Capítulo 5
El camino hacia la salida del bar fue tenso y silencioso.
La presencia de uno de los hermanos Hernett me seguía con minuciosa inspección, esperando descifrar mi nombre. Otra de las tantas inquietudes que me habían allegado al entrar a este lugar.
Una de las manos que sujetaban el celular de mi amigo amenazaba con temblar de una forma desesperante mientras que la otra quería parar al hombre que hacía sentir mi silueta como a una hormiga.
Los sillones y la barra parecían más lejanas que cuando entré, mucho mas que la poca, por no decir escasa, clientela que ahora parecía algo fantasmal e inexistente.
Obligué a mi lengua a soltar las palabras más ásperas para poder salir de aquí.
—Muchas gracias por su ayuda...
Esperé a que me diera un nombre.
Había escuchado que los hermanos Hernett eran gemelos con la rara afición de la luz y la oscuridad, pero era una completa farsa, lo sabía, en el fondo, mi sentido me decía que uno no parecía más bueno que el otro, y que tampoco lo era su negocio, del que circulaban un sinfín de rumores maquiavélicos.
—Ennio—sonrió como una pantera a punto de lanzarse y la cicatriz se ensanchó.
Me pregunté si eso le dolía o era mi imaginación.
—Sería justo saber con quién tuve el gusto de tratar.
Lo miré a los ojos y recordé una de las tantas sesiones que tuve con la psicóloga. Sus lentes anchos y de pasta negra sustituyeron el rostro iluminado como cuál cazador y me preguntaba con voz detonante, por séptima vez, su nombre.
—¿Con quién tuve el gusto de tratar, Lea?
Su voz era en gutural que me hacía apretar los dientes.
—Con usted.
Su voz era amenazante. Me estaba advirtiendo de mi osadía.
Parpadee e intenté no perderme en los recuerdos de mi infancia, pues estaba adornada con neblina y disparos, con mentiras fluctuantes y sangre brotando.
—Devanni.
Estreche, hasta entonces, la manos que me tendía con una diminuta sonrisa, esperando que mi memoria ni me traicionará.
Pareció saborear mi nombre con lentitud, y me pregunté si esa estirada sonrisa incrédula era por creer que no le daría mi nombre, un falso instintivo, o comportarme más amable y menos borde que al inicio.
De todos modos, omití cualquiera de las dos.
Agradecí ser la primera en quitar mi mano de la suya y retirarme con zancadas regulares, aparentando parsimonia.
Antes de salir completamente, escuché como me decía:
—Guarda innanzi che tu salti.
(...)
Para cuándo llegué al pórtico de la casa los gritos de Ariana inundaron toda la calle. Uno más alto que el otro, otro más bajo, pareciendo una súplica muda.
Mordí mi labio e introduje la llave, girando y entrando.
Lo primero que vi fue a la mujer de hermosos ojos que me había adoptado portando una miedo palpable, tratando de apaciguar el ambiente, acercándose a su amiga para calmar sus palabras del impacto que estaban teniendo en Dan y, luego él, con sus ojos fulminando a su madre, histérico y reteniendo muchas quejas.
El escenario ante mis ojos era un caos.
Unas cuántas horas en ausencia y esto pasaba.
—¡Lucas me lo dijo!—gritó colérica.
—Entonces ve a creerle a la basura de tu hijo—escupió mi amigo, igualando su tono.
Dió unos cuantos pasos amenazantes, espantando a su madre. Ella tenía los ojos desorbitados por la actitud de Dan. Tan impropia como casual.
Esta no era una de sus tantas peleas, algo me lo decía.
—¡Él sólo quiere protegerte de ti, Daniel! No ves en lo que te estas convirtiendo, pero yo sí y tu hermano también—extendió una de sus manos e intentó agarrar la mejilla de su hijo, obteniendo un rechazo frío de su parte.
La pelea estaba en su punto más álgido y nadie reparaba en mí, aún así, yo me callé.
Mi mamá abrió sus ojos como platos y se acercó más.
—Dan, sé que estás enojado, pero no lo hagas.
Lo que mamá estuviera pensando al decir eso se esfumó en cuánto oí la crueldad que escupía la boca de mi mejor amigo.
Del que creía que era mi mejor amigo.
—¿Ella sigue pensando que la quieres, Ana? ¿Qué en las noches vas a arroparla porque las pesadillas terminaron y ahora serán una familia feliz?—la miró—solamente eres otro monstruo como ella—señaló a su madre con un movimiento tosco.
—Daniel, no tienes que hacer esto, podemos ir a...
La cortó.
—¡No me digas que hacer, Ariana! Estoy harto de complacer a tu esposo y a ti, de intentar tener una familia—esto último fue un susurro para sí.
Él estaba conteniendo muchas palabras, lo estaba viendo. Se consumía por querer seguir mi camino, por adaptarnos a lo que nos había tocado. A quienes nos adoptaron cuando teníamos consciencia de nuestro pasado y de lo atroz que fue.
Yo había sido testigo de cuánto tuvo que aguantar vivir debajo de la preferencia de su madre, de los desprecios de su hermano y de los golpes impuestos de su padre.
Todo este tiempo estuve ciega, dándole ánimos vagos, sin detenerme a pensar que no siempre se puede adaptar. Que Dan no ya no quería intentar ser un Miller ni agradarle a su padre.
—Dan...
Fue más un atisbo de una persona que no sabe si hablar o gatear, pero lo escuchó. Miró en mi dirección con lágrimas contenidas, sorprendido y arrepentido. No sabía por cuánto tiempo estuve ahí parado, presenciando algo que jamás me había esperado.
Cerró los ojos y los abrió.
Estaba decidido a dar el último golpe.
—Espero que algún día puedes decirle a Lea la verdadera razón por la que la adoptaron o terminarás rompiéndola, como a mí.
Fue un lamento, una petición y no una orden.
Después de eso se alejó de Ariana y de Ana, dejándolas mientras las lágrimas se deslizaban por sus ojos y llegaban hasta sus mejillas, caminando hasta mí. No me miró, solo se agachó y agarró sus pertenencias.
No me había dado cuenta que se habían caído de mis manos.
Azotó la puerta y supe que esta había sido la última vez que lo vería.
Cerré los ojos y recordé lo que siempre decía.
No hay tiempo para arrepentimientos, princesa, es momento de la acción.
Sentí la humedad y el aire que contenía. Estaba segura que mi cara era un poema. Cubierta por gotas saldas y unas mejillas encendidas que intentaban encontrar el calor de mi amigo.
Me tocó mirarla para encontrar alguna explicación.
—¿Mamá...?
No sabía quién estaba peor, si ella o yo, si yo o ella, o ambas.
—Mi niña, escúchame, nada de lo que dijo...
—¡Por Dios, dime de qué estaba hablando!—le grité desesperada.
Las palabras de Dan estaban entrando en mí. Se repetían como un entramado complejo de pequeñas raices que representaban cuál era el mejor acierto.
Por muchos años le había externado mis dudas y mis inseguridades. Yo no era la única que pensaba en eso ni se quedaba con el amargo sentimiento de que había algo detrás de mi adopción. No era mi cabello ni mis ojos, ni mucho menos ese absurdo momentos que ante mí representaron el todo para estar presenciando una locura.
Dan nunca hablaba por hablar, era una persona perspicaz que se empeñaba en buscar la verdad, y ésta estaba siendo la mía. Quería que investigará, que nada lo diera por sentado, y aunque era algo cruel porque sabía que aceptaba sin tapujos lo que se me daba, era momento de cambiarlo.
Había aceptado que mi burdo intento cuando tenía seis años me había salvado de seguir soportando las malicias de Eva y su séquito; que respetar una línea y olvidar quién había sido en mi pasado y quién era en mi presente era algo mutuo entre Ana, Tyler y yo; que aceptar su amor era un milagro y no un ardid.
—Dime que estaba equivocado, por favor—le supliqué.
Bajó la cabeza.
—Ana, mírame.
Apretó los puños.
—Mamá...
Las lágrimas bajaron por mis ojos sin detenerse.
—Nada de lo que dijo es verdad, pequeña mía, solamente estaba enojado.
Mentía.
Tragué saliva y me dije que no estaba pasando esto.
Ambas habíamos roto la armonía de la verdad entre madre e hija. Y no estaba segura quién lo había hecho primero.
—¿Entonces con quién te has estado viendo? ¿De quién son esas cartas en tu buró?
Sabía que ponerla contra la pared con otro tema era algo muy pobre y bajo, y que revelarle que había estado fisgoneando era un golpe que fraccionaba nuestra unión.
—¿Estuviste husmeando en mi cuarto, Lea?—fue su turno para enojarse.
Una parte de mí tembló.
No era una persona adepta a las discusiones, no me gustaban, siempre salían mal, pero está era necesaria, o eso me dije para aplacar el sentimiento de culpa.
—¿Qué estás escondiendo, Ana? ¿Acaso Tyler sabe lo que estás haciendo?
Era veneno puro. Las preguntas que le decía solo lograron romper poco a poco el respeto y el valor que por muchos años logramos. En sus ojos veía como la desconfianza y el desconocimiento se hacían presentes.
En este momento yo ya no era su hija, y ella tampoco era mi madre.
—Me vas a decir por qué estuviste en mi cuarto, Lea.
Una exigencia viperina.
Jamás había conocido está faceta suya.
Siempre se destacó por ser una madre y una mujer excelente, respetuosa, cariñosa y amable. Pero la que yacía enfrente de mí era lo opuesto. Su afable fachada caía a pasos agigantados, y la mía también.
Por segunda vez la voz de Dan se hizo presente en mi mente.
Es momento de la acción.
—Lea, tu madre solo intentó protegerte de mi hijo—secundó Ariana, quién se había mantenido en un segundo plano.
—Perdoname, Ariana, pero nada de lo que salga de ti en estos momentos valdrá para mí.
No se ofendió por mi respuesta, estaba consciente de que era la mejor amiga de Ana y la encubriría hasta la muerte, y eso significaba también mentir por ella. Mentirle a su propio hijo y mentirme a mí, haciendo daño a su paso.
Me acerqué hasta mi madre, hasta Ana, y recargué mis manos en la mesa de la sala, adoptando una actitud renuente.
Ellas ya no estaban peleando con Dan, ahora lo hacían conmigo.
Lo que sea que estuvieran gritando se por horas ahora ya había sido tema de otro día.
—Ari, déjame sola con mi hija.
—Pero, Any...
Alzó una mano para detenerla.
—Es momento de decirle la verdad.
Su amiga asintió junto con ella, en un silencioso apoyo, y eso solo despertó la duda en mí. Sabía que ellas habían sido mejores amigas desde la universidad y que el trabajo de sus esposos era otro lazo que las mantenía unidad. Un lazo trágico que las hacía unas mujeres fuertes. Pero dudaba que no hubiera más historia.
Eran amigas y cómplices.
—Daniel tiene razón.
Se quedó callada por unos momentos que parecieron eternos, y yo intuí que daría por terminada la charla. Su voz acalló mis pensamientos.
—Soy un monstruo tanto como lo es Ari, pero eso no me hace una pésima madre. He intentando ser una figura responsable a tus ojos, Lea, pero sabía que en algún momento tendrías que enterarte de todo.
»Esto era una consecuencia del tiempo, de mis errores y de mantenerte ciega ante lo que representas en nuestra vida. De lo importante que eres para mí y para algo más.
En el fondo sé que no quería continuar.
»Ariana me dió la idea de adaptarte. Dijo que era matar un pájaro de dos tiros. Ayudabas a tu padre y a mí a recuperarnos de una gran perdida como lo ayudabas a él. Ninguna de las dos pensó que esto era más grande, ella solamente creyó que era algo que podría coadyuvar en nuestra vida.
»Es mi mejor amiga desde que somos unas niñas, fuimos a todos los grados escolares juntas y elegimos la misma carrera en la Academia Policial porque queríamos cumplir un sueño y, ahora, después de muchos años y tantas mentiras como hazañas, la vida nos trae devuelta a una nueva encrucijada.
»Ella encubrió mis torpezas en la Academia y terminó siendo expulsada a unos cuántos meses de graduarnos, y pasó lo mismo cuándo estuve encargada de un operativo.
Se detiene y mira a Ariana. En cambio, ella solo mira el suelo, perdida en sus recuerdos.
»Yo siempre tuve miedo de cargar una pistola y llevar el peso de una muerte justificada por mucho que resultará ser un criminal, y cuando llegó el momento de terminar con la vida de uno, me equivoqué y maté a alguien inocente.
»A una mujer hermosa que intentaba huir con sus hijos de una masacre.
Me mira a los ojos con lágrimas contenidas. Aprieta la silla y clava sus uñas en esta.
»Sujetaba a su hijo mayor de una mano y en la otra a una niña de coletas rubias que le suplicaba salir de la lluvia de balas en la que estaban.
»Fue un impulso... jamás quise dispararle, todo fue tan rápido que ella ya estaba en el suelo y yo había soltado el arma. Después de eso, todo se volvió borroso para mí. Recuerdo que huí de la escena y tu padre me halló entre el caos. También lo habían mandando a ese operativo, aunque no de improvisto, como a mí. Él estaba listo para hacer su trabajo. Le conté lo que había pasado y me encubrió junto con Ariana. Ella fue clave importante para que yo no fuera a parar a la cárcel.
Sus manos se aprietan a tal punto que atisbo la blancura de sus palmas.
—¿Qué me estás queriendo decir, Ana...?
Lo sé, sé que es una pregunta estúpida, pero se la hago.
Quiero escucharla.
Quiero escuchar que ella mató a mi madre.
Que ella me dejó entré aquella avalancha que reverbera en mis pesadillas mientras mi hermano intenta cubrirme con su cuerpo.
Se queda callada, y solamente puedo sentir como mi cuerpo arde por el enojo de las mentiras.
—¿Me adoptaste para saciar tu maldita culpa?—le suelto con rabia.
Veo como su cuerpo se encoge por la acusación. Es vergüenza lo que veo en su cara, tanto como un arrepentimiento profundo.
Un arrepentimiento que no me sirve de mucho.
—¿Sabes por cuánto tiempo me atacaron las pesadillas, Ana?—me acerco hasta quedar a su altura—¿Tienes idea de las lagunas que hay en mi cabeza?
Necesito que me mire.
Necesito que me mire a los ojos.
Que vea el dolor que me causó su inexperta experiencia.
—¡Mírame!
—¡Lea, Dios, no le grites a tu madre así!
Ariana está eufórica y dolida.
Hasta hace unos momentos ella era la que se hallaba entre Ana y su hijo, intentando que el golpe de sus palabras no llegará a su corazón, y ahora lo hace con su amiga.
Ella también es culpable de esto.
Ella encubrió a Ana de dar a la cárcel por un crimen.
Ella evitó que pagará por el homicidio de mi madre.
Ella también me quitó a mi madre.
—¡Tú también eres culpable de que ella esté muerta, espero que quede en ti el hecho de que evitaste que una delincuente diera a parar a su lugar!
Se ahoga con sus palabras a medio disparar.
—¡Tú también mataste a mi mamá!
Duele.
A ella también le duele escuchar eso.
En sus ojos leo el dolor que le causa saber que ya no es mi madre, sino que la culpo por haberme arrebatado de sus brazos.
No es algo que pueda recordar con exactitud y eso también es su culpa, no recuerdo a mi madre como me gustaría ni tampoco lo que Ana narró, solamente se halla en mi memoria el recuerdo de unos ojos grises y unos bluces más rubios que los míos mirando a todos lados y cubriéndome de los sonidos estridentes que producen las balas y el impacto del asfalto.
Caigo al piso cubriéndome la cabeza.
—¿Qué me hiciste, Ana?
La veo desvanecerse en sus pensamientos y mirarme con el corazón destrozado. Está en una lucha interna y eso no causa nada en mí.
No puedo moverme.
La impresión de saber que la mujer que se había ganado mi corazón y que había sustituido el dolor de mi pasado había compensado el suyo adoptándome es más fuerte que volver a mi entorno.
Pensar que mi padre, que Tyler, no hubiera encontrado la forma de decirme la verdad es más doloroso. Siempre vi en él a un héroe que amaba la justicia y a su familia, que me amaba apesar de que no ser su verdadera hija.
Y es peor saber que Dan, mi mejor amigo, lo sabía. Eso termina por despedazar lo poco que quedaba de mi corazón y de mis recuerdos. Del amor y de la confianza que le tuve durante años, esperando a que todo pasara y nuestros sueños se vieran como otra aventura que contar.
Él no le estaba dando el último golpe a Ariana, te lo estaba dando a ti.
Cierro los ojos más fuerte para aceptar esa parte de la verdad.
Él se estaba desahogando por años de sufrimiento y de peroratas familiares que resultaban en maltrato y a la par me liberaba de años de dudas e inquisitivas sin resolver. Tenía en cuanta que jamás las resolvería, pero me obligó a hacerlo.
El estruendo de la ya recuperada lluvia de balas vuelve a hacerse presente en mi vida por segunda vez.
El sonido de balas cayendo atraviesa mis tímpanos y obliga a mi cuerpo a reclinarse.
Nos están disparando.
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Guarda innanzi che tu salti (mira antes de saltar)
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