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It's Time to Show How

— Oh, miren. Pero si es el niño Beanie. 

El susodicho rodó los ojos y sin dejar de caminar alzó su mano levantando el dedo medio hacia el par de idiotas que acababa de cruzar en el pasillo.

— Vete a la mierda. 

Agregó a su dulce gesto antes de llegar a su casillero. No estaba de humor. 

Y esto se debía al hecho de haber pasado en frente del tablero de anuncios y tener la maravillosa idea de echar un vistazo porque sí. Entonces todas las buenas vibras del día se esfumaron dejando un ceño fruncido y un estómago revuelto al leer los nombres de Spreen y Roier en la obra de fin de año. 

Aunque, bueno, eso no significaba mucho. Solo confirmaba que Roier tenía razón cuando dijo que el capitán de fútbol estaba en el taller de teatro pero… ¿También en la obra escolar? 

Quackity no tenía un buen presentimiento. 

Las cosas solo empeoraron cuando tomó sus libros y azotó la puerta de su casillero con un golpe seco, encontrando a un estudiante del otro lado. 

— ¡CHINGAS A TU-! —Exclamó con sorpresa, no esperando encontrarse con ese par de ojos verdes en frente suyo.— ¡Casi me matas del susto! ¿Qué vergas quieres? 

El más bajo resopló y miró momentáneamente a su alrededor.

— ¿Podés ser menos escandaloso? Dios.

— Lo haría si te acercaras como una persona normal en vez de Jason Voorhees. —Se quejó apretando los libros contra su pecho mientras le lanzaba una mala mirada al jugador. Y repitió:— ¿Qué vergas quieres? 

Carrera apretó sus labios mirando al suelo. Como si estuviera debatiéndose mentalmente si decir lo siguiente o directamente largarse de allí. 

— Tenemos que hablar.

Quackity entrecerró sus ojos teniendo una pequeña idea de lo que fuera que quisiera hablar. De todas formas preguntó: 

— ¿Sobre qué? 

El ojiverde se mordió la lengua y cruzó los brazos.

— Sobre Spreen y Roger.

— Roier. —Corrigió el pelinegro rodando los ojos. Luego apoyó su espalda sobre el acero de los casilleros y soltó una risita burlona.— Y aquí está el perro con la cola entre las patas. Ya te habías tardado, ¿eh? 

Escuchó lo que parecía ser un bufido de molestia y de reojo vió al jugador moverse. 

— En el receso. Abajo de las gradas. 

Dió la orden y con eso lo abandonó. Quackity simplemente masculló un “idiota” en voz baja y se puso en marcha hacia su primera clase del día. 

Más tarde en el receso, por más que tuviera muchas ganas de abandonar al estúpido ese por haberle dado una orden como si fuera un puto perro o, en última instancia, partirle la cara, Quackity se encaminó a las dichosas gradas detrás del instituto. 

— Muy bien. Habla. 

— ¡Spreen me mintió! 

Confesó Carre caminando de un lado a otro tal y como un tigre enjaulado. 

“Gatito” diría más bien Quackity. 

— Has descubierto América. Increíble. 

— No estoy para que me rompas las bolas. 

Le advirtió el más bajo señalandolo. El de beanie levantó ambas manos en señal de rendición pero con tintes de diversión.

— ¿Entonces para qué me llamaste? Porque es obvio que eso haré. 

Carre se llevó ambas manos a la cara, ahogando un grito frustrado. Luego de eso, se acercó al Mexicano y lo tomó por los hombros.

— Vos y yo. Tenemos que hacer algo al respecto antes de que todo esto se nos vaya a la mierda. 

— Primero, quítame Tus sucias manos de encima. —Respondió deshaciéndose del agarre ajeno y empujándolo hacia atrás para después sacudirse el polvo inexistente de sus prendas.— Segundo, ¿Qué te hace creer que quiero trabajar contigo? Según yo, la última vez que intenté ayudarte a abrir los ojos sobre el mentiroso de tu “mejor amigo” me mandaste a la verga, y te dije que si venías arrastrandote una segunda vez yo no te iba a ayudar. 

Carre dejó salir una corta risa irónica mientras se cruzaba de brazos.

— ¿No me vas a ayudar? Pensé que estábamos en la misma página ya que tu amigo también es un mentiroso. 

Quackity se llevó las manos a las caderas listo para contraatacar. 

— Te puedo jurar que Roier es mucho más honesto que el pendejo de tu amigo.

— Ah, sí. Entonces me imagino que ya sabés con quién audicionó Tu amiguito para esa estúpida obra. 

Y eso dejó sin palabras al contrario. No recordaba que Roier le hubiera dicho que audicionaría en un dueto… 

— Sabes algo… Escúpelo. 

El ojiverde sonrió con sorna.

— Se presentaron juntos para la obra. Yo los vi salir del auditorio. 

— Eso no-... 

Quackity se tragó sus propias palabras. 

¿Acaso era verdad? Y si lo era, ¿por qué Roier ignoraría sus palabras y le ocultaría algo así? Se suponía que era su mejor amigo, que tenían la confianza suficiente para contarse todo… 

Él solo quería protegerlo. 

— ¿Qué? ¿No te contó? —El tono burlón hizo que Quackity apretara la mandíbula hasta presionar sus dientes juntos.— Y eso no es todo. Spreen también se ofreció a llevarlo, ¡Hasta su casa! 

Y Carre volvió a caminar de un lado a otro reteniendo las ganas de arrancarse cabello por cabello de la frustración. 

Quackity mantenía mejor la compostura, aunque por dentro solo quería tomar a Roier por los hombros y sacudirlo violentamente mientras le gritaba que entrara en razón. Porque esto no era bueno, no era nada bueno. Un jugador de ese estúpido equipo no se interesaría en alguien como ellos. Y mucho menos su capitán. Entonces eso lo dejaba con una única pregunta: 

¿Qué es lo que Spreen quería de Roier? 

Porque estaba claro que solo quería aprovecharse de su excesiva y peligrosa amabilidad. ¡Mierda!

Quería ahorcar a Roier por no tener instinto de supervivencia. 

— Nunca imaginé que Spreen se anotaría a una obra de mierda. ¿En qué carajos está pensando? Bue, para qué pregunto ¿no? si está más que claro que es culpa de Tu amigo. 

El pelinegro rodó los ojos y se preparó para la ridícula acusación.

— Ahí vamos otra vez…

— ¡Ese pelotudo le está metiendo ideas en la cabeza! Cuando lo agarre- 

— ¡Ey, ey, ey! Límpiate la boca antes de hablar de Roier. Él es un pan de dios, no como ese pendejo que vaya a saber qué cosas está haciendo para manipular a mi amigo. 

Obviamente no se iba a quedar callado cuando estaban diciendo mamadas sobre su mejor amigo. 

Carrera tampoco, porque Spreen podía ser un mentiroso pero nunca una mala persona. 

— ¿Manipular? ¿Estás escuchando las estupideces que decís? Además, ¿por qué Spreen manipularía a un boludo como ese? 

— Una más, ehh. Una más y de un putazo te voy a mandar de regreso a la fábrica de chocolates, pinche enano. 

— ¡Como si vos fueras tan alto, pedazo de gil! ¡Dale, vení si te la bancas! 

— ¡Ahora sí sacaste boleto! 

Quackity se lanzó sobre Carrera y comenzaron una pelea que terminó una hora después con ambos sentados en una camilla de enfermería. 

Quackity apenas tenía un rasguño en el pómulo izquierdo, el cual había sido cubierto por una pequeña bandita adhesiva. 

Por otra parte, Carre sostenía una bolsa de hielos sobre su ojo derecho mientras maldecía en voz baja. 

¿Quién hubiera pensado que ese pequeño idiota era tan fuerte? 

— Esto es una mierda. —El jugador se animó a romper el silencio dejando caer la bolsa de hielos sobre la cama de sábanas blancas.— Mientras nosotros estamos acá, esos dos deben andar paseandose por el instituto como si nada. 

— ¿Quién fue el que empezó? A ver, dime. 

El argentino resopló bajándose de la camilla con intención de abandonar el cuarto.

— No tengo tiempo para esto. Si vos no vas a hacer nada, entonces me voy a encargar yo mismo. 

Pero antes de que pudiera irse, una mano se posó en su hombro.

— Tranquilo, fiera. —Quackity también aprovechó para bajarse de la camilla y posicionarse en frente suyo.— ¿Quieres hacer algo al respecto? Bien, pero tienes que escucharme. No puedes ir así no más y pretender que mágicamente dejen de hablarse. 

Era la primera vez en el día que Carre escuchaba al chico decir algo coherente, así que puso toda su atención en él. 

— ¿Y qué tenés pensado? 

— Primero… No sabemos con lo que estamos tratando aquí. Por eso, lo más inteligente es acercarnos, observar y descubrir a dónde lleva esto. —El ojiverde dudó un poco pero finalmente asintió dándole la razón mientras Quackity se ingeniaba alguna idea en su mente.— ¿No tienen un partido esta semana? 

El jugador entrecerró sus ojos y ladeó la cabeza.

— ¿Y eso qué tiene que ver? 

— Mucho. 

~ • ~ 

Robleis era una persona bastante aplicada y responsable, para sorpresa de muchos. Esto se debía a su (no problemática) actitud perfeccionista. Así que siempre era uno de los primeros en llegar a las clases y era espectador de cómo todos se acomodaban en los lugares vacíos mientras él tomaba su asiento habitual. Minutos después llegaban quienes consideraba sus amigos y se sentaban a su alrededor, si había lugar. Nadie más que él tenía un lugar fijo. 

Bueno, él y alguien más.

— Hola amigo, tanto tiempo. ¿Cómo estás? 

Robleis se sobresaltó levantando la mirada de su libreto para encontrar a un pelinegro a su lado.

—... ¿Hola? —Respondió dudoso, luego entrecerró sus ojos con sospecha.— ¿Spreen, qué hacés acá? Siempre te sentás al lado de Roier en las clases. 

— Mentira, no siempre hago eso. —Se hizo el desentendido mientras se acomodaba echándose hacia atrás con ambas manos sosteniendo la parte posterior de su cabeza.— Además, hoy me pintó sentarme al lado tuyo ¿te molesta? 

El contrario ladeó su cabeza con diversión. Algo se traía entre manos el jugador.

— Ah, mirá. Igual raro que de repente te acuerdes de la existencia de tu “amigo”. Pensé que estabas muy ocupado con la obra, las prácticas de fútbol… o con Roier. 

Robleis soltó una sonora carcajada cuando el idiota de su amigo se atragantó con su propia saliva comenzando a toser desesperadamente. Dios, era tan obvio.

— ¿Amigo, qué decís? 

— ¿No? Entonces quizás me confundí… —Fingió inocencia mientras cerraba las páginas de su libreto.— De todas formas, en serio, ¿Qué hacés acá? 

— Ya te dije. Hoy me quiero sentar con vos. ¿Es tan difícil? 

Pero Rob volvió a entrecerrar sus ojos dándole una mirada de desconfianza. No tuvo que esperar mucho tiempo más para resolver sus dudas ya que cierto castaño ingresó por la puerta del salón buscando algo con su mirada, o más bien a alguien. Cuando lo encontró, frunció el ceño con notable molestia. 

— Y ahí viene Roier.

Murmuró el mayor causando que Spreen desviara la vista al suelo y se callara abruptamente. Sus manos comenzaron a jugar nerviosas hasta que se decidió y le robó uno de sus libros a Rob para empezar a leerlo con falso interés. 

— Eu, ¿Qué- 

— Con que aquí estás, eh… 

Roier le habló directamente a Spreen, quién fingió que no lo había escuchado, con toda su atención puesta en lo que estaba “leyendo”. 

Roier resopló y miró a su acompañante. 

— Hola Rob, ¿Cómo estás? 

— Ro. —Devolvió el saludo con un simple movimiento de mano, entonces su atención se movió de Roier a Spreen varias veces, y una media sonrisa apareció en su rostro.— ¿Pasa algo?

— Oh, no. Nada… ¿Tú qué dices Spreen? ¿Pasa algo? 

El tono de voz sonó algo irónico. Y finalmente el jugador pareció reaccionar sin soltar el libro. 

— Ah, Roier. Estabas ahí. Disculpá, ni me di cuenta.

— Sí, ya veo. Supongo que estabas muy concentrado con tu… —Roier extendió una mano para tomar el libro que Spreen sostenía y lo giró para que las palabras dejaran de estar al revés.— Lectura. 

Mientras el rostro de Spreen se teñía violentamente de rojo hasta las orejas, Robleis apretaba sus labios en una fina línea para evitar reírse de toda la situación. Cuando logró tranquilizarse, se aclaró la voz haciendo que Roier despegara la mirada asesina que tenía sobre su mejor amigo.

— Veo que tienen algo de qué hablar, así que, Roier, si querés podés tomar mi lugar. 

— ¡No-

— ¡De hecho es muy considerado de tu parte, Rob! 

Como anteriormente dicho, Robleis es una persona aplicada y nunca solía cambiar de asiento así como así. Pero quizás esta era una ocasión especial. Y mientras Spreen cuestionaba sus amistades, Robleis ya se había levantado y tomado sus cosas para ir a sentarse al lugar desocupado más cercano. 

Antes de que se fuera, miró por última vez al jugador modulando con sus labios la palabra “suerte”. Que fue respondido con un “traidor”. 

— Ah, y dame eso. Analfabeta. 

Le robó el libro de las manos y se lo llevó, abandonandolo con la persona que había estado evitando todo el fin de semana. 

Roier dejó sus cosas a un lado y tomó asiento.

— Muy bien. ¿Ahora quieres decirme por qué estuviste ignorándome este fin de semana? 

— Estaba ocupado.  

Respondió rápidamente, logrando que de alguna manera el ceño fruncido de Roier empeorara. 

 — ¿Tan ocupado que no pudiste responder mis mensajes? 

Ok, sí. Quizás tuvo que responder algún que otro mensaje… Mierda, ¿Por qué esto se sentía como un reclamo de pareja? 

Spreen sacudió la cabeza eliminando ese último pensamiento. 

— Ehh, sí. Estuve entrenando a full porque, no se si sabías, pero esta semana tengo un partido muy importante y- 

— ¿Y eso de alguna manera explica por qué huyes de mí cada vez que tienes la oportunidad? 

El argentino hizo una mueca y se preparó para responder algo lógico y convincente. 

— Bueno, es que-

— Ah, no, no. No me pienso tragar tus mentiras, DMC. —Lo interrumpió el castaño con una corta risa amarga.— Tú fuiste el que dijo que participaría de la obra y ahora ni siquiera me dices cuando tienes tiempo libre para las prácticas. Mira, si realmente no te estás tomando en serio esto- 

— Dios, nunca dije que no me lo estaba tomando en serio. —Lo detuvo antes de que siguiera dramatizando.— Es solo que te estás olvidando que esta es la primera vez que hago algo así. Me estás pidiendo un montón. 

— ¿Te estoy pidiendo un “montón”? ¡Literalmente solo te pregunté cuando querías empezar con las prácticas!

— ¿Ves? Lo estás haciendo ahora mismo ¡Me estás presionando! 

Roier jadeó indignado y lo señaló. 

— ¡Tú, pedazo de- 

— ¡Chicos! Disculpen la tardanza. —El profesor hizo su aparición en el salón con su extravagante actitud. Detrás de él llegó Jaiden con unas cuantas partituras en mano, las cuales comenzó a repartir una por una a cada estudiante.— Hoy desempolvaremos un poco esas cuerdas vocales, mis niños. Lo que les está dando Jaiden son un par de canciones infantiles que practicaremos después. Primero, los quiero a todos de pie. 

Roier recibió la partitura y murmuró un agradecimiento para la ayudante del profesor. Luego volvió a su aspecto resentido con el chico a su lado. Pero antes de que pudiera decir algo, el profesor De Luque volvió a hablar:

— Muy bien, ¿todos listos? —Jaiden se acomodó en frente del piano y tocó un acorde bajo.— Vamos a vocalizar. Canten las notas hasta donde puedan, no es necesario forzarse, ¿sí? Comencemos.

Y Jaiden empezó una pequeña escala de Do a Sol.

Spreen nunca participó de un coro o algo similar, pero conocía lo que eran las escalas musicales. Además, su corta travesía por el taller de música le dejó algunas herramientas que podría usar en el futuro (excepto una guitarra, claro. No volvería a tocar una ni aunque le pagaran por ello). Así que no dudó en cantar las notas intentando sonar lo más afinado posible. 

También era una buena manera de evitar hablar con Roier. O por lo menos postergarlo para después. 

Pero Roier tenía otros planes. 

Do-mingo. El Domingo te mandé uno, un solo mensaje preguntando cuando estabas libre. 

Susurró lo demás tomando a Spreen por sorpresa y dándole ganas de golpearse la cabeza contra un muro. 

— Para ser honestos, fueron tres mensajes…

— Es lo mismo.

— Las matemáticas no son lo tuyo, Roier.

El mexicano rodó los ojos y cantó una nueva escala más alta. 

Tres o uno, qué importaba. La cosa está en que Spreen lo ignoró completamente. 

— Además, hablamos el Viernes. Tampoco es que pasaron tantos días. 

Tenía razón, estuvieron hablando el Viernes pero en ningún momento tocaron el tema de las prácticas. Hablaron de cuando Roier le llevaría una pizza a Spreen, de que Roier intenté no romperse nada, lo que harían ese fin de semana (aparte) y hasta Missa le robó el teléfono a su hermano para mandarle un audio sobre lo mucho que esperaba que Roier fuera a visitarlo para probar su nuevo juego juntos. Era muy adorable. 

Pero también hacía que Roier se preguntara: “¿Missa no tenía amigos de su edad?” 

Eso era un problema que charlaría luego con su hermano mayor, ahora, principalmente tenían que asignar los días para los ensayos antes de la obra. Algo que Spreen estaba evitando.

— También te mandé un mensaje el Sábado y vos no contestaste. 

Roier arrugó el entrecejo con confusión. No recordaba que eso hubiera pasado. Solo que cuando contestó, Spreen lo dejó en Visto

— No me digas que te enojaste porque contesté veinte minutos tarde. 

— Media hora. 

Corrigió el más alto antes de cantar otra escala mientras que Roier rodó los ojos.

Sí, está bien. Se había tardado en contestar pero eso fue porque… ehhh

¿Recuerdan cuando Roier se enfadó con Spreen por robarle el papel y mientras estaba en la parada de buses recibió un mensaje a su casi-algo? Bueno, en ese mismo momento Roier aceptó una cita para el sábado. Algo que no había pensado muy bien porque tenía muchas otras cosas en las que ocuparse. 

Así que, el Viernes hablando con Spreen le contó que tenía una… “Salida” a tal hora. Ignorando el hecho de que evitó llamarle “cita con su casi-algo”. Digamos que evitó dar cualquier información de más. Lo cual no es importante, para nada. 

Y justo cuando estaba a mitad de película en medio del cine, Cellbit tomó su mano y se inclinó para susurrarle algo al oído. Cosa que no pasó porque su celular decidió interrumpir con su, super maduro, tono de Mario Bros para las notificaciones personalizadas de Chats primordiales

Lo cual también vamos a ignorar. 

Y en su desesperación tiró algunas palomitas al suelo y se apresuró a apagar su teléfono.  

— Ni te creas que vas a usar esa tonta excusa contra mi. —Roier rápidamente cambió de tema y se giró hacia el más alto.— ¿Quieres ensayar conmigo o no? Porque sino puedo decirle a alguien más para que-

— ¡Sí! Sí quiero, es solo que-... bueno-...

— ¿Interrumpo? —La figura del profesor apareció en frente de ambos y, verga, ¿cuando se había terminado la vocalización?— Chicos, sé que soy muy flexible con las clases y me gusta que socialicen… Pero voy a tener que pedirles que salgan del salón y arreglen lo que tengan que arreglar en el pasillo. 

El rostro de Roier se desmoronó olvidándose de su enojo principal. 

— Pero, profesor- 

— Lo siento, Roier. Pero están distrayendo a sus compañeros y eso es una falta de respeto. Pueden volver cuando terminen con su disputa. 

Regañado, Roier se rindió y bajó su mirada con pena. El profesor se hizo a un lado y ambos estudiantes caminaron hasta la salida. 

Spreen encogió sus hombros y metió las manos en sus bolsillos, apoyándose en el muro detrás suyo. Con esa actitud de “me chupa un huevo todo”, totalmente indiferente a lo que pasó allí dentro. 

— Bueno… Acá estamos. 

— No puedo creerlo… —Roier también se apoyó contra el muro pero se dejó deslizar hasta que se sentó en el suelo, mirando a un punto fijo en frente suyo.— Es la primera vez que me sacan del salón…

— Oh… —Bien. Ahora la situación quizás le importaba un poquito más a Spreen.— ¿En serio?

— Si, yo nunca causé problemas en las clases. Esto-... Mierda, ¿viste como me vió el profesor? —Apoyó sus antebrazos en las rodillas y dejó caer su rostro entre ellas murmurando:— Soy una decepción para el taller.

— Wow, wow. Creo que estás exagerando un poquito. 

Habló Spreen con un tono divertido para aligerar un poco el ambiente. Un error, por supuesto.

Roier volvió a murmurar.

— Sí, claro. Porque a ti te importa tan poco el taller. —Y con un puchero que se podía escuchar hasta en su voz dijo:— Ni siquiera quieres ensayar conmigo. 

— ¿Qué? ¡Yo nunca dije eso! 

El castaño levantó su cabeza solo para mirar mal al más alto.

— ¡No dijiste nada! Así que Es como un rechazo. —Respondió de forma infantil volviendo a fruncir el ceño.— Si hubieses contestado mi mensaje y hubiéramos llegado a un acuerdo con los ensayos, entonces ahora no estaríamos aquí afuera después de que el profesor nos regañara. Porque, mierda, no lo sé. Es como si te gustara hacerme enojar por pendejadas. 

Mientras Roier exponía la razón de su actitud ofendida, moviendo las manos sin parar y evitando hacer contacto visual, Spreen no pudo evitar comparar a Roier con un hamster enojado. Posiblemente era la perspectiva de verlo desde arriba, lo hacía parecer muy pequeño. Y enojado. 

Y Spreen trató de ahogar su risa pero fue casi imposible. 

— Sí, muy bien, ríete de mi desgracia. 

Roier soltó un suspiro y dejó caer su cabeza hacia atrás golpeando ligeramente el muro. Su mirada estaba firme en el pasillo así que no pudo ver cuando Spreen se acercó y se inclinó para sentarse a su lado. Se dió cuenta cuando sus hombros se rozaron, pero no dijo nada. 

Spreen fue el que habló.

— No fue mi intención que te echaran de la clase. 

Roier regresó su par de avellanas a él solo para encontrarse con un semblante arrepentido acompañado de una suave mirada. 

Y quizás Roier no estaba tan enojado después de todo…

— Está bien, en algún momento tenía que pasar ¿no? —Aunque el tratado de paz duró poco cuando sus cejas se volvieron a juntar.— ¡Pero los ensayos- 

Las palabras se quedaron en su boca cuando una presión se hizo presente en su frente. Más bien, entre medio de sus cejas. 

— Y no, no me gusta hacerte enojar por “pendejadas”. —Agregó Spreen a su especie de disculpa mientras deshacía su ceño fruncido con el dedo índice.— Pero es muy divertido cuando pasa. Fruncís el ceño y hacés pucheros. Es lindo. 

Terminó por decir con una pequeña risa, finalmente alejando su mano del rostro de Roier. Quién no sabía qué responder al respecto, lo único que rondaba por su mente era la repetición de esa palabra: “Lindo” 

Oh… OH

¡SI LE DIERAN UNA MONEDA POR CADA VEZ QUE SPREEN LO LLAMÓ “LINDO” TENDRÍA- 

— Y también es muy gracioso porque, ¿sabés? tus cejas son como dos enormes orugas. 

Y ahí se va ese bonito sentimiento en el pecho…

Roier se cubrió las cejas con una mano mientras su rostro enrojecía rápidamente. 

— ¡Mis cejas no son orugas, cabrón!

— Sí, lo son. Y en cualquier momento van a hacer un capullo y se irán volando de tu rostro. 

— ¡Eres un pendejo! 

Inmediatamente acercó sus manos al jugador para arremeter contra él pero Spreen las atrapó con las suyas sin dejar de reírse y comenzaron a forcejear hasta que Roier se cansó bajándolas.

— ¿Sabes qué? Burlate todo lo que quieras. Al menos yo tengo un corte de cabello decente. 

Las cejas de Spreen se elevaron al mismo tiempo que su boca se abrió con sorpresa.

— ¿Qué tiene mi pelo? 

— Pareces vagabundo. 

Más que ofendido, Spreen lucía bastante divertido con toda la situación. 

— Si, como vos digas, Bandana. 

Volvió a acercar su mano al rostro ajeno pero esta vez para estirar la bandana azul y provocar que golpee su frente con un ruido seco. 

— ¡Ey! Hijo de- —El jugador le siseó mientras metía la mano en el bolsillo.— ¿Me acabas de chistar? 

Pero Spreen no respondió, en realidad volvió a sisear tomando su teléfono y llevándolo directamente a su oído. 

— Hola, sí… —Al escuchar la voz del otro lado, toda la diversión se esfumó de su rostro dejando un semblante serio en su lugar.— … Sí, soy su hermano… Mi mamá está en el trabajo. 

Y de pronto el semblante serio se transformó en preocupación, contagiando la misma al chico a su lado que lo observaba y escuchaba atento. 

Spreen pronto se puso de pie y se encaminó a la puerta del salón.

— En quince minutos estoy ahí. 

Cuando cortó la llamada, Roier lo tomó del hombro y lo detuvo.

— ¿Qué pasó? ¿Quién era? 

Este respondió sin voltearse. 

— La escuela de Missa. 

La preocupación que Roier sintió en ese momento fue como una pastilla difícil de tragar, que bajó hasta su estómago y lo dejó inmovilizado por un par de segundos, mientras veía al pelinegro entrar y tomar sus cosas. 

Spreen se movió rápido, prácticamente corriendo hasta el estacionamiento. Y cuando llegó a su auto, desactivó la alarma y se metió en el asiento del piloto lanzando su mochila a un lado. 

— No, no. Ahora no… —Gruñó al girar la llave y escuchar al motor esforzarse por encenderse sin conseguirlo.— ¡Puta madre!

Le dió un golpe al volante al mismo tiempo que la puerta del copiloto se abrió permitiendo que alguien ingresara al auto. Por el rabillo del ojo reconoció el cabello castaño y la bandana azul que lo sostenía en su lugar. El jugador volteó a verlo.

— ¿Qué? Voy a acompañarte. —Spreen no dijo nada, se mantuvo callado hasta que Roier rodó los ojos.— Le dije al profesor que era una emergencia, ¿sí? 

— ¿Qué tiene que ver? No tendrías que estar acá. 

A veces las palabras no se pueden medir cuando estás preocupado por lo que sea que haya sido el “problema” que tuvo tu hermano menor en su escuela a tal punto que tuvieron que llamar a un familiar para que lo retiren temprano. Y sinceramente tampoco podría ser más cuidadoso con su vocabulario incluso si así lo quisiera. 

Pero Roier no era el tipo de persona que se espanta con un simple gruñido.

— Quiero acompañarte. —Frunció el ceño hasta que se dió cuenta que lo estaba haciendo, entonces se relajó.— Déjame acompañarte.

Spreen se mordió el labio inferior y resopló.

— ¡Bien!

Finalmente aceptó aunque no quisiera hacerlo. Porque esto era un problema suyo y no necesitaba-… 

Mierda, ya comenzaba a sonar como Roier.

Ignoró todo lo que había en su mente y volvió a girar la llave escuchando que el motor se encendía. Al fín.  

~ • ~

— ¡Missa!

El pequeño levantó su temblorosa mirada del suelo encontrando a su hermano mayor corriendo hacia él. Quiso levantarse de su asiento pero recordó por qué estaba afuera de la oficina de la directora y se arrepintió. Su rostro afligido no pasó desapercibido para Spreen. 

Como tampoco lo hizo su ropa sucia, su cabello revuelto y los pequeños rasguños en su rostro. Rápidamente se inclinó en frente suyo poniendo una rodilla en el suelo y tratando de sonar lo más suave posible.

— ¿Qué te pasó?

El labio inferior de Missa tembló.

— Yo no-... Yo no quería causar problemas, p-perdón. Todo estaba bien hasta que ellos se acercaron a- 

A la mierda la suavidad y paciencia. Spreen no estaba hecho para eso. 

— ¿Quienes? —Cuestionó en un tono más duro. Al no tener respuesta puso ambas manos en los hombros del menor.— ¿Quién te hizo esto?

Los ojitos de Missa se cristalizaron cuando Roier iba llegando al lugar. Este ahogó un jadeo cuando observó el estado del niño. 

— N-no puedo decirlo. —Balbuceó tembloroso.— T-te vas a enojar. No quiero que te enojes. 

— No me voy a enojar. 

— Estás mi-mintiendo. 

Y luego de decir eso, las primeras lágrimas rodaron por sus mejillas y la respiración comenzó a acelerarse. Roier reconoció al instante lo que estaba pasando. Por suerte no fue el único.

— ¡Está bien, Missa! está bien. No tenés que decirme. Escuchame… —Spreen tomó los puños cerrados de su hermano y los deshizo sosteniendo sus manos abiertas.— Respirá conmigo, ya sabés como hacerlo. ¿Dale? 

En ese momento Roier presenció un deja vú. 

Tal y como lo había hecho con él hace unas semanas atrás en su crisis del pasillo, Spreen comenzó a enseñarle a Missa como debía respirar para que se calmara sin soltar sus manos en ningún momento. Y en aquel entonces no se lo había preguntado, pero ahora que lo veía desde otra perspectiva, Spreen parecía tener bastante experiencia con esas situaciones. 

Este descubrimiento hizo que su estómago diera un vuelco y se sintiera más angustiado que antes. 

Cuando Missa logró relajarse, una mujer mayor de edad salió de la oficina mirando directamente donde estaban los hermanos. 

— ¿Usted es el señor DMC? 

Spreen se paró soltando a su hermano menor luego de acariciarle el cabello por un segundo. 

— Sí, soy el hermano de Missa.

La mujer lo observó de arriba a abajo, entrecerrando los ojos cuando reconoció el uniforme escolar.

— ¿Y sus padres? 

— Nuestra madre está en el trabajo. Es imposible que venga.

Y aunque Roier no lo estuviera viendo de frente, sabía que el contrario estaba enojado. Demasiado.

— Está bien. —Se resignó la directora, haciendo un gesto hacia su oficina.— ¿Puedo hablar con usted en privado? 

Ambos desaparecieron detrás de la puerta, dejando al adolescente y al niño afuera. Inmediatamente los invadió un silencio incómodo. Porque Missa no se sentía bien y Roier no tenía hermanos menores, por lo tanto, no sabía cómo consolar a un niño en esta situación. 

Pero iba a dar lo mejor de él para intentarlo.

— Hola Missa.

Saludó tomando asiento a su lado. El nombrado lo vió de reojo y luego volvió la vista a sus manos temblorosas. 

— Hola…

Y ahí se terminó la primera conversación. Dios, esto era muy difícil. 

— No te ves bien. —Oh dios, Sherlock Holmes ha hablado. ¡Pues claro que no se ve bien! ¡¿A qué pendejo se le ocurriría decir algo como eso?!— ¿Quieres contarme qué pasó? 

Missa apretó sus labios como si estuviera intentando retener la información en su boca y desvió la mirada hacia un costado.

— No puedo… Se lo vas a contar a Spreen. 

— ¿Qué? —Soltó en un tono agudo, como si acabara de ofenderlo. Eso llamó la atención de Missa.— No, no, no. Claro que no. Si tú me dices que no se lo diga a nadie, entonces no se lo diré a nadie. Ni siquiera al pendejo de Spreen. 

Una de las comisuras del menor se elevó con diversión al escuchar el insulto hacia su hermano. Así que Roier supo lo qué debía hacer. 

— Por favor, ¿Yo contándole algo a ese tonto? Ni en sueños. —Reforzó lo suficiente la idea de que Spreen era un idiota, aunque…— Spreen es un pendejo, tarado, idiota que siempre está metiendo la pata en todos lados… Pero es tu hermano después de todo, y está preocupado por ti.

Eso dejó a Missa pensando por un buen rato hasta que suspiró y logró llegar a un acuerdo consigo mismo. Finalmente puso su triste mirada sobre Roier.

— No le dirás, ¿verdad? 

— Lo juro. 

Respondió rápidamente, a lo que Missa prosiguió levantando su mano y mostrando su meñique. Roier entendió la señal a la perfección, levantando el suyo y enredandolo con el ajeno.

— Pues… hay unos chicos en mi salón que… creen que soy “raro”. —Roier se contuvo en hacer una mueca. Esto no había empezado bien.— Y me molestan desde el comienzo de las clases. Siempre están empujando y diciendo apodos pero yo nunca les digo nada. Mamá dice que cuando esas cosas pasan no hay que darles atención. 

— Hm… Entiendo. Entonces, ¿qué pasó hoy? 

Missa comenzó a jugar con sus manos una vez más.

— Estaban molestando a una niña así que decidí enfrentarlos. —Ohhh, ya entendía por donde iba la cosa.— Pero ellos son tres así que… bueno… 

Roier mantuvo la mirada al frente, pensando en cómo unos niños de nueve años podían ser tan malos. Sí, está bien. Era algo normal de la edad. No es como que a Roier jamás le hubiera pasado algo así, por eso podía empatizar bastante con el niño. 

De todas formas, lo mejor que podía hacer allí era consolar a Missa, mostrarle su apoyo y darle algunos consejos para evitar que eso se repitiera. Ni que fuera a amenazar a un par de niños, solo eran eso, niños.

— Cuando me golpearon en el suelo me puse a llorar… —Confesó el menor avergonzado.— Entonces me dijeron que era un llorón y que por eso mi madre no viene a buscarme… porque no me quiere ver. 

Roier separó sus labios y sus ojos casi se salen de sus cuencas.

Retiraba lo anterior dicho. Roier iba a cometer homicidio múltiple. ¿Cómo se le llamaba? ¿Infanticidio? 

¡¿Cómo esos niños podían ser tan crueles?! ¡Ugh! No podía creerlo. 

Está bien… está bien. Roier, eres un adulto. No puedes enojarte tanto por algo así… pero…

¡AY! ¡Al carajo! Quería atarles una soga en los pies a cada niño y colgarlos de un poste de luz hasta que la sangre lograra llegar a sus pequeños cerebritos, a ver si así pensaban mejor sus acciones. 

Oh, y cuando Spreen salió de la oficina, Roier estaba seguro de que no era el único que pensaba en torturar niños. 

La mandíbula tensa, sus puños apretados y la mirada furiosa que tenía en esos momentos… Jamás lo había visto así.

Bueno, quizás sí lo hizo…

La vez que golpeó a Wilbur.























Come mijito, come. (Adiós datos de movistar)

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