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OO4


—¿A dónde vas? 

—Iré a ver un lugar. 

—¿Me llevas? 

—No, mejor quédate con TaeHyung aquí. 

—Creo que estas molesta conmigo aún, ¿Me odias? 

—No. 

—Me estas mintiendo. 

—¡JungKook! 

Detuvo sus pasos a la salida del pequeño apartamento cuando el híbrido no detenía sus insistencias, pasaron exactamente tres días desde que ellos conviven pero las cosas se seguían tornando algo incómodas. Sumándole el hecho que son unos malcriados, no limpian, solo ensucian. El pelinegro mostró su labio inferior por delante, sus ojos se volvieron grandes y brillosos mientras pequeños sollozos la volvían a convertir en una malvada dueña. 

Aeri suspiró, golpeando su frente. Terminó de colocarse sus zapatos antes de abrir y verlo. 

—Puedes venir, pero cámbiate rápido. Te espero en el auto. 

—¡Sí! —chilló, corriendo al cuarto para cambiarse. 

La humana bajó por el ascensor en silencio. Tenía la extraña percepción de que haberlos 'adoptado' fue su peor error, pues se acostumbró tanto a la soledad que al tener a nuevas personas en su vida era un cambio radical, extremo, en palabras concisas. TaeHyung mantenía un porte arrogante, rehusado a comportarse como un pobre joven de clase baja, forma en que denominaba a Aeri. Aunque las leyes no prohíben que los híbridos trabajen normalmente como un humano –si es por supervisión y permiso de un humano– al rubio no le agrada la idea de esforzarse. 

Según tiene entendido, su tía les daba todos los gustos. Tal vez por no tener hijos, o tenerles gran afecto, lo que fuera, crío niños malcriados. Ahora, adultos incapaces de ser autosuficientes. 

Por otra parte, JungKook sólo hacía lo que su hyung le ordenaba. Era un herbívoro, así que ante un carnívoro no podía defenderse, caía ante sus pedidos. De cierta manera, el Kim caía también en sus ojos grandes y sus orejas peluditas. Eran un equipo pequeño, pero suficiente para ser poderoso. 

Y a Aeri le estaba costando adaptarse. 

Llegando al estacionamiento del edificio, caminó a su auto, la única herencia que obtuvo tras la muerte de su madre, y se subió a este, arrancando el motor. Más, no se movió de allí hasta que sonrió la puerta de atrás abrirse. Entonces, dos cuerpos entraron con un fuerte aroma. 

La chica suspiró, golpeando su cabeza contra el volante. 

—Hola, Aeri. —con burla habló el mayor— ¿Pensabas dejarme? ¿A mi? 

—Sólo iré a ver unos lugares, tenerlos a ustedes es algo…

—¡Molesto! —completó—. Somos una molestia para ti, ¿No? Odias tener que pasar tiempo con nosotros. —Aeri biró sus ojos sin darle mayor importancia y arrancó el vehículo, saliendo del lugar. Las quejas del leopardo no se detuvieron en ningún momento—... mamá siempre dijo que eras buena, pero yo creo lo contrario. —dijo. 

Oh, bueno. Podría ser cierto. Pese a amar mucho a su tía, estar cerca de ella te traía malos recuerdos que deseaba olvidar más que nada en el mundo. Por lo mismo, jamás fue a visitarla una vez que se fue, dejó todo el día que su madre murió. Incluso ahora se siente incómoda con el pensamiento de volver a la casa de ella, ver los cuadros o sentir el aroma típico. Seguramente las margaritas plantadas cuando tenía diez años ya se habían marchitado. 

No tenía caso, era una mala sobrina. 

—Puedes irte, nadie te retiene. —el auto se detiene en medio de la carretera— Vete. —lo observa por el espejo retrovisor. 

—¿I-Irme? —balbucea.

—Los híbridos de la calle, y de tu edad, mayormente son utilizados sexualmente. ¿Es tu deseo? Entonces está bien, nadie te obliga a quedarte conmigo.

¡Eso ya lo sabía! En su antigua vida, vio cosas feas, entre ellas, abusos por todas partes. Pensar en volver a aquellos tiempos revuelve su estómago, provocando que desvíe la vista al menor, él niega, tomando su mano. 

—Hyung, no creo que sea correcto hablarle de esa forma a Aeri, ella nos está cuidando. 

—Podrías hacerlo mejor, como mamá.

—No soy tu madre, ni tu hermana, y mucho menos tu amiga. Estás bajo cuidado mío por una simple obligación, así que tienes dos opciones: Acostúmbrate, o vete. No me interesa que suceda contigo. 

Bajando la mirada, TaeHyung quedó en silencio sin atreverse a opinar más al respecto. Sus orejas bajaron al compás de su cola enrollándose en su cintura. Durante el resto del camino no emitió sílaba, y eso a Aeri la tranquilizo. 


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