Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 6


Para cuando la lluvia de balas empieza a azotar, el cuerpo de mi madre, de Ana, me arrastra hasta uno de los sillones, empujandome hasta aplastar me y asfixiarme. Del mismo modo, Ariadna logra cubrirse y mirar con el ceño fruncido a quien esté disparando, aunque no lo logra.

—¡¿Dónde tienes un arma?!

Le grita a través del interminable desastre. Por su parte, Ana niega y sus ojos destilan temor, aunque eso no amedrenta a su cuerpo, que me sujeta de forma protectora.

Otro meollo en mi rencor, pese a que nos encontramos en una situación desfavorecida.

El enojo no me deja pensar, pero poco a poco siento el miedo en las paredes de mi cuerpo, volviendo al recuerdo del que solo veo a mi hermano con los ojos grises de una bella mujer que me sujetaba de la mano, mientras la niña de coletas a la par sujeta las orejas de un conejo rosa.

Las infinitas sesiones con la psicóloga vuelven a mi mente.

¿Quién es él, Lea?

Me muestra la foto de un joven rubio con bucles y ojos grises. Los bordes de la fotografía parecen quemados, y dejan ver qué no está completa.

Alguien la rompió.

En mi corazón empieza a haber una batalla. No le diré su nombre.

Morirá conmigo.

Niego con la cabeza.

—No lo sé, señorita Uranein.

Ella se molesta, como otras tantas veces.

Jadeo de dolor. Siento como las fracturas de mi mente se arremolinan como avalancha. Sólo hay atisbos de un gran pesar y otras tantas cosas que olvidé por mi propio bien.

Ana me mira con esos ojos que durante años adoré, que idolatre en pro de una nueva vida, pensando que alguien la había enviado para salvarme.

Que equivocada estaba.

—Resiste, mi niña, te sacaré de aquí.

Es lo único que logra articular mientras asiente en dirección hacia su amiga y ambas aprietan los dientes. Lo que se les pasa por la cabeza no deja ver la duda, solo la determinación. Ambas se paran al unísono y corren hacia la cocina, aunque la lluvia no es complaciente y termina por darle en el hombro a Ariadna, quién cae mientras se sujeta la herida.

Grito por inercia.

—¡Ariadna!

Intento pararme, pero Ana me detiene.

—¡Quédate ahí!

Hago caso, presa del terror e intento contraer mucho más mi cuerpo.

Durante un segundo todo se tiene y otra voz se interpone entre el bullicio.

—¡Dámela, maldita mentirosa!

Es una voz masculina. Suena irritada y al borde del airado perenne.

—¡Sobre mi cadáver!—contraataca mi madre, Ana.

¡Que así sea!—su voz es una vaorágine de sentimientos que termina en una demanda.

La lluvia vuelve a azotar con más ahínco, y logro aplanar mi cuerpo, sintiendo la cercanía con la muerte.

Miro a mis lados, observando la escaleras a unos metros de mí. Me reprendo por la idea tan estúpida de mi cabeza, pero aún así lo hago. En la garganta de Ana queda ahogado un grito de sorpresa por mi acto. No me detengo y me arrastro lo más que puedo, esperando.

—¡Para!

Logra articular mi madre con fervor, y tampoco importa si es para mí o para la voz masculina, pero las balas se detiene durante un segundo, y es todo lo que necesito para mirarla y ver cómo artículos con los labios un «corre»

No pienso mucho y me levanto para correr como nunca lo he hecho en mi vida. Escucho los alaridos detrás de mí y todo vuelve a su transcurso. Las pesadas pisadas que ahora se aproximan hasta entrar, las balas que impactan contra las paredes y mi mamá y Ariadna quiénes disparan y me ayudan en el camino.

Corro despavorida, sin detenerme a mirar atrás. Me resbalo unas cuantas veces y me recompongo. Mi puerta está a unos cuantos pasos y saboreo la victoria, pero siento un jalón en mi pierna que me manda de bruces hacia el suelo, golpeando mi barbilla y aturdiéndome. Las motas negras empiezan a obstaculizar mi visión, haciéndome más débil.

—¿Creíste que te dejaría ir?

Me pregunta con una respiración sedienta de algo que no reconozco. Sus ojos miran con descaro cada parte de mi cuerpo que ahora está aplastado por el suyo. Sujeta mis muñecas y las coloca sobre mi cabeza, haciendo que me estremezca.

—No volverás a escapar.

Se inclina para susurrar, como si fuera un secreto.

Logro alzar la mirada y rebatirme entre su cuerpo, sin éxito. No entiendo sus palabras y no creo que encuentre oportunidad para hacerlo.

—¡Déjame en paz!

No puedo contra su peso. Hay una enorme diferencia de masa que me hace perderme. Siento como la ferocidad y las agallas que gritan por salir al final sucumben ante el miedo y la preocupación por lo que pasará.

Las lágrimas se arremolinan en mis ojos. No permito que caigan, no hasta intentar con la última de mis fuerzas que se quite de encima.

Le asesto una patada que solo hace que suelte una de mis muñecas, pero me sostiene con tanta efervescencia que me aturde. Me suelta un codazo en las costillas, sacándome el aire. Gimoteo y hago de todo, pero solo lo hace más divertido a sus ojos. Hay un felino brillo que espabila hasta la última gota de piedad.

Afianza su agarre y me azota contra el suelo. Mi cuerpo arde ante los golpes, incapaz de hacer nada más. Todavía no me rindo. Logro deshacerme un poco del agarre y le araño un ojo. Se queda pétreo y aprovecho el descuido para golpearlo.

Solo necesito un segundo para levantarme a rastras y tropiezos para seguir corriendo.

Lo escucho gruñir, pero ya he alcanzo mi puerta y pongo mi espalda contra ella, poniendo el pestillo. Reacciono lo más rápido que puedo y empiezo a poner todo tipo de cosas contra ésta, desde muebles hasta almohadas.

—¡Abre!

El empujón contra la madera rebota, la hace parecer insignificante hasta el punto de pensar que en cualquier momento se caerá. Que yacerá en mis pies como segundos antes yo lo estaba.

Trago saliva y voy rápidamente hacia mi buró, empujándolo lentamente. El sudor se desliza por mi frente, mis manos están rojas y palpitan, junto a mis pies. Las emociones que me asaltan, y no puedo reconocer una sobre otra. Es un cúmulo increíble de todo.

Oigo el disparo en la puerta y el pomo se debilita.

Miro hacia todos lados y mi ventana es lo más cercano al escape. Ésta da hacía lo opuesto de la entrada. Me quito los tenis y me pongo las botas militares. Agarro mis sábanas y hago una cuerda lo más recia con ellas, atando nudos con desesperación. Los golpes en mi puerta no cesan, sino que incrementan. Volteo por última vez antes de arrojar las sábanas por la ventana y atarla a la pata de mi clóset,  esperando que soporte el peso.

No lo pienso mucho y salto con las manos adolorida, bajando con premura. No corro con suerte y al último tramo las sábanas se vienen abajo junto conmigo. Me caigo de espaldas y mi cabeza da de lleno con el pasto. Las lágrimas vuelven y está vez dejo que caigan.

Levántate, Lea, es momento de la acción.

Dejo de el tormento de mi cuerpo y empiezo a trotar para calentar mi cuerpo y olvidarme del sufrimiento de mis articulaciones.

En lo alto de mi ventana solo escuchó un grito que hiela mi sistema.

—¡Está afuera, vayan por ella!

Se desata otro infierno.

La lluvia que ahora parecía lejana parece acercarse al son de mis pasos, sin apice de detenerse. Abro los ojos, estupefacta y corro más rápido entre las casas y la calle. El rechinido de un auto y el altavoz y sonido de una patrulla solo hacen que me calme, pero no por mucho.

Detrás de mí siento miles de pisadas.

—¡Corre, Lea!

El temor me inunda. No hay otro sentimiento que gané terreno más que el terror palpable.

Voy esquivando todo a mi paso. Botes de basura, carros y personas aturdidas que no saben a dónde mirar. Si al desastre estridente que se dió en mi casa o a mí. A una chica corriendo por su vida.

Mi corazón golpea contra mi pecho, siento el cansancio en mis pies y en mi cabeza.

—¡A ella!

El río que se sedata en mis ojos me impide seguir.

No puedo más.

No puedo.

Mi cuerpo pide un descanso con urgencia. Mi temor también.

Ya no hay escapatoria.

Caigo sobre el asfalto, sintiendo el roce de un líquido. Alguien me disparó y éste rozó contra mi cadera, alimentando el apabullante sobresalto de mi cuerpo.

Me volteo despacio, viendo en mi campo de visión a un hombre vestido de negro, mirándome como un animal a punto de cazar. Sus ojos son salvajes y su sonrisa solo me aterra.

—No escaparás tan fácil de mí.

Inhalo y exhalo, abriendo mi boca cubierta de saliva y sangre. Me agarro la parte de la cadera que rozó con su bala y espero el último golpe.

—¡Lea!

Por la contraparte de la calle el grito del que creía mi héroe hace una remoción en mi sistema. Es un alarido de alarma por verme en ese estado, pero también uno lleno de hierro. Veo como saca su arma y dispara sin titubear al hombre que hace un momento pensé que iba matarme.

Me volteo mientras escucho como algo cae con un sonido sordo, omitiendo ese hecho, y alcanzo a levantar una mano hacia donde esté él.

—Papá...

Me mano cae y yo con ella.

Me pierdo entre la oscuridad de la destrucción, permitiendo que me consuma.







































(...)



—¡Corre, Leiana!

Mamá me sujeta la mano con firmeza mientras el humo no para de ascender a nuestro alrededor, junto al choque de armas.

Mi hermano está a mi lado, mirando hacia alrededor para que no nos demos un encontronazo con alguien. Sus bucles rebotan y parecen más bravos a medida que avanzamos.

El señor Rumpel está sucio y lleno de mi jugo de zarzamora. Presiono su pata y sigo a mi mamá, que no para de  zigzaguear entre algunos carros con luces azules y rojas.

De pronto, escucho otro rechinido que me hace estremecer de arriba a abajo, y no siento la presión de las delicadas manos que me contaban cuentos.

Veo como su cuerpo se desploma hasta dar con el suelo.

Su cabello, dorado como el alba, se llena de polvo, y de su pecho empieza a emanar un líquido escarlata.

Hefesto grita y se arrodilla.

Yo sólo puedo mirar a la otra mujer que sostiene un artefacto con manos trémulas. Está apuntando a mamá.


Me despierto con un grito y sostengo mi pecho, como si quiera arrancarlo.

Mi respiración es dificultosa y vuelvo a rememorar el recuerdo de mi madre, de mi verdadera mamá. Fue tan solitario y escueto que todo pasa a una velocidad impresionante en mi mente. Su mirada cristalizada, su cabello contra su cara, su cuerpo cubriéndome o el de mi hermano.

El hecho de que cuando me dijo que corriera no me había llamado Lea, sino Leiana.

El salado resquicio en mis labios me hace saber que, de nuevo, estoy llorando.

A mi lado logro notar como se mueve una figura, y me tenso, aunque no dura mucho, pues es mi papá, Tyler, quién no puede ocultar su preocupación y me abraza.

Mi cuerpo resiente el abrazo, pero al final sedo. Estrecho mis brazos a sus laterales lo más que puedo, notando la intravenosa en mi brazo y las paredes blancas.

Estamos en un nosocomio.

—¿Dónde...?—no termino la pregunta para cuándo observó quién está detrás de las cortinas.

Ana.

Muerde su labio y algo parecido a una disculpa atraviesa su mirada, pero es tan solo un segundo que no estoy segura. Lo que si destila son las ansias por hacer lo mismo que hace mi papá.

Maldita sea, Tyler.

Atraviesa con inseguridad el tramo que nos separa y me mira. No formula la pregunta, y tampoco la respondo.

Quito el peso del abrazo y los miro.

¿Ellos son mis padres porque quisieron o por culpa?

¿De qué hablaba Ana cuando dijo que Ariadna dijo que si me adoptaban mataban dos pájaros de un tiro?

Hay tantas preguntas que tengo, pero ninguna sale de mí.

—Lea.

Hay única voz que haría que mi corazón se alegrará y es la de mi mejor amigo.

A pesar de sus mentiras y el hecho de que también me había traicionado, intentó decírmelo muchas veces, estoy segura. Llegó un punto en el que ocultarme lo se volvió insostenible y tedioso. Él también estaba sufriendo, y no importaba si me había echado sola a esa hoguera. Me conocía, sabía que no sería fácil y, que, posiblemente, escaparía sin respuestas.

De todas formas seguía siendo mi amigo.

—Dan... —su nombre salió en un quejido suplicante.

No pudo contenerse y vino hacia mí, inspeccionando mi cara y mi cuerpo, viendo si había heridas. Y había, pero también estaban en mi mente.

—Yo...—apretó la quijada, conteniendo las lágrimas y el sollozo—perdón por dejarte sola, no debí de hacerlo, me sentía...—no terminó de hablar.

—Me parece que hay asuntos más importantes que discutir que tus sentimientos, muchacho.

El jefe de la familia Miller era robusto, inmediato y, a veces, cruel. Su traje se deja entrever por las cortinas al tiempo que a su lado aparece un hombre menos músculos, manso, pero con una cicatriz que deja ver sus años de servicio. Tiene el pelo canoso y posa su mirada en cada uno de los presentes, deteniéndose más en mí.

Alza una ceja ante el reto silencioso que hay entre nosotros dos. Alzo la barbilla, sopesando su aura. Desprende maldad y destrucción, justo como el jefe Miller. Hay una justicia tóxica en sus ojos.

—General.

Mi padre pone una de sus manos a lo laterales y se yergue, mientras que la otra reposa arriba de su ceja.

—Thompson—se suaviza el General.

Sea quien fuere, respeta a Tyler. Le estrecha la mano y le da una sonrisa tensa a Ana.

—Me da mucho gusto saber que todos gozan de salud y bienestar.

Todos sonríen menos Dan y yo.

Apuesto a que pensamos lo mismo.

No hay que confiar en el General.

Intercambian unos susurros antes de voltear en nuestra dirección.

—Creo que necesita descansar—sale en mi defensa mi amigo antes de que siquiera pronuncie una palabra.

Su corpulenta silueta se pone delante de mí de forma protectora y cruza los brazos.

—¡Pero...!—su padre rebate ante la insolencia de Dan.

El General lo apacigua con un ademán y da unas cuantas zancadas hasta estar justo frente a mí.

—Claro, es entendible—me mira, no hay mucha distancia que nos separe—que se recupere, señorita Thompson.

Algo me hace erigir todo mi cuerpo y suelto sin medir las consecuencias palabras que dejan a todos helados.

—Leiana. Señorita Leiana.





Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro