It's like Catching Lightning
Un estruendoso sonido invadió la habitación hasta que una mano tomó el despertador y lo lanzó al suelo rompiéndolo en el proceso. El culpable despegó su espalda de la cama y forzó a sus párpados a abrirse.
Hoy iba a ser un día de mierda. Lo sabía.
Empezando porque otra vez se había olvidado de reconfigurar su alarma, ya que seguía despertandolo media hora antes. Eso le daba tiempo extra. Claro.
Tiempo extra para prepararse, encender el coche y conducir hasta la casa de Roier.
Pero no necesitaba hacer eso. Ya no.
Ahora solo apagaba la alarma e intentaba volver a dormir con cierto malestar.
Entre maldiciones murmuradas y gruñidos, se deshizo de las sábanas y se puso de pie para iniciar el día descargando su vejiga.
Viéndole el lado bueno, al menos podría tomarse el tiempo de desayunar como una persona normal y no hacerlo a las apuradas como siempre.
— Oh… —Soltó su madre retrocediendo un momento al encontrarse con el hijo mayor en la cocina preparándose un café.— Buenos días...
— Buenos días.
Spreen respondió al saludo sin mucha emoción, escuchando luego el susurro de su madre que decía algo como “qué temprano”. Detrás de ella venía un zombie con problemas de enanismo y cabello negro en graciosos picos que apuntaban hacia todos lados. El zombie tallaba uno de sus ojos y bostezaba exageradamente.
La mujer se apresuró a tomar las cosas que ya había preparado antes de despertar al menor, y las dejó frente a él. Un tazón con yogurt y cereales acompañado de un plato de frutas cortadas de formas llamativas. El niño, aún con sus ojos entrecerrados, comenzó a comer muy lentamente.
— Hm… ¿Hijo, tienes algún exámen?
Preguntó cuando Spreen finalmente tomó asiento con el café y un par de tostadas.
— No. ¿Por qué?
— Ah, es que… es muy raro verte despierto a esta hora.
Arrugó el entrecejo pero tampoco podía culparla. Tenía razón. Spreen siempre era el último en despertar.
— ¿Irás a buscar a Roier?
Preguntó Missa en un tono inocente. El desayuno ya estaba haciendo su trabajo y se veía más despierto que antes. En Spreen pareció hacer el efecto contrario, pero en realidad fue la pregunta la que causó que mirara a su hermano con odio.
— No.
— ¿Por qué no?
— Porque su tobillo ya sanó.
Y no me necesita.
Missa hizo un pequeño puchero y bajó su cuchara con cereales.
— Missa, termina tu desayuno.
Advirtió su madre.
— ¿Y eso que tiene?
Preguntó el pequeño niño ignorandola. Spreen rodó los ojos y le dió un gran mordisco a una de sus tostadas.
— No necesita que lo lleve. Él mismo lo dijo.
Respondió mostrando con muchos “modales” como la comida se deshacía en su boca. Missa hizo cara de asco y luego bufó.
Realmente se encariñó con él, pensó su hermano mientras tomaba un sorbo de su café.
Quizás debería contarle a Roier que Missa lo extrañaba. Sí, debería hacerlo. Probablemente diga algo como que iría a su casa solo para ver al enano.
— Seguro lo hiciste enojar otra vez y por eso no te quiere ver.
Escupió de la nada el pequeño arrepintiéndose en el momento en que su hermano volvió a dejar la taza en la mesa con un ruido seco y se puso de pie.
— Listo. Me cansaste.
— ¡MAMÁ!
El menor lanzó su cuchara hacia él antes de escapar, dando comienzo a una larga persecución por la casa que se detuvo cuando Missa se refugió en su habitación y su madre llegó al rescate, tomando a Spreen de la oreja.
Ugh, aún le dolía.
Estuvo masajeando su adolorida oreja mientras conducía cuando de repente se encontraba a sí mismo perdido en sus pensamientos.
¿Y si Missa tenía razón?
No, espera. Eso no tiene sentido alguno. Su trato de llevarlo y buscarlo se había roto en el momento en que Roier se recuperó. Así era como lo habían pactado y no había nada más que eso.
…
Pero si se ponía a analizarlo a fondo. Roier había dejado de insistir con la idea de practicar juntos.
Eso no podía significar nada. ¿No?
— Enano de mierda.
Murmuró mientras encendía la radio en un intento por distraerse.
Justo en ese instante, la voz del locutor presentaba la siguiente canción como un clásico del Rock. La guitarra comenzó a sonar seguida de una batería. Spreen tardó un poco en darse cuenta quién era el artista mientras con sus dedos marcaba el ritmo de la canción sobre el volante hasta que escuchó la primera estrofa.
“Voy a ser tu mayordomo… Y vos harás el rol de señora bien…”
Cerró sus ojos por unos segundos y apretó sus labios en una mueca cuando reconoció al vocalista de Soda Stereo.
A Spreen le encantaban. Era una de sus bandas favoritas.
Pero especialmente hoy no tenía ganas de oírlos. Y mucho menos esa canción.
“Te llevaré hasta el extremo… Te llevaré…”
— Clásico las bolas.
Reclamó cambiando de emisora. Lo dejó en una dónde explicaban los peligros de la inteligencia artificial y su uso. Finalmente el hombre terminó su explicación con una advertencia demasiado dramática sobre que la IA se apropiaría del empleo de los oyentes.
Y la música comenzó.
“Ella usó mi cabeza como un revolver…”
— No puede ser…
DOS.
Dos emisoras transmitiendo Soda Stereo al mismo tiempo.
¿Cómo eso era posible?
“E incendió mi conciencia con sus demonios…”
Al menos este sí era un clásico, intentó convencerse a sí mismo aceptando su realidad y dejando la radio en paz. De todas formas estaba a punto de llegar.
Solo tenía que doblar a la izquierda… luego a dos calles a la derecha…
Y justo a mitad de-
“Me ví llegando tarde, tarde a todo…”
Frenó en seco.
Spreen se inclinó sobre el volante y entrecerró sus ojos observando el lugar donde se encontraba.
Una calle tranquila, llena de casas hogareñas por dónde miraras y una parada de buses a la esquina.
Definitivamente no estaba en el instituto.
Según parece, el subconsciente de Spreen lo había engañado haciéndolo conducir hasta lo que claramente podía ver que era la casa de Roier.
Increíble, ¿No?
Golpeó su espalda contra el asiento y se agarró la cabeza con ambas manos mientras maldecía. Esto era una locura.
Por lo menos agradecía que hubiese sido más tarde de lo normal, sino la vergüenza de que Roier lo vea en su puerta luego de que le hubiera dicho que se acabaron los viajes grátis lo comería vivo.
Soltó un largo suspiro y volvió a posar ambas manos sobre el volante para hacer lo que, probablemente, era la vuelta en “U” más ilegal que había hecho en su vida solo para no tener que pasar en frente de aquella casa.
Perfecto. Ahora estaba llegando tarde.
~ • ~
— Buenas.
Saludó a su amigo antes de tomar asiento a su lado. Carre ni siquiera lo notó. Estaba demasiado concentrado viendo videos graciosos en su teléfono.
— Buenos días.
Repitió en un tono más fuerte para llamar la atención del más bajo. Al no conseguirlo, levantó su mochila y la dejó caer en la mesa del contrario sobresaltandolo y al fin obteniendo una reacción de su parte.
— Disculpá. ¿Dijiste algo?
— Dije que te vayas a la mierda.
— Uhh, bueno. Nos despertamos con el pie izquierdo me parece. —Se burló el ojiverde viendo como su amigo retiraba la mochila y se desplomaba en su asiento para después apoyar ambos brazos en la mesa y esconder su cabeza entremedio.—... ¿Amigo, estás bien?
No. No estaba “bien” pero tampoco estaba mal. Solo se sentía un poco… frustrado. Sí, eso. Y la frustración solo podía arreglarse de una única forma: desquitandose en la cancha.
Lo malo es que no podría pisar una hasta después del horario escolar.
Resopló y maldijo en voz baja.
Eso solo aumentaría su frustración. Además, hoy era Martes. ¿Saben qué significa eso?
Que tampoco había taller de teatro.
Lo cual debería ser un alivio para Spreen. Pero por alguna razón... se puede decir que, después de varias clases allí…
Está acostumbrandose a él.
O sea, al taller. No otra cosa.
Bueno, no cosa refiriéndose a un objeto. Eso es insultante.
Tampoco se está refiriendo a una persona. No, Pff. Claro que no.
En fin, lo que decía era que, Spreen está comenzando a acostumbrarse al taller y a las personas que lo conformaban. Incluso los otros alumnos se están llevando mejor con él (Excepto por Juan. Juan es un pelotudo). Pero por ejemplo, la otra vez tuvieron que dividirse en dos grupos para hacer una improvisación en conjunto y le tocó ser el hermano holgazán de Carola, y este debía sacarlo de las deudas. Realmente no tenía muchas ganas de hacerlo y todo casi se va a la mierda pero el tipo lo supo guiar muy bien.
Roier luego le explicó que, para ser su primer año Carola era realmente bueno y lo confirmó cuando al terminar le dió un par de consejos. Un tipo agradable.
Oh, y cuando salió corriendo de una de sus prácticas para llegar temprano al taller había olvidado lo que quedaba de su almuerzo en el casillero de los vestidores. Por consecuencia, a mitad de clase su estómago comenzó a rugir por la falta de nutrientes en su sistema.
Roier le propuso comprarle algo porque según él “no podía escuchar sus propios pensamientos con los alaridos de la bestia antigua que estaba atrapada en su cuerpo”. Pero Rivers, quién también lo había escuchado, interrumpió su disputa sobre la bestia antigua diciendo que “de todas formas Roier no tiene las neuronas necesarias para pensar” y le ofreció uno de sus sandwich. Ese fue el comienzo de una buena amistad.
También esa misma semana, Ari se había acercado a él para disculparse por el “inmaduro” comportamiento de su pareja. Fue el mismo día en que casi comienzan una pelea en medio de la clase porque Juan volvió a decir que era un idiota y Spreen le respondió con que “los pelados no pueden opinar”.
Roier tuvo que meterse en medio para evitar que el enano rabioso de Juan se lanzara a él.
Spreen soltó una pequeña risa inconsciente recordando la situación mientras salía del salón.
— Nos vemos después. —Saludó Carre extendiendo su mano para que el otro la chocara.— No mates a nadie, ¿Sí?
— A vos te voy a matar.
— Aw, yo también te quiero.
Carrera salió corriendo antes de ser la víctima de una escena del crimen y Spreen se rió de él mientras lo veía desaparecer entre los demás estudiantes.
Pero su sonrisa se esfumó cuando se topó con otra situación en su perspectiva.
Un chico castaño que conocía bastante bien estaba apoyado en unos casilleros más adelante mientras apretaba un par de libros contra su pecho. Roier no era el problema por el cual su sangre comenzó a correr furiosamente en sus venas. El problema era que en frente de él se encontraba Wilbur invadiendo un poco (mucho) su espacio y diciéndole algo que no podía escuchar.
Los pies de Spreen se movieron por sí solos pero cuando estuvo a unos pocos pasos de ambos, Wilbur finalmente se alejó y siguió caminando como si nada. Eso no lo detuvo.
— ¿Qué te dijo?
Cuestionó con voz dura provocando que Roier diera un pequeño salto del susto antes de que se volteara a verlo. La mirada avellana no duró mucho en él, pues el castaño desvió la vista dándole la espalda y tomó su celular del bolsillo.
Spreen arrugó el entrecejo y lo observó como si hubiera enloquecido. Hasta que Roier pegó el celular a su oreja sin haber contestado ninguna llamada y comenzó a hablar.
— Hola, sí. Yo estoy bien. ¿Y tú qué tal? —Habló con demasiada amabilidad.— ¿Acaso olvidaste que no podemos hablar así como así en el instituto?
Lo último lo dijo casi entre dientes, logrando que Spreen se diera cuenta de por qué hacía todo eso. Volteó a ver a su alrededor y el pasillo aún seguía atestado de gente. Algunos ya hasta lo veían con miradas raras.
Se enderezó exageradamente ensanchando sus hombros para dar una imagen más intimidante, logrando su cometido cuando las personas apuraban sus pasos al verlo. Luego se giró de la misma forma que Roier lo hizo y tomó su celular para fingir que escribía un texto.
— No respondiste mi pregunta.
Insistió en un murmullo, escuchando como el contrario suspiraba.
— No pasó nada. En serio.
— Eso no parecía nada.
No lo vió, pero estaba seguro de que Roier había puesto los ojos en blanco en ese momento.
— Solo dijo un par de estupideces.
— ¿Qué “estupideces”?
Roier tuvo que respirar profundamente para ocultar su enojo. Porque, bueno, no era culpa de Spreen que ese idiota no se cansara de molestarlo. No debía desquitarse con él.
Aún así, se apartó de los casilleros para abrir el suyo con movimientos un poco bruscos y con su mano libre dejar los libros que no necesitaba para la siguiente clase.
— Ya sabes. Las mismas estupideces que dicen todos.
No lo dijo enojado, ni tampoco frustrado. Spreen hubiera deseado que lo dijera de una de esas maneras porque escucharlo con un tono resignado era lo peor.
Bloqueó su celular y jugó con él entre sus manos pensando en qué decir. Sabía que su situación era algo complicada, pero no pensaba que fuera tan Así.
Y ahí venía la culpa.
— Roier-
— Está bien. Me da igual lo que piensen. —Respondió dándole un punto final a ese tema para cambiar a otro mientras cerraba su casillero y volvía a apoyarse en él.— ¿Cómo está Missa?
Spreen hizo una mueca por el obvio intento de desviar la conversación pero prefirió no presionar de más. Mejor debía enfocarse en otras cosas.
— Insoportable. Cómo siempre.
— Ay, dios. Estoy seguro de que eres tú quién lo molesta. Si él es un angelito.
— Angelito las pelotas. —Se quejó lo suficientemente alto como para que otro alumno se girara a verlo. Ahora era Spreen quien rodaba los ojos y se volteaba hacia los casilleros bajando su voz para tener más cuidado. Además, con su rostro escondido de esa forma era más fácil decir lo siguiente:— Él te extraña. Supongo que le caíste bien.
Pasaron un par de segundos antes de que Roier soltara una pequeña risa sin despegar el teléfono de su oreja.
— Dile que yo también lo extraño.
Spreen desbloqueó su teléfono para corroborar la hora. Ya todos deberían estar en la cafetería o de camino a ella, y lo confirmó cuando por el rabillo del ojo descubrió que las pocas personas que quedaban comenzaban a encaminarse a dicho lugar. Nadie quería quedarse sin postre de los martes.
Titubeó un poco mientras guardaba el teléfono en su bolsillo y se balanceaba levemente con sus pies.
Era una estupidez. Realmente era una estupidez lo que estaba a punto de decir. Pero lo hizo.
— ¿Te pensás que soy tu paloma mensajera? ¿Por qué no se lo decís vos mismo?
Roier volvió a reír y negó con su cabeza. Casi responde con un comentario ingenioso, si no fuera porque su amigo Quackity apareció al final del pasillo haciéndole señas para que se apurara.
¡Cierto! El postre.
— Tengo que irme. —Anunció finalizando la “llamada”.— Nos vemos luego.
El pelinegro ni siquiera logró despedirse correctamente cuando lo vió alejarse por el pasillo. Y si bien, él también tenía que ir a almorzar. Algo más llamó su atención antes de que se fuera.
Un par de letras negras pintadas sobre el metal de un casillero.
~ • ~
Roier estaba de un mejor humor.
Ya había encontrado una canción perfecta para presentar en su audición, Obviamente una de High School Musical y Obviamente una dónde la voz de Troy resaltaba, porque Roier quería-, no. Mejor dicho, necesitaba el rol de Troy.
Seamos honestos, Troy era el personaje más importante de la historia. Y además, tenía las mejores canciones.
¿Acaso han escuchado “Bet on It”?
¡¿“Scream”?!
Dios, eran temazos.
Pero no. Roier no cantaría ninguna de esas canciones anteriormente mencionadas. Porque recordemos que debe haber romance y una acompañante femenina. Roier va a demostrar su lado más cursi con esta canción (y con la ayuda de Jaiden, claro). Lo tenía todo planeado.
El día de ayer había conseguido hablar con el profesor de la clase de la segunda hora que tendría hoy y este le había permitido saltarsela para poder practicar con más tiempo. Privilegios de ser bueno y aplicado.
Ay, tenía tantas ganas de que ya fuera la audición. De solo pensarlo se le erizaba la piel y quería chillar pero se contuvo lo suficiente de camino a su casillero.
Cuando se detuvo en frente de él, toda su emoción fue reemplazada por repentina confusión. Se acercó y observó detalladamente el metal.
Recordaba claramente que había un mensaje no tan bonito pintado en él. Ese “Maricón” escrito con marcador negro. Roier no se había tomado la molestia de limpiarlo porque era tinta permanente y estaba seguro de que tarde o temprano lo volverían a escribir.
Pero ya no estaba.
Solo quedaban algunas manchas donde debería estar. También tenía unos cuantos rayones que dejaban ver que la persona que lo limpió se esforzó en frotar la tinta hasta que desapareciera.
No le dió muchas vueltas al asunto. Solo pensó que los conserjes estaban haciendo un buen trabajo.
Pero en el fondo lo agradeció.
Finalmente abrió su casillero y sacó los libros que necesitaba para su primera clase y se fue.
Hoy sería un buen día...
O por lo menos lo fue hasta la hora de salida.
La práctica fue de maravilla. Jaiden era de gran ayuda acompañando su voz y dándole consejos para mejorar. Para Roier, las críticas son bienvenidas (siempre y cuando fueran constructivas). También tuvieron tiempo de charlar un poco y, como Roier era el estudiante favorito de Jaiden, tenía algunos privilegios. Cómo por ejemplo, le contaba sobre las futuras clases que estaba preparando el profesor Samuel. Esta vez también le dijo que varias personas estaban buscando obtener el rol de Troy, lo cual no era sorpresa. Pero, saber que Carola era una de esas personas le daba algo de… Ehh. No es que tuviera miedo. Solo que, Carola es muy bueno.
Aunque Roier tenía algo a su favor. Y no debería sentirse muy orgulloso de eso pero, estaba haciendo un gran trabajo con lo que el profesor le pidió.
Ahora Spreen asiste a todas las clases sin falta y era más “participativo”. Eso había sido todo un logro.
Por favor, hasta se había esguinzado el tobillo para conseguirlo.
Roier realmente se estaba esforzando para conseguir lo que quería. Porque ese era el punto de todo. Y además, también se estaba ganando una buena amistad gracias al trato.
Sí, amistad…
Pero bueno, cambiando de tema. El único problema que tenía ahora era que, al estar tan concentrado en la práctica, nunca notó cuándo el cielo se nubló de repente.
Jaiden lo acompañó a la salida y le preguntó si necesitaba un aventón por la fuerte lluvia. Roier dijo que no porque tenía su paraguas en la mochila.
Cuando Jaiden se subió a su auto y se fue, Roier tomó su mochila y buscó en ella el dichoso paraguas. Sí, ese bonito paraguas rojo que su madre siempre le repetía que no olvide, como esa mañana cuando le dijo que debía guardarlo en su mochila y no dejarlo sobre… la mesa de la cocina.
— Puta madre…
Soltó resignado cuando, luego de inútilmente rebuscar tres veces, el paraguas nunca apareció en su mochila.
Era un idiota. ¿Cómo lo había olvidado?
Miró hacia el estacionamiento del instituto.
La tormenta se veía horrible pero no duraría para siempre. Quizás si esperaba unos cuantos minutos la lluvia se detendría o se calmaría lo suficiente para que Roier pudiera acercarse a la parada de buses.
Sí, solo tenía que esperar.
~ • ~
— Qué lluvia de mierda.
Se quejó cuando uno de los parabrisas del auto simplemente decidió dejar de funcionar. Por suerte era el que estaba del lado del copiloto.
Echó un vistazo por el espejo retrovisor a donde se encontraba su hermano menor acurrucado en los asientos traseros. Desde que lo había buscado estaba extrañamente callado y solo se limitaba a ver por la ventana empañada.
— Che, enano. —Lo llamó cuando frenó en un semáforo en rojo. El niño levantó su mirada curiosa y ofendida hacia él.— ¿Todo bien?
Missa agrandó un poco su mirada algo sorprendido por la pregunta y se acomodó en el asiento.
— Mm, sí.
Respondió rápidamente.
— ¿Seguro?
El menor hizo una pequeña mueca con sus labios y por uno segundos volvió su vista hacia la ventana antes de verlo con ojitos de cachorro lastimado.
—… La tormenta me da miedo.
Spreen hizo su mejor esfuerzo para no reírse y luego contestó:
— Son solo nubes y agua. Todo está bien. —Quizás esa frase sonó demasiado débil para su gusto, así que agregó:— No seas llorón.
— ¡No soy llorón!
— Más te vale. Porque no puedo tener un hermano llorón.
El niño resopló molesto e ignoró al mayor mientras con la manga de su sudadera limpiaba la ventana para ver mejor hacia afuera.
La luz se puso en verde y Spreen estuvo apunto de arrancar cuando nuevamente escuchó la voz de su hermano.
— ¡Espera!
Se sobresaltó por el pequeño grito y se apoyó en los asientos para verlo.
— ¿Ahora qué?
Missa se tardó unos segundos mientras entrecerraba sus ojitos hacia el vidrio. Spreen agradeció no tener autos detrás suyo. Nadie quería conducir con un clima así. Menos él.
De repente Missa jadeó con sorpresa y señaló hacia afuera.
— ¡Roier!
Spreen parpadeó y casi se rompe el cuello de lo rápido que giró su cabeza hacia donde su hermano señalaba.
Una forma algo borrosa se movía velozmente, cubriéndose la cabeza con una mochila hasta que llegaba a una zona con techo para refugiarse de la lluvia.
Respiró hondo por la corta carrera que tuvo que hacer desde el estacionamiento hasta allí. Se llevó una mano al cabello mojado y lo peinó hacia atrás. La técnica de la mochila no había servido mucho y sus zapatos parecían dos lagunas.
Se preguntaran qué estaba haciendo el muy idiota. Pues, Roier esperó como lo había dicho. Y esperó, y esperó. Y observó como el bus al que debía subirse se iba mientras él seguía dentro del instituto.
La maldita tormenta nunca se calmó y su celular estaba explotando con mensajes de su madre sobre cómo había podido olvidar el paraguas si ella se lo había recordado mil veces y que lo iba a matar si se enfermaba. Así que tuvo que armarse de valor y enfrentar la lluvia. Una tormenta no podía ganarle a Roier.
Y tenía mucha fé de que no se enfermaría. O él mismo sería quién se quitaría la vida porque un resfrío es lo último que necesitaba ahora.
Solo debía hacer unas cuantas carreras más para llegar a la esquina y listo. Era pan comido.
— Tú puedes Roier, son solo nubes y agua.
Se animó a sí mismo. Luego comenzó un contador mental en su mente para volver a correr bajo la lluvia cuando este llegara a cero.
Estuvo a punto de hacerlo cuando escuchó un fuerte sonido. Una bocina.
Miró hacia su costado encontrándose con un auto viejo.
Hm, se le hacía conocida esa basura de auto.
La ventana del copiloto bajó y una sonrisa burlona se mostró del otro lado.
Debía ser una broma.
— ¿No trajiste paraguas?
Roier sonrió falsamente.
— En realidad sí traje uno. Es solo que disfruto de correr bajo la lluvia y arruinar mis apuntes. Deberías intentarlo, es super relajante.
La sonrisa de Spreen solo se agrandó mientras negaba con su cabeza.
— ¿Querés que-
— No. Estoy bien.
Ni siquiera lo dejó terminar cuando se negó rotundamente. Sabía lo que diría. Y no, dios, no. No volvería a ser una carga para él.
El pelinegro reemplazó su sonrisa por un semblante incrédulo mientras lo observaba de arriba a abajo.
— Es verdad. Estás bien. —Dijo, y agregó:— Bien mojado.
— Qué gran observación, Sherlock.
— No seas tarado. —Extendió su brazo y de un movimiento abrió la puerta del copiloto.— Subí.
Se tomó la cabeza entre sus manos mientras soltaba un quejido frustrado.
— Spreen, ya, en serio. No necesito tu-
— Roier… —Una nueva voz se sumó a la conversación acompañada de una cabecita que se asomaba entre los asientos delanteros.— ¿Por qué no quieres subir?
— H-hola Missa. No sabía que estabas allí. —Tartamudeó cambiando drásticamente su actitud negada a una más amigable.— Es que, no quiero moles-
— Roier dijo que no quiere subir porque lo molestamos.
Contestó el mayor provocando que el castaño abriera los ojos de golpe y comenzara a mover sus manos exageradamente.
— ¡No, no! ¡Yo no-
— ¿Eso es verdad?
Preguntó Missa en un murmullo. Con un mohín en sus labios y la misma mirada triste que le había dado en su casa aquel día.
El corazón de Roier volvió a estrujarse como aquella vez y casi se arrodilla pidiendo perdón. Pero en cambio decidió terminar con eso y dar los largos pasos que lo separaban de la calle para rápidamente saltar hacia el auto sin dudarlo por un segundo.
Cuando cerró la puerta detrás de él y volteó a ver a los hermanos, ambos tenían una gran sonrisa en sus rostros.
— ¿Saben? Son un par de manipuladores.
Escuchó cómo se reían en voz baja mientras el coche se encendía.
— Yo no hice nada.
Se excusó el menor con su mejor rostro de santo. Eso era suficiente para ganarse el perdón de Roier.
— Tienes razón. —Aceptó, y luego señaló al conductor.— Tú eres el manipulador que lleva por mal camino a su hermano menor. Debería darte vergüenza.
Spreen rodó los ojos comenzando a manejar.
— ¿Preferías que te deje ahí?
— Eh, ¡Sí! ¡Claro que sí! Estaba a punto de llegar.
— Roier. —Lo nombró en un tono de regaño lo que provocó que el castaño sutilmente se encogiera en su asiento.— No iba a dejarte abajo de la lluvia. Además, creo que ya establecimos que aunque no quieras, puedo hacerte subir al auto de todas formas.
Lo último lo dijo extendiendo sus comisuras en una sonrisa que dejaba ver ese par de pequeños colmillos a los costados.
En un segundo el rostro de Roier se tiñó de rojo recordando la vez que lo subió al auto a la fuerza.
Es un pinche secuestrador. Eso es lo que es.
La mejor forma de evitar más humillación fue girarse y comenzar una infantil charla con Missa para no volver a ver esa estúpida sonrisa.
Esa que no se borró en todo el camino.
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