Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

3 - Día 3

Desperté agotada. Había dormido muy profundamente, mucho más de lo que recordaba haber hecho jamás. Tanto que me dolían los músculos, los huesos y sobre todo el costado sobre el cual había caído al resbalar por el cuero del sillón y acabar estampada en el suelo. Parecía mentira, pero había estado tan profundamente dormida que ni tan siquiera me había despertado con el golpe.

Al menos no me había caído encima de la mesa de cristal, algo era algo.

Dolorida y un tanto desorientada, atravesé el salón hasta el baño, donde me di una ducha rápida de agua templada. Decían que el agua fría era mejor para despejarse, pero además de malhumorada, dolorida y cansada, no quería ir congelada. Así pues, me duché lo más rápido que pude, y sin llegar a secarme el pelo me vestí y salí a la calle, donde Rosa ya me esperaba con su Ateca blanco aparcado frente al portal.

Me dedicó una mirada reprobatoria nada más subir al coche.

—¿Pelo mojado en invierno, Alicia? —dijo, mirándome a través del retrovisor—. ¿En serio? Tú quieres que el doctor Delgado se cabree, ¿eh?

—Bueno, no querría, pero... —Me encogí de hombros—. Es lo que hay.

—No, no es lo que hay, señorita. —La mujer sacó las llaves del contacto y se giró para mirarme a los ojos—. Tienes quince minutos.

Parpadeé de pura incredulidad.

—No hablas en serio.

—Por supuesto que sí. No pienso hacerme responsable de que cojas una pulmonía. ¡Vamos! ¡El tiempo es oro!

Me arrastré fuera del coche con la sensación de estar siendo víctima de una broma de mal gusto. Lo que menos me apetecía en aquel entonces era tener que volver a subir al piso y pasarme quince minutos con el secapelos, mirándome al espejo mientras el tiempo pasaba pacientemente a mi alrededor. Por desgracia, aquella mujer hablaba en serio: no me iba a llevar a ningún sitio si no cumplía con la estricta normativa que me habían impuesto (en la cual se especificaba que no podía ir con el pelo mojado, entre otras tonterías), así que decidí subir. Después de todo, no tenía el más mínimo interés en volver al laboratorio a seguir haciéndome pruebas cual conejillo de indias.

Volví al apartamento, atravesé el pasillo hasta el baño y, a pesar de estar sola, cerré la puerta. Manías. Después saqué el secador del cajón donde lo había dejado y lo encendí. Hacía tanto ruido que estaba casi convencida de que iba a despertar a todo el maldito vecindario, pero bueno. Las órdenes son órdenes.

Veinte minutos después volví a subir al coche, cerré de un portazo y nos pusimos en marcha.

Aquella mañana volvimos a encontrar mucho tráfico, así que aproveché el rato para actualizar mis redes sociales con una fotografía del atasco de la entrada a la ciudad y para responder y enviar mensajes de texto. Los dos días que llevaba en Barcelona habían sido muy intensos, con muchas idas y venidas, y apenas había tenido tiempo para contactar con mis amistades habituales. Dadas las circunstancias, decidí aprovechar.

/ Alicia – Eh, Ana, qué pasa? Donde te metes?

Ana era mi mejor amiga desde niñas. Hacía un par de años que nos habíamos distanciado al elegir carreras distintas, ella periodismo y yo veterinaria, pero seguíamos viéndonos todos los fines de semana. A Santi, en cambio, lo conocía desde hacía tan solo un par de meses, pero no habíamos necesitado más para conectar. Nos gustábamos, nos lo pasábamos bien juntos, y... y poco más. Simplemente eso. Por ello ni tan siquiera me molesté en escribirle. Cuando no me viese el fin de semana en la discoteca se daría cuenta de que me había ido.

+ Ana – En clase, qué remedio... qué haces tan pronto despierta? Vas otra vez al médico?

/ Alicia – A ver qué me hacen hoy. Ayer me pasé el día haciéndome pruebas. Hasta me sacaron sangre!

+ Ana – Sangre? Para?? Pero no decías que era por el rollo ese del sueño??

/ Alicia – Sí, pero por lo visto tienen que ver que esté sana. Ya me han avisado que el tratamiento es un poco agresivo...

+ Ana – Se te va, en serio, se te va. Te dije que no te metieras... y lo vuelvo a decir!! Como decías que se llamaban los laboratorios? Himalaya? Voy a enterarme quiénes son... como haya algo turbio te juro que te saco a rastras de allí.

/ Alicia – Aquí te espero! Besitos!

Intercambié también mensajes con varios otros amigos a través de uno de los grupos de WhatsApp que compartíamos. Con ellos me limitaba a decir estupideces y reírme de GIF y Memes absurdos, por lo que fue más sencillo. Pasé un rato distraída, medio adormilada con el traqueteo del coche, hasta que al fin alcanzamos el mismo edificio del día anterior. Paramos en la entrada del parking, Rosa se identificó y volvimos a descender la rampa. Después, tras asegurarme que me estaría esperando a la salida, me dejó frente a los ascensores, donde mostré por segunda vez el DNI al seguridad que custodiaba la entrada. Planta ocho, subida, recepción, puerta acristalada y pasillo.

¡Ding! Consulta 8.

—Buenos días, Alicia —saludó el doctor Delgado desde detrás de la mesa, con la mirada fija en un documento que tenía entre manos. Me dedicó una sonrisa fugaz y se puso en pie para acabar de comprobar el texto junto a la ventana. Apoyó la hoja en el cristal para firmarlo—. ¿Cómo estás? ¿Qué tal las primeras horas?

—Agotada.

Me dejé caer pesadamente sobre la silla y dejé la mochila en el suelo. Estaba tan cansada que me daba pereza incluso quitarme la chaqueta. Además, me dolía el costado. No había llegado a mirar en el espejo si tenía alguna herida, pues la ducha había sido muy rápida, pero por cómo me palpitaba el muslo empezaba a sospechar que al menos debía tener algún arañazo.

—Me lo puedo imaginar —respondió el doctor. Metió el documento en uno de los archivadores y centró la atención en mí—. Es posible que sientas cansancio durante estas semanas. Piensa que tu cuerpo se está intentando defender de los fármacos que estás tomando. Los considera una amenaza, por lo que gasta muchísima más energía de lo habitual.

—¿Y por qué los considera una amenaza? ¿No se supone que deberían ayudarme?

—Y lo harán. Con el paso de las semanas lo harán, te lo aseguro, y te sentirás muchísimo mejor. Los inicios siempre son complicados. —Julián sonrió—. Si quieres verla, te puedo proporcionar la composición de los medicamentos. Hasta donde sé estás estudiando veterinaria, así que probablemente conozcas algunos de los compuestos.

Asentí con la cabeza. Quería que me diese esa documentación, aunque ambos sabíamos que no me la iba a leer. Puede que le echase un vistazo por encima, pero poco más. Después de haber firmado el contrato, poco importaba lo que me estuviesen dando: sí o sí tendría que tomármelo, así que mejor no saber demasiado.

—Tengo que asistir a una reunión con el director, pero más tarde nos veremos. ¿Comemos juntos? Esta vez prometo no dejarte tirada, palabra. Conozco un lugar cerca que te gustará. Además, necesitas coger fuerzas para esta tarde. Vamos a hacer la primera sesión de Hypnos... ¿sabes quién era Hypnos, Alicia? —El médico se puso en pie—. Mientras esperas a que Joan entre para seguir con las pruebas, puedes buscarlo en el teléfono. Tenemos wifi. Por cierto, imagino que ya lo sabes, lo habrás leído en el contrato, pero absolutamente todo lo que hablemos y acontezca durante el tratamiento es confidencial. Nada de comentarlo con nadie y mucho menos publicarlo en redes, ¿de acuerdo?

—Claro, claro...

Julián rodeó la mesa y apoyó la mano sobre mi hombro a modo de despedida.

—Buena chica —dijo, y me guiñó el ojo—. Nos vemos más tarde.

Pasé el resto de la mañana junto al enfermero, sometiéndome a más pruebas. La mayoría de ellas formaban parte del programa experimental del proyecto, por lo que a pesar de la explicación no fui capaz de entender para qué servían. Simplemente, me dejé hacer hasta que, alcanzada media mañana, volví a subir a la terraza a tomar el aire.

Y allí volví a encontrar a Miguel.

—Ey, Miguel —saludé mientras me acercaba. Aquella mañana no parecía tan nervioso, pero tenía un aspecto un tanto desaliñado. Llevaba la camisa arrugada y la corbata suelta, como si hubiese tirado de ella más de lo necesario—, ¿cómo estás? ¿Has logrado acordarte?

El médico, o científico, o lo que fuese, me miró de reojo, pero no respondió. Sacudió la cabeza, como si mi mera presencia le molestase, y me dio la espalda para mirar la ciudad.

Por su reacción supuse que no lo había conseguido.

—Pues vaya mierda, ¿no? —dije, y aunque era evidente que no quería mi compañía, me situé a su lado, de espaldas al edificio. Me miró de reojo, incómodo ante mi presencia, fastidiado incluso, pero no dijo nada—. ¿Sabes? Ayer lo estuve pensando y quizás sí que haya una forma de recordar algo. No es demasiado conocida, pero a mí me funciona.

—¿Ah, sí? —Logré captar su interés—. ¿Cuál?

Lo miré de reojo, divertida, y saqué el teléfono para conectarme al navegador. Tecleé un nombre, Margarita de Fresa, y al instante apareció el listado de webs donde aparecía el término. Podría haberlo buscado en alguna de ellas, pero preferí centrarme en las imágenes. Accedí a la sección y le mostré la fotografía en la que salía especialmente delicioso: frío y de un intenso color rojizo.

—Diez fresas, 5 hielos, tequila añejo, Cointreau, azúcar en caña, sal y medio limón... bébete cinco seguidos y verás cómo tu mente se pone en marcha. Seguramente acabes olvidándolo todo durante unas horas, pero cuando te recuperes volverán los recuerdos como una cascada. —Le guiñé el ojo—. Pruébalo y me dices.

Miguel arqueó una ceja con una expresión extraña en la cara. No supe identificar si era desprecio o indiferencia, pero al menos logré que sonriera. Algo era algo.

—Con eso lo único que voy a conseguir es dolor de cabeza.

—Y divertirte un poco, que de vez en cuando no va mal.



Aquella tarde empezamos la terapia Hypnos. Durante los minutos previos a su inicio, el doctor Delgado me estuvo explicando en profundidad lo que iba a hacer cuando me quedase dormida. Personalmente, no sabía de qué me hablaba en la mayoría de las ocasiones, pues su terminología era tremendamente técnica, pero dado el cansancio tampoco pregunté demasiado. Escuché en silencio su charla mientras me desnudaba al otro lado de la puerta, en un pequeño lavabo que tenía en el laboratorio número tres, me puse la bata blanca y salí con la sensación de habérmela puesto al revés. Seguidamente, siguiendo las indicaciones del médico, atravesé el frío suelo blanco con los pies descalzos hasta la camilla central, donde un par de enfermeros con los rostros cubiertos por mascarillas me esperaban. Subí y rápidamente iniciaron los preparativos. Me limpiaron el rostro y el pecho con alcohol, masajearon los puntos donde iban a situar los electrodos y, embadurnándolos con un gel transmisor, me los colocaron uno a uno, ocho en total. Me anclaron unas extrañas pinzas metálicas en cada uno de los dedos cuyos cables estaban conectados a un monitor.

—Extiende el brazo derecho, te voy a poner una vía —me pidió la enfermera, cogiéndome el antebrazo con firmeza—. Relájate, ¿de acuerdo?

Desvié la mirada hacia Delgado, que en aquel entonces se estaba poniendo la mascarilla, y apreté los dientes cuando la enfermera introdujo la aguja. No dolió mucho, al menos no lo suficiente como para quejarme, pero sí para fruncir el ceño. Esperé con el cuerpo en completa tensión a que acabase y dejé escapar un largo suspiro.

Preferí no mirar la vía.

—Te vamos a inmovilizar para evitar que te puedas hacer daño mientras estés dormida —explicó el doctor, acercándose a mí para apoyar la mano sobre mi hombro, tranquilizador—. Es solo para evitar que te puedas golpear la vía, nada más.

—Estoy empezando a ponerme un poco nerviosa —respondí, incapaz de disimular mi malestar. Tenía los labios congelados en una sonrisa tensa—. ¿Es necesario? ¿De veras?

Julián asintió y se agachó junto a la camilla para coger de la parte baja varios cinturones de retención. Me los mostró, restándole importancia, y se los tendió a los enfermeros para que empezasen a inmovilizarme. Cuello, pecho, brazos, muñecas, rodillas y tobillos.

Empecé a sudar de puro nerviosismo.

—¡Pero Alicia! —exclamó Delgado al verme palidecer—. ¡Tranquila, mujer! Que esto no es nada, ya verás. Tú no te vas a enterar. —Se llevó la mano al pecho y se lo palmeó—. Confía en mí. Irá bien, te lo aseguro.

Lo último que vi antes de quedarme profundamente dormida fue a la enfermera inyectando varios líquidos en el tubo de la vía. El doctor dijo algo más, yo respondí... y nada más.



Desperté en el viaje de regreso, tumbada en el asiento trasero del coche de Rosa. Me incorporé con lentitud, desorientada, sintiendo un gran peso en los hombros y las piernas, y miré a mi alrededor con confusión.

La chofer me miró a través del retrovisor.

—Bienvenida al mundo de los vivos, dormilona —dijo en tono maternal—. Menuda siesta, ¿eh? Empezaba a creer que iba a tener que cargar contigo hasta la cama.

Parpadeé con lentitud, asimilando sus palabras, y me llevé la mano al rostro, para frotarme los ojos. Más allá de los cristales, la noche teñía de sombras el cielo.

—¿Qué hora es?

—Casi las ocho.

—¿¡Casi las ocho!?

A pesar de la enorme confusión que me enturbiaba las ideas, hice cálculos.

—He pasado más de cuatro horas dormida entonces —comprendí—. Dios, ¡cuatro malditas horas!

—Eso parece. —Rosa se encogió de hombros—. No te preocupes, lo importante es que estés bien. Mira, relájate. Aún vamos a tardar quince minutos como poco. Cuando lleguemos te aviso, ¿de acuerdo? Tú no te preocupes de nada.

Asentí con la cabeza, agradecida, e hice ademán de sacar el teléfono. Metí la mano incluso en el bolsillo, pero tal era mi debilidad que ni tan siquiera lo rocé. Me acomodé entre los asientos, sintiendo el cansancio tirar de mis párpados hacia abajo, y volví a cerrar los ojos.

Y no volví a despertar en días.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro