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Swingin on the Dance Floor

You’ll never know…

(Oh, I know) 

If you never try

There's one little thing that stops me everytime…

~ • ~

Cuando Roier volvió a pisar esa cancha de fútbol se sintió de alguna manera imparable. Listo para cualquier cosa. 

Solo tenía que meter un gol, solo uno. Y se acabaría todo eso.

Porque en parte, sí, podía llegar a ser un poco divertido correr de aquí para allá siguiendo una pelota. Lo único malo es que debía hacerlo rodeado de otros chicos que no lo toleraban mucho. Y él tampoco a ellos. 

Entre esos estaba Wilbur, que no dudó en acercarse a él mientras corrían pre calentando.

— ¿Te perdiste, princesa? 

Roier rodó los ojos.

— No, creo que ya me encontré. Gracias por preocuparte.

Intentó aumentar la velocidad de sus pasos para dejar atrás al inglés pero a este no le costó mucho recuperar el lugar a su lado.

— ¿Por qué has venido aquí? Este no es un lugar para los de "tu clase". 

El silbato volvió a sonar indicando que dejaran de correr. Pronto se escuchó la voz del entrenador dando más indicaciones. 

Pero Roier solo se dió vuelta para enfrentar a Wilbur.

— ¿Apoco? ¿A ti te parece muy heterosexual disfrutar de correr junto a otros tipos sudados? —El jugador frunció el ceño y estuvo a punto de responder pero Roier no lo dejó hacerlo, poniendo ambas manos en sus hombros.— Y wow, creo que a ti te gustan más que a mi porque lo haces todos los días. 

Roier ignoró el semblante enojado del contrario y se volteó casi huyendo cerca del entrenador. 

Al parecer tenía tanta valentía para molestar no solo a uno, sino a dos jugadores de fútbol. Solo esperaba no aparecer muerto el día de mañana. 

Lo que no sabía es que ni Spreen ni Wilbur iban a ser los culpables de su muerte, porque el verdadero culpable sería ese entrenamiento. 
Debía correr de un lado a otro, levantando las rodillas, luego levantando los talones. Debía correr de costado, cambiando de lado, cruzando los pies. Y para cuando ya podían tener una pelota en su poder, Roier estaba hecho pedazos. 

Empezando por la parte en la que no era gran fan del cardio, y apenas corría para alcanzar el bus. ¡Esto era demasiado! 

Realmente había subestimado el fútbol. 

— ¿Qué pasa? 

Roier reconoció el acento argentino mientras se encontraba apoyado en sus rodillas para intentar recuperar el oxígeno que habían perdido sus pulmones. Cuando levantó la mirada, Spreen estaba pasando en frente suyo, trotando con una pelota.

¡¿Cómo es que ese pendejo aún tenía tanta energía?!

— ¿Es mucho para vos? 

El tono burlón no se hizo esperar, y el castaño hubiera resoplado o respondido algo ingenioso pero aún no tenía el aire suficiente. Así que solo suspiró y volvió a bajar el rostro mientras escuchaba la leve risa impropia alejándose. 

Roier se sentía derrotado…

Pero no, no podía dejarse ganar tan fácilmente. No ahora. 

Respiró hondo y enderezó su cuerpo. Porque esto solo era correr, no era tan difícil como dar diferentes pasos de baile. Su cuerpo tenía que aguantarlo. ¿Sino qué sentido tenía?

Así que tomó una pelota y comenzó a trotar llevándola. 

— Nunca es suficiente.

Murmuró cuando logró pasar junto a Spreen y siguió su camino.

El argentino lo observó alejarse, teniendo el gusto de llegar a ver al castaño casi tropezando con la misma pelota que llevaba en sus pies. Negó con su cabeza.

Spreen creía que Roier ya había llegado a su límite, pero no. Ahí estaba, practicando pases con otro jugador, o algo así porque no dejaba de perder la pelota como en ese momento. El castaño levantaba su mano en una señal de disculpas mientras trotaba para recuperarla. 

Una sonrisa divertida escapó de entre sus labios.

Roier realmente se estaba esforzando…

Pero pensar en eso no significaba que le tuviera piedad alguna. 

Y minutos después lo demostraría cuando, mientras practicaba los pases con Carre, una pelota desconocida llegó a ellos. Spreen quería reírse cuando reconoció a la persona que se acercaba a buscarla. 

— P-pueden pasármela ¿Por favor?

Preguntó Roier, totalmente avergonzado. 

— Sí, tranq-

— Dale, ahí va.

El pelinegro interrumpió a su amigo poniéndose delante de él para llegar antes a la pelota. El más bajo lo miró confundido mientras que Roier detenía su caminar para que la pelota llegara a dónde él estaba.

Entonces Spreen dió un paso atrás y luego hacia adelante para empujar la bola hacia Roier.

O más bien: hacia el otro lado de la cancha por la desmesurada fuerza que había ejercido en la patada.

El aludido solo pudo observar boquiabierto como la pelota volaba encima suyo y terminaba rebotando aún más lejos de lo que había llegado antes. Ahora tenía que correr hacia la otra punta para alcanzarla, pero antes de hacerlo no olvidó darle la peor de las miradas a Spreen, murmurando muy bonitos "apodos" para alguien como él. Porque de todas formas, Roier era muy independiente y muy competitivo para ir a buscar la pelota por sí mismo. 

El contrario solo le guiñó el ojo y lo saludó con su mano. Porque Spreen también era muy competitivo como para atreverse a arruinar todo el juego de Roier. 

— ¿Por qué hiciste eso?

Le cuestionó su mejor amigo. En respuesta elevó sus hombros restándole importancia.

— Me pareció divertido. 

Respondió sonriente, y cuando volvió su vista a Carre éste lo estaba viendo de forma sospechosa levantando una de sus cejas. 

Spreen chasqueó la lengua y lo empujó.

— Sacá esa cara de pelotudo y trae nuestra pelota para acá. 

~ • ~

A Roier le gustaría decir que el entrenamiento terminó ahí mismo.

Pero no.

Cuando el chico apenas y sentía los músculos de su cuerpo, el entrenador anunció que jugarían un partido entre ellos. Y Roier no debería estar arrepintiéndose, porque jugar un partido significaba la oportunidad de meter ese puto gol e irse a la mierda con la satisfacción de haberle ganado al muy idiota de Spreen. Ya ni siquiera recordaba para qué había empezado ese reto en primer lugar, solo quería ver a Spreen derrotado. 

Y en el momento en que los equipos fueron decididos, y Roier terminó en el equipo contrario de Spreen. Supo que debía hacer todo lo posible para, no solo meter un gol, sino también ganarle.

Lo cual era completamente difícil, pero no imposible según él. 

— Tratá de que no se te escape la pelota esta vez.

Murmuró Spreen cuando pudo acercarse a él. Y ahí Roier por primera vez notó lo cuidadoso que estaba siendo el más alto para decir sus típicas bromas.

Murmullos, acercamientos cortos. Ah, cierto. Había olvidado que al tipo le avergonzaba que lo vieran cerca de él. Por eso había ignorado su saludo.

El muy hijo de puta. 

— Lo siento, no te escuché muy bien. ¿Qué dijiste? 

Respondió Roier en un tono de voz exageradamente alto para dejar en descubierto al argentino en frente de sus amigos. 

Spreen lo fulminó con su mirada antes de voltearse a ver las miradas curiosas sobre ellos. 

— Te voy a hacer mierda.

Volvió a decir hacia él antes de alejarse para su lado de la cancha. Roier soltó una carcajada y extendió los brazos exclamando:

— ¡Quiero ver que lo intentes!

Sí, al parecer Roier no tenía ese pequeño instinto de supervivencia en la mente que le debería decir que no tiente a ninguna bestia. Porque había cavado su propia tumba. 

Al finalmente posicionarse en dónde le habían indicado los otros jugadores, el fuerte silbato dió comienzo al partido. 

Roier tardó unos minutos en reaccionar porque honestamente no sabía qué hacer. Y sus compañeros tenían noción de ello ya que le asignaron un lugar bastante alejado del juego, prácticamente a una esquina. Cuando la pelota normalmente se peleaba en el medio, como estaba pasando en esos momentos. 

Entonces su equipo la perdió. La pelota estaba en manos (o pies, mejor dicho) del equipo contrincante. Y un grito lo sacó de sus pensamientos.

— ¡Roger! —El castaño sabía que se referían a él, a pesar de la mala pronunciación de su nombre. Así que se volteó para dar con un pequeño chico de ojos verdes.— ¡Movete! 

Roier no tuvo tiempo para disculparse por su distracción antes de que su cuerpo se moviera en automático. ¿Hacia dónde? No sabía bien. Supuso que seguir al jugador que tenía la pelota y se estaba acercando a su arco era la mejor opción. 

Debía quitársela, sí, eso haría.

Pudo reconocer a varios chicos de su propio equipo haciendo lo mismo que él, intentando acercarse al jugador, bloqueandole el paso, marcandolo. Roier observó detalladamente esos movimientos para repetirlos.

Por lo tanto, aumentó la velocidad de sus pasos y cuando se puso delante del chico, éste lo esquivó sin siquiera mirarlo. Roier asombrado, intentó moverse a la misma velocidad para bloquearle el paso una vez más pero sus pies no tuvieron la misma idea y se enredaron entre sí haciéndolo caer de cara al suelo. 

El silbato volvió a sonar para su mala suerte.

— Roier, ¿Todo bien? —Preguntó el entrenador cuando llegó a él, extendiéndole la mano para que la tomara y se pusiera de pie.— ¿Te has hecho daño? 

El susodicho negó con su cara enrojecida, no por el golpe, sino por la vergüenza que estaba sintiendo en esos momentos. 

Entonces escuchó un leve sonido a la lejanía, como un murmullo, el susurro de una risa. Y por el rabillo del ojo observó como Spreen estaba cubriéndose la boca para no hacer más evidentes sus carcajadas. 

Roier respiró hondo ignorando esa diminuta voz que le decía que se tire sobre el argentino y lo ahorque con sus propias manos. 

Pero que lo disfrute mientras pueda, porque el que ríe último ríe mejor. Y esa burla solo era un estímulo más para ganar. 

— No, estoy bien. 

Respondió hacia el adulto. Rubén inmediatamente asintió y se alejó, porque eso significaba que no tendría problemas con el instituto por su acción negligente de dejar que un estudiante se integrara al equipo de fútbol sin saber nada y sin los cuidados necesarios. 

Aunque lo peor era tener a un furioso Samuel detrás de él. 

Y el juego se retomó donde había quedado.

Minutos después, Roier solo quería que ese sufrimiento se acabara de una vez por todas. 

Ya se había caído tres veces. ¡Tres veces!

Porque al parecer sus pies ya no funcionaban como debían hacerlo, entonces cuando una jugada ajena lo sorprendía, se enredaban y tropezaba. 

Ah, y no hablemos sobre la ausencia de goles de su parte. 

El equipo contrincante estaba ganando dos a cero. Y sus compañeros ya comenzaban a verlo como si él fuera el culpable de todo. Habían olvidado por completo que eran un equipo, y no un juego individual pero bueno. Cómo no es jugador de fútbol, no piensa opinar al respecto. 

Además, de todo el tiempo que estuvo corriendo como pendejo en la cancha, quizás unos quince minutos, solo logró tener la pelota a su poder unos míseros segundos. Se preguntarán por qué…

Obviando la parte en la que Roier no sabe jugar. Cada vez que la pelota por algún milagro llegaba a sus pies, en ese mismo instante Spreen se materializaba dónde él estaba y se la quitaba. Eso había pasado unas cinco veces aproximadamente, y no eran pura casualidad.

Huh-uh. Roier sabía perfectamente que el jugador lo estaba haciendo a propósito para que no marcara ese gol. 

¡Spreen no se estaba esforzando en jugar con su equipo! Solo observaba a Roier hasta que tuviera la pelota, y cuando eso pasaba, ¡ZAZ! llegaba y la robaba. 

Roier podría hacer un chiste sobre eso y su nacionalidad pero sería muy xenofobico de su parte. Ahhh, pero las ganas no le faltaban. 

¡Basta! debía ignorarlo. Tenía que encontrar la forma de evitar a Spreen, tomar la pelota, correr al arco y patearla lo más fuerte que le sea posible. Sí, muy fácil.

Así que, tomó distancia y observó el juego. 

Esto es como bailar, Roier. Solo piénsalo de esa manera. 

Puso su atención en Spreen para estar alerta de su posición actual. 

Solo debía hacer los pasos de baile correctos para llegar a la pelota y evitarlo. Solo eso.

De lejos, pudo notar como uno de sus compañeros bloqueó a Spreen, marcandolo. Y ese era el momento perfecto para dar inicio a su plan. Ahora solo le quedaba llegar a la p-

— ¡Roger! 

Roier sintió algo duro llegar a sus pies acompañado de el grito de su nombre, mal formulado de nuevo. 

Cuando bajó la mirada, la pelota estaba en sus pies. Y cuando volvió a subir, el chico de ojos verdes lo estaba mirando escandalizado mientras era acorralado por otros dos jugadores. Al no tener reacción, el más bajo volvió a gritar:

— ¡Corré!

¡CIERTO!

El bailarín tomó aire y comenzó a correr llevando la pelota, lo más rápido que sus piernas y pulmones se lo permitían. 

Debía olvidarse del cansancio, ahora solo tenía que aprovechar la oportunidad que Dios le había dejado en frente suyo y correr, correr, correr. 

Estaba a mitad de cancha y había mucho ruido. No sabía cómo lo estaba haciendo pero nadie lo había alcanzado aún. Y sus compañeros gritaban cosas que Roier no podía entender bien.

No sabía si querían que pasara la pelota o que llegara al arco, Roier solo podía correr. 

Entonces enfocó su vista al frente y lo vió.

El arco enemigo estaba a mitad de camino, solo unos pasos más y podría patear. 

El arquero vio sus intenciones pero por la confusión y la sorpresa tardó en prepararse para evitar el gol. Así que Roier solo pudo pensar que esa era su única oportunidad entre un millón. 

Era ahora o nunca. 

La adrenalina recorrió cada parte de su cuerpo llegando a su pie derecho e inevitablemente sonrió. A la distancia, entre tantas voces se podía distinguir la de cierto argentino llamándolo por su nombre. 

Oh, le encantaría ver el rostro afligido de Spreen en esos momentos, pero estaba muy ocupado a punto de meter un gol. 

Y todo pasó en cámara lenta.

Roier elevó la pierna listo para patear… pero todo se vino abajo. O más bien, Roier cayó. 

Lo primero que sintió fue el césped bajo suyo y un ligero mareo. Pero lo peor no era eso, claro que no. 

Lo peor era el fuerte dolor que se extendía desde su tobillo hasta toda su pierna derecha, lo cual le sacó un jadeante grito mientras se doblaba para tomarse la zona herida. 

Levantó su mano para descartar la idea de que hubiera sangre pero de todas formas el dolor no cesaba. Y no sabía si fue por su pánico o imaginación, pero sintió su tobillo hincharse bajo su tacto, haciéndolo lagrimear.

— Uff… Perdón. —Dijo una voz que reconoció al instante.— Te dije que este no era un lugar para los de tu clase. 

Y seguido de eso le acompañó una ligera risa. 

Roier abrió sus ojos entre lágrimas sin poder responder nada ante las palabras de Wilbur, porque su cerebro estaba totalmente en blanco por el fuerte dolor que no paraba. 

Humillado y adolorido. Así se sentía. 

Y esperaba que Spreen no se uniera a las bromas de su compañero pero pronto distinguió al nombrado acercándose rápidamente hasta ellos. Genial, pensó, simplemente genial.

Pero cuando Roier estuvo listo para escuchar las palabras más arrogantes y estúpidas dichas por el argentino, sucedió algo. Algo que lo desorbitó sin remedio.

— ¡¿Qué mierdas te pasa?! —Exclamó el capitán cuando llegó a dónde estaba Wilbur, tomándolo del cuello de su camiseta.— ¡¿Sos pelotudo o qué?!

— Wow, wow, tranquilo fiera. —Habló Wilbur entre risas, como si no le importara nada.— Solo le saqué la pelota. Estaba defendiendo nuestro arco.

La mandíbula de Spreen se tensó, podría llegar a romperse si seguía haciendo esa fuerza. Y apretó su agarre en Wilbur mientras las personas se acercaban

— ¡Lo hiciste a propósito! 

Volvió a señalar.

Spreen no mentía. Había visto el momento exacto en el que Wilbur fijó a Roier como su objetivo. Descubrió las intenciones de este sin que lo dijera. 

Era obvio. Wilbur tenía una molesta fijación con el chico, aún peor que la que tenía Spreen con molestarlo. Porque Spreen era inofensivo, solo le gustaba hacer bromas y chistes con tal de ver cómo Roier borraba esa sonrisa que le mostraba a todos, y en cambio, le regalaba un ceño fruncido. Un ceño fruncido que solo era para él. 

Eso era todo.

Pero Wilbur iba más lejos. Quería lastimarlo emocional o físicamente, lo sabía. Y lo había logrado. 

La pregunta era: ¿Por qué?

¿Por qué meterse con alguien como Roier? 

¿Qué había hecho Roier? 

¡Nada! 

Solo ser él mismo. Y quizás responderle mal al jugador inglés. 

¿Pero eso ameritaba a qué Wilbur hiciera tal cosa? 

No. Y Spreen ya estaba muy cansado de él.

— ¿Por qué voy a querer lastimar a Roier? Solo fue un accidente. 

Contestó el contrario con más que fingida inocencia. Entonces, Spreen vio el destello de una oculta sonrisa y no lo aguantó.

En segundos su puño se estrelló contra el pómulo izquierdo, haciendo caer al castaño. Pero eso no lo detuvo. 

Se movió listo para lanzarse sobre él cuando sus compañeros lo tomaron desde los brazos para calmarlo. Algo imposible.

El silbato sonó una y otra vez mientras el entrenador se acercaba a paso rápido. 

— ¡DMC! ¡¿Estás loco?! —Regañó el hombre, ayudando a levantar al culpable de todo.— ¡Unicornio! Ocúpate de llevar a Roier a la enfermería. 

El nombrado asintió dando un paso para acercarse al joven que seguía tirado en el suelo, pero alguien lo tomó del hombro.

— No. 

Habló Spreen, empujando al jugador lejos. Sin saber por qué o qué estaba haciendo. Pero sentía la obligación de ocuparse él mismo de ese desastre. 

O de Roier.

— ¡Spreen!

Volvió a quejarse el entrenador, pero éste no le hizo caso.

El pelinegro se acercó a Roier, inclinándose en el suelo y luego de tanto revuelo, finalmente hizo contacto visual con él.

— ¿Podés apoyar el pie?

Roier tardó segundos, quizás minutos en reaccionar a todo lo que había pasado. Hasta olvidó que su tobillo dolía como el infierno. 

Roier no asimilaba nada, no, corrijo, Roier no entendía nada. 

Wilbur prácticamente lo había tacleado, luego Spreen llegó haciéndolo pensar que se burlaría de él pero en cambio golpeó a Wilbur en la cara acusándolo de que su ataque había sido meramente intencional. 

¡¿Qué mierdas estaba pasando?! 

Lo único que sabía es que ahora Spreen estaba junto a él, mirándolo atentamente para esperar su respuesta.

— Roier, ¿Podés apoyar el pie o no? 

Repitió en un tono más exigente. Así que al castaño no le quedó de otra que volver a la realidad.

— Yo, eh… —Movió primero la pierna izquierda, luego la derecha, e intentó poner su pie en el suelo. Pero un calambrazo de dolor lo recorrió desde el tobillo hasta la rodilla haciéndolo jadear una vez más.— Oh, mierda. No, no puedo. Dios… 

Las lágrimas volvieron a acumularse en sus ojos pero no quería llorar. Maldita sea, no quería hacerlo.

Si había algo peor que llorar en medio de clases, era llorar en medio de un entrenamiento al que se había invitado solo. Y aún peor, llorar en frente de Spreen y todo su equipo.

Pero Roier ignoró completamente el gruñido ahogado del más alto cuando sintió una mano justo en su espalda baja.

— Poné tu brazo sobre mis hombros. —Pidió Spreen a lo que Roier lo miró entre confundido y sorprendido. El jugador chasqueó la lengua.— Hacé lo que te digo. Te voy a llevar a la enfermería. 

Roier decidió no quejarse al respecto. Después podría molestar a Spreen con sus dudas pero ahora era más importante que su tobillo dejara de doler. Así que rodeó los hombros ajenos con sus brazos y no opuso resistencia cuando el más alto comenzó a ayudarlo para que se pusiera de pie.

— ¡Spreen! Ni se te ocurra desobedecerme. ¡Estás en graves problemas por lo que hiciste! 

Volvió a hablar el entrenador, pero sus palabras parecieron afectar más a Roier que al propio Spreen. 

El joven castaño volvió a jadear del dolor al tener su pie levemente apoyado en el suelo, sacándole otro sonido de reproche al argentino quién no dudó en pasar su mano por debajo de las rodillas ajenas en respuesta. 

Y en frente del entrenador, de Wilbur, y de sus demás compañeros, Spreen alzó a Roier en brazos para llevarlo a la enfermería. 










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