Something has Changed
Si Roier tuviera que definir esa situación en una palabra, seguramente lo haría con: Inexplicable.
Eso es todo.
No sabía cómo ni por qué había terminado allí (técnicamente sí pero su cerebro estaba haciendo corto circuito).
Luego de un silencioso y muy vergonzoso recorrido por el instituto en los brazos de Spreen, finalmente llegaron a la enfermería. Y Roier agradecía que la escuela estuviera casi vacía. Ya que todos los estudiantes estaban metidos en sus clases extracurriculares en esos horarios. O se habían ido a casa.
Así que ahora estaba allí, semi-recostado en una de las camas de la enfermería, mientras la mujer encargada de atenderlo revisaba con delicadeza su tobillo inflamado.
— Mm, sí. Creo que es un esguince. —Informó dudosa mientras cambiaba de lugar sus manos.— Voy a tocar un momento aquí, dime del uno al diez qué tan fuerte es el dolor.
Entonces la mujer comenzó a presionar provocando que Roier ahogue un jadeo adolorido.
— ¡Diez! Definitivamente diez.
Y antes de que la mujer pudiera responder, junto a él se escuchó una voz refunfuñando en voz baja algunos insultos.
Ah, sí. Casi lo olvida.
Spreen lo había llevado a la enfermería, lo cual estaba muy agradecido. Pero también el chico decidió quedarse a su lado en toda la revisión. Quizás para algunos sería una compañía agradable… Si no estuviera gruñendo y murmurando insultos a cada rato, con un semblante lleno de furia. Algo que solo hacía que Roier se sintiera cada vez más pequeño en su lugar. Porque no sabía si los insultos eran para él, para Wilbur, o para la situación en general.
Lo único que sabía es que todo esto era una completa mierda.
— Puede ser un esguince de grado uno, pero si la zona se vuelve de un color muy oscuro entonces será grado dos.
Confirmó la mujer mientras apoyaba una bolsa de hielo sobre su tobillo. Roier suspiró cuando sintió que el frio aliviaba su dolor.
— ¿Cuál es la diferencia?
Se animó a preguntar.
— Un esguince de grado uno es cuando los ligamentos se estiran y pueden tardar entre una a tres semanas en sanar. Mientras que en el esguince de grado dos, los ligamentos se desgarran y rompen los vasos sanguíneos, por lo cual eso tardaría entre… tres a seis semanas de recuperación.
— ¡¿Seis semanas?!
Preguntó Roier exaltado y con un tono de voz ridículamente agudizado.
Seis semanas era mucho tiempo, el cual podría usar para sus prácticas de baile. Pero no, el pendejo tenía que unirse a un estúpido entrenamiento de fútbol para intentar convencer al idiota que tenía al lado de que practicara con él, con el único fin de cumplir con las expectativas de su profesor y conseguir su papel principal. ¿Pero eso qué importaba ahora?
¡PORQUE TENIA UN PUTO TOBILLO DESGARRADO!
Roier no respondió nada porque genuinamente quería llorar. Estaba arruinado.
— Chico, ¿Quieres sostener esto un momento?
El joven lastimado levantó su mirada creyendo que se refería a él. Pero en realidad la mujer estaba llamando la atención del pelinegro a su lado.
Y aún con el ceño fruncido, este acercó su mano para mantener la bolsa de hielo sobre el tobillo de Roier, como la mujer indicaba.
— Regreso en unos minutos, llamaré a tus padres.
Genial. Ahora también debía soportar un regaño. Pensó Roier mientras dejaba caer la cabeza en la almohada y cerraba los ojos por un momento.
Quería desaparecer.
Quería hundirse en la cama y nunca más salir.
Podría descansar antes de que llegaran sus padres. Podría hacerlo.
Sí solo Spreen dejara de murmurar maldiciones a cada segundo recordándole lo imbécil que había sido.
— ¿Puedes parar? —Pidió aún con los ojos cerrados.— Si tienes algo para decir, solo dilo.
Porque esa era la verdadera razón de su actitud. Estaba seguro de que el argentino diría un "te lo dije" o "sos pelotudo". Pero cuando el silencio se prolongó, Roier abrió uno de sus ojos dudoso para encontrarse al jugador con la mirada perdida en su tobillo.
Mm, ok. Quizás Spreen no sería tan poco empático como para señalar su idiotez después de todo.
Y sin esperarlo, el par de amatistas voltearon a verlo con una dura mirada.
— Esto es tu culpa.
Roier resopló y desvió la mirada.
Predecible.
— Lo sé.
Aceptó para que Spreen no siguiera echándole mierda al asunto, pero eso no lo detuvo.
— Yo te dije que no podías hacer esto, te lo dije. Pero sos pelotudo y quisiste hacerlo igual. Ahora vos te cagas, porque vos causaste esto. Yo no te obligué a nada.
— Qué bonitas palabras de apoyo.
Trató de interrumpir sarcásticamente pero Spreen siguió.
— ¿En qué momento pensaste que jugar era fácil? ¿Sos boludo?
Rodó los ojos.
— Quizás no lo hubiera hecho si no me hubieses retado en primer lugar.
Y en ese momento, Spreen perdió la paciencia. Echando la cabeza hacia atrás, soltando una especie de alarido frustrado.
— ¡Que no era un reto!
— ¡¿Entonces por qué lo dijiste?!
— ¡Porque te estaba jodiendo!
Roier, ya harto del mismo debate, intentó reincorporarse en la cama, evitando mover la pierna afectada. Y fulminó con su mirada al jugador.
— ¡¿Entonces por qué lo haces?! Yo te pregunté algo amablemente y tú me contestaste así.
— ¡Simplemente no quería bailar!
— ¡¿Y no era mejor responder eso sin sarcasmo?!
Spreen tardó unos segundos en contraatacar, desviando varias veces su vista mientras pensaba en palabras inteligentes.
Pero solo respondió:
— ¿Y dónde está la diversión en eso?
El joven castaño apretó sus manos en dos puños mientras ahogaba un grito frustrado.
Aún no podía creer cómo Spreen llegaba a sobrepasar el nivel de idiota. ¿Qué clase de respuesta es esa?
— ¿Alguna vez te tomas algo en serio? —Preguntó genuinamente, tomando por sorpresa al azabache.— A lo que voy es que, primero te inscribes en un taller que claramente no te gusta, llegas tarde a todas las clases, no pones atención en ninguna, y aprovechas cualquier oportunidad para comportarte como un imbécil. Realmente no lo entiendo. ¿Qué es lo que ganas con todo esto?
Aprobar asignaturas inútiles sin esfuerzo.
Esa era la respuesta que quería dar Spreen. Pero no, no podía decirle eso a Roier. Por favor, no le debía ninguna explicación. Además no podía decir eso a la ligera para que luego la información llegara a su equipo y pusiera todo en riesgo.
Tenía que ser más cuidadoso.
— ¿Y a vos qué te importa? ¿Te pensás que por caerme bien mágicamente somos amigos?
Roier no debería ofenderse.
Pero inevitablemente se ofendió. Porque bueno, es Roier.
Tomemos en cuenta que, cuando alguien dice que "le caes bien" es porque está siendo amigable contigo, ¿O no?
— Ni quien quisiera ser tu amigo. ¿Y sabes qué? No me importa lo que hagas o no hagas. Ahora déjame solo.
Dicho esto, Roier tuvo la intención de voltearse en la cama para darle la espalda al jugador. Pero al mínimo movimiento que hizo con su pierna derecha casi vuelve a llorar de dolor.
— ¿Te podés quedar quieto? —Lo regaño Spreen volviendo a apoyar la bolsa de hielo en su tobillo, la cual se había caído cuando el menor se movió.— Ninguno de los dos estaríamos acá si me hubieses escuchado cuando te llamé en la cancha.
— ¿Por qué vergas te escucharía si estabas en el equipo enemigo?
— ¡Porque te estaba advirtiendo!
¿Qué había dicho?
Roier lo observó con sorpresa, mientras que Spreen una vez más rechazó el contacto visual. Moviendo ligeramente la bolsa de hielo.
— ¿A qué te refieres?
El argentinó resopló, observando el hielo derretirse dentro de la bolsa, como si fuera la cosa más interesante pasando en esa habitación.
— Conozco a mi equipo, por eso te dije que no podías entrar a jugar así como si nada. Eras un blanco fácil. —Comenzó a explicar con su voz más relajada. Casi apagada. Y a eso agregándole que evitaba la mirada color avellana.— Cuando corriste hacia el arco, Wilbur te tenía en la mira. Te llamé mil veces para que le pasaras la pelota a tus compañeros pero no me diste bola.
Oh
Eso fue lo único que pudo pensar Roier al respecto. Y ni siquiera sabía si lo hizo en voz alta.
