Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

15 - día 43

—¡Eh, Miguel! ¡Al fin te encuentro!

Hacía un día especialmente bueno. La temperatura era baja, aunque cada vez menos, y el sol brillaba con fuerza en el cielo. Empezaba la cuenta atrás para la primavera.

Acudí al encuentro de Miguel en la azotea, donde acostumbraba a estar siempre a aquellas horas, y me situé a su lado, de cara a la ciudad. Aquella mañana mi buen amigo tenía cara de adormilado, como si no hubiese dormido demasiado por la noche. Me miró de reojo, sobresaltado ante mi repentina aparición, y sonrió a modo de saludo.

—¿Me buscabas?

—Llevo todo el día buscándote, sí. ¿Qué hora es? —Comprobé la hora en el teléfono y volví a mirarle—. Las doce. Bueno, es pronto aún, pero vaya, que llevo desde las nueve.

—¿Y eso?

No pude evitar que una sonrisa se dibujase en mi rostro de pura emoción. Tenía que contarle algo importante: algo que estaba tan convencida de que podría ayudarle en su problemilla que ya fantaseaba incluso con su agradecimiento. Miguel era un chico muy distante, frío incluso, pero cuando escuchase lo que tenía que decirle cambiaría su actitud. Estaba segura de que me daría un buen abrazo, o al menos un beso en la mejilla. No sé, algo que demostrase su agradecimiento...

Estaba tan, tan convencida que antes incluso de decirlo ya lo estaba celebrando, detalle que no le pasó desapercibido a Miguel. Mi amigo se volvió hacia mí, con la ceja levantada y los brazos cruzados, y negó con la cabeza.

—¿Pero se puede saber qué te pasa hoy?

—Que estoy contenta —aseguré, y no mentía. Había despertado de muy buen humor, y no era para menos. A mi lado estaba David, abrazado a mí, con carita de ángel y expresión tranquila tras haber dormido plácidamente toda la noche—. Muy contenta.

—Sí, sí, se nota. ¿Y para qué me buscabas?

No necesité más para comprender que él no estaba de demasiado buen humor. Podía imaginar el motivo. Si no lo habían despedido ya, que era evidente que no, no tardarían en hacerlo. Por suerte, su suerte iba a cambiar.

—Ayer soñé contigo.

—¿Conmigo?

Asentí con la cabeza.

—Sí. Sé que no tiene ningún sentido, pero tengo la sensación de que esto va a ser importante para ti... que te ayudará a recordar. —Le dediqué una sonrisa esperanzadora—. En mi sueño estábamos en un aula universitaria. Era un sitio peculiar, con las paredes totalmente de madera y en forma de teatro, con graderías y tal, ¿sabes? Rollo inglés. La cuestión es que estábamos en una clase teórica con un profesor de unos sesenta años. Era calvo y bajito... lo que no recuerdo cómo se llamaba. Nos estaba dando una clase en la que contaba bastantes anécdotas de su etapa como anestesista...

La expresión de sorpresa inicial de Miguel empezó a disiparse para dejar paso a inquietud. Entrecerró los ojos, con las cejas muy bajas y la mirada fija en mí, y se mantuvo en silencio, totalmente concentrado en mis palabras. Sus ojos revelaban reconocimiento. Sabía de lo que le hablaba.

—El doctor Sáenz De Balaguer —dijo en apenas un susurro—. Lo recuerdo, sí... ¿Pero tú...? ¿Tú estabas en esa clase? Fue hace cinco años si mal no recuerdo.

Me encogí de hombros. Con esa edad yo aún estaba en el instituto en Alicante, pero por alguna extraña razón el sueño era tremendamente vívido. Era, para ser más exactos, prácticamente un recuerdo.

—No lo sé —admití, y aunque probablemente debería haberme preocupado, no lo hizo. Por primera vez en mucho tiempo, no me sentía inquieta. Tal era mi alegría por creer estar ayudando a Miguel, que todo lo demás carecía de sentido—. La cuestión es que estabas en primera fila, atendiendo a clase. Te vi desde lo alto de la gradería.

—Me viste —murmuró con cierta incredulidad.

—Te vi, sí —asentí para darle más énfasis—. No sé qué significa el que recuerde esa escena, pero...

—¿Recordar? Eso no es recordar, Alicia: no puedes recordar algo que no has vivido. —Negó con la cabeza con vehemencia, incómodo—. Intentas vacilarme, ¿verdad? Esto es cosa de Marc, me lo veo venir. Te ha pedido que me jodas, ¿verdad? Ese mamonazo está ansioso por ocupar mi sitio... ¡Joder! Daniela decía que estabas cambiando y es cierto: estás irreconocible.

—¿Qué yo estoy cambiando?

Miguel se puso cada vez más nervioso. Estaba muy enfadado conmigo, furioso, y yo no entendía el motivo. De hecho, ni tan siquiera entendía lo que estaba diciendo. Ni comprendía cómo era posible que le hubiese molestado lo que acababa de decirle, ni tampoco por qué decía que estaba cambiando. Ni él ni Daniela. No tenía ningún sentido. Era como si, por alguna extraña razón, mi sueño hubiese logrado despertar sus temores más profundos. Lo había vuelto totalmente paranoico... y como si fuera poco, además me intentaba mezclar con el tal Marc, fuese quien fuese, en una especie de conspiración en su contra...

Definitivamente, se había vuelto loco.

Desconcertada ante lo que acababa de suceder, sin saber si debía ir tras él o era mejor dejarle un poco de espacio, saqué el teléfono y abrí la última conversación de WhatsApp con Daniela. Ella lo conocía mejor, por lo que confiaba en que pudiese orientarme un poco.

+ Alicia – Eh, Dani, andas por el Himalaya?

Unos segundos de silencio. Esperé hasta un minuto con la ventanita abierta, confiando en que me respondería, pero al ver que ni tan siquiera se conectaba cambié de destinatario. El Capitán Málaga no tardó ni diez segundos en responder.

+ Alicia – Hello David, estás ahí?

/ David – Aquí ando. Qué tal estás?? Has dormido bien??

+ Alicia – Bueno, dormir, dormir... no mucho, ya sabes. Como siempre. Y tú???

/ David – Pateas que da gusto, pero vale la pena. Eso sí, mi tío se ha cabreado un poco. Me ha echado en cara que no lo avisara... está chalao, Ali. Como si no tuviese nada mejor que hacer que avisar...

+ Alicia – jajajajajajaja mejor no le cuentes demasiado... todo será que quiera saber demasiado...

La respuesta de Daniela interrumpió nuestra conversación. Abrí su ventanita y me concentré en ella.

/ Daniela – Que va, hoy ando en casa. Día libre!!

+ Alicia – Que suerte.... Yo ando aquí. Oye, sabes si le ha pasado algo a Miguel?? Anda rarísimo. Antes hemos hablado y me ha montado un pollo de cuidado...

/ Daniela – Miguel?? Pues no sé... está estresado, sí, pero como siempre, vaya....

+ Alicia – Pues no sé... me ha hablado bastante mal y se ha cabreado. Está muy paranoico... tú sabes quién es el tal Marc?

/ Daniela – Marc?? Su becario, creo. O ayudante, no sé. Está un poco paranoico con él, sí. Dice que le quiere quitar el puesto... yo que sé, movidas suyas, ya sabes. Está desquiciado últimamente.

+ Alicia – No sé... pero no mola. Me ha dejado echa una mierda. Podemos vernos esta noche? Me gustaría hablar contigo.

/ Daniela – Hablar? De qué? Pasa algo??

Barajé la posibilidad de preguntarle por mensaje sobre lo que había dicho Miguel, eso de que había cambiado, pero decidí esperar a preguntárselo a la cara. Su reacción me serviría para saber si estaba siendo sincera conmigo o si, como sospechaba, me criticaba a las espaldas.

+ Alicia – Nada importante, pero quiero comentarte una cosa... puedes o no??

/ Daniela – Esta noche he quedado con un amigo para ir al Razz... vente si quieres... pero en serio, qué pasa?? Estás enfadada conmigo??

¿Lo estaba? Normalmente, no me habría molestado el comentario de Miguel. En el fondo, había sido un simple arrebato de pura rabia y yo necesitaba bastante más para enfadarme. No solía desconfiar de las personas. No obstante, aquel día su comentario me molestó más de lo habitual. ¿El motivo? Lo desconozco, pero me sentí herida. Me sentí traicionada... sentí que me estaba criticando a la espalda, y no entendía el motivo. Después de todo, yo no había hecho nada malo... pero claro, si había sido capaz de tratar tan mal a Vanessa, ¿qué no haría conmigo que apenas me conocía?

La paranoia me estaba envenenando.



Aquella noche fui a la sala Razzmatazz con un mal presentimiento. Estaba tan enfadada con lo que me había hecho Miguel que estaba casi convencida de que también acabaría enfrentada con Daniela. Que en cuanto nos viésemos me trataría mal, me gritaría y maltrataría, y sentía algo de miedo. No quería perderla a ella también...

Por suerte, estaba equivocada. Aquella noche Daniela no solo me recibió con un fuerte abrazo, sino que se mostró más cariñosa que nunca. No quería que discutiésemos, ni muchísimo menos que estuviésemos enfadadas, por lo que, esforzándose para ello, no dejó de sonreírme y de acompañarme en todo momento. Así que juntas bailamos, reímos y bebimos. Bebimos mucho, más de lo que solía beber en Alicante, pero un día era un día. Además, por increíble que parezca, me olvidé por completo de la terapia. De vez en cuando Daniela me la recordaba, recomendándome que me controlase, pero estaba desatada. Quería divertirme, quería disfrutar de la compañía de una amiga a la que más que nunca consideraba sincera, y me desinhibí por completo.

Alcanzadas las cuatro de la madrugada, tal era nuestro agotamiento tras varias horas de pura euforia, que salimos a la calle a tomar un poco el aire. Estábamos agotadas, con los músculos de las piernas en completa tensión después de tantos saltos, pero nos sentíamos bien. Estaba siendo una noche perfecta, de esas que no olvidaría en tiempo.

Pero incluso así, no olvidaba el auténtico motivo de mi quedada con Daniela.

—Me lo estoy pasando genial —le aseguré mientras descansábamos, sentadas la una junto a la otra en un banco de piedra—. Lo necesitaba.

—Yo también, la verdad. Últimamente, le estoy dando mucho al coco, ¿sabes? A este paso voy a acabar volviéndome loca.

—¿Por el curro?

Negó con la cabeza. Aquella noche se había pintado la sombra de los ojos de un intenso color verde a juego con el diminuto top bajo el cual había embutido su voluminoso pecho y los labios de negro. Estaba guapa, muy llamativa, pero un tanto artificial para mi gusto. Yo, por el contrario, estaba mucho más natural de lo que solía salir. Apenas sin maquillaje y con un vestido corto blanco.

Blanco, sí, blanco. No solía vestirme de aquel color, y muchísimo menos para salir de noche, pero lo había visto en el fondo del armario y me había sentido extrañamente atraída por él.

—Nah, ojalá. El curro me da que pensar, sí, pero es por lo que hablamos hace poco sobre Vanessa. Siempre la tengo muy presente, y más desde que vine a Barcelona y empecé a hablar sobre ella en el trabajo.

—¿Hace cuánto que os separasteis?

—Pues casi cinco años creo. No recuerdo bien las fechas, pero hará unos cinco años más o menos. —Una nube de vaho blanca se dibujó en sus labios al suspirar—. La cuestión es que esta noche he soñado con ella incluso. Y hoy... bueno, hoy estando contigo la noto más presente que nunca. Es como si, en cierto modo, la viese en ti. Y no solo lo digo porque me recuerdes a ella físicamente, ¿sabes? Será que se me está yendo un poco la olla, pero hoy siento como si estuviese con ella... como si la vida nos estuviese dando una segunda oportunidad. —Me miró de reojo, con una sonrisa nerviosa—. Sé que suena inquietante, pero lo siento como una especie de milagro.

Era extraño, sí. Parpadeé con cierta incredulidad, sin saber exactamente cómo sentirme, si halagada o un poco horrorizada, y me encogí de hombros.

—No sé cómo tomármelo —confesé—. Me alegro de que te traiga buenos recuerdos, pero... hombre, no sé.

—¡Pero no pienses mal, eh! —Cogió mi mano entre las suyas y entrelazó los dedos—. ¡Me encanta cómo eres! Tú, Alicia, me encantas como eres, y me gustas tanto que por eso me recuerdas tanto a Vanessa! Porque ella era muy especial... ella era... —Se encogió de hombros—. Ella era la leche, como lo eres tú. Lástima que no se diese cuenta de ello. ¿Sabes? Vivía un poco a la sombra de su hermana mayor. Estaba obsesionada con ella. Irene...

—¿Irene?

El nombre resonó con fuerza en mi mente, despertando inquietantes ecos. Aquel nombre empezaba a tener demasiada importancia en mi vida como para pasarlo por alto.

—Sí, Irene —prosiguió Daniela, sin darse cuenta de la expresión extraña que ahora decoraba mi rostro—. Vanessa hablaba maravillas de ella: decía que en cuanto pudiese se iría con ella. Que la echaba mucho de menos... yo a veces me ponía un poco celosa, la verdad. Sabía que no podía competir con una hermana, pero joder, era yo la que estaba allí en sus momentos malos, pero... —Negó con la cabeza—. Perdona, otra vez con lo mismo. Últimamente, te doy un poco la vara con ella.

No respondí. No quería ofenderla, pero sí. No es que me sintiese del todo incómoda cuando me hablaba de Vanessa, pero no me gustaba del todo. Era como si, al igual que le había pasado a ella con Irene, me sintiese un poco celosa. No demasiado, no era una persona especialmente posesiva con las amistades, pero sí lo suficiente como para sentir una chispa de inquietud.

—Bueno, mientras no te olvides que ella es ella, y yo soy yo... —dije, tratando de animarla. Apreté con fuerza nuestras manos entrelazadas y me acerqué para plantarle un cariñoso beso en la mejilla—. Tenlo en cuenta.

—Por supuesto, lo tengo muy claro, te lo aseguro.

Parecía totalmente convencida, pero yo no lo estaba. Hasta entonces no me lo había planteado, pero empezaba a sospechar que nos estaba confundiendo. Que su interés en mí venía precisamente de la intensa relación que la había unido a ella... ¿Sería por ello por lo que creía que estaba cambiando? ¿Por qué en realidad no era como creía?

Las dudas empezaban a ahogarme.

—Miguel me ha dicho algo esta mañana —confesé al fin, incapaz de reprimirme ni un minuto más—. Algo que no me ha sentado demasiado bien, la verdad.

—Miguel está histérico, no le hagas ni caso. Sea lo que sea que te ha dicho, estoy convencida de que no lo cree.

—Sí, sí, lo he notado. Está histérico. La cuestión es que lo que me dijo no venía de su boca, sino de la suya. —La miré de reojo, con incomodidad—. Según él, tú vas diciendo que estoy cambiando.

Profundamente avergonzada, Daniela se sonrojó. Apartó la mirada, evidenciando así que Miguel no mentía, y apretó los labios. Se le humedecieron los ojos de vergüenza, pero también de rabia. Por su expresión estoy convencida de que, de haber tenido a Miguel delante, le habría dado un buen puñetazo.

—Miguel es un gilipollas —murmuró entre dientes—. Siento que te haya dicho eso. No lo dije para ofenderte, ni muchísimo menos.

—Pero lo crees.

Lo creía, sí. Desvió la mirada hacia mí con lentitud, con los ojos al borde de las lágrimas, y asintió con lentitud.

—No te conozco demasiado, pero sí que es cierto que estás diferente. Cuanto más te veo, más distinta me pareces... más... cómo decirlo...

—Más me parezco a tu Vanessa.

—Al recuerdo que tengo de ella, sí. —Asintió con tristeza—. Lo lamento, en serio, sé que no es lo que quieres escuchar, pero es cierto. Es como si, de alguna forma, me la estuvieses trayendo del pasado. Y sé que para ti debe ser una mierda, pero a mí me consuela el poder verla al menos a través de ti... aunque a veces me inquieta, te lo aseguro. A veces... —Hizo un alto—. No sé. A veces me pregunto si no me estaré volviendo loca. Puede que, en el fondo, simplemente esté viendo en ti lo que quiero ver... que todo esto es producto del curro en el laboratorio Himalaya... pero no lo sé. Ya no es algo físico solo, ¿sabes? Hay ciertos gestos en ti, ciertas miradas... ciertas expresiones. —Lanzó un largo y profundo suspiro cargado de desesperación—. No entiendo nada, Ali... no entiendo qué está pasando, y me asusta.

Me hubiese gustado poder decir que sí, que tenía toda la razón: que se estaba volviendo loca y que todo formaba parte de su imaginación. Por desgracia, no podía. Me estaba pasando algo, era evidente, estaba cambiando, y ya fuese por Vanessa o por quien fuera, era evidente que una nueva identidad estaba surgiendo en mi interior. Una identidad peligrosamente parecida a la tal Vanessa... ¿casualidad? Llegado a aquel punto, ya no sabía qué pensar. De hecho, no quería pensar nada. Era lo mejor. No quería vivir asustada.

Lástima que ya fuese demasiado tarde para intentar evitarlo.

Extendí la mano hasta ella y tomé su mano entre las mías con cariño, para estrecharla.

—No lo pienses —decidí—. Soy Alicia y tú eres Daniela y estamos en Barcelona, de noche, bebidas y con ganas de bailar, ya está. Lo demás da igual. Si algo tiene que venir, que venga. Sin miedo, ¿vale?

Sin miedo repitió ella, y aunque estrechó mi mano tratando de transmitirme seguridad, no lo logró. Estaba demasiado asustada como para conseguirlo.




Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro