Capítulo 29
Creo que es la primera vez en mi vida que me levanto tan pronto para ir a trabajar. En realidad, yo soy de ese gran grupo de personas que llora cuando el despertador rompe mis deliciosos sueños. Pero supongamos que ha sido una de mis peores noches y que apenas he pegado ojo. Ayer tras ver a Miguel tuve la sensación de que todo mi mundo tambaleaba. Ilógico, ¿verdad? Tuve la sensación de haber abierto el baúl de los recuerdos y recordé hasta el último detalle.
Obviamente Teresa se disculpó, asegurando que ella no tenía ni idea de que ese maldito imbécil iba a venir. De eso estaba segura, porque mi querida amiga lo detestaba tanto como yo. Pero no podía evitar hacerla, en parte, culpable. De hecho, estoy completamente convencida de que si su relación con Tom, a día de hoy, fuera inexistente, el acontecimiento de ayer jamás hubiera existido.
Me compré unos jeans de color negro, estrecho hasta los tobillos y lo he conjuntado con una camisa blanca anudada en la cintura. He recogido mi esponjosa melena en una trenza crepada. He puesto una base de maquillaje y un poco de colorete en los pómulos. También un poco de mascara para pestañas y brillo incoloro en los labios. Quien realmente me conoce, sabe que he hecho un gran esfuerzo.
Cuando las puertas del ascensor se abren, comienza el caos. El sonido de teléfonos sonando en diferentes partes, trabajadores de un lado a otro y ese olor que caracteriza tanto a la oficina: diría que es una mezcla entre papel y colonias diversas. Camino por el largo pasillo y me doy cuenta que soy completamente invisible. Ni un solo compañero me saluda. Eso hace que en mi boca quede una sonrisa seca. No esperaba que me hicieran la ola ni que me sorprendieran con pancartas con palabras de ánimos, pero ¿ni un triste hola?
En fin. Sigo caminando dirección al despacho, pero justo cuando paso por la sala de café Thiago se une a mis pasos. Sonrío patéticamente, esperando su saludo, algo que nunca llega.
–Necesito que recojas los dosieres que dejé sobre el despacho - me ordena sin dejar de releer un grapado de papeles que sostiene entre sus manos. – Coge también el Mac y mi teléfono.
Ni siquiera se molesta en mirarme un solo segundo. No esperaba, al igual que la entrada a la oficina, una bienvenida con una fiesta sorpresa, pero esta indiferencia tampoco. Ni un simple 'me alegro de verte'.
–Sobre la mesa también encontrarás un uniforme, con el cual espero verte vestida todos los días a partir de ya. Por fin me dirige la primera mirada, pero esta me duele cuando me recorre con sus ojos, de pies a cabeza, con desaprobación. – Así que cámbiate de ropa lo más rápido posible – fija su mirada en su reloj de muñeca. – Tenemos una reunión importante en menos de media hora. – Justo en la última palabra, rota hacia la izquierda para entrar en el despacho de su padre. Abre la puerta robusta de madera macica, gira el cuello para posar sus desbordantes ojos de color chocolate en mis pupilas y me repite: –Lo más rápido posible.
Y solo me queda decir: Bienvenida Mel, a este mierda e infumable trabajo. Ya recuerdo por qué odiaba tanto compartir espacio con el imbécil de Thiago.
Cuando me atavié esta mañana creí que acaba de elegir la mejor ropa. Y juro que lo pensaba y me sentía muy cool. De hecho, creo que iba muy cool. Pero, claro, ni imaginaba que hoy me disfrazaría de secretaria. El caso es el siguiente: El uniforme consta de una falda de tuvo color granate y una blusa blanca inmaculada bien ceñida. Con 'bien ceñida' no me refiero a que sea extremadamente estrecha, sino, que, casi diría, está hecha a medida. Y hasta aquí, todo perfecto, sino fuera por un pequeño detalle, no por ello insignificante: elegí mis bonitas, pero roídas, zapatillas Converse. Si, lo sé, no pega ni con cola.
Cinco minutos más tarde, abrazo, con dificulta, una enorme montaña creada por dosieres. De mi hombro cuelga el maletín del Mac. Tengo que estirar el cuello como una tortuga para poder visualizar más allá del montón de carpetas amarillas.
Thiago aparece de nuevo en el pasillo, en el cual estaba esperando como una tonta a que saliera del despacho de su padre. Quizá no lo he dicho y quizá sea incensaría la explicación, pero debo sostener entre mis brazos alrededor de una tonelada.
Thiago alza una ceja mientras me observa.
-Voy a hacer ver que no he visto tus horrendas zapatillas, pero mañana quiero que vengas con algo más apropiado.
-Ok – digo con todas ganas de asesinarlo mientras hinco mi barbilla sobre los dosieres para evitar que estos acaben esparramados en el suelo. ¿De verdad quería volver para esto? ¿De verdad me quejé por tener tres días libres? Debo ser idiota. Nota mental: Date de baja cada vez que puedas.
No se molesta en ayudarme viendo que me está costando bastante sostener todo esto que tengo entre mis brazos. Es más, bajamos en el ascensor en el más estricto e incomodo silencio. El fija su mirada en la puerta y yo me fijo en todos los detalles que tiene el techo. Y me doy cuenta de que esto es como todo entre él y yo.
En la puerta nos espera un taxi, he de anotar que Thiago me abre la puerta trasera. Que mínimo. Entre y me arrastro hacia el otro extremo refunfuñando y dejo los dosieres a mi derecha, creando un muro entre nosotros. ¿Por qué está sudando de mi cara?
Thiago coge el teléfono y comienzo a teclear lo que creo que es un correo electrónico, pero lo cierto es que desde mi posición no logro ver su pantalla.
-Ya podrías haberme avisado de que hoy sería un día movido... - refunfuño.
- ¿Desde cuándo un jefe debe advertir a un trabajador que tiene que trabajar en su trabajo? – su pregunta me enfurece más si cabe, sobre todo por ese retintín que advierto en sus palabras. Puedo leer entre ellas: eres una trabajadora y punto. Demasiada tirantez.
- ¿Desde cuándo eres tan borde?
Me mira. Parpadea, y prosigue:
-Desde siempre – puntualiza y finaliza la conversación, prestándole de nuevo toda su atención al maldito teléfono.
- Okey.
En realidad, yo también puedo ser borde. En realidad, todos, si nos lo proponemos, podemos ser borde. Pero claro, no todos tenemos el mismo poder sobre otros. Y supongamos que él está sobre mi, me guste o no me guste.
Solo rezo para que el día finalice lo antes posible. Ya que he podido percibir que todo a punta a que hoy será un día de ¿mierda?
Estira su brazo hasta dejar su teléfono enfrente de mi y me lo entrega.
-He desviado las llamadas del despacho a mi número de teléfono. Atiende todas las llamadas. Estoy esperando una muy importante – justo cuando el taxi estaciona en el lugar donde tenemos la reunión.
-Vale – contesto secamente. Tan secamente como sé y puedo.
Me demoro más de la cuenta intentando coger de nuevo el pesado bulto de carpetas. Thiago resopla exasperado y agarra gran parte del montón. Consigue crear en mi una sensación vulnerable que no me gusta. No suelo tener mal genio, pero cuando este decide despertar, puedo ser destructible con todo a mi paso. Y noto ese cosquilleo en la boca del estómago, deseando vomitar todas mis quejas.
¡Gilipollas!
Camino intentando seguir el ritmo de sus pasos, cosa que se me antoja casi imposible. Casi ahogada logro llegar al lugar. Una vez allí me pide que espere en la recepción mientras él va a informar que ya hemos llegado. Dejo la pila de papeles sobre una de las sillas que adorna la sala y el teléfono de Thiago suena en mitad del silencio. Lo cojo pero nadie contesta, así que cuelgo al no obtener respuesta. Es justo en ese momento cuando llega un Whattsap de Carolina que puedo leer sin la necesidad de abrir el mensaje.
'Anoche fue estupendo. ¿Repetimos esta noche?'
Mi estomago se contrae. Mi pulso se acelera. Y me duele. De verdad me duele. Sin entender muy bien por qué mis ojos se empañan, con las lagrimas pinchando en mis lagrimales. Un sentimiento se despliega en mi interior, la traición acapara cada rincón de mi pecho sintiéndome malherida. Quizá muchos no me entienda porque anteriormente poco me importaba, quizá porque, entonces, mis sentimientos eran existentes. Creí que él también sentía algo especial.
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Hello!
¿Cómo lleváis el martes?
Yo un poco como las locas u.u
Son de esos días que no avanzas ni dejándote el pellejo xD
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