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Episodio 2 - Fukushū no Kaze...

Yokashi se encontraba en su casa, rodeado de provisiones y armas, empacando con una determinación férrea. Cada movimiento que hacía lo sentía cargado de una mezcla de coraje y dolor, y al mismo tiempo, una sombra de incertidumbre se cernía sobre su mente. Sabía lo que iba a hacer. Sabía que no podía seguir adelante sin enfrentarse a Raiku Kamigawa, el hombre que había destruido su vida al arrebatarle a su hermana. Su nombre resonaba en su cabeza como una constante, un eco que lo empujaba hacia adelante, implacable.

A pesar de los consejos de Kazuo, a pesar de las advertencias, Yokashi no podía detenerse. La venganza era lo único que podía darle sentido a su existencia ahora. No sabía cómo era Raiku, ni cómo lucía, pero eso ya no le importaba. Saber su nombre era más que suficiente para encender su ira. La certeza de que debía matarlo se había arraigado en su corazón como una espina venenosa que no podía arrancar.

El aire en la habitación se sentía denso, como si el peso de su decisión lo hubiera envuelto todo. Sin embargo, cuando la puerta de la casa se abrió de golpe, un cambio sutil pero inmediato ocurrió. Yokashi reaccionó al instante. En un movimiento fluido y preciso, tomó su arco, tensó una flecha y apuntó, tan rápido como una ráfaga de viento. La tensión del momento se quedó suspendida en el aire, y solo cuando vio la figura de Eiko en el umbral de la puerta, con las manos levantadas en señal de rendición, su cuerpo relajó la postura.

– Soy yo... – dijo Eiko con voz suave, su mirada llena de preocupación.

Yokashi, con una sonrisa triste, bajó lentamente el arco, la flecha aún cargada, pero su mirada ya no estaba fija en el peligro, sino en la joven frente a él. Aunque la sonrisa en su rostro no alcanzaba a aliviar la tristeza en sus ojos, era suficiente para Eiko.

– Lo siento, Eiko... – dijo, su voz apenas un susurro. – Es solo que estoy... tan lleno de furia. No sé si podré controlarme.

Eiko caminó hacia él, con una serenidad inquebrantable en su expresión. A pesar de todo el caos interno que sentía Yokashi, Eiko parecía estar en completa calma, como si su presencia sola fuera capaz de calmar el torbellino en su corazón.

– No tienes que hacer esto solo, Yokashi – dijo ella, su tono tranquilo pero lleno de determinación. – Sé lo que te está llevando a este camino, pero venganza no te traerá paz. Ya has perdido tanto, y no quiero que te pierdas a ti mismo también.

Yokashi la miró en silencio por un momento, como si sus palabras fueran el último eco de un sueño lejano. La verdad es que, en el fondo, sabía que Eiko tenía razón. La venganza solo alimentaba el dolor, pero no podía dejarlo ir. Raiku le había robado todo lo que amaba, y no podía permitir que quedara impune.

– Ya lo he decidido, Eiko – dijo finalmente, con una firmeza renovada. – Tengo que hacerlo. Es lo único que me queda. No puedo quedarme aquí esperando a que alguien más lo haga.

Eiko lo observó en silencio, como si estuviera sopesando sus palabras y sus intenciones. A pesar de su preocupación por él, ella comprendía el profundo conflicto que lo atravesaba. Sabía que no podía cambiar su mente, al menos no ahora. Sin embargo, no podía permitir que lo hiciera solo.

– Entonces no lo harás solo – respondió ella con firmeza. – Si vas, voy contigo. No pienso dejarte enfrentar esto en solitario.

Yokashi la miró sorprendido, sus ojos grandes y llenos de una mezcla de gratitud y preocupación. Eiko siempre había sido así, tranquila y bondadosa, pero también increíblemente decidida cuando se trataba de las personas que amaba.

– Eiko... no tienes que hacerlo. Es peligroso. Raiku no es alguien con quien debas... – empezó a decir, pero ella lo interrumpió con una mirada que no admitía discusión.

– No te dejaré ir solo. – Su tono era suave, pero su mirada estaba llena de determinación. – No es solo por ti, es por tu hermana. Y por lo que has perdido. Si algo te pasa, quiero estar allí, no solo como tu hermana adoptiva, sino porque te quiero. No me importa lo que pase, no pienso quedarme atrás.

Yokashi se quedó en silencio, contemplando sus palabras. Por un momento, la rabia y el dolor que lo impulsaban a seguir adelante parecieron desvanecerse un poco, reemplazados por una calidez inesperada. No esperaba que Eiko estuviera dispuesta a arriesgar tanto por él. Ella, que no tenía su habilidad con el arco ni el entrenamiento en combate, estaba dispuesta a acompañarlo en su viaje peligroso. Su presencia era un recordatorio de que no todo estaba perdido, de que aún había algo por lo que luchar, más allá de la venganza.

– Gracias... – dijo finalmente, su voz quebrada por la emoción. – Gracias, Eiko. No sé qué haría sin ti.

Eiko le sonrió con una ternura que solo ella podía mostrar, como si el hecho de que estuvieran juntos en eso fuera lo único que realmente importaba.

– Juntos, Yokashi. No importa lo que nos depare el futuro. – Su voz fue suave, pero la convicción detrás de sus palabras fue inquebrantable.

Yokashi asintió, una nueva determinación llenando su pecho. Aunque su camino ahora se había oscurecido por la venganza, al menos no lo recorrería solo. Sabía que Eiko estaba a su lado, dispuesta a compartir la carga de su dolor, y eso le daba una fuerza que no había sentido antes. La ira seguía allí, latente, pero ahora también había algo más: la esperanza, esa que Eiko representaba, aunque él aún no lo comprendiera por completo.

Sin decir más, comenzaron a hacer los últimos preparativos. Los dos se dirigieron hacia la puerta, sabiendo que el camino que tenían por delante no sería fácil, pero también conscientes de que lo enfrentarían juntos.

Entre tanto...

El dojo de Kazuo Arakaki, un santuario de calma y disciplina, se encontraba en silencio, salvo por el suave susurro del viento que entraba a través de las ventanas abiertas. Kazuo, como era su costumbre, estaba en meditación, buscando el equilibrio entre su mente y su cuerpo. Era un hombre de 45 años, experimentado y sabio, su vida dedicada a las artes marciales y al entrenamiento de aquellos que buscaban el camino de la espada. A lo largo de los años, había enfrentado muchos desafíos, pero nunca había esperado que ese día llegara de la forma en que lo hizo.

Una corriente de aire extraña y fría lo sacó de su trance, una vibración inusual que no pudo identificar en su interior. Se levantó, sus pasos tranquilos pero decididos, y se dirigió hacia la sala principal del dojo. Las ventanas estaban abiertas, lo que no era común en su dojo, siempre protegido de las inclemencias del tiempo. Al principio, pensó que podría haber sido una simple distracción del viento, pero a medida que cruzaba la sala, un sentimiento de incomodidad lo invadió.

Antes de que pudiera analizar la situación, un fuerte impacto lo hizo tambalear. Un tronco de entrenamiento, impulsado con una fuerza sobrenatural, lo golpeó con brutalidad, y Kazuo se vio forzado a dar un paso atrás para no caer. Al levantar la vista, se encontró con la presencia de un hombre maduro, de mirada fría y calculadora, que lo observaba desde el otro lado de la sala. Era un desconocido, pero no cualquier desconocido. La figura de su enemigo era inconfundible.

– Kazuo Arakaki, un placer finalmente conocer al famoso maestro de la espada – dijo el hombre con una voz profunda y peligrosa. Su figura estaba cubierta por una capa oscura que ocultaba sus movimientos, y sus ojos brillaban con una intención cruel. Era Kiyoshi Kurogane, un mercenario conocido por su brutalidad y eficiencia, un hombre que había sido contratado para cumplir un oscuro objetivo.

Kazuo frunció el ceño. No solo el lugar estaba invadido, sino que el peligro que se cernía sobre él era inminente. Había algo en el aire, algo que lo hacía sentir que esta no era una simple confrontación. Sin embargo, su instinto no vaciló, y en lugar de mostrar temor, adoptó una postura defensiva, empuñando su katana con la serenidad de quien sabe que la batalla está por comenzar.

– ¿Quién te ha enviado? – preguntó Kazuo con voz grave, manteniendo los ojos fijos en el hombre frente a él, sus dedos agarrotados alrededor del mango de su katana. Sabía que cada movimiento debía ser preciso, sin espacio para fallos.

Kiyoshi sonrió, una sonrisa fría y burlona. – El dinero habla, maestro Arakaki. Y en este caso, el que paga bien tiene sus propios intereses. – En un parpadeo, Kiyoshi desenvainó sus cuchillos de combate, su velocidad y destreza evidentes. – Pero más que hablar de negocios, estoy aquí para cumplir con un mandato: hacer que pagues por lo que has hecho. Y, por supuesto, asegurarme de que tu discípulo nunca llegue a su destino.

Kazuo apretó los dientes al escuchar el nombre de Yokashi, el joven que consideraba como su propio hijo. Sabía que este ataque era solo el principio de algo mucho más grande. El mercenario no estaba allí por un simple contrato; su presencia representaba una amenaza calculada y directa. El propósito no era solo eliminarlo, sino también enviar un mensaje a cualquiera que intentara desafiar al oscuro poder que estaba surgiendo en las sombras.

Kiyoshi, un experto en el arte de la infiltración y el asesinato, era un oponente formidable. Su reputación precedía a su presencia: un maestro en el uso del Kuroi Zāru ("Sombra Negra"), una habilidad que le permitía fundirse con las tinieblas y atacar sin ser detectado. Cada movimiento suyo era como el de un depredador acechando a su presa.

Kazuo, sin embargo, no era un blanco fácil. Había sobrevivido a años de batallas y había entrenado contra enemigos impredecibles. Con una respiración profunda, calmó su mente y sintió el flujo de su propia energía vital. Sus sentidos se agudizaron, percibiendo el entorno como si pudiera escuchar el susurro de cada partícula en el aire.

Con un rápido movimiento, Kiyoshi desapareció, envolviéndose en un velo de sombras. Era como si la oscuridad misma lo hubiera devorado. Pero Kazuo no vaciló. Desenvainó su katana, el brillo del acero reflejando la poca luz que quedaba en la habitación. El silencio se hizo absoluto, roto solo por el leve susurro del viento.

De repente, Kiyoshi atacó. Surgió de la penumbra como un rayo, sus cuchillos gemelos cortando el aire en dirección a Kazuo. Pero este ya estaba preparado. Con un giro calculado de su katana, ejecutó la técnica Tōken no Kaze ("Viento de la Espada"), generando una poderosa ráfaga de aire cortante que desvió los cuchillos. Las hojas de Kiyoshi fueron empujadas hacia los lados, pero el mercenario no se detuvo. Su agilidad era casi sobrenatural; en un parpadeo, se deslizó hacia un lado y volvió a atacar desde otro ángulo.

El combate se tornó frenético. La habitación se llenó con el eco de acero contra acero, el zumbido de los cuchillos de Kiyoshi y el siseo de la katana de Kazuo cortando el aire. Ambos guerreros se movían con una precisión letal, esquivando y contraatacando en un baile mortal. Kazuo sentía la presión aumentar. Aunque su experiencia le permitía mantenerse firme, Kiyoshi tenía la ventaja de la velocidad y la astucia. Era como intentar luchar contra una sombra que cambiaba de forma constantemente.

En un momento de descuido, mientras Kazuo ajustaba su postura para un contraataque, Kiyoshi encontró una brecha en su defensa. Con un movimiento veloz, uno de sus cuchillos rozó el costado de Kazuo, dejando un corte profundo. El dolor se extendió rápidamente, pero Kazuo no cedió. Dio un paso atrás, recuperándose con una rapidez impresionante, y mantuvo su katana firme frente a él.

Kiyoshi, con una sonrisa burlona, retrocedió ligeramente, evaluando a su oponente.

–Te estás debilitando, Kazuo. Este es el destino de quienes intentan resistirse al cambio. Pero no te preocupes, tu muerte no será en vano. Yokashi... él también caerá pronto. Él será el siguiente. –

Las palabras de Kiyoshi atravesaron a Kazuo como si fueran otro cuchillo. Una llama de furia se encendió en su interior, apagando temporalmente el dolor de su herida. Sus dedos se cerraron con más fuerza alrededor de la empuñadura de su katana, y sus ojos se encontraron con los de Kiyoshi. En ese momento, no había duda: Kazuo lucharía hasta su último aliento.

Sin previo aviso, Kazuo avanzó con una velocidad que desafiaba su edad y sus heridas. Su katana se movía como una extensión de su propio cuerpo, cada golpe cargado de una fuerza y determinación renovadas. Kiyoshi, sorprendido por la ferocidad del contraataque, se vio obligado a retroceder. Aunque seguía siendo rápido, la precisión de Kazuo comenzaba a superar su estrategia evasiva.

En un movimiento magistral, Kazuo utilizó un ataque combinado, uniendo el Tōken no Kaze con una técnica de barrido descendente. La fuerza del viento cortante desestabilizó a Kiyoshi, empujándolo hacia atrás. Aprovechando el instante de desbalance, Kazuo cerró la distancia con un golpe directo. Kiyoshi apenas logró bloquear el ataque con sus cuchillos, pero la fuerza del impacto lo hizo tambalearse.

La habitación quedó en silencio por un momento, ambos guerreros jadeando mientras se evaluaban mutuamente. La sangre de Kazuo manchaba su ropa, pero sus ojos brillaban con una intensidad que Kiyoshi no esperaba.

– No permitiré que toques a Yokashi, – declaró Kazuo con una voz firme. –Si quieres alcanzarlo, tendrás que pasar por encima de mi cadáver. –

Kiyoshi sonrió de nuevo, pero esta vez su expresión revelaba una pizca de incertidumbre. Sabía que había subestimado a su oponente. Sin embargo, el combate aún no había terminado, y ambos lo sabían. La verdadera batalla apenas comenzaba.

Con una velocidad inesperada, Kiyoshi volvió a atacar. Esta vez no había burlas ni pausas, sólo una determinación brutal. Sus cuchillos se movían como extensiones de sus brazos, trazando arcos letales que amenazaban con desbordar a Kazuo. Aunque herido, Kazuo logró mantenerse a la altura durante varios intercambios más, desviando ataques y lanzando contraataques precisos. Pero cada movimiento cobraba su precio, y la sangre que perdía comenzó a pasarle factura.

Finalmente, Kiyoshi encontró su momento. Fingiendo un ataque directo, utilizó el Kuroi Zāru para desaparecer una vez más en las sombras. Kazuo, debilitado, trató de seguirlo con la mirada, pero su cuerpo ya no respondía con la misma rapidez. Cuando Kiyoshi reapareció, fue demasiado tarde. Un cuchillo se hundió profundamente en el pecho de Kazuo, atravesando carne y hueso.

Kazuo tambaleó, soltando su katana, que cayó al suelo con un sonido seco. La habitación parecía detenerse mientras su cuerpo caía de rodillas. Kiyoshi se inclinó sobre él, susurrando con una frialdad implacable:

– No más preocupaciones, anciano... Déjate llevar hacia la luz... –

Con un último esfuerzo, Kazuo alzó la vista, sus ojos llenos de desafió incluso en sus últimos momentos.

– Yokashi... no caerá. Vivirá... y te detendrá, – murmuró antes de exhalar su último aliento.

Kiyoshi observó el cuerpo inerte de su oponente por un momento, limpiando la sangre de sus cuchillos con un pañuelo. Luego, sin mirar atrás, se deslizó nuevamente en las sombras, dejando atrás el silencio de una habitación marcada por la batalla y la caída de un guerrero. 

CONTINUARÁ... Episodio 3 - Kage no Naka no Kettō...

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