cruzaba de brazos.— Pero chupame la pija, amigo. Eso es ser egoísta.
— ¡¿Egoísta?! —Abrió la boca muy indignado. Cómo si el insulto hubiera sido para él.— Egoísta es Troy, que solo piensa en sí mismo. ¿Cómo puedes decir que Gabriela es egoísta cuando solo quiere salvar su relación? ¡Ella lo hace por amor!
— Amor las pelotas. A Gabriela solo le gusta tener toda la atención de Troy cómo si el pibe no tuviera metas que cumplir. Si en verdad lo amara, lo dejaría seguir sus sueños sin ponerse a llorar.
— Puede cumplir sus metas y sueños sin dejar a Gabriela fuera de eso. El amor también es importante. Además, ¡Él jugó con su confianza!
— Ay, por favor…
Murmuró Spreen mientras se llevaba las manos a la cabeza. Cómo si no pudiera creer las incoherencias que estaba escuchando.
Roier lo ignoró y prosiguió con su defensa como si se tratara de un juzgado y él fuera el abogado de Gabriela.
— Él le prometió muchas citas y siempre llegaba tarde, ¿Y sabes por qué? Porque estaba con Sharpay. ¡La persona que le crea inseguridades a su novia!
— Si digo lo que pienso me vas a odiar.
Dijo de repente el pelinegro haciendo que el castaño retrocediera con total atención.
— Dilo si tienes los huevos para hacerlo.
Amenazó entrecerrando sus ojos. Tenía una ligera sospecha de lo que sería capaz de decir, pero fue aún peor:
— Sharpay es mejor que Gabriela.
Roier jadeó sonoramente llevándose una mano a la boca, como si Spreen hubiese confesado un pecado capital del que ni siquiera se arrepentía, y eso es algo que dejaba en claro con esa sonrisa arrogante pintada en el rostro.
— No lo hiciste.
— Sí lo hice.
No aguantó más el gesto burlón de su acompañante y el “insulto” que acababa de decir así qué de un rápido movimiento le robó el control de la televisión.
— Entonces tendrás que sufrir las consecuencias.
Pulsó en el botón para subir el volumen bajo la confundida mirada ajena y comenzó a cantar el estribillo de la canción en un tono exageradamente agudo para imitar la voz femenina.
— ¡I’VE GOT TO MOVE ON AND BE WHO I AM!
— ¡Te dije que nada de cantar!
Spreen intentó quitarle el control remoto pero Roier fue más rápido, poniéndose de pie y escabullendose en una esquina de la habitación sin dejar de cantar.
— ¡I JUST DON'T BELONG HERE, I HOPE YOU UNDERSTAND!
— ¡Roier! La puta madre…
— ¡WE MIGHT FIND A PLACE IN THIS WORLD SOMEDAY! —Usó el control como si fuera un micrófono mientras veía a Spreen ponerse de pie.— But at least for now… ¡NO, ES MÍO!
Gritó cuando Spreen, con solo tres zancadas llegó hasta donde estaba para tomar el control y tratar de quitárselo de las manos.
— ¡Suéltalo, pendejo! ¡¿Cómo tienes el descaro de decir que Sharpay es mejor que Gabriela?! ¡Me das vergüenza!
Entre tanto forcejeó, de un momento Spreen soltó el objeto haciendo que por la fuerza choque en el pecho de Roier haciéndolo trastabillar. Y para su muy mala suerte, no pudo mantener mucho el equilibrio por su tonta bota así que terminó cayendo de espaldas a la cama.
De todas formas, aquella batalla infantil aún no había acabado.
— ¡Dame el control! —Exigió subiendo a la cama para seguir forcejeando con el castaño que jamás se daría por vencido.— ¡Roier, dale!
— ¡No, ahora es mío-
Un mal movimiento provocó que una de las manos del jugador se deslizara hasta terminar al costado del torso ajeno provocando que el mismo chico soltara una involuntaria risa ante el roce.
En ese momento Spreen se alejó y Roier se congeló en su lugar cambiando su mirada a una llena de terror. Y suplicó en voz baja:
— No lo hagas, por favor.
Pero sus esperanzas de que no se aprovechara de su recientemente descubierta debilidad decayeron cuando observó como en el rostro ajeno se formaba lentamente una sonrisa maliciosa que dejaba ver el par de adorables y distintivos colmillos. Y comenzó.
Spreen cambió de estrategia bajando sus manos para rozar con sus dedos los costados de Roier quien no llegó a cubrirse. Inmediatamente la risa escandalosa fue incontrolable. Roier no podía parar de reír debido a las cosquillas, también movía sus piernas y brazos en un intento por escapar de las manos impropias. De todas formas, nunca soltó el control.
