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Fragmented ice, broken heart.


Siempre había sido consciente de sus inseguridades, no era un secreto para nadie que los nervios le traicionaban constantemente, y a lo largo de toda su vida se acostumbró a cargar sobre sus hombros la responsabilidad de su debilidad mental. Nunca se caracterizó por ser ambicioso, tampoco por tener grandes logros. Claro, no es que no quisiera destacar, sino que de alguna forma siempre le era más fácil pasar inadvertido.

En Hasetsu no había mucho que hacer, era un pequeño pueblo que sencillamente gozaba de más tranquilidad de la que realmente era sana para los habitantes. Las actividades se limitaban a los pequeños parques donde los niños solían reunirse después del colegio, esa costa fría y poco concurrida, un estudio de baile y una pista de hielo; eso sin contar el onsen que su familia administraba y que sólo veía clientes regulares dado que no había un gran tránsito turístico. Solía recordar con algo de nostalgia aquellos días donde era un infante pequeño y regordete. Nunca fue popular entre los otros niños, sin embargo hallaba la forma de no aburrirse, jugaba solo y por las tardes, después de terminar con sus deberes acudía a sus clases de baile.

No era típico que un niño prefiriera mover los pies con ligereza y parsimonia a salir a jugar con sus iguales tras un balón. A Yuri, le gustaba girar, saltar y dejarse llevar por la música. Se sentía seguro en un cuarto rodeado de espejos imitando los movimientos que su profesora le enseñaba. Para él había estado bien pasar todo su tiempo en una sola actividad, sin embargo cuando quiso intentar algo nuevo sus opciones fueron pocas. El soccer no le llenaba, el baloncesto no era lo suyo y la convivencia forzada con mucha gente en los partidos siempre le hacía querer correr en sentido contrario.

Poco después de sus nada destacables actividades en equipo, visitó con algo de temor la vieja pista de hielo. Minako- sensei le había hablado de patinaje como un deporte en el cual podría sentise seguro ya que no había balones ni grandes multitudes, además de que si se volvía lo suficientemente bueno podría bailar en la pista.

Ella había tenido razón, ahí no había mucha gente, nadie parecía querer estar en una pista sin ver algo emocionante y lleno de adrenalina. El hokey no superaba los 4 alumnos y toda atención se centraba en los más bien pocos niños que preferían patinar de extremo a extremo. Casi siempre estaba solo y no entendía porqué nadie más disfrutaba como lo hacía él. Probablemente era que dentro era tan frío que el golpe de la gélida temperatura erizaba la piel, o tal vez era que patinar sin ruedas era más complejo de lo que se podía creer.

Cuando aprendió a desplazarse por todo lo ancho y largo de la pista, tuvo la inconfundible sensación de que eso era incluso mejor que bailar. Podía deslizarse, sentir la velocidad e incluso combinar los pocos movimientos que le habían enseñado con algunos pasos nada ostentosos de baile. Yuri no era tonto, él sabía que aquello era un deporte, y junto a Takeshi y Yuko intentó imitar algunas sencillas coreografías que eran tomadas enserio hasta que su imaginación se los permitía. Nunca pensó en que patinar fuera una posibilidad, para ellos tres era un pasatiempo que les ayudaba a relajarse cuando los exámenes se volvían difíciles, o cuando las vacaciones los estaban asfixiando con los días libres llenas de aburrimiento.

Sin querer, las horas que pasaban sobre el hielo los llevaron a pequeñas exhibiciones y competencias que poco a poco le quitaron una pequeña parte de todo ese miedo que representaba sentirse expuesto. En aquel tiempo todo era mitad juego, mitad competencia. Esos años pasaron lentos entre su crecimiento. Pronto se dio cuenta que Yuko se había vuelto su modelo a seguir. Ella era elegante, rápida y tenía un carisma inigualable en la pista, se veía como una princesa sobre sus patines.

Sus padres y su hermana lo alentaban a continuar, ellos jamás le exigieron medallas, títulos o reconocimientos. Muy en el fondo él creía que entendían que amaba hacer lo que hacía por el simple hecho de ser él mismo cuando entrenaba.

Yuri consideró todas esas licencias como un apoyo fundamental que no le pedía nada a cambio salvo verlo feliz.

Y lo era, era feliz clavando las cuchillas de sus patines delicadamente en el hielo. Yuko y Takeshi finalmente se hallaban ocupados con sus estudios y cesaron su entrenamiento casi por completo. Sin embargo jamás dejaron de lado reunirse ocasionalmente para disfrutar de las competencias transmitidas en la TV. Juntos bromeaban y se imaginaban siendo ellos quienes vestían hermosos trajes llenos de brillo, actuando al compás de alguna pieza clásica o agradeciendo al público por los ánimos. Yuri sonreía cada que veía una rutina, él no se visualizaba subiendo a un podio, tampoco compitiendo en algún país lejano, simplemente disfrutaba ver y sentir la adrenalina al tratar de pensar cuán grandes eran aquellas figuras que aparecían ahí.

Recordaba ese día tan bien, que sentía cada segundo de este recorrerlo como escalofrío. Yuko, Takeshi y él estaban terminando su entrenamiento de rutina cuando sintonizaron a toda prisa la última competencia, los junior de ese año ya estaban sobre el hielo. Ellos ya tenían a su favorito.

Victor Nikiforov era uno de los grandes vencedores de todas las competencias, al cual esperaban ver tan nerviosos como si fueran ellos quienes salieran a la pista. Aquella ocasión, Yuri no sólo vio una actuación perfecta. Victor se había convertido automáticamente en una figura que se decidió a admirar. Era casi etéreo, ágil sobre el hielo, veloz, delicado, fuerte e impresionante con cada una de sus interpretaciones. El patinador ruso tenía tantas cualidades que Yuri no supo cuál era la que admiraba más. Era tan opuesto a él que se preguntaba si alguna vez alguien lo había visto a él como el veía a Victor.

Seguro que no era tan bueno, ni siquiera para llegar a un punto de comparación en un futuro lejano.

Eso no le importó, cuando comenzó a seguir a aquella figura de cerca, su carrera, sus gustos personales, todo; Yuri lo sabía todo sobre Nikiforov. Poco a poco sus paredes se vieron tapizadas de posters, sus libreros estaban llenos de fotografías enmarcadas del patinador. Yuko y él llegaron al extremo de copiar minuciosamente las coreografías y los programas de cada una de las presentaciones del patinador ruso. Se compró un perro, idéntica raza, idéntico color, incluso se atrevió a amarlo Vic-chan. Para él aquella mascota lo hacía sentir un paso más cerca de su ídolo, como si fuera algo intrínseco que los ligara a la distancia.

Sin querer ser consciente de sus propios logros fue escalando peldaño a peldaño el largo camino que lo llevó a certificarse como un patinador de la FJP. Él podría no habérselo creído, sin embargo Yuko siempre le decía cuan bueno era en ello. Y aún sin creerlo totalmente se encontró en un país extraño, dedicándole todas sus horas a su carrera como patinador y a ésa paralela que lo mantenía como miembro becario de la comunidad deportiva de la universidad de Detroit.

Todo marchaba bien, tenía un par de amigos, en sus asignaturas siempre obtenía un buen promedio quizá no exceso sin embargo lo hacía sentir satisfecho. Incluso le habían asignado un entrenador.

Celestino, se había encargado de llevarlo a las grandes competencias, le había enseñado, lo había coordinado y a pesar de que el pánico lo invadía cada vez con mayor intensidad, se forzó a seguir. Por su familia, que le daba un apoyo constante, por esos amigos que veían en él un poco de ese juego de niños convertido en un sueño compartido, por...

Por él.

Por Victor, su objeto de admiración desde mucho tiempo atrás.

Saber que podría patinar en la misma pista, era lo que lo obligaba a levantarse cada que una pirueta lo mandaba al suelo, era ésa la fuerza que le motivaba a dejar de lado los dolores ocasionados por las largas horas de entrenamiento, las lesiones y la frustración quedaban lejos cuando calificaba y se veía más cerca. Sorprendentemente cerca de lograr aquello con lo que había estado soñando años atrás.

Sus rutinas y su empeño lo llevaron a calificar. Quería creer que de todas, esta racha era la mejor de todas, Celestino le recordaba constantemente que era uno de los mejores patinadores que Japón tenía en sus filas. Sus padres no cesaban de llamarlo para contarle que el pequeño negocio familiar recibía cada día más visitantes interesados en conocer el entorno que había forjado a la figura representativa del país. Pichit, lo animaba y trabajando codo a codo lograba sentirse tranquilo.

Sin embargo, un golpe tras otro fueron derrumbado la poca estabilidad emocional que ostentaba días antes del Grand Prix Final. La ansiedad estaba llenado poco a poco su mente. ¿Y si fallaba? ¿Qué pasaría si una vez en la pista fracasaba de forma rotunda mucho antes de poder siquiera arañar algún metal? ¿Estaba listo para ir a las ligas mayores con tan poca experiencia? Nada, ni el constante apoyo de sus seres cercanos o su propio deseo de cumplir un sueño lograban asentar sus ganas de irse y no volver hasta estar listo.

Pese a que Celestino notó sus crecientes crisis nerviosas, no hizo más que poner sus cartas más fuertes sobre la mesa. Y no es que él esperara otra cosa, su entrenador podía cuidarlo, alentarlo y guiarlo, pero no era suficiente, no era el soporte que necesitaba.

No cuando estaría en la misma pista, que él. No cuando había algo que le gritaba que todo saldría mal.

La sensación no erró. Si momentos antes los nervios lo consumían, ahora era una creciente tristeza y un dolor anclado en lo más profundo de su alma. Nadie más que él sentiría la pérdida de su mascota, no era un simple can, tampoco que fuera al copia al carbón de caniche de Victor, ni Víctor importaba tanto. Tenía años sin ver a su mascota era verdad, pero después de finalizar el Grand Prix quería regresar a casa y volver al lado de quien sin importar si era campeón o no, estaría para él de forma incondicional.

El hielo lo recibió y con sórdidos aplausos se ubicó en el centro, en cuanto la pista que Celestino había elegido para la ocasión comenzó a sonar todo se volvió borroso, sus pasos eran aún más inseguros que nunca. El ritmo no llegaba a tocar su corazón y aunque trató de canalizar sus emociones en la melodía, la desesperación lo consumió en los saltos y la ansiedad lo hizo caer una y otra vez. ¿De qué le serviría levantarse? ¿Tenía aún motivos para volver? ¿Quién lo querría después de hacer el ridículo?

Nadie.

Nadie lo reconocería, nadie se sentiría orgulloso de él. No habría persona alguna que le ofreciera consuelo por sus pérdidas. Su madre tendría que quitar el clavo en el que colgaría su imaginaria medalla de cualquier metal. Su hermana no le diría dónde habían dejado los restos de su perro, Minako-sensei lo miraría con pena y estaba seguro de que no podría soportarlo por mucho tiempo.

Por algunos instantes creyó que el haber perdido no lo alejaba de su sueño principal. Había visto a su ídolo y éste había dicho su nombre. "Yuri" jamás había sonado tan hermoso para sus oídos, sin embargo tarde notó que no era a él a quien esa persona que ostentaba un lugar tan alto en su pedestal se estaba dirigiendo. Él no era el Yuri de Víctor, él era a ojos de cualquiera un admirador fracasado que sólo podía tomarse una fotografía como recuerdo de su más grande pena.

Se sintió más miserable aún, cuando comprendió que había sido ingenuo al creer que siquiera valía la pena como competidor. No podía reprochare nada a Victor por no saber que de alguna forma había sido su rival. Tal vez no ostentaría ese título ni en un millón de vidas.

Ya no le importó su vergonzoso último lugar, ni tampoco las amenazas de aquel joven patinador, mucho menos todo el consuelo que trató de ofrecerle su entrenador. Nada servía, todo estaba perdido y quizá contrario a lo que aquel reportero pensara, lo mejor era retirarse, alejarse de las competencias y paulatinamente olvidarse de que algún día él amó deslizarse en el hielo.

Recordaba haberse ido la mañana siguiente después de la fiesta. Dejó en recepción la cuenta liquidada y no permitió que la recepcionista le entregara los mensajes que había para él. Seguro serían de Celestino, de su familia o amigos y no quería flaquear con burdas palabras de consuelo. Estaba por completo decidido a volver a Detroit, terminaría su carrera y encontraría la forma de permanecer con un perfil bajo hasta que se sintiera con ganas de dar la cara sin desmoronarse ante el mero recuerdo de su vergonzoso y oscuro pasado como patinador fracasado.

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