Follow One Simple Rule
Roier apagó la alarma. Se levantó de la cama. Se duchó. Se vistió con el uniforme escolar. Desayunó lo que su madre había preparado esa mañana. Tomó la molesta muleta y finalmente abrió la puerta principal de su casa.
Sí, la muleta era un completo estorbo pero era mucho mejor que el cóctel de analgésicos que había ingerido el día anterior por su irresponsabilidad. Hoy sería mucho más cuidadoso con su lesión. Además se había despertado de un mejor humor (quizás el efecto de las pastillas habían llegado a su cerebro), Roier realmente creía que nada podría arruinar ese día. Solo tenía que cuidar de sí mismo, no disociar tanto en clases y volver a su hogar sano y salvo.
Repito, nada podría arruinar ese día…
Excepto por un pedazo de chatarra viejo de cuatro ruedas, al cual a duras penas se le podía llamar auto, que se encontraba estacionado justo en la entrada. A su vez un joven alto, de cabello azabache y tez pálida se mantenía apoyado a un costado del vehículo con un semblante muy poco amigable.
Cuando el tipo se volteó al escuchar el sonido de la puerta cerrandose e hizo contacto visual con Roier, el castaño automáticamente dijo:
— No. —Se giró hacía la acera y como pudo comenzó a caminar con ayuda de la muleta a un paso bastante lento. A sus espaldas escuchó el murmullo de una risa.— Eso no va a pasar otra vez.
— Buenos días para vos también. —Spreen abrió la puerta del copiloto y regresó su vista al inválido que trataba de escapar de él.— ¿No estás siendo demasiado terco? Solo tomalo como una ayuda.
Roier volvió su rostro a él.
— ¡No necesito tu ayuda!
— Sí, claro. Tenés toda la razón. —Roier lo observó con rareza hasta que siguió hablando.— Ah, ¿Cómo va esa pata de palo, mi capitán?
La burla fue acompañada con una seña hacia su bota, o la muleta. Realmente no lo sabía, pero era una de esas dos opciones que hizo a Roier resoplar. Debía tomárselo con calma. Spreen no arruinaría su día.
— Vete a la mierda, pendejo.
Okay. Eso no fue muy calmado que digamos.
Respira, Roier. Tú eres la eminencia de la paciencia.
Pero por más que llenara sus pulmones de oxígeno, esa sonrisa burlona seguía mostrándose delante suyo a la espera de poder decir otra idiotez.
— Dale. ¿Vos venís conmigo?
Roier se rió sarcásticamente.
— Claro que no. Olvídalo. —Luego señaló el automóvil del mayor.— Así que súbete a tu pinche coche de juguete y ve a clases SOLO. Porque YO voy a esperar el camión como buen ciudadano promedio que no necesita tu ayuda para llegar ¡A ningún lado!
Hubo un par de segundos de silencio en dónde Spreen se cruzó de brazos y enarcó una ceja.
Roier estaba siendo serio. Obviamente. No es como si se tratara de un berrinche o algo así. Pff, ¿Cómo podría hacer eso?
— ¿Eso es todo?
—... Sí.
— Muy bien, lo entiendo. Sos un "nene grande" y estás empezando a hacerte responsable de tus propios asuntos como viajar solo y, no sé, comer vegetales como todo un adulto. Me parece genial. —Concluyó el Argentino separando sus brazos y comenzando a caminar hacia atrás con ligeresa. Mientras lo hacía, tomó su celular del bolsillo y dió un vistazo a la hora.— Además, estas en buen horario. Cómo decís, solo tenés que tomarte el próximo camión y… Oh, espera ¿No es ese?
Roier, quien lo miraba aburrido, de repente abrió sus ojos de par en par y se volteó para efectivamente comprobar que el camión al que debía subir ya había llegado y estaba listo para irse.
— ¡Puta madre!
Exclamó el castaño, acomodándose la mochila al hombro y tomando una postura para empezar a correr.
Pero, claro, lo había olvidado…
Spreen tomó su brazo antes de que cometiera una gran estupidez de la que seguro se arrepentiría horas más tarde.
— ¿En serio pensás correr con una bota y una muleta? —Roier pareció caer en cuenta justo en ese momento. Ante la pequeña humillación, inconscientemente abultó sus labios con la mirada puesta sobre él. Pero entonces Spreen volvió a hablar:— ¿Sos pelotudo?
Ahí recordó la frustración que sentía en primer lugar y se soltó de su agarre para luego dejar caer su mochila al suelo, viendo la parte trasera del camión alejándose no sin antes pisotear su orgullo en el proceso.
Ambos se quedaron en silencio mientras Roier observaba a la lejanía. Algunos pájaros cantaron reemplazando el inexistente pero cómico sonido de grillos que se escucharía en ese momento si su vida se tratara de una ridícula serie televisiva donde él era el tonto protagonista al cual le sucedía todo.
Entonces, una vez más el mexicano respiró hondo, enterró su herido orgullo en lo más profundo de su ser y se giró levantando su mochila.
— Llévame a clases.
~ • ~
Roier encontraba muy interesante la vista fuera de la ventana del auto.
Literalmente tenía toda su atención en ella porque sabía que si le daba un vistazo al conductor se encontraría con esa gran y estúpida sonrisa de ganador. Y no, gracias. Ya no tenía orgullo pero aún quería conservar un poco de dignidad.
La muleta estaba en el asiento trasero porque hubiera sido muy incómodo llevarla adelante, al contrario de su mochila la cual mantuvo fuertemente aferrada contra su pecho. Y-, Oh, ¿Eso es una ardilla? Qué bonita…
Ugh, hay un insecto pegado al cristal. ¿Cuánto tiempo lleva ahí? Deberían limpiar esa porquer-
— ¿Vas a seguir actuando como si no estuviéramos en el mismo espacio?
— No sé de qué estás hablando.
Spreen lo observó escéptico.
Roier ni siquiera lo volteaba a ver. Tampoco era muy bueno mintiendo y ni se esforzaba en ello. Era como si quisiera dejar en claro (disimuladamente) que esto no le gustaba y que Spreen no le caía bien. Y eso era un poco frustrante porque a Spreen generalmente no le importaba si le caía bien o mal a alguien. No es como si fuera a cambiar por una mala opinión, así era él y punto. Pero esta vez…
Spreen realmente se estaba esforzando en hacer algo bien. Él quería ayudar a Roier, excluyendo las razones principales de su ayuda. Él en serio quería hacerlo. Pero Roier parecía querer rechazar todo.
Sí, sí. Su primera impresión no fue la mejor. Y sí, le gustaba molestarlo hasta que arrugaba la frente.
Pero aquí estaba intentando ayudar.
Lo que sucede es que Roier simplemente es muy terco y muy, Muy…
— Inmaduro.
Murmuró lo suficientemente fuerte como para que su acompañante por fin lo mirara.
— ¿Qué has dicho?
— Disculpa, ¿Qué?
Spreen desvió por unos segundos la mirada de la carretera solo para admirar ese ceño fruncido.
—... Te acabo de escuchar.
— ¿Y qué escuchaste exactamente?
— Me llamaste inmaduro.
El pelinegro se hizo el desentendido, luego elevó los hombros restándole importancia.
— ¿Y qué te hace pensar que te lo dije a vos? Si te sentiste aludido es problema tuyo.
Roier exhaló auditivamente con indignación. El tipo delante suyo no podía ser más cínico.
¡Y estúpido!
— ¡Literalmente solo somos dos personas aquí! ¿A quién más se lo dirías?
— Eso es cosa mía. Vos te ofendiste por nada.
— ¡Me llamaste inmaduro!
— ¡Está bien! ¿Y qué con eso? ¿Acaso mentí? —Roier iba a reprochar pero Spreen siguió.— Estás haciéndome una estúpida ley del hielo solo porque te estoy ayudando. ¿Eso te parece maduro?
El castaño jadeó con sorpresa a pesar de que en el fondo sabía perfectamente que eso era verdad.
— ¡Eso no es verdad! —Se cruzó de brazos sobre la mochila y puso su vista en el frente.— De todas formas nadie pidió tu ayuda. No sé por qué te esmeras tanto en molestarme para luego criticar cuando te ignoro. ¡Tú me dijiste que no hablara contigo!
— Frente a otras personas.
Corrigió Spreen.
— Y eso lo hace mejor ¿No? —Roier sonrió de forma agria y sarcástica.— Oh, pobre Spreen, lo verán cerca de Roier. ¡Salvenlo! No vaya a ser que se contagie de homosexualidad.
— Ya empezas de nuevo… —El Argentino rodó los ojos y apretó sus manos en el volante.— ¡Que no soy homofóbico!
Roier lo ignoró.
— No tienes derecho a ofenderte porque tú me pediste que no te hablara en primer lugar. —Concluyó.— En realidad, aún no entiendo qué haces aquí cuando nunca pedí tu ayuda. Yo no te llamé para que me buscaras, ni tampoco te dije "Ey, ¿mañana puedes venir por mi?". Solo estás haciendo esto para seguir molestándome. ¿Es que no te aburres? Estoy-
De improviso el auto frenó en el semáforo en rojo. Fue tan repentino que Roier temió que el viejo cinturón de seguridad se cortara así que se aferró aún más a su mochila y cerró los ojos.
Cuando los abrió, se encontró a si mismo sano y salvo. Quizás estaba siendo muy dramático así que quiso verificar qué opinaba al respecto la persona a su lado. En ese momento Spreen exclamó:
— ¡Lo hago porque fue mi culpa!
Roier se congeló ante las fuertes palabras y la intensa mirada ajena. Fue como si se hubiera encogido en su lugar. Así de pequeño se sentía. Mientras que Spreen suspiró frustrado y se llevó los largos mechones de cabello hacia atrás.
— Yo… Pero-
Balbuceó sin sentido alguno antes de que fuera interrumpido.
— Mirá, esto es una boludez. Me resultaba muy divertido molestarte ¿Sí? Y después, cuando te tomaste mis palabras como un reto realmente no me lo esperaba. Aún así disfruté de verte fallar en todo y quitarte la pelota cada vez que podía.
— Ey…
Spreen ignoró su queja.
— Solo quería que te rindas y ya. —Confesó e inmediatamente desvió su mirada con culpabilidad.— Pero cuando Wilbur se entrometió… Nunca fue mi intención que salieras lastimado.
Si Roier ya estaba sorprendido antes, ahora lo estaba el doble.
Cuando ambos estuvieron en la enfermería, Spreen le había dejado en claro que le importaba un poco una mierda como se sentía porque era culpa de Roier haber terminado así, y Roier estaba usando sus propias palabras para ser más precisos. Pero luego lo ayudó a llegar a su casa (corrijo: lo secuestró) y ahora lo estaba llevando a clases, diciéndole que en realidad era su culpa.
Sinceramente esto no estaba en su lista de cosas que le sucederían este año.
Mientras tanto, Spreen no podía verlo a los ojos. Esto era humillante pero debía hacerlo si quería que Roier confiara en él…
Espera, ¿Por qué querría eso? ¡Esto no tiene ni un puto sentido!
— ¿Sabés qué? Olvidate. No importa.
Spreen volvió su vista al frente con los pómulos y las orejas ligeramente enrojecidas. Para su suerte el semáforo indicaba que solo faltaban unos minutos antes de que cambiara de color así que se le haría más fácil fingir como que eso no había pasado mientras tuviera toda su atención en el camino. Con eso en mente, volvió a apretar ambas manos sobre el volante e ignoró completamente a Roier.
Aunque eso no funcionó por mucho tiempo porque de pronto una desconocida mano se posó sobre la suya. El pelinegro volteó a ver al dueño de esta.
— Oye… Sé que antes dije que era tu culpa, pero en realidad… no lo fue. Al menos no del todo. —Comenzó a explicar Roier, tratando de ser comprensivo. Aunque de cierta manera se estuviera contradiciendo.— Lo que quiero decir es que… No tienes que hacer esto por sentirte culpable. Fue mi idea meterme a un entrenamiento sin pensar en las consecuencias. Tú no me obligaste a nada, incluso me advertiste.
La mirada avellana se relajó mientras que el par de amatistas se expandieron con sorpresa. Y en el fondo del pecho Spreen sintió como si se sacara un peso de encima.
Roier no lo odiaba por lo que pasó.
¿Entonces por qué rechazaba su ayuda?
Eso era lo que aún no entendía. Y tampoco lo iba a entender porque cuando Roier desvió la mirada con vergüenza mientras se mordía el labio inferior, algo en el cerebro de Spreen se desconectó solo para escuchar las siguientes palabras:
— De todas formas, quiero agradecerte por haberme ayudado en estos días. —Y una pequeña sonrisa titubeante se escapó de los labios del castaño.— A pesar de que, repito, no te lo pedí.
Concluyó con la vista puesta en la guantera. Porque no, no quería ver al jugador. Esto era más que vergonzoso, esto era horriblemente incómodo y peor aún. Ahora Roier era el que se sentía culpable por toda la situación porque Spreen solo intentaba ayudarlo. Si bien era por sus propios remordimientos, al menos lo estaba haciendo. Y Roier solo se había comportado como un imbécil con él.
No le sorprendería para nada que ahora Spreen se burlara de él. Un poco se lo merecía.
Pero eso no pasó.
En cambio sintió que algo se removía bajo su mano y allí recordó que aún estaba agarrada a la ajena. Inmediatamente la alejó.
— Uh, lo siento. Yo…
Pero cuando cruzó miradas con el jugador, este tenía su ceño fruncido y los labios ligeramente separados como si estuviera intentando entender toda la situación.
Roier estaba equivocado.
Lo que realmente Spreen estaba intentando entender era lo que le estaba pasando en esos momentos. Algo más personal.
Su cara se sentía caliente, sus manos inquietas y no salían palabras de su boca después de esa pequeña escena. O mejor dicho: después de que Roier simplemente sonriera nervioso.
Lo más raro de todo es que en algún momento se volvió consciente de sus propios latidos. Y su pecho se sentía… lleno. Cómo si de la nada ya no hubiera más espacio allí. Algo lo había ocupado por completo provocando un suave cosquilleo que no era molesto. En realidad era... Cálido.
¿Qué estaba pasando? ¿Acaso enfermó?
Sabía que no debía dormir con el aire acondicionado en diecisiete.
Mierda, no podía pasarle esto ahora.
— ¿Estás bien?
Preguntó Roier, notablemente preocupado.
— Eh… Yo-, eh… es que-, ¿Ah?
Balbuceó aún perdido. Tampoco entendía por qué ahora quería esconderse de la mirada avellana. Se sentía tímido.
¿Qué mierdas le estaba pasando?
Pero antes de que siguiera tratando de formar una oración completa, un fuerte sonido lo sobresaltó.
El claxon de un auto lo regresó a aquella realidad donde aún estaba parado en el semáforo (que ya había cambiado a verde). Tosió confundido y pisó a fondo el acelerador provocando que ambos cuerpos se inclinaran en los asientos.
Roier otra vez temió por su vida pero al cabo de unos minutos Spreen volvió a la normalidad conduciendo como una persona cuerda.
Eso había sido raaaro.
Ni hablar del silencio incómodo que los invadió de un momento a otro. Roier tuvo que ser quién lo rompiera minutos después al reconocer las calles cercanas al instituto.
— Pues… aquí estamos.
— Sí…
Spreen comenzó a detener el auto una cuadra antes de llegar a la escuela, algo que descolocó a Roier.
— ¿Todo bien?
— Sí, sí. Es solo que...
Ignorando ese pequeño desequilibrio físico que tuvo antes...
El problema ahora era que Spreen no había tomado en cuenta lo que sus compañeros pensarían al verlos llegar juntos. Ya había hecho una escena en el entrenamiento, esto solo hundiría más su imágen. Aunque eso no estuvo en su mente al momento de despertarse una hora antes para poner el auto en marcha y llegar a tiempo al horario en el que Roier salía de su casa.
Siendo honestos, no, realmente no tenía nada en mente al hacer eso.
Pero a pesar de que Spreen no lo dijera verbalmente, desde la perspectiva de Roier se veía tenso y dudoso. Y quizás… arrepentido. No fue tan difícil para Roier conectar los cabos sueltos, recordando como el jugador quería evitar que hablaran en público, llegando a una conclusión con un silencioso "oh".
Quizás esta vez pudieron hablar y ser más honestos el uno con el otro. ¡Hasta solucionaron sus diferencias! (No era así pero a Roier se le permitía soñar) Pero eso no quitaba que Spreen aún tuviera esa tonta idea de no querer que los vieran juntos.
Está bien. Ya se había tomado mucha molestia llevándolo a clases. No sería un problema para Roier hacerle este "favor" por más estúpido que fuera. Así que con un suspiro posó su mano en la manija de la puerta y dijo:
— Te veo en clases, supongo.
— ¡No! Pará. —Spreen lo detuvo tomándolo del hombro antes de que pudiera salir. Pero fue tan apresurado que cuando Roier lo volteó a ver no supo qué decir.— Es que… Ehh…
— Lo sé. —El pelinegro parpadeó confundido.— Tienes que cuidar tu reputación y todo eso. No te preocupes, puedo bajarme aquí.
Nuevamente Roier intentó abrir la puerta pero una vez más Spreen no se lo permitió. Cansado, el castaño suspiró y se preparó para repetir su discurso de que lo entendía perfectamente, que no debía preocuparse por eso.
Porque no había forma de que Spreen, el guapo y misterioso capitan del equipo de fútbol y bla bla bla, cambiara de parece-
— No tenés que hacerlo.
Roier casi se ahoga con su propia saliva cuando lo escuchó, resultando en una estruendosa tos.
— ¿Qué?
El Argentino resopló con frustración y se inclinó sobre el asiento del copiloto para volver a colocarle el seguro a la puerta. Luego se dejó caer en su propio asiento junto a un sonido muy parecido a un gruñido. Roier comenzaba a pensar que eso era una mala pero divertida costumbre.
— Yo te traje hasta acá. No voy a dejarte caminar una cuadra solo por esta boludez.
— Oh… ¿Hablas en serio?
Spreen puso los ojos en blanco ante el escepticismo del menor y ni siquiera se dignó en responder. Volvió a poner ambas manos sobre el volante y suspiró.
"Esto es una pésima idea"
Fue lo último que pensó antes de poner en marcha el vehículo.
~ • ~
— Mm, ¿En serio crees que tengo alguna oportunidad con él?
— Sí, obvio. Nada más es muy boludo para darse cuenta.
El chico de ojos verdes estaba hablando con la joven rubia, aconsejandole sobre su propio mejor amigo y lo que debía hacer para lograr acercarse a él.
— No lo sé, Carre. —Mayichi se acomodó un mechón de cabello detrás de su oreja con timidez.— Apenas y me voltea a ver.
— Confiá en mí. Posta te lo digo.
Su compañera se removió dudosa y apretó los libros contra su pecho antes de inclinarse para murmurar:
— Además han habido rumores, ¿Sabes? —Carre volteó a ver a ambos lados y también se inclinó para escucharla.— Dicen que lo vieron con, ya sabes... El chico que salió del closet en las vacaciones.
El más bajo frunció el ceño con confusión.
— ¿Y eso qué tiene que ver?
— Que, bueno, pues… Quizás él… Puede ser…
Carrera tardó unos segundos hasta que finalmente se dió cuenta de lo que la chica quería decir. En ese momento se alejó y soltó una escandalosa carcajada.
— ¡¿Qué?! ¿Spreen? ¿Gay? —Preguntó entre risas. Mayichi solo lo observó con rareza.— No, no. Para nada. Esos son solo rumores boludos. No te preocupes.
— ¿Estás seguro?
— ¡Claro que sí! Por favor, soy su mejor amigo desde que éramos bebés. Si hubiera alguien que pudiera saber algo tan importante como eso, definitivamente sería yo. —Respondió desbordando confianza.— Además, ese pibe vino a nuestro entrenamiento solo. Nadie lo trajo. ¡Ni siquiera son amigos! Te puedo asegurar al cien por ciento que Spreen no tiene nada que ver con él. Es completamente heterosexual. Spreen es la persona más heterosexual que pisó esta escuela.
Ante las palabras del mejor amigo del chico que le atraía, Mayichi podía sentirse más segura pero de todas formas se permitía dudar al respecto. Porque teniendo en cuenta que Spreen era bastante popular, nadie nunca lo había visto en una relación con una mujer… tampoco con un hombre. Bueno, con ningún tipo de persona si vamos al caso.
— Mirá, ahí viene. —Anunció Carre señalando hacia la entrada del estacionamiento escolar. Luego le dió un suave empujón en el hombro a la joven.— Tranqui. Vení conmigo, le saco charla y vas a ver qué al toque agarra confianza.
— ¿S-sí?
— Sí, relajate.
En eso, el viejo auto del padre de Spreen encontró un lugar para estacionar. El motor se apagó y el susodicho salió con su mochila al hombro. Carre al verlo levantó y sacudió su mano en forma de saludo pero cuando no recibió respuesta la bajó con confusión.
— Ehh, está un poco distraído.
Justificó a su amigo mientras lo veía rodear el auto hasta llegar a la puerta de los asientos traseros. ¿Había olvidado algo?
Cuando Spreen abrió la puerta y de aquellos asientos extrajo una… ¿Muleta? Carre pensó lo peor.
¿Spreen se había lastimado? ¿Cuándo pasó eso?
Al parecer su mente no podía razonar lo suficiente como para analizar que Spreen estaba caminando bien. No necesitaba la ayuda de una muleta.
Quién realmente necesitaba una muleta era la persona que apareció cuando la puerta del copiloto se abrió sola dejando ver unos mechones de cabello castaño revueltos.
La mandíbula de Carre casi toca el suelo de la sorpresa. Y no era el único sorprendido.
Las miradas intrusas no tardaron en posarse en ambos chicos acompañadas de murmullos sobre su misteriosa llegada.