O por lo menos no hasta que las lágrimas brotaron de sus ojos y su estómago comenzó a doler.
— ¡Basta! ¡Detente!
Pidió entre risas, pero sabía que la única manera de detenerlo era rindiéndose. Así que lamentablemente tuvo que hacerlo. Extendió el control hacia él y dejó que lo tomara dando por finalizada la tortura.
Roier tenía los ojos cerrados hasta que sintió movimiento cerca suyo. Ahí fue cuando los abrió.
El jugador se enderezó y apuntó la televisión para poder bajar el volumen de la misma sin tomar muy en cuenta la posición en la que ambos se encontraban. En cambio, Roier sí lo hizo.
Observó como el mayor estaba erguido encima suyo con sus piernas entrelazadas entre sí, tanto que podía sentir uno de sus muslos atrapado entre los ajenos. Pero no pudo moverse, no podía hacerlo.
Sus mejillas se sonrojaron a una velocidad inhumana mientras miraba a detalle el rostro del más alto. Spreen también estaba sonrojado pero no por la misma razón que Roier. Él estaba sonrojado por todo el movimiento que habían hecho, hasta respiraba desordenadamente intentando recuperar el aliento. Roier lo sabía porque podía ver su pecho bajar y subir rápidamente debajo la tela turquesa de su camiseta. Pero lo que más llamaba su atención era que…
Se veía mucho mejor desde esa posición.
Sus ojos morados, su cabello revuelto con esas ondulaciones rebeldes, sus rasgos marcados, sus finos labios ligeramente humedecidos…
Tragó en seco y por un momento pensó que, bueno…
Más bien deseó que Spreen volteara a verlo, se inclinara sobre él y…
Y…
— ¿Qué te pasa pelotudo?
Se quejó el pelinegro cayendo a un costado luego de que Roier lo hubiera golpeado con una almohada.
— Cabrón, me estabas aplastando.
Se excusó el menor mientras acomodaba su ropa y abandonaba la cama disimulando el temblor en sus piernas y manos. No tardó mucho en volver a su lugar en el suelo y llevarse una galleta a la boca para ignorar lo que acababa de pasar.
La mejor solución era fingir demencia. Y así lo hizo hasta cuando Spreen volvió a sentarse a su lado.
~ • ~
Entre una cosa y la otra habían tardado más de cinco horas en terminar de ver las tres películas seguidas. Ahora se encontraban a unos minutos de que finalizara la última y ya era muy tarde.
Roier orgullosamente podía decir que había superado su delirio de horas atrás y que lo enterraría muy en el fondo de su cerebro para borrarlo completamente de su memoria. También que realmente estaba disfrutando ese día junto al pendejo de Spreen. Era algo raro.
Y sorprendentemente, Spreen también lo estaba disfrutando. Nunca se hubiera imaginado pasarla tan bien viendo High School Musical junto a alguien como Roier. Algo que ni siquiera puede hacer con sus amigos más cercanos.
En primer lugar Carre nunca hubiera aceptado algo como eso porque tenía su misma y/o peor opinión sobre los musicales. Ni hablar del equipo.
Y Robleis no podía aguantar sus quejas constantes sobre películas porque de por sí ya se ponía nervioso si hablaban en medio de una. Histérico.
Pero con Roier era diferente. A veces debatían sobre algunas escenas (donde Spreen siempre tenía la razón aunque pareciera que no), otras veces las criticaban juntos o simplemente se reían de lo ridículo que era. Porque, a pesar de ser muy diferentes, había ciertas cosas en las que eran similares pero tenían diferentes puntos de vista.
Cómo por ejemplo en el tema de Troy y Gabriela.
Roier era “Team Gabriela”. Todo color de rosa y viva el amor.
Mientras que Spreen era “Team Troy”.
A la mierda el romance y ¡sigue tus sueños, campeón!
Pero ambos defendían su punto de vista como si fuera cuestión de vida o muerte. Y eso según Spreen, era lo más divertido.
— Oye… —Spreen automáticamente lo volteó a ver, curioso de lo que quisiera decir.— No pude preguntarte antes, pero… ¿Por qué tú y tu madre tienen diferentes acentos?
El aludido alzó las cejas sin haberse esperado ese tipo pregunta. No es que no se lo hubieran preguntado antes. Es solo que Roier podía salir con cualquier cosa.
— Ehh, bueno, es que papá era argentino y pasaba mucho tiempo con él.
Explicó como si nada volviendo su vista a la pantalla. Pero Roier aún tenía preguntas que hacer.
—... Entonces él fue quien te enseñó a conducir, ¿Verdad?
Spreen suspiró y pausó la película antes de poner su mirada cansada en él. En otro momento quizás lo hubiese mandado a la mierda por preguntar boludeces que no eran de su incumbencia. Pero hoy era diferente. Hoy realmente había disfrutado su compañía.
No tenía nada de malo responder una o dos preguntas después de todo.
— Sí, Roier. Es su auto. —Contestó con obviedad.— Mamá no puede sentarse delante de un volante sin entrar en pánico.
El castaño soltó una risita y a la vez se compadeció de la pobre mujer. Seguramente a él le pasaría exactamente lo mismo.
— Tu mamá me cae bien. Y te pareces a ella… Físicamente. En lo demás no porque ella es muy agradable a diferencia de ti.
Spreen entreabrió los labios y luego resopló con cierta gracia.
— Wow, no contuviste las ganas de llamarme idiota, ¿No? —Roier levantó los hombros fingiendo inocencia .— Y a ella también le caíste bien. Lo sé porque si nos quedábamos un minuto más de seguro iba a querer desempolvar el álbum de fotos familiares solo para mostrartelo.
Roier soltó un pequeño chillido que asustó al jugador en el proceso.
— Oh dios mío. —Spreen creyó que le había pasado algo pero el menor siguió hablando:— Tenemos que regresar allí. ¡Tengo que ver eso!
Intentó ponerse de pie pero su muñeca fue tomada para atraerlo de vuelta al suelo.
— Ni se te ocurra. —Amenazó el contrario cuando sus ojos se encontraron con las brillantes avellanas.— De todas formas no puede bajar las escaleras con una pata de palo, mi capitán.
Roier abultó su labio inferior ante la burla y golpeó el hombro de Spreen justo cuando este comenzó a sonreír.
— Vete a la-
— ¡Spreen!
La voz femenina se escuchó desde el piso inferior interrumpiendo su insulto. El nombrado bufó y entre quejas se puso de pie para acercarse hasta la puerta de su habitación.
— Ya vuelvo.
Anunció mientras Roier se estiraba y soltaba un bostezo.
— Tómate tu tiempo.
Cuando el pelinegro saltó el último escalón y se acercó hasta la sala se encontró con su madre esperando de brazos cruzados. Tenía un semblante algo preocupado y a la vez reprochante.
— ¿Qué pasó?
Finalmente la mujer habló:
— Tu amigo, Roger-
— Roier.
Corrijió instintivamente provocando que su madre hiciera una mueca por su torpe error.
— Roier. ¿Se va a quedar a dormir?
Spreen, alarmado, contestó de forma muy rápida:
— ¡No! No, no. Él solo vino de visita.
Y lo siguiente que pasó fue un quejido soltado por el pelinegro debido a un golpe en el brazo que le propinó su madre.
— ¿Entonces a qué horas piensas llevarlo a su casa? Ya es muy tarde. Ese niño debe estar muriendo de sueño.
— Ma, sos una exagerada. Él está bien. —Pero su madre lo calló con otro golpe.— ¡Auch! ¡Está bien! Terminamos la película y lo llevo.
Cuando se dió vuelta para regresar a su cuarto, la mujer volvió a hablar:
— Antes de que subas… —Spreen se detuvo y la miró sin ganas.— Missa quiere que lo ayudes porque su computadora no está funcionando. ¿Puedes echarle un vistazo?
Ahh… Las desventajas de ser el hermano mayor.
~ • ~
Había tardado casi veinte minutos en arreglar el problema de Missa. Resulta que su juego online no paraba de crashear porque tenía los gráficos demasiado altos para la humilde PC de escritorio que estaba en su habitación (y que se suponía que era para tareas).
Así que lo solucionó y finalmente abandonó a su hermano, no sin antes darle un pequeño golpe detrás de la cabeza, encender la luz y dejar la puerta descaradamente abierta.
Porque siempre tenía que haber alguna oportunidad para joderle la vida a tu hermano.
— Ya volví. —Anunció cerrando la puerta detrás de él.— Me parece que no vamos a terminar la peli-
Dejó de hablar cuando su mirada se posó en frente de la televisión.
La posición de Roier había cambiado. Ahora abrazaba sus piernas contra su pecho sin fuerza alguna mientras su cabeza se mantenía apoyada sobre sus rodillas y parte de su brazo derecho. Sus ojos estaban cerrados, su boca entreabierta y su cabello castaño algo revuelto. Seguramente por el movimiento somnoliento.
Se había quedado profundamente dormido. Al parecer su madre tenía razón.
— Roier…
Llamó en voz baja mientras se acercaba. Se inclinó a su altura y con una delicadeza muy poco digna de él, acercó una de sus manos para tocar el hombro ajeno.
El bello durmiente reaccionó pero sin despertarse. Simplemente arrugó un poco su nariz mientras fruncía el ceño por la reciente molestia. Eso hizo que las comisuras de Spreen se elevaran levemente antes de que retomara su semblante serio.
Quizás en el fondo. Muy en el fondo. Casi llegando al final de su ser…
Eso le había parecido muy adorable.
— Roier.
Repitió sacudiendo al pobre chico que despertó asustado.
— ¿Qué? ¿Qué pasa?
—Te quedaste dormido. —Explicó mientras se alejaba del más joven con la excusa de buscar alguna sudadera en su armario.— Y estabas babeando. Qué asco.
Roier no respondió. Simplemente volvió a estirarse para después tallar uno de sus ojos perezosamente.
Cuando Spreen volvió a verlo este seguía en lo suyo con la diferencia de que ahora su cabello se veía más revuelto, con mechones en forma de picos que apuntaban hacia diferentes direcciones.
Esta vez no pudo ocultar la tímida sonrisa.
Probablemente su cerebro estaba delirando después de pasar seis horas seguidas mirando un musical escolar que no veía hace años. Sí, seguro se trataba de eso.
— Levantate que te llevo a tu casa.
Cuando salieron al pasillo, en ese momento también una pequeña personita salía de su habitación.
Missa no tardó en sonreír cuando reconoció al amigo de su hermano.
— ¡Roier!
El niño se acercó para invadir su espacio personal con un cariñoso abrazo. Así era él.
— Ey, Missa. ¿Cómo estás? —Saludó animadamente, recibiendo el gesto de la misma manera a pesar de que el sueño lo estaba consumiendo.— ¿Este pendejo te anda molestando? Dime y le doy una paliza.
Dijo mostrando el puño y señalando al más alto quien rodó los ojos apoyándose en uno de los muros. El más joven río mientras negaba con su cabeza.
— Yo puedo defenderme solo. —Aseguró Missa dando un paso hacia atrás.— Una vez le afeité las cejas.
— Missa…
Amenazó su hermano mientras Roier contenía su risa imaginando ese desastre.
Quizás había alguna foto de ello en el álbum familiar, Oh Dios.
— ¿Te quedarás a jugar, Roier? Tengo un nuevo juego que podemos probar. Es más fácil que Mortal Kombat.
El castaño bajó su mirada apenado mientras frotaba su nuca con nervios.
— Uh, Missa yo-
— Él ya se va.
Interrumpió Spreen ganándose una mirada enojada por parte del contrario. Cuando Roier regresó su mirada a Missa, este tenía un semblante tan triste que estrujó completamente el corazón del adolescente haciéndolo sentir como una horrenda persona.
— P-pero, ¡Otro día! Otro día vendré y podrás enseñarme tu juego nuevo. ¿Qué dices?
Inmediatamente Missa recuperó su sonrisa y asintió energéticamente antes de saludar al mayor para regresar con esa misma energía a su cuarto.
Roier sonrió enternecido ladeando su cabeza hasta que la imagen de Spreen se puso en medio.
— Te acaba de manipular un niño de nueve años.
Bufó y evitó su mirada acercándose hasta las escaleras.
— Es que adoro a los niños. —Justificó apoyándose en el muro para no hacer mucha presión con su tobillo malo.— De todas formas no es la primera vez que un “niño” de tu familia me manipula. Recuerdo a uno que me hizo comprarle Doritos.
Spreen resopló en una especie de risa y antes de que Roier llegara al borde se puso delante de él como hacia un par de horas atrás y se inclinó. Esta vez el menor no se opuso ni tampoco se lanzó de forma brusca a su espalda. No tenía las energías para hacerlo, así que simplemente se abrazó a sus hombros y se dejó llevar escaleras abajo.
Allí saludó a la amable mujer, halagando sus galletas con chispas de chocolate, y siguió a Spreen hasta la cochera.
El viaje de vuelta a casa se sintió distinto. No de mala manera. Solo distinto.
Ya no había ese incómodo silencio que los envolvía, ni tampoco esa horrible tensión de los anteriores días. En realidad era un ambiente más cálido. Con charlas tontas sobre la diferencia de voz de Troy en la primera película o lo bien que caía el hermano de Sharpay, Ryan. Sin duda algo había cambiado.
Pero eso no era todo.
Roier tenía un pensamiento un poco molesto a medida que se acercaban a su casa. Pensamiento que se fortaleció cuando bajó la mirada a su bota y no sintió dolor alguno. Nada. Ni siquiera un poco.
Solo quedaban tres o cuatro días para su última revisión dónde por fin podría quitarse esa molesta bota. Aunque ese ya no era el problema principal.
El problema es que se había acostumbrado muy rápido a la presencia de cierto jugador arrogante y estúpido.
Entonces si la bota se iba… con ella se iría la “obligación” que tenía Spreen con Roier.
Y todo volvería a ser como era antes.
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