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Capítulo 25

Todos los días amanece y cada rayo de sol nos dicen que hoy es un nuevo comienzo repleto de oportunidades. Menos hoy que desperté con dolor de garganta. Cada vez que trago saliva veo las estrella. Me duele el cuerpo y, aunque no me he mirado la temperatura, puedo asegurar que tengo fiebre. No es muy lógico que en pleno verano esté usando calcetines de lana y chaqueta de punto. Muchos pensarán que lo mejor sería visitar al doctor para que me recete medicinas, pero supongamos que tengo el síndrome de la bata blanca, soy un poco hipocondríaca y los hospitales me tramiten una vibra que no me gusta nada. Principalmente porque le tengo terror a la muerte y cada vez que me pongo mala, sea lo que sea, me visualizo en una caja de pino. Sé que muchos se echarán las manos a la cabeza tras mi declaración, pero he decido automedicarme.

-¿Tienes fiebre?- me pregunta mi madre al otro lado de la línea.

-No, solo me duele la garganta un poco – miento. No puedo decirle la verdad. Mi madre es muy exagerada, sería capaz de venir a la ciudad para cocinar sopa de pollo y llenarme la nevera de zumo de naranja natural. Me obligaría a tomar miel a cada rato. Chasqueo la lengua. Ya sabemos como son las mamás, todos tenemos.

-Tienes la voz muy fea...

- Lo normal.

-Come caliente, Mel.

-Lo haré – la tranquilizo mientras recojo mi bolso que cuelga del respaldo de la silla. Al dar la vuelta bruscamente noto un pequeño mareo. Me apoyo a la pared, escuchando a mi madre parlotear de fondo.

-¿Mel, me escuchas?

-Si, si... - me apresuro a contestar para que no se percate de nada.

-Escucha, tengo que comenzar a trabajar. Te llamo en cuanto tenga un descanso – me explica.

-Esta bien, mamá – me despido y cuelgo para sentarme de nuevo en el sofá.

No sé si podré llegar hasta la oficina. Voy en busca del termómetro, me lo pongo en la axila y espero pacientemente. En mi cabeza saltan las alarmas, quizá esté demasiado caliente. No quiero morir. Un minuto más tarde, el termómetro, suena. ¡Tengo 39'2! Corro en busca de un ibuprofeno, me lo tomo y guardo otro en bolso, junto con un paracetamol.

Consigo llegar a la oficina y aun no me explico como lo he conseguido. Tengo la garganta tan inflamada que apenas puedo vocalizar. Tiro mi bolso sobre el sofá que adorna el escritorio y me siento en mi lugar. Apoyo mi frente sobre la palma de mi mano. Puede parecer exagero pero soy incapaz de soportar el peso de mi cabeza.

Veo la punta de un bolígrafo aparecer entre una de las cortinas de mi cabello, que por cierto, no me he peinado y seguro que tengo nudos como nidos de pájaro en la zona nucal. La punta de bolígrafo parta el pelo de mi rostro, al poco, veo el rotro de Thiago asomarse.

-¿Te encuentras bien? – frunce el ceño levemente mientras sus ojos observan cada poro visible de mi rostro.

-¿A ti que te parece? – tener las anginas como pelotas de pin pon hace complicado la buena pronunciación. Pillándome desprevenida, puede que mis reflejos estén adormilados debido a la fiebre, Thiago plasta la mano sobre mi frente. No satisfecho con el resultado, plasta ahora los labios sobre mi frente.

- ¡Estás ardiendo, Mel! – eleva la voz alarmado.

-No grites...- le hago un gesto con la mano para que modere su volumen.

-¿Te has tomado algo? – me pregunta. Asiento en modo de respuesta. -¿Qué te has tomado?

-Un ibuprofeno – le explico con una mueca de dolor al moverme sobre el asiento.

-¿Cuánto hace?

-Media hora –. Por Dios, que no me haga más preguntas, apenas sé si sacaré valor y fuerza para contestar de nuevo. Thiago mira su reloj de muñeca con el ceño completamente marcado. Se ve tan sexi así...

-Vale, aun tardará un poco en hacer efecto. – Se pone de pie y camina hacia la puerta. A cada paso su culo se marca de una manera muy sensual. Supongamos que la fiebre está haciendo sus efectos secundarios y está consiguiendo dejar mi mente volar de la manera más sucia.

Unos instantes después aparece con un trapo en la mano. Sin avisar lo aplasta en mi frente y en seguida noto un frío que hace que castañee los dientes. Me remuevo para liberarme de su contacto, pero Thiago no me lo consiente.

-Quédate quieta, Mel. Esto ayudará a que baje la fiebre más rápido – dice dejando ver su escasa paciencia.

-No me quiero morir – musito creyendo que son mis últimos momentos de vida. Mis ojos se empañan con lágrimas amenazantes, a punto de manifestarse en caída libre por mis mejillas.

Thiago ríe flojito.

-No te vas a morir – expresa con un deje burlón. Sus ojos tienden a cerrarse cuando sonríe y sé que no debería decirlo, pero me fascina su sonrisa. – Debes irte a casa y descansar.

-Tengo que trabajar – Saco el paño de mi frente e intento recobrar la compostura ya que había quedado casi tumbada en mi asiento.

-No, te vas a casa – se levanta de nuevo y tira de mi. Yo, obviamente, me resisto, pero como las fuerzas me flaquean acabo empotrada a su pecho mientras el me abraza para conseguir llevarme a rastras. Me aferro a la esquina de la mesa, pero esta se escurre de mis manos con demasiada facilidad. Creo que me estoy mareando de nuevo.

-¡Thiago, no me quiero ir! – le replico. No quiero volver a casa y menos cuando las cosas están tensas con Teresa. Me besa. Si, me besa. Sin venir a cuento aplasta sus labios sobre los míos. Lo suficiente para que la poca autoridad y energía acaben esfumándose en un tris. Posa sus manos encima de mis posaderas y me alza sin esfuerzo, como si no sostuviera entre sus brazos toda una Mel enferma. Aparta sus labios y mirándome a los ojos, habla:- No me lleves la contraría a cada paso, lo haces todo mucho más complicado. Cuando me doy cuenta ha conseguido sacarme del despacho conmigo a cuestas.

-Déjame en el suelo, por favor – le suplico ruborizada viendo que somos el centro de atención de todas las miradas. Niega con la cabeza sin dirigirme la mirada mientras presiona el botón del ascensor. – Estoy de prueba, mi jefe puede despedirme.

-Voy hacer ver que no te estoy escuchando. – noto como bota su pecho, lo cual me dice que se esta riendo.

-Mejor, porque es un estúpido engreído – pellizca mi culo. - ¡Aii!- me quejo frotando la zona.

-Que esté haciendo ver que no te escucho no significa que no lo haga.

Trago saliva y tengo que cerrar los ojos para sobrellevar el dolor.

Por fin las puertas del ascensor se abren, pero noto como todos los músculos de Thiago se tensan, quedando su pecho duro. Que delicioso pecho...

Giro mi cuello y veo a una mujer que ya recuerdo. Si, hombre, esa que es toda una arpía: Carolina.  

Yepaaa!!! prometí capitulo hoy y soy (o al menos o lo intento) de palabra. 

¿Creéis que este par de locos acabaran amándose hasta los huesos? 

Todos sabemos que decir 'Nunca y jamás' acaba volviéndose en nuestra contra.

Que paséis un excelente fin de semana!!!! 

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