6 - Día 10
Soñé que estaba en el faro. Era un faro un poco diferente, con la torre de un intenso color blanco y forma circular, mientras que la planta baja era cuadrada. Era un faro, o una farola, como la llamaban, muy bonita, aunque la veíamos desde cierta distancia. Entre el edificio y nosotros estaba la arena del mar y el paseo marítimo.
Anochecía...
Estaba acompañada. No sabía quién era, pero su rostro me resultaba familiar. Era un chico muy joven, de no más de quince años, los mismos que yo tenía. Tenía un acento andaluz muy peculiar, propio de la gente de la zona. Largas pestañas negras, ojos castaños y manos suaves. Manos que sostenían las mías mientras nos mirábamos con intensidad. El corazón me latía con fuerza: quería darle un beso. Me moría de ganas de darle un beso, pero no era fácil. Era el primero. El primero de toda mi vida y quería que fuese perfecto. Quería que fuese como en las películas, como en las historias de amor. Como la princesita que me sentía, quería que mi primer beso con mi príncipe azul fuese perfecto. Quería...
Quería...
Me desperté con el corazón aún acelerado y el deseo en los labios. Parpadeé con lentitud, desterrando la arena y el mar al mundo de los sueños, y comprendí que estaba en el apartamento, tumbada en la cama. La luz de la mañana se colaba a través de las rendijas de la persiana.
Miré a mi lado en busca del chico del sueño. Me costaba creer que no le hubiese dado el maldito beso. A mí no me iba el romanticismo y mucho menos las tonterías de princesas ni cuentos de hadas. Si quería besar a un chico, lo hacía y punto. De hecho, así era como había conocido a Santi. Lo había visto, me había gustado y me había lanzado.
Santi...
Palpé la mesilla de noche en busca del teléfono móvil y quité el modo avión. Eran las ocho de la mañana y llevaba diez días en Barcelona. Una semana y media muy borrosa, sobre todo las últimas tres jornadas de las que tan solo recordaba haber ido al laboratorio y haberle echado de menos en algún momento.
Hasta esa mañana.
Abrí el WhatsApp y fui directa a su ventana. La busqué entre las decenas de conversaciones, la mayoría con distintos amigos y amigas, pero no la encontré. Supuse que en algún momento la habría borrado. Seleccioné su contacto de entre todo el listado y abrí un nuevo chat. A aquellas horas de la mañana estaría en el autobús de camino a la universidad, así que confié en que me respondería.
+ Alicia – Ey, Santi, que tal? Cómo estás?
Esperé unos minutos en la cama, con la mirada fija en la pantalla. Al ver que no respondía me levanté y me miré al espejo. Tenía mala cara. Saqué ropa limpia del armario y me fui a la ducha, donde me desvestí con rapidez y volví a consultar el teléfono antes de meterme bajo el chorro de agua.
Respondió mientras me secaba el pelo.
/ Santi – Hola Alicia! pues bien, a punto de llegar a la facultad. Hoy empiezo las prácticas en el hospital veterinario por la tarde... a ver qué tal.
+ Alicia – Seguro que bien!!
Santi empezó a escribir algo, pero lo borró. Hubo unos segundos de silencio en los que siguió conectado sin decir nada, y de nuevo empezó a escribir. No estaba acostumbrada a que tardase tanto en responder. Santi era de los que siempre tenía el móvil pegado a la mano, dispuesto a contestarlo todo con emoticonos, muchas risas y frases cortas. Aquel día estaba haciendo un auténtico esfuerzo para unir tantas palabras.
/ Santi – Oye me alegro de que me hayas vuelto a escribir. El otro día dijiste tan seria que no querías saber nada de mí que incluso me lo creí... me alegra que podamos ser amigos.
—¿¡Cómo!?
Confusa, el móvil se me resbaló entre las manos de pura sorpresa. Leí un par de veces el mensaje, tratando de comprender a qué se refería, pero el silencio del olvido no hizo más que repetir una y otra vez mis preguntas, sin dar respuesta alguna. Ni recordaba haber discutido ni mucho menos haberle dicho que no quería saber nada de él. De vez en cuando nos enfadábamos, sí, pero nunca habíamos llegado a tanto...
Traté de recuperar sin éxito la última conversación. Entré en el registro de llamadas y comprobé que dos días atrás habíamos mantenido una conversación de casi media hora. ¡Media hora! La llamada más larga que habíamos tenido hasta ahora...
Temí lo peor. No recordaba haber hablado con él, pero últimamente todo estaba siendo tan raro y tenía tantas lagunas de memoria que di por sentado que no estaba mintiendo. Cogí aire.
+ Alicia – Bueno, tampoco fue para tanto
/ Santi – Sí, sí lo fue. Me llamaste de todo... y sabes que cuesta que me ofenda, pero lo de mi madre sobraba. Fui un capullo, lo sé, pero...
Debía estar muy cabreada para mencionar a su madre. Me mantuve unos segundos en silencio y rápidamente abrí el chat con Ana. Por suerte el suyo no lo había borrado, y en él había una explicación de lo sucedido con Santi. Ella lo llamaba de todo, desde sinvergüenza hasta traidor, y yo... bueno, yo me quedaba bastante a gusto con él, su madre y la asquerosa con la que se había enrollado como venganza por haberme ido sin avisar.
Empezó a hervirme la sangre.
Tuve la tentación de volver a llamarle de todo. No éramos nada, al menos no oficialmente, pero entre nosotros había habido lo suficiente como para que me mantuviese un poco la cara. No para siempre, vale, pero al menos las primeras semanas. Un mes, como mínimo. Pero no. Santi se había aburrido rápido de mí y había decidido compartir su "dolor" con una estudiante de filología inglesa...
A la mierda con él. Lo bloqueé. Lo maldije a gritos y borré absolutamente todas las fotografías que tenía con él. Poco después, por suerte para mi salud mental, Rosa vino a recogerme. Subí al coche en completo silencio, con las sombras de las lágrimas aún en los ojos, y me hundí en un silencio sepulcral que la chófer no se atrevió a romper.
Decidí escribir a Daniela. No la conocía apenas, pero sabía que, si alguien podía animarme un martes, esa era ella. Y no me falló. Le planteé la posibilidad de hacer algo aquella noche, de salir por ahí, y ella aceptó al instante con un ¡por supuesto!
Más que suficiente.
—¿Y conoces de algo al chico del sueño?
—No lo había visto en la vida.
—Y, sin embargo, dices que te resultaba familiar...
Asentí con la cabeza mientras el doctor Delgado seguía apuntando en su cuaderno. Aquella mañana estaba especialmente preguntón. Parecía muy interesado en todo lo que se me pasase por la cabeza, desde los pensamientos más sencillos hasta los planteamientos más complejos, sin pasar por alto los sueños. Absolutamente todo importaba, decía.
—¿Qué recuerdas de él? ¿Me lo podrías describir físicamente?
—Bueno, está algo borroso, pero recuerdo que tenía los ojos oscuros. El pelo castaño... y acento andaluz. —Me encogí de hombros—. No sé demasiado sobre acentos, y mucho menos de allí, pero diría que era malagueño.
—¿De veras? —Julián soltó una carcajada—. Es posible que te haya influido. Cuando el otro día te expliqué mis años de universidad parecías bastante interesada. Puede que hayas mezclado eso con tu interés en el faro de tu pueblo. ¿Es el mismo? ¿Sueñas que estás en Santa Helena?
Negué con la cabeza. Aunque había ciertas similitudes evidentes entre ambos, la farola, como se llamaba el faro de mi sueño, era distinta.
Se lo describí con detalle, logrando arrancarle un asomo de sonrisa. Parecía contento con lo que le explicaba, aunque no entendía muy bien el motivo. A mi modo de ver aquel había sido un sueño cualquiera: una mezcla de conceptos sin sentido. Delgado, sin embargo, parecía ver algo más en ello. Algo que, por supuesto, no me explicó. Se limitó a tomar notas, a marearme un poco para no responder a ninguna de mis preguntas y a aumentar la dosis de medicación que me correspondía para aquel día. Después, encantado, me invitó a comer en uno de los restaurantes de la zona.
Aquella noche Daniela vino a Santa Helena del Mar para pasar la noche conmigo. Llegó pronto, a las ocho, así que la invité a subir al piso y pedimos unas pizzas. Aquella noche estaba triste, estaba enfadada con el mundo después de lo que me había hecho Santi, y no iba a seguir la dieta. A la mierda con ella. En definitiva, nos hinchamos a comer, buscamos un bar musical en el que tomarnos unas cervezas e iniciamos una larga ruta de bares y discotecas que acabaría con ambas en uno de los rincones más bizarros de Sitges, con una enorme pista de baile llena de borrachos y gente muy pasada de vueltas. Daniela insistía en que simplemente estaban bebidos y tristes, la peor mezcla posible, pero en el fondo ambas sabíamos que había mucho más. Pocos de los allí presentes habrían superado un test antidroga.
Pero en el fondo no me importaba. Estaba tan amargada que ni tan siquiera la música logró animarme. Daniela intentaba que bailase con ella, me contaba todo tipo de historias sugerentes e incluso improvisaba bromas con las que subirme la moral, pero tal era mi mal humor que finalmente me dio por perdida.
—Esto ya solo lo levanta el alcohol, Ali —dijo, y aunque le advertí que no debía porque ya me había bebido un par de cervezas, se encaminó a la pista para pedir dos cócteles.
Una hora después seguía tristona, pero tal era el nivel de alcohol en sangre que ya empezaba a darme igual. Me estaba portando mal, no estaba cumpliendo con las estrictas normas del proyecto, pero no me importaba. Aquella noche era mía, me pertenecía, así que iba a hacer lo que me diese la gana. Me lo merecía después de la puñalada trapera que me había pegado Santi. Tenía que vengarme.
Me pasé el resto de la noche bailando y charlando con un grupo de chicos al que Daniela se acercó en busca de diversión. Jugamos al futbolín, tonteamos un poco y llegada la hora de cierre del local nos fuimos juntos a un karaoke, donde cantamos y berreamos hasta quedarnos afónicos. Creo que uno de los chicos estaba interesado en mí, o al menos eso parecía con su insistencia en sentarse a mi lado y cogerme la mano. Por desgracia para él, aquella noche no tenía ganas de tener ningún contacto con ningún chico que no fuese el del sueño del faro, así que no le seguí el juego. Disfruté de su compañía hasta que nos separamos a las cuatro de la madrugada. Ellos se encaminaron hacia otro local, un after que abría hasta las doce de la mañana, y nosotras al paseo marítimo en busca de una parada de taxi.
Estábamos agotadas.
Esperamos durante casi diez minutos junto al murete que daba a la arena, escuchando el rugido de las olas. Daniela decía haber llamado a la centralita, pero no aparecía nadie.
—No creo que tarde demasiado... —dijo, desanimada. Habían transcurrido ya quince minutos y los pocos coches que habíamos visto habían pasado de largo—. Al menos no hace demasiado frío, algo es algo.
—Como además de borracha y gorda llegue constipada, el doctor Delgado me mata.
—¿El doctor Delgado? ¿Tú también trabajas con él?
Asentí con la cabeza. Me hubiese gustado poder explicarle un poco más, profundizar en lo que estaba pasándome y en lo rara que empezaba a ser mi vida, pero no quise aburrirla con mis lamentos. Bastante había hecho sacándome de paseo como para encima tener que soportar mis quejas. En lugar de ello, simplemente le dediqué una sonrisa y volví la vista hacia la orilla, donde había un pescador en la lejanía.
Una perversa idea que atentaba por completo contra la estúpida normativa de Delgado asaltó mi mente. Saboreé mi plan, paseando la mirada por la línea de mar y preguntándome a qué temperatura estaría el agua, y ensanché la sonrisa con malicia.
Me acerqué al muro y pasé al otro lado, levantándome un poco la falda para poder saltar. Una vez en la arena, me quité los zapatos y miré a Daniela, la cual no necesitó más para imitarme.
—¡No hay huevos! —me dijo al instante, leyendo mis intenciones en mi cara.
—¿¡Que no!? Soy de Alicante, Daniela: ¡a mí no me frena ni la muerte!
—¡Pues entonces para adelante, como los de Alicante! —gritó.
Y empezamos a correr. Recorrimos la lengua de arena a la carrera compitiendo la una contra la otra hasta alcanzar la orilla, donde nos frenamos. Dejé caer los zapatos y el bolso al suelo, después el vestido y por último la ropa interior. Inmediatamente después me lancé al mar con una estruendosa carcajada. Me hundí entre las olas, sintiendo la tremenda bajada de temperatura del agua, y chapoteé durante unos segundos hasta sentir los dientes castañear de puro frío.
—¡Estás loca! —escuché que gritaba Daniela no muy lejos de donde me encontraba. Metió la cabeza en el agua y salió con el pelo empapado, enmarcando su bonito rostro en forma de corazón—. Vamos a coger una pulmonía, lo sabes, ¿verdad?
—¡Me da igual! —dije, aunque no era del todo verdad. Por muy enfadada que estuviese con el mundo, no era estúpida—. Con toda la medicación que me estoy metiendo, debería ser prácticamente inmortal.
—Medicación, ¿eh? —Negó con la cabeza—. No me sorprende. No sé en qué te habrás metido, Alicia, ni quiero saberlo, pero ten cuidado. La gente de Himalaya es extraña. No Delgado, creo que él es buen tipo, pero el tal Martínez... prfff. Yo me lo pensé muy mucho cuando me ofrecieron este trabajo.
—¿Quién es Martínez?
—Uno de los jefazos. No es el dueño de la empresa, pero casi. Es el jefe de captación, o al menos así lo llama Miguel... no sé, un tipo muy raro. Yo hice la entrevista con él y me dio muy mala espina. Lo investigué, ¿sabes? Yo qué sé, me dio mal rollo... tenía mucha cara de loco. Total que estuve investigando en internet, a ver qué encontraba, y hay cosas muy turbias. ¿Conoces el programa de radio Luz de Luna?
Negué con la cabeza. Nunca había sido demasiado de radio, aunque me sonaba algo llamado Luz de Luna.
—Bueno, tú eres aún un poco jovencita. Su directora, Marta Robles, era una estudiante de periodismo que hacía unas entrevistas acojonantes. Se dedicaba a la investigación... pero no investigación normal y corriente. Lo suyo eran los temas turbios. —Se encogió de hombros—. Hubo una época en la que se hizo bastante famosa por sacar trapos muy sucios de algunos de los catedráticos de las universidades más famosas. Había mucha mierda ahí metida. De todo. Bueno, al menos eso me decía mi amiga. Yo no he pisado la universidad en la vida. —Soltó una carcajada—. La cuestión es que mi amiga, a la que tanto te pareces, le encantaba ese programa y me lo enseñó. Robles era una auténtica fiera sacando mierdas de todo el mundo... total, que hubo un escándalo acojonante con robo de cadáveres en el sur, en Sevilla creo que fue... y entre los implicados había un tal Martínez.
—Ya, ¿pero tú sabes cuántos Martínez hay en España?
Daniela me echó agua a la cara como respuesta.
—¡Ya lo sé, idiota! Hay cientos, o miles. La cuestión es que cuando conocí al tal Martínez me sonaba de algo su cara e investigando llegué hasta la web de Luz de Luna... ¡Y ahí estaba el muy cabrón! Con esos ojos de zumbado... —Negó con la cabeza—. A ver, ¡que yo no digo nada, eh! Que hay mucho loco suelto, pero Robles tampoco es una santa precisamente. Se la ha pillado en algunas mentiras. Cualquier cosa con tal de ganar audiencia, ya sabes. Pero no sé, ese tipo me da mal rollo. Si alguien me dijera si me lo imagino robando cadáveres, pues no diría que no.
—¿Y aceptaste el trabajo de alguien en quien no confías? —Dejé escapar una sonora carcajada—. ¡Tú estás mal!
Daniela se encogió de hombros. Parecía un poco disgustada por lo que le había dicho. Miró hacia la playa, pensativa, y salió a la arena, donde utilizó el jersey para secarse un poco. Inmediatamente después empezó a vestirse. La temperatura fuera del agua y mojada era tremendamente fría.
No tardé más que unos segundos en seguir sus pasos. Me segué con la chaqueta azul que había llevado por encima del vestido y me vestí a toda prisa, con toda la piel de gallina. La ropa logró calmar un poco el frío, pero la clave sin duda fue el abrigo. Había sido una gran idea elegir el largo.
—Perdona, me he pasado —me disculpé al ver su expresión—. No quería que te enfadases, pero es que suena un poco raro. Dices que crees que ese tío está metido en un escándalo de robo de fiambres y vas y aceptas trabajar para él...
—Ya, es una mierda. Suena a que estoy como una auténtica cabra, pero ya ves. —Se encogió de hombros—. Por dinero baila el perro.
—¿Vas mal de pasta?
No respondió. No hizo falta: era evidente. Tan solo había que mirar a su chaqueta de plástico y la mala calidad de su ropa para darse cuenta de que si tenía dinero, desde luego no lo invertía en su apariencia.
—Pues ya somos dos. —Reí—. ¿O te crees que dejo que me traten como a una cobaya humana por amor al arte? —Negué con la cabeza—. ¡Qué va! Tú lo has dicho, por dinero baila el perro.
—Ya... —Daniela se encogió de hombros—. Pues me parece que al final van a tener que abrir una puta perrera: ¡Miguel tampoco tiene un pavo! —Lanzó una carcajada—. En fin, venga, vámonos, voy a volver a llamar al taxi. Necesito dormir unas horas antes de ir mañana al laboratorio. No quiero que cante mucho que he salido entre semana.
Dadas las horas, la invité a que se quedase en casa. Volver a Barcelona le iba a costar bastante, tanto en tiempo como en dinero, así que le propuse que durmiese en el sillón del salón, a lo que ella respondió que sí. Al siguiente amanecer ambas tendríamos que ir al mismo lugar, así que, ¿qué más daba hacerlo juntas que por separado?
Eso sí, disimular la salida nocturna iba a ser complicado. Por suerte, Julián jamás se enteraría de que cuando desperté aún estaba borracha... o al menos eso era lo que quería pensar. En el fondo, aquel hombre lo sabía absolutamente todo.
Todo.
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