Capítulo 2
Mía.
El fin de semana había pasado muy rápido y ya casi eran las ocho de la tarde, la hora en la que debí de estar en el instituto para dormir y mañana comenzar un nuevo curso, un nuevo ciclo, un nuevo reto.
El día de la presentación no fue mal, había conocido a mucha gente nueva y eran todos muy simpáticos, pero realmente me daba miedo el nuevo curso. ¿Y si no estaba lista para bachillerato? ¿Y si por mi ansias de ir a la universidad pierdo dos años intentando hacer algo para lo que no estoy hecha?
—Aparta todos esos pensamientos negativos. —dijo mi madre entrando por la puerta de mi habitación. Llevaba una camiseta de mangas cortas y unos pantalones negros. Su pelo castaño y rizado estaba recogido en un moño alto.
—¿cómo sabes que estaba pensando en algo negativo?
A veces me sorprendía la capacidad que tenía mi madre para averiguar qué cosas se me pasaban por la cabeza en todo momento.
—Porque soy tu madre y conozco cada una de tus expresiones. —dijo sentándose a mi lado en la cama. Seguidamente me abrazó.
Si había algo que necesitaba de mi madre en ese momento era ese abrazo. Me hizo sentir más segura y me dio toda la energía que necesitaba para enfrentarme a esta semana en la que no la iba a tener cuando me dieran mis crisis existenciales y no sé si una llamada telefónica podría arreglarlo todo como lo hacía cada vez que me envolvía entre sus brazos y me sentía como una niña otra vez, porque la realidad es que estaba creciendo y que de la Mía inocente que todos adoraban ya quedaba bien poco.
—¿Quieres que te lleve? —dijo mi padre apareciendo desde la puerta. Por un momento pensé en decir que no porque mi padre trabaja mucho y para el poco descanso que tenía no quería molestarle para que me llevara al instituto cuando yo podía irme andando perfectamente. Pero luego lo pensé mejor, para mi padre no era molestia era el último momento que pasaríamos juntos en esta semana.
—Sí, por favor. —dije mostrándole una sonrisa.
Eran las siete, en cuarenta y cinco minutos debía de emprender el camino hacia el instituto. Mi corazón de solo pensarlo se aceleraba. Había momentos que pensaba echarme atrás, pero ¿era realmente la mujer guerrera que mi madre me había enseñado a ser si lo hacía?. Siempre me había repetido por activa y por pasiva que yo debía de ser una mujer libre y segura de mí misma, que tomara las mejores decisiones para mí, aunque para eso a veces tuviera que ser un poco egoísta. Me ha enseñado a empatizar, a luchar por mis sueños y la universidad era uno de ellos y si para alcanzarlo tenía que hacer bachillerato, pues allá que voy.
El timbre de mi casa sonó por lo que fui a abrir. Había una chica delgada vestida con una camiseta de camuflaje y unos vaqueros, llevaba el pelo suelto y castaño, sus ojitos me miraban brillantes y tenía una sonrisa de oreja a oreja. La conozco desde que éramos dos crías que pegábamos los mocos debajo del sofá y jamás la había visto así. Mi amiga Mary era así de espontánea.
—Vengo de casa de Anna y me he hinchado a llorar mientras nos despedíamos. Si tú también me vas a hacer llorar me lo dices y me bajo a mi casa. —dijo señalando al piso de abajo donde estaba su casa.
—Yo tampoco quiero llorar.
Ella levantó el brazo y enseñó un paquete que llevaba en la mano.
—traigo ensaimadas. —hizo un puchero.
Pasamos el tiempo que quedaba hablando mientras comíamos ensaimadas, sabía cuanto adoraba ese pastel desde la primera vez que me dio a probarlo una tarde que las dos estábamos depresivas y desahogamos las penas comiendo y viendo Netflix.
—Va a ser una auténtica mierda no teneros a nadie en los recreos. —dijo mientras comía.
Había repetido noveno grado por lo que ella aún seguía en nuestro antiguo instituto. —Es que ni Grayson, ni Anna, tú, ni Leah, ni Alex...Shane. Nadie, no estáis nadie.
Como dije, Alex, Grayson, Shane, Anna y yo íbamos al mismo instituto, por el contrario Leah había preferido irse a otro en otro pueblo de Portland.
—Bueno, mañana es tu presentación. —dije cambiando de tema.
—Sí, pero no será tan duro como lo tuyo. —dijo medio riendo y yo agaché la cabeza. —¿cómo llevas eso de tener a Jay tan cerca?
Torcí mis labios hacia un lado y luego hacía otro, no sabía muy bien que responder porque tampoco sabía como lo llevaba solo sabía que lo llevaba y punto.
—¿Por qué todo el mundo me pregunta acerca de Jay? —pregunté mirándola. —Ya pasó hace más de un año, ¿Por qué todos suponen que tenerle en mi clase o en la habitación de enfrente debería de causarme algo?
—Si me permites la opinión. Aquel verano que lo dejaste, entre tanta risa y salida y tantas locuras que habíamos hecho, yo te vi llorar por él, y siempre hacías la misma pregunta ¿Por qué a mí si lo único que hice fue quererle?, podrás haber superado tu amor por él, no te lo niego, llevas mucho tiempo con Gray, pero el dolor de la traición de Jay sigue ahí y si ha estado tan oculto ha sido porque has estado casi cuatro meses sin saber nada de él, ahora verle puede que te despierte algún sentimiento. —explicó. Lo que dijo tuvo bastante sentido.
El engaño de Jay había marcado un antes y un después en mí misma, y es que a pesar de todo yo ese daño no lo había dejado atrás del todo.
A las siete y media ya me levanté con mi maleta para ir al coche e irme al instituto. Pero antes me despedí de mi amiga con un buen abrazo.
—Pasároslo bien. Nos vemos el fin de semana. Te quiero.
Le devolví el te quiero y me monté en el coche con mis padres y mi hermano que me llevarían a lo que iba a ser mi hogar, por lo menos los días entre semana. Mientras íbamos de camino, las ganas de llorar me invadieron, pero eran de emoción, puede que esté dramatizando solamente es bachillerato lo que voy a comenzar, pero es que hace nada estaba comenzando la secundaria y ahora de repente estoy en bachillerato y para mí el camino no había sido fácil. El año que había repetido lo hice porque estuve cerca de siete meses sin poder ir a clase debido a problemas de salud, una enfermedad que acompañaba desde lo cuatro años y que volvió a reproducirse a los trece me impidió hacer vida normal, fue el peor año de toda mi educación secundaria.
No quería salir de casa porque debía hacerlo con mascarilla y la gente se me quedaba mirando como si fuese un bicho raro, pero la realidad era que no tenia nada que fuera contagioso. Simplemente tenía las defensas muy bajas, y cada mínimo pequeño virus que hubiera en el aire si yo lo pillaba me mandaba de vuelta al hospital y ya había pasado mucho tiempo allí. Caí en depresión, una depresión en la que mi único refugio era mi boy band favorita porque con mis amigas tenía muy poco contacto ya que si no iba a clase no estaba en cosas que ellas vivían a diario y me sentía fuera de lugar, por lo que eso me hizo alejarme de ellas un poco. Cuando regresé a clase ya había perdido el curso, no podía pasar al siguiente sin haber dado lo básico de ese, por lo que, con diez asignaturas suspensas, repetí curso.
El siguiente año tampoco fue fácil, mis amigas todas habían pasado de curso y ya las veía haciendo planes para el viaje de fin de curso, todas contaban anécdotas de clase y yo no podía participar en ninguna conversación, lo que enfrió bastante mi amistad con Sophie que se acabó volviendo un poco tóxica. Me alejé de mi grupo de amigas y me quedé sola, no salía a los recreos y me quedaba en la biblioteca leyendo libros o haciendo deberes, me daba vergüenza salir al patio y que la gente viera que no tenia amigos, que estaba sola. Mi mejor amiga, Valeria, se encontraba a veinte kilómetros de mí y la vida solo me permitía verla durante unos pocos fines de semana en los que conseguía despejarme de todo. Y ahí es donde estuvo Jay. Cuando yo no tenía a nadie cercano en quien apoyarme, su hombro estuvo ahí y su mano me ayudo a caminar, había secado mis lágrimas los días que había llorado.
14 de julio 2019.
¿Cómo puede alguien con quince años sentirse tan mal como yo me siento ahora mismo? No le encuentro un sentido a mi vida. No tengo ganas de nada. Ya no quiero seguir así, ya no quiero seguir aquí.
Cogí un pañuelo más del paquete de plástico de kleenex y me soné la nariz una vez más. Tenía toda la mesa del comedor llena de pañuelos y ya me dolía la cabeza de la de horas que llevaba llorando.
El teléfono se iluminó con un mensaje de mi novio.
Gorda, ¿Estás bien?
Llevas todo el día sin cogerme el teléfono.
Mía, ya me estás preocupando.
Valeria me ha dicho que tampoco sabe nada de ti. Déjate de ignorarnos, responde por favor.
Sabía que le estaba preocupando y era lo último que quería hacer, pero es que hoy no tenia fuerzas si quiera para responderle, además tampoco es que tuviera ganas de darle explicaciones a nadie. Estaba sola en casa, mamá estaba trabajando, papá también y mi hermano estaba de los tíos con la prima, por lo que aún tenía más libertad para llorar.
Entre llanto y llanto me fui quedando dormida, era la única manera que tenia de apagar todos esos pensamientos malos que me venían a la cabeza, todos esos sentimientos que me estaban rompiendo por segundos. De repente el estruendo sonido del timbre de mi casa me despertó.
Llevo ocho años viviendo en esta casa y me sigue asustando, es tan desagradable ese maldito sonido.
Como soy una persona bastante asustadiza, suelo mirar por la mirilla antes de abrir la puerta. Entonces ahí estaba Jay, su rostro estaba preocupado, lo sabía porque le conocía. Estaba aquí porque no les había respondido a los mensajes.
Intenté secarme las lágrimas para parecer que estuviera bien y que pensara que me había quedado toda la tarde viendo Netflix y leyendo porque era muy típico en mí. Por nada del mundo quería que pensara que estaba mal.
Abrí la puerta y pude ver como su cuerpo se relajó al ver que estaba físicamente bien, mis lágrimas volvieron a mí cuando vi como su mirada se oscureció al ver mi nariz roja por el llanto.
Así que dio dos pasos hacia delante y me envolvió en sus brazos, mi cara quedó totalmente tapada por su camiseta gris y lo más probable era que se la estuviera ensuciando de rímel, pero sabía que eso a él no le importaba, Dejó besos por mi cabeza y cuando ya me hube tranquilizado, agarró entre sus dos manos mi cara.
--Eres preciosa hasta con el rímel corrido. –me dijo, luego se rio y me hizo reír a mí también.
Nos sentamos en el sofá y traté de explicarle un poco como me sentía, pero mas que expresarme lo único que hice fue llorar aún más, y él no me pidió ninguna explicación, tampoco me dijo que dejara de llorar. Solo me abrazó, me acarició la cara y secó todas y cada una de las lágrimas que salían.
--¿Te acuerdas cuando en tu cumpleaños de los catorce dijiste que no había nada que te pudiera animar? Y bailamos juntos el disco de CNCO y al final te animaste. —me dijo poniéndose de pie tomando el control de la televisión.
--Obvio, es uno de los recuerdos más bonitos de 2017. Obviamente el primero es el concierto de CNCO. –dije riéndome y luego sorbí un poco la nariz.
--Bien, esa sonrisa es la que yo quiero ver. –dijo y manejando el control de la televisión conectó en Smart TV, una canción de Sebastián Yatra, nuestra canción. Quiero decirte. Tiró de mi brazo para que me levantara del sofá y me pusiera junto a él frente al televisor. Me pasó el control de la televisión para que lo usara de micrófono y él cogió otro. —tú, te acostumbraste a que te quieran, ¿cómo quererte diferente?, ¿cómo decirte a mi manera? Si a ti te quiere Tanta gente. ¿Cómo creer en lo imposible? Yo te esperé la vida entera, voy a mostrarte lo invisible.
—Y es que hoy, quiero aceptar, no tuve nada y me lograste completar. Desde hoy voy a jurar, lo que no puedo con palabras explicar. —Cantamos juntos mientras nos agarramos las manos y hacíamos como que sujetábamos los micrófonos. Observé lo bien que le quedaba ese anillo de plata que le regalé por su cumpleaños que también cumplíamos once meses juntos. Sonreí, porque a pesar de las veces que Mar, se había intentado meter entre nosotros, separarnos, echarnos a pelear e incluso que lo dejemos, estamos juntos un año y diez días después. Y va a ser así por mucho tiempo. —Quiero decirte que te quiero aunque no sería el primero, quiero decirte que te amo y que este amor es verdadero. Quiero decirte tantas cosas que al final no diré nada, lo que yo quiero estará escrito en mi mirada, que te amo más que a nada.
Después de cantar el estribillo la canción seguía sonando, pero ya no cantábamos sino que nos besábamos.
Y solo él consiguió sacarme una sonrisa ese día, y es que no hay nadie más.
20 Septiembre 2020
Quiero decirte era la canción que me había dedicado cuando habíamos cumplido dos meses de relación, no habíamos podido pasar ese cuatro de septiembre de 2018 juntos porque me había ido de vacaciones y las condiciones que le puse para que no tuviéramos una bronca a mi llegada, aunque era de broma, era que me debía un texto. Pues tuve mi texto y la canción.
Ese día que cantamos juntos, era un recuerdo tan bonito que era como si quisiera volver a él una y otra vez. Pero quién me iba a decir a mí que ese día ya tenía más cuernos que Bambi.
—Ya estamos. —dijo mi padre echando el freno de mano al coche. Había aparcado justamente en la puerta del instituto.
Observé por la ventana y veía a madres y padres despidiéndose de sus hijos como si se fueran a Estados Unidos y no los fueran a ver en cuarenta años, y también incluyo a la mía.
Desabroché mi cinturón para abrir la puerta y salir. Mi padre sacó la maleta del maletero y me la dio. Luego me puse frente a ellos para la despedida definitiva.
—Mamá, no vayas a llorar. El viernes por la tarde estoy de vuelta y nos daremos un maratón de Los hombres de Paco. —Le digo a mi madre a lo que ella se ríe y me abraza.
—Recuerda, tú puedes con muros y murallas, eres la persona más fuerte que conozco y esto tú te lo vas a beber. Pásatelo bien, estudia mucho y recuerda que estoy muy orgullosa de ti. Te quiero. —la abracé aún más fuerte y al final iba a acabar yo llorando igual que ella y voy a entrar con un sofocón y me van a tratar de loca.
—Estudia, pásatelo bien y dile a tu novio que como te haga algo le corto los...—Mi madre le dio un codazo mientras chasqueaba la lengua.
—Ay, papá. —dije riéndome. Luego le abracé. —te quiero.
Por último, me dirigí a mi hermano. No teníamos una relación de esas en las series que no se pelean nunca y son muy buenos el uno con el otro. Mi hermano y yo, no nos aguantamos, nos peleamos por todo, pero nos amamos.
—Nene, nunca pensé que diría esto, pero voy a echar de menos tus gritos jugando a la play. —dije agachándome para ponerme a su altura. —ven aquí.
Le abracé y él a mí.
—Creo que te esperan. —dijo mi madre haciéndome una señal para que mirara detrás mío. Ahí en la puerta estaban, Alex, Shane, Grayson y Anna.
—Bueno, pues debo irme. —les di un abrazo a los tres. —Os quiero. Nos vemos el viernes.
—Nosotros a ti también, te llamo esta noche. —dijo mi madre montándose en el coche.
Yo suspiré cuando vi el coche irse y me giré hacia donde estaban mis amigos. Al llegar los saludé a todos. Por lo que vi estaban bastante nerviosos. Normal, a mi me temblaban las piernas muchísimo.
—Oye, amor. —dijo Grayson. —¿cuando vamos a presentarnos a nuestros padres?
No supe que responderle. Llevábamos siete meses saliendo y aún no conocíamos a la familia del otro. Eso era una de las consecuencias que me había traído mi relación con Jay. La inseguridad.
Mis padres llegaron a cogerle mucho cariño a Jay y al enterarse de lo que pasó, también se sintieron decepcionados.
—Aún no estoy lista, cariño. —le dije. Vi en su mirada un poco de tristeza pero también comprensión. Esa mirada me dio pena, pero no podía hacer nada, no estaba lista para presentarle a mis padres. Me sentía muy insegura y no quería meter a las familias en esto. Con ello no quiero decir que lo nuestro no sea en serio, por supuesto que lo es.
Hicimos el recorrido igual que el de la presentación pero en vez de ir hacia la izquierda, fuimos hacia la derecha.
—Adiós, mi amor. —me dio Grayson un pico cuando llegamos a la segunda planta que estaba su habitación que compartía con Shane, Alex y el chico que estaba en clase sentado detrás de Anna llamado Jesús.
Anna y yo subimos una planta más hasta nuestra habitación. La trescientos nueve.
La encontramos rápidamente porque afortunadamente estaba muy bien ubicada. Antes de entrar me fijé en la de enfrente que tenía la puerta abierta y vi a Jay deshaciendo la maleta entre risas con Adrik, por un momento dirigió su vista hacia mí, pero no pude mantenerla más de un minuto.
Anna y yo abrimos la puerta de la habitación y joder, era fea con ganas. Tenía las paredes blancas y rosas y cuatro camas, unas enfrente de las otras, tenían sábanas blancas y una almohada. Había cuatro escritorios con cuatro sillas con ruedas y una estantería arriba de la mesa, las cuales tenían una lámpara. Luego a la derecha había un vestidor con cuatro armarios.
Vi a Chloe deshaciendo la maleta encima de la cama que quedaba al lado de la puerta.
—Dime por favor que esto lo podemos decorar a nuestro gusto. —le dije a Chloe mirando con espanto a la habitación.
—Por suerte sí. —me dijo y me dedicó una sonrisa antes de meterse en el vestidor.
De él salió una chica alta, más que yo. Tenía el pelo rubio y una sudadera gris de Minnie con unos pantalones vaqueros rasgados.
—Hola, soy Angie. —dijo con una sonrisa. Tenía cara de una chica muy amable.
—Hola, soy Anna y ella Mía. —dijo Anna ofreciéndole una sonrisa. Yo la miré sorprendida. Hostia, Anna socializando.
La chica estaba en nuestra clase y misma modalidad de bachillerato, pero como somos treinta y siete alumnos todavía me perdía con las caras.
Mientras deshacíamos la maleta estuvimos conversando las cuatro y nos reímos mucho, Angie me cayó muy bien y me gustó ver a Anna feliz y socializando.
—Anna, voy a guardar esto en mi casillero vuelvo en nada. Si tardo mucho es que he ido a ver a Grayson. —le dije y luego le dejé un beso en la mejilla.
—Vale.
Salí del cuarto y tuve la mala suerte de coincidir con Jay saliendo.
Joder.
Me dirigí hacia los ascensores para bajar porque me daba muchísima pereza bajar por las escaleras, eso me pasaba desde pequeñita que era muy perezosa. Pero dio la tremenda casualidad que Jay también iba a coger el ascensor y parecíamos ser los únicos que lo íbamos a coger. No iba a irme ahora porque sería muy cantoso de que no quería estar con él a solas y Jay no se merece saber que su presencia me incomoda.
Mierda, con la cantidad de alumnos que había dando vueltas por los pasillos y nadie iba a coger el ascensor.
Cuando este se abrió dejándonos paso a mi exnovio y a mí, no pude evitar mirarle de reojo. Llevaba una camiseta blanca con las mangas cortas negras, conocía muy bien esa camiseta, fue con la que nos dimos nuestro primer beso, usaba unos pantalones vaqueros negros rasgados por las rodillas, que no es que fueran así es que se los cortó él y lo sé porque lo hizo delante mío.
La tensión en esas cuatro paredes azules se podía cortar con un cuchillo, pero qué le hacía, es lo que había.
—¿Qué tal tus compañeras de habitación? —dijo rompiendo el silencio que había, le miré rápidamente y luego dirigí mi vista hacia otro lado.
—Bien, bueno. Una de ellas es Anna, también está Chloe y bueno una chica que se llama Angie, es muy maja. —dije un poco indiferente.
—Sí, estaba en mi clase el año pasado. —Asentí levemente con la cabeza.
Las tres plantas se me hicieron eternas hasta que por fin el ascensor se abrió dándome Libertad de salir para perder a mi ex de vista.
Pero es que hasta corrí con la mala suerte de que también iba a su casillero.
—Vaya, parece que la vida se ha puesto de acuerdo para que coincidamos. —dijo riendo y yo fingí reírme.
Pues te hará gracia a ti, porque yo solo quiero cagarme en su madre.
—Misterios de la vida.
Guardé todos los cuadernos y materiales lo más rápido que pude para perder a Jay de vista pronto, pero lo único que conseguí fue que se me cayeran los libros.
Me agaché para recogerlos y conmigo, Jay.
—Jay, no hace falta. Puedo sola. —dije mientras los recogía.
—Venga, dormilona. Sé lo que te cuesta levantarte cuando te agachas.
Me quedé un poco petrificada cuando me dijo dormilona, porque era el mote que me tenía cuando salíamos.
Una vez recogimos los libros los volví a guardar y le miré como él guardaba los suyos. Puso su mano izquierda en la puerta del casillero y me fijé en lo que llevaba brillante en su dedo anular. No puede ser. Era nuestra alianza. La que yo le regalé y también llevaba el reloj.
—Adiós. —dijo cuando lo cerró y me dedicó una sonrisa.
—Adiós.
Me quedé mirándole mientras se iba. ¿A santo de qué llevaba este lo que le regalé y encima algo tan simbólico como nuestra alianza?
No. Basta, Mía. No vas a permitir que Jay otra vez te haga perder tu estabilidad emociona. No puedes, recuerda lo que te hizo.
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