22 - Día 63
Aquella noche no conseguí conciliar el sueño. Me pasé el resto de las horas pensando en las palabras de Sara, en su comportamiento y, en general, en todo lo que me había sucedido desde mi llegada a Barcelona. Estaba inquieta... estaba asustada, pero a la vez tenía una extraña sensación de bienestar que apenas me permitía profundizar en los pensamientos. Era como si flotase, como si estuviese borracha, aunque ya no sabía de qué. De alcohol no, seguro. De medicinas, mentiras y tristeza, suponía.
Aquella mañana no hablé con Rosa cuando vino a buscarme. A ella le apetecía, se le notaba, pero yo estaba tan derrotada que no me veía con fuerzas.
—¿No has dormido bien, preciosa?
—No he dormido.
—¿Y eso? ¿Te encontrabas mal?
¿Podría acaso haberme encontrado bien?
Respondí con un encogimiento de hombros y centré la mirada en la ventanilla, para ver el paisaje. Con la llegada del buen tiempo los árboles habían vuelto a llenarse de hojas y las flores empezaban a cubrir de bonitos tapices de colores las terrazas de los vecinos de Santa Helena. Se podría decir que el pueblo estaba renaciendo, y yo con él.
Llegamos al laboratorio pronto, cuando apenas empezaba a formarse el atasco habitual en la entrada a la Diagonal. Rosa avanzó a través de las calles hasta el aparcamiento y me dejó frente al ascensor, como de costumbre. Me identifiqué, apreté el botón 8 y ascendí hasta la recepción, donde la misma recepcionista de siempre atendía el teléfono.
Me guiñó el ojo antes de presionar el botón de apertura de la puerta de cristal. Estaba de buen humor, por lo visto. Que suerte. Yo, en cambio, entré en el pasadizo lateral y lo atravesé arrastrando los pies, con el peso del mundo cargado a las espaldas.
El doctor Delgado ya me esperaba en la consulta para cuando llegué. Hablaba por teléfono y parecía bastante alterado, como si discutiese con alguien, pero por lo demás estaba como siempre. Bata, tejanos y zapatos.
Me dejé caer en la silla frente a la suya.
No tardé demasiado en descubrir que estaba discutiendo con su mujer. No era la primera vez que presenciaba una conversación de aquel calibre, pero aquel día parecía especialmente acalorada. Al parecer, Julián no había dado suficientes explicaciones sobre dónde había estado la noche anterior y eso había sacado de quicio a su santa esposa.
—¡Pero en serio, cariño, era una cena de trabajo! Estaba con el Señor Domínguez, te lo ase... —Pausa—. No, en serio, se me olvidó decírtelo. Fue todo muy de golpe, y... —Pausa—. ¡Venga, va, no exageres: Domínguez es mi jefe, qué menos que ponerme un traje! —Pausa—. Dios, ¡es solo un maldito traje!
Me miró y puso los ojos en blanco. Aquella mujer lograba sacarle de quicio.
—No huele a nada, no te montes películas... —Pausa—. Pues será de mi paciente, ¡yo qué sé! La llevé en el coche... —Pausa—. ¡Por el amor de Dios, es poco más que una adolescente! ¡No llega ni a los veinte años! —Pausa—. Sí, sí... hoy volve... ¡escúchame! Hoy volveré pronto, ¿de acuerdo? En cuanto llegue a casa lo hablamos. —Pausa—. No es que no quiera hablar contigo, es que tengo trabajo, cariño. Hablamos luego, va. Te quier... genial, ni me ha dejado acabar.
Julián separó el móvil de la oreja y miró la pantalla con expresión ceñuda. Paseó el dedo índice por su superficie, seleccionó un par de opciones y finalmente lo bloqueó, dando por finalizada la conversación. Se lo guardó en el bolsillo y se dejó caer en la silla.
Juntó las manos sobre la mesa.
—Dios, dame paciencia —suspiró—. ¿Por qué sois todas tan complicadas?
—¿No será tú que le das motivos para cabrearse?
Frunció el ceño.
—Era una cena de empresa, lo sabes: estuviste allí.
—Ya, bueno, yo no soy tu mujer.
—¿Qué pasa? ¿Tú también vienes de mal humor?
Mal humor, era una forma curiosa de describir mi estado de aquella mañana. Estaba enfadada, sí, y preocupada, y asustada, pero por encima de todo estaba tranquila... estaba relajada. Estaba como en una nube.
Era extraño.
—No lo sé.
—¿Cómo que no lo sabes? ¿A qué te refieres?
Traté de ordenar mis ideas para responder, pero no era fácil.
—Por un lado estoy preocupada, estoy cabreada, estoy... estoy... —Me encogí de hombros—. Tengo ganas de llorar. Pero por el otro... pues bueno, no sé, estoy bien. Ayer me lo pasé bien.
—¿Ayer, eh?
Los ojos de Delgado brillaron con una chispa de travesura. Le gustaba mi respuesta. De hecho, a lo largo de la cena había notado en varias ocasiones su interés en que Luís Domínguez y yo conectáramos. ¿El motivo? Lo desconocía, pero no me molestaba. Al contrario, aquel hombre había logrado despertar extraños sentimientos encontrados en mí.
—¿Qué te pareció el señor Domínguez? —preguntó Delgado, acomodándose sobre el respaldo de la butaca—. ¿Te cayó bien?
—Es un hombre muy agradable.
—Lo es, sí... ¿y qué más?
¿Qué más?
—¿Qué más de qué? —respondí, dubitativa.
—Bueno, os vi muy animados charlando. Yo cuando tenía tu edad no solía relacionarme demasiado con gente mayor. Al menos no fuera de mi entorno familiar o educativo.
—Ah, bueno, yo tampoco. —Me encogí de hombros—. La verdad es que fue un poco extraño. Mi padre murió hace un tiempo, ¿sabes? Creo que te lo conté. Con él tenía mucho feeling... nos entendíamos bastante bien. De hecho, era con el adulto con el que mejor me entendía, con el que más confianza he tenido. Desde su muerte no he tratado demasiado con gente más mayor.
—Y ayer te sentiste bien con Luís.
—La verdad es que sí... extrañamente bien. —Una sonrisa afloró en mis labios—. Sé que es una mierda lo que voy a decir, que me deja por los suelos como persona, pero en cierto modo sentía que era como hablar con mi padre.
La palabra clave. Al escucharla en mis labios la expresión de Julián varió ligeramente, pero únicamente porque la mía cambió por completo. Ahora que al fin lo había articulado entendía el motivo de mi inquietud. Efectivamente, en Luís Domínguez había encontrado un padre, y era lógico que así fuese. Si tanto me parecía a su hija, ¿cómo no me iba a recordar él a mi padre?
Bueno, lógico, lógico no era, pero sí cierto. A él le recordaba a Vanessa, y él a mí a mi padre, así que sí, había estado muy cómoda. Tan, tan cómoda que incluso me costaba creer lo que había dicho su hija.
—¿Te sientes culpable?
—Debería, pero no. Bueno, quizás un poco, pero no lo suficiente. —Negué con la cabeza—. Estoy muy confusa.
—Ya me imagino. ¿Sabes? Quizás debería contarte algo sobre el señor Domínguez. Algo que tarde o temprano te vas a enterar, y...
—¿Qué se le han muerto ya tres hijas? —interrumpí—. ¿Y que yo soy muy parecida a una de ellas?
Julián no se sorprendió de que lo supiera. Al contrario, por su expresión diría que era lo que estaba esperando. Se puso en pie, cogió la fotografía que tenía colgada en la pared en la que aparecía recibiendo el cheque y la dejó sobre la mesa, de cara hacia mí. En ella, de fondo, aparecía un Luís Domínguez algo más joven acompañado por una niña.
—Ha perdido a dos hijas, que no es poco. ¿Ves a esta niña de la imagen? Ella era Irene, su hija mayor. Yo no llegué a conocerla, pero dicen que era una chica maravillosa con una mente privilegiada. Luís la adoraba. Por desgracia, murió, sí. Fue asesinada cruelmente. Desapareció durante unos meses hasta que se encontró su cadáver en una casa abandonada. —Volvió la imagen hacia él para mirarla con cierta tristeza—. Fue horrible. Un golpe tremendo para una familia que no lo merecía. Y unos años después la siguió Vanessa. Y sí, te pareces mucho a Vanessa, y de ahí su especial interés en conocerte. Sé que todo esto puede ser un poco siniestro, pero la presencia de David y de Daniela en Barcelona no son casuales. Además de tu terapia, en el Himalaya estamos trabajando en otros casos, y uno de ellos está directamente relacionado con Vanessa. Luís ha tardado mucho en aceptar su muerte, pero parece que ya la está superando, y en gran parte es por la ayuda de gente como Daniela, Miguel o el propio David. Ellos logran traerla de regreso a través de sus recuerdos.
Me dolió que mencionara el nombre de mi querido Capitán Málaga. Su vínculo con los laboratorios era evidente, su tío servía de nexo de unión, pero el que estuviese participando en uno de los proyectos era diferente. Me sorprendía que no me lo hubiese dicho. Me molestaba incluso. Después de todo lo que habíamos vivido juntos, había esperado otro nivel de confianza.
—¿David también está metido en esto?
—No del modo que crees —aseguró. Por su expresión supuse que había leído mi inquietud en mi mirada—. Su tío trabaja con nosotros desde hace muchos años. De hecho, es uno de los mejores amigos de Luís, de ahí a que la relación sea tan estrecha. Sus familias están muy unidas. El que ahora él esté por aquí es realmente casual: surgió la posibilidad y vino. No obstante, es innegable que su presencia ha sido de ayuda. Vanessa y él estaban muy unidos de pequeños... —Hizo un alto—. Pero no solo Daniela, Miguel y David han ayudado a Luís en su recuperación. Hay más gente implicada, amigos de Vanessa, conocidos, profesores... un grupo bastante amplio de personas que han colaborado estrechamente. Pero al igual que pasa con David, tú eres una pieza que, sin formar parte directamente del estudio, nos ha servido de gran ayuda.
—¿Con la cena?
Julián asintió con gravedad.
—Para ti solo fue una cena, para él muchísimo más. El poder conversar contigo, incluso sabiendo que no eres su hija, le fue de gran ayuda. Sus relaciones personales se vieron seriamente afectadas después de lo ocurrido.
Me sentí bien al escuchar que le había ayudado. En ningún momento me había planteado que tanta desgracia le hubiese podido afectar hasta tal punto, pero tenía sentido. Perder a una hija era terrible, y más en esas circunstancias. Un asesinato sin resolver era una losa de la que difícilmente podría liberarse. Pero si además le sumábamos la muerte de una segunda hija por suicidio, resultaba casi insoportable el plantearse seguir adelante.
No cabía duda de que había tenido que hacer un auténtico esfuerzo para salir adelante.
—Me alegra haber servido de ayuda.
—Yo también me alegro, la verdad. Confiaba plenamente en ti. Y sobre lo que decías de la tercera hija... eso te lo dijo Sara, ¿verdad?
No lo negué. Julián estaba abriéndose conmigo, estaba siendo totalmente sincero, así que había motivo por el cual no serlo yo también. Quizás, en el fondo, era lo que necesitaba.
—Imaginé que pasaría algo así —admitió—. La noté extraña durante toda la cena. No sé si te diste cuenta, pero apenas abrió la boca.
—Lo noté, sí, pero no le di mayor importancia. Supuse que sería tímida o que simplemente no le apetecía participar. —Me encogí de hombros—. No tenía demasiado buen aspecto.
—No está demasiado bien, no. No conozco el diagnóstico en detalle, pero hasta donde sé tiene problemas de salud graves—Julián se cruzó de brazos—. Los Domínguez no están pasando por una buena racha precisamente.
No respondí. En el fondo, no me sorprendía. El aspecto de la niña era pésimo.
—¿Pero y por qué dijo eso de que había muerto una tercera hija? —insistí, intrigada—. ¿Es mentira acaso?
—Antes de Sara, Luís tuvo a una niña en acogida llamada Carmen. Era una niña encantadora, preciosa, pero venía de un hogar desestructurado que la había dejado muy marcada. Sus padres tenían problemas graves de drogas. De hecho, dos años después de que les quitasen la custodia, la madre falleció en una sobredosis. A partir de ahí, su padre se metió en un programa de desintoxicación y tras casi tres años de tratamiento, logró salir. Encontró trabajo, reestructuró su vida y finalmente recuperó la custodia de la niña. —Julián se encogió de hombros—. Por lo que tengo entendido fue bastante traumática su separación, Carmen y Luís estaban encantados el uno con el otro. Supongo que Sara ha mezclado conceptos... o quizás solo buscase asustarte. —Hizo un alto—. No te voy a mentir, Alicia: no le gustas.
Me hizo reír. La noche anterior había llegado a aquella conclusión después de varias de las miradas que me había echado, pero escucharlo de labios de otro resultaba cómico. Por suerte, no me importaba lo más mínimo. Sara no era nadie para mí, ni jamás lo sería.
—Luís vino a verte en varias ocasiones durante las terapias. Sentía curiosidad por el proyecto y más aún al verte. Total que varias veces vino a verte, pero siempre cuando estabas dormida. Sé que suena un poco inquietante, pero no lo es. Simplemente, se acercaba, te miraba y se iba, nada más. Joan siempre estaba delante, por si te quedas más tranquila.
Era inquietante, sí. Bastante más inquietante de lo que me hubiese gustado, pero agradecía que me lo hubiese contado. Ahora que al fin le había puesto cara al dueño de los laboratorios Himalaya, tenía la sensación de que íbamos a empezar a vernos de vez en cuando y quería saber qué tipo de persona era.
—La cuestión es que las visitas debieron llegar a oídos de Sara, y Sara es como es... joven, vulnerable y está enferma. —Chasqueó la lengua—. Te vas a reír, pero te ha estado espiando... aunque por tu cara imagino que ya lo sabías.
—Me lo dijo ayer —respondí con incomodidad—. Bueno, me dijo que me vino a ver a veces... Dios, ¿y dónde se supone que me ha estado vigilando? ¿Aquí, en los laboratorios?
Julián asintió con la cabeza, divertido ante mi cara de circunstancias. La verdad era que no me había dado cuenta de nada.
—Sí... de hecho, no sé si te fijaste, pero imitaba mucho de tus gestos.
Tuve una extraña sensación. La noche anterior me había dado cuenta de lo de los gestos, pero había preferido no pensar demasiado en ello. Después de la confesión de Julián, sin embargo, sentía cierto miedo. Obviamente, no me preocupaba que Sara pudiese llegar a hacerme nada, en el fondo era una niña, pero me inquietaba que pudiese llegar a obsesionarse conmigo. No quería más problemas de los que ya tenía, y mucho menos con Luís Domínguez. Aquel hombre me había caído demasiado bien como para complicarle aún más la existencia.
—Veo por tu cara que no te hace ninguna gracia.
—La más mínima.
—Lógico, a mí tampoco me haría demasiada gracia, la verdad, pero te pido que tengas paciencia. Sara no está pasando por su mejor momento. Además, pronto dejaréis de veros: tu terapia no va a durar eternamente, por lo que dejaréis de veros.
—Lo sé, pero no quiero problemas hasta entonces. ¿Cuánto queda para que acabemos? ¿Un mes? ¿Dos?
Julián asintió. Calculaba que como mucho me quedaba un mes, pero aunque treinta días no fuese demasiado tiempo, dependiendo de las circunstancias podrían hacerse eternos.
Mi cara fue más que suficiente para que entendiese mi malestar.
—De acuerdo, lo entiendo, en serio, y sé que un mes así puede ser muy duro: intentaré arreglarlo, tienes mi palabra. Hablaré con el señor Domínguez y le explicaré lo que está pasando. Conociéndole...
—¿Él no lo sabe?
Julián negó con la cabeza.
—No. Llámame estúpido, pero es mi forma de protegerlo. Ese hombre despierta ternura en mí, lo ha pasado tan mal que no soy capaz de darle más problemas, y mucho menos con Sara. Ya ha sufrido demasiado por sus hijas.
Dejé escapar un largo suspiro, incapaz de negar la evidencia. Me hubiese gustado poder fingir que me daba igual, que aquel no era mi problema, pero al igual que le sucedía a Julián yo tampoco quería darle más quebraderos de cabeza a aquel hombre. Bastante mal lo había pasado ya.
Tuve dudas. Por un lado, deseaba acabar cuanto antes con aquel nuevo problema: no quería tener que cargar con Sara y su paranoia, y mucho menos tener que preocuparme de que no fuera a más, pero por encima de todo quería que Luís estuviese bien. ¿El motivo? No lo sabía, sinceramente. Era absurdo, muy absurdo, pero necesitaba que estuviese bien. Era como si, de alguna manera, algo hubiese despertado en mí y la necesidad de protegerlo me hubiese cegado. Como si consiguiendo su bienestar pudiese calmar un poco mi conciencia...
Pero no era mi padre. Era tentador pensarlo; de hecho a veces incluso se me olvidaba que era absurdo aquel pensamiento, pero no podía evitarlo.
—Yo tampoco quiero que sufra —admití, y aunque en mi mente no había nada claro, tomé una decisión—. No le digas nada, ¿vale? Pero encuentra la forma de que esa niña me deje en paz: no quiero líos con ella.
—Puedo intentarlo, pero no puedo prometerte nada. Mientras ande suelta por el laboratorio, irá donde le apetezca. No soy nadie para impedírselo.
—Pues inténtalo al menos. Y si va a más... —Me encogí de hombros—. Si va a más hablaré con ella y le aclararé las cosas, qué remedio. Lo importante es que el señor Domínguez esté bien.
Julián asintió con la cabeza, visiblemente satisfecho. Parecía conforme con mi decisión. Supongo que al igual que me pasaba a mí no quería más problemas de los necesarios.
¿O quizás habría algo más?
Por un instante algo despertó en mí. La idea absurda de que, en realidad, estaba satisfecho por otra cosa, por mi actitud, por mi comportamiento: por mi cambio, pero rápidamente aquella idea se apagó como una vela. Le miré fijamente a los ojos, tratando de encontrar en ellos la verdad, pero lo único que obtuve fue la imagen de mi propio reflejo.
Mi nuevo yo me sonrió desde sus pupilas.
—Eres genial, Alicia —dijo con amabilidad—. No sabes cuánto me alegro de que fueses tú la elegida para este proyecto. Sin ti todo habría sido muy diferente.
—Bueno, hago lo que puedo.
—Lo sé, lo sé, y es por ello por lo que te voy a proponer una cosa. Algo que quizás no debería decirte, pero que, visto lo visto, creo que te has ganado a pulso. —Julián se incorporó sobre la mesa y acercó su rostro el mío, para poder hablar de forma más confidencial. Bajó el tono de voz—. ¿Qué me dirías si te dijese que puedo acortar la terapia?
—¿A qué te refieres?
—Dame tu consentimiento y cuando despiertes la próxima vez estarás totalmente recuperada. Me llevará unos días; unos días en los que vas a estar profundamente dormida y en los que voy a tratar directamente a tu otro yo. Te trataría con una terapia más agresiva que la que estamos utilizando ahora, algo menos convencional y experimental hasta ahora, pero nos permitiría ganar tiempo.
—¿Cuánto tiempo?
Julián comprobó la fecha en su reloj digital.
—Al menos dos semanas.
¡Dos semanas! No pude evitar empezar a fantasear. Dos semanas iban a pasar muy rápido. Tanto que ya me imaginaba volviendo a Alicante, a ver a mi madre, y viajando hasta el sur en busca de David. Con suerte, para cuando lograse llegar a Málaga ya estaría algo más recompuesto y podríamos retomar nuestra relación donde la habíamos dejado.
Dos semanas... ¡Dios, quince días no era nada!
—¿Y esa terapia es segura? —pregunté, aunque en el fondo poco me importaba la respuesta. El tiempo se había convertido en un elemento clave en mi vida.
—Me gustaría poder decirte que sí, que no puede dejarte secuelas, pero al no haberla probado hasta ahora con nadie, no te lo puedo asegurar. Estoy casi convencido de ello, al 99%, pero ya sabes: siempre puede haber una probabilidad mínima de error.
Un índice demasiado de error demasiado bajo como para incluso preocuparme.
—Ya, ¿y qué se supone que va a pasar durante estas dos semanas si acepto? ¿Estaré inconsciente?
—Estarás en un estado alterado de conciencia. Te lo podría describir como un sueño, pero no es exactamente eso. No será natural, ¿sabes? Ni tampoco como el estado en el que te he estado sometiendo hasta ahora. Nuestras terapias eran mucho más breves, por lo que utilizaba una técnica menos agresiva. Ahora será un poco diferente. —Se encogió de hombros—. Es un tanto arriesgado, pero creo que estás preparada para ello. De hecho, tu comportamiento de hoy me lo ha demostrado: has cambiado, Alicia. Has demostrado estar a la altura de lo que se necesita de ti durante esta terapia, de ahí a que haya decidido proponértelo.
—Creo que no te estoy entendiendo —respondí—. ¿Qué tiene que ver lo que hemos estado hablando para que esté físicamente preparada a lo que sea que quieres someterme?
Julián se echó hacia atrás para apoyar la espalda en el respaldo.
—La clave no está en tu físico, Alicia: está en tu mente —explicó con sencillez—. Y después de lo que hemos hablado has demostrado una madurez suficiente como para soportar el tratamiento. Tu mente se ha vuelto muy fuerte: tu personalidad está firmemente arraigada a tu persona, por lo que no hay motivo por el que temer que pueda llegar a perderse.
Quise preguntar qué significaba el que pudiese llegar a perderse mi personalidad, pero su discurso me condicionó. Julián estaba demostrando confiar plenamente en mí con su decisión, por lo que decidí darle mi apoyo. Si él me consideraba preparada para poder soportar la terapia, confiaría en él. Al fin y al cabo, ¿qué posibilidades había de que saliera mal? ¿Un 1%? Después de todo lo que había pasado en los últimos meses, valía la pena intentarlo.
—¿Me das un poco de tiempo para que me lo piense?
—Por supuesto. De hecho, tengo un dosier informativo donde podrás leer exactamente a qué te vas a someter. Creo que es importante que lo conozcas en detalle antes de que nos pongamos mano a la obra. Además, como comprenderás tendrás que firmar unos consentimientos. Como te decía, es casi imposible de que salga mal, pero no quiero acabar en la cárcel en caso de que ocurra.
—¿Pero qué se supone que me pasará si falla? ¿Me voy a morir?
—¿Morir? —Julián soltó una sonora carcajada—. ¡Anda ya! ¡No digas tonterías! Tendríamos que seguir con la terapia normal... pero con un lapso de tiempo para que tu cuerpo se recuperase. Te voy a inyectar bastantes fármacos cuyo periodo de eliminación es algo superior a lo habitual.
—¿Y entonces por qué dices lo de la cárcel?
Julián volvió a reír, restándole importancia. Abrió uno de los cajones de la mesa y sacó de su interior un dosier de plástico en cuyo interior había un amplio fajo de hojas con el logotipo de los laboratorios Himalaya en cada página.
Los plantó sobre la mesa, entre ambos, y los señaló con el mentón para que lo cogiese.
—Era una broma, mujer. Míratelos si quieres: tómate unas horas para leértelos, y si te parece bien, podemos empezar hoy mismo. Eso sí, te recomiendo que avises a tu familia: vas a estar un par de semanas incomunicada.
—Ya veo... —dije pensativa mientras cogía el dosier—. ¿Y qué pasa a nivel económico? Si el plazo se reduce, ¿se verá afectado nuestro acuerdo económico?
—Hay que ver que pesetillas eres... —respondió con diversión, y una vez más me señaló la documentación con el mentón—. Míratelo, anda, y me dices algo lo antes posible. Y sobre el dinero, tranquila: el acuerdo sigue en pie. Si acabamos antes, mejor para todos.
Bajé a la cafetería para leerme el dosier. O al menos para intentarlo. La documentación era tan técnica que no tardé demasiado en perder el interés. Después de sobrevivir a la terapia Hypnos y al programa Pasítea, enfrentarme al tratamiento Oniros ya no me asustaba. Al contrario, tal y como había dicho Julián, estaba totalmente preparada para ello. Lo único que me tiraba un poco para atrás era el tener que permanecer dos semanas incomunicada. Sé que es absurdo, que lo que debería haberme preocupado era el que me durmiesen durante tantos días, pero en aquel entonces tan solo podía pensar en mi madre y en David.
Claro que ambos iban a preocuparse enormemente si pasaba dos semanas ilocalizable...
Decidí que no les diría nada. Dado que últimamente solo hablábamos por WhatsApp, le pediría a Julián que me suplantase durante unos días. No era la mejor opción, desde luego, pero no tenía ganas de darle demasiadas explicaciones a mi madre. Quería acabar cuanto antes, quería volver a Alicante y viajar a Málaga en busca de David, y cuanto antes pudiese hacerlo, mejor.
Así pues, acepté. Sin apenas leerme la documentación firmé las hojas de autorización y aquel mismo día empezamos el tratamiento Oniros. Eso sí, antes de que me ingresaran y me desprendiese del móvil decidí llamar a mi madre y mandar un último WhatsApp a David. Quería despedirme de ellos, y lo hice de todo corazón diciéndoles que les quería y que pronto nos veríamos.
Por desgracia, aunque en aquel entonces no lo supiese, estaba mintiendo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro