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Capítulo 01


Distrito Geumjeong, Busan—1999


Estaba lloviendo. El frío era insoportable. Seguramente un indigente estaría muriendo por una terrible hipotermia en algún lugar abandonado en la ciudad de Busan.

El pequeño, pero fuerte llanto de un pequeño de apenas 3 años, a un par de meses de su cumpleaños número 4, se encontraba sufriendo el maltrato físico y psicológico de su padre. Este niño fue concebido de la peor manera. El hombre, a quien ha debido llamar como "papá" violó a su madre cuando ésta sólo tenía 17 años. Insatisfecho de esto, la hizo su mujer. La adolescente sin familia que la proteja de personas como su nuevo esposo, no tuvo otra opción, convirtiéndose en la mujer del ser al que más odia y repudia.

Al quedar embarazada, después de incontables noches de abuso, tuvo como primer pensamiento, abortar. Culpando al pobre inocente feto de una culpa que sólo era del violador de su esposo. Los recuerdos del abandono de sus padres fueron tan potentes para ella, que fue incapaz de quitarle la vida, al ser que crecía en su vientre. Tal vez no era la mejor opción para quien pronto se convertiría en una persona, pero la culpabilidad luego sería mucho peor para ella. Aunque si hubiera pensado un poco más las cosas, quizás su futuro bebé no tendría aquel fin.

El pobre indefenso fue creciendo en un ambiente de gritos y golpes, un hogar al que nadie podría llamar de esa manera, lleno de violencia física como psicológica tanto para su madre como para él. Definitivamente su vida sería desgraciada, llena de soledad y miedos. Por esta razón, la mujer decide salvar a uno de ellos. Ella ya no tenía nada, había perdido todo cuando este hombre la tocó y forzó la primera vez, por lo que, como último favor hacia su hijo, decidió abandonarlo. Para ella, él estaría mejor en cualquier lugar, menos en esa casa vieja, a la cual jamás podrán llamar "hogar" definitivamente nunca lo sería.

—No puedo cuidar de él. Estará mejor aquí que conmigo —comentó la madre del pequeño a la encargada del lugar, siendo ésta una monja—. Créame. Este niño no tiene por qué sufrir por mi culpa.

—Es tu hijo, no puedes abandonarlo, así como así —tratando de persuadir a la adolescente, pero fallando al final.

—No lo quiero conmigo —tiró del brazo derecho del pequeño hacia la monja, quien enseguida se hincó para abrazar al infante—. Perdóname ¿sí? —miró a su hijo—. Jamás podré verte como mi hijo, no cuando tu rostro es tan parecido al de él —el niño no entendía las palabras de su madre, pero extrañamente se comenzaba a sentir abandonado—. Ni siquiera fui capaz de darte un nombre. Perdóname niño —ella no era del todo insensible, pues las lágrimas que derramo al voltear y marchase del lugar, fueron sinceras, como dolorosas.

—¡Mamá! ¡mamá, mamá! —los gritos del niño llamando a su madre fueron desgarradores para la monja, a pesar de no ser la primera vez que pasa por aquella situación—. Mamá, mamá, mamá.

—Tranquilo —la mayor comenzó a limpiar las lágrimas del pequeño—. Estarás bien aquí. Tendrás mucho amor, cariño —besó dulcemente la mejilla del infante. Lo cargó y terminó por entrar al todo en el hogar "Sonrisas", siendo este la nueva "casa" del pequeño en sus brazos.

Las monjas del hogar no sabían exactamente qué hacer con el niño que había llegado hace ya 4 meses. No hablaba la mayoría del tiempo, y lo poco que decía o más bien gritaba, eran gritos llamando a su madre. Se alejaba de los demás niños, prefiriendo siempre estar solo. Comía, si, era algo que le gustaba mucho, comenzando a tener unos cachetes que eran la adoración de aquella monja que lo recibió esa noche. Ella comenzaba a tenerle un cariño especial a aquel pequeño. A pesar de ser como los demás, en el hecho de ser abandonado por su madre o padre, él tenía esa mirada con un brillo de esperanza, lo cual causaba mucho sufrimiento en ella, pues sabía que su madre jamás regresaría por él.

Después de un año, él pequeño seguía sin un nombre, pero ya había ganado muchos apodos. Ninguno le gustaba del todo, pero prefería aquellos a ser sólo llamado como "oye, tú" o sólo "tú" cuando se referían hacia su persona. Había dejado de ser solitario, teniendo varios amigos de su edad, con quienes jugaba la mayor parte del día, pero había momentos, donde se sumergía en su soledad una vez más.

A los 5 años dejó de preguntar por su mamá.


Busan—2003


La lluvia mojaba los pequeños y débiles dedos de los pies de otro niño, que pasaba por una situación similar al anterior, pero en diferente año. En esta ocasión no era golpeado por su padre, sino que por su madre y abuela materna. Usaban a este pequeño como un negocio, el cual les dejaba el dinero suficiente para alimentarse durante el día. Él pedía dinero a las personas que pasaban frente a él o por su lado con tan solo 5 años, casi 6. La gente que pasaba por su lado, no podía ignorarlo, dándole dinero, pensando que sería para su consumo, pero no estaban al tanto de que era utilizado.

La mamá de este niño resultó ser una prostituta en su lugar de origen, pero al quedar embarazada dejaron de pedir sus servicios. Claramente, no se sabía quién era el padre del menor. Como venganza hacia él, la propia madre decidió dar a luz, y así usarlo para conseguir dinero hasta que dejara de serle útil.

Nunca recibió una muestra de cariño por parte de su mamá, pero su abuela, al ver el daño que causaban en él, comenzó a tratarlo mejor, comenzando a quererlo. Y no era difícil querer al niño, pues tenía algo especial que llamaba la atención de los demás. Logrando ganarse la compasión de la señora de edad.

—Perdóname pequeñín —le habló con aquella voz característica de una abuela hacia su nieto—. Tu madre no te quiere y sé que puedes notarlo —el menor cabizbajo asintió, aguantando las ganas de llorar, formándose un nudo en su garganta—. Pero existe un lugar donde te querrán mucho.

—¿Qué lugar es ese? —preguntó el inocente interesado, curioso por ese lugar, más aún, por la posibilidad de ser querido—. ¿Puedo ir?

—Si vas, no volverás a ver a tu mamá —con dificultad se agachó, quedando a la altura de su nieto—. No nos veremos otra vez ¿Quieres eso?

—Quiero cariño, señora —ni siquiera podía llamar abuela a la mamá de su madre, porque jamás supo o sintió lo que significaba aquella palabra—. Y usted ni ella me quieren ¿cierto?

—Perdón —derramó un par de lágrimas. Agarró la zurda del niño, abandonando apresuradamente la casa. Si su hija se enteraba de eso, jamás dejaría ir a su mina de oro.

La señora de edad abandonó a su propio nieto en la puerta del hogar "Sonrisas", indicándole que tocara la puerta y pidiera ayuda, pero este niño lo que pidió al ser recibido, fue:

—¿Pueden darme cariño aquí? —el pecho de la misma monja de años atrás volvió a destrozarse con aquellas palabras. Sus lágrimas brotaron sin su permiso y se deslizaron por sus mejillas. Se arrodilló frente al pequeño y lo abrazó con fuerza, pero sin lastimarlo—. ¿Pueden?

—Claro que sí... Te daremos mucho amor, pequeño.

Y el niño por primera vez, desde que nació, sonrió ampliamente. Dejando a la vista unos hermosos e inocentes dientes de ratón.

<<Estos niños sufrieron el abandono y desamor de sus madres. Jamás pidieron nacer, mucho menos en un mundo lleno de injusticias y desgracias>>

<<Sus destinos fueron escritos, no sólo por el destino o la vida, sino que aquella amable y cariñosa monja, terminó por escribir el inicio de sus destinos, siendo la causante de ese final>>

<<Ellos nacieron por un error, pero vivirían por una bendición>>

Juntos encontrarían el momento más feliz de sus vidas, como también los más desolados.




El sol una vez más iluminaba con sus resplandecientes rayos el hogar de niños, lugar en el que se sentían amados, protegidos, y muy felices. A pesar de la existencia inevitable de algunas peleas entre los infantes, las sonrisas, y risas siempre estaban presentes. Realmente era un lugar al que ellos podrían llamar "hogar", y entre ellos mismos "familia".

La favorita de todos los niños, en especial de dos. Todos se sentaban en el piso del comedor del hogar de niños "Sonrisas". Esperaban a que la monja mayor de todas caminara hacia la tv y la prendiera. A las 4 de la tarde pasaban una serie, en el canal que terminó por ser el favorito de todos, sobre todo de los varones.

—Seguro esta vez, Conan crecerá —comentó un niño de diez años, llamando la atención de los demás—. No puede ser pequeño siempre.

—Va a ayudar a otros al descubrir al culpable —comentó otro niño de más menos ocho años.

—¡Yo sólo quiero un beso de Ran y Conan! —gritó entusiasmada la mayor de las niñas con doce años.

—Pero Conan es muy niño para ella —le comentó aquel niño que apenas hablaba cuando llegó al hogar, siendo ahora un gran fanático de la serie, junto a su compañero de asiento y prácticamente de todo el día—. No puede besarlo, es más grande, y está mal —miró a aquella mujer que es como una madre para él o más bien, para ambos—. ¿Cierto, mamá?

—Cierto, cariño —le sonrió cálidamente, a lo que el niño de devolvió la sonrisa siendo esta victoriosa contra la niña. Ella sólo se dignó a sacarle la lengua.

—¿Buscará a un ladrón esta vez? —le preguntó su compañero de asiento, quien se encontraba en una batalla de burla con la niña aún—. Te estoy hablando, ojos pequeños.

—Detesto cuando me llamas así —en respuesta lo golpeó suavemente en la cabeza—. Yo creo que esta vez buscarán a algún asesino —se volvió completamente hacia quien lo llamó—. Sería divertido, ¿verdad, dientes de ratón?

Ignoró el apodo con el que suele llamarlo siempre, y miró de nuevo hacia la tv.

—Mi sueño es ser un detective, como Conan —sonrió ampliamente, mientras su amigo lo observaba fijamente—. ¿Te gustaría ser un detective, ojos pequeños?

—Seríamos los mejores —paso su brazo derecho por el hombro del otro y lo acercó, juntando sus cabezas—. ¡Los mejores!

Estos niños, protagonistas de aquellas noches, en la cual dos inocentes fueron abandonados por su madre, y el otro por su abuela, fueron creciendo. El primero de ellos dejó de llamar a su mamá, entendiendo que jamás regresaría por él, mientras que quien lo recibió con los brazos abiertos, se convertía en su nueva "mamá", y único ser que realmente le demostraba, y regalaba amor sincero, claro, hasta que a su vida llegó el dientes de ratón... el segundo protagonista del abandono de una de esas noches de lluvia, aunque él fue por voluntad propia. Simplemente buscaba amor, y lo encontró acompañado de un abrazo y sonrisas.

Ojos pequeños fue una pieza fundamental en el rompecabezas de la vida que apenas iniciaba a vivir dientes de ratón. Este niño tuvo una llegada aceptable por los demás del hogar. Logró simpatizar con los demás en menos tiempo que ojos pequeños, pero por las noches era el único en despertar a los demás por pesadillas. Veía claramente a las personas pasar junto a él, podía sentir el frío que se colaba por los dedos de sus pies hasta llegar a su cabeza, enfriando así, todo su cuerpo. Escuchaba el murmuro de las personas que se detenían para darle dinero. Recordaba como sentían lástima hacia él por su estado. El cómo debería estar riendo y jugando, en vez de pedir dinero en las calles. Culpaban a su madre por ello, y él sabía, a esa edad, que tenían razón, pero aun así mantenía la fe de ser amado por quien lo trajo a este mundo. Cuando despertaba llorando, su primer amigo se escapaba de su cama para ir a la suya, abrazarlo y contener sus miedos, y pesadillas.

Fue así como se hicieron inseparables. Donde estaba uno estaba el otro. Donde no estaba uno el otro lo buscaba hasta encontrarlo.

—Hoy me toca ser Conan —dijo medio enfadado dientes de ratón—. Siempre quieres ser Conan, y jamás me dejas serlo.

—Vale, vale —se rio por los pucheros que hacía su amigo, para él, se veía muy adorable, y sólo le quedaba reír para disimular la ternura que causaba en su interior—. Pareces nena cuando te quejas por todo.

—Te voy a golpear para que veas que no soy una nena —dicho y hecho, se lanzó hacia su amigo tirándolo al piso, dándole golpes suaves en el pecho. La monja que los cuida desde sus llegadas no podía evitar sentir la felicidad infinita al verlos tan felices—. Di que no soy una nena.

—Eres una nena —dijo riéndose—. Lo eres. Acéptalo.

—¡No lo soy! —no pudo controlar su fuerza, por lo que el puñetazo que se supone era en broma, terminó reventándole la nariz. Su susto fue tan grande al ver la sangre en su mano y en el rostro de su amigo, que se alejó llorando—. Lo siento. Lo siento. Lo siento mucho.

—Me duele —comentó el herido, riendo. Se levantó de a poco, quedando frente a su amigo, quien no dejaba de llorar—. ¿Ves? Eres una nena, y llorón —se burló. La monja llegó a su ayuda. Sacó un pañuelo que llevaba consigo para este tipo de situaciones frecuente en ellos y limpió la sangre de la nariz, y mentón—. ¿Lo ha visto? Me golpeó y reventó la nariz, ahora es él quien llora.

—Está llorando porque te quiere, y le duele verte herido, ¿verdad, cariño? —atrajo hacia ella al niño llorón, abrazando a ambos—. ¿Qué les parece si vamos a ver a Conan de nuevo? Es un secreto.

Les guiñó el ojo a ambos, mientras ellos saltaban alegres, y emocionados por la propuesta de la monja. El niño apodado "ojos pequeños" olvidó el leve dolor de su nariz, a pesar de que dientes de ratón lo miraba con culpabilidad, pidiendo su perdón.

—Cuando me miras así no puedo enojarme —lo abrazó—. Vamos a ver a Conan. Luego jugaremos y será tu turno de ser el detective ¿quieres?

—¡Si!

La tarde se la pasaron jugando al detective y ladrón. Cada niño tenía sus propios juguetes, pero aun así lo compartían entre todos. Agarraron los suyos y los escondieron para que el que haría de detective los buscara. Como sabían que podrían pasarse horas y horas buscando cada objeto, dejaban pistas para el otro.

Ojos pequeños dibujó sobre un papel un mueble. Uno que sólo estaba ubicado en el comedor, por lo que dientes de ratón sabría, al menos, que en ese lugar se encontraba el ladrón, como también que podría estar cerca. Al llegar al mueble, abrió las puertas de esta, encontrando otra pista.

—¡Mi almohada! —gritó sacando el objeto.

Corrió hacia la habitación en la cual dormían 8 niños. Ellos entre esos infantes. Buscó bajo su cama y nada, no había rastros. Observó detenidamente el lugar. Las camas de sus compañeros estaban pisadas y algo desordenadas las frazadas, por lo que supuso las pisó buscando un escondite o sólo por querer jugarle una broma. Pero notó que las del lado izquierdo estaban impecables.

—¡Ya sé dónde estás! —riendo dejó la almohada sobre su cama. Corrió hacia el mueble que se encontraba al final de la corrida de camas del lado izquierdo. Tras la puerta deslizadora del mueble escuchó una risita muy familiar para él—. ¡Te encontré! —gritó de nuevo al tener frente a él al ladrón.

—Tardaste —se quejó saliendo del mueble—. Casi muero asfixiado.

—Exagerado —le dio la espalda, caminando de vuelta a su cama.

—¡Es la verdad! —aun quejándose lo siguió. Copió el acto de su amigo al sentarse en su cama—. ¿Estas cansado?

—Tengo sueño —se acostó completamente en su cama—.

—A dormir, entonces —sonriendo se acomodó a su lado. Pasó su brazo izquierdo bajo la cabeza de su amigo, sustituyendo a la almohada—. Luego mamá nos va a regañar por adelantar la siesta.

—Y no dormiremos temprano en la noche.

Ambos rieron por su travesura hacia la monja. Poco después se durmieron.


***


Los meses fueron pasando. Algunas parejas y/o matrimonios visitaban constantemente el hogar Sonrisas, en busca de algún niño o niña para comenzar el papeleo de adopción. Cierta pareja se mostró muy interesada en ambos niños, a pesar de sus edades. Pues según a los casi 7 años es difícil criar a un niño adoptado.

La monja se había encargado personalmente del papeleo para la adopción de sus queridos niños. Ella era consciente de lo mucho que ambos se querían por lo que no quería verlos separados. Tuvo suerte con aquel matrimonio interesado en los dos. Pero no todo salió como ella lo esperaba.

La monja recordó aquel día en que sus pequeños e indefensos niños obtuvieron sus nombres dados por ellos mismos. No pudo evitar lagrimear por el hermoso e inolvidable recuerdo.

—Ya no me gusta que me llames "dientes de ratón" —se quejó mientras descansaban en el prado del jardín del hogar—. Quiero tener un nombre como los demás.

—Somos los únicos que no lo tienen —comentó algo desganado su amigo—. No recuerdo que antes tuviera un nombre.

—Mi mamá jamás me puso uno. Bastardo, así recuerdo que me decía —el menor no solía hablar de su madre a pesar de recordarla. Era un tema que prefería guardarse para sí mismo.

—Yo era muy pequeño, no tengo recuerdos de ella —dijo con amargura en sus labios.

—No tengo un nombre. ¿Quieres darme alguno? —le preguntó con inocencia a su amigo. Éste se sorprendió, y quiso reír, pero al ver la mirada tan triste de su querido dientes de ratón, se prohibió burlarse—. No me dieron un nombre, y no quiero que siempre me llames "dientes de ratón".

Al darle la importancia necesaria para la situación, el mayor le respondió:

—Lo haré sólo si me das un nombre, también —le sonrió—. Llegué aquí sin recordar nada. ¿Quieres llamarme con un nombre que no sea "ojos pequeños"?

—Jimin —dijo de pronto el pequeño frente a él—. Lo escuché de la tv y me gustó para ti. Te vas a llamar Jimin.

—Me gusta —sonrió enormemente al sentir ese indescifrable sentimiento en su pecho—. Entonces tú te vas a llamar... —comenzó a pensar en un nombre apropiado para su amigo, uno que fuera inolvidable para él, fácil de recordar y acorde a su personalidad—. ¡Ya sé! —puso ambas manos en los hombros de su amigo—. JungKook. Jung porque eres justo.

—¿Y el Kook?

—Porque le va bien —volvió a sonreír—. Te llamarás JungKook.

—¡Me gusta! —abrazó a Jimin, aferrándose a él como solía hacer en cada abrazo que le daba.

Limpió sus lágrimas al ver como sus pequeños se encontraban en una situación parecida. Ya no estaban dándose sus nombres, no, esta vez estaban pensando en algo más.

—Cuando vengan, y nos pregunten nuestra edad, no podemos decirles que no sabemos —comentó Jimin mientras observaba el árbol frente a él y JungKook—. Debemos decirles cuántos años tenemos.

—Yo llegué aquí con casi 6 años ¿y tú? —jamás le había preguntado aquello a su amigo, pues no le había dado tanta importancia, hasta ese momento.

Ambos eran conscientes de la posibilidad de que los adoptaran. Cuando se enteraron, lloraron al creer que los iban a separar. Molestándose mutuamente por ser unos nenes llorones, pero el miedo a esa posibilidad fue fuerte y no pudieron evitar las lágrimas. Luego la monja a la que adoran como si fuera realmente su madre, les aclaró que los querían adoptar a ambos el matrimonio que llevaba un par de meses visitando el hogar.

—¡Ya sé! —gritó Jimin sobresaltando a JungKook—. Hoy es un día especial. Que hoy sea nuestro cumpleaños.

—¿Por el día blanco? ¡Que nena eres! Se supone que ellas reciben dulces y esas cosas.

—Por eso. Tú eres mi dulce —paso su brazo por los hombros de su amigo acercándolo a él—. Cada catorce de cada mes será nuestro día especial. Y llegando el catorce de marzo nuestro cumpleaños.

JungKook soltó un suspiro, y luego sonrió.

—Tu cumpleaños será este día. Yo, alias dientes de ratón declaro que este día, catorce de marzo será el cumpleaños oficial de ojos pequeños —ambos rieron por el hecho de que utilizara sus apodos. Jimin sonrió aún más por ver aquellos dientes que tanto adora—. Feliz cumpleaños —sacó de su bolsillo un dulce, que ambos habían robado en la tienda que quedaba a dos cuadras del hogar. Algo que solían hacer a espaldas de la monja.

—Pues yo, alias ojos pequeños declaro que este día, catorce de marzo será el cumpleaños oficial de dientes de ratón —le sonrió, cerrando su orden con sus ojos pequeños, los cuales forman una línea al sonreír cuando realmente está feliz.

—Será nuestro primer cumpleaños —comentó feliz JungKook—. Nuestro cumpleaños número siete.

—Nuestro cumpleaños número siete —Jimin en ese momento recordó y fue consciente de su verdadera edad, pero desde ese momento decidió que ya no era más así. Ahora cumpliría los mismos años que su querido amigo JungKook—. Estaremos juntos, siempre.

—Siempre —JungKook se aferró a ese abrazo para no soltarlo nunca más.

Pero ninguno era adivino como para saber que el día de la adopción la monja que llevaba su caso sufrió una lesión en el tobillo, y tuvo que ir de urgencia al hospital. Aunque había dejado en claro que ella se encargaría de todo, otra monja, algo más joven, terminó el papeleo con el matrimonio interesado en ambos, pero la pareja se arrepintió y sólo adopto a uno. Llevándose con ellos a Jimin.

Un año después de que separaran a estos pequeños, JungKook fue adoptado por otra pareja. Eran algo misteriosos y prudentes al momento de dar sus datos, pero no se pudo negar el hecho de que la mujer quedó enamorada del niño apenas lo vio.

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