Eso explicaba el hecho de escuchar la voz de Spreen llamándolo sobre las demás mientras corría. Pero creía que era una distracción, no que intentaba ayudarlo.
¿Cómo saberlo? Si todo el entrenamiento se la pasó boicoteandolo. Hasta podía desconfiar de su palabra ahora mismo.
Pero con solo ver su semblante serio y la forma que evitaba su mirada porque confesar eso parecía ser algo bochornoso para él, lo dejaba más que claro.
También la forma en que lo dijo demostraba por qué Spreen había sido elegido como Capitán. Porque además de ser un buen jugador, se preocupaba por su equipo.
Aunque, Spreen no debería preocuparse por Roier porque no era su compañero de equipo, ni mucho menos su amigo.
Pero en el fondo, muy en el fondo, se sentía realmente culpable por la situación que estaba sufriendo el menor. Aunque dijera lo contrario.
Porque él le había metido esas estúpidas ideas en la cabeza, él cedió dejando que el chico participara del entrenamiento en vez de mandarlo a su casa, él le dió una mala imagen para que desconfiara de su persona cuando intentaba ayudarlo. Él, solo él.
Y ver su tobillo hinchado era un recordatorio punzante que le causaba culpabilidad a todo momento.
El silencio se alargó entre los dos. Al menos Spreen ya no murmuraba insultos, pero eso era peor.
En algún punto, Roier relajó su mente y analizó la situación en frío, enumerando las acciones del mayor:
1- Spreen lo boicoteo.
2- Pero luego intentó ayudarlo.
3- Lo defendió ante Wilbur y se puso en contra de su propio entrenador para llevarlo a la enfermería.
Uhh, ahora que recordaba ese último punto…
Era muy probable que cuando Spreen regresara al entrenamiento recibiera un fuerte regaño. Tanto por su actitud violenta e impulsiva, como por haberlo ayudado.
Y eso… le generaba culpa. Sí.
Eran dos chicos en una habitación de la enfermería del instituto, sintiéndose culpables el uno con el otro. ¿Pero quién rompería el incómodo silencio?
¿Quién daría el primer paso?
— Perdón.
Cuando levantó la mirada, el castaño estaba cabizbajo mientras jugaba nerviosamente con sus propias manos.
Entonces Roier volvió a hablar.
— Perdón por causar todo esto. —Se disculpó casi en un susurro.— Solo quería que practicaras conmigo.
Spreen parpadeó.
No es como si no lo hubiese sabido, pero que Roier fuera tan honesto y directo lo tomaba desprevenido. Y el ataque se volvía aún peor con ese par de avellanas tristes y el pequeño bulto que se quería formar en su labio inferior como si estuviera evitando un puchero.
Mejillas ligeramente sonrojadas.
Rastros de lágrimas en la piel.
El jugador tuvo que tragar sonoramente, provocando que la manzana de Adán temblara en su cuello.
¿Por qué? Se preguntaba.
¿Por qué tenía que pasarle esto?
Nunca se había sentido tan mal por sus propias tonterías hacia los demás hasta ahora. Siempre reaccionaban igual: enojandose, riéndose o ignorandolo. Pero ¿Roier?
Roier desde su perspectiva era… demasiado bueno. Demasiado amable. Demasiado sincero.
Y eso rompía algo en Spreen.
— ¿Siempre sos el primero en disculparte?
— ¿Eh?
El menor lo vió confundido.
— Primero lo de Juan, ahora esto. —Explicó.— No tenés que disculparte por todo. Yo también tuve la culpa, así que perdón por… boludearte. Tenés razón, si no te hubiese molestado estarías bien.
Roier entreabrió sus labios sorprendido de escuchar algo así por parte del argentino. Era básicamente sorprendente.
Y no podía desaprovechar el momento.
— Wow… ¿Te estás disculpando? ¿Neta? Eso es increíble.
Bromeó con una pequeña sonrisa mientras Spreen le daba una mala mirada.
— Grabatelo en la cabeza porque no va a volver a pasar.
— Sí, lo que tú digas. —Tarareó Roier soltando una juguetona risa luego. Spreen volvería a quejarse pero no fue necesario.— Y gracias por traerme a la enfermería… Y por intentar ayudarme a pesar de no haberte escuchado. Supongo que te juzgué mal.
Cuando Roier volvió a bajar la mirada, Spreen mantuvo la suya en él. Una mirada profunda que luego de unos segundos fue acompañada por una imperceptible sonrisa de labios sellados.
Lo único que se le ocurrió decir fue:
— Sí, lo hiciste.
Y a pesar de la respuesta con exceso de arrogancia, Roier se rió sin notar como su sonrisa era contagiada al contrario. La tensión al fin se había disipado. Solo necesitaban ese pequeño empujón.
Entonces una loca y estúpida idea cruzó por la mente de uno de los dos. Pero su boca fue más rápida que su cerebro antes de pensarla mejor.
— Igual es una pena. —Dijo Spreen repentinamente, ganándose la atención del castaño.— Con el pie así ya no me podés enseñar a bailar.
En segundos, todo el rostro de Roier se iluminó con ilusión.
— ¡¿Lo dices en serio?!
— No sé. Hay que averiguarlo.
Agregó el jugador, levantándose de su asiento cuando visualizó a la enfermera acercándose a la cama. Ya era hora de que volviera al entrenamiento.
Además si se quedaba allí estaba seguro de que seguiría diciendo ridiculeces con tal de hacer sentir mejor al bailarín.
— Cuando tu tobillo se mejore.
~ • ~
Podría decirse que Roier estaba feliz.
Realmente lo estaba, a pesar de llevar una bota en su pie derecho. Lo que le dificultaba caminar por todo el instituto para asistir a todas sus clases.
Convengamos que el director, como una disculpa por la negligencia de sus profesores, le propuso hacer reposo y copiar los apuntes de sus compañeros.
Pero Roier se negó. Porque él era un chingón y podía aguantarlo.
Eso, y porque si faltaba a clases, tampoco asistiría a teatro, y si se perdía las clases de teatro, también podía ir despidiéndose de su papel principal en la obra.
¡Y eso nunca!
¡Una tonta bota en el pie no le impediría cumplir sus sueños!
Además, Roier es una eminencia. La eminencia de la actuación.
— ¡¿Qué vergas te pasó?!
Preguntó Quackity de forma escandalizada cuando lo vió tratando de acomodarse en uno de los asientos de la clase de biología. (Y fallando en el intento)
— Es una larga historia.
— Pues me la vas a contar, pendejo. Porque ¿sabes qué? —Roier lo observó asustado de lo que pudiera decir. Estaba más asustado que cuando sus padres llegaron a la enfermería.— Ayer te vieron paseandote en brazos de alguien por el instituto.
— ¿A-ah, sí?
— ¡Sí! Y me dirás quién fue el pinche afortunado.
Roier casi suspira de alivio al saber que la información le había llegado a medias a su mejor amigo. Porque no quería imaginar cómo reaccionaría si se enteraba que se estaba llevando bien con el Capitán del equipo de-, bueno, idiotas que su amigo aborrecía… Sí. Complicado.
— Casi me quiebro el tobillo ¿Y tú solo me preguntas quién me cargó a la enfermería?
Claramente se estaba haciendo pendejo. Y tenía la seguridad de que si a Spreen le preguntaban lo mismo, también negaría absolutamente todo.
Porque sí, podían llevarse bien desde ahora. Pero, tal y como dijo Spreen, eso no significaba que fueran amigos. Y por lo tanto, Spreen seguiría ignorándolo alrededor de los demás por el bien de su reputación.
¿Pero qué importaba?
Literalmente Roier lo había logrado manipular para que aceptara practicar con él.
Ah, sobre eso…
¿Realmente cayeron por esos ojitos tristes cuando dijo "Solo quería que practicaras conmigo"? ¡Ilusos! Sobre todo Spreen.
La disculpa era real. Roier sinceramente se sentía culpable por haber provocado todo ese desastre.
Pero quizás agregó ciertas palabras a su discursito para un último intento por ganarse al jugador. ¡Y lo logró!
Roier: 1 - Spreen: 0
— ¿Hola? Tierra llamando a Roier. ¿Estás ahí?
Quackity estaba chasqueando los dedos frente suyo.
Verga, se había disociado otra vez.
— ¿Qué? Lo siento, no te escuché.
— Dije que, ¿Qué te pasó en el pie? —Repitió su pregunta.— Si no vas a hablarme sobre el guapo que te cargaba, entonces al menos cuéntame eso.
Roier dudó pero finalmente se decidió por una excusa lo suficientemente creíble.
— Me doblé el tobillo corriendo el último camión.
—... ¿Y así te lo esguinzaste?
— Sí. Eso fue lo pasó.
Quackity sospechó por unos minutos entrecerrando sus ojos. Ok, quizás no era lo suficientemente creíble. Pero de todas formas era cuestión de tiempo para que el rumor de que se había metido a un entrenamiento de fútbol corriera por los pasillos. Al menos esta tonta excusa le daría tiempo para idear una buena explicación.
O simplemente podía decir la verdad pero no quería lidiar con eso ahora.
— Está bien. Te creo. —Aceptó finalmente su amigo quitándole la mirada de encima para pasarla en su escritorio donde tenía un pedazo de papel con la mitad de las anotaciones del día en una caligrafía horrible.— Otra cosa; ¿Cómo haces para ir y venir de la escuela a tu casa? ¿No te dieron muletas?
Eso también era una historia curiosa. Pues, cuando sus padres lo llevaron al hospital para confirmar el esguince, el doctor le recomendó (y proporcionó) un par de muletas para "facilitarle" el movimiento.
A lo cual Roier de nuevo se negó rotundamente, porque si ya era una vergüenza caminar así, iba a ser aún peor con esas estorbosas muletas.
Así que se lo explicó a su mejor amigo, el cual rodó los ojos y negó.
— Tienes un verdadero problema con aceptar ayuda.
— Es que no necesito ayuda. Estoy bien.
— No, Roier. No lo estás. Caminas como un pato por toda la escuela.
El castaño solo río ante sus palabras.
Sí, su situación era, en pocas palabras: Horrible. Pero Roier quería verle el lado positivo para no caer en la locura. Eso es lo que siempre hacía.
Quería ser positivo y además demostrar que podía sobreponerse ante cualquier brevedad.
Pero Quackity tenía toda la razón. La verdad era que Roier no le gustaba verse en una posición frágil, por eso intentaba de todo para demostrar lo contrario. Hasta con un tobillo esguinzado.
Y Quackity también pensaba que ese problema era una bomba de tiempo que en cualquier momento le explotaría en la cara.
~ • ~
— Eu, Spreen.
El pelinegro se volteó ante el llamado de Goncho, uno de sus amigos y compañeros.
— ¿Venís a casa hoy? Vamos a jugar unos FIFA con los pibes. El que pierde se paga la pizza.
En cualquier otro caso, Spreen hubiera dicho que sí sin problema. Pero…
Luego de su escena dudosamente violenta en el entrenamiento y que se ganara un castigo de una semana por parte del entrenador, el equipo se dividió en dos grupos.
Un lado dónde estaban los chicos que más lo conocían (Carre, Goncho, Farfa, etc) que lo apoyaban ante todo. Que ni siquiera dudaban de él o lo juzgaban.
Pero del otro lado, estaba el grupo compuesto principalmente por Wilbur y los que creían que Wilbur tenía toda la razón en ese asunto. Compañeros que antes lo miraban con adoración, ahora hablaban mal de él a sus espaldas.
— No sé, no creo que pueda.
— Dale, amigo. Es una juntada no más.
Animó Carre tomándolo del hombro.
Spreen separó los labios para responder, pero de reojo logró divisar a Conter, quien le dió una mala mirada, seguido de un cabizbajo Shadoune y un orgulloso Wilbur que a pesar de tener el puente de la nariz totalmente hinchado y morado, le sonreía arrogantemente.
Entonces suspiró y desvió la mirada.
— No, perdón chicos. Tengo cosas que hacer. —Volvió a disculparse provocando una ronda de bufidos y quejas por parte de sus amigos. Pero eso no lo detuvo cuando se alejó saludando con su mano.— Diviértanse.
El grupo de chicos hicieron muecas en conjunto, mirándose entre sí antes de girarse hacia la salida.
El único que mantuvo su mirada en Spreen fue su mejor amigo, el cual hizo una seña con su mano y moduló silenciosamente la frase "hablamos después".
Bien, le debía una charla a Carre. No, básicamente le debía una explicación a todos. Sabía que como Capitán, su responsabilidad era hacer una reunión y explicarse antes de que las cosas se pusieran peor. ¿Pero qué diría?
"Perdón chicos, hace tiempo que quiero romperle la nariz a Wilbur por pelotudo y que haya lastimado a Roier fue una excusa para hacerlo."
Roier…
No había podido ver al chico luego del día anterior en la enfermería así que no sabía cómo se encontraba. Tampoco es que tuviera su número para preguntárselo él mismo.
¿Debería pedirle su número?
Ay no puede ser. ¿Por qué siquiera estaba pensando en eso?
Ya había sido una completa locura haber aceptado las prácticas de baile con él. Pero bueno, era fácil arrepentirse teniendo en cuenta que Roier no podía mover el pie. Pero haberlo dicho era algo… raro.
Spreen suponía que era por pena. Es que, ¿Qué más podía ser?
Spreen había sentido pena por la situación de Roier y aceptó algo que era lógicamente imposible. Eso era todo. Nada más.
Y como si lo hubiera invocado, cuando Spreen atravesó el estacionamiento del instituto para llegar a su auto, mejor dicho, el auto de su padre. Cierto castaño estaba llegando a la salida casi a paso de tortuga por la bota que adornaba su pie derecho.
Roier no notó la mirada sobre él, estaba más ocupado haciendo su mayor esfuerzo por llegar a la parada del bus porque, ups, fue de los últimos en salir de su clase y ups, rechazó la ayuda de sus amigos diciendo que él podía solo. Pero no sé preocupen, él realmente lo estaba logrando. Solo faltaba caminar una cuadra y-
— No, no, no. ¡Verga, no! —Comenzó a quejarse cuando observó cómo el bus se detenía y permitía subir a los últimos estudiantes, exceptuando a Roier que intentó correr pero su tobillo le pasó factura.— ¡Puta madre!
El pobre chico se rindió, apoyándose en una de las rejas del instituto para poder elevar su pie un momento y calmar el dolor.
Wilbur hijo de su puta madre.
Cada vez que su tobillo tenía una punzada de dolor, Roier insultaba a Wilbur. A veces también se maldecía a si mismo por ser tan idiota pero el odio que sentía por el Inglés era más fuerte.
Al menos se alegraba de poder decir que era un esguince grado uno, así que solo tendría que sufrir una o dos semanas a lo mucho. Roier podía aguantarlo.
Él era fuerte y podía contra eso.
Solo era un estúpido esguince.
De repente alguien silbó y Roier levantó la mirada hacia el dueño de aquel sonido.
— Linda bota.
Elogió Spreen desde la ventana del copiloto de su auto.
Era la primera vez que veía al jugador en todo el día y no era el mejor momento para hacerlo. Roier se había mantenido positivo en toda la cursada, ahora mismo no necesitaba el sarcasmo del argentino. Pero de todas formas forzó una sonrisa hacia él.
— Es la nueva moda. —Respondió de la misma manera. Bajando su pie y retomando su camino.— Si me disculpas…
— ¿Necesitás ayuda?
Roier no pudo girar más rápido su cuello.
Ahora no solo le había dado pena a sus amigos, sino también a Spreen. Aunque si era sincero, anteriormente había usado la pena de Spreen a su favor. Era normal que el chico siguiera viéndolo como un cachorrito desamparado.
Así que soltó una risa que era de todo menos alegre, enfocó su vista al frente y respondió:
— No, gracias. Tomaré un bus a casa.
— ¿El que se acaba de ir?
— Esperaré el siguiente.
— ¿El que llega en media hora?
Respiró profundamente por la nariz y cerró los ojos. Otra vez quería agotarle la paciencia pero Roier no estaba dispuesto a perder. Solo debía responder calmado.
— ¿Siquiera tienes licencia de conducir?
Muy bien, esa pregunta no era muy calmada que digamos.
Spreen levantó una de sus cejas y acercó su mano a la guantera para abrirla, extrayendo de allí una tarjeta que luego extendió hacia Roier.
El chico de bota, curioso, se acercó al auto para tomar dicha tarjeta y examinarla. Eso realmente no se lo esperaba.
Muy bien, veamos: nombre, apellido, foto sorprendentemente buena, edad.
Edad…
— ¡Es falsa! —Exclamó indignado, lanzándole la licencia al pecho.— ¡Dice que tienes veintiuno! ¿A quién quieres verle la cara de pendejo?
— Ey, ey. —Spreen tomó la tarjeta y volvió a guardarla en la guantera.— Vos preguntaste si Tenía licencia, no si era real.
— ¿Cómo es que aún no te detuvieron?
— Porque soy muy bueno.
Roier rodó los ojos y una vez más retomó su camino hacia la parada del bus, a pasos más rápidos.
Lamentablemente el auto lo siguió de forma lenta. No era muy difícil alcanzarlo en ese estado.
— Dale, te llevo.
— Estás loco si piensas que voy a subirme a un auto manejado por alguien que ni siquiera tiene una licencia real.
— ¿Y qué pensás hacer? ¿Caminar hasta casa?
Preguntó con un ligero tono burlón. A lo que Roier momentáneamente dudó pero finalmente su orgullo triunfó.
— Sí.
Contestó sonriente, siguiendo su camino y dejando a un boquiabierto jugador detrás.
Roier hizo cuatro o cinco pasos, dándose cuenta que el auto no volvió a avanzar junto a él así que supuso que el argentino se había dado por vencido. ¡Al fin!
¿Quién se creía que era? No había aceptado la ayuda de sus amigos, mucho menos aceptaría la ayuda de él.
Roier podía hacer esto solo.
Roier no necesitaba a nadie que-
— ¡¿Qué vergas estás haciendo?!
Había ignorado por completo el sonido de la puerta del vehículo cerrándose detrás suyo, y también los pasos que se fueron acercando a él. Sí hubiese puesto más atención, quizás hubiera sido capaz de evitar que dos fuertes brazos lo rodearan levantándolo del suelo.
— Shh, dejá de gritar. Me vas a dejar sordo.
Siseó el pelinegro, que sin dificultad alguna lo llevaba sobre su hombro hasta el auto.
— ¡Bájame! ¡Estás loco!
Gritó una y otra vez mientras golpeaba la espalda del mayor. Pero este ni se inmutaba. Hasta juraba haber escuchado su risa.
— Estoy haciendo mi buena acción del día. ¿No te parece?
En algún momento, toda la escandalosa escena llamó la atención de las pocas personas que estaban transitando esa calle, como una señora de unos sesenta años que palideció al pasar junto a ambos chicos.
Roier la vio de reojo y trató de aprovechar eso.
— ¡Ayuda! ¡Esto es un secuestro! —Le gritó a la pobre mujer que casi tropieza del susto.— ¡Me está secuestrando!
Pero en ese momento, Spreen logró abrir la puerta del copiloto dejándolo caer sobre el asiento y forcejeando para colocarle el cinturón de seguridad como si fuera un pequeño niño caprichoso.
— Eso es mentira. No lo escuche. —Interrumpió el jugador, cerrando la puerta y trabandola para callar los gritos del castaño. Entonces se dirigió a la mujer con una amable sonrisa.— Es mi primito, tiene problemas mentales.
— ¡¿Cómo que "problemas mentales", pendejo?!
La mujer finalmente huyó de la escena sin saber que pensar. Y Spreen rodeó el auto para entrar del lado del conductor, siendo cálidamente recibido por Roier:
— ¡Estás secuestrandome!
— Eh, no. No te estoy secuestrando, te estoy ayudando.
— ¡No necesito tu ayuda!
— Sí, lo que digas.
Roier intentó abrir la puerta una última vez pero cuando el auto se puso en marcha se dió completamente por vencido, apoyando la espalda en el asiento y resoplando fuertemente.
Spreen a veces lo veía de reojo aguantando una que otra risa mientras se dirigía a la avenida para tener una salida más fácil hacia donde sea que estuviera el hogar del menor.
— ¿Dónde vivís?
— ¿Realmente crees que voy a decírtelo luego de subirme a tu auto en contra de mi voluntad?
Roier imagino que su respuesta provocaría que Spreen rodara los ojos o frunciera el ceño pero lo único que hizo fue reír. Oh, claro. Para él todo era un chiste.
Cada día reforzaba más la idea de que el jugador no podía tomarse nada en serio y siempre hacía lo que quería.
— Bueno, a menos que quieras venir a mi casa…
Y eso fue todo para que Roier desviara su mirada de la ventana hacia el frente del camino y, a regañadientes, dijera:
— Derecha.
Comenzando a guiar al contrario hasta su casa.
~ • ~
El trayecto fue bastante corto, algo que Roier agradecía totalmente.
Pero sí lo suficientemente largo como para que su enojo se disipara y pudiera ver las cosas más tranquilo.
Sí, había sido prácticamente abducido por Spreen, y sí, éste no perdió el tiempo para burlarse de ello. Pero por otro lado…
Roier no había tenido en cuenta el dolor que sentía en el tobillo por haberse forzado a caminar todo el día hasta que se relajó en el asiento. Entonces finalmente tuvo noción de las incesables punzadas en el pie y lo hinchada que estaba la zona.
Se había sobreesforzado un poco con tal de demostrar que era fuerte. E inevitablemente se preguntó:
¿Qué hubiera pasado si realmente terminaba caminando a su casa?
Si Spreen lo mandaba a la verga y dejaba que el orgullo lo arrastrara calle por calle.
No quería saberlo. Lo más cercano que pudo haberle pasado es que su esguince empeorara.
Quizás necesitaba relajarse un poco.
Y quizás también necesitaba las muletas después de todo…
— ¿Es esta?
Preguntó Spreen cuando Roier le describió cada detalle de su casa para reconocerla.
— Sí, aquí es.
Respondió el menor, observando la casa hogareña de un color crema bastante desgastado. Y sintió vergüenza.
El motor se apagó y Roier comenzó a tamborilear los dedos sobre su regazo.
Estaba nervioso, y avergonzado. Muy avergonzado.
Sentía vergüenza de su casa. Conociendo a Spreen seguro vivía en una especie de mansión que sus padres habían logrado pagar con sus importantes trabajos de empresarios.
Tampoco iba a culpar a sus padres. Su papá era feliz con su panadería, y su madre entre quejas también lo era siendo ama de casa. Pero eso no les había alcanzado para un auto como el que tenía el jugador. Aunque posiblemente era de sus padres porque si tenía una licencia de conducir falsa, entonces tampoco tenía un auto a su nombre.
También sentía vergüenza por su comportamiento. Al principio estaba muy enojado luego de que Spreen lo obligara a entrar al auto. Pero ahora… después de disfrutar del viaje para descansar su pobre y adolorido pie…
— Supongo que… ¿Gracias?
Roier pudo ver un destello de sorpresa en el rostro ajeno, pero fue tan rápido que no logró descifrar si fue real o se lo imaginó.
— De nada.
Respondió el contrario. Entonces Roier dió por finalizada esa situación, asintiendo empujando levemente la puerta del auto para poder salir. Pero antes de que lo hiciera, un agarre en su muñeca lo detuvo.
Cuando se volteó, allí estaba Spreen con el ceño fruncido.
— ¿Tus papás no pueden buscarte al terminar las clases?
Roier lo observó como si la respuesta fuera obvia pero de todas formas lo dijo.
— Spreen, no tenemos auto.
— Ah…
Soltó el pelinegro, quizás algo arrepentido de su pregunta.
Roier nuevamente creyó que la conversación había terminado para salir del auto, pero no.
— ¿Y tus amigos no te pueden dejar en tu casa?
Suspiró.
¿Qué era este extraño cuestionario?
— Mis amigos se van con sus padres. No puedo pedirles que me lleven, me sentiría cómo… cómo una carga. —Esas palabras en su mente no sonaban tan mal, pero decirlas en voz alta, sinceramente removieron algo en Roier. Y sin decir más, abrió la puerta y salió.— Nos vemos.
A duras penas se puso de pie, tambaleándose. Y camino hacia la puerta de su casa ignorando al chico que lo trajo y al fuerte dolor en su tobillo. Necesitaba un maldito analgésico.
— Roier. —Volvió a llamar el jugador, tomándolo por sorpresa. El nombrado se volteó de lado con una mueca dudosa y las llaves en su mano.— ¿A qué hora salís para ir a clases?
Roier, cansado, frustrado, avergonzado y humillado por su estado, suspiró y sin pararse a analizar esa pregunta dijo:
— Siete, siete y media. No lo sé. —Respondió sin ganas.— ¿Eso es todo?
Spreen no esbozó una sonrisa burlona como siempre hacía luego de sacarlo de quicio. Tampoco hizo una mueca impaciente ni se rió.
El mayor no dijo nada más, solo asintió y puso el auto en marcha. Y Roier finalmente soltó la gran bocanada de aire que llevaba contenida cuando observó al vehículo desaparecer en la siguiente calle.
El día había terminado, llevándose también su máscara de fortaleza.
Roier abrió la puerta y entró a su casa listo para dejarse caer en su cama y quejarse de su tobillo todo lo que quisiera. Mañana ya sería otro día, y para su mala suerte, tendría que llevar las muletas para no pasar por otro incómodo momento como ese.
Pero eso era cosa de una vez.
De ninguna manera se repetiría.
Y realmente necesitaba un analgésico…
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