Roier nunca se había sentido tan observado en su vida y eso que aún no salía del auto. Ni siquiera cuando estaba en el escenario se había sentido así.
Respiró hondo, se colgó la mochila al hombro y apoyó su pie sano en el pavimento. Para poder ayudarse llevó la mano sobre la puerta e intentó impulsarse sin forzar su pie lastimado. Cuando estuvo a punto de lograrlo (a duras penas), una presión se hizo notar en su espalda baja facilitándole todo el trabajo.
— No podías esperar dos segundos más, ¿No?
Dijo el dueño de la mano que lo estaba impulsando para que finalmente pudiera ponerse de pie.
Roier suspiró sintiendo sus mejillas arder y aún más miradas sobre él.
— ¿Y hacer una escena más vergonzosa en frente de tantas personas? No, claramente no quería hacer eso.
Soltó con cierto tono sarcástico mientras se alejaba del jugador, poniendo todo su peso en ambos pies. Pero aún así no se atrevió a levantar la mirada del suelo.
Ahora podía entender por qué Spreen no quería que los vieran juntos. ¡Esto parecía un ridículo show!
Spreen estaba acostumbrado a la atención. Cuando esta era positiva y no entrometida como la de esos momentos. Estaba acostumbrado a las miradas que no significaban nada. Pero estas miradas eran distintas. Estas eran del tipo que iniciaban infinidad de rumores tontos sobre él.
El jugador chasqueó su lengua e ignoró a los espectadores mientras cerraba la puerta de un golpe. Luego se acercó al castaño que seguía con su mirada perdida en el suelo y silbó para obtener su atención.
Cuando Roier levantó la vista, se encontró con la estorbosa muleta frente suyo.
— A-ahh, sí. Casi lo olvidaba. —De los nervios casi le arranca el objeto de las manos.— Bueno, eh, supongo que gracias… de nuevo. Ehh… Espero que haya quedado en claro que no es necesario que esto se repita, ¿Sí?
Roier esbozó una sonrisa nerviosa hacia él y Spreen rápidamente desvió la mirada aclarandose garganta.
— Sí.
El castaño enarcó una ceja ante la respuesta tan corta y rápida que había dado, pero eso le servía. Lo único que quería hacer era escaparse y escabullirse en su salón.
— Genial. Nos vemos por… ahí.
Sin esperar respuesta se giró y comenzó a alejarse lo más rápido que le permitían su esguinzado pie y la muleta. Eso había sido horriblemente incómodo y de ninguna manera quería que se repitiera.
En el camino casi se cae una, dos veces, pero logró llegar a su clase de matemáticas. O por lo menos eso creía.
Porque antes de que pudiera poner un pie dentro del salón, unas manos lo detuvieron, empujándolo fuera del mismo y obligándolo a voltear.
— ¡¿Qué hacías en el auto de Spreen?!
— Hola Mariana. —Saludó sin ganas.— Yo estoy bien. ¿Y tú?
— ¡No te hagas pendejo, Roier! —Exclamó el más alto. Como si no fuera suficiente toda la atención que ya tenía sobre él, varios en el pasillo lo quedaron viendo por la dramática escena de su mejor amigo.— ¡Lo ví todo! Saliste de su auto. Hasta te sostuvo entre sus brazos como una damisela en peligro. ¿Qué vergas está pasando?
— Es… complicado de explicar.
Mariana dió un paso hacia atrás, cruzándose de brazos y observándolo de pies a cabeza como si estuviera inspeccionandolo.
Roier no sabía con qué pendejada iba a salir ahora.
— ¿Te lo estás cogiendo?
— ¡NO! No, no, no. Es diferente…
—… ¿Al revés?
— ¡NADIE SE ESTÁ COGIENDO A NADIE!
— ¡¿Entonces qué?!
El pobre chico de muleta se llevó las manos a la cabeza y lloriqueó cansado. No era culpa de Mariana que ese día fuera una completa locura y realmente no tuviera ganas de dar explicaciones sobre eso.
Pero si no lo hacía, tanto Mariana como Aldo lo molestarían horas y horas para que se los dijera. Porque si Mariana lo había visto, era obvio que lo primero que haría sería contárselo a Aldo. Y luego ambos se lo contarían a Quackity. Y todo sería una gran confusión.
Sus amigos eran muy bien conocidos por no mantener la boca cerrada.
Así que tomó al más alto por los hombros y le dijo:
— Les diré todo en el almuerzo.
Lo dí todo ;;
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