Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Extra: El retorno de Ganondorf


"Con la muerte de Cya, el sello que aprisionaba a Ganondorf se rompió, y con la Espada Maestra fuera de su pedestal, el fragmento restante de su espíritu fue liberado. La derrota de un mal había dado paso a uno aún mayor. El antiguo rey de las Gerudos pronto se alzaría de nuevo en otro intento de conquistar la tierra de Hyrule, y traía consigo a sus fieles sirvientes, Zant y Grahim, para apoyarlo en su cruzada.

No obstante, Ganondorf sabía que no podía subestimar a sus adversarios. Lo mejor era esperar por el momento, tomar ventaja de la actual tranquilidad del Héroe Legendario y la Princesa del Destino, que celebraran su victoria contra Cya y se durmieran en los laureles creyendo que por fin habían recuperado su preciada paz. Por el momento mantendría un bajo perfil, y comenzaría a hacer sus movimientos cuidadosamente, lejos de su vista, hasta que fuese el tiempo propicio.

Preparándose para el inminente enfrentamiento contra sus odiados enemigos, Ganondorf marchó hacia el lugar que lo vio nacer, el Desierto Gerudo. Marcaría primero ese lugar por tenerle un cierto apego, y lo convertiría en su primer bastión para iniciar su conquista de Hyrule. Hecho esto, se movilizaría después hacia el Valle de los Videntes, para recuperar el fragmento de la Trifuerza que le fue arrebatado, y que ahora estaba en manos de la parte buena de esa hechicera a la que le fue tan fácil manipular para lograr su liberación..."

/----------------------------------------------------------------------/

Desierto Gerudo...

Al sureste de Hyrule se encontraba la zona más árida e inhóspita de toda la tierra que rodeaba al reino. Un desierto donde el sol era implacable durante el día, y un gélido y mortal viento soplaba por las noches. Sería increíble pensar que hubiese criaturas o personas que pudiesen llamar su hogar a un sitio como este, pero tal era el caso de la tribu de las Gerudos.

Con su singular y distintiva apariencia, su piel morena, cabello rojizo y ojos dorados, las Gerudos habían morado en ese desierto durante más de dos mil generaciones. El ambiente donde vivían las había convertido en unas mujeres muy orgullosas y aguerridas. A raíz de la mentalidad que les fue inculcada y del entorno donde vivían, un entorno en el cual solo los más fuertes sobrevivían, tenían que luchar a diario para conseguir lo que necesitaban, muchas veces sin otra alternativa que tener que arrebatárselo a otros. En el reino de Hyrule, normalmente no eran muy bienvenidas, por su fama de que sus únicas habilidades notables eran como guerreras o bandidas. No ayudaba mucho además que había una enorme mancha en su historia, provocada por un incidente de hacía más de dos mil años, pero que la historia se había asegurado de que no sería borrado por un largo, largo tiempo.

Entre las Gerudos estaba arraigada la creencia de que cada cien años, nacería un solo macho entre ellas, y este estaría destinado a convertirse en su líder. Pero el último en nacer había sido uno que ninguna de ellas olvidaría jamás. La historia lo recordaba mayormente solo como "el último rey de las Gerudos", pues incluso ahora en esta época, sus atrocidades eran tan recordadas que incluso ellas temían pronunciar su nombre: Ganondorf.

La historia, sin embargo, había sido poco justa para las Gerudos. Todo comenzó cuando, bajo falsas pretensas de querer establecer relaciones diplomáticas con el reino de Hyrule, Ganondorf se aproximó a la familia real, diciendo que deseaba llegar a acuerdos de cooperación y comercio entre sus pueblos. Las Gerudos, que genuinamente deseaban una vida mejor, creían en sus palabras y que estaba haciendo eso por el bien de todas ellas. Por ende, se sintieron realmente conmocionadas al saber que las únicas intenciones de Ganondorf eran apropiarse del poder resguardado por la familia real, la Trifuerza, y utilizarlo solo para su propio beneficio, y que lo de "por el bien de nuestro pueblo" no había sido más que una gran mentira para ganarse la confianza de quienes lo custodiaban. Al ser descubierto Ganondorf declaró la guerra abiertamente, y aunque hubo algunas que se opusieron a él, sus opiniones fueron silenciadas rápidamente. El fin de la guerra vino con la captura e intento de ejecución de Ganondorf por parte de los sabios, pero a pesar del cese a esas hostilidades, el daño ya estaba hecho, y por las acciones de su líder, todas las Gerudos fueron marcadas irrevocablemente, incluso aquellas pocas que intentaron oponerse. Al no ser más bienvenidas en el reino de Hyrule, las Gerudos sobrevivientes se retiraron de vuelta a su desierto, sin más opción que volver a su viejo estilo de vida como ladronas, cazadoras y guerreras.

Con el pasar de los siglos, sin embargo, la familia real de Hyrule decidió que ya había transcurrido demasiado tiempo desde aquella oscura época, y que era tiempo de volver a abrir las fronteras y cerrar las heridas. A pesar de que algunos se oponían (y no sin motivos que al menos hasta cierto punto podrían ser válidos), tras una serie de desagradables incidentes, el rey y la reina finalmente decidieron hacer un tratado de cese de hostilidades. Con la promesa de no atacar a los ciudadanos de Hyrule, a las Gerudos se les permitiría cazar y comerciar en capacidad limitada para conseguir lo que necesitaran en ciertas áreas específicas, bajo un acuerdo entre la familia real y la líder Gerudo, cuyo nombre era Nabooru. Aunque gracias a este acuerdo cesaron los robos y asesinatos, muchos todavía veían con rencor a las "mujeres del desierto", incapaces de olvidar lo que habían hecho, pero el rey y la reina estaban luchando por finalmente integrarlas nuevamente a su sociedad, y estuvieron muy cerca de lograr que fuesen admitidas en calidad para trabajar de manera legítima y honrada.

Lamentablemente, el tratado se vio congelado con la prematura muerte de los monarcas, que no pudieron dar su veredicto final. El consejo hyruleano, del cual la mayor parte de los miembros eran tradicionalistas que creían que las Gerudos no eran más que "unas salvajes incivilizadas" movieron cielo y tierra por frenar ese tratado, pero lo único que podían hacer era retrasarlo hasta que la heredera legítima, la Princesa Zelda, fuese coronada oficialmente. Siguiendo el ejemplo de sus antepasados, la joven pronto a ser coronada monarca tenía toda la intención de completar la tarea de sus fallecidos padres, como su primer acto oficial. O al menos, eso era lo que decían los rumores que habían llegado hasta los rincones más profundos del Desierto Gerudo.

No obstante, ya habían pasado varios meses desde que supuestamente sería el cumpleaños número dieciocho de la Princesa Zelda. Aquellas Gerudos que se habían aventurado a cruzar las fronteras solo trajeron noticias de que una malvada bruja había declarado la guerra contra Hyrule, atacando el reino con un ejército de criaturas oscuras y causando estragos a diestra y siniestra. Por lo que habían podido averiguar, el castillo fue atacado el día que tendría lugar la coronación, y para empeorar, la princesa desapareció ese mismo día y nadie supo qué fue de ella hasta varias semanas después. Las Gerudos no habían querido intervenir en ese conflicto a menos que fuese absolutamente necesario, y por lo que habían podido averiguar, las cosas ya se habían calmado, pero estando en medio de labores de reconstrucción, así que era muy obvio que no tendrían tiempo para ellas.

Nabooru, la líder de las Gerudos, recorría las murallas de su fortaleza viendo a las centinelas. Nabooru era una mujer que ya lucía próxima a cumplir sus treinta, aunque había alcanzado ese encanto de mujer madura que algunos podrían encontrar atrayente, sumado eso a su exótica apariencia. Era una mujer alta, y a pesar de tener una figura bien formada, tenía algo de musculatura definida en los hombros, brazos y abdomen, que su vestimenta dejaba expuestos. Su pelo rojo estaba amarrado en una larga coleta que le caía hasta debajo de la espalda, y en su vestimenta llevaba adornos de oro y rubí que la identificaban como la Gerudo de mayor rango. Su nombre se lo debía a una lejana antepasada, que en su época fue llamada la Sabia del Espíritu, y a través de cuyo linaje se habían transmitido secretos muy importantes, todos ellos relacionados con dichas historias que ahora muchas de las Gerudos solo consideraban perdidas entre las leyendas.

La líder observó hacia el horizonte, pensativa. A pesar de que una parte de ella, como descendiente de la Sabia del Espíritu en el fondo deseaba intervenir en el conflicto que hasta hacía unas semanas había caído sobre Hyrule, se plegó a los deseos de las suyas de no tomar partido a menos que este se propagara hasta su territorio. No sabía del todo si alegrarse cuando supo que el conflicto había terminado y su intervención no fue necesaria, o lamentarse de no haber podido ayudar en algo para ponerle fin antes.

- Lady Nabooru, mi señora. - le habló una voz a su espalda.

Nabooru se volteó para ver a la dueña de la voz. La Gerudo en cuestión era notablemente más joven, tal vez a principio de sus veinte aunque también bastante alta y de figura atlética aunque un poco musculosa. Usaba un traje totalmente rojo con protectores dorados en las piernas y antebrazos, y su cabello, también atado en una coleta larga, tenía dos mechones que le caían por las sienes y enmarcaban su rostro.

- ¿Qué ocurre, Aveil? - le preguntó.

- Nuestras exploradoras desde la frontera reportan haber visto que se aproxima un ejército hacia nosotras. - respondió la llamada Aveil.

- ¿Un ejército? - Nabooru se alarmó ante esto. - ¿Acaso es el ejército de Hyrule?

- Es difícil decirlo, pero algunas de ellas nos dijeron que no parecían... humanos. - respondió Aveil. - Probablemente se trate de las mismas abominaciones que atacaron Hyrule, y ahora vienen hacia nosotras. Sin embargo, hay una en particular que dijo haber visto a... usted sabe a quién me refiero.

- Aveil, ¿cuántas veces te lo he dicho? - dijo Nabooru. - No temas pronunciar su nombre. Por mucho que lo odiemos, el temor a un nombre solo agranda el temor al hombre.

- Por supuesto. Pero es que usted entiende, el solo pensamiento de que ese hombre... que Ganondorf, haya regresado... hace que el terror me invada por completo. - dijo Aveil. Parecía tener mucha aversión a querer pronunciar ese nombre, aunque por buenas razones.

- Por supuesto. - dijo Nabooru, imperturbable. - ¿Pero estás segura de lo que dices?

- Las exploradoras dicen que solo tuvieron un vistazo breve, pero algunas están seguras de que es él. - dijo Aveil. - No pudieron acercarse lo suficiente, pero algo es seguro, ese ejército que viene hacia nosotros es muy numeroso. Si no han enviado emisarios a estas alturas, lo más seguro es que no tengan intenciones pacíficas.

- Ordena a todas que preparen las defensas. - dijo Nabooru. - Quienesquiera que sean estos visitantes, vamos a darles el recibimiento que se merecen.

- Sí, milady. - dijo Aveil.

Sin perder tiempo, salió corriendo para cumplir las órdenes de su líder. Aunque no lo demostrase, Nabooru por dentro se sintió extremadamente preocupada. El retorno del último rey de las Gerudos, Ganondorf, era un evento que todas ellas temían como ninguna otra cosa. Aunque la mayoría querría creer que estaba muerto, ya había sido capaz de volver desde la muerte antes, y las que conocían su historia completa, incluyéndola a ella, sabían que podían pasar cien, o mil años, pero eventualmente volvería.

Si realmente era él, sus peores temores se habrían cumplido. Por mucho tiempo, la mayoría de las Gerudos estaban escépticas respecto a integrarse por completo al reino de Hyrule, aunque algunas de ellas se habían mostrado más abiertas desde que se firmó aquel acuerdo de tregua con el rey y la reina unos años antes, aunque se hubiese quedado en solo eso a raíz de sus prematuros fallecimientos. Ahora, las esperanzas de llevarlo a cabo, yacían en la Princesa Zelda una vez que esta fuese coronada como reina, y cuando el mal amenazaba al reino, el héroe elegido surgiría para hacerle frente. Tal vez, había llegado el momento de contactarlos de nuevo, de unir fuerzas igual como lo hizo su antepasada siglos antes. Si el rey maligno había regresado realmente, sus únicas esperanzas yacían en los elegidos para derrotarlo, el Héroe Legendario y la Princesa del Destino.

/-----------------------------------------------------------------------/

Mientras tanto, a cierta distancia de allí...

Las legiones malvadas que las exploradoras Gerudos vieron en sus fronteras no habían cesado su avance, pese al inclemente sol que caía sobre todo el desierto. En aquel momento estaban saliendo de un cañón rocoso que resguardaba la entrada hacia sus dominios. Avanzando con calma, con los brazos cruzados, y pensativo, el antiguo rey de las Gerudos no pudo evitar esbozar una sonrisa malvada. A pesar de todo el tiempo que había pasado, y que las formaciones rocosas del lugar habían cambiado mucho respecto a cómo él las recordaba, el aspecto general del lugar seguía siendo muy similar. Era como si realmente estuviese dándole la bienvenida a su antiguo hogar. A Ganondorf no le gustaba para nada el sentimentalismo, pero solo por esta vez... de cierto modo se sentía bien. Pero claro, era más porque él era un conquistador por naturaleza, así que lo que sentía era la emoción de pronto volver a tomar este territorio que ya le pertenecía por derecho.

- Mi señor. - escuchó la voz de Grahim hablándole al lado. - Mis fuerzas ya están en posición, solo esperamos la orden para actuar.

- También las mías. - agregó Zant del otro lado. - Gran Ganondorf, por favor permítame hacer esta tarea. Puedo capturar todo este territorio para usted yo mismo.

- Zant, no te vanaglories tanto. Yo, el señor de los demonios soy el más indicado para esta misión. Puedo someterlos sin tu ayuda.

- También puedo hacerlo, idiota afeminado. - replicó el usurpador. - Y mejor de lo que tú jamás podrías.

- ¿Me estás retando, estúpido rey destronado? - preguntó Grahim alzando su espada.

- Si es lo que quieres. - replicó Zant haciendo lo propio con sus cimitarras.

- ¡SILENCIO, LOS DOS! - ordenó Ganondorf. Inmediatamente los dos se quedaron tranquilos, y bajando sus armas se arrodillaron ante él. - No creo que su intervención personal sea necesaria. Conozco este lugar como la palma de mi mano. Envíen a algunas de sus legiones al frente para que sepan de nuestra presencia. Solo vamos a ver su reacción.

- ¡Sí, mi señor! - respondieron los dos lacayos simultáneamente y desaparecieron para cumplir la orden, no sin antes intercambiar miradas uno con el otro, diciéndose claramente "después arreglaremos cuentas".

Cumpliendo el mandato de su amo, Grahim y Zant movilizaron a sus legiones, enviando en el frente por supuesto a los más imprescindibles. Dicho de otra manera, a los más grandes, fuertes físicamente y menos inteligentes. Eran poco más que animales, ganado, pero servirían muy bien para el propósito de hacer que las Gerudos desperdiciaran energía, munición y esfuerzo en ellos, solo para caer después.

En las murallas exteriores del territorio de las Gerudos, las centinelas ya se habían apostado para recibir los invasores, bloqueando las entradas, y además, estaban armando catapultas para comenzar a dificultarles la tarea. Varias de ellas traían candiles enormes ardiendo en llamas, y recipientes llenos de aceite que luego vertían sobre las rocas que tenían apiladas para colocar en las catapultas. Una de las que se encontraba vigilando era Aveil.

- Lady Aveil, tenemos confirmación visual. Todo el ejército está compuesto de criaturas oscuras y bestias salvajes. No hay humanos entre ellos en lo más mínimo hasta donde podemos ver.

- Entonces no hay por qué tocarse el corazón. - declaró Aveil, alzando una de sus cimitarras. - ¡Prepárense para disparar!

A esta señal, las Gerudos comenzaron a montar las rocas en las catapultas. Prendieron antorchas en los candiles para luego pasar el fuego hacia la munición. Solo estaban esperando a que las vigías avisaran a que ya estaban a tiro para comenzar. Una vez que le enviaron la seña, Aveil solo tenía que decir una sola palabra:

- ¡FUEGO!

Al unísono, todas las catapultas dispararon, y las criaturas oscuras que se iban acercando fueron sorprendidas por una lluvia de rocas incendiarias que comenzaron a caer sobre ellos. Como no eran muy inteligentes, aquellos que no fueron alcanzados continuaron avanzando como si nada, hasta que otra ronda vino y les hizo sufrir el mismo destino. Las Gerudos podían ver que habían detenido el avance, pero no estaban forzando una retirada ni mucho menos, de donde vinieron los que lograban eliminar todavía venían muchos más detrás. Aún con las puertas de las murallas sin ser alcanzadas, las tropas que estaban al frente estaban cumpliendo su propósito. La munición para las catapultas no duraría para siempre, y mientras tanto, las reservas se posicionaban para rodear la fortaleza.

- Valiente esfuerzo. - comentó Ganondorf, descruzando los brazos y comenzando a apretar sus puños y tronarse los nudillos. - Es una pena que sea tan inútil.

- ¿Mi señor? ¿No estará pensando en ir allá usted mismo? - preguntó Zant.

- Esas mujeres son insignificantes, no son dignas de que vaya a enfrentarlas personalmente. - agregó Grahim.

- No lo son. Pero me vendría bien un poco de ejercicio. - dijo el maligno Gerudo, dando unos pasos al frente y dirigiéndose hacia el campo de batalla, caminando como si simplemente fuese a dar un paseo.

Grahim y Zant volvieron a intercambiar miradas, pero esta vez solo de confusión. ¿Su señor quería ir a mancharse las manos con esas insignificantes? No que ellos quisieran cuestionarlo, ¿pero qué necesidad había de ello?

El antiguo rey de las Gerudos caminaba en medio de sus legiones, mientras a diestra y siniestra seguían cayendo rocas incendiarias. Por supuesto, él no se inmutaba en lo más mínimo, ni ante ellas, ni mucho menos ante el hecho de que estas aplastaban a sus fuerzas. Las defensoras en la muralla estaban tan enfocadas en disparar sus catapultas que ninguna de ellas se fijó en él. El malvado rey continuó caminando sin prestar atención a la destrucción a su alrededor, y cuando vio que una de las rocas lanzadas venía a caer en su dirección, no hizo ningún gesto de querer alejarse o escapar. No, se detuvo por completo y sonrió de lado, como si la esperase para desafiarla.

- ¡RAAAAAAAAAAAARRRRRGHHHH!

¡BROOOOOOOOOOOOOMMM! Nadie podría estar seguro si fue el grito, o la energía oscura que explotó alrededor de Ganondorf en ese momento, o una combinación de ambos, pero el caso fue que en cuanto la roca se puso en proximidad, esta ni siquiera lo tocó, sino que explotó en millones de pedazos. Esto pareció ser suficiente para finalmente hacerse notar, pues el efecto de la explosión y ese grito (cuyo eco fue más propio el de un rugido) inmediatamente atrajo la atención de Aveil y las centinelas. Todas fueron amontonándose en el punto de vigilancia más cercana para tener una mejor vista. Aun a esa distancia, todas ellas conocían esa cabellera roja característica de las suyas. Y la de Ganondorf, era tan larga que fácilmente ondeando al viento se podría confundir con una capa, pero ese color era inconfundible.

- No... no es posible. - dijo Aveil.

El antiguo rey Gerudo continuó avanzando indetenible, y el momentáneo shock de saber de quién se trataba (o más bien, de verlo ahora con sus propios ojos) le hizo olvidarse de todo lo demás. Inmediatamente en cuanto se repuso, su primera orden fue gritarle a las arqueras que tomaran sus armas y dirigieran todas sus flechas hacia él, mientras las que continuaban operando las catapultas cesaron su ataque por un momento, dándole un respiro de pocos segundos, pero que fue suficiente para que las legiones oscuras avanzaran un poco más y comenzaran a acercarse mucho más. Ya estaban fuera del radio mínimo de alcance para las catapultas, así que no tenían más opción que prepararse para recibirlos adentro. Aun así, eso sería difícil mientras todavía no penetrasen las murallas, y sus puertas no caerían ante ellos con tanta facilidad.

- ¡IGNOREN A LAS CRIATURAS, NO PERMITAN QUE EL HOMBRE SE ACERQUE! ¡MÁTENLO A COMO DÉ LUGAR! - gritó Aveil.

Las arqueras inmediatamente hicieron llover sus flechas sobre Ganondorf en cuanto se puso dentro de su radio de alcance. Este siguió caminando implacable, sin dejarse intimidar en lo más mínimo, y de todas maneras, ninguna de las flechas que le pasaban cerca serviría de nada. Como muestra de su poder, y claramente intentando intimidar, el antiguo rey Gerudo hizo aparecer en cada una de sus manos unas espadas masivas, casi tan grandes como él, y las utilizó para cubrirse de las que le venían hacia la cara. No pasó mucho antes de que las guardias que lo atacaban terminaran por agotar su munición por completo. Aveil solo lo vio cómo se acercaba hacia puerta central de la muralla y se plantaba frente a ella, alzando sus dos espadas, mientras empezaba a cargarlas con energía oscura.

- ¿Qué es lo que se propone? No, no puede pretender él solo derribar la...

- ¡RRRAAAAAAAAAAAAARRRRGHHHH!

Sí, eso era exactamente lo que se proponía. Con ese único movimiento, hizo un tajo cruzado que se extendió a un par de cuchillas gigantescas que hicieron un gigantesco corte en forma de X en todo el centro de la gran puerta. Pocos segundos después explotó, dejando toda la entrada abierta mientras los pedazos astillados volaron, para el horror de las Gerudos que estaban dentro y arriba de las murallas.

- ¡AHORA, MIS LACAYOS! ¡ENTREN EN ESTA TIERRA Y RECONQUÍSTENLA PARA MÍ!

Inmediatamente, al sonido de esta voz, las hordas de monstruos avanzaron como un torrente, dirigiéndose en masa hacia la enorme entrada que su líder había abierto. Las Gerudos que habitaban esa fortaleza se contaban solo en unos cuantos cientos. Las hordas de Ganondorf, incluyendo los ejércitos comandados por Grahim y Zant, los superarían por lo menos de diez a una. Con ese solo movimiento, la supuesta batalla literalmente se tornó en un bando devorando o despedazando, lo que ocurriera primero, al otro. Tomando la decisión más sensata, las que fueron lo suficientemente rápidas y afortunadas para escapar del ataque inicial, trataron de ponerse en las zonas altas para obtener mejor posición y preparar un contraataque. Las que no lo lograron, intentaron quedarse a pelear, y aunque algunas se las arreglaron para derrotar (no sin esfuerzo) a uno o dos entre todas esas abominaciones, con sus números rápidamente las superaban.

Grahim y Zant no quisieron perderse tampoco de la diversión, y pronto también se sumaron a la refriega. Siguiendo las órdenes de su amo, le dieron a sus oponentes una oportunidad de escapar o rendirse, pero solo una. Si la rechazaban, tendrían el camino libre para hacer con ellas lo que quisieran. Por respeto a Ganondorf, siempre les decían a sus oponentes que se apartaran, pero la mayoría preferían morir antes que rendirse. Ambos preferían que decidieran resistirse, pues eso les daba vía libre no solo para asesinarlas a sangre fría, sino para hacerlas sufrir antes de hacerlo. Un pequeño grupo de ellas intentó atacar en conjunto al señor de los demonios. Grahim claramente estaba disfrutando de ver cómo ellas luchaban valiente e inútilmente por tratar de acertarle un golpe.

- ¡Maldito demonio afeminado, quédate quieto! - gritaba una de ellas.

- ¡No seas cobarde y pelea contra nosotras! - agregó otra.

Armadas con cimitarras y naginatas, el grupo compuesto por seis Gerudos intentaban apuñalar al demonio, pero este no hacía otra cosa que reírse, bloquear sus ataques, y luego desaparecer en una lluvia de diamantes cuadrados para luego reaparecer de golpe en otra parte

- ¡Por aquí! ¡No, estoy por acá! ¡Ahora estoy aquí! ¡Vamos, señoritas, seguro que pueden seguirme el paso! - se burlaba.

- ¡Maldita sea, ya deja de jugar! - exclamó una, y un segundo después, lamentaría haber dicho eso. Sintió un dolor punzante atravesarla por detrás, y vio con horror como por su pecho sobresalía la hoja afilada de la espada de Grahim. Tosió sangre e inmediatamente se desplomó inerte en el suelo, dejando salir un charco del vital líquido rojo.

- ¡Naisha! - gritaron las otras, acercándose para vengar a su compañera.

- ¿Querían que dejara de jugar? De acuerdo, el gran señor de los demonios con gusto cumplirá sus deseos. - dijo mientras hacía aparecer en sus manos cuatro cuchillos.

Cuatro cuchillos, quedaban cuatro de ellas en pie, todas con una expresión de total rabia, y se lanzaron a atacarlo levantando sus armas. En verdad eran patéticas por creer que tenían una oportunidad, pero decidió darles un poco de esperanza. Dejó que se acercaran lo suficiente para intentar golpearlo, solo para desaparecer y reaparecer detrás de ellas. Arrojó dos de los cuchillos, clavándolos en la nuca de dos de las Gerudos, que inmediatamente siguieron el destino de Naisha, las otras dos trataron de volver a atacar, solo para recibir los suyos por el frente, tan rápido que ni siquiera los vieron venir y apenas por un segundo tuvieron conciencia de lo que había pasado.

- Es una pena tener que matar de ese modo a aquellas que comparten parentesco de raza con mi gran señor, pero órdenes son órdenes. - dijo mirando la pila de cadáveres desangrados a su alrededor.

Por su parte, Zant también se deleitaba en hacer sufrir a sus oponentes antes de asesinarlos. A diferencia de Grahim, el rey usurpador del Crepúsculo no les daba golpes letales, en lugar de eso, les hacía heridas graves para que se desangraran y tuvieran unas muertes lentas y muy dolorosas. En aquel momento estaba peleando con un grupo de diez de ellas.

- ¡Arrodíllense ante su dios o perecerán! - exclamaba Zant. - ¡Mi señor solo será misericordioso con aquellos que sean lo suficientemente sensatos para no oponerse a él!

- ¡Ese malvado no es ningún dios! - gritó la líder del grupo. - ¡Solo es un maldito tirano y un demonio!

- ¡Serán castigadas por su blasfemia! - replicó el usurpador agitando los brazos y blandiendo sus cimitarras.

Las Gerudos eran excelentes combatientes, pero incluso superándolo en número no eran rival para su ridículo e impredecible aunque efectivo estilo de esgrima. Para el observador casual, parecía que los giros y movimientos que hacía Zant eran totalmente al azar, pero eso en sí mismo, ser tan errático hacía que fuera mucho más difícil de anticipar y a duras penas conseguían esquivar manteniéndose fuera de su alcance, pero cuando decidió que era hora de ponerse serio, y cargó las cimitarras de energía crepuscular, todo pasó en un abrir y cerrar de ojos, y antes de darse cuenta, todas las Gerudos a su alrededor yacían en el suelo, con una puñalada en el estómago, aun vivas, pero no por mucho. Todas morirían desangradas y sufriendo un dolor insoportable hasta que finalmente llegase ese momento.

- ¡Su justo castigo por oponerse a un dios! - declaró Zant, alzando sus cimitarras triunfante.

Y hablando de dicho falso dios, el antiguo rey de las Gerudos simplemente continuó paseándose por el territorio como si fuese suyo (y tenía sentido, pues alguna vez lo fue). Aquellas Gerudos que se cruzaban con él, lo miraban con una mezcla de terror y desprecio, en contraste con aquel respeto y veneración que le tenían hacía tantos siglos, cuando era su legítimo líder. Esto no le molestaba, a través de los siglos, Ganondorf prefería sentirse temido antes que admirado o respetado. El miedo le daba una mayor sensación de dominio, de poder. Eso era todo lo que le importaba.

- ¡Detente! - exclamó un grupo de guardias. A juzgar por la joyería adicional que llevaban, seguramente serían guardias de honor. Todas llevaban naginatas y estaban preparadas para enfrentarlo.

- ¿Es así como se dirigen a su antiguo rey? - dijo Ganondorf, cruzándose de brazos y sonriendo con sorna. - Hubiera esperado un poco más de respeto de parte de ustedes.

- ¡Tú no eres nuestro rey! - dijo la que parecía ser la líder, o al menos tenía el aspecto por estar más adelante que el resto y mostrarse más dispuesta a querer pelear contra él. - ¡Eres un invasor, y no mereces estar en nuestras tierras!

- ¿Eso es lo que piensas? Ya que lo pones de esa manera, ¿por qué no intentas detenerme? - preguntó Ganondorf. Y como si intentara probar un punto, clavó sus dos enormes espadas en el suelo. - No utilizaré mis espadas. Adelante, siéntete libre de atacarme si lo deseas.

- ¡No me subestimes! - exclamó la líder, lanzándose a atacarlo.

La líder saltó a atacarlo para darle una estocada en la cara. Ganondorf no se movió de su lugar, simplemente alzó una mano y la detuvo en seco en el aire. Cuando vio que la mujer comenzó a hacer fuerza para tratar de liberar su arma, le ahorró el esfuerzo y se la arrebató de las manos de un tirón. Incluso desarmada, la Gerudo quiso lanzarse a golpearlo a puño limpio, a sabiendas de que sería un gesto inútil. Y cómo no, lo único que recibió fue ser agarrada por el cuello y levantada del suelo. Ante las miradas de horror de sus compañeras, la desafiante guardia trató de liberarse del potente agarre de Ganondorf, pero era inútil.

- Qué lástima, ya tuviste tu oportunidad. Ahora... pagarás el precio.

¡CRACK! Un segundo después, la guardia dejó de moverse, y Ganondorf la dejó caer al suelo, sin vida, con los ojos aún abiertos pero apagados, sin vida y una expresión de total terror en el rostro. Las otras que le acompañaban inmediatamente sintieron el temblor recorrer sus espinas, era una sorpresa que realmente hubiesen podido soportar lo que acababan de ver. Como si les leyera el pensamiento, Ganondorf se dirigió a ellas.

- Esto fue solo una advertencia. - les dijo. - Tengo un cierto apego por este lugar, y por las Gerudos en general. Cada gota de sangre Gerudo derramada me parece un desperdicio. Si desisten ahora, si se rinden pacíficamente, les perdonaré la vida. Aunque no puedo prometer lo mismo de parte de mis sirvientes, así que lo más sensato ahora sería que abandonen este conflicto. ¿Qué dicen?

Las Gerudos se miraron entre ellas, como preguntándose qué hacer. No podían detenerlo, y si morían en ese momento, ¿de qué iba a servir? Suspirando con resignación, todas tiraron sus armas, esperando que cumpliera su oferta, y dándose la vuelta salieron corriendo. Ganondorf usualmente se aprovecharía de esto para matarlas, pero no hacía falta, no hacía ninguna falta. Dejar vivas unas cuantas le sería de gran utilidad después, sin duda podría convertirlas en sirvientes valiosas.

- Eso fue lo que pensé. - dijo, tomando de vuelta sus pesadas espadas y comenzando a adentrarse más en los dominios. Corrección, en SUS dominios, porque una vez lo fueron, y pronto volverían a serlo.

Entretanto, en medio de la refriega, las mejores entre las guerreras, incluyendo las que defendían las murallas, no tuvieron más alternativa que volver a replegarse hacia la zona interna, incluyendo nada más y nada menos que a Aveil, que iba acompañada de sus dos guardaespaldas. La guerrera se estaba abriendo paso entre las abominaciones que lograron entrar más aprisa. Apenas pudo escapar de las feroces hordas a costa del sacrificio de varias de sus compañeras, y desde lejos, pudo ver la destrucción que dejaba a su paso el antiguo rey de las Gerudos a veces literalmente con un simple gesto de la mano. Lo había visto con sus propios ojos, no podía ni quería creerlo. Pero estaba allí, enfrente de ellas, o mejor dicho, sembrando total destrucción entre ellas, y solamente les perdonaba la vida a aquellas que decidían no desafiarlo (aunque eso no garantizaba que se salvaran, pues no parecía molestarse mucho en controlar a sus otros sirvientes en este aspecto). Cuando lo vio acercarse, no tuvo más remedio que correr hacia la parte más interna de la fortaleza. Si todo lo demás fallaba, lo único que le quedaba era tratar de proteger a su líder, con su vida si era necesario.

En la entrada del edificio central de la fortaleza, se encontró frente a frente con Nabooru, quien a pesar de mantener la calma a pesar de lo que ocurría a su alrededor, Aveil podía ver en sus ojos que no podía ocultar su desesperación ante lo que estaba ocurriendo.

- Aveil, ¿cuál es la situación? - le preguntó, aun sabiendo perfectamente cuál era la respuesta a esa pregunta.

- Milady... por mucho que me duela decir esto no tenemos esperanza alguna de ganar. - le dijo Aveil con toda sinceridad. - El enemigo nos supera ampliamente en número, y estimo que por lo menos ya la mitad de nuestras defensoras deben haber caído durante el ataque. Y los rumores... resultaron ser ciertos. Mírelo usted misma.

Entre tanto caos que estaba ocurriendo era difícil distinguir algo, pero algo sí era inconfundible. Para esas alturas, el pequeño punto que caminaba tranquilamente en medio de todo el desorden, apartándose de su paso tanto las Gerudos como los monstruos que estuvieran cerca para abrirle camino, no cabía duda de que el último rey de las Gerudos había regresado.

- Ya veo. - dijo Nabooru. - En este momento, ya no nos queda más alternativa. Aveil, necesito que me acompañes a la sala del trono. Tengo que mostrarte algo importante. Puede ser nuestra última esperanza.

- ¿Milady? - preguntó Aveil, sin entender.

- Ustedes dos, vengan con nosotras. - dijo Nabooru, dirigiéndose hacia las dos guardaespaldas que la cuidaban.

- Sí, milady. - dijeron ambas al unísono.

- En estos momentos... no tendremos más opción que pedir ayuda. - dijo Nabooru. - Vamos, no tenemos mucho tiempo.

Aveil echó una última mirada hacia el campo de batalla, sintiendo un golpe en el corazón mientras veía a sus compañeras seguir cayendo una tras otra en un intento por todavía protegerse, y también cómo Ganondorf proseguía su avance, teniendo el presentimiento de que se dirigiría hacia ese edificio en particular en cualquier momento. Es más, le inquietaba el hecho de que, con el poder que tenía, ya podría literalmente haberse apoderado por completo de la fortaleza. ¿Por qué no lo había hecho? ¿Disfrutaba tanto de ver caer a sus enemigos que lo alargaba solo para prolongar su placer y satisfacción? Sin más qué hacer, Aveil y las dos guardaespaldas ingresaron al edificio principal, mientras la guerrera se preguntaba qué era lo que estaría planeando su líder.

Con el tiempo encima, y siendo la llegada de su enemigo inminente. Nabooru llevó a Aveil y a sus dos guardaespaldas hacia la sala del trono de la fortaleza. No cabía duda de que era solo cuestión de minutos antes de que el antiguo rey Gerudo llegara hasta ellas. Tenía que actuar rápidamente.

Uno de los secretos más guardados entre el linaje de Nabooru era que la fortaleza había sido construida sobre las antiguas ruinas del Templo del Espíritu, y este tenía gran cantidad de pasadizos secretos que solo se abrirían ante los elegidos, es decir el Héroe legendario, o los otros sabios. Estaban frente a una pared que tenía un extraño diseño en espiral de color bronce, sin aparente salida. Nabooru tomó un profundo respiro, mientras levantaba el medallón que llevaba en su collar, que era idéntico al diseño de la pared y lo sostenía cara a cara.

- ¡La descendiente de la original Sabia del Espíritu pide humildemente que las puertas se abran! - dijo con voz atronadora.

Dichas estas palabras, la habitación comenzó a retumbar, y para gran sorpresa de Aveil y las otras dos, la pared resultó no ser una pared. Era una puerta oculta que se fue levantando para abrirles paso, hacia lo que parecía ser un largo y oscuro pasaje secreto.

- ¿Qué significa esto? - dijo Aveil.

- Esta fortaleza fue construida sobre las ruinas del antiguo Templo del Espíritu. - explicó Nabooru. - Todavía existen en ella algunos pasajes secretos. Siguiendo este camino hay una salida que lleva a la entrada del Desierto Gerudo.

- Espere, milady. ¿Está diciendo acaso lo que creo? - preguntó Aveil sin poder creerlo. - ¿Nos está diciendo que vamos a huir?

- No, nosotras no. - dijo Nabooru con firmeza. - Ustedes tres lo harán. Yo me quedaré.

- ¡Pero milady! - Aveil no iba a abandonar a su señora de ninguna manera.

- ¡No pensará quedarse aquí con ese tirano! - dijo una de las guardaespaldas.

- Tenemos que afrontar la realidad. - dijo la líder Gerudo con una calma que les daba miedo a sus subordinadas. - Ya no hay forma de que podamos ganar esta batalla. Pero ustedes tienen que sobrevivir para asegurarse de que Ganondorf no gane la guerra.

- ¡Si ese es el caso, entonces váyase usted! ¡Nosotras nos quedaremos a pelear! - dijo Aveil, casi suplicando.

- Por una vez en tu vida, Aveil, obedéceme sin cuestionar. - pidió Nabooru. Acto seguido, se quitó el medallón del cuello y se lo entregó. - Le darás a la Princesa Zelda este mensaje. El rey maligno ha resucitado y ha vuelto para reclamar su trono perdido. Con toda certeza pronto atacará Hyrule para volver a apoderarse de la Trifuerza igual que en los tiempos antiguos, y solo el Héroe Legendario y la Princesa del Destino pueden hacerle frente. Llevarás este medallón como prueba de lo que he dicho.

- Lady Nabooru...

Aveil apretó la cadena del medallón. No podía creer lo que le estaban pidiendo hacer. Ella era una Gerudo, una guerrera, el pensamiento de huir ante el enemigo, por poderoso que fuera, era algo inconcebible para ella, con todo y haber presenciado con sus propios ojos su poder. Pero las órdenes de su líder eran absolutas. No por nada era descendiente directa de la Sabia del Espíritu, así que ella tenía conocimientos que escapaban a la comprensión de todas las demás. Con un nudo en el corazón y luchando por retener las lágrimas, finalmente tomó la dolorosa decisión.

- Está bien. Haremos lo que nos dice. - le dijo. Si creía que no podía sentirse peor, las palabras que Nabooru diría a continuación le probaron que estaba equivocada.

- Confío en ustedes. Si nuestro pueblo va a sobrevivir, el héroe y la princesa son nuestra mejor esperanza.

- Vamos a regresar lo más pronto que podamos., le prometo que traeremos ayuda. Por favor, no se vaya a morir hasta entonces. - suplicó Aveil.

- Las Diosas decidirán cuál será mi destino este día. Sea cual sea, tú debes seguir el tuyo. Guía al héroe y a la princesa hasta aquí para que acaben con el rey maligno de una vez por todas. Ahora váyanse. - les ordenó.

Finalmente, tras mucho pelear, Aveil y las dos guardaespaldas se adentraron en el pasaje, corriendo tan fuerte como podían y sin atreverse a mirar atrás para ver como la puerta se cerraba, separándolas de su líder. Ya no podían hacer otra cosa, el orgullo no las salvaría. Necesitaban la ayuda del héroe y la princesa, así que lo único que podían hacer era ir a buscarlos y asegurarse de que su mensaje les llegara.

Del otro lado, en la sala del trono, Nabooru se fue hacia la pared para tomar sus cimitarras. Ya en cualquier momento el malvado llegaría a ella y no tenía sentido seguir escapando. Había cumplido con su deber al enviar a sus mensajeras por ayuda a salvo. Si ese día le tocaba perecer, miraría a la muerte de cara y la afrontaría con dignidad.

Y con toda certeza, en menos de media hora, la cual por la enorme tensión y la presencia maligna en el aire se sintió como menos de diez segundos, oyó los ruidos del combate, y unas pisadas que resonaban por todo el lugar y hacían retumbar el suelo. No obstante, ella ni se inmutó. Aunque no pudiese derrotarlo, aunque no pudiese hacerle un rasguño, no iba a ceder un ápice ante él. Por ello, se quedó totalmente estática sin mostrar temor alguno cuando finalmente, una explosión de energía oscura hizo volar la entrada de la sala, y pudo ver cara a cara al hombre en persona.

- Vaya, vaya. - dijo Ganondorf al encontrarse de frente con ella. - Es agradable ver un rostro familiar después de tanto tiempo. Me hace sentir bienvenido.

- Ganondorf. - dijo Nabooru. - No permitiré que avances más allá de este punto.

- Jajajaja, eso es divertido. - dijo el antiguo rey Gerudo. - Escucha, preciosa. No puedes detenerme. Ya todas tus queridas amigas lo intentaron, y las que no se rindieron, ya están muertas o pronto lo estarán. ¿Qué te hace pensar que contigo será diferente?

Sin más, Nabooru saltó hacia el antiguo rey de las Gerudos, lanzándosele directo a su cara con las dos cimitarras. Ganondorf simplemente respondió bloqueando las dos hojas usando las guardias de sus guanteletes, y empujándola hacia atrás. Poco intimidada, Nabooru volvió a la carga, lanzándose a atacarlo en una furiosa lluvia de cortes y estocadas. Aunque esto tenía muy poco sentido, pues la armadura que traía cubría su cuerpo casi por completo, a excepción de la cara. Y al concentrar la líder Gerudo sus ataques hacia ese lugar, Ganondorf no tenía más que escudarse de sus ataques con sus brazos.

No obstante, Nabooru resultó ser una combatiente formidable en comparación con las otras guerreras que fueron lo bastante tontas para creer que podían enfrentársele. El rey Gerudo simplemente les dejaba acertar unos cuantos ataques solo para divertirse, y luego las derribaba de un solo golpe. Esta vez, Nabooru se anticipó al ver venir su pesado puño, y saltó hacia atrás para evadirlo, poniéndose en guardia lista para continuar.

- Oh, al fin alguien que tiene un poco más de habilidad. - dijo Ganondorf. - Vamos, entretenme un poco.

Teniendo la intención de hacer algo más que solo entretenerlo. Nabooru volvió a atacar. Tomando ventaja de su enorme tamaño y peso comparado con ella, la guerrera intentó rodearlo para ponerse en su punto ciego, pero cada vez que se lanzaba a atacarlo, él repelía su ataque con un simple movimiento del brazo, y sin tener que voltear la mirada. Era como si tuviese ojos en la espalda. Finalmente, en un arranque de desesperación, y furiosa de que el malvado se estuviese burlando de ella. Nabooru tomó su distancia, corrió el trecho y saltó alzando en alto sus cimitarras.

- ¡SERÁ TU FIN! - gritó dirigiendo las hojas corvas hacia el cuello de Ganondorf por ambos lados. El malvado rey solo sonrió con sorna, como si no le tuviera miedo alguno...

... y tenía razón de no tenerlo. Fue capaz de parar las cimitarras una con cada mano, dejando a la conmocionada Nabooru aterrizando en el suelo y comenzando a forcejear por soltar sus armas. Ganondorf solo hizo un par de movimientos con las muñecas, y las partió como si fueran ramitas. Ante la atónita mirada de Nabooru, arrojó a los lados los pedazos de las hojas y empezó a caminar hacia ella. Presa del miedo ante el enemigo que se aproximaba, Nabooru corrió hacia él de frente, no con intención de escapar, sino de al menos darle algún golpe con su último aliento, sabiendo que no tenía posibilidades de salir con vida de allí. Ganondorf, sin inmutarse, alzó su puño, cargándolo con energía de fuego oscuro, y golpeó a la guerrera con fuerza, lanzándola contra la pared. Nabooru se desplomó en el suelo, todavía respirando, pero no despertaría por un largo, largo tiempo.

- Ha sido divertido. Pero el juego... ya terminó.

La atronadora risa del malvado rey Gerudo resonó por toda la habitación, propagándose al resto de la fortaleza, anunciando su triunfal retorno. El primer paso para su conquista estaba completado.

/-------------------------------------------------------------------------------/

Un poco después...

No supo cuánto tiempo había pasado. Cuando despertó, pudo sentir que tenía los brazos elevados, y algo metálico alrededor de sus muñecas. Al ir recuperando de a poco la vista, vio frente a ella el peto azul de la armadura de Ganondorf. Lentamente, alzó la mirada para encontrarse de nuevo con el rostro sonriente y maligno del antiguo rey Gerudo. Y junto a él, sus dos lacayos, Grahim y Zant, flanqueándolo.

- ¿Dormiste bien, preciosa? - le preguntó con sorna.

- Miserable... - Trató de liberarse, pero en su estado actual casi no tenía fuerzas, las piernas se le sentían pesadas así que no podía ni levantarlas para patearlo.

- ¡Lady Nabooru! - escuchó la voz de una de las suyas.

Fue entonces que Nabooru miró a su alrededor. Una pequeña parte de ella no deseaba que fuese de ese modo, pero dado todo lo que había sucedido, tuvo el presentimiento de que las Gerudos que estaban a su alrededor siendo restringidas por las tropas de Ganondorf eran las únicas que habían sobrevivido a la masacre, y si era que quedaban más, no estarían en muy buenas condiciones.

- Ah, ¿así que te llamas Nabooru? Ese es un nombre que no había escuchado en más de dos mil años. - dijo Ganondorf. - Ahora que te observo, hasta tienes cierto parecido con ella.

- Soy su descendiente. - declaró la líder, rehusándose a dejarse intimidar.

- Qué recuerdos... con todo y que esa mujer fue una espina en mi costado cuando fue revelada como una de los Siete Sabios, hasta entonces había sido una sirviente fiel y útil. De hecho, todas lo fueron, en su momento. Es un desperdicio tener que derramar su sangre de ese modo. Pero ya es suficiente. El verdadero rey ha regresado, y es tiempo de que recupere mi trono perdido.

- Ninguna de nosotras aquí te reconocerá como rey, maldito. - replicó Nabooru. - Nadie ha olvidado que es por tu culpa que todas nosotras fuimos etiquetadas como unas ladronas salvajes y sedientas de poder que harían lo que fuera para conseguir lo que quieren.

- Vamos, de seguro no se habrán olvidado que todo lo que hice siempre fue por el bien de nuestro pueblo. - replicó Ganondorf con total calma. - Para sacarnos de este desierto...

- ¡Eres un descarado y un mentiroso! - exclamó Nabooru. - ¡A ti nunca te importó nadie que no fueras tú mismo! ¡Y no te atrevas a negarlo, todas aquí nos hemos asegurado que tus atrocidades nunca sean olvidadas! ¡Eres un miserable, ambicioso y sediento de poder!

- ¡Insolente! ¡Cómo te atreves a insultar a nuestro señor! - exclamó Grahim.

- Mi señor, permítame castigarla como es debido. - agregó Zant, alzando sus cimitarras para darle su merecido, pero Ganondorf los detuvo a ambos alzando la mano.

- Déjenme manejar esto a mí. - les dijo calmadamente.

Ganondorf no pareció molesto ni ofendido por lo que dijo Nabooru. Más bien, a juzgar por la forma en como sonreía, parecía divertido, incluso halagado por su elección de palabras. Por supuesto, él sabía que era malvado, y se enorgullecía por completo de serlo. Después de todo, los conceptos del bien y del mal no eran más que mentiras inventadas por los humanos que los restringían de ir más allá de sus límites. Lo único que importaba realmente era el poder. Eso era algo que él siempre había anhelado, poder. Incluso desde sus días como rey de las Gerudos, había tenido mucho. Todas las mujeres de la tribu eran sus fieles servidoras, harían cualquier cosa, lo que él deseara, con una sola palabra o gesto. Pelearían por él, matarían por él, incluso si lo deseara hasta se entregarían a él por completo sin cuestionarlo.

Aunque la mujer que estaba frente a él le recordara tanto a aquella que contribuyó su caída en aquella época tan lejana, no podía negar que ciertamente había heredado el atractivo de su antepasada. En efecto, hasta él era consciente de que las Gerudos tenían su particular belleza. Aunque esta Nabooru tenía sus diferencias notables. Al menos en las partes del cuerpo que su ropa dejaba ver, esta tenía un poco más de musculatura en sus brazos y abdomen. Pero eso no le restaba ningún punto en atractivo, todo lo contrario. La tomó del mentón y la obligó a mirarlo.

- Eres tan atractiva como tu antepasada. - dijo Ganondorf con un deje de lujuria en la voz. - ¿Por qué no me facilitas las cosas y simplemente aceptas servirme? Ya sabes que no tienes escapatoria.

- Vete al infierno. - respondió ella, después de escupirlo en la cara.

Grahim y Zant hicieron un ademán de querer castigarla, pero se contuvieron al recordar que les ordenó dejar que él manejara esto. Lejos de hacerlo desistir, este gesto desafiante solo lo motivó más. A él le agradaban las mujeres fuertes, especialmente si se resistían. Eso hacía que fuese mucho más satisfactorio para él una vez que lograra doblegarlas. No que en realidad sintiera un placer particular por ello, más allá de ser una extensión de su sadismo, de someterlas y quebrarlas completamente. El rey Gerudo deslizó su mano desde el mentón de su víctima bajando por su cuello hasta llegar a su pecho. Concretamente, a la parte central de su top. La Gerudo sintió un escalofrío por solo el hecho de que la mano se deslizara por su piel de ese modo, pero nada podría haberla preparado para lo que seguiría después...

¡SHRRRRIIIIPPP!

- ¡AAAAAAAAHHH! - Nabooru lanzó un grito involuntario, y el resto de las Gerudos presentes también vieron con horror lo que sucedía, algunas incapaces de mantener la mirada. ¿Acaso estaba planeando lo que ellas creían?

El maldito no estaba contento con haberla dejado literalmente colgando e indefensa. En su mano ahora estaba el trozo de tela que segundos antes cubría su pecho, exhibiéndolo por completo. Como guerrera, ella no temía salir lastimada o morir. Pero esto, quedar expuesta de este modo frente a su enemigo, como si fuera un trofeo... eso era un destino peor que la muerte, si alguna vez hubo uno. Y Ganondorf no había terminado todavía: con su otra mano, agarró sus pantalones y también se los arrancó por la fuerza, exponiendo sus piernas, que al igual que sus brazos, también tenían un buen tono de musculatura. El antiguo rey de las Gerudos se tomó su tiempo para admirarlas allí mismo y sonrió con maldad y lujuria. Nabooru en ese momento prefería morir antes que sufrir semejante humillación, pero se esforzó por no darle el gusto de verse doblegada a su enemigo.

- Sabes que en este momento podría hacerte lo que quisiera, y no podrías hacer nada para impedirlo, ¿verdad? - le susurró al oído.

- ¿Y por qué no lo haces? ¿Por qué no te dejas de palabrerías? - replicó Nabooru desafiante. - Si de todos modos, después de que termines conmigo vas a matarme, ¿por qué no lo haces?

- Oh, créeme lo haré, eventualmente. - replicó el rey maligno. - Pero en este momento, con vida tú y las otras me serán de mucha más utilidad.

- ¿Y qué te hace pensar que voy a ayudarte en algo? - preguntó Nabooru. - ¿Por qué crees que alguna de nosotras querrá servirte?

- ¿Acaso alguien te dijo que podrías elegir? - dijo Ganondorf, alejándose de ella.

Mirándola fijamente, levantó su mano, e hizo aparecer entre sus dedos un orbe de energía púrpura oscura. Al principio parecía ser pura energía, pero poco a poco fue adquiriendo un aspecto más y más sólido. Nabooru tenía miedo de preguntar, pues no estaba segura de querer saber lo que planeaba. El solo hecho de que ya había dicho que no iba a matarla no era ni de cerca reconfortante, de ninguna manera.

- ¿Y qué se supone que vas a hacer con eso?

- Esto solo es algo para hacer que tú y tus compañeras sean un poco más... cooperativas. - dijo Ganondorf.

Instantáneamente, la sonrisa de Ganondorf se volvió una línea firme en su boca, y sus ojos se inyectaron en sangre, al tiempo que bruscamente golpeaba con la mano el pecho de la Gerudo. Nabooru sintió como si mil infiernos ardieran en su pecho, mientras este empujaba el orbe en su interior hasta que se introdujo por completo. Aunque no dejó marcas visibles en el exterior, por dentro era otra historia: lo que fuera que le había introducido, comenzó de pronto a propagarse por el resto de su cuerpo, lenta y dolorosamente, como si por dentro estuviesen rompiéndose millones de cristales, causándole heridas que se abrían y sanaban instantáneamente, con los fragmentos quedándose encajados en su interior. Nabooru apretó los dientes y los párpados, luchando fuertemente por soportar el dolor, aunque Ganondorf pudo ver con satisfacción que a través de sus párpados comenzaban a asomarse lágrimas. Finalmente, cuando ya no pudo más, abrió los ojos y la boca, dejando salir un horrible y desgarrador grito, y a través de estos se salía la misma energía púrpura del orbe que Ganondorf le insertó por la fuerza. Finalmente, cuando cesó, la mujer bajó la cabeza, quedando nuevamente inconsciente. Ganondorf agarró firmemente la cadena que la sujetaba, y la rompió con un solo movimiento dejándola caer al suelo.

- Ponte de pie, ahora, mi sirviente. - ordenó Ganondorf.

Al principio no ocurrió nada, pero tras unos segundos, Nabooru abrió los ojos. Estos ahora tenían sus pupilas extrañamente contraídas y rodeadas por un tinte púrpura. Ganondorf sonrió con satisfacción. Acto seguido alzó las manos y chasqueó los dedos. Como si fuese una señal, Nabooru resplandeció con una luz púrpura, con una marca circular apareciendo en su pecho, y al hacerlo, emitió una onda expansiva que se propagó por toda la fortaleza. Todas las Gerudos en el área, al ser alcanzadas, sufrieron una reacción idéntica a la de su líder, gritando desgarradoramente para luego desplomarse inconscientes. Hecho esto, Ganondorf les ordenó ponerse de pie, igual que lo hizo con Nabooru, y estas obedecieron instantáneamente. Todas permanecieron inmóviles, hasta que finalmente pronunció estas palabras.

- Díganme ahora, ¿quién es su amo y señor?

- Es usted, gran Ganondorf. - dijeron Nabooru y todas las demás al unísono en un tono monocorde.

- Muy bien, muy bien. Quiero que todas se preparen para la batalla. Nuestros enemigos podrían aparecer muy pronto, y debemos estar preparados. - Después se volvió hacia Nabooru. - Tú, te quedarás aquí por el momento. Será apropiado que te demos el porte digno de una comandante de mi ejército.

Hecho esto, las Gerudos se fueron, mientras Nabooru permaneció parada donde estaba sin siquiera parpadear, mientras Ganondorf caminaba a su alrededor. Grahim y Zant tenían todavía sus dudas respecto a dejarla con vida, pero no querían cuestionar los planes de su amo.

- Mi señor... ¿le parece prudente dejar a esta mujer todavía con vida? - preguntó Grahim.

- Me será mucho más útil con vida por el momento. - dijo Ganondorf. - Confíen en mí. Debo tener todas las piezas en su lugar, si quiero lograr mis objetivos. Y ustedes dos también tienen su papel en todo esto, que no se les olvide.

- ¡Sí, señor! - replicaron simultáneamente el rey usurpador y el señor de los demonios, inclinándose con respeto ante su gran jefe.

Mientras observaba a la expuesta (y ahora exlíder de las Gerudos) Nabooru, Ganondorf sonrió. Tenía que hacer sus movimientos con cuidado. No pasaría mucho tiempo antes de que sus odiados enemigos supieran que él había regresado y vinieran, así que tenía que alistar todo darles una bienvenida apropiada. Por supuesto, sería muy molesto si llegaran antes de lo previsto, así que tenía que estar preparado para dicha eventualidad, para evitar que interfirieran con el siguiente paso de su plan.

Y dicho paso, sería recuperar su fragmento de la Trifuerza, especialmente sabiendo en manos de quién estaba ahora. Ese poder era suyo por derecho, y pronto lo reclamaría de vuelta.

Esta historia continuará...

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro