But Never Blame You
Luego del suceso en la clase de Teatro, Roier intentó mentalizarse que eso había sido algo tonto y que no era su culpa.
Que Spreen se lo tomaría como tal y volvería al Taller como si nada hubiera pasado.
Pero cuando el jugador no se presentó a la siguiente clase, Roier sintió una pequeña incomodidad que fue creciendo con el pasar de los minutos.
Intentó hablar con Juan para hacerlo entrar en razón pero éste seguía firme en que el chico se lo merecía y que sus amigos/compañeros estaban de acuerdo.
Y quizás esa idea lo relajó un poco hasta que se cruzó a Robleis en los pasillos.
— Roier, lo que hicieron fue horrible y muy incómodo para todos.
Dijo el Argentino mientras cerraba su casillero, y el menor solo pudo apoyar su cabeza contra el que estaba a un lado soltando un sonido lamentable.
— ¿En serio estuvo tan mal?
Preguntó abriendo un ojo solo para ver el rostro decepcionado de su amigo. Entonces volvió a quejarse.
— Es que no entiendo cual era el propósito de eso. ¿Querían espantarlo? Muy bien, lo hicieron.
— No es eso... —Roier alejó su cabeza del casillero y lo enfrentó.— Juan dijo que se merecía un poco de su propia medicina, ya sabes, por lo que pasó con Wilbur. Además ¿Tú no dijiste que le vendría bien humillarse un poco?
— Humillarse solo, no que lo humillemos nosotros. Eso es cruel. —Corrigió el mayor.— De todas formas, Spreen no tiene nada que ver con lo que hizo Wilbur.
Roier le dió una mirada confundida.
— Pero... Es su amigo ¿O no?
Robleis compartió el contacto visual de forma silenciosa y automáticamente Roier sintió que se estaba perdiendo de algo.
— En realidad ellos no están en muy buenos términos que digamos...
Una pequeña lucesita de curiosidad se prendió en la cabeza del menor cuando escuchó eso.
— ¿Cómo?
El contrario se rió por lo obvio que fue Roier con sus ganas de escuchar el chisme completo.
— Te lo voy a contar pero no podés decirle a nadie más, ¿Ok? —Roier asintió rápidamente y su amigo prosiguió.— Cuando pasó lo de la fiesta, Spreen rápidamente se disculpó conmigo y quiso obligar a Wilbur a hacerlo pero, como ves, él es medio pelotudo. No conecta dos neuronas ni aunque le ruegues.
Ahogó una risa cuando escuchó como el mayor se refería despectivamente hacia el jugador.
— Entonces, Spreen con su "poder" de líder del equipo lo regañó y dijo que lo iba a exponer con el entrenador.
— ¿A poco?
Soltó sorprendido y Robleis asintió. No podía creer que realmente alguien como Spreen hubiese hecho eso.
Hasta ese momento se lo imaginaba como una persona que solo se preocupaba por si mismo.
En realidad, tenía un claro estereotipo sobre Spreen formado en su mente:
Un tipo popular pero aburrido, completamente heterosexual, y con una exagerada obsesión por el fútbol.
Seguramente era uno de esos chicos que cuando su equipo perdía golpeaba un muro con su puño.
En resumen, solo podía tener de bueno su imagen.
— Sí... Pero no lo hizo.
Y sus expectativas volvieron a caer a ese estereotipo.
— ¿Por qué no?
— ¿Honestamente? No sé. No quiso decirme. —Roier frunció el ceño. Eso era raro.— Pero lo que importa es que él se disculpó.
— No se disculpó conmigo.
Robleis lo observó con pena e hizo una mueca con sus labios.
— Roier, te juro que él es muy tonto... Pero nunca participaría de algo así. —El tiempo de receso ya se había acabado pero el mayor pudo decir una última cosa antes de irse a su clase dejándolo atrás.— Además creo que ahora alguien más debe disculparse...
Mencionó el chico refiriéndose a él.
Y Roier quiso negarse y repetir que todo fue idea de Juan. Pero la verdad era que al principio, practicamente sí había participado de aquello y eso lo hacía sentirse horrible.
Aunque la vergüenza era demasiada como para dar la cara y disculparse con el jugador.
~ • ~
— Yo creo que sí deberías disculparte.
Roier volvió a quejarse pero ésta vez escuchando a su profesor de Teatro.
— ¡Pero no fue mi culpa!
— Roier, me dijiste que sabías las intenciones de Juan y ya tiene un castigo por eso. Pero no quiere disculparse. —Explicó brevemente Vegetta. El menor se había reunido con él en su oficina por pedido suyo ante el acontecimiento de la clase anterior.— Y yo no soy nadie para obligar a los alumnos con sus asuntos internos... Pero todos se merecen una disculpa y una segunda oportunidad. ¿No crees?
El alumno dejó caer su cabeza entre sus brazos apoyados en el escritorio.
— Pero no puedo...
Murmuró con pena.
— Roier, te conozco desde hace... ¿Cuánto? ¿Tres años? Y eso me es suficiente para saber que puedes hacer lo que te propongas. Incluso una simple disculpa.
El señor Samuel tenía razón. Solo era una simple disculpa.
¡¿Pero por qué tenía tanta vergüenza?!
Ya había actuado delante de tantas personas en las anteriores obras de fin de año (como personajes secundarios), esto debía ser pan comido.
— Lo pensaré... —Finalmente se rindió levantando su rostro.— Pero tengo que encontrar un momento a solas con él.
Justo en ese momento, el profesor se puso de pie tomando algunos exámenes de su escritorio.
Al parecer ya tenía que irse.
— Pues no lo has escuchado de mi pero... —El hombre mayor detuvo su caminar para inclinarse hacia Roier y susurrar una frase.— Un pajarito lo ha visto intentando tocar una guitarra desafinada en el Taller de música...
Roier lo miró sorprendido pero a la vez quiso golpearse por su tonta excusa.
Eso era todo. Debía enfrentarse a él.
— ¿A-ahora?
Pero eran inevitables los nervios y la vergüenza. Tanto que fueron muy claras en su voz temblorosa.
Samuel asintió y le dió una pequeña sonrisa al menor antes de salir de la oficina.
Dejando a Roier en un debate mental de si debía ir allí o no.
Si quería disculparse, debía hacerlo ahora porque ya estaban en el horario extracurricular y luego de eso todos irían de vuelta a casa. Incluyendo a Spreen.
Mierda, Roier. Es solo una disculpa...
Intentó animarse hasta que finalmente lo hizo.
Soltó un largo suspiro y se puso de pie para salir de ese lugar en busca del salón de música.
El constante ataque a su sentimiento de culpabilidad había sido efectivo porque de otra manera no había tenido la valentía de hacer lo que iba a hacer.
Pero esa actitud tan vergonzosa no era digna de Roier. Por lo menos no del Roier de hace un par de años.
Esa era la nueva forma de ser que había adoptado luego de lo que sucedió. No solo había afectado a su vida privada, su casi algo y su dignidad. Sino también su persona, lamentablemente.
Aunque eso no era culpa de cierto chico que estaba tocando una guitarra de forma incorrecta e insultando cuando el sonido creado era demasiado estridente.
Roier podía ver a Spreen luchar con ese pobre instrumento a través de una de las ventanas del salón, y podría jurar que debía tener muchas ganas de destrozarlo.
Él se encontraba solo así que tenía la ligera sospecha de que ya todos se habían ido.
También se preguntaba: ¿Por qué el jugador tenía un repentino interés en el Arte y los Talleres? ¿Justo ahora?
Se suponía que tenía que estar entrenando para los futuros partidos. Pero ahí estaba.
De todas formas, eso no era de su incumbencia. Suficiente con lo que había pasado en Teatro.
Roier tomó una gran bocanada de aire y dió unos pequeños golpecitos en la puerta del salón antes de entrar.
Spreen lo analizó con una mirada entre curiosa y tensa cuando pasó el umbral de la puerta pero después de unos segundos regresó al instrumento sin decir nada.
Ouch.
Estaba claro que no esperaba (ni quería) verlo.
— Hola... —No recibió un saludo de vuelta porque el chico estaba muy ocupado intentando crear una buena melodía, así que se acercó con su mejor sonrisa incómoda.— Se que de seguro no quieres escucharme ¡Y estás en todo tu derecho de no hacerlo!
Se apresuró a decir cuando Spreen le devolvió una mirada poco amigable.
— Pero realmente necesito hablar contigo...
El jugador lo observó por unos cuantos minutos sin ningún tipo de expresión lo cual casi provocó que Roier se diera la vuelta y huyera de esa incómoda situación.
— Bueno, hablá.
Uh, ok. No se esperaba que accediera tan pronto así que se quedó un momento congelado sin saber que decir.
Por dios, Roier. No es tan difícil.
Llenó sus pulmones de oxígeno respirando hondo y se movió hasta una de las sillas abandonadas en el salón para tomarla y arrastrarla hasta en frente del chico donde tomó asiento.
— Ok... Quería comenzar diciendo que lamento lo que pasó en la clase. Nunca fue mi intención hacerte pasar un mal rato.
— Pero lo hiciste.
Respondió el jugador con la misma expresión seria de antes.
— Bueno, técnicamente no fui yo.
Agregó Roier seguido de una risa nerviosa.
— ¿Técnicamente?
Preguntó enarcando una ceja, y el castaño solo pudo pensar que eso se sentía como un juego de ataques verbales que obviamente no podía ganar.
Suficiente de eso. Solo tenía que decir las disculpas y largarse de allí. Nada más.
— Olvídalo, solo quiero pedirte disculpas por lo que pasó. —Entonces el menor forzó una sonrisa mientras extendía su mano hacia él para que la tomara como si cerraran un trato.— ¿Estamos bien?
Spreen le dió un vistazo a su mano y luego volvió a verlo.
Y Roier estaba comenzando a ponerse ansioso por el tiempo que se tomaba para responder.
— No.
La sonrisa de Roier se torció un poco cuando escuchó la respuesta sin poder creerlo.
— ¿Qué?
Fue lo único que pudo decir con una risa totalmente fingida.
— No voy a aceptar tus disculpas. —Respondió el contrario como si nada a la vez que volvía a acomodar las guitarra entre sus brazos.— Podés irte ahora.
Roier pestañeó y su mandíbula cayó de la sorpresa e indignación.
¿Acaso lo estaba echando? ¡¿Quién se creía que era?!
— ¿Disculpa? —Soltó esperando que fuera algún tipo de broma en venganza pero el otro lo ignoró. Así que lo intentó una vez más.— ¿Por qué no quieres aceptar mis disculpas?
— Mmm... no suenan genuinas.
El jugador ni siquiera había levantado la mirada de las cuerdas pero Roier pudo apreciar el instante exacto en dónde hubo un pequeño destello de una sonrisa en los labios ajenos.
Claro, estaba jugando con él.
— ¿Ah, sí? ¿Y qué necesita su majestad para que sean genuinas?
Su tono sarcástico era más que obvio pero cuando el más alto comenzó a considerar sus palabras tuvo ganas de golpearlo.
— Bueno, si lo preguntas así... —Roier entrecerró los ojos observándolo sospechosamente mientras el contrario dejaba la guitarra a un lado.— Creo que tengo un poco de hambre.
El mayor se estiró en su silla para luego llevar su mano a su abdomen, más bien a dónde se encuentra su estómago. Desde esa posición le sonrió de forma burlona.
Roier no era una persona que perdiera la paciencia tan rápido, él era la eminencia de la paciencia. Pero ahora mismo eso se estaba agotando a una velocidad increíble.
— ¿Y que quieres que haga o qué, pendejo?
— La verdad se me antojan unos Doritos. —El mexicano estaba entendiendo a dónde iba esa conversación.— Si alguien fuera tan amable de comprarme unos, quizás podría aceptar sus disculpas...
Es un imbécil, idiota, pendejo ojete, culero, cabrón-
Roier se levantó de su asiento y Spreen lo vió curioso. Pero entonces el castaño soltó una risa algo sombría.
— Estás bien pinche pendejo como para pensar que voy a comprarte tus caprichos infantiles para que aceptes mis disculpas. ¿Sabes qué? Si quieres aceptalas y si no quieres no. Me vale verga.
Exclamó el chico y se dispuso en dejar el salón.
Spreen se estaba comportando como un completo inmaduro al no aceptar sus disculpas. Roier fue lo suficientemente atento y amable como para hacerlo porque de todas formas ¡ESO NO FUE SU CULPA!
Pero cuando llegó a la puerta de salida, la voz ajena lo detuvo.
— ¿Y qué va a pensar el profesor Samuel?
El chico se paró justo en frente de la puerta con su mano en el pomo pero giró levemente su rostro hacia él.
— ¿De qué hablas?
— Pues es que... —El jugador se puso de pie con las manos escondidas en los bolsillos, mirando a Roier con una presencia relajada y caminando lentamente hacia él.— El profesor Samuel estuvo muy preocupado por como me sentía después de eso. Me lo preguntó una y otra vez. Incluso me dijo que esa actitud era muy rara viniendo de vos, que sos su alumno "estrella"...
La manzana de Adán de Roier bajó y subió con rapidez cuando escuchó hablar de su profesor favorito.
Vegetta definitivamente era una de las personas que odiaría decepcionar, además de sus padres.
— No creo que le guste saber que su alumno favorito ni siquiera se disculpó conmigo. Va a estar muy decepcionado de vos. Pero alguien tiene que contárselo.
— No lo harías...
Murmuró Roier firme pero preocupado.
— ¿Eso es un reto?
Preguntó Spreen con una sonrisa burlona que el castaño comenzaba a odiar.
Bueno, en realidad le sentaba muy bien. No podía negar su atractivo físico ya que, hasta hace pocos meses Spreen era su Crush inalcanzable. Ese el cual te quedas viendo en cámara lenta cuando entra a algún lugar pero sabes perfectamente que nunca pasaría nada.
Roier tenía más que asumido eso.
En otro momento quizás se hubiese derretido con aquella sonrisa pero estaba molesto.
No iba a hacer eso. De ninguna manera iba a comprarle unos estupidos Doritos al estúpido en frente suyo.
Podía manipularlo todo lo que quisiera.
Roier No lo Va a Hacer.
~ • ~
— Hola, disculpe. Quería unos Doritos...
— ¿Comunes o picantes?
Roier volteó a ver de mala gana a Spreen, quien estaba apoyado a un lado observando la normal situación como si fuera muy divertida.
— Comunes. El picante me hace mal.
Murmuró en respuesta y Roier puso los ojos en blanco antes de volver a ver a la mujer de la tienda con una sonrisa fingida.
— Comunes, por favor.
La mujer trajo lo pedido y el alumno, a regañadientes y murmurando algunas maldiciones, sacó algunos billetes se su cartera para pagar lo debido.
Luego tomó el paquete de comida chatarra para empujarlo contra el pecho del mayor.
— No puedo creer que me hayas hecho eso.
— Ni siquiera están tan caros. Te lo voy a devolver en la semana.
Prometió el más alto mientras abría el paquete con facilidad para comenzar a comer los pequeños triángulos cubiertos de sazón que se quedaba pegado en los dedos.
Roier tenía el leve presentimiento de que la idea de devolverle el dinero nunca iba a suceder.
— Entonces... ¿Disculpas aceptadas?
— Mmm... —El menor tuvo miedo cuando la respuesta tardó de más pero Spreen solo estaba saboreando un dorito.— Sí, digamos que sí.
Roier pudo volver a respirar cuando lo escuchó.
— En realidad, no tenías por qué disculparte en primer lugar.
Entonces la calma se fue.
— ¿Qué?
Aún se encontraban en el buffet del instituto pero por suerte ya casi no quedaba nadie allí. Así que Spreen comenzó a caminar lentamente con rumbo a los talleres mientras era seguido por Roier.
— Es que fue una boludez. No me pareció para tanto ni tampoco lastimaron mis sentimientos. En resúmen: me chupó un huevo.
Spreen, despreocupado, tomó otro dorito y lo llevó a su boca aún con la intensa mirada molesta de Roier encima suyo.
— ¿Estás diciendo que me manipulaste para comprarte unos Doritos sin razón alguna?
Lo iba a matar.
Ugh, si no fuera tan guapo...
— No, pensé que te lo merecías. —Habló el Argentino con la boca llena y ahogando una risa.— Además no tenía plata. Tomalo como tu acción de caridad.
— Te odio.
El jugador soltó otra risa.
— Vos me caes bien. Pero sos muy amable, no tenías que disculparte.
Admitió provocando que la molestia de Roier se disipara un poco.
Eso era algo bueno de oír.
— ¿Entonces todo está bien?
— Sí, no hay problema.
— ¿Con Juan también?
— No no, dije que Vos me caes bien. Ese pelotudo cuatro ojos no, y cuando lo vea lo voy a cagar a piñas. —Roier hizo una mueca. Pero en fin, ¿Qué podía hacer? Juan se lo había buscado.— Bueno, tengo que volver a lo mío. Nos vemos.
La repentina despedida sorprendió a Roier quien rápidamente volteó a ver al chico que se estaba alejando.
— ¡Espera! —Spreen paró su caminar al escucharlo y se giró con un dorito en la boca bastante atento. Roier trató de ignorar lo chistosa que era esa imagen.— ¿Volverás al Taller de Teatro?
El más alto pareció dudarlo y antes de responder se deshizo del triángulo naranja en su boca.
— No sé.
Y con esa simple respuesta retomó su camino hacia los salones sin esperar a que Roier dijera algo más.
¿Ok?
Por lo menos se había sacado un peso de encima y ya no tenía que sentirse culpable por mamadas. Ahora no importaba si Spreen regresaba al taller o no.
Aunque honestamente le hubiese gustado ver esa faceta suya...
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