𝘾𝘼𝙋𝙄𝙏𝙐𝙇𝙊 𝘿𝙄𝙀𝘾𝙄𝙎𝙄𝙀𝙏𝙀
Capítulo dedicado a brina_6 gracias por tu apoyo.
Hasta donde puedo decir, la segunda etapa de Iniciación consiste en sentarse en un pasillo oscuro con los otros Iniciados, preguntándose qué va a pasar detrás de una puerta cerrada.
Uriah se sienta frente a mí, con Marlene a su izquierda y Lynn a su derecha. Los Iniciados nacidos en Osadía y los transferidos se separaron durante la primera etapa, pero entrenamos juntos de ahora en adelante. Eso es lo que Cuatro nos dijo antes de desaparecer detrás de la puerta.
—Entonces —dice Lynn, rozando el suelo con su zapato— ¿Cuál de ustedes está en primer lugar, eh?
—Soy yo —dije con orgullo.
—Apuesto a que puedo ganarte. —Lo dice casualmente, girando el anillo en su ceja con los dedos—. Estoy en segundo lugar, pero apuesto que cualquiera de nosotros podría ganarte, transferida.
Suelto una risa. Fijo mis ojos en los suyos—No estaría tan segura si fuera tú. Díganme ¿Quien de ustedes es el primero?
—Uriah. —Dice ella—. Y estoy segura. ¿Sabes cuántos años nos hemos dedicado a prepararnos para esto?
Ella trataba de intimidarnos, y parece que logró su cometido con mis compañeros. Por otro lado, yo tenía en cuenta la desventaja que los Transferidos tenemos con los Iniciados.
Antes de que pueda responder, Cuatro abre la puerta y dice: —Lynn. —La llama, y ella camina por el pasillo, con la luz azul al final haciendo brillar su cabeza afeitada.
—Así que eres el primero —le dice Will a Uriah.
Uriah se encoge de hombros. —Si. ¿Y?
—¿Y no crees que es un poco injusto que te hayas pasado toda tu vida preparándote para esto, y esperan que aprendamos todo en un par de semanas? —dice Will, entrecerrados los ojos.
—No puedo creerlo. —Dije cerrando los ojos—. Creí que eras un nacido en Erudición.
>> —Si este es tu temor. Hubiera sido mejor que te quedes en Erudición y así tener ventaja en contra de los Transferidos. Antes de haber escogido Osadía como tú futura facción debiste haber analizado las desventajas que te esperaban en la Iniciación. Estoy segura de que tú lo sabías, pero no le tomaste importancia; ahora que ves el nivel de rivalidad entre Iniciados y Transferidos crees que hay un nivel de Injusticia, lo cuál si es cierto pero esto no pasa solo acá, sino en toda facción. De nosotros era la decisión de aprovechar aquella ventaja. No digas que es injusto, porque ya tomaste tu elección, tu elegiste esto. Ahora acepta las consecuencias.
—Pues tienes razón —me dice Uriah—. Pero esa ventaja solo se limita a la primera etapa. Nadie puede prepararse para la segunda etapa. Al menos, eso me han dicho.
Nadie más habla. Nos sentamos en silencio durante veinte minutos. Cuento cada minuto en mi reloj. Entonces la puerta se abre de nuevo, y Cuatro llama otro nombre.
—Peter —dice.
Poco a poco, nuestros números comienzan a disminuir, y solo quedamos Uriah, Drew y yo. La pierna de Drew rebota, y los dedos de Uriah golpean contra su rodilla, quien trata de sentarse perfectamente quieto. Sólo escucho murmullo en la sala al final del pasillo, y sospecho que esto es otra parte del juego que les gusta jugar con nosotros. Aterrándonos en cada oportunidad.
La puerta se abre, y Cuatro me llama. —Vamos, Noah.
Me pongo de pie, con mi espalda doliendo por apoyarme contra la pared durante mucho tiempo, y camino junto a los otros Iniciados. Drew estira su pierna para hacerme tropezar, pero salto sobre ella en el último segundo.
Cuatro toca mi hombro para guiarme dentro de la habitación y cierra la puerta detrás de mí. Cuando veo lo que hay dentro, retrocedo inmediatamente, con mis hombros golpeando su pecho.
En la habitación hay una silla reclinable de metal, similar a la que me senté durante la prueba de aptitud. Junto a ella está una máquina familiar. Esta habitación no tiene espejos y apenas algo de luz.
Hay una pantalla de computadora en un escritorio en el rincón.
—Siéntate —dice Cuatro. Aprieta mis brazos y me empuja hacia adelante.
—¿Cuál es la simulación? —le digo.
—¿Has oído hablar de la frase "enfrenta tus miedos"? —dice—. Tomaremos eso literalmente. La simulación te enseñará a controlar tus emociones en medio de una situación aterradora.
Toco con una mano vacilante mi frente. Las simulaciones no son reales, no representan una amenaza real para mí, así que lógicamente, no debería tener miedo de ellas, pero mi reacción es visceral. Necesito de toda la fuerza de voluntad que tengo para dirigirme a la silla y sentarme de nuevo en ella, presionando mi cráneo contra el reposacabezas. El frío del metal se filtra a través de mi ropa.
—¿Alguna vez has administrado las pruebas de aptitud? —digo. El parece calificado para eso.
—No. —Responde.
Sus dedos cepillan mi cuello. Mi cuerpo se tensa. ¿Un gesto de ternura? No, tiene que mover mi cabello hacia un lado. El golpea algo, e inclino la cabeza hacia atrás para ver lo que es. Cuatro sostiene una jeringa con una larga aguja en una mano, con su pulgar contra el émbolo. El líquido en la jeringa está teñido de naranja.
—¿Una inyección? —Mi boca se seca. Usualmente no me importan las agujas, pero esta es enorme.
—Usamos una versión más avanzada de la simulación, un suero distinto, sin cables ni electrodos.
—¿Cómo funciona sin cables?
—Bueno, yo tengo cables, así podré ver lo que pasa —responde—, pero el suero hay un diminuto transmisor para ti que enviará datos al ordenador.
Me vuelve el brazo y mete la punta de la aguja en la tierna piel del lateral de mi cuello. Noto un dolor profundo en la garganta, hago una mueca e intento concentrarme en la tranquilidad de su rostro.
—El suero hará efecto dentro de 60 segundos. Está simulación es distinta a la de la prueba de aptitud. Además de llevar el transmisor, el suero estimula la amígdala cerebral, que es la parte del cerebro que se encarga de procesar las emociones negativas, como el miedo, y luego produce una alucinación. La actividad eléctrica del cerebro es entonces transmitida a nuestra computadora, que luego traduce tu alucinación en una imagen simulada que puedo ver y monitorear. Entonces enviaré la grabación a los administradores de Osadía. Permanecerás dentro de la alucinación hasta que te calmes, es decir, hace que reduzca tu frecuencia cardíaca y controles tu respiración.
Trato de seguir sus palabras, pero mis pensamientos están fuera de control. Siento la marca de los síntomas del miedo: las palmas sudorosas, corazón acelerado, opresión en el pecho, boca seca, un nudo en mi garganta, dificultad para respirar. El coloca las manos a ambos lados de mi cabeza y se inclina sobre mí.
—Sé valiente, Noah. —Susurra—. La primera vez es siempre la más difícil.
Sus ojos son lo último que veo.
Iba caminando por las calles de la ciudad, y lo más extraño es que era una calle solitaria, no se podía oír nada y tampoco se podía ver a nadie.
Seguía caminando pero alerta, sentía algo en mi pecho. Mi respiración iba acelerando.
Giré bruscamente para ver si alguien me seguía, pero no vi a nadie. Volví mi vista al frente, y lo que ví me puso los pelos de punta.
Frente a mí se encontraba un hombre con una máscara que le tapaba todo el rostro. Sus ojos, sus ojos eran azules. Unos azules que me recuerdan a alguien.
De los costados aparecen otros hombres. Ellos me agarran de mis brazos, intento liberarme pero no puedo moverme, me siento pequeña e indefensa, no puedo hacer que me suelten.
Me desespero tanto que comienzo a gritar, a pedir ayuda esperando que alguien me escuché.
—¡Déjenme! —grito.
—Déjenme por favor...
Mi voz se quiebra, mis lágrimas caen. Ellos no hacen caso a mí petición y me dirigen a un edificio, una habitación oscura.
Sigo luchando para que me suelten, pero no hacen nada más que lo que el hombre de ojos azules les dice.
Sigo llorando, sigo gimiendo de dolor, mis brazos eran apretados por sus manos.
Me tiraron a un sillón y cerraron la puerta con llave, dejándome sola con aquel hombre.
El se sube sobre mí, trato de alejarlo de mí pero me golpea para que dejé de hacerlo.
Acerca su rostro al mío y me susurra en la oreja—: Eres hermosa.
Permanecerás dentro de la alucinación hasta que te calmes, su voz continúa.
No puedo calmarme, esto es una pesadilla, una maldita pesadilla.
Mi cabeza palpita.
Respira. Mantengo la boca cerrada y aspiro aire por la nariz.
Cierro los ojos. Dejo de forzar y concedo que aquel hombre me toque.
Al abrirlos me encuentro sentada en la silla de metal, con las mejillas mojadas. Abrazo mis piernas y apoyo mi cabeza en ellas. Intento olvidar lo que pasó, nunca sentí un sueño de esa manera, se sentía tan real.
Sentí una mano en mi espalda y lo primero que hice fue golpear al aire chocando con algo suave.
—¡No me toques! —sollozo.
—Se terminó. —Dice Cuatro. Sus manos se desplazan con torpeza por mi cabello. Corro las manos a lo largo de mis brazos, aún sacudiéndome para limpiar las huellas que dejaron las manos de ese hombre.
—Noah.
Me balanceo adelante y atrás en la silla de metal.
—Noah, te voy a llevar de vuelta a los dormitorios, ¿de acuerdo?
—¡No! —Digo al instante. Levanto la cabeza, mi vista es borrosa por las lágrimas—. No me pueden ver... no así...
—Cálmate —dice—. Te llevaré por la puerta de atrás.
—No necesito que... —Niego con la cabeza. Mi cuerpo está temblando y me siento tan débil que no estoy segura de poder ponerme de pie, pero tengo que intentarlo. No puedo ser la única que necesita ser acompañada de regreso a los dormitorios. Incluso si no me ven, lo averiguarán, hablarán sobre mí...
—Tonterías.
Me toma del brazo y me arrastra lejos de la silla. Parpadeo las lágrimas de mis ojos, limpio mis mejillas con la palma de mi mano, y lo dejo conducirme hacia la puerta detrás de la pantalla de la computadora.
Caminamos por el pasillo en silencio. Cuando estamos a pocos metros de distancia de la habitación, tiro de mi brazo y me detengo.
—¿Por qué me hiciste eso? —le digo—. ¿Cuál era el punto?
—¿Creías que la superación de cobardía sería fácil? —dice con calma.
—¡Eso no es superación de cobardía! ¡La cobardía es como decides ser en la vida real! —presiono las palmas contra mi rostro y suelto las últimas lágrimas que quedan en mi.
Sus ojos lucen negros en el oscuro pasillo, y su boca se encuentra en una línea severa.
—Aprender a pensar en un ambiente de miedo —dice—. Es una lección que todos necesitan aprender. Es eso lo que estamos tratando de enseñarte. Si no puedes aprenderlo, tendrás que salir pitando de aquí, porque no te querremos.
—Estoy tratando. —Mi labio inferior tiembla—. Pero fallé. Estoy fallando.
El suspira. —¿Cuanto tiempo crees que pasaste en la alucinación, Noah?
—No lo sé. —Niego con la cabeza—. ¿Media hora?
—Tres minutos. —Responde—. Lo hiciste tres veces más rápido que los otros Iniciados. Lo que sea que eres, no eres un fracaso.
—¿Tres minutos?
Sonríe un poco. —Mañana serás mejor en esto. Ya lo verás.
—¿Mañana?
El toca mi espalda y me guía hacia el dormitorio. Siento su mano a través de mi camisa. Su suave presión me hace olvidar mi pesadilla por un momento.
—¿Cuál fue tu primera alucinación? —le digo, mirándolo.
—No fue un "que", sino un "quien" —responde encogiéndose de hombros—. No tiene importancia.
—¿Y has superado ese miedo?
—Todavía no. —Llegamos a la puerta del dormitorio, el se apoya contra la pared, deslizando sus manos en los bolsillos—. Puede que nunca lo consiga.
—Entonces, ¿No desaparecen?
—Algunas veces, sí. Y, a veces, aparecen nuevos miedos para sustituirlos —explica, metiéndose los pulgares en las trabillas del cinturón—. Pero el objetivo no es tenerle miedo a nada, eso es imposible. El objetivo se trata de aprender a controlar tu miedo y liberarte de ellos.
Asiento con la cabeza. Antes pensaba que los de Osadía no tenían miedo, eso era lo que parecía. Sin embargo, lo que veía como falta de miedo era, en realidad, un miedo bajo control.
—No sabía que convertirse en un Osado sería así de difícil. —Le digo, y un segundo después, me sorprende el haberlo dicho, sorprendida de haberlo admitido. Me muerdo al interior de mi mejilla y observo a Cuatro cuidadosamente. ¿Fue un error decirle eso?
—No siempre fue así, me han dicho—dice Cuatro, levantando un hombro. Al parecer mi confesión no le molesta—. Ser Osado, me refiero.
—¿Qué ha cambiado?
—El liderazgo —dice—. La persona que controla el entrenamiento establece el estándar de comportamiento de la facción. Hace seis años, Max y los demás líderes cambiaron los métodos de entrenamiento para hacerlos más competitivos y brutales, se suponía que era para comprobar la fortaleza de los iniciados. Y eso cambió las prioridades de Osadía en su conjunto. Seguro que ya te imaginas quién es el nuevo protegido del líder.
La respuesta es obvia: Eric. Ellos lo entrenaron para ser cruel y ahora sé que entrenará al resto de nosotros para ser crueles también.
Miro a Cuatro. Su entrenamiento no funcionó en él.
—Si tu fuiste el que clasificó primero en tu clase de Iniciados —le digo—. ¿Cuál fue el puesto de Eric?
—Segundo lugar.
—Así que fue su segunda opción para el liderazgo —él asiente lentamente—. Y tú fuiste la primera.
—¿Qué te hace decir eso?
—Por la manera en que Eric estaba actuando en la cena la primera noche. Celoso, a pesar de que tiene lo que quiere.
—Pero le falta algo. —Él me mira de los pies a la cabeza. Y luego vuelve su vista al frente.
No le tomo importancia. Sorbo mi nariz y limpio mi rostro una vez más, y aliso mi cabello.
—¿Me veo como que he estado llorando? —digo.
—Hmm. —Se inclina cerca, entrecerrando los ojos como si estuviera inspeccionando mi rostro. Con una tensa sonrisa en la comisura de su boca. Se inclina más cerca, por lo que respiramos el mismo aire, si pudiera recordar respirar—. No, Noah —dice. Y su expresión se vuelve más seria—. Luces fuerte como una roca.
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