Capítulo 1
—Ey, Lea, hazme caso—sentí unos chasquidos sobre mi cara, dí un respingo y miré a Dan, quién me contemplaba divertido.
—Deberías dejar de hacer eso—le reclamé un poco molesta.
No me gustaba que hiciera eso.
Me apresuré a juntar los variopintos libros que estaban esparcidos por mi revoltosa cama y los coloque en mi escritorio en una sola pila.
—Uy, mi princesa ya se enojó—canturreo jocoso.
Me fue inevitable no sonrojarme por ese apodo. Pude sentir mis mejillas calentarse y tuve que colocar mis manos sobre estas para comprobar que no era mi imaginación. Hace años que me decía lo mismo y siempre pasaba lo mismo.
Maldije en mi mente a Dan por ello.
Tan pronto acabe el repertorio de insultos dispuestos a mi amigo, este terminó por estallar en risas. Sabía de antemano que mi vergüenza, a pesar de no mirarme directamente a los ojos, provocaría mi sofoco.
—Ya... vámonos—intente recuperar mi compostura un poco.
Mordí mi labio y respiré.
Lo vas a pagar.
Exhale y me voltee, dirigí mis pasos hacia mi cama, en la que reposaba Dan con una sonrisa angelical, y sin que se lo esperara, lo hale de la oreja, a lo que él soltó un sonoro quejido, para llevarlo al comedor. Sabía que mamá nos estaría esperando.
Baje las escaleras con premura, incitando a que mi amigo apresurara su andar para no sentir el jaloneo.
—Mis niños, la comida ya está lista—fue lo primero que escuchamos al introducirnos al comedor.
Mi mamá salió de la cocina sonriente. Por fin había hecho una comida sin que saliera volando la cocina. Eso la encontentaba.
—Buenas tardes, Ana—Dan le guiño el ojo a mi madre descaradamente una vez se zafo de mi agarre.
Fruncí el ceño, contraria. ¿Acaso no terminaría con sus coqueterías?
Giré mi cabeza unas cuantas veces para no poder la paciencia y me senté, esperando a que mi mamá terminara de alistar la mesa. Intente no volver a pensar en este día, lo cual fue un estrepitoso error. Por primera vez saldría con Dan a ver una carrera de motos. Hace unos años, aun cuando éramos tan solo unos mancebos, habíamos apreciado las múltiples carreras que reproducían en la televisión, y en algunas ocasiones, a los hijos de las vecinas con las suyas.
Despertaban una emoción un tanto extravagante en nosotros.
Mi mamá no perdió detalle de mi sonrisa, de la cual no me había dado cuenta que se extendió. Ella siempre decía que cuando no somos conscientes de nuestras expresiones es porque lo que pensamos es lo suficientemente apasionante para no darnos cuenta de cuánto o cómo nos afecta. Sin embargo, ni ella, ni mucho menos mi padre, les gustaban ese tipo de cosas. Para ellos representaba un peligro, y por mucho que me habían dejado la condescendencia para elegir, eso no significaba que lo aprobaban. Más mi padre.
Dan llegó más contento que yo por la noticia. Había conseguido que una amiga que tenía lo invitará a una de esas tan emocionantes carreras en donde se prometía acción, diversión y experiencias inolvidables.
Aunque todo no era color de rosas.
Mis padres esperaban vernos llegar un poco tarde—pero no lo suficiente para atemorizarlos—de una fiesta inexistente, fantasma.
Fue la primera excusa que se nos vino la cabeza.
—Con permiso—dijimos al unísono.
Nos levantamos a la par de la mesa para encerrarnos en mi cuarto y esperar pacientemente hasta la noche.
Mentiría si dijera que no estoy ansiosa.
Mientras íbamos subiendo las escaleras pude escuchar las notas de aquella canción que mi mamá me cantaba cuando era una niña. Solía repetirla siempre, la silbaba o tarareaba. Sonreí y solté:
—No quiero mentirle—le susurré.
Nos aproximamos al pasillo.
—Tecnicamente no lo estás haciendo.
—Ella siempre dice... —empecé a recitar el dicho que toda mi vida había escuchado.
—Una verdad a medias, es una mentira completa—completó por mí, cansado.
Llegamos hasta mi habitación y lo primero que hice fue ir hacia el guardarropa, contrario a mi amigo, que rápidamente se echó y enredó entre los edredones.
—¿Esto está bien?—agarré un conjunto algo cálido.
Hizo cara de asco total.
—Si vamos a ir a cantar villancicos estaría perfecto. Incluso quedaría bien para una monja primeriza.
Arrugue mis cejas—¿Perdón?
—Te perdono a ti y a tu cero sentido de la moda.
Fue hasta donde me encontraba y me aventó suavemente. Estuve hurgando entre mis ropas por unos minutos y tirando hacia atrás todo lo que no le agradara hasta que encontró en lo más profundo, unas prendas negras y con etiqueta. Recuerdo cuando me las regalaron, empero, preferí no portarlas. Así que con reticencia las tomé y fui a cambiarme en el baño.
Después de esto, las voy a tirar.
Pensé alegremente.
No era gran fanática del negro, podría atreverme a decir que me resultaba fúnebre y que jamás me vistieron con una.
—¡Te verás súper bien!—me gritó al otro lado de la puerta.
Me miré al espejo y la única expresión que pude atisbar fue la mueca de disgusto más grande de mi vida.
¿Y así quiero que mi madre no sospeche?
—Apúrate a salir, quiero ver a mi obra maestra.
Tomé el picaporte y lo gire lentamente, saliendo de la misma forma, postrándome a las orillas de mi cama.
Mi amigo chiflo.
—Ni Chanel podría compararme.
Reí.
—Sólo haz tomado lo único negro que has visto—le recrimino—además, nunca lo uso, ¿no crees que es algo raro que hoy lo haga para ir a una simple fiesta?
—Siempre hay una primera vez para todo, y está mentirilla nos servirá a ambos. Recuerda que por fin podremos expectar nuestra primera carrera, es como estar en el formula 1.
Saltó emocionado, tirando algunas revistas que había traído.
—No compares eso, es bastante turbio.
Estaba nerviosa, así me dejé caer.
—¿Cómo vas con Lucas?—pregunté, cambiando de tema.
Entrecerró los ojos, contrariado.
—Sigue siendo el mismo imbécil de siempre, no sé por qué preguntas lo obvio.
—Tu mamá dice que es un momento difícil para él.
—Entonces toda su jodida vida ha sido difícil, mira que lindo, ¿Entonces por qué no se jode a alguien más?
Giré cómo tronco hasta tener enfrente a Dan.
Este apretó la mandíbula y esquivó mi mirada.
—Él no sabe todo lo que pasas y la presión que ponen en tus hombros, pero... —me interrumpió.
—No, Lea, no quieras justificar su comportamiento hipócrita.
Sabía que tocar el tema de su hermano era algo delicado, eran fibras que presagian con sacarlo de sus cabales, pero su mamá me había encomendado la tarea de reconciliar a los Miller.
—Se que sabes lo complicado que me resultó olvidando de él—intente pronunciar su nombre, pero no pude, así que omití decirlo—Dan, pero lo pude superar. Lo hablé contigo y me sirvió mucho,
—Se que mi madre se ha encaprichado y afanado con esa idea de los hermanos más considerados, pero no debes meterte en mis asuntos, Lea, te lo he dicho un sinfín de veces.
—Me has dicho eso desde que tenemos doce años—sonrío.
—Sí, y jamás lo dejaré de hacer.
Alcé mis hombros, nos quedamos callados y aproveché para rememorar viejos tiempos.
Lo primero que evocó mi mente fue a Eva y a su séquito. Por mucho que me había esforzado por olvidar las constantes humillaciones, el recuerdo me atormentaba en las noches, me perseguia. Despertaba en las madrugadas con sudor y el miedo de verme ahorcada ante las amenazas implícitas que siempre me lanzaba.
Nunca pude afrontar eso.
Y tampoco con sus reproches.
Ambas habíamos sido huérfanas, pero se empeñaba en marcar diferencias de circunstancias, cómo si el hecho de que su padre murió por su nació, y que esté ni tuviera familiares, la hacía mejor que yo, a quién habían llevado como sobreviviente de una familia con un antecedente atroz.
Por lo mismo, junto a mis padres, habíamos hecho un consenso para no tocar más ese tema.
Ellos respetaron la decisión que tomé sobre no hablar acerca de mi adopción con nadie, excepto con Dan y su familia, pues no quería quedarme con el resquemor del sentimiento cuando la gente me viera diferente.
Habían sido mi salvación.
Y ante mis ojos, seguían siendo aquel matrimonio de cuento de hadas.
—Trata de hablar con tu hermano, Dan—le repetí, sin rendirme.
—Por Dios, ¿No sabes callarte?—me preguntó, harto.
—Ya sabes, son dones de los Thompson—alcé los hombros.
—Definitivamente le diré a Tyler que no repita eso—escuchamos la voz de mi mamá.
Ambos miramos espantados hacia el umbral.
—¡No hagas eso, Ana!—le gritó Dan, colapsando.
—¡Mamá!—secundé a mi amigo.
—Pero... —agrandó los ojos, sorprendida.
—Sabes que somos unos miedosos, no puedes aparecer por ahí sin avisar.
—Genial, me orine.
Fue nuestro turno de mirar a Dan, asqueadas.
Me levanté e intenté quitarlo golpeándolo con la almohada. Este no se dejó y solo me remedo.
—¡Niños, la violencia no es permitida en esta casa!
Paramos la pelea y le saqué la lengua.
—Tú vas a lavar mis cobijas, cosa rara.
—Ay, no—hizo berrinche.
—Y pensar que estan en la universidad—comentó mi madre, jocosa.
Alzamos la ceja, coordinados—¿Qué nos estás tratando de decir?
Se acercó a nosotros con un bol de palomitas.
—Nada, nada, solamente vine a subirles esto para que vean una película en lo que comienza su fiesta.
Dan fue por el control y puso Netflix.
—No lo había pensado.
Agradecí el gesto de mi mamá y me acosté como indio al lado de mi amigo, gritándole cuál película ver y cuál no.
Él hizo lo mismo.
(...)
La vibración y el ligero sonido fue lo primero que logré escuchar.
Parpadee desorientada.
Nos habíamos quedado acostados viendo una serie y puedo apostar que nos quedamos dormidos al mismo tiempo. Era normal que hiciéramos eso, aunque por ello nunca terminábamos la cartelera del servicio.
Palpe mi cama en busca de mi teléfono y cuando creí agarrarlo, lo prendí. La luz de este me recibió y una foto de nosotros con unas caras de amargados en el festival de pascua se atisbo. Era de Dan.
Revise la hora y me di cuenta que habían dado las nueve.
¿Cuánto habíamos dormido?
Aventé a alguna parte de mi habitación su teléfono y talle mis ojos, bostezando en el acto.
El sueño seguía apoderándose de mi cuerpo.
—Ey, Dan, levántate—le di una palmadita en el hombro.
—Shh...
—Dan, vamos a llegar tarde si seguimos acostados—le dije, aún recostada.
—¿Qué horas son?
—Las nueve.
—¿Qué?
—Que son las nueve, baboso.
—¿Ah?
Arrugue el ceño. Me sostuve por los codos y lo miré fijamente.
Él estaba haciendo lo contrario, miraba a todos lados menos a mí, intentando enfocar su mirada en algún rincón.
Estaba recordando algo.
—Repíteme la hora.
—¿Es en serio?
Me miró, ceñudo.
—Son las nueve, genio—viré los ojos.
—Por Dios, Lea, la carrera empieza a las diez, ¿Qué demonios haces acostada?—me regañó, levantándose de un tirón y yendo hacia el baño, todavía recalcando mi impuntualidad y desorganización.
¡Oh, genial!
Hice un gesto con desaprobación.
Ahora resulta que yo soy la desordenada. Si, como no.
Me paré con pereza, caminando a tropiezos hasta llegar a mi tocador y limpiar mi cara con una toallita, después, aplique un poco de maquillaje, intentando que no fuera muy exagerado. Me detuve un momento y dirigí mi mirada hacia el baño.
Si dejas entrar a Dan a un baño, no esperes a que salga de inmediato.
Terminé de peinar mi cabello en una coleta y me encaminé hacia las escaleras, bajando sin prisas, encontrando a mamá con una libro entre manos. Dejó su lectura y me observó llegar hasta ella.
—¿Dónde está Danielito?—preguntó, mirando detrás de mí.
—¡Aquí estoy, Ana!—gritó.
Bajo corriendo por los escalones, provocando que se cayera en el penúltimo, arruinando su estilo, como él decía. Hizo un gesto de dolor y se paró, soltando insultos al aire.
Mi madre solo pudi reír.
—Espero que tengan cuidado—nos repitió lo mismo que nos había dicho cuando le dijimos sobre la supuesta fiesta.
—Si vas conmigo, vas con Dios.
Nos despedimos con un beso en la mejilla y la promesa de volver temprano, sanos y salvos.
—¿Trajiste dinero?—me preguntó.
—Sí.
—¿Tienes los papeles?
—Sí, están en la guantera.
—Dios sabe que de no ser por ti, ya estaría con veinte multas.
Nos montamos en el auto y esperé a que arrancará.
—Pon el GPS.
—Pensé que sabrías dónde iba a ser.
—No me quiero perder.
Me pasé el celular y le dicté la dirección, él la colocó en el navegador y arrancamos.
Parecía algo lejano, así que me concentre en disfrutar del viaje. Baje la ventana y recargué mis antebrazos en esta, saboreando del aire golpeando mi cabello con suavidad mientras veía pasar a gran velocidad los restaurantes y consorcios.
La sensación era relajante y mágica.
Pasó un buen tiempo hasta que sentí como el auto disminuía de velocidad y el ambiente se llenaba de estridentes sonidos provenientes de diferentes autos alrededor del anillo de la urbe.
Todos esos modelos estaban modificados, eso lo supe identificar gracias a papá.
Diversos diseños pasaban por mis ojos. Nada comparado al formal auto el que circulamos.
En los extremos estaban las motos, dónde sus dueños se encontraban montados.
Todos iban y venían con personas que parecían estar ocupadas.
Incluso encontré a un chico haciendo apuestas y charlando con otros que se miraban molestos e inconformes. Sus gestos distan mucho de la amistad y el buen rato.
Dan aparco en un sitio medio, no tan alejado ni cerca.
—No hay que separarnos. Se que nos emociona mucho, pero sigue siendo peligroso, recuerda eso.
Asentí ante la advertencia.
Abrimos la puerta y bajamos. Mi amigo aceleró su andar hasta llegar conmigo y tomarme de la mano
—Vamos.
Nos introducimos poco a poco en aquel tumulto y bullicio de gente.
Todo era fantástico.
Dan sonrió por mi asombro.
Caminamos hasta llegar con el chico que había visto.
Dan soltó mi mano y me dijo por lo bajo que me mantuviera ahí. Fue con el sujeto y habló con él un rato mientras seguía yo viendo todo.
No tuve mucho tiempo de recorrer cada detalle de lo que acontecía.
Regresó a mí y seguimos navegando entre el gentío.
Por lo alto pude escuchar los gritos de la multitud y como muchos se iban aglutinando en un área específica del anillo.
Reedireccionamos nuestro andar y de un jalón me vi sumergida entre los cuerpos, siendo aventada por las vociferaciones y gruñidos de disgusto.
Logré no soltar la manos de Dan y con apremio llegamos hasta la orilla en donde las motos próximas a competir desfilaban refulgentes por el apoyo de las masas; los corredores se montaron, colocaron el casco y rugieron a la espera de una señal.
Fue mi turno de guiar este recorrido.
Caminé hacia donde mi atención se veía interpuesta.
Las luces, el humo y el resplandeciente ambiente bombeaba de un grupo encabezado por una chica, que tenía una moto roja y distintiva.
—Oh, no, por ahí no—me detuvo mi amigo.
—¿Qué pasa?
—Podemos verlos de lejos, es mejor.
Me tomó por los hombros, volteando mi cuerpo por completo.
—¡Pero miren quién está aquí!
Vi a mi amigo cerrar sus ojos con fuerza, maldiciendo, luego se giró z manteniendo su cuerpo cubriendo el mío.
—Dasha—pronunció el nombre de la chica a regañadientes.
—Dani, Dani, mi querido Dani—se aproximó en un abrazo.
El cuerpo de este se tenso, sin devolverle el ademán.
—Pensé que ya te habías ido—fue lo único que pronunció.
Ella hizo un mohín.
—¿No estás alegre de que no fuera así?
Esa sonrisa un tanto malvada que dejó escapar solo me alentó a descubrir la brecha que unía a mi amigo con ella, y por qué le hablaba con tanta familiaridad.
Me abrí paso y me posicione dispuesta a ver que sucedía.
La mirada de la chica fue en mi dirección, olvidando por completo la riña que tenía.
—Así que vienes con una amiga... —mordió su labio.
—¿No es evidente?—gruñó en respuesta.
Le guiñó un ojo y se acercó, extendió su mano y al no ver una respuesta, tomó la mía y la estrechó con la suya.
—Soy Dasha, amiga de este maleducado.
No se veía como alguien que cayera mal, hasta eso, era agradable y juguetona.
—Soy Lea.
—Un nombre peculiar—río.
Sonreí con ella—Lo es.
Puso su brazo en mis hombros y apartó de un empujón a mi amigo, que no perdía detalle de nada. Me encaminó hacia el grupo que había observado minutos antes y entre ellos venía el que parecía haber ganado la carrera anterior. No aprecié su expresión, ya que ese pasamontañas dejaba volar la imaginación, así que repase su figura.
Cuando terminé mi escaneo, llegando a su cara, lo primero que conectó ese electrizante encuentro fueron sus ojos, amenazantes por el escrutinio que había realizado. Sus cejas casi se juntaron.
Desvié la mirada, intentando conservar la atención en lo que sea que estuvieran platicando.
—¿Entonces, qué dices, Lea?
—¿Disculpa?—pregunté, desorientada.
¿Habían estado discutiendo algo?
Dasha me miró extrañada—Estamos poniéndonos de acuerdo para la siguiente carrera.
—Lo que te quiere dar a entender Dasha es que quiere que seas su copiloto—me explicó Dan, que hasta el momento se había quedado callado.
Parpadee—¿Eso se puede en este tipo de carreras?
Todos soltaron una carcajada, incrédulos.
—Es normal llevar uno.
—Es peligro estar sin este—completó otro del grupo.
—¿Te imaginas algún loco que salga sin tenerlo?
—Lo deberías dar por muerto—apostilló Dasha.
—Tal vez, pero debes recordar que es primeriza—le recordó molesto Dan.
—Oh, la chica es suficientemente grande para decidir si experimentar o no. Además, yo la cuidaré bien—se halago a sí misma.
—Nunca dije que no lo fuera—cruzó los brazos.
—Pareciera que si.
—Todo lo quieres manipular, no es de sorprender que esta vez sea diferente.
—¿Ah, si?
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque no le estás diciendo lo que implica ser copiloto en estás carreras—le gruñó.
La rubia calló abruptamente.
Mi amigo me miró—Ser copiloto es ser su sombra, cuidar de su trasero y en tuyo de las barbaries de los otros competidores, porque en estas carreras todo es válido, Lea. Todo.
Mi corazón latió desenfrenadamente.
—¿Todo?—repetí.
Asintió.
—Pensé que no sabías nada de esto—le susurré, curiosa.
Aplanó los labios y me despachó con un:—No se tiene que ser un genio para saber todo esto en sitios como este.
En algo tenía razón, sin embargo, que lo dijera de forma muy específica solo me hicieron sospechar, pero me negué a pensarlo.
Él no haría nada sin decírmelo.
No guardamos secretos.
—Me conmueve mucho la complicidad, lo juro, pero sigo esperando una respuesta.
Voltee hacia Dasha, regrese mi mirada hacia Dan y así unas cuantas veces, indecisa, esperando a que alguno me diera la respuesta final.
¿Podría hacerlo?
¿Quería hacerlo?
Pensé unos cuantos minutos, recapitulando las posibles fallas y los contras de un sí o un no.
Sólo vendríamos a ver, eso me había dicho a mí. Sólo a ver, no a competir, no a montar, no a actuar.
Seríamos espectadores.
¿Qué pasaría si cambiaba mi decisión?
¿Podría con el peso de ser su sombra?
¿Qué era lo que tendría que hacer para cuidarnos a las dos?
Lo más importante, ¿Estaba dispuesta a hacer ese todo?
—Se te nota en los ojos que quieres experimentarlo.
Ese cambio de actitud en Dan me logró aturdir más.
¿Acaso no estaba negado a aceptar que me subiera?
—Acordamos... —empecé.
—Yo sé lo que acordamos, Lea, pero conozco de antemano esa expresión de anhelo.
Mordí mi labio.
—Dijiste que... —me interrumpió de nuevo.
—Confío en que Dasha cuidará de ti. Volverás sin ningún rasguño, de lo contrario, la mataré—pronunció en alto, esperando a que la rubia lo escuchara.
—Es tu invitada, no podría hacer eso, debo de causar una buena impresión.
Asintió en mi dirección, dándome a entender que no me pasaría nada.
Quedaba en mis manos.
—Sólo será está noche—me prometió Dan, tranquilizando mis nervios.
—Sólo está noche—repetí con inseguridad.
—Siempre hay una primera vez para todo.
—¿Eso es un si?—interrumpió Dasha—no quiero apresurar nada, pero ya casi comienza la carrera—añadió, impaciente.
—Es un sí, rubia loca—le contestó Dan.
—¡Lo sabía!—gritó con emoción está, omitiendo el insulto festivo.
Me tomó de la mano y me llevó hasta la moto roja en la que la había visto recargarse. Sacó otro casco, unos guantes y se montó de un salto, alegre. Me hizo un ademán para que hiciera lo mismo.
Suspiré y me coloqué el casco que me había pasado. Agarré su cintura y me sujete de esta mientras prendía la moto y se posicionaba entre las filas de competidores. Ignoré la plática que tuvo con el chico de las apuestas, dedicándome a degustar mi visión con aquellos que estarían con nosotros.
Tal y como habían dicho, todos los pilotos contaban con un copiloto que portaba distintas características.
Una chica tenía un carrizo, otro un tolete, y otros tantos variopintos enseres para desastabilizar.
Y yo no tenía nada.
Me sentí indefensa y asustada.
¿A eso se referían con el todo?
—Toma—me pasó un bate de béisbol y unas rodilleras—pontelas rápido.
Hice caso y tomé las rodilleras con premura. Cuando terminé, agarré el bate sin saber que hacer.
¿En serio iba a tener que golpear a alguien?
Mi cara debió de expresar la duda, porque me contestó un tanto incrédula.
—¿En serio pensabas que aquí todo es recto?—me quedé callada—está bien—suspiró—es normal, yo también pensé eso, pero debes de marcar distancia con los demás si no quieres que terminemos derrapando y muriendo.
—¿Con un bate?
—Oye, es lo más decente en mi cochera—me regañó.
Mire el instrumento en mis manos.
—Intentaré guardar espacio, pero la disparidad con algunos será enorme si no protegemos nuestro entorno.
Una chica se avecino hacia el centro con un pañuelo, alzando este por los aires y gritando lo más alto que pudo que le carrera hacia comenzado, haciendo que todos estallaran en gritos desenfrenados.
Apenas si me dió tiempo de sujetarme de la cintura de Dasha y agarrar con ímpetu el bate.
Mis ojos se cerraron al inicio, aunque poco a poco los abrí, escuchando el crujido de la moto.
La rubia condujo con pasión, apretando el acelerador al inicio y rebajando la potencia cuando alguien se acercaba a nosotras. Me gritaba que tuviera cuidado a las espaldas mientras su vista seguía enfocada hacia el frente.
Dos motos intentaron cercanos, y sus copilotos intentaban golpear los muslos de los pilotos, haciéndolos tambalear. Abrí los ojos, asustada, sujetando el bate con mi mano, teniendo la otra en la cintura de la chica e ideando un plan para salir de ahí.
—¡Acelera, Dios!
Me hizo caso y pudimos alejarnos de aquella trifulca que nos atenazaba.
Faltaba poco para llegar a la meta, solo teníamos que seguir así.
Antes de cantar victoria, hubo una curva en la que teníamos que frenar por el pecho y el tumulto que harían lo mismo.
Dasha me gritó algo que no pude entender, pero si avecinar. Esta vuelta no sería fácil.
Sin darme cuenta había soltado el bate, poniendo mis manos en su cintura.
Casi me caigo por la estupidez que acababa de hacer.
Detrás de mí escuché algunos quejidos.
Ni quise mirar.
Terminamos la curva y volvimos a estabilizar el curso, teniendo a la altura a la pareja que había intentando agarrotar los muslos de Dasha, pegando con demasía su moto a la nuestra. Su copiloto todavía tenía el carrizo, y no se sujetaba de la cintura de su piloto como yo lo hacía con la mía. El equilibrio que dejó fluir fue sorprendente y admirable.
—¡Disminuye, acelera, haz algo, Dasha!—grité, a sabiendas que la chica intentaría pegarle.
Y yo no podía hacer nada.
Tocó con su carrizo mis pies, dándoles una ligero topada que me mandó a quejar, haciendo que la rubia me mirara de reojo, dándose cuenta que no tenía conmigo lo que me había dado. Vi su estupor.
No le quedó más remedio que retroceder, provocando que la moto oscilara con tirarnos.
Di un pequeño grito, ella una maldición.
La pareja cruzó la meta, recibiendo una ovación.
Nosotras las segundas.
Fuimos directamente al grupito del que habíamos salido.
Frenó un poco brusco y dió un pequeño golpe con sus pies.
—Esa maldita descarada...
Uno de sus compañeros se acercó.
—El segundo premio también es un buen dinero.
Aproveché para bajarme y colocar el casco detrás de ella.
Dan se acercó hasta mí, preocupado, tentando algún posible daño.
—¿Qué pasó?
Lo miré—no pude reaccionar muy bien—atiné a decir.
Dasha seguía discutiendo con su grupo y sobre la chica que parecía arruinarle las carreras.
Nosotros optamos por retirarnos.
Había sido mucho por hoy.
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