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Capítulo 23: Conclusión



Ciudadela del Castillo de Hyrule...

Era increíble que en tan poco tiempo después de haber terminado esa terrible guerra, la gente empezara a congregarse en la (recién restaurada) ciudadela del castillo. La noticia del fin del conflicto y el alivio que trajo consigo fueron totalmente olvidados cuando se hizo el anuncio de que la Princesa Zelda y el Héroe Legendario contraerían matrimonio y serían coronados juntos como los nuevos monarcas de Hyrule, y la emoción e intriga se apoderó de todos los pobladores del reino. Siendo una celebración abierta al público, todo el que quisiera (y pudiera) asistir estaba invitado.

Los miembros de la legión de Link, incluyendo a su líder, en aquel momento se encontraban tomando un descanso de ayudar con los preparativos, más que nada preparar las decoraciones de la ciudadela, el castillo y por supuesto el templo donde se llevaría a cabo la ceremonia nupcial. Habían enviado mensajeros y escoltas a sus familias para que ellos pudieran venir también, y tendrían sitios de honor. Algunos de ellos ya habían llegado, a otros todavía los estaban esperando. Link en ese momento se había parado en la entrada, a la expectativa, y fue entonces que llegó una de dichas escoltas. De la carroza se bajaron una ancianita baja y regordeta, con su pelo canoso recogido en un moño sobre la cabeza, y una niñita rubia con el pelo atado en trencitas. Esta empezó a mirar hacia todos lados, hasta que sus ojos se fijaron en Link.

- ¡Hermano! - gritó con alegría, corriendo hacia él con los brazos abiertos. Link se agachó para recibirla con un fuerte abrazo. - ¡Hermano, cómo te extrañé!

- Me alegro de verte, Aryll. - le dijo. - Oye, ¿estás más alta?

- Ha crecido mucho los dos últimos años. - dijo la voz de la anciana, que por su edad se acercó más despacio y con más cuidado. - Pero no es la única, mírate ahora, Link.

- Hola, abuelita. - dijo Link, soltándose de su hermanita un momento para abrazar a su abuela.

- Es increíble todo lo que puede pasar en tan solo un par de años. - dijo la anciana. - Quién podría haberlo imaginado, mi nieto pasa de ser un recluta de los caballeros de Hyrule, a comandar todo el ejército, y ahora está a punto de casarse con la heredera al trono.

- Sí, han... pasado muchas cosas. - dijo Link rascándose la cabeza.

- Oye, hermano, ¿en serio la princesa es tan hermosa como dices? - preguntó Aryll. - Quiero conocerla pronto.

- Y así será, hermanita. - dijo Link. - Y te va a adorar cuando te conozca, te lo aseguro.

- Todos en el pueblo estamos muy felices por ti, Link. Es una lástima que no todos pudieran hacer el viaje, pero te envían sus felicitaciones. - dijo la abuela.

- No todos, abuelita. - intervino Aryll. - Hay alguien que no se alegró mucho cuando se enteró que te ibas a casar.

- ¿De quién hablas? - preguntó Link, pero al ponerse a pensar, se dio cuenta de quién estaban hablando. - Oh... es cierto, ella.

Una vieja amiga de su infancia, que nunca ocultó la atracción que sentía hacia él. Alguien a quien él apreciaba, pero a lo mucho como si fuera otra hermana, él jamás la vio de "esa" forma. De hecho, jamás vio de "esa" forma a ninguna mujer, sino hasta que conoció a Zelda. Lo sentía mucho, pero era su corazón el que mandaba en ese aspecto.

- En fin, déjenme llevarlas a la posada. Después tengo que presentarles a mis amigos, y por supuesto también a Zelda. - les dijo, acompañándolas al lugar donde se quedarían.

Link no era el único que se había encontrado con sus familiares. Dos días antes habían llegado las familias de Alexandre y Garrett, que estaban también muy impresionadas con los logros que sus muchachos habían hecho en tan corto tiempo. Inclusive, tal vez más de lo que ninguno de ellos había logrado en todas sus vidas.

Sin embargo, en aquel momento, los dos jóvenes estaban discutiendo un asunto bastante serio con sus respectivas familias. Después de haber visto toda esa acción durante esa guerra, apenas por unos pocos meses, cada uno decidió por su cuenta lo que quería hacer. En este momento estaban discutiéndolo con los padres de Alexandre, y con el tío y el abuelo de Garrett, que habían sido sus guardianes legales y quienes los formaron para que se convirtieran en caballeros.

- Estás bromeando, ¿verdad? - dijo el abuelo de Garrett, un anciano de edad avanzada pero corpulento, con una larga y espesa barba y bigote, algo calvo. Su nombre era Dozla.

- No, abuelo, lo estoy diciendo muy en serio. - dijo Garrett.

- Esto es inaudito. - dijo su tío. Este tenía el aspecto de una versión mayor de Garrett, con bigote pero sin barba, y su pelo era un poco más oscuro. Por lo visto la estatura elevada era un rasgo común en esta familia. Su nombre era Wylfred y se había hecho cargo de su sobrino desde que murió su hermana, la madre de Garrett, cuando este apenas tenía cinco años.

- Te dije que no estarían de acuerdo. - dijo Alexandre.

- Estar en desacuerdo es poco. - dijo el señor Wylfred. - Quiero decir, una cosa es que quieras hacerte más fuerte, pero... ¿en el Desierto Gerudo, de todos los lugares?

- La oferta de Aveil sonaba interesante. - dijo Garrett. - Dijo que en ese lugar tienen un terreno de entrenamiento que te pone al límite, y que solo los más fuertes se atreverían a afrontar.

- Después de todo lo que vivimos en esta guerra, creo que estarán de acuerdo en que un poco de preparación adicional no vendría mal. - dijo Alexandre. - Y además... creo que es tiempo de que nuestras familias empiecen a tomar su propio rumbo.

- ¿Qué quieres decir con eso? - Esta vez era el padre de Alexandre el que estaba hablando. El señor Michalis tenía una cabellera similar a la de su hijo, pero más ordenada y sin los mechones rojos, aunque su complexión y ojos eran idénticos. También tenía bigote, pero menos poblado que el de los otros

- Lo que digo, papá, es que creo que es tiempo de que Garrett y yo, y tal vez por extensión el resto de nuestras familias, comencemos a desarrollarnos un poco más por nuestra cuenta. - dijo el joven lancero. - No lo niego, durante todo lo que pasó, me alegré de tener a Garrett para cuidarme las espaldas. Pero todo lo que sucedió me hizo darme cuenta de algo más. Creo que nuestras familias han empezado a depender mucho la una de la otra. No digo que dejemos de trabajar juntos como siempre lo hemos hecho, solo que... tal vez es hora de que empecemos a independizarnos un poco.

- Cariño, creo que Alexandre tiene mucha razón. - dijo la madre, cuyo nombre era Amellie. Era un poco más joven que su marido, y tenía el pelo negro igual que él, pero la tez un poco menos pálida que su esposo e hijo. - Hemos trabajado juntos por muchas generaciones, pero quizás nos hayamos hecho muy dependientes entre nosotros.

El padre de Alexandre, y por extensión el abuelo y el tío de Garrett, intercambiaron miradas entre ellos. Nunca se habían puesto a pensarlo de esa manera. Sus familias habían sido por generaciones servidoras de la familia real, por lo que sus herederos normalmente estaban destinados a servir como caballeros protectores del reino, esa era la tradición. Y desde muy niños, se les entrenaba para que aprendieran a coordinarse entre ellos, y aprovecharan sus cualidades y fortalezas para ayudarse unos a otros en combate, dándole un nuevo significado al término "hermanos en armas".

- De acuerdo, creo que tenemos que discutir esto seriamente. - dijo Wylfred. - ¿Estás de acuerdo, querido padre?

- Si Garrett no tiene objeciones. - dijo el anciano. - Quizás sea bueno entonces que discutamos esto solo nosotros, entre familia.

Garrett asintió. Por lo visto captaron el mensaje, y decidieron empezar allí mismo con lo de hacerse "independientes" de la otra familia. Hecho esto, se marcharon a la posada para continuar allá con su conversación. Entretanto, Alexandre se quedó con sus padres, que también tenían algo más que conversar con él.

- Bueno, mientras ellos discuten sus asuntos, nosotros también tenemos algo más que preguntarte. - dijo el señor Michalis. - ¿Qué son esos rumores de "el Dragón Carmesí" que hemos estado escuchando? ¿Tiene algo que ver con ese escudo tuyo?

Alexandre supo exactamente a qué se refería. El muchacho les enseñó el escudo que había mandado a fabricar junto con su actual armadura, para complementar con la lanza de Volga. Sus padres se mostraron particularmente interesados en el diseño, y no era difícil deducir de dónde había salido ese nombre.

- Empezaron a correr ese nombre y creo que se quedó. - dijo Alexandre. - Pensé que sería apropiado, considerando de quién heredé esta lanza.

- Eso es otra cosa, hijo. - dijo la señora Amellie. - ¿De dónde la sacaste, exactamente? ¿Dices que la "heredaste" de alguien?

- Lo crean o no, de un caballero dragón. - dijo el muchacho con seriedad. - Empezó siendo nuestro enemigo, pero resultó que todo el tiempo lo manipularon. Con su última voluntad, decidió darnos su poder y... Link me entregó a mí su lanza. Así que cuando volvimos, pensé en complementarla un poco. Fue por eso que hice que me forjaran esta armadura y el escudo.

El señor y la señora intercambiaron miradas, sorprendidos por este relato. Parecía sorprendente, pero visto de otra forma, tenía sentido: le habían otorgado un valioso y poderoso legado, y de algún modo, quiso representarlo llevando sus colores con orgullo. En aquel momento, sin embargo, lo que realmente estaban era considerando "actualizar" el escudo de armas de la familia para incluir este nuevo aspecto, el llamado "Dragón Carmesí". Esa sería la forma de representar la marca que había dejado su hijo.

- Mientras tanto, hay algo más que tengo que discutir con ustedes. - dijo Alexandre. - Acerca de lo que les pedí que trajeran, hay alguien que me gustaría que conocieran...

A su vez, en otra esquina de la ciudadela, otra de las escoltas enviadas para buscar a las familias de la legión también estaba llegando en ese momento. Otra pareja casada, una mujer de cabello largo y lacio negro, y su marido, que se veía claramente como una versión mayor de Ruisu con barba de candado y el pelo veteado de algunas canas. Ellos eran sus padres: el señor Gilliam, guardabosques de los alrededores de la aldea, y la señora Nelliel, maestra de la escuela local.

- ¡Por acá! - los llamó el espadachín al reconocerlos.

- ¡Hijo! - exclamó la mujer. Los dos inmediatamente se dirigieron a toda prisa hacia donde estaba. El hombre inmediatamente se le adelantó, atrapándolo en un abrazo de oso, casi literalmente.

- ¡Papá... no tan fuerte... me asfixio!

- ¡Sopórtalo! - replicó el hombre. - ¡Jovencito, tienes mucho por qué respondernos!

- ¡Gilliam, ya basta! - suplicó la mujer, y con eso, el señor Gilliam soltó a su hijo, que por fin pudo respirar de nuevo.

- Lo siento, me dejé llevar. - dijo el padre, con un tono que sonaba entre molesto, y aliviado de ver a su hijo sano y salvo. - En serio, no tienes idea de lo preocupados que nos tenías. Cuando por fin llegaron las noticias, ¡temíamos que no hubieras salido con vida de esa guerra!

- Perdón por eso. - dijo Ruisu. - Pero en mi defensa, sí te dije que era plenamente consciente de los riesgos, y estaba dispuesto a sacrificar mi vida si era necesario.

- Sí, pero no esta clase de riesgos. - insistió el señor Gilliam. - Luchar contra esas abominaciones, en serio me sorprende que hayas salido sin ningún daño permanente.

- *Suspiro*, no tiene caso seguir lamentándose por eso. - dijo Ruisu. - Agradézcanlo a mis amigos, que estuvieron para cuidarme las espaldas... y tal vez también a estas.

Se levantó de su cinturón sus dos espadas elementales. Sobra decir que los padres se sorprendieron mucho de verlas, pues incluso dentro de sus fundas, se veían realmente espléndidas sus empuñaduras. El muchacho tuvo que apartarlas cuando su padre estuvo a punto de tomar la del Sable Zora.

- Cuidado, si no la sujetas con protección, podría congelarte la mano. - dijo Ruisu, mostrando los guantes que traía. En vez de eso, le pasó la Espada Relámpago primero. - Tal vez prefieras ver esta primero.

El señor Gilliam sacó la hoja de su funda, y se maravilló de ver la resplandeciente hoja, y más todavía cuando esta comenzó a emitir pequeñas chispas eléctricas. Y no era el único, la señora Nelliel también se veía embelesada por la espada.

- Asombroso... - dijo.

- ¿Dónde conseguiste tan magnífica arma, hijo? - preguntó el señor Gilliam.

- Lo creas o no, esa es tu espada, querido padre. - dijo el muchacho. El padre arqueó una ceja. - No, lo digo en serio. Se rompió cuando estábamos peleando e intenté proteger a Lana de un ataque por la espalda. Pero ella usó su magia para restaurarla y mejorarla, de paso.

- Lana... ¿ese no es el nombre de la joven de la que nos has hablado tanto en tus cartas? - preguntó la señora Nelliel, de pronto más interesada eso que en la espada.

- Sí, esa es ella. - dijo Ruisu. - En este momento estará ayudando con los preparativos de la ceremonia, pero se las presentaré en cuanto pueda. Les agradará mucho cuando la conozcan, se los aseguro.

- Estoy realmente ansiosa. ¿Tú no, querido?

- Por supuesto. - dijo el señor Gilliam. - Quiero ver de frente a la mujer que pudo hacerte recuperarte de lo de Marie Eugénie.

- Papá... - Ruisu lo miró con ojos en rendijas. No le gustaba que dijeran ese nombre. Le traía pésimos recuerdos.

- Cariño, ese fue un golpe bajo, hasta para ti. - dijo la señora Nelliel.

- Ya supéralo, hijo, eso fue hace años. - replicó su marido, mientras le devolvía a su hijo la Espada Relámpago.

Ruisu no pudo más que rodar los ojos. De que lo había superado, por supuesto, pero eso no quería decir que le agradaran los recordatorios de ese desamor que sufrió. Especialmente, que le recordaran el nombre de la responsable.

- En fin, ¿qué hay de tu otra espada? ¿Nos la mostrarás?

Ruisu sacó el Sable Zora de su funda, para que pudiesen apreciar la hoja. Si la Espada Relámpago inspiraba solidez y fuerza, esta irradiaba filo y elegancia. Era todavía más magnífica a la vista, al punto que quisieron tocarla. Pero Ruisu de nuevo la apartó.

- En serio, la empuñadura solo está fría, pero si tocan la hoja sin protección, podrían sufrir quemaduras por congelación. - les advirtió. - No es broma.

- Si tú lo dices. - dijo su padre. - ¿Cómo la conseguiste?

- Fue un regalo. La Princesa Ruto me la entregó. Dijo que al parecer no se adaptó a nadie más, y al final me la dio a mí.

- Un maravilloso regalo. - dijo su madre. - Tienes un par de tesoros invaluables en estas armas, hijo. Tienes que cuidarlos bien.

Ruisu volvió a rodar los ojos, ¿acaso estaría implicando que querrían venderlas por mucho dinero? Ellos normalmente no harían algo como eso, pero si así fuera, él no iba a permitirlo. Ahora esas espadas serían parte de su legado familiar, de su historia. De ningún modo iba a venderlas o regalarlas a la ligera.

Entretanto, encima de la muralla, Zatyr caminaba de un extremo al otro. Siendo ella una arquera, se había acostumbrado a ese como su lugar favorito de vigilancia (por cosa de ventaja táctica) y por ahora no tenía más que hacer excepto recorrerla de lado a lado. El resto de sus amigos ya se habían reunido con sus familias, y la escolta que habían enviado para buscar a los suyos en Termina tenía que estar regresando en cualquier momento. En particular porque el viaje hacia Termina era uno de los más largos, fuera de las fronteras de Hyrule, en contraste con el resto, cuyas familias vivían dentro de las regiones del reino, así que su escolta tuvo que salir por ellos con mayor tiempo de anticipación.

Aun cuando los padres de Zatyr gozaban de cierta fama en Termina, también era cierto que allá no había una familia real establecida, por lo cual solo podía imaginarse la expresión en sus rostros cuando llegó la carroza de Hyrule para solicitar su presencia en la boda y ceremonia de coronación de la princesa Zelda. Ella solo podía esperar que no les fuese a dar un ataque al corazón o algo.

Finalmente, una de las carrozas que llegaba se detuvo frente al portón, y fue entonces que los vio salir. Incluso sin necesidad de usar la Máscara Ojo de Águila, los reconocería donde fuera. Se podía ver claramente que había heredado su cabello castaño oscuro de ambos. Incluso aunque la distancia los separaba, pudo ver que estaban empezando a discutir por algo. Lo mejor era llamar su atención, de la manera tradicional: con una flecha.

- ¿Eh? - El hombre, de pelo corto y con bigote y barba, cuyo nombre era Horace, fue el primero en percatarse de la flecha que se acababa de clavar entre ellos. - Oye, esta es...

- Sí, es nuestra marca. - dijo la mujer, llamada Ellen. Los dos miraron en la dirección, y fue que se percataron de una figura femenina agitándoles la mano desde lo alto de la muralla.

- ¿Me estaban buscando? ¡Esperen, en un momento bajo! - les dijo.

Lo normal sería bajar por la escalera de la muralla hacia el pasaje de la entrada. Pero eso no sería lo más práctico. En lugar de eso, saltó fuera de la muralla y usando su arco se deslizó por la cadena del puente levadizo, aterrizando a salvo en el suelo.

- Hola, veo que aceptaron la invitación después de todo.

- ¡Hija! - La pareja se lanzó para abrazarla simultáneamente. - ¡Cómo te extrañamos!

- No sabes lo angustiados que estábamos. - dijo Ellen. - Cuando por fin nos llegaron tus cartas, empezamos a temer lo peor. El mensajero dijo que casi no sobrevive al viaje para atravesar las fronteras.

- Yo nunca estuve angustiado. - aseguró Horace. - Nuestra hija lleva en sus venas la sangre de los mejores arqueros del continente. No habrá ningún enemigo que se escape de sus veloces y certeras flechas.

- Eso no es cierto. - dijo Ellen. - La última vez que te saqué del bar, no sé si estabas más ahogado por la depresión o por el vino que te estabas tomando.

- ¡Hey! - gritó Horace. Zatyr se dio una palmada en la cara.

- Como sea, Zatyr, estamos muy felices de verte. - dijo Ellen. - Siempre supimos que tendrías un gran futuro por delante, pero, ¡pensar que contribuiste en una guerra contra las abominaciones de las que hablan las leyendas!

- Olvida eso. - dijo Horace. - Por favor dinos que tienes algún recuerdo, algún trofeo que conservarás después de todo esto.

La arquera suspiró, pero supuso que no haría daño mostrárselas. De entre su carcaj, extrajo dos flechas muy específicas, ambas totalmente diferentes entre sí. La primera, resplandeciente y blanca-plateada, y la otra, negra con líneas verdes y luminosas por todas partes. Les había pedido de favor a Lana y Midna que se las hicieran una última vez, para conservarlas como un recuerdo de esta emocionante aventura. Horace y Ellen se maravillaron al verlas, examinándolas en detalle.

- Wow... que espléndidas. No puedo ni discernir el material del que están hechas. - dijo Horace. - Deben ser muy valiosas, ¿verdad? Hablo de valor sentimental, por supuesto.

- Sin duda serán un digno recuerdo. - dijo Ellen estando de acuerdo.

- También tengo esto. - dijo Zatyr, mostrándoles la máscara Ojo de Águila. A esta, sus padres la miraron con recelo, después de todo, la máscara con el rostro de un ave de presa no era tan llamativa como esas flechas especiales. - Oigan, no la vean así. Lo crean o no, de no ser por esta máscara, no hubiese podido lograr muchos disparos decisivos para nuestras victorias.

- ¿Lo dices en serio? - dijo su padre, tomando la máscara. - No se ve tan especial.

- ¿No me crees? ¿Por qué no te la pones, y luego enfocas la mirada hacia el Volcán de Eldin? - lo desafió Zatyr.

El hombre, algo escéptico, se la puso, y miró hacia donde le dijeron. Al principio no notó nada, hasta que, tal como le dijo su hija "enfocó" la mirada hacia la susodicha montaña. Si no supiera que tenía los pies bien puestos sobre la tierra, casi podría haber creído que voló hasta ese lugar, y de hecho, decidió sacarse la máscara, al ver que de pronto se "acercaba" demasiado.

- Wow...

- ¿Ya lo ves? - dijo Zatyr. - Me llevó algo de tiempo calcular cómo afecta el viento a las flechas, pero con este acercamiento pude hacer disparos realmente certeros.

- Y hablando de todo esto. - La señora Ellen juntó las manos. - Querida, ¿por casualidad no les has hablado a tus amigos de nuestro negocio? ¿No les has contado que nuestros arcos y flechas están entre los mejores del continente? Sin duda el ejército de Hyrule se merece lo mejor para su armamento.

Zatyr volvió a suspirar. Sí, esa era su madre, siempre queriendo mantener el negocio familiar a flote, y sacarlo un poco más elevado si era posible. No podía culparla, pues su padre ayudaba más con el nombre que con cualquier otra cosa.

- Puede ser que lo haya mencionado. Pero ninguno de ellos es especialista en el arco. Son más dados al combate cercano.

- Oh, qué lástima. - dijo la señora. - En fin, creo que es tiempo de que nos cuentes con más detalle todo lo que ha pasado. Si supieras como están todos allá en Termina, las cosas han cambiado mucho desde que te fuiste.

- Los llevaré a la posada, y allá podremos. Después, creo que podré presentarles a mis amigos. - dijo Zatyr. - Estábamos planeando una reunión en la taberna local esta noche.

- Qué bien, espero que sirvan buenos tragos. Este viaje me dejó muerto de sed.

- Horace...

Así estaban los miembros de la Legión de Link. Reunidos con sus familias y compartiendo anécdotas, todos esperaban con ansias el gran evento del día siguiente. El ambiente no podía estar más animado, pues todos estaban a la expectativa, tanto de la boda, como de la coronación. La cuenta atrás para el inicio de lo que sería una nueva era para Hyrule seguía en marcha, e indetenible.

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Al día siguiente...

La espera llegó a su fin, trayendo consigo el día tan esperado para todo el reino, especialmente para los jóvenes elegidos. La boda de Link y Zelda estaba a solo pocas horas de dar inicio, y toda la ciudadela se encontraba decorada exquisitamente con faroles de varios tamaños que alumbraban el animado camino de los invitados, flores de todos los colores que perfumaban el ambiente, que embellecían con gracia cada uno de los rincones en los que solo se respiraba paz, dicha, pero sobre todo, el acto de amor que estaba a punto de celebrarse.

Link se encontraba a las afueras del templo junto con su hermanita y abuela, y claro está rodeado de todos sus amigos, tanto los del pasado como los del presente. Para él fue una gran noticia que Darunia, Ruto, Midna, Maripola y Fay hubiera decidido quedarse para su matrimonio y posponer unos días su ida a sus correspondientes épocas. De ninguna manera iban a perderse semejante acontecimiento, mucho más si eran invitados de honor.

- Cálmate, muchacho. Todo saldrá bien. - dijo Darunia a Link.

- ¿Eh? Pero si estoy calmado...

- ¿Calmado? Pero si ya mismo haces un agujero en el piso. - dijo Midna. - Están que te tiemblan las piernas.

- ¡No es cierto! Es solo que... yo... estoy muy nervioso.

- Tranquilo, hijo. Es normal que te sientas así, pues uno no se casa todos los días. - dijo la abuela nostálgica. - Solo mírate lo guapo que estás... me recuerdas tanto a tu padre el día que esperaba a tu madre en el altar.

- Gracias, abuelita, pero no deseo que te pongas triste. - pidió Link, apenado. - Hubiera deseado tanto que ellos estuvieran conmigo este día, y mi tío también... pero sé que desde donde están me acompañan.

- Y se sienten muy felices y orgullosos por ti... al igual que yo. - dijo la señora.

- Gracias...

- ¡Bueno, bueno! ¡Nada de tristezas! Hoy es un día alegre y así tiene que seguir. - agregó Ruto.

- ¡Ya quiero que llegue la princesa! - gritó Maripola, impaciente.

- Las posibilidades de que la princesa esté cerca son del 99%.

- ¿Qué dijiste? - preguntó Link.

- ¡MIRA, HERMANO, YA ESTÁ LLEGANDO!

Al ver que una carroza maravillosamente decorada se aproximaba, los nervios de Link aumentaron, pero esta vez acompañados de una emoción indescriptible desde lo más profundo de su corazón. La unión con su amada ahora sí era un hecho, su sueño anhelado acariciaba su alma entera.

Por otra parte, dentro de la carroza, la situación era algo similar, pues la princesa, quien estaba sentada junto a Impa, se hallaba inmensamente feliz, pero al mismo tiempo nerviosa. La joven estaba vestida maravillosamente; su vestido blanco resplandecía con los cálidos rayos del sol, causando que la fina pedrería que lo decoraba brillase como las estrellas en la noche. Sus hombros andaban descubiertos, mientras unas elegantes mangas caían con gracia en sus brazos, alargándose hasta más allá de sus muñecas. Su cabello estaba suelto, siendo lo único que lo adornaba una diadema hecha de una trenza de su propio cabello, dándole un toque sutil, pero al mismo tiempo elegante. Y por supuesto, el velo le complementaba aquel tocado, cubriéndola hasta el rostro. En sus manos llevaba un ramo de flores azules, una especie de lirio muy escaso llamado "Princesa de la Calma"; desde muy pequeña habían sido sus preferidas, desde la primera vez que las vio en uno de los tantos libros que leyó sobre la historia del reino.

Varias emociones la embargaban por completo; en primer lugar, la realidad de casarse con el hombre que amaba, con su alma afín desde el inicio de los tiempos, y sobre todo, con el partícipe de la hermosa vida que se encontraba latiendo en su interior, el fruto de su gran amor. Impa se encontraba a su lado, tomándola de la mano para apoyarla en tan especial momento, el que siempre había esperado. Azael también se encontraba cerca de ellas, pero no en la carroza, sino afuera escoltándola hasta la llegada al templo. Se sentía feliz y orgulloso, y no únicamente por el evento nupcial, sino porque la propia princesa le había pedido que fuese el encargado de entregarla en el altar, como hubiera deseado que su padre lo hiciera. Se sintió conmovido ante tal proposición y sin duda alguna la aceptó; por el cariño que tenía hacia ella era todo un honor.

Ya faltaba poco para llegar a la entrada del templo, y la Sheikah sintió como la princesa le apretaba la mano, demostrándose que sus emociones se encontraban al límite. Ante eso, le acarició la mano para calmarla, acompañando sus actos con una cálida sonrisa.

- ¿Estás nerviosa? - preguntó Impa.

- Un poco, pero nada se compara a lo feliz que me siento en este momento. - dijo Zelda. - Link me está esperando, y esta vez para unir nuestras vidas para siempre.

- Me alegra qué te sientas así... ¿y cómo te sientes? - preguntó Impa, nerviosa. - ¿Te sientes cómoda? ¿No te ajusta mucho el...?

- No, tranquila. - respondió la joven, sonriendo. - Los ajustes que le hicieron están perfectos, y para tu tranquilidad ni se imaginaron que es por... eso. Y la verdad, poco me importa si se hubieran dado cuenta.

- A mí tampoco me importa, pero de todas maneras no quiero que te expongas a malos comentarios. - dijo Impa. - ¿Cómo reaccionó Link? Imagino que está dichoso.

- La verdad... aun no lo sabe.

- ¿Cómo? - preguntó Impa, sorprendida.

- Se lo tengo de sorpresa...

Impa sonrió ante una más de las nuevas ocurrencias de la princesa, pero de cualquier manera no pudo evitar apoyarla. Poco después, la Sheikah empezó a caer en cuenta que Hyrule iba a tener nuevos reyes, lo cual no sucedía desde hace tiempo, desde que sus apreciados soberanos vivían. Tuvo deseos de llorar al recordar tantas cosas, tantos buenos momentos que ya no volverían. En ese momento, sintió como Zelda le tomaba la mano, y con los ojos humedecidos le sonreía.

- Sé lo que estás pensando, y no tienes idea todo lo que daría por tener a mis padres a mi lado. - dijo Zelda, conmovida. - Sin embargo, los siento muy cerca, en mi corazón, así que no tengo motivos para sentirme infeliz, sino todo lo contrario. Puedo sentir como me dan su bendición desde el paraíso desde donde me cuidan.

- Sin duda alguna es así, lo siento tanto como tú. - afirmó Impa. - Bueno, creo que hemos llegado, y mira nada más el alboroto que has causado.

Zelda se asomó a la ventana y pudo ver como su amada gente gritaba de emoción al notar su llegada. Sin duda alguna eso le alegró, pero nada se comparó con lo que ocurrió segundos después.

- ¡Oye, cálmate que aún no es la luna de miel! - exclamó Midna.

- ¡Espera, Link! - gritó Ruisu. - ¡Debes esperarla en el altar!

- ¡Hijo, por las Diosas! - dijo la abuela. - Es mala suerte ver a la novia sino es en el altar.

Por más que todo el mundo trató de detenerlo, Link hizo caso omiso. Se acercó a la carroza y por poco empuja a Azael para ser él quien reciba a su amada, estaba desesperado por verla. La expresión en su rostro simplemente no tuvo precio, pues ver a su amada tan hermosa lo dejó sin aliento, doblegado a sus pies. Como si estuviera hipnotizado, tomó la mano de Zelda y la ayudó a bajarse, mientras que esta estaba sonrojada y encantada de encontrarse con su futuro esposo. Por varios segundos se contemplaron, enamorados y deleitados, hasta que la princesa tomó la palabra.

- Creí que era mala suerte ver a la novia antes de llegar al altar. - dijo Zelda, riéndose.

- ¿Mala suerte? Contigo no existe eso. Estás hermosa...

- Y tú muy guapo. Estoy muy feliz de verte.

Efectivamente, la princesa se tomó su tiempo de admirar el traje que llevaba su prometido para la ceremonia. Ella misma lo mandó diseñar personalmente: era un traje verde esmeralda con bordes dorados de tres piezas, con chaqueta larga, guantes y botas blancos. Sujetada por unas hombreras doradas llevaba además una capa corta azul claro.

- Bueno, ya no hay nada que esperar. - dijo Link, ansioso. - Entremos y casémonos de una vez.

- ¡Un momento, nada de eso! - dijo, Azael. - La princesa entrará conmigo porque seré yo quien la entregue al altar.

- Pero...

- ¡Sin peros, jovencito! En este momento vamos a hacer las cosas como se debe. - dijo la abuela. - ¡Andando!

Resignado, Link tuvo que despedirse de su amada, momentáneamente, y esperarla en el altar, donde todos los invitados estaban ansiosos de que empezara la ceremonia.

Luego de un momento, el sonido de las trompetas de hizo presente, entonando el dulce canto representante de la Diosa Blanca. Todo el mundo enmudeció al ver a la princesa entrar escoltada por el Subcomandante Sheikah, luciendo tan esplendida como si de la misma Diosa se tratara. El joven héroe, aunque ya la había visto, volvió a deleitarse con semejante imagen, sintiéndose afortunado y bendecido de tenerla muy pronto como esposa.

Una vez que Zelda y Azael llegaron al altar, este último tomó las manos de la pareja y las unió, entregándolos al uno al otro. Después de eso, él se retiró y el sabio tomó la palabra.

- Es un gusto tenerlos a todos reunidos, mucho más en esta boda poco común, donde la vida de dos héroes elegidos por el destino serán unidas. Agradezco a las Diosas darme vida para encargarme de eso.

La ceremonia inició hablando del origen de los tiempos, de la creación del mundo y sus leyes por medio de las Diosas, pero sobre todo, de los jóvenes que eligieron para erradicar al eterno mal que siempre amenazaba al mundo, pero que no se salía con la suya gracias a ellos. Luego de tanta palabrería, que incluso a algunos por ahí los aburría (especialmente los que vivieron toda esta historia en carne propia), vino el momento de los votos matrimoniales.

- Link, héroe de Hyrule, ¿aceptas a la princesa Zelda, elegida de las Diosas, como tu legítima esposa, para amarla y respetarla todos los días de tu vida?

- Acepto. - afirmó el joven.

- Zelda, princesa del destino, ¿aceptas a Link, elegido de las Diosas, como tu legítimo esposo, para amarlo y respetarlo todos los días de tu vida?

- Acepto. Hasta que nuestras almas se vuelvan a reencontrar.

Link se sintió emocionado al escuchar ese toque especial con el que la princesa había finalizado sus votos, mientras que el sabio sonrió cálidamente. La pareja intercambió sus anillos, y con eso, el final de la ceremonia llegó.

- Ahora, con la bendición de las Diosas, los declaro marido y mujer. - dijo el sabio. - Link, puedes besar a la novia.

El momento que todos habían esperado por fin llegó, sobre todo los novios. Link alzó el velo de su amada, la miró a los ojos intensamente y después unió sus labios con los de ella. Todos los presentes aplaudieron sin cesar ante la bella imagen, incluso algunos de ellos lloraron de emoción.

El amor de los elegidos ya se había consumado desde hace tiempo, y ahora, con su unión bendecida por las Diosas, aquel sentir se iba a prolongar hasta el último aliento de sus vidas...

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Sala del trono, una hora después...

Una vez finalizada la ceremonia, la pareja junto con los invitados se dirigieron a la sala del trono, donde Zelda iba a ser coronada como reina, y Link proclamado el nuevo rey de Hyrule. Delante de los tronos se hallaban dos coronas, las cuales pertenecieron en vida a los difuntos reyes del reino, y desde hace tiempo esperaban tener nuevos dueños. La pareja se acercó hasta donde estaban dichas piezas, se arrodillaron ante ellas y escucharon atentos las palabras del solemne miembro del consejo.

- ¿Juran ante las Diosas y ante los difuntos regente de este reino, que portarán esta corona como símbolo de lealtad al reino, y lo prodigarán y protegerán a su gente por sobre su vida?

- ¡Lo juramos! - Exclamaron los ahora esposos.

- Y con eso, se les otorga el derecho al reinado.

Aquel derecho eran solamente palabras, pues los jóvenes demostraron con creces su lealtad al reino sin siquiera ser reyes, entregaron su vida entera por él. Una vez que los jóvenes se pusieron de pie, el hombre les colocó la corona encima de sus cabezas, complementando su nuevo título de reyes. Link y Zelda se pusieron de frente ante su pueblo, quienes dichosos empezaron a aplaudir y a gritar por el nuevo nombramiento de la pareja.

- ¡LARGA VIDA A LOS REYES! ¡VIVA!

Los jóvenes empezaron a saludar a su gente, y Zelda al verlos tan felices no pudo evitar llorar de la emoción. Hacía tiempo que su amado reino no poseía regentes que lo protegieran, y ahora, podía continuar con el hermoso legado que dejaron sus amados padre, y junto a la persona que amaba.

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Valle de los Videntes, varios días después...

Había llegado el momento de la despedida. Los cinco guerreros del pasado, tan valiosos aliados y amigos que fueron para ellos a lo largo de este conflicto, finalmente tenían que regresar a sus épocas. Su tarea en esta guerra estaba ya cumplida, y ahora les correspondía volver para continuar cumpliendo su respectivo papel en la historia en cada una de sus eras.

La legión de Link, los dos Sheikahs, y la recién coronada pareja de monarcas de Hyrule habían ido todos juntos para despedir a sus amigos. Sobra decir que estaban muy tristes de pensar que tuvieran que marcharse, pero así era. Ellos tenían un lugar, un papel que cumplir en sus propios tiempos, y tenían que estar allí.

- Una vez más, no puedo expresar lo agradecida que me siento con todos. - decía Zelda. - Su ayuda durante este conflicto fue invaluable. Sin ustedes jamás lo habríamos logrado.

- ¿Para qué son los amigos, querida? - dijo Midna. - Y para que lo sepas, si alguna vez vuelve a haber una crisis, o lo que sea, no dudes en llamarme. No quisiera perderme de la diversión.

- Fue una gran experiencia, volver a luchar lado a lado con el héroe legendario. - dijo Darunia, acercándose al aludido. - Hermano Link, no cabe duda de que eres un digno sucesor del Héroe del Tiempo.

- Gracias, Darunia. - respondió Link, dando un toque con su puño contra el enorme puño estático del Jefe Goron.

- Joven Ruisu, fuiste un excelente portador del Sable Zora. - dijo Ruto. - Estará en buenas manos contigo.

- ¿Estás segura? - preguntó el aludido. - ¿Tu padre no estará molesto de que hayas decidido dejármelo?

- Sé que lo entenderá. Él confía en mí. - insistió la Princesa Zora. - Y lo vuelvo a decir, te lo ganaste.

- Aw, ¿en serio tenemos que marcharnos? - preguntó Maripola, que parecía a punto de llorar.

- Ya cumplimos con nuestra parte aquí, niña. - dijo Midna. - Además, ¿vas a decirme que no extrañas tu hogar?

Maripola quiso decir que no, pero eso era seguir mintiendo, así que simplemente hinchó ligeramente las mejillas. Midna y los demás que la vieron se rieron un poco.

- Con mi misión completada, mi avatar también regresará a la Era del Cielo. - dijo Fay. - Es tiempo de volver a mi sueño eterno dentro de la espada. Amo Link, he de decir que siento una gran dicha de haber podido luchar lado a lado nuevamente con una encarnación del héroe legendario.

- Lo mismo digo, Fay. - sonrió Link.

En ese momento, vieron un pilar de luz alzarse desde las ruinas, en el mismo lugar donde Cya abrió anteriormente el Portal de las Almas. Era muy similar de cierto modo, pero a la vez diferente. Este no presagiaba nada malo. Todo lo contrario, irradiaba la paz, tranquilidad y gentileza de Lana, lo opuesto a los deseos oscuros, lujuriosos y malvados de Cya. Esa era su señal. La ceremonia de despedida oficialmente iba a concluir. Con un respiro de resignación, todos se fueron en esa dirección sin prisa.

Lana estaba planeando utilizar el mismo hechizo para crear esos portales y enviar a sus amigos de regreso al pasado. De hecho, en este lugar era mucho más sencillo gracias a la energía temporal remanente que quedaba del Portal de las Almas, a pesar de que lo habían sellado desde todas las eras en el pasado. La diferencia, por supuesto, era que esta vez no dejaría la marca para el retorno. No era necesaria después de todo. En el centro de un círculo de runas mágicas enfrente de los tres portales, se encontraba Lana, recitando el cántico para el hechizo. Una vez que estos se tornaron de azul-blanco a dorado, se volteó a ver, y sonrió complacida de ver que todos ya estaban allí.

- Las preparaciones están completadas. - les dijo. - Solo tienen que atravesar los portales para volver a casa.

- Te lo agradecemos infinitamente, Lana. - dijo Ruto.

- Eres una buena chica, te voy a extrañar. - agregó Midna.

- Detecto que la estabilidad de los portales no durará mucho más. - dijo Fay. - Es tiempo de que nos marchemos.

Midna le echó una mirada de reojo a Fay, como si le fastidiara que arruinara el momento. Pero molestias aparte, tenía razón. Ya era hora de volver todos a sus tiempos. Lana les indicó a todos el portal por el que tenían que entrar para volver a sus épocas respectivas: Darunia y Ruto al del centro, para volver a la época del Héroe del Tiempo, Maripola y Midna al derecho, para la época del Crepúsculo, y finalmente Fay al izquierdo, para la época del cielo. Los tres se voltearon para ver a sus amigos por última vez. La princesa Zelda dio unos pasos al frente, pues tenía unas últimas palabras que decirles.

- Gracias de nuevo, por todo lo que hicieron por nosotros. - les dijo. - Sus hazañas siempre serán recordadas aquí, como verdaderos héroes.

- Y nosotros siempre los recordaremos. - dijo Darunia.

Darunia fue el primero en ingresar a su portal, seguido de Ruto. Fay simplemente se inclinó cortésmente y flotó a través del suyo. Midna entró al suyo a medias, y al ver que Maripola seguía despidiéndose con la mano, pero sin mover los pies, la agarró del cogote y la jaló adentro con ella. Con esto, los tres portales se cerraron al mismo tiempo. Por fin, se habían marchado.

- Y... ¿qué proponen que hagamos ahora? - preguntó Zelda.

- Si me permiten... ¿les parecería bien si pasáramos la noche en este lugar? - preguntó Lana. - Les aseguro que el lugar es muy pacífico, ahora que ya todo terminó.

- Me parece bien. - dijo Link. - Y creo que será una buena forma de que superemos la espina que nos dejaron los eventos que ocurrieron en este lugar. ¿Ustedes qué opinan?

Todo mundo asintió estando de acuerdo. Azael e Impa se ofrecieron a ayudar a levantar el campamento. Una noche en ese lugar parecía una excelente forma de terminar de cerrar el capítulo, de lo que fue ese terrible conflicto. Ahora, daría paso a un nuevo comienzo.

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Aquella noche...

En aquel momento, el grupo se había quedado profundamente dormido. Lana se ofreció a hacer el turno de guardia, así que en aquel momento se encontraba sentada frente a la fogata, era extraño ver a sus amigos allí dormidos en sus sacos, todos con una expresión completa de paz en el rostro. Incluso Garrett, que tenía fama de roncar sonoramente, aquella noche no estaba haciendo ningún ruido. Lana en particular se fijó en el saco que compartían los recién casados Link y Zelda, dormidos con las manos entrelazadas y muy cercanos uno al otro. En otro tiempo, esa imagen le provocaría dolor, celos y envidia. Pero ahora, lo único que le inspiraba era una gran alegría. Alegrarse por la felicidad de los demás era una dicha que no tenía precio, y se sentía muy afortunada de experimentarla.

La hechicera volvió a ver a sus amigos. En particular, se detuvo al ver al espadachín pelinegro. De todos los aliados y amigos que hizo durante esta travesía, él fue quizás el más cercano de todos. Y no era ya un secreto que el muchacho se sentía atraído hacia ella. Pero Lana no estaba muy segura de sus propios sentimientos hacia él. Y lo último que querría sería lastimarlo dándole falsas esperanzas, después del apoyo que le dio, especialmente en momentos difíciles. Él era un buen muchacho, no se merecía que lo hirieran de ese modo.

- ¿Qué debería hacer? - se preguntó en voz baja.

El valle ya no representaba un peligro, y no se tardaría más de unos minutos. Tal vez, una pequeña visita a ese lugar le ayudara a aclarar la mente. Ellos estarían bien, y no se molestarían. Con mucho cuidado, se puso de pie y se alejó del campamento, dirigiéndose hacia el jardín donde había enterrado a Cya. Quizás... lo que necesitaba era "conversar en privado" con ella.

Sin que Lana lo supiera, Ruisu no estaba tan dormido como parecía. El muchacho ocasionalmente entreabría el ojo para verla, pero ella permanecía estática frente a la fogata, mirándola con algo de melancolía. Finalmente cuando la vio pararse y salir discretamente, tuvo la sensación de saber a dónde iría. Tenía sentido, seguro necesitaba aclararse la mente. Y hablando de aclarar la mente, el pelinegro miró hacia un lado, al saco de dormir donde descansaba Zatyr. Su mente voló hacia una conversación que tuvo con ella, durante el baile de celebración por el matrimonio, y la coronación de Link y Zelda.

Flashback, durante el baile...

La celebración era doble, tanto por el matrimonio de Link y la Princesa como por la coronación de ambos. Parecía casi increíble que menos de dos años antes, ese muchacho hubiese entrado por las puertas de la Ciudadela del Castillo con sueños de convertirse en un caballero del ejército de Hyrule. Y ahora, había sido coronado como rey de Hyrule, y había tomado su lugar entre las leyendas. Pero eso a él no le importaba mucho. Para Link, su verdadera recompensa no era el título del héroe o la corona que ahora llevaba en la cabeza. Era poder estar con la mujer que amaba.

En un baile como este, no era de extrañarse que quienes estuvieran solitarios, es decir, sin una pareja con quien bailar, sintieran envidia de los que sí. Tal era el caso con Ruisu, pero más por no atreverse a ir a buscar a la suya, que estaba del otro lado del salón. El muchacho veía con algo de ensueño a Lana, sin poder evitar admirar lo hermosa que se veía con su vestido de gala aquella noche.

- ¿Por qué no le hablas? - escuchó la voz de Zatyr detrás de él. Para los dos era algo extraño verse con ropas distintas a las que usaban para combatir.

- ¿Crees que es fácil? - preguntó Ruisu. - Además, con todo lo que ella pasó durante esta guerra... no creo que ahora sea un buen momento para eso.

- Y según tú, ¿cuándo será un buen momento? - dijo Zatyr. - No es buena idea esperar demasiado para confesar tus sentimientos.

Ruisu se quedó mirando a la arquera. Considerando sus propias experiencias en el amor, los asuntos del corazón eran uno de los pocos temas que al espadachín pelinegro no le gustaba tratar. Y de aquella anécdota que no quiso contarles cuando hicieron la noche de supervivencia acerca de "enamorarse de la persona equivocada", lo más que consiguieron ellos fue contarles pequeños retazos individualmente (siendo Link al que le tuvo más confianza para decirle la mayor parte) que tuvieron que juntar para armar la historia completa. Por supuesto, lo mantenían en su círculo y no compartieron eso con más nadie.

- Te voy a contar algo. - dijo la arquera. - Mira, yo también... tuve mi momento de haberme enamorado de la persona equivocada. Cuando vivía en Termina, hace algunos años.

- ¿En serio? ¿Y qué sucedió?

- De lo que nos contaste, tú no tenías idea de que te habías enamorado de la persona equivocada. - dijo Zatyr. - En mi caso, yo ya sabía de antemano que nada bueno podría salir de entablar una relación.

- ¿Por qué lo dices? - preguntó el espadachín. La arquera tenía como respuesta preparada otra pregunta.

- ¿Qué de bueno podría salir de involucrarse con alguien en el negocio de la piratería?

Ruisu arqueó una ceja y ladeó la cabeza, como si quisiera confirmación de lo que acababa de decir. La mirada de la arquera decía claramente que no estaba bromeando.

- Aun así... una parte de mí no puede evitar preguntarse... ¿qué hubiera pasado si se lo hubiera dicho? - dijo Zatyr con algo de nostalgia. - Por supuesto, ya lo superé, pero por un tiempo, esa pregunta no dejó de atormentarme.

- A juzgar por como lo dices, pareciera que todavía te atormenta un poco. - dijo Ruisu. Zatyr no se ofendió, pues no era que lo asumiera. Era un hecho.

- Quizás. Pero igual, aunque me arrepienta, ya es muy tarde para cambiarlo. - dijo Zatyr. - El punto es, una cosa es guardarte tus sentimientos cuando sabes que una relación no puede funcionar. Pero Ruisu, estamos hablando de Lana. ¿Alguna vez conociste a otra chica como ella? Dejando de lado las cosas que nos ocultó, siempre fue honesta y amable con todos nosotros. Especialmente contigo, si me permites decirlo.

Ruisu volvió a mirar a Lana. La hechicera todavía seguía solitaria, igual que él. Lana era una chica increíble. La veía como si estuviese en un pedestal inalcanzable, pero reflexionando en las palabras de Zatyr, era cierto. A pesar de sus supuestos sentimientos por Link que compartía con Cya, lo cierto era que de todos ellos, él era con quien ella había interactuado más, con quien ella se había vuelto más cercana.

- Incluso si no te corresponde, piensa como fueron las cosas con ella y Link. - dijo Zatyr. - Puedes seguir siendo parte de su vida, incluso si no es de esa forma.

Y dicho esto, la arquera se fue al otro lado del salón, dejando al espadachín a solas con sus pensamientos.

Fin del flashback

En aquel momento, él no quiso actuar, pero aun así, no había dejado de reflexionar en las palabras de Zatyr. Ella tenía razón, era mejor no esperar demasiado. Y no estaba hablando de una desconocida, o de alguien con quien sabía que las cosas no podrían funcionar. Era Lana. Con esto en mente, se puso de pie y cuidando de no despertar al resto, se fue caminando detrás de ella discretamente.

Tal como lo suponía, Lana se había ido al lugar donde sepultó a Cya. Ruisu tal vez pensó que debía ser algo doloroso para ella ser quizás la única persona que al parecer estaba dispuesta a llorar y presentar sus respetos en ese lugar. En parte tal vez la razón de estar allí, era porque, literalmente, una parte de sí misma había muerto con Cya. Quizás... en ese momento necesitaría a alguien con quien compartir ese dolor.

- Tal vez por fin ella encuentre paz en el otro mundo. - le dijo sin voltearse.

Ruisu se sorprendió de esto. ¿Ella habría notado su presencia? La hechicera se puso de pie y se volteó, sonriéndole con algo de tristeza. Él en ese momento no supo qué decirle, excepto:

- Lo siento, no era mi intención molestarte.

- No, está bien. Puedes quedarte. Por favor. - pidió ella.

Al ver que ella le pedía que se quedara, Ruisu se acercó hasta ella, para ver la lápida. El epitafio decía "Se perdió a sí misma por amor". Eso era muy obvio, Cya había perdido el camino por obsesionarse con un amor imposible, y tomó el camino equivocado para intentar perseguirlo y conseguirlo a toda costa.

- Todo lo que ha sucedido debió ser especialmente difícil para ti. - dijo Ruisu.

Lana no dijo nada, pero asintió y le sonrió al muchacho. Se sentía realmente agradecida de que a pesar de todo lo ocurrido, él también estaba dispuesto a presentar sus respetos. Había además algo de tragedia en lo que sucedió con Cya, y una parte de él no pudo evitar preguntarse si tal vez, solo tal vez, ¿podría haber habido una manera de salvarla de esa senda oscura?

- Debió ser algo terrible. - dijo Ruisu. - Perder tu camino de esa manera, y caer presa de la oscuridad.

- Cya solo fue una herramienta para Ganondorf. - dijo Lana. - Él tomó ventaja de esa vulnerabilidad para utilizarla. Lo más triste es que ella no fue la primera, y con toda certeza no será la última. La encarnación del mal muchas veces ha aprovechado la oscuridad que todos tenemos en el interior, y ha sabido como explotarla para sus propios deseos.

- Pero hasta cierto punto... puedo entender por qué hizo todo eso.

Lana volteó a ver a Ruisu al escuchar eso. Con todos los actos malvados que Cya había cometido en su propio provecho, estaba segura de que todos la odiarían. Ruisu se dio cuenta de cómo lo miraba Lana, así que prosiguió.

- No me malentiendas, no estoy justificando sus actos, nada de lo que hizo tiene excusa alguna. Lo que digo es que puedo imaginarme la verdadera razón detrás de todo esto. Después de lo que nos relataste, me puse a pensar, esa labor de ser la guardiana de la Trifuerza era un sacrificio enorme. Estar completamente sola, lejos del mundo, de la familia, de amigos... eso es algo que yo no le desearía a nadie.

El silencio de Lana fue toda la respuesta que Ruisu necesitaba. La hechicera tuvo la extraña sensación de que el muchacho tal vez la entendiera más de lo que pensaba. Decidió dejarlo continuar y escuchar lo que tuviera que decir.

- ¿Sabes?, no te he contado esto, pero yo también sufrí mi propio caso de amor no correspondido hace tiempo. Me sentí devastado al saber que eso no podía ser, y por dentro estaba realmente furioso. A veces quería enterrarme en un agujero para nunca más salir, quería odiar al hombre que según yo me había robado el amor de esa chica, a veces hasta quería... - No pudo completar esa última frase. Claramente no se sentía nada orgulloso de sí mismo por haber tenido esa clase de sentimientos en aquel momento, y Lana no quiso presionarlo más. - El punto es que en ese momento yo también estuve al borde de caer en ese abismo. Pero tuve a personas que me detuvieron, que me salvaron de mí mismo, y de hacer algo de lo que después me arrepentiría. Mis padres estuvieron allí para mí, y me ayudaron a superarlo. Tal vez ahora no estaría aquí de no ser por ellos.

- Fuiste muy afortunado de tenerlos. - dijo Lana, sin poder evitar sonreír.

- Sí, lo fui. - dijo Ruisu. - Y eso es a lo que me refiero. En ese momento, Cya estaba completamente sola. Ella no tuvo a nadie que la salvara de sí misma y de la oscuridad.

Lana no se molestó en negarlo. Sin duda esa soledad era algo muy doloroso, a veces intolerable. Era natural que tuviese esos momentos en los que lamentaba haber aceptado esa tarea, y de no poder estar con nadie por esa misma razón. Pensándolo mejor, ¿quizás fue esa soledad lo que la creó a ella en primer lugar? ¿Un deseo inconsciente de tener a alguien más que le hiciera compañía, aunque naciera de una parte de sí misma?

- Los humanos somos vulnerables por naturaleza. - prosiguió Ruisu. - Tal vez, esa es la verdadera razón por la que nos acercamos a otros, porque no estamos hechos para vivir por nuestra propia cuenta. No importa lo fuerte que seas por fuera, por dentro siempre serás vulnerable si estás solo. Y creo que es por eso que Cya se dejó caer tan fácilmente. En el fondo... todo lo que ella quería era una oportunidad para escapar de esa soledad. Al igual que tú, ¿no es así?

Lana asintió. La hechicera blanca ya había aceptado que su supuesto amor por Link no era más que una sombra, pero no se había percatado de lo cerca que tenía a un espíritu afín, que entendía como se sentía realmente, y que incluso mostraba algo de simpatía y comprensión por su contraparte, pese a todo lo que había hecho. ¿Tal vez por eso había intentado acercarse a ella desde el principio?

- Lana... durante el baile estuve hablando con Zatyr. Espero que entiendas, no quiero aprovecharme de esto para ganarme tu afecto. - dijo Ruisu, yendo directo al punto. Al fin y al cabo, la hechicera ya sabía de los sentimientos que él tenía hacia ella. - Solo quería que supieras que si alguna vez necesitas hablar o lo que sea, allí estaré para ti. No estás sola, lo sabes, ¿verdad?

- Sí, lo sé. - dijo Lana, sin dejar de sonreír. - Gracias. Gracias por estar conmigo.

- De nada, para eso son los amigos. - dijo Ruisu. - ¿Quieres que te diga algo más?

- Claro.

- Solo si es el caso, no te sientas mal, pensando que una parte de ti murió con Cya. - respondió Ruisu. - Desde mi perspectiva, es más bien que una parte de Cya aún vive dentro de ti.

Lana ladeó la cabeza al oír esas palabras. Después de haber derrotado a Cya, se había recluido de nuevo, igual que antes, pues no tenía del todo una idea de qué hacer. Se sentía confundida, que le faltaba una parte de sí misma (lo cual no era tan alejado de la realidad) y no tenía una idea de qué hacer con el conflicto terminado. Las palabras de Ruisu le hicieron ver que no tenía por qué ser así. Tenía mucho por qué vivir. Aunque no estuviera muy segura todavía de qué camino tomar, de algo sí lo estaba, no tendría por qué hacerlo sola. Y si quería compañía... ¿quizás él estaría dispuesto a brindársela?

- Deberíamos volver ya. - dijo Lana. - Ya me siento mejor ahora.

- Claro. Volvamos.

Los dos se voltearon para marcharse de allí, pero apenas dieron unos cuantos pasos, algo apareció, una luz tenue detrás de ellos, y sintieron una presencia extraña. Los dos se quedaron estáticos un momento antes de darse la vuelta. Y se sorprendieron de lo que vieron, especialmente Lana.

Ante ellos estaba la imagen translúcida de una mujer, alta y de figura esbelta, vestida con ropas blancas, y un gorro de sacerdotisa en la cabeza, muy parecido al que le vieron utilizar a Cya. De hecho, mirándola más detenidamente, Ruisu se percató de algo: excepto por el cabello púrpura claro, la piel clara en lugar de morena, y la expresión gentil en su rostro (que era casi idéntica a la de Lana), la mujer que tenían en frente definitivamente era Cya. Inclusive, traía consigo un báculo muy parecido al de esta última, pero era blanco y la gema en su extremo no tenía picos, era totalmente lisa.

- Lana... ¿ella es...?

Lana no parecía poder pronunciar palabra alguna. La mujer frente a ellos no se movió de su lugar ni dijo nada, solamente pasó su mirada de Lana a Ruisu y viceversa. Sonrió gentilmente asintiendo con la cabeza, y acto seguido se desvaneció en motas de luz como luciérnagas, desapareciendo hacia el cielo. Los dos jóvenes se quedaron viéndolas. Fue como si de pronto se fueran a unirse a las estrellas que había en el cielo.

- Lana... ¿quién era ella exactamente? - preguntó Ruisu, aunque por dentro, tenía la corazonada de que ya sabía la respuesta.

- Era Cya. - dijo Lana. - O más bien, era la Guardiana del Tiempo, la mujer que ella solía ser antes de que la oscuridad la invadiera. La entidad que solía ser, cuando las dos aun éramos una sola.

- Pero... ¿qué significa esto? - preguntó Ruisu. - ¿Por qué apareció ahora, frente a nosotros?

- Tal vez... - Lana se puso a pensar, y después sonrió. - Tal vez tenías razón. Cya tal vez sí encontró la paz dondequiera que esté ahora.

Ruisu volvió a mirar a la tumba. Esa había sido una visión extraña, pero él también sonrió, al entender lo que Lana decía. Ella había querido detener a Cya y si era posible, salvarla de sí misma y de la oscuridad que la invadió. De algún modo, ahora se sentía más tranquila sabiendo que, por lo menos, pudo salvar su alma y permitirle irse a la otra vida en paz. Y Ruisu tenía razón: esa parte de Cya ahora viviría en ella. Tenía que continuar viviendo por las dos. Con esto en mente, los dos volvieron al campamento. La noche era joven y después de todo lo sucedido, sin duda que se merecían un buen descanso.

Mientras caminaban, Lana volteó a ver a Ruisu, pensando un poco en su futuro. Una parte de ella ya estaba decidiendo lo que quería hacer. Pero quizás... ahora le gustaría tener algo de compañía. Específicamente, la compañía de él. Tenía que preguntárselo después, aunque sabiendo de sus sentimientos por ella, dudaba que fuese a ponerle objeciones de ningún tipo.

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Castillo de Hyrule...

Impa se encontraba en el campo de entrenamiento, finalizando su rutina con los soldados. En ese momento, Link y la legión no se encontraban presentes por estar resolviendo sus asuntos personales, sobre todo el primero ahora que era rey, mucho más si estaba empeñado en eso para poder irse tranquilo con su amada a su luna de miel, la que habían pospuesto por la despedida con sus amigos del pasado, y otros asuntos.

Una vez que los soldados se retiraron, Impa estaba regresando a sus aposentos, pasando como siempre por una hermosa pileta con el símbolo de la Trifuerza que en las noches siempre se iluminaba, era una vista hermosa. Algo agobiada, Impa se sentó en el borde de la misma, y fue en ese momento que percibió que alguien estaba sentado del otro lado. Descubrió que se trataba de Azael, quien estaba bastante atento a algo que llevaba entre las manos, aunque no podía ver bien de qué se trataba. Inmediatamente se levantó para ver qué tanto hacía, no pudo más con la curiosidad.

- ¿Y se puede saber qué haces aquí? - preguntó Impa. - Creí que hoy era tu día de descanso.

- Y lo es. Aproveché toda la tarde en realizar unas diligencias. - respondió el Sheikah. - Entre esas cosas, ir a recoger un pedido.

- ¿Un pedido?

Todo ocurrió tan rápido, que Impa no pudo siquiera parpadear. El joven le mostró que en sus manos llevaba un pequeño anillo solitario con un hermoso rubí decorándolo, el que causó que Impa se quede con la boca abierta. Azael solo sonrió socarrón, para después tomar la mano de su compañera y ponérselo, impactando mucho más a la guerrera de las sombras.

- Como lo supuse, te queda a la perfección. - dijo Azael. - Incluso hasta combina con tus ojos. Definitivamente es un gran trabajo.

- ¿Se puede saber... qué significa esto? - Preguntó Impa, impactada.

- ¿No es obvio? Te estoy pidiendo que nos comprometamos... que te cases conmigo.

Impa sintió que su corazón se aceleraba ante las palabras del Sheikah, dejando de lado la manera tan peculiar en el que él le estaba pidiendo matrimonio, con la mayor de las frescuras. Sin embargo, aquello solo era una máscara que el joven usaba para cubrir su ansiedad de saber si su amada aceptaría.

- Ahora que Link y Zelda se casaron, creo que nosotros deberíamos seguir sus pasos. - dijo Azael, nervioso. - Te amo, Impa, y no es la primera vez que te propongo algo como esto, pero ahora no lo hago como un joven inmaduro, sino como un hombre que ha pasado demasiadas cosas para saber que más que nunca te desea en su vida. Por favor, te suplico que aceptes, y te juro por las Diosas que te haré inmensamente feliz.

Impa escuchó atentamente las palabras de su amado, y aunque se sentía asustada, su corazón latía de inmensa dicha. Ella siempre pensó que por su condición de guerrera y servidora de la familia real estaría sola siempre, cumpliendo únicamente con su deber. Ahora, las cosas parecían ser distintas, la vida le estaba dando una oportunidad para ser feliz.

Inmediatamente, tomó a Azael del cuello de su camisa y lo besó intensamente, cosa que el joven correspondió de inmediato, tomándola con fuerza de la cintura. El Sheikah temía que su amada no acepte su propuesta, pero al final las cosas salieron mejor de lo planeado.

- Acepto. - dijo Impa. - Acepto mil y un veces.

- Menos mal... no tienes idea cuánto tuve que escalar para encontrar ese rubí.

Impa le dio un pequeño golpe en el hombro ante su comentario, aunque sus carcajadas no se hicieron esperar. Azael se sintió dichoso de ver a su amada sonreír, pues pocas veces tenía esas satisfacciones.

- Debemos planear nuestra boda cuanto antes. - dijo Azael. - Sin duda alguna debe ser en nuestro pueblo, por nuestras tradiciones.

- Calma, aún tenemos tiempo. - dijo Impa.

- Ni tanto. Aun somos jóvenes, por suerte, pero si Link y Zelda ya se casaron siendo tan jóvenes, nosotros con más razón. - dijo el joven. - Ellos recién están comenzando a vivir cosas siendo más jóvenes que nosotros.

- Si supieras...

- ¿Dijiste algo?

- No, nada... ideas tuyas.

- Bueno, en ese caso... debemos ir a anunciarlo a todos.

- ¡¿Qué?!

- ¡Y CUANTO ANTES!

Impa no tuvo más tiempo de refutar, pues su futuro esposo la tomó de la mano y se dirigió a donde estaban todos sus amigos. Definitivamente, todos se llevarían una enorme sorpresa, pero ninguna como la que ella la recibió de parte de quien siempre lo soñó.

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Rancho Lon Lon...

Alexandre y sus padres se acercaban con calma al portón de entrada del rancho. Sobra decir que el matrimonio se veía bastante intrigado de querer conocer a la misteriosa amiga de su hijo. Aunque lo de "amiga" ya estaba muy cerca de cambiar, y él lo sabía. Así que pensó, ¿qué daño haría presentarle a su familia un poco más temprano? Desafortunadamente, Malon tuvo tanto trabajo por hacer en su rancho que no pudo asistir a la ceremonia. El lancero no estuvo nada feliz cuando vio que la invitación que él le envió había sido retornada con una nota diciendo que no podía asistir, aunque le encantaría.

Pero eso no importaba, ya estaban aquí, hoy era el día de dar un paso decisivo. Con ellos como testigos, era tiempo de hablar con Malon muy seriamente, de algo muy importante. Y con toda certeza, la pelirroja apareció en la entrada a los pocos minutos muy sorprendida de ver que Alexandre venía de a verla, pero no con sus soldados o con sus amigos.

- Vaya, miren quien vino de visita. - dijo Malon con una sonrisa.

- Así que tú eres Malon. - dijo el señor Michalis. - Un placer conocerte al fin. Alexandre habla muy bien sobre ti.

- Uh... gracias, supongo. - dijo ella. No se le escaparon además las similitudes que quedaban a la vista entre la pareja y Alexandre, por lo que no tardó en imaginarse quienes eran, y rápidamente su presentimiento fue confirmado.

- Disculpa nuestros modales, muchacha. Mi nombre es Amellie, y él es mi esposo Michalis. Somos sus padres.

- Mucho gusto. - dijo Malon, estrechándoles las manos, pero algo confundida. Usualmente, una "visita para conocer a los padres" implicaba algo muy importante. ¿Qué podría ser?

- Me hubiera gustado presentarlos durante la celebración por la boda y la coronación, pero ya que no pudiste venir, pensé en traerlos yo. - dijo Alexandre.

- Ya veo. - dijo Malon. - ¿Así que les has hablado de mí?

- Sí, nos dijo que eras una chica muy agradable y trabajadora. No se le escapó tampoco además que eras muy linda, muchacha. - dijo el señor Michalis.

- Papá. - dijo Alexandre.

- Oigan, me da gusto conocerlos y todo, pero... Alexandre, usualmente uno no invita a los padres de este modo, a menos que tenga una buena razón. - dijo la pelirroja, yendo directo al grano. - ¿Acaso tienes algo importante que decirme?

- A decir verdad, sí, lo tengo. - dijo Alexandre. - Malon... ya te dije antes, todo lo que pasó los últimos meses, me hizo darme cuenta de muchas cosas. Ya he estado pensando muy seriamente. En el presente, y también en el futuro.

- Estaba preguntándome cuando hablaríamos de eso. - dijo la pelirroja. - Es decir... desde que nos dimos ese beso, no hemos tenido oportunidad de hablar al respecto...

Alexandre sonrió de lado. Efectivamente, se dieron su primer beso, pero después de aquella cena, no pudieron hablar por haber surgido otra amenaza y él tuvo que volver a tomar las armas para ayudar a combatirla por última vez.

- Lo que digo es... ni siquiera me preguntaste si quería ser tu novia o... tú entiendes. - dijo Malon, leyéndole el pensamiento.

- Es cierto. - admitió él. - Pero a decir verdad... he estado pensándolo, y decidí que lo que quiero contigo es algo mucho más serio.

Malon ensanchó los ojos al oír las palabras de Alexandre. ¿Algo mucho más serio? El muchacho se sacó de entre la bolsa una pequeña cajita, y el corazón de la pelirroja se aceleró de imaginarse lo que había en ella. Por supuesto, excepto por el peculiar diseño con el escudo de armas en miniatura, no había duda de lo que era.

- Este es el anillo de compromiso de nuestra familia. - dijo Alexandre. - La tradición dicta que el primogénito de cada generación se lo entregue a la persona que ha elegido para ser su compañera de vida. Malon, con mis padres como testigos... ¿lo aceptarías?

La chica del rancho no podía creer lo que estaba escuchando. No era un simple noviazgo lo que quería. La pelirroja miró al lancero, y luego a los padres de este, como tratando de ver si le estaban haciendo alguna broma, pero no creía que fuera así. Ni siquiera el viejo Alexandre, el que conoció antes de que ocurriera la guerra, bromearía con algo como esto.

- Que quede claro, no te estoy forzando a nada. - dijo Alexandre. - Si no es ahora, si puede ser en un futuro, está bien para mí. Solo quería dejar las cosas claras, desde ya.

Malon se llevó la mano al pecho, mientras seguía alternando entre mirar el anillo y a Alexandre. Los padres de este último estaban inusualmente callados, así que imaginó que debieron hablar sobre esto con anticipación. Es decir que al menos la parte de necesitar su bendición ya estaba resuelta. En cuanto a ella, su papá estaba demasiado ocupado pasando el día durmiendo, pero cuando le habló sobre él, lo poco que dijo dio a entender que al menos, si no era que directamente aprobara a Alexandre, por lo menos lo toleraba. No creía que fuese a poner objeciones, y además, al ser ella legalmente adulta, la decisión era solo suya.

No necesitaba decir palabras, simplemente tomó el anillo y lo deslizó entre su dedo. Esa era toda su respuesta.

- Te queda muy bien, muchacha. - dijo la señora Amellie. Malon sonrió.

- Gracias. - le respondió. - Oigan, el almuerzo debería estar listo en una media hora. Si gustan acompañarnos...

- Faltaba más, muchacha, con muchísimo gusto. - dijo el señor Michalis. - Y será una oportunidad perfecta para conocernos mejor.

Malon los invitó a pasar. Le pidió a Alexandre que llevara a sus padres hacia el edificio central que era la casa (habiendo estado tantas veces en el rancho, él ya sabía orientarse muy bien), mientras ella llamaba a un par de trabajadores y llevaba a Shadow y a los otros caballos a los establos para que pudieran descansar. Mientras lo hacía, la muchacha siguió viendo el anillo que tenía en su dedo. Apenas sí lo podía creer. Si algo bueno había salido de todo ese conflicto, fue que ayudó a ese muchacho a madurar de un joven con aspiraciones de gloria a todo un hombre hecho y derecho. Si ese era el verdadero Alexandre, el que ella podía ver desde el principio, sin duda que le encantaría formar una vida con él en el futuro.

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Frontera sur de Hyrule, camino hacia Termina...

- ¿Estás segura de lo que dices? - preguntaba la señora Ellen.

Los padres de Zatyr se sorprendieron enormemente de que su hija les dijera que no tenía planes de volver a casa con ellos. La guerra había terminado, y también las festividades por la boda y la coronación de Link y Zelda, así que de momento, no parecía que hubiese nada que la retuviera en ese lugar. Si de experiencia se trataba, en ese tiempo tenía que haber ganado más que suficiente.

- ¿No extrañas tu hogar? En la Ciudad del Reloj la gente se muere por conocer a la arquera que defendió Hyrule. - preguntó el señor Horace. - Escuché además que te están llamando la "Saeta Justiciera".

¿"Saeta Justiciera"? ¿Quién habría inventado ese apodo? No sonaba como algo que diría Alexandre, eso era seguro.

- No lo voy a negar, a veces sí, pero... de momento me siento bien en este lugar. - dijo Zatyr. - Quisiera quedarme un tiempo más.

- Querida... ¿acaso fue que conociste a alguien? - le preguntó su padre. - Porque si vas a heredar el negocio familiar, creo que es tiempo de que vayas pensando en...

- Ahí vas de nuevo. - lo interrumpió Ellen. - Si ese fuera el caso, ya nos lo hubiera presentado, ¿no te parece? Incluso antes que a sus amigos.

Zatyr suspiró y rodó los ojos ante este comentario. A diferencia del resto de sus amigos, ella no tenía eso contemplado en sus planes, no todavía al menos. Y además, consideran las circunstancias, tendría más suerte de encontrar a alguien en ese lugar en tiempos de paz que durante la guerra. Más tiempo para pensar en ello con calma. Pero el verdadero motivo era totalmente diferente.

- Escuchen, creo que es mejor que sea directa. - dijo Zatyr. - La verdadera razón de querer quedarme, es que la Comandante Impa me hizo una oferta que he estado considerando muy seriamente. Después de esta guerra, hay muchas nuevas reclutas que quieren tenerme como instructora en el uso del arco. Pero se unirán solo con la condición de que yo sea su mentora.

- ¿Oh? ¿Es en serio? - dijo el señor Horace. - ¿Quién se habría imaginado que el nombre de la familia llegaría hasta Hyrule?

- Y además, ahora que lo pienso, si haces buenas migas con ellas, hasta podrías convencerlas de venir a visitar Termina. - Ellen se puso la mano en el mentón. - Les haríamos un buen descuento en nuestros mejores arcos. Parece un buen trato.

- Mamá... - Zatyr puso los ojos en rendijas.

- ¿Qué? ¿Qué daño hay en promocionarnos un poco? - dijo Ellen. - Solo imagina, el pensar que algunos de nuestros arcos lleguen a las filas de las mejores arqueras. Ahora alcanzaremos un nivel verdaderamente legendario.

- Ya, mejor déjala. - dijo Horace. - En tal caso, ¿es tu última palabra?

- Sí. - dijo con firmeza la joven arquera. - Antes de volver a casa, quisiera quedarme un poco aquí, ver qué tal lo hago como instructora. Si hago un buen trabajo, entonces estaré lista para volver y tomar las riendas de la arquería.

- De acuerdo, si así es como lo quieres. - dijo Horace. - Te apoyaremos pase lo que pase.

- Estamos orgullosos de ti. - dijo Ellen, abrazando a su hija. - Te seguiremos extrañando, pero estaremos felices sabiendo que estás haciendo una labor importante. Pasar tus habilidades a la nueva generación.

Con un último abrazo familiar, la pareja se despidió de su hija, siendo llevados por la escolta de soldados que los llevaría de regreso a Termina. Zatyr exhaló un suspiro. Según ellos, las cosas habían cambiado mucho en Termina desde que se fue, pero ellos seguían siendo los mismos. Por otra parte, eso era algo positivo. Con todo y sus particulares hábitos, ella amaba a sus padres, y le daba gusto ver que siguieran siendo ellos.

No bromeó al decir que los extrañaría, pero igualmente, ya había tomado su decisión. Igual que el resto de sus amigos, era tiempo de decidir su propio camino, y el suyo era allí. Entrenando a la nueva generación de arqueras para el ejército hyruleano. Ese era su llamado por el momento, pasar sus conocimientos y destrezas, para demostrar que estaba preparada. Quedándose allí hasta verlos desaparecer en la distancia, la arquera dio la vuelta y emprendió el camino de vuelta hacia el castillo.

Honestamente, no estaba segura si tendría lo necesario para ser instructora de arquería, pero estaba más que dispuesta a intentarlo. Podrían pasar diez, cien, o mil años, pero la nueva generación tenía que estar preparada para afrontar lo que fuera que les deparara el futuro. Y ella se aseguraría de dejar su propia marca, una guía, una flecha que sus eventuales sucesores pudieran seguir, que los guiara hacia su futuro.

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Entrada a la fortaleza del Valle Gerudo...

Tras hablar con su tío y su abuelo sobre sus planes (y tener que soportar la discusión), Garrett finalmente tuvo la oportunidad de marcharse. Esta era una decisión importante: después de todo lo sucedido, todos los miembros de la legión estuvieron de acuerdo en que era tiempo de que cada uno tomara su propio camino. La senda que habían caminado juntos ya había concluido, y era el momento de que cada uno se forjara su propio destino por su cuenta.

Las Gerudos estaban empezando a preparar su reubicación, y los trámites para que comenzaran a mudarse a Hyrule iban por buen camino. Sin embargo, algunas de ellas todavía habían decidido quedarse por un tiempo más, argumentando que tenían todavía "asuntos pendientes", pero que a su debido momento también irían para integrarse a la sociedad hyruleana. Entre ellas, ni más ni menos, se encontraba Aveil, que en ese momento le aguardaba en la entrada. La mujer sonrió con satisfacción al verlo y caminó para recibirlo.

- Saludos, Sir Garrett. - lo saludó. - Veo que decidiste aceptar mi propuesta.

- No fue muy difícil. - dijo Garrett. - Estoy interesado en ese entrenamiento que me propones.

- Por supuesto. - La mujer entonces notó que traía consigo el hacha que ella le había regalado colgando de la cintura. - ¿Te sirvió bien?

- Sí, mucho, y más pronto de lo que creí. - dijo Garrett. - Me tomé un tiempo para ir a recuperarla después de la batalla.

- Qué considerado. - sonrió Aveil. - Pero me alegra que así haya sido. Y bien, ¿estás preparado para enfrentar el entrenamiento del desierto Gerudo?

- Tanto como podría estarlo. Aunque mi abuelo y mi tío no estaban muy entusiasmados con la idea, pero les dije que si quiero hacerme más fuerte, es tiempo de intentar cosas diferentes.

- Ese es el espíritu. Muy bien, acompáñame.

Mientras lo guiaba hacia el interior de la fortaleza, específicamente a las áreas de entrenamiento que no pudo visitar antes durante la batalla, Aveil miraba al joven tratando de disimular su interés. Tenía relativamente poco de haberlo conocido, pero ella podía ver que él encajaba muy bien en el molde que tenía sobre su "ideal compañero de vida". Alguien que fuese fuerte, pero que tuviese su corazón templado con justicia y compasión. La diferencia de edad no era un factor importante, y además, él ya era un adulto, y para tener una edad relativamente corta, en ese poco tiempo debió haber visto y enfrentado cosas que muy pocos hombres podrían haber enfrentado. Tomarlo bajo su custodia como su discípulo sería el primer paso para formarlo y hacerlo todavía más fuerte, para eventualmente su nueva vida con él como acompañante. Eso definitivamente le gustaría.

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Frontera este de Hyrule...

Con todos los demás tomando su propio camino, Lana también decidió que era tiempo de tomar el suyo. Unos días antes, habló con Link y Zelda para informarles de lo que planeaba hacer. Cuando comenzó su existencia después de haberse separado de Cya, no había pensado en lo que quería hacer, o más bien, la persona que quería ser. De algún modo, se había quedado estancada en lo que "había" sido, sin pensar que podría tener un futuro por delante por sí misma. De hecho, tras una introspección mucho más en profundidad le hizo darse cuenta de algo todavía más importante.

Cuando ella y Cya eran una sola persona, la Guardiana del Tiempo estuvo constantemente concentrada solo en el pasado. En las hazañas del héroe legendario, las batallas que libró... y en ese amor imposible y falso que desarrolló por él. Su mayor dilema existencial era que en realidad, con todas las cosas que habían pasado, ya no sabía a donde pertenecía, o ni siquiera si pertenecía a algún lugar. Se sentía perdida. Pero afortunadamente, conocer a Link, Zelda, y a los otros, le hizo darse cuenta que no tenía por qué ser así. Ellos le dieron un propósito por el cual vivir, un lugar al cual pertenecer. Y eso la hacía feliz. Pero por ahora, ya había decidido lo que quería hacer.

El tiempo que pasó con ellos le hizo darse cuenta que pasó tanto tiempo viviendo en el pasado, que no se dio cuenta de que había un gran mundo allá afuera, un presente por el cual vivir, y muchas cosas por experimentar y ver con sus propios ojos. Lugares que visitar, personas por conocer, y nuevas aventuras por vivir. Aunque se sentía feliz por saber que tenía un lugar al cual regresar en Hyrule, finalmente había decidido lo que quería hacer a partir de ahora. Viajar a otras tierras, ver y experimentar el mundo directamente en lugar de hacerlo encerrada en ese templo. Y lo mejor de todo, no tendría que hacerlo sola.

Cuando le comentó a los otros de sus planes, Ruisu inmediatamente dio un paso al frente y se ofreció a acompañarla. A la joven hechicera le sorprendió cuando el espadachín pelinegro le reveló que uno de sus sueños siempre había sido viajar a otras tierras y conocer otros lugares. Siendo ese el caso, los dos tenían ahora algo en común, y ella aceptó gustosa su oferta. Después de todo, había llegado a disfrutar enormemente de su compañía. Por supuesto, tuvo que hablar primero con los padres del muchacho, que no estaban del todo seguros. Eso fue, al menos, hasta que la vieron en persona, y allí, dieron su consentimiento sin dudar un segundo.

Los dos ahora estaban cabalgando sobre una de las colinas al este de Hyrule. Ruisu no era tan dado a la equitación como Alexandre o Link, pero si iban a hacer un viaje fuera del reino, supuso que tendría que acostumbrarse. Sus piernas no podrían aguantar viajes tan largos.

- Creo que esto es todo. - dijo Lana. - ¿Estás listo para partir?

- Tan listo como podría estarlo. - respondió Ruisu.

- Oye, sé que ya te lo pregunté antes, pero, ¿estás seguro de esto? - dijo Lana. - Quiero decir, aprecio mucho que quieras acompañarme, pero... solo pensé que tal vez querrías pasar algo de tiempo con tu familia. Hacía mucho que no se veían.

- Pudimos pasar tiempo juntos estos días. - aseguró el muchacho. - Ya te lo dije, quiero acompañarte. No hago esto por obligación, es mi decisión.

Lana no pudo evitar sonreír. El joven pelinegro siempre había sido atento con ella, apoyándola cuando más lo necesitó. Fue un gran compañero de batalla, amigo, y después de todo lo que había pasado, no podía menos que sentir una viva gratitud por él. Gratitud que tal vez, y ella así lo deseaba, podría convertirse en algo más.

- ¿Y bien, a dónde iremos? - preguntó Ruisu.

- Por ahora, a dónde nos lleve el viento. - dijo Lana. - No tendremos un destino fijo. Hay una vasta tierra por recorrer allá afuera.

- Me parece bien. - El muchacho evaluó el viento con el dedo. - De acuerdo, el viento está soplando en dirección este. ¿Vamos hacia allá?

- Claro. - dijo Lana, golpeando con los talones su montura. Ruisu hizo lo propio, y los dos comenzaron a cabalgar hacia el amanecer.

A medida que el sol se alzaba en el horizonte, Lana reflexionaba en todo lo que había sucedido. Era tiempo de dejar atrás el pasado, vivir en el presente y caminar con paso firme hacia el futuro. No sabía a dónde la llevaría su camino por el momento, pero fuera a donde fuera, tener como compañero de viaje a Ruisu haría que eso fuese irrelevante. Por ahora, era solo un amigo y un compañero de viaje, pero al no ser un secreto ya que él se sentía atraído por ella (aunque todavía no se lo hubiese dicho frente a frente), no le desagradaba la idea de que pudiera surgir algo más entre los dos. Merecía al menos que ella le diese una oportunidad de profundizar en esa relación. Pero se daría tiempo. Quería desarrollar ese sentimiento como debía ser. Conocerse, y eventualmente, aprender a amar como tenía que ser.

- "Amar... me estoy adelantando." - pensó, sin poder evitar sonreír y sonrojarse.

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Frontera norte de Hyrule...

Después de días cansados, pero lleno de inmensas emociones, la pareja de recién casados se encontraba en la frontera del norte del reino, dispuestos a iniciar una nueva y emocionante aventura: su luna de miel. Disponían de un mes completo para viajar a donde se les antojara, pues ambos habían decidido que solo lo harían utilizando a Epona, por más que los consejeros, y hasta la misma Impa se opusieran. No deseaban llamar la atención con una carroza tan lujosa como la de ellos, simplemente querían ser una pareja disfrutando de su amor y de las bellezas que el mundo les estaba reservando. La pareja se hallaba observando el horizonte, respirando el aire puro de la libertad.

Link se acercó a su amada y la abrazó por la espalda, para después morder con picardía la punta de su oreja, provocando que Zelda se estremeciera. No existía nada que le encantara más que los tratos de su esposo.

- Ahora sí estaremos solos y disfrutar de nuestro matrimonio como se debe. - dijo Link.

- ¿Tan difícil es la vida de rey? - preguntó ella, riéndose.

- Algo, sobre todo si los consejeros no te quitan la mirada de encima, pero de ninguna manera me arrepiento de eso. Servir al reino me apasiona.

- Me alegra oír eso. - dice Zelda. - Aunque lo que es por mí, pienso disfrutar más que nunca este mes solo para nosotros.

- Te tendré solo para mí. - dijo Link, abrazándola mucho más.

La joven se dio la vuelta para encontrarse con la mirada de su esposo, para después besarlo en los labios. Amaba intensamente todo el amor que le demostraba.

- Siempre me tienes solo para ti. - respondió la joven. - De día, tarde y noche.

- Y tú a mí. - dijo él. - ¿A qué lugares de gustaría ir? Si por mí fuera recorrería el mundo entero.

- Hay muchos lugares. - dijo ella. - Podemos visitar regiones más lejanas, como la de Necluda, en donde se encuentra una simpática aldea llamada Hetalia y unas ruinas interesantes; o la región de Tabanta, donde dicen que hay una aldea de hombres y mujeres pájaros.

- ¿En serio?

- Así es, es una raza que no abunda por estos lares. - dijo Zelda. - Pero sea a donde sea que vayamos, yo solo quiero que los tres estemos juntos.

Link se emocionó al escuchar las palabras de su esposa, sin embargo, se extrañó al escuchar que ella habló de "tres" y no de "dos".

- ¿Los tres?

Zelda sonrió ante la ingenua pregunta de su rey, su corazón empezó a latir con prisa al saber lo que estaba a punto de anunciarle, pero ese era el momento perfecto.

- Bueno, te sugiero que disfrutes de este tiempo libre lo más que puedas. - dijo Zelda, riéndose. - Pues te aseguro que lo que se viene será una responsabilidad mayor a ser rey.

- ¿Ah? ¿A qué te refieres?

Zelda tomó la mano de su amado y se la colocó en el vientre, causando que este sintiera su corazón salírsele del pecho en cuanto se dio cuenta de lo que podía referirse, mientras sus ojos se humedecían. Ahora entendía por qué siempre estarían juntos los tres.

- Ya no soy la única que te necesita... nuestro bebé también.

Y ante tal revelación, Link abrazó con fuerza a su amada, llenándola de besos en los labios y rostro. Se sentía inmensamente feliz al saber que iba a convertirse en padre, que el inmenso amor por su reina había traído sus frutos. Aquella vida que se estaba formando era el inicio de una nueva etapa, en donde no había cabida para las penas y el dolor, solo inmensa dicha.

El enlace de amor de los elegidos había trascendido, originándose en los lazos del destino.

Esta historia continuará...

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