Interludio: Sucesos
"El ejército de Hyrule ha reconquistado su castillo con éxito, dando con ello el primer paso decisivo para voltear la marea de la guerra. Ahora con los comandantes y la princesa de regreso en su lugar, la moral de las fuerzas hyruleanas empieza a recuperarse, especialmente al ser esta su primera gran victoria entre muy pocas durante el último mes. El optimismo comienza a volver a los corazones de los caballeros, lento pero seguro.
En los últimos días, las fuerzas oscuras fueron disminuyendo el ritmo de sus ataques. Aparentemente, las sospechas de Lana de que los poderes de Cya debían de haberse debilitado, iniciadas por el regreso de los fragmentos de la Trifuerza, se vieron reforzadas aún más por el decrecimiento de la actividad de los monstruos alrededor de Hyrule. Este tiempo pudo ser aprovechado para dar sepultura a sus compañeros caídos, mientras otros se dedicaban a tratar de reparar los daños materiales tanto como fuese posible.
Las fuerzas hyruleanas aún deliberan sobre cuál será su próximo destino. Pese a que todos concuerdan en que el curso de acción más obvio es regresar al Valle de los Videntes e intentar derrotar a Cya una vez más, algunos consideran que antes de eso necesitan descansar y reponer fuerzas. Y muchos de ellos, como Link y Zelda, aprovechan este tiempo para también poner en orden sus sentimientos..."
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Castillo de Hyrule, en los cuarteles para invitados...
El sol todavía no salía, y la mayor parte de los residentes del castillo yacían en sus camas profundamente dormidos. Los últimos días, pese a no haber tenido batallas, los habían pasado ocupadísimos y necesitaban el descanso urgentemente. Los únicos que seguían despiertos eran los que estaban haciendo las guardias, y hasta ellos estaban por llegar a su límite, deseosos de que terminase su turno. Aún sin enemigos a la vista, sabían que no podían dormirse en los laureles, y la mayor parte del tiempo lo habían pasado fortificando las defensas de la ciudadela y del castillo en caso de recibir algún ataque sorpresa de nuevo, aparte además de tratar de reparar los daños materiales lo mejor posible, y de trasladar los cadáveres de sus compañeros caídos a un lugar de descanso más apropiado. Todavía no era el momento de permitir que los civiles regresaran a la ciudadela, y no sería así sino hasta que la guerra hubiese terminado.
Entre quienes dormían en los cuarteles para invitados, se encontraba Lana. La hechicera blanca había sido asignada a uno de los pocos cuarteles individuales que había disponibles, en recompensa por todo el esfuerzo que había invertido en ayudarlos a poner fin a la guerra y detener a Cya, y en especial porque consideraban que era quien más necesitaba un espacio de tranquilidad para sí misma. Pero a pesar de todo, ni siquiera durante las horas de sueño podía conseguir ese momento de paz para relajarse que tanto deseaba y necesitaba.
Para muchos, los sueños podían ser vistos como ventanas hacia otras realidades, o un estado en el cual el alma y el cuerpo se separaban temporalmente. En el caso de Lana, en aquel momento, pese a que su cuerpo estuviese reposado en una cama, su mente en aquel momento se encontraba en otro lugar. Era como si flotase en un vacío eterno, lleno de oscuridad y nada más. Podía verse y sentirse, al igual que la ropa que llevaba usualmente, tenía conciencia de sí misma, pero no sentía que fuese frío, caliente ni nada de eso. Pero eso no era lo más extraño de todo.
- Este lugar... ¿por qué siento que ya he estado aquí antes? - se preguntó, mientras miraba a su alrededor. La hechicera tenía la extraña sensación de haber estado antes en ese lugar, ¿pero cuándo, y por qué?
- Vaya, vaya, miren a quién tenemos aquí.
A la par que escuchó a esa voz interrumpiendo sus pensamientos, también oyó el eco de las pisadas de unos tacones. Lana sabía perfectamente de quién se trataba, pero aun así le costó trabajo sacar las fuerzas para darse la vuelta y encararla. Allí estaba Cya, ataviada con su particular atuendo, pero ya sin portar su máscara ni el gorro. Tampoco traía consigo su báculo, y fue entonces que Lana también tomó conciencia de que ella misma no tenía a mano sus propias armas, su libro de hechizos o la Vara Deku. Cya se aproximó, caminando aunque no hubiese nada bajo sus pies, como si estuviesen sobre un piso invisible.
- No te molestes, querida. Por mucho que quisiera, ninguna de las dos puede hacer nada aquí, excepto tal vez conversar un poco, para pasar el rato. - dijo Cya deteniéndose y posando su mano en la cintura.
- Cya... ¿en dónde estamos? - preguntó Lana, al menos un poco más tranquila de saber que al menos Cya no podía o no quería atacarla por alguna razón.
- ¿No lo recuerdas? Ya estuvimos aquí antes... una vez. - replicó Cya, con aire de suficiencia. - Mira a tu alrededor, Lana, no es posible que no lo recuerdes.
Lana hizo lo que le dijo, y volvió a evaluar su entorno. A primera vista todo podría parecer un vacío de oscuridad interminable, pero la presencia de Cya frente a ella era la pieza del rompecabezas que faltaba para completarlo. No era la primera vez que las dos se encontraban de este modo. Su mente comenzó a trabajar, y viajando por sus recuerdos, se detuvo en aquel fatídico momento. El momento en que la Guardiana del Tiempo dejó de ser una sola persona, para convertirse en dos. Pero no fue un proceso instantáneo. Comenzó de adentro hacia afuera. Cuando su alma se desgarró a la mitad, también lo hizo su mente. La mente creó dos personalidades opuestas que comenzaron a luchar por el control, hasta que una de las dos quedó en total dominio del cuerpo físico, expulsando a la otra. Ahora estaban de nuevo, frente a frente, igual que aquella vez.
- Pensé que me había liberado de ti por completo. - dijo Cya, expresando cierto disgusto en sus palabras. - Pero al parecer, todavía queda una conexión remanente entre nosotras.
- Una conexión mental. - corroboró Lana. - Eso quiere decir, que todavía cada una tiene una parte de la otra en su alma.
- Lo sé, y eso me repugna como no tienes idea. - espetó Cya sin rodeos. - Lo menos que quiero es que quede un rastro de ti, de mi lado débil. Pero pienso arreglarlo muy pronto. Me liberaré primero de la princesa, y después de ti, y de todos los demás.
- ¿Y por qué no lo has hecho todavía? - preguntó Lana, tratando de sonar desafiante en respuesta al comentario de Cya, de ser su "lado débil". - Más aún, ¿por qué no lo hiciste cuando tenías la Trifuerza completa en tu mano?
Cya no respondió de inmediato. En efecto, el haber tenido que devolver los fragmentos del Valor y la Sabiduría fue un retroceso enorme para sus planes, pero tal vez no hubiese tenido que hacerlo de no ser por... él. A pesar de tener los tres fragmentos, estos se resistían a ella, como si quisieran volver con sus portadores legítimos, y por eso se rehusaban a dejarle acceder al poder supremo de las Diosas. Y el tiempo pasó, e incapaz de descifrar cómo hacer que le obedecieran de una vez, ocurrió todo lo demás. Por supuesto, Lana no tenía idea de esto, y era mejor que siguiera así.
- Solo han sucedido algunos imprevistos, pero no es nada con lo que no pueda lidiar. - dijo Cya una vez que recuperó su sangre fría. - Desafortunadamente, me he visto en la necesidad de descansar, para recuperar mis fuerzas. Y sospecho que esa es la razón por la que ahora estamos conversando tú y yo.
- ¿Qué quieres decir? - preguntó Lana.
- Después de lo que ha pasado, creo que mis defensas mentales están algo debilitadas. Detesto admitirlo, pero esta conexión parece ir a ambos sentidos. La puerta de mi mente está abierta para ti, así como la tuya lo está para mí.
Lana tragó en seco. Ella no utilizaba por lo general magia telepática, pues la mayor parte de sus aplicaciones (lectura de mentes, control mental y demás) eran principalmente para propósitos subrepticios o maliciosos, y por ello las tenía como un tabú personal. Se limitaba mayormente a estudiar cómo defenderse en caso de ser atacada de ese modo, pero en este caso, ¿cómo se suponía que protegiera sus pensamientos de sí misma?
- Oh, pero no te preocupes. Pocos deseos tengo en este momento de indagar en tus recuerdos, para lo que me importan. Pero el punto es que por ahora necesito descansar, y mucho. - dicho esto sonrió de manera burlona. - Tienes suerte, gracias a eso tú y tus inútiles nuevos amigos tienen un pequeño descanso, deberías agradecérmelo. Podrán vivir un poco más.
- Cya, esto no tiene que terminar de este modo. - dijo Lana, casi sonando suplicante. - No es demasiado tarde. Estás confundida, yo lo sé. Eso que crees que sientes no es amor, es una obsesión enfermiza que no te llevará a ninguna parte.
- ¿Qué sabrás tú del amor? Eres débil, no estás dispuesta a luchar por lo que deseas, igual que antes. - replicó Cya. - El héroe legendario pronto será mío, y no hay nada que puedas hacer para detenerme. No pude destruirte antes, pero la próxima vez que nos veamos, si te metes en mi camino, te eliminaré.
Acto seguido, se dio la vuelta y empezó a caminar de vuelta por donde vino, alejándose de Lana hasta perderse por completo en las profundidades de la oscuridad.
- ¡Cya, espera! ¡Cya! ¡CYA!
¡KNOCK! ¡KNOCK! ¡KNOCK!
El sonido de golpeteo en la puerta la trajo de vuelta al mundo real. La hechicera miró a su alrededor para encontrarse no con la oscuridad del vacío, sino con las paredes de piedra del cuartel donde descansaba. Estaba acostada en su cama, cubierta por sus sábanas blancas, y vestida solo con un camisón de dormir.
- ¿Lana? ¿Lana, estás despierta? - Llamaba una voz familiar del otro lado.
- ¿Ruisu? - respondió al reconocerlo. - Dame un momento, por favor.
Ya que su ropa usual se encontraba doblada dentro de un baúl junto con el resto de sus pertenencias, y para no dejarlo esperando más de la cuenta, la hechicera tomó una bata que estaba colgada en un perchero y se cubrió con ella antes de ir a abrir la puerta. En efecto, del otro lado estaba el espadachín pelinegro, quien al verla se sorprendió un poco. Quizás por el hecho de que estaba acostumbrado a verla con su cabello atado en coleta, pero ahora estaba totalmente suelto pues no se había puesto su gancho de pelo. Sin embargo, pronto recobró la compostura y recordó para qué había ido en primer lugar.
- Lamento molestarte, pero la princesa convocó a una reunión dentro de unas horas, y quiere que participes tú también. - le dijo. - Solo quería avisarte.
- Entiendo, gracias por decirme. - sonrió la peliazul. - Diles que los veré en cuanto me vista y después del desayuno.
- Claro. Eh... por cierto...
- ¿Sí? - La hechicera se volteó a mirarlo. El muchacho cambió su semblante a uno de preocupación, y dudó un momento antes de volver a hablar.
- Lana... ¿te sientes bien? - le preguntó, sin atreverse a mirarla por unos instantes.
- ¿Por qué no iba a estarlo? - replicó Lana.
- Si tú lo dices, pero es que... por favor, no vayas a enfadarte conmigo por esto.
- ¿Enfadarme, de qué hablas? - Lana no entendía.
- Lana... a decir verdad llevo algo más de tiempo en la puerta. - confesó, algo avergonzado al parecer. - Cuando estaba por tocar, me... me pareció que hablabas...
Lana se llevó una mano al pecho. ¿Había estado hablando en sueños? ¿Cuánto habría escuchado? Por un momento quiso decirle que todo estaba bien y no había nada de qué preocuparse, pero se estaría mintiendo a sí misma y a los otros, y se había prometido a sí misma que nunca más haría eso.
- ¿Estabas teniendo pesadillas? - inquirió el muchacho.
- Algo así. - admitió Lana. - Un sueño muy lúcido, se podría decir.
- ¿Quieres hablar al respecto? - preguntó Ruisu, claramente preocupado por ella.
- Tal vez, pero no aquí, ni ahora. - dijo la hechicera. - Hay otras cosas más importantes en este momento.
- Como digas, pero si necesitas hablar o lo que sea...
- Aprecio tu preocupación, Ruisu, de verdad. - dijo la joven con gratitud. - Pero eso puede esperar por ahora. No debemos perder la vista de lo más urgente en estos momentos. Por favor, dile a la Princesa que me reuniré con ella y los otros en breve.
Ruisu asintió y Lana cerró la puerta para vestirse antes de salir. El espadachín volvió de regreso por los corredores para avisarle a la princesa, pero no podía evitar pensar en lo sucedido. Claramente, hasta en sus sueños Lana parecía estar intranquila, y eso le preocupaba. Así no podría descansar como lo necesitaba y eso minaría mucho su efectividad en combate.
Pero por dentro, algo en el muchacho sabía que la preocupación por Lana iba más allá de su importancia táctica y estratégica en batalla. Tenía razones más personales para estar preocupado por la hechicera, razones que no se atrevería a admitir de dientes para afuera, y mucho menos enfrente de ella. Y mientras caminaba de vuelta, trató en vano de sacarse esos pensamientos de la cabeza. No podía perder su enfoque, no cuando estaban preparándose para el enfrentamiento final. Si no mantenía su cabeza en orden, eso podría costarle su vida o la de sus compañeros.
- ¿Qué es lo que me pasa? - se preguntó.
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Terrenos de entrenamiento del castillo...
Tratando de pasar el tiempo y de distraer sus mentes, Impa y Azael habían decidido organizar sus propias sesiones de entrenamiento. La ventaja de haber traído al resto de sus nuevos aliados al castillo era que con ellos podían intentar cosas nuevas, una manera de sentirse mejor preparados para lo inesperado. A pesar de la aparente tranquilidad, los dos estaban conscientes de que este período sería solo la calma antes de la tormenta, pues hasta que derrotaran a Cya todo seguiría en juego. En aquel momento estaban entrenando con Ruto y Darunia, cada uno a su muy particular modo.
Azael estaba realizando un entrenamiento de fuerza con el Jefe Goron, que tuvo la amabilidad de compartir algunas de sus técnicas secretas con el comandante Sheikah. A pesar de que Azael era uno de los soldados más fuertes del ejército, el hecho de que Darunia sobresaliera por su fuerza entre los Gorons era la prueba de que siempre era posible sobrepasar los límites. El Jefe no era el más fuerte de su raza solo porque sí, pues siempre estaba activo para mantenerse como tal, y eso lo lograba con su esfuerzo. Es más, Darunia iba mucho más lejos del entrenamiento convencional, pues ejercitaba cada músculo de su cuerpo sin excepción, incluyendo los de sus dedos. Aunque esto pudiera parecer estúpido, el Sheikah pudo ver el valor de fortalecer los dedos individualmente, pues eso le permitiría tener un mejor agarre al momento de sujetar sus armas, y sería muy útil en otras actividades, como escalar en roca.
Entretanto, Impa entrenaba técnicas de evasión con Ruto. La princesa Zora estaba utilizando su cetro para hacer aparecer bloques y estalactitas de hielo encima de la comandante Y luego dejarlas caer, y el objetivo de Impa era tratar de moverse entre ellas sin que ningún trozo fuese a tocarla. Ruto estaba impresionada de ver los movimientos de la Sheikah, sin duda era una digna sucesora de la Impa que conocía en su tiempo. Y en dado caso de que no pudiese esquivar del todo, siempre tenía la mano lista en la empuñadura de su gran espada para desenvainarla y protegerse de los fragmentos restantes. A Ruto le sorprendía lo rápido que era capaz de sacar la espada de la funda y volver a meterla en fracción de segundos, a veces de manera imperceptible para el ojo ordinario.
- Creo que eso es todo, subcomandante. - dijo Darunia al concluir la sesión.
- Uff, eso fue intenso. - dijo el Sheikah, tratando de mover sus dedos. Todavía le dolían un poco, pero era de esperarse.
- Ya te acostumbrarás. Lo estás haciendo muy bien, si me permites decirlo. - lo halagó el Jefe Goron. - Te daría unas palmadas en la espalda para felicitarte, pero... a veces no conozco mi propia fuerza.
- Sí, creo que paso de eso. - dijo Azael, aliviado.
- Nosotras también terminamos aquí. - dijo Ruto, acercándose junto con Impa. - Darunia, ¿quieres ir a ver si a los otros les gustaría entrenar con nosotros?
- Me parece bien, hermana Ruto. - dijo Darunia, luego se volteó hacia Azael. - Supongo que ustedes dos podrán seguir sin nosotros.
- Perfectamente, pierde cuidado. - aseguró el subcomandante. - Seguiremos el entrenamiento por nuestra cuenta, y ten por seguro que aprovecharé muy bien todo lo que me enseñaste.
Darunia y Ruto se despidieron y se dirigieron a ver a los demás. Todos en el castillo estaban tomando sus entrenamientos con mucha seriedad, y con todo lo que estaba sucediendo, a nadie le dio miedo tratar de aventurarse y probar algo nuevo, aunque fuese solo como precaución para tener una carta de triunfo en caso de que apareciera algo inesperado. Ya una vez que el Goron y la Zora estuvieron fuera de vista, los dos Sheikahs se miraron fijamente al quedarse a solas en el terreno.
- Y bien, ¿qué tienes planeado? - preguntó Impa, mirándolo seriamente.
- Solo lo usual. Una sesión de sparring uno a uno, solo tú y yo, si estás de acuerdo. - propuso Azael.
- Me parece bien. - dijo Impa, poniéndose en posición, con la mano en la empuñadura de su gran espada. Azael hizo lo propio con su alabarda.
Usualmente, los dos Sheikahs al combatir esperaban que el oponente hiciera el primer movimiento, pero conociéndose uno al otro en sus estilos de combate, ese factor quedaba descartado. Así, Impa comenzó desenvainando su gran espada para dar un tajo vertical. Azael lo repelió utilizando el hacha de la alabarda casi al mismo tiempo, logrando predecir el ataque. Inmediatamente trató de dirigir un golpe con el otro extremo de su arma hacia el estómago de Impa, pero la mujer se anticipó y salió hacia atrás con una voltereta para ponerse fuera de su alcance. Azael la persiguió y volteando de nuevo dio tres estocadas en sucesión rápida con la punta del hacha, que Impa bloqueó con el plano de su espada, aunque la tercera tuvo fuerza suficiente para empujarla un par de pasos hacia atrás, logrando apenas de milagro evitar que rompiera su posición.
- No está mal. - le dijo, sin poder evitar sonreír ligeramente.
- He estado practicando. - replicó Azael, sonriendo aún más ampliamente. Un cumplido de su superiora siempre era bienvenido.
No queriendo dejar nada al azar, esta vez fue Impa la que atacó primero. Cuando hacía sparring contra Azael, usualmente se centraba en tratar de desarmarlo antes de incapacitarlo, pero esta vez, el agarre en su alabarda era mucho más firme y eso le dificultaba la tarea. Al parecer, ese entrenamiento que estaba haciendo con Darunia para incrementar la fuerza de su agarre estaba dando sus frutos. Lo que Impa no tenía idea era que la verdadera razón de haber aceptado este tipo de entrenamiento tenía que ver con la prueba que les puso a Link y su grupo más de un año atrás. En solo aquel instante, Ruisu fue capaz de quitarle su arma con un solo movimiento, aunque fuese solo por un momento, pero fue suficiente para dejarlo en una situación que en un combate real hubiese podido costarle la vida. El ofrecimiento de Darunia bastó para que Azael se diera cuenta de esta falla que tenía, de no entrenar apropiadamente sus dedos para poder sujetar su arma con firmeza y dificultarle el trabajo a los oponentes que se centraran en desarmarlo.
Impa a su vez, con cada golpe se daba cuenta de que no podía romper la defensa de Azael como siempre lo hacía, pues ahora sujetaba la alabarda con mucha más fuerza que en ocasiones anteriores. Al ver que los tajos no funcionaban, se alejó un poco para tomar impulso para darle una estocada directo al pecho, pero Azael se agachó y mandó un golpe con el extremo de su alabarda, dándole con el plano del hacha cerca de la rodilla para aturdirla. La pierna se le quedó rígida por un par de segundos, tiempo suficiente para que Azael usara la mano libre para darle una palmada al pecho y empujarla hacia atrás. Si no fuese porque traía puesto el peto, esa hubiese podido ser considerada una acción deliberadamente indecente de su parte, pero ella lo conocía lo suficiente para saber que durante sus sesiones de sparring él no permitía que esos pensamientos le nublaran la mente. Pero por otro lado, la forma en como sonreía de lado... ¿trataba de incitarla a que lo atacase con todo?
- Vamos, Impa. Sé que tienes algo mejor que eso. - le dijo.
Impa se sintió tentada a transfigurar su espada a la forma de naginata, pero durante las sesiones de sparring eso era considerado una ventaja injusta, pues le permitía cambiar de estilo de combate en un parpadeo. Al final, después de mucho dudar, decidió hacerlo, y al ver que Azael no protestó, comenzó su asalto de nuevo, mandando varias estocadas rápidas una tras otra. El subcomandante las esquivó con movimientos mínimos, pues ya conocía bien el patrón específico de ese ataque con la naginata, y predijo el siguiente movimiento de Impa casi por instinto: un tajo por el lado derecho hacia la cabeza, deteniéndolo con el hacha de la alabarda en el último momento, pero hizo algo más: consiguió trabarla y al darle un jalón hacia atrás consiguió arrancársela de las manos, clavándola en el suelo a una distancia considerable. Los ojos de Impa se ensancharon ligeramente por este descuido, pero se repuso rápidamente, y en cuando Azael trató de presionar el asalto para anotarse el punto ganador, la guerrera esquivó sus ataques dando volteretas en el suelo y recogiendo de nuevo su arma en medio de una de ellas, justo a tiempo para bloquearle una estocada directo a la cara.
- Así me gusta. - volvió a hablar Azael.
Como respuesta, esta vez los dos comenzaron a atacar tan rápido como podían, hasta que finalmente, la diosa de la victoria le sonrió a Impa, que al esquivar un tajo de la alabarda hacia sus pies saltando, utilizó el impulso para darle a su contrincante una patada doble al pecho, logrando derribarlo, y sin perder tiempo, antes de que pudiera levantarse, saltó sobre él quedando en posición de cuclillas, con el extremo de su naginata en el cuello de Azael. Los dos Sheikahs se quedaron mirándose fijamente, hasta que de pronto, Azael dejó salir una pequeña risa. Una reacción muy extraña para alguien que acababa de ser derrotado.
- ¿Qué es lo divertido? - preguntó Impa.
- Nada, solo... creo que este encuentro me trajo recuerdos. - respondió Azael, mientras Impa se le quitaba de encima. - Me derrotaste así la primera vez que nos enfrentamos. Es muy nostálgico.
- ¿La primera vez?
Impa hizo memoria. Cuando ella y Azael todavía eran aprendices, eran los mejores de su generación, aunque de los dos ella era la que parecía estar siempre un paso por delante. De hecho, Impa recordó algo más, la verdadera razón de que ella y Azael se acercaran más en primer lugar. En aquel entonces, había muy pocas mujeres (casi ninguna en realidad) entre las filas del ejército de Hyrule, e Impa quería ser la primera mujer Sheikah en ingresar. Entre los aprendices de su generación ella era la mejor combatiente, eso era indiscutible, pero su notoria habilidad tuvo un desagradable efecto secundario, y era que por ser "una chica", los varones tendían a sentirse intimidados o ponían excusas cuando ella los derrotaba (que era prácticamente siempre). A raíz de eso, se distanció mucho de sus otros compañeros, excepto de uno en particular. Uno que no solo aceptó de manera honorable su derrota después de darlo todo, sino que no dudó en expresar su admiración por su vencedora.
Azael no se lo dijo sino hasta muchos años después, pero ese encuentro fue memorable para él en más de un sentido. Igual que Impa, a él lo consideraban un prodigio en el combate, y hasta ese momento nunca había perdido contra nadie. Pero cuando escuchó los rumores de la única aprendiz femenina de esa generación entre sus compañeros, quiso comprobar si eran ciertos. Su primera impresión fue que era bastante atractiva, pese a mostrar una expresión dura y seria, y claramente se ejercitaba con regularidad a juzgar por su bien formado físico. La desafió a un combate uno a uno, y a pesar de darle lo mejor, ella lo derrotó, sometiéndolo apenas con una daga, poniéndosele encima después derribarlo y con la empuñadura de su arma en el cuello. Amor a primer combate, sería la mejor manera de describirlo. Y por ser el primero en reconocer las habilidades de Impa, los dos rápidamente se volvieron buenos amigos. Pero con el tiempo, esa admiración que sentía por ella a medida que subían en los rangos del ejército, se fue tornando en algo más.
- No puedo creer que te haya vencido de la misma manera que aquella vez. - dijo Impa, transfigurando su arma de vuelta a espada, y envainándola.
- No me molesta. Ya sabes que esa es una de las cosas que siempre me ha gustado de ti. Que eres la única capaz de someterme. - dijo Azael.
- Los halagos no te llevarán a ninguna parte. - dijo Impa, cruzándose de brazos.
- ¿Por qué tienes que hacerte la difícil conmigo? - dijo Azael. - Es extraño, después de aquel encuentro, parecía que te era mucho más fácil dirigirme la palabra.
- Eso era entonces. - replicó la mujer. - Esto es ahora.
- Estás hablando como si nunca hubiese pasado nada entre nosotros. - Azael ya parecía estarse molestando. - ¿Tanto te avergüenzas de haber estado conmigo?
- Azael... ese fue un golpe bajo. - dijo Impa. Por supuesto, ella no se avergonzaba, pero decir eso de dientes para afuera equivaldría a darle la razón, y su orgullo no se lo permitía.
- Ese tiempo que pasamos juntos, todo lo que compartimos... me dijiste que fue el más feliz de tu vida. - le dijo. - También lo fue para mí. Pero aun así... tú decidiste terminar.
- Tú sabes por qué lo hice. - se defendió Impa.
- Sí, por supuesto. Querías cumplir tu sueño de servir fielmente a la familia real de Hyrule. - dijo Azael. - Lo que no me explico es, ¿por qué tenías que terminar nuestra relación?
Impa no se molestó en decir nada, pues le había dado la misma respuesta una, y otra, y otra vez. Servir a la familia real sería un deber de tiempo completo que no le dejaría espacio para más nada. Nada de socializar, nada de sentimentalismos, nada de relaciones. Y al mirar a Azael ahora, se dio cuenta de algo más. Su expresión denotaba el dolor y la tristeza entremezclada con la rabia de alguien a quien le habían roto el corazón. No lo había visto con esa expresión desde el día que ella decidió irse y poner fin a su relación en ese momento. En un arranque de desesperación, él decidió retarla a un duelo, diciéndole que tendría que ganarle a él para dejarla enlistarse, y si perdía, tendría que quedarse. Aunque pelearon con todas sus fuerzas, ella lo venció, y él, cumpliendo su palabra, la dejó marcharse.
Pero cuál sería su sorpresa cuando apenas un par de meses después, él también apareció en el castillo entre los aspirantes que buscaban enlistarse en las filas del ejército. Hasta que completó su entrenamiento, no mencionó ni una palabra de lo que había sucedido entre los dos, y ella hasta tuvo algo de miedo de acercársele. Cuando restablecieron contacto, Azael había tomado esa actitud que tanto lo caracterizaba, de ser directo con sus sentimientos y siempre hacérselo saber. De hecho, le pareció que se había vuelto mucho más de lo que era antes de que ella se marchara, al grado de resultarle en realidad molesto. Pero ahora que lo pensaba con más detenimiento... ¿acaso todavía se sentía lastimado por su ruptura, y esa actitud era un mecanismo de defensa para lidiar con su dolor interior?
- ¿Estás resentido por eso conmigo? - se aventuró a preguntar.
- No, claro que no. - dijo Azael. - Tú sabes que la única razón por la cual me enlisté en el ejército, y me esforcé tanto por poder llegar a ser tu subcomandante, era para poder estar a tu lado. Siempre estuviste un paso por delante de mí, y cada vez que sentía que te estaba alcanzando, te alejabas de nuevo.
- ¿Y tu punto es...? - Impa volteó la mirada exhalando un suspiro de resignación.
- Mi punto, es que si no me di por vencido contigo entonces...
Azael se le acercó peligrosamente y la sujetó del mentón para obligarla a voltearse. El subcomandante, olvidándose por un momento de que ella lo superaba en rango y fácilmente podría relevarlo de su cargo y exiliarlo por semejante atrevimiento (pero con toda la certeza de que no lo haría), depositó un breve beso en los labios de su superiora. Esto pareció tomarla por sorpresa, pero antes de que dijera nada, prosiguió:
- No me daré por vencido ahora. Piénsalo, si la Princesa Zelda y Link pueden ser honestos con sus sentimientos... ¿por qué no podemos serlo nosotros? ¿Qué nos hace diferentes de ellos? ¿O de cualquier otro hombre y mujer?
Impa podría haberle dado al menos media docena de respuestas a esas preguntas, pero todas tendrían algo en común: ninguna de ellas sería sincera. La mujer había jurado entregarse en cuerpo y alma a su deber de servir y proteger a la familia real de Hyrule, había invertido cada onza de su esfuerzo en ello, y eso le había valido el haber ascendido hasta convertirse en la comandante del ejército. Pero su compañero, era de la creencia que sus deberes y sus sentimientos no tenían por qué estar en conflicto unos con los otros. Tal vez ese contraste entre los dos fuese lo que lo hacía tan efectivo como su segundo al mando, y su mejor compañero en batalla. Se complementaban a la perfección uno al otro, a nivel militar, táctico, estratégico... y emocional.
- No tienes que darme la respuesta ahora. Tómate tu tiempo, y piénsalo. - dijo Azael, recogiendo su alabarda del suelo y retirándose, dejando a Impa a solas con sus pensamientos.
La comandante Sheikah dejó la mirada fija en su compañero, hasta que este abandonó el terreno. Extrañamente, no sintió el impulso usual de reprocharle ni mucho menos intentar abofetearlo por su atrevimiento. Aunque de dientes para afuera dijera lo contrario, ese contacto no se le hacía desagradable para nada. Nunca había sido así, desde aquellos días felices de su adolescencia. Y con las preguntas que le hizo todavía resonando en su cabeza, la Sheikah tomó conciencia de que la única razón por la cual la relación entre los dos no volvía a ser algo más, algo que Impa en el fondo sí deseaba que fuese, era porque ella no lo permitía.
- ¿Por qué tienes que hacerme sentir esto? - dijo, mientras se ponía la mano en el pecho, y sentía como se le aceleraban los latidos.
Todo lo que había sucedido en los últimos meses, el estar en medio de una guerra, y enfrentándose a la posibilidad real de que alguno de los dos pudiera no salir con vida de ella, le hizo replantearse su forma de pensar, de querer renegar sus sentimientos por Azael. ¿Sería capaz de seguir guardándoselos, y seguir fingiendo que ya no estaban? ¿Qué tal si alguno de los dos muriera, y ella nunca podía hacerle ver que ese amor que él no temía profesarle (a su muy particular manera) seguía allí a pesar del tiempo y era correspondido de igual manera por parte de ella? Nunca se perdonaría si eso sucediera.
- ¿Qué se supone que debo hacer en este momento? - se preguntó. Nadie más tenía la respuesta. Solo ella, y tenía que encontrarla por sí misma.
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Mientras tanto, en el Rancho Lon Lon...
Tomando ventaja de que la división de caballería había estado haciendo patrullas por esa zona, y ayudando a los aldeanos que habían sufrido a raíz de los ataques de los monstruos, Alexandre guio a su montura hacia el sendero que salía por el oeste, resistiéndose al impulso de ponerlo a trote. Apenas podía creer lo que estaba viendo. Aquella vez, cuando él y los otros se enfrentaron a los bandidos, los destrozos no habían sido tan serios. En esta ocasión, era una historia totalmente diferente. Las criaturas de Cya habían hecho lo suyo en ese lugar, y pasaría mucho tiempo antes de que pudiera volver a ser habitable.
Mientras bajaba por la colina, se había puesto a rezar silenciosamente por que el rancho no estuviese en el mismo estado que la aldea. El sendero en sí mismo era el único camino hacia ese lugar, y el rancho en su totalidad estaba rodeado por paredes de piedra y cercas, pero por alguna razón, eso no le ayudaba en lo más mínimo a sentirse más tranquilo. Afortunadamente, cuando llegó, desde afuera pudo ver que no parecía haber sufrido ningún daño. Exhaló un suspiro de alivio y le indicó a Shadow que siguiera hacia la entrada. Al parecer, la locación relativamente oculta del rancho lo había mantenido a salvo de los ataques de los monstruos.
- De acuerdo, ya estamos aquí. - dijo el lancero, dirigiéndose hacia la campana de la entrada para sonarla.
Cuando la sonó, no vino a recibirlo Malon, en lugar de ella, un pequeño grupo de niños estaba correteando en ese lugar se dirigió hacia el portón a saludarlo. Seguramente eran residentes de la aldea que se refugiaron allí después de los ataques.
- ¿Qué desea, señor? - le preguntaron.
- Hola, disculpen. Soy un caballero de Hyrule, ¿está la señorita Malon? - les dijo.
- Está atrás en el granero. - dijo una niña. - ¿Quiere que vaya a buscarla?
- Sí, por favor díganle que Alexandre vino a verla. - respondió Alexandre.
Los niños de inmediato salieron a buscar a la chica. Ya que Alexandre sabía lo grande que era el rancho y que el granero estaba hasta el otro extremo, se tardarían un poco en volver, así que no le quedó más que desmontarse de Shadow y esperar a que volvieran con ella. Admitiéndolo, el muchacho había querido venir a verificar que Malon estaba bien desde hacía varios días, pero las labores en el castillo y la ciudadela no le habían dado oportunidad. Y con toda certeza, al cabo de unos minutos divisó su cabellera pelirroja acercándose en la distancia.
La chica del rancho se detuvo frente a él, jadeando para recuperar el aliento. Al parecer había dado una sola carrera desde el granero, lo cual, considerando la distancia, era una verdadera hazaña. Todavía respirando a grandes bocanadas, Malon levantó la mirada para encontrarse con Alexandre. Su expresión permanecía indescifrable, pero en cuanto recuperase el aliento, el lancero presentía que tendría muchísimas preguntas qué responderle. Menos mal que ya tenía las respuestas preparadas
- Hola, Malon. - fue todo lo que se le ocurrió decirle, levantando la mano. La respuesta de Malon no se hizo esperar, la pelirroja apretó los dientes y alargó la mano con todas sus fuerzas.
¡SLAP!
- ¡Auch! ¡¿Por qué hiciste eso?! - exclamó Alexandre, pero antes de poder protestar de nuevo, Malon se abalanzó a golpearlo con los puños.
- ¡GRANDÍSIMO IDIOTA! ¡¿TIENES ALGUNA IDEA DE LO PREOCUPADA QUE HE ESTADO?!
- ¡Oye, ay no, cálmate por un momento! - decía Alexandre tratando de cubrirse, pero la pelirroja no cesó su asalto de golpes y gritos.
- ¡DÓNDE DIABLOS HAS ESTADO! ¡MÁS DE UN MES SIN NOTICIAS TUYAS! ¡NI SIQUIERA UNA NOTA! ¡EL EJÉRCITO PELEANDO Y PERDIENDO CONTRA LOS MONSTRUOS!
- ¡Espera, si me dejas explicar...!
- ¡EMPECÉ A CREER QUE PODÍAS ESTAR MUERTO! ¡Y AHORA TE APARECES AQUÍ SALUDANDO COMO SI NADA! ¡TE ODIO! ¡TE ODIO!
Ya en este punto parecía inútil tratar de cubrirse de los golpes, especialmente con sus manos ocupadas en taparse los oídos, y eso no ayudaba en realidad, pues los gritos de rabia mezclada con preocupación todavía resonaban dentro de su cabeza. Lo mejor que podía hacer era esperar a que ella dejara salir todo, y después de lo que pareció una eternidad, los golpes se fueron haciendo cada vez más y más débiles, al igual que los gritos.
- Te odio... te odio...
Cuando finalmente se le terminó el aliento y se quedó sin fuerzas para golpearlo, Alexandre la sujetó gentilmente de los hombros y la alejó para mirarla de frente. Ahora que tenía su oportunidad de responder, y como ella había dejado salir todo de una sola vez, al menos no tendría que preocuparse por que fuera a interrumpirlo.
- Sí, y no te culpo por odiarme. Perdóname por hacer que te preocuparas tanto. - le dijo, y acto seguido la abrazó. - Y lo creas o no, yo también te extrañé.
Malon se llevó una sorpresa por partida doble, o mejor dicho, triple. Primero, Alexandre no le estaba replicando, sino que le daba la razón. Segundo, le pedía disculpas por hacer que se preocupara. Y tercero, y más importante, ¿la estaba abrazando? La pelirroja estaba tan conmocionada que se quedó sin habla por un momento. Definitivamente, algo había pasado allí, y quería saber qué era. Una vez que él la soltó, la pelirroja retrocedió un poco, puso los brazos en jarras y lo miró con severidad.
- De acuerdo, dime quién eres y qué hiciste con Alexandre. - inquirió.
- ¿Qué dices? Oye, eso ofende, ¿lo sabías? - replicó Alexandre, repentinamente molesto.
- El Alexandre que conozco no me respondería de esa manera. - declaró Malon, cruzándose de brazos y muy segura de lo que decía. - Se hubiese molestado y me hubiese replicado.
- Sí, bueno, eso era antes. Han... pasado muchas cosas en este tiempo. - trató de defenderse él.
- ¿Cómo sé que me dices la verdad?
- ¿Quieres que le diga a todos donde guardó tu papá tus pictogramas de bebé? - amenazó sonriéndole de lado con malicia. Eso pareció bastar para convencerla de que el chico frente a ella era el Alexandre que ella conocía. - Es broma, sabes que nunca haría eso.
- De acuerdo, ya me convenciste. - admitió la pelirroja, ya por fin calmada y sin mostrar escepticismo. - Pero dime, ¿qué fue lo que te sucedió? Lo último que supe fue que el castillo fue tomado por los monstruos, y antes de eso, tú y los otros...
- ¿Podemos ir a sentarnos en alguna parte? - interrumpió Alexandre. - Estaré feliz de ponerte al tanto de todo lo que he hecho en las últimas semanas, pero tanto a Shadow como a mí nos vendría de maravilla algo para comer, si no es demasiada molestia.
- Por supuesto, vamos. - dijo Malon.
La muchacha se acercó al caballo para guiarlo hacia el granero, y Alexandre la siguió con calma. Mientras atravesaban el rancho, el muchacho pudo darse cuenta que, aparte de los niños que vio antes, habías más personas, más de las que él recordaba aparte de los trabajadores que laboraban en el rancho. Había caras conocidas entre los habitantes de la aldea, y no se le hizo difícil deducir que seguramente se habían refugiado allí después de los ataques.
- Son los aldeanos que sobrevivieron a los ataques de los monstruos, los que lograron escapar. - dijo Malon, leyéndole el pensamiento antes que preguntara. - Es una suerte que tengamos tanto espacio aquí en el rancho.
- Ya me lo imagino. - dijo Alexandre. - Me sorprende que den abasto para tanta gente, especialmente los que tienen niños.
- Nos las arreglamos, además, ellos también nos ayudan con lo que pueden. - dijo Malon. - De cualquier manera, no creo que podamos resistir mucho tiempo más, no hemos podido salir en busca de más provisiones por culpa de los monstruos, y nuestras reservas se están agotando.
- Incluiré en mi reporte una petición para que les envíen ayuda lo más pronto posible. - prometió Alexandre.
- Gracias, eres muy considerado. - dijo Malon.
En cuanto llegaron al corral, Malon fue por una pila de heno para dársela a Shadow, y mientras el corcel devoraba felizmente su alimento, la pelirroja se acercó para poder conversar apropiadamente con su amigo.
- Y bien, prometiste que me contarías lo que has estado haciendo. ¿Por qué te desapareciste las últimas semanas? Me imagino que aquel ataque que estaban planeando hacer fracasó.
- Sí, en efecto. - dijo Alexandre, todavía recordando, estaban a punto de derrotar a Volga cuando les enviaron la señal de retirada. - Estuvimos muy cerca de lograrlo pero... nuestra enemiga se nos escurrió entre los dedos.
- Pero sobreviviste. - dijo Malon. A Alexandre no se le escapó que no había reproche ni burla, simplemente alivio de ver que se encontraba sano y salvo. - ¿Qué sucedió después de eso?
- Poco después que fallamos en nuestro ataque, nos llegó la noticia de que el castillo y la ciudadela habían caído, como si las cosas no pudieran empeorar. - dijo el lancero. - Tuvimos que... hacer un pequeño viaje para ponerle fin al caos.
- ¿Viaje? - preguntó Malon. - ¿Y a dónde fuiste exactamente?
- Je, creo que la pregunta correcta no es el "dónde", sino el "cuándo." - dijo Alexandre. Ya estaba por empezar la mejor parte del relato. - Dime algo, ¿crees que es posible viajar en tiempo?
- No bromees.
- ¿Crees que estoy bromeando? - la desafió. - Lo creas o no, todo lo que está sucediendo, los monstruos, el caos, toda esta guerra es por culpa de una hechicera que se está metiendo con el tiempo y el espacio. Varios de nosotros tuvimos que viajar al pasado para sellar los portales desde el otro lado.
- ¿Portales?
- Es complicado de explicar, especialmente para mí. - dijo Alexandre. - Mira, has de saber que nuestros antepasados más lejanos conocidos se rumoran de haber vivido en el cielo hace unos miles de años, ¿no es así? ¿Qué me dirías si te digo que tuve la oportunidad de comprobarlo con mis propios ojos?
- Te preguntaría cuál licor mezclaste con tu leche. - replicó la pelirroja, aunque por su tono parecía hacer notar que en realidad no creía que estuviese mintiendo.
- Pues créelo. - declaró el muchacho. - Y es más, tuvimos la oportunidad de surcar los cielos a lomos de un pájaro. ¿Sabías que hay un guardián en el cielo que se hace llamar Levias? Si pudieras verlo, parece una ballena, es enorme.
- Hmm, eso suena muy interesante. - dijo Malon.
A la pelirroja tampoco se le escapó que estaba relatando con mucho más entusiasmo de lo que le había visto en otras ocasiones, que por lo general solo hacían ver lo celoso que estaba de su amigo Link. Esto parecía un buen cambio, tuvo que admitirlo.
- Como sea, a pesar de todo nuestro viaje no fue un paseo. Mientras intentábamos sellar el portal tuvimos encuentros realmente indeseados, pero al final todo salió bien. - prosiguió. - Es más, hasta pude traerme un recuerdo, mira.
Fue entonces que Malon se fijó en la lanza que Alexandre traía consigo. Más larga, y mejor elaborada que la que recordaba, lucía mucho más pesada que ninguna que hubiese visto antes. Ciertamente era un arma mucho más imponente e intimidante.
- Impresionante. - dijo la pelirroja. - ¿Cómo la conseguiste?
- Bueno, a decir verdad... no la conseguí yo. Fue Link el que la ganó.
En aquel momento, Malon pensó: "Ay no, aquí va de nuevo" y creyó que otra vez empezaría a hablar de la envidia que le daba que su amigo siempre lo superase en todo. Pero esta vez, habló de él con tanto respeto que casi le costaba creer que fuese él quien relataba. Alexandre no escatimó en detalles de todo lo que pasó: empezando por, primero, cuando Grahim trató de tentarlo para ponerlo en contra de sus amigos, específicamente en contra de Link, tratando de usar su rivalidad con él como palanca. Malon no pudo evitar sentir algo de orgullo al saber que Alexandre no solo resistió la tentación del demonio, sino que además lo desafió y no tuvo miedo de decírselo a la cara. Eso dejaba claro que a pesar de su a pesar bravata y arrogancia en la superficie, por dentro tenía su corazón donde debía estar. Por supuesto, eso ella ya lo sabía, no la debería sorprender en absoluto. Después le relató cómo se enfrentaron a Volga y cómo este desafió a Link a un último duelo uno a uno, y cómo después de ser derrotado este les entregó su lanza imbuyéndola con su espíritu. El héroe no quería utilizarla personalmente, así que se la dio a él, especialmente porque había perdido la suya durante un enfrentamiento anterior. Ya estaba llegando a la parte final del relato, tal vez la más importante.
- Creí que había perdido la razón. - le dijo. - Quiero decir, me estaba dando un arma poseída por un espíritu a mí de entre todas las personas. ¿Qué tal si se apoderaba de mí y me hacía matar a todos? Pero él dijo que confiaba en mí, que podría controlarla y que seguía siendo solo un arma al fin y al cabo. ¿Puedes creerlo? Con todo y a pesar de como soy, todavía estaba dispuesto a depositar su confianza en mí.
- Bueno, como yo lo veo, te impuso una gran carga, así que tendrás que esforzarte por llevarla. - dijo Malon. - Puedo darme cuenta que tuviste un viaje emocionante. A pesar de que me molestó que no me hubieses dicho nada hasta ahora.
- Oye, lo siento, pero no tuve tiempo de avisarte. - se excusó el lancero. - Todo pasó demasiado rápido, y además, desde que recuperamos el castillo, apenas ahora es que tuve la oportunidad para venir aquí.
- *Suspiro*, creo que ya tendremos tiempo después de discutir eso. - dijo la pelirroja. - Por ahora... solo me alegro de que estés a salvo.
- También yo, de que tú lo estés.
A pesar de que tendría que marcharse al final del día, Alexandre no vio ningún problema en querer pasar el tiempo restante antes de ese momento en ese lugar. Había trabajado muy duro los últimos días y nadie le reprocharía si quería descansar un poco más, y menos si quería hacerlo en compañía de su querida amiga. Tenía que recuperar el tiempo perdido, y ya no iba a dar nada por sentado, no después de todo lo que había sucedido.
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En las praderas fuera del castillo...
A estas alturas, la ciudadela y el castillo ya estaban prácticamente limpios y en camino a recuperar su antigua gloria, pero no se podía decir lo mismo del resto de los alrededores en las murallas exteriores de la ciudadela. Más todavía, los últimos días los soldados hyruleanos habían estado realmente ocupados moviendo no solo los cadáveres de sus compañeros para darles entierro, sino también teniendo que recoger las armas y armaduras de los Ferrus y Nudillos de Hierro contra los que pelearon. Entre el grupo asignado a ese deber se encontraban Garrett y Zatyr, ayudando a colocar los hierros en carretas para transportarlos.
- Los herreros reales se harán un festín con todo este metal. - dijo Zatyr. - Aunque no creo que tengan suficiente espacio en la fundidora, sería una lástima desperdiciarlo.
Garrett asintió, estando de acuerdo con la arquera. Los enemigos contra los que pelearon, al haber dejado atrás sus armas y armaduras como simples cascarones vacíos les dejaron un enorme trabajo de limpieza, por su enorme tamaño y cantidad. El lado positivo era que todo ese material se podía notar que era de excelente calidad, y una vez que pasara por la fundidora, podrían reciclarlo para ellos, y para el resto de las tropas. Las armas y armaduras que podrían hacer de ellas serían formidables sin duda alguna.
- Tal vez me gustaría una armadura hecha a la medida. - expresó Garrett sosteniendo un peto que era tan grande que ni siquiera a él podría quedarle.
- Eso no estaría mal. Y yo podría sacar buenas puntas para mis flechas con esto. - dijo Zatyr. - Y no es que no me hayan gustado las que me dieron Midna y Lana, pero no puedo depender de ellas todo el tiempo.
- En tal caso, nadie se molestará si guardamos algo de esto para nosotros, ¿no crees? - dijo el grandullón.
- Totalmente. - dijo Zatyr. - Hay más que suficiente, y lo que sobre sin duda lo van a tirar.
No tenía nada de malo quedarse con algo de ese metal como botín de guerra si les podía ser de utilidad. Después de todo, Garrett también se había quedado con el mangual que le quitó a aquel enemigo después que él y Darunia hicieron que se aplastara la cabeza él mismo con la pesada bola de picos. Ya que era demasiado grande para cargarla consigo todo el tiempo, por ahora la había dejado junto al armero de sus cuarteles. Era una lástima no poder usar el encantamiento reductor que tenían sus Guantes de Poder para ajustarse cuando se los ponía, de otro modo, hubiese sido mucho más fácil poder cargar la bola y la cadena.
- Por cierto, Garrett... ¿has pensado en qué vas a hacer después de todo esto? - preguntó Zatyr.
- ¿Cómo dices?
- Después de la guerra, quiero decir. - dijo Zatyr. - Asumiendo que todos nosotros salgamos vivos, por supuesto.
- ¿Tú ya lo pensaste?
- Solo un poco. - admitió la arquera con algo de vergüenza. - Cuando me enlisté en el ejército de Hyrule, no me imaginé que me vería lanzada de cabeza a pelear una guerra apenas un año luego de completar el entrenamiento.
- Ninguno de nosotros se lo imaginó. - dijo Garrett. - Mis padres y los de Alexandre no están muy felices con estos acontecimientos, y en sus últimas cartas hasta nos pidieron que volviéramos a casa. Pero les dijimos que no. Ya estamos aquí, y no podemos huir como cobardes.
- Así se habla. - dijo la arquera. - Me imagino que para estas alturas en Termina ya deben de saber lo que está sucediendo en Hyrule. Me preocupa que a mis padres les dé un ataque cardíaco cuando sepan que estoy en medio de todo esto.
- ¿No les has escrito? - preguntó Garrett.
- Lo hice apenas retornamos al castillo, pero no tengo manera de saber si el mensajero llegó a su destino. - dijo Zatyr, preocupada. - Además, Termina está a una semana de viaje a caballo, así que cualquier respuesta debería llegarme en unos dos o tres días.
Garrett no presionó más en ese asunto. Al menos el resto de los miembros de la Legión tenían a sus familias dentro del reino, y habían podido confirmar a pocos días de su retorno al castillo que todos se encontraban sanos y salvos. Zatyr, por otro lado, al provenir desde fuera de las fronteras de Hyrule, le resultaba mucho más agobiante la espera. La arquera albergaba la esperanza de que los planes de Cya se mantuvieran dentro de Hyrule y no planease extenderse más allá en un futuro cercano, o hasta que pudiesen detenerla de una vez.
- De cualquier manera, cuando esto haya terminado, y después de ayudar con la reconstrucción de Hyrule, creo que será bueno que los vaya a visitar. - prosiguió Zatyr. - Después de eso, creo que volveré a mi meta original.
- Ser instructora de arquería. - Garrett todavía recordaba cuando se los contó por primera vez, aquella noche durante el ejercicio de supervivencia.
- Tal vez pueda convencerlos de que me dejen abrir una sucursal de nuestra academia aquí en Hyrule. O mudarnos, en el mejor de los casos. - agregó la castaña con una sonrisa.
- Eso no estaría mal, así podríamos seguir en contacto. - dijo Garrett.
- Bien, ahora que conoces mis planes para el futuro cercano, me parece justo que compartas los tuyos. - dijo la arquera. - ¿Hay algo en particular que quieras hacer?
- De hecho sí. - dijo Garrett. - Creo que es tiempo de que comience a buscar mi propio camino. En parte, acepté venir con Alexandre para cuidarle las espaldas, pero llegará el momento en que no me necesitará más para eso. Tal vez, sea tiempo de que busque hacerme un nombre por mí mismo.
- Je, mientras no te obsesiones con vencer a un rival, estará bien que lo hagas.
Dicho esto, Zatyr le dio un pequeño golpecito en el brazo de manera amistosa. Garrett se rio un poco ante este gesto. Tener un rival sería una excelente motivación, pero no le parecía que fuese su estilo. Él no era Alexandre después de todo, y tampoco quería serlo. Así como el lancero aprendió que él no era Link, y que tampoco quería ni necesitaba serlo, Garrett tampoco planeaba quedarse bajo esa sombra. Por ahora, compartía el mismo camino que sus amigos, pero cuando le llegase el momento de tomar el suyo por su cuenta, estaría preparado para enfrentarlo.
Mientras tanto, del otro lado, alguien más se tomaba un descanso de las labores de reconstrucción y limpieza. Se trataba de Midna. La Twili se había escabullido de la reunión del consejo de guerra cuando se le hizo demasiado aburrida la plática, y salió a ver si podía ayudar en algo, al menos para estirarse un poco y no quedarse encerrada en el castillo. Pero pronto se dio cuenta que afuera tampoco había nada mejor que hacer excepto recoger el metal de los enemigos tras la batalla anterior, y después de un tiempo, finalmente se cansó de eso y fue a ocultarse en las ramas de un árbol para relajarse.
- ¡Señorita gatita, señorita gatita! - oyó una familiar voz llamándole.
- Ah, grandioso, aquí viene. - murmuró al reconocerla.
Maripola había estado todo el rato dando vueltas por la pradera cercana, hasta que uno de los soldados le dijo donde había visto a Midna por última vez. Se fue acercando sin dejar de llamarla, y en cuanto mirase hacia la copa del árbol, no tardaría en divisarla. Pero ella no se molestó en responder, mejor dejar que lo hiciera por sí misma.
- ¡Ahí estás! - dijo finalmente al encontrarla. - ¿Dónde has estado?
- Despreocúpate, princesa de los insectos. - dijo Midna. - No planeaba irme más lejos de aquí. Solo necesitaba relajarme un poco.
- ¿Relajarte? Me dijeron que te saliste sin avisar de la reunión del consejo de guerra.
- ¿Y qué importa? No han dicho nada que yo no sepa ya. - dijo Midna simplemente. - Iba a ser muy aburrido estar allí flotando sin hacer más nada.
- Estoy segura que la Princesa Zelda y el joven Link aprecian tu opinión tanto como la de los demás. - dijo Maripola.
- Puede ser, pero de todas maneras ya está decidido qué es lo que vamos a hacer. - dijo Midna, flotando hacia abajo del árbol para ponerse al nivel de Maripola. - Ya cuando llegue el momento sabré cuál es mi papel en todo.
- Hmm... me gustaría saber cuál es mi papel en todo esto también. - dijo Maripola de repente, al oír las palabras de Midna.
A pesar de todo lo que había sucedido, y de que su ayuda había sido valiosa, Maripola todavía sentía que no encajaba del todo estando en ese lugar, y menos en ese tiempo. Es decir, casi todos los que se habían unido a las filas por esta guerra tenían habilidades de combate o algo que pudiesen aportar para ayudar a derrotar a los monstruos, y ella no tenía ni lo uno ni lo otro, al menos por sí sola. Sus insectos eran útiles, pero por sí solos no podían serlo a la medida de un ejército, por eso necesitaba la ayuda de Lana para, ya fuese hacerlos grandes temporalmente para ponerlos a pelear con enemigos de gran tamaño, o multiplicarlos para cubrir una mayor área. Y tampoco era una experta combatiente ni sabía cómo manejar un arma. Midna pareció percibir esto en Maripola y la miró fijamente.
- Dime una cosa... Maripola. - le dijo con firmeza. - Viniste aquí por una razón, ¿no es así?
- ¿Por una razón? - La niña no pareció entender del todo.
- Vamos, no me dirás que viniste aquí solo porque sí, ¿verdad? - dijo la Twili. - Cuando decidiste acompañarnos, lo hiciste sabiendo perfectamente en lo que te estabas metiendo.
- ¡P-por supuesto que lo sabía! - tartamudeó ligeramente la niña. - Sé que no puedo pelear, pero... después de que me salvaron quería ayudar de alguna manera, eso es todo.
- Sí, y lo has hecho. - dijo Midna. - Esto sonará extraño viniendo de mí, pero no te menosprecies. Puede que no estés peleando como el resto de nosotros, pero gracias a tu ayuda y a la de tus amiguitos, podemos durar un poco más en el campo de batalla. Eso también es importante.
- ¿En serio?
- En serio. No lo niego, me causaste algunos dolores de cabeza cuando nos conocimos, pero... eres una buena niña. - Midna estiró su mano de cabello para frotarle la cabeza a Maripola. - Sigue así, y nunca cambies, ¿de acuerdo?
- De... de acuerdo. - replicó Maripola, sin estar segura de haber entendido del todo.
- Bien, creo que ya descansé lo suficiente. Mejor volver, solo para que no estén preocupados. - dijo echándose a flotar de vuelta hacia el castillo.
- ¡Oye, espérame! - Maripola corrió tras ella.
Aunque Midna hubiese dicho "durar un poco más en el campo de batalla", lo cierto era que Maripola había hecho mucho más que solo eso. En gran parte gracias a ella y Lana fue que los soldados hyruleanos pudieron enfrentarse contra los Ferrus y Nudillos de Hierro y ganar esa batalla sin sufrir ninguna baja significativa. Cierto, muchos resultaron heridos durante los enfrentamientos contra los centinelas de metal, y a pesar de que fueron salvados de morir quedarían fuera de comisión por un largo tiempo antes de poder volver a las filas frontales, pero era mucho decir que hubiesen podido recuperar el castillo sin necesidad.
Por otro lado, Midna tenía otra razón para querer alejarse. Durante la reunión del consejo de guerra, a la Reina del Crepúsculo no se le escapaban las miradas de complicidad que ocasionalmente se dirigían el héroe y la princesa, a pesar de estar sentados en lados opuestos de la mesa. Se le haría muy divertido ver como se desarrollaba esa relación, especialmente ya que, en el tiempo que conoció a la Zelda de su propia época, específicamente durante el período en que sus almas fueron una sola, ella pudo sentir que empezaba a surgir una cierta atracción por el héroe. Por algo no se sorprendió cuando antes de partir, los vio anunciar formalmente su relación ante todos, solo de imaginarse todo lo que pudo haber sucedido en ese tiempo. De lo que pudo ver, los Link y Zelda de este tiempo ya tenían un poco más de conocerse, y tuvieron la oportunidad de volverse amigos durante un período de paz antes de tener que enfrentarse a su destino, pero ya esa amistad había dado paso a algo más. Eso era más divertido de observar desde lejos, y la Twili estaba particularmente interesada en ver con sus propios ojos hasta dónde podría llevarlos.
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Al anochecer, en el castillo...
Aquella noche la brisa estaba más fresca de lo habitual, por no decir helada. El clima se había vuelto bastante frío.
Link se encontraba cabalgando en su yegua a esas tardías horas, mientras Fay flotaba cerca de él acompañándolo, recorriendo los sectores del palacio para verificar que nada estuviera fuera de lo normal, y aunque ese tema para él si era importante, también se hallaba en dicha vigía por no poder conciliar el sueño. Aun no asimilaba como su vida pudo haber cambiado tan drásticamente en el transcurso de solo un año. De la noche a la mañana había sido descubierto como un héroe de leyendas, había iniciado una misión para detener los bajos planes de una mujer obsesionada por él, y sobre todo y lo más agradable, que la mujer a la que veía inalcanzable, con la que pensó no tendría nada más que una agradable amistad, resultó compartir con él ese amor que inconscientemente había guardado. Aquel periplo también le ayudó a poder asimilar sus sentimientos, a aceptar que no podía vivir sin ella. Link ya había terminado su recorrido, dejó a Epona en el establo, en tanto que Fay se iba por su propio camino a su vez, y se dirigió a su habitación a tratar de descansar.
El estar recordando lo llevó inconscientemente hasta donde estaba la habitación de su amada, lo que provocó que esbozara una ligera sonrisa al saber que dormía plácidamente y ya no se encontraba en peligro. Fueron meses muy duros y angustiosos por no haber sabido nada de ella, sin saber que desde las sombras siempre lo estuvo acompañando.
Luego de unos minutos de perderse en la imagen de la princesa, se dio la vuelta y continuó con su camino, pero de repente se detuvo.
- Link...
El joven se volteó con prisa al escuchar la voz de Zelda, quien había salido de su habitación usando un camisón largo y su cabello sin ningún adorno o atadura, se veía sumamente hermosa. Sin embargo, a pesar de haberle prestado atención a esos detalles, vio que su rostro estaba entristecido y consternado, cosa que le preocupó mucho.
- Zelda, ¿qué te pasa? - preguntó, preocupado. - Creí que estabas dormida.
- No puedo dormir, no sé qué me pasa. - respondió, apenada. - Además me di cuenta que estabas cerca de aquí y por eso salí.
- ¿Có... cómo lo supiste?
- Percibí tu presencia. Podría notarla a kilómetros de distancia. - dijo, sonriendo.
- Je... ahora entiendo. - dijo, sonrojado. - Pero aún me preocupa el por qué te sientes mal. Sabes que puedes contarme lo que sea.
- Ya lo te dije, no sé de qué se trata exactamente. - contestó, incómoda. - Imagino que se debe a todas las cosas por las que hemos pasado. Tal vez... solo necesito hablar de eso. ¿No quieres pasar? Hace mucho frío.
- Bueno... claro, está bien.
Se sintió nervioso al de saber que estaría a solas en una habitación con su amada, pero después aquella tensión se redujo al analizar que no tenía nada de malo, ya que ya conocía su alcoba y Zelda necesitaba conversar con él para tranquilizarse.
Juntos entraron a la habitación, aliviados de ver que la misma tenía la ambientación cálida y perfecta para sentirse tranquilo, sin nada de frío y con la privacidad para conversar de lo que desearan.
Se sentaron en la cama y se miraron el uno al otro en completo silencio, esperando a ver quién era el que iba empezar la conversación. Zelda dio el primer paso al esbozar una ligera sonrisa y colocar una mano en el rostro de su amado, quien cerró los ojos para disfrutar de la caricia que su princesa le estaba dando. A veces no era necesario decir una palabra para expresar todo lo que un alma podía sentir, ya sea sentimientos de alegría o tristeza. Link colocó su mano encima de la princesa, causando que los fragmentos de ambos brillasen al tener contacto, demostrando que los mismos estaban enlazados por algo más que la energía que compartían, sino por el amor que sentían sus portadores desde el inicio de los tiempos.
- Ahora que estás aquí conmigo, ya no tengo miedo, mi amor. - dijo Zelda.
- Me alegra saber eso, mi amor. - respondió Link, encantado. - Pero dime, ¿qué es lo que te incomoda?
- Me aterra que toda esta masacre se repita. - dijo Zelda, entristecida. Los alcances de Cya no tienen límites, y temo por lo que podría suceder en la batalla que nos espera. No tuvo compasión para que sus esbirros asesinaran a nuestros aliados. Temo por nuestros amigos, pero sobre todo, temo por ti.
- No tienes nada que temer, mi amor. - dijo Link. - Nos estamos preparando muy bien. Vamos a vencer a esa bruja, cueste lo que cueste.
- Es que ella te quiere a ti, por eso temo... no quiero que te arrebate de mi lado.
Zelda derramó algunas lágrimas ante el temor que la perturbaba, momento en el que Link la tomó del rostro para limpiar su rostro y tranquilizarla. A diferencia de ella, él se veía muy seguro en sus determinaciones.
- Eso no va a pasar. - aseguró el guerrero. - No permitiré que Cya, ni nadie más, me aparte de ti. Ella podrá someterme a la peor de las torturas hasta aniquilarme, pero nunca tendrá mi corazón porque ese solo te pertenece a ti. Antes, ahora y siempre será así, Zelda.
- Link...
Luego de terminar de hablar, el joven se apoderó de los labios de su amada, siendo correspondido por esta con el mismo amor. Lentamente, aquel beso fue tomando un rumbo más apasionado, donde el agarre entre ellos se volvió más fuerte para sentirse lo más cercanos. Sin embargo, llegó un instante en el que ambos no midieron sus acciones, y terminaron acostados en la cama, él encima de ella, sin detener las caricias que se estaban otorgando, pero luego de unos segundos, Link se levantó asustado, reacción que fue compartida por la princesa.
- Lo siento. - dijo, sofocado.
- No... no pasa nada, Link. - respondió ella igual de sonrojada. - No tienes por qué disculparte.
- Creo que es mejor que me vaya.
- No... no te vayas. Por favor. - pidió ella.
- La verdad... no quisiera irme, pero no es correcto que estemos aquí solos.
- ¿Por qué no es correcto? ¿Qué podría pasar?
- Zelda... no hay que ser un genio para responder a eso. Somos un hombre y una mujer solos en una habitación. - dijo Link, avergonzado.
- Y si algo pasara... ¿tendría algo de malo?
- Claro que no, pero...
- Link, espero que no tomes a mal lo que voy a decirte. - dijo la joven, seria. - Pero con todo lo que ha pasado, me he dado cuenta de lo frágil que es la vida y de lo que importa demostrarle a nuestros seres que amamos lo que sentimos... y es por eso, que no vería nada incorrecto si algo llegara a pasar esta noche.
El joven se quedó mudo con las palabras de la princesa, aunque estaba de acuerdo con ella. No lo iba a negar, para él no tendría nada de incorrecto que algo llegara a pasar con su amada, sino todo lo contrario, lo deseaba con su alma, con ella empezó a sentir todas esas sensaciones por primera vez, los que le agradaba y le gustaba a la vez.
El guerrero se volvió a acercar a su amada y juntó su frente con la de ella, permitiendo que sus miradas se entrelacen y se refleje el inmenso amor que se tenían el uno por el otro, y el que se querían demostrar más allá de las palabras y los gestos.
- Yo tampoco lo veo incorrecto, pero lo último que querría, sería lastimarte o irrespetarte. - dijo él, nervioso.
- Nunca harías algo como eso, pues en tus brazos me siento protegida. - respondió la princesa. - Te amo y deseo estar contigo, no tengo ninguna duda.
- Yo también te amo... por siempre será así. Pero...
- Link. - La joven lo silenció antes de que volviera a protestar. - Solo por esta noche, ¿podemos olvidarnos de todo... y de todos?
El héroe no encontró en su interior nada que le diera razón para una negativa. Los enamorados volvieron a besarse, y esta vez sin reprimir el apasionamiento que los embargaba. Lentamente las cosas fueron tomando otro rumbo, hasta que las ropas fueron despojadas por las alborotadas manos de los amantes y desparramadas por el suelo, quedando únicamente cubiertos por la desnudez y el deseo que ardía en sus almas.
Ambos se miraron maravillados y analizaron cada parte de sus cuerpos, nerviosos por ser la primera vez que conocían aquel misterio que siempre habían reservado para ellos mismos. Ella encantada con sus masculinos rasgos y fortaleza, y él con su feminidad y aquellos preciosos pechos con los que en secreto siempre soñó imaginar, y ahora los tenía a su merced solo para él. Sin embargo, inexpertos empezaron a tocarse y acariciarse para caer juntos en el abismo del placer y de las caricias, donde los gemidos no se hicieron esperar por el placer al que se los sometía. Los tocamientos y las posturas variaban de acuerdo a su antojo, siendo los besos los únicos que no faltaban en su entrega.
Por infinitos momentos estuvieron en el regocijo de su arte amatorio, hasta que la necesidad de unirse en cuerpo y alma se hizo urgente, dejando toda duda y nervios de lado. La princesa puso a merced de su amado el sendero de sus misterios, y aunque el recorrido inicialmente se tornó un poco incómodo, el guerrero con sus besos y caricias fue capaz de suavizarlo y volverlo placentero. Luego de unos minutos consiguieron su objetivo, motivo por el dieron rienda suelta a la urgencia que se estaba formando en sus cuerpos por llegar a la cúspide del éxtasis. Lo único que se escuchaba en el ambiente eran los agitados alientos de los jóvenes amantes, y el alboroto de la cama como único testigo de su unión... aparentemente.
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Templo de las Almas, al mismo tiempo...
El sueño parecía que se iba a extender hasta la eternidad, más el mismo cumplió su curso y se encargó de colocar todas las cosas en su habitual posición.
Cya abrió los ojos con una mirada y sentido distinto. El sueño al que se había adentrado la había fortalecido tanto física como emocionalmente. Ahora con su ánimo estable, podría pensar mejor en las estrategias para cumplir con sus objetivos, pues se dio cuenta que sus impulsos y su explosividad habían sido los causantes de sus múltiples fallas para conseguir al su adorado héroe. Ahora con cabeza fría, estaba segura que no iba a fallar. Era imposible.
- Este descanso me hizo mejor de lo esperado. - se dijo a sí misma. - Ahora siento que tenerte está más cerca de lo que pienso. La paciencia era mi falla, y ahora la tengo de sobra, mi querido Link.
Estaba decidida a pensar a solas en una estrategia para el siguiente paso a su victoria, el cual se lo comunicaría después a Wizzro para que las ejecutase. Sin embargo, antes iba a observar en su oráculo como estaban las cosas en el territorio enemigo, pero sobre todo ver los pasos de su amado.
- Has de estar durmiendo como un inocente, ajeno a lo que pronto va a pasar. - dijo Cya, sonriendo con calma. - Pero esta vez no podrás resistirte a mí, pues por tu propia voluntad vendrás conmigo.
Sin perder un ápice de su nueva calma, la mujer apareció su oráculo y lo primero que hizo fue invocar la imagen de su amado, al cual esperaba ver plácidamente dormido. Añoraba deleitarse con esa imagen, la cual muy pronto vería pero entre las sábanas de su cama. Sin embargo, su sonrisa se desvaneció en un instante con la escena que se presentó ante sus ojos, una que creyó nunca llegaría a ver.
Ahí se encontraban su hombre añorado y su peor enemiga entregándose el uno al otro, embriagados por el placer que cada uno se estaba otorgando con el roce y la unión de sus cuerpos. Ella se encontraba más que fascinada, extasiada mientras su amante la tomaba, la convertía en su mujer, mientras que él poseía un rostro de satisfacción único que nunca se imaginó ver en su rostro tan varonil e inocente. Definitivamente se sentía fascinado entre los brazos y piernas de su amada, entregado por completo.
- No... no puede ser... ¡MALDITA SEA, NO PUEDE SEEEEEEEER!
Enfurecida hasta los huesos, sus ojos se emblanquecieron por la ira. Gritando maldiciones contra su rival, comenzó a agitar violentamente su báculo, lanzando esferas y rayos de energía oscura a su alrededor, destruyendo todo lo que se encontraba a su alcance con extrema furia. Toda la calma y paz con la que se había despertado se desvaneció de un segundo a otro con la imagen con la que más le aterraría encontrarse, con la consumación del amor de su amado con su enemiga. E incapaz de soportar seguir viendo esa imagen, la hechicera dejó caer con un golpe seco el báculo sobre la bola de cristal, destruyéndola por completo.
- Maldita Zelda... esto no se va a quedar así.
Eso era todo. La hechicera oscura acababa de cruzar el punto sin retorno. Todas sus estrategias, planes, todo lo que estaba maquinando... ya nada de eso tenían importancia. Lo único que importaba era que su odiada y repulsiva enemiga le había arrebatado a su amado en cuerpo y alma, y ahora ella, y todo su amado reino pagaría por ese descaro. Ahora era tiempo de recurrir a sus más oscuros y siniestros poderes. Si ella no podía tener el amor de Link... Zelda tampoco podría. Sumiría al reino de Hyrule en las tinieblas, la princesa y todos sus sirvientes pronto sentirían su furia, y su venganza...
Esta historia continuará...
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