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Todavía puedo salvarte (Día 2)

Temática (20 de Septiembre): Mermaid.

Sinopsis: Keigo había pensado que estar solo era lo mejor. De esa manera evitaba meter en problemas a su madre, hasta que empezó a anhelar un amigo. Y hará lo que sea para ayudarlo.



[***]


—Arriba, mocoso holgazán.

La oleada de frío de la madrugada le disparó tan fuerte que pegó un respingo en su cama de heno tibio y le hizo estornudar. Los débiles rayos lunares le permitieron enfocar la imagen borrosa que había venido interrumpir su sueño al arrancarle su tibia manta deshilada.

Cuando reconoció la silueta de su padre, sus ojos dorados brillando peligrosamente en la oscuridad, se levantó de su incómoda posición en el suelo, enderezándose como una pequeña burla de soldado.

Los animales del establo tampoco encontraban grata la interrupción del hombre a horas tan tempranas. Las vacas mugieron incómodas y temerosas, el par de yeguas viejas del fondo relincharon con molestia y las gallinas se alteraron en sus nidos individuales, los pocos pollos que estaban agrupados en el nido de heno de Keigo corrieron a esconderse detrás de sus madres. El señor Takami no cambió su semblante intimidante, levantó la cubeta de limpieza y se la dejó caer en las pequeñas manos de su hijo, quien hizo un esfuerzo por no tambalearse, todavía medio dormido.

—Ya es hora de limpiar —gruñó, arrugando la nariz con desdén—, no me hagas venir a buscarte de nuevo, o lo lamentarás, Keigo.

Dócilmente y sin quejarse del golpe, el niño rubio asintió, solemne, mirando hacia abajo.

Takami escupió a un lado y se fue del establo dando grandes zancadas furiosas mientras insultaba al chico, mencionando lo desagradecido al no trabajar para ser digno de su comida.

Cuando Keigo ya no escuchó a su padre, volvió a desplomarse en su nido, aspirando profundamente varias veces para lograr calmarse. Las secuelas del trabajo duro del día anterior todavía padeciendo en su cuerpo, y la discusión tan temprano solo había empeorado el dolor en su cabeza.

Sin la presencia del aterrador hombre, los pollitos salieron del refugio de sus madres y volvieron a agruparse al lado de Keigo, como buscando darle calor y ánimos. El niño dejó la cubeta para limpieza a un lado y tomó a un pollo especialmente pequeño, que había saltado a su regazo en búsqueda de atención, de un bonito color blanco con plumas cafecitas que si entrecerraba los ojos, podían verse rojas, al igual que sus propias plumas y empezó a acariciarlo en un acto de relajación mediante meditaba.

Su padre últimamente había traído nuevas mercancías del mercado negro, lo que había repercutido en mayor trabajo para su joven hijo que se encargaba de gran parte de su cuidado; parece que al hombre le estaba yendo bastante bien en la captura de criaturas mágicas y raras, aún así, su estilo de vida y el de su madre continuaba siendo deplorable. Con él durmiendo en los establos como otro animal más y su madre cada vez más delgada, forzándose a preparar mayores cantidades de fármacos y pócimas para las criaturas de su esposo.

Y por si fuera poco, el hombre les obligaba a trabajar duro porque era lo suficientemente egoísta y desconfiado como para contratar más personal, obligando a sus familiares a desempeñar de obreros a tiempo completo y con una paga pésima.

Se levantó cuidadosamente para no aplastar a ningún pollito y lanzó un pronunciado suspiro. Tomó la cubeta y se preparó para empezar un laborioso día cuando el sol ni siquiera había salido. Dejó que los pollos se acomoden en su improvisado nido y se despidió de los animales del establo.

Nunca se lo había comentado a nadie (sobretodo cuando no había nadie a quien realmente comentar), pero desde más joven se había percatado que podía entender a los animales, no en la estricta palabra de la comunicación, pero podía percibir cómo se sentían al prestarles atención y atenderlos con mayor aprecio, como respondían de manera positiva y agradecida de que se tomarán en cuenta su bienestar, aunque recibía más que un par de ruidos como respuesta, las plumas carmesí creciendo en sus brazos le indicaban que había más que eso.

A muy pronta edad había entendido que esa habilidad era mejor que fuera mantenida en secreto. A los ojos de sus padres, Keigo no había sido más que un accidente. Algo que nunca debió ocurrir. Cuando Takami tomó más de la bruja Tomie de lo que debía, provocando un embarazo que ninguno deseó y que solamente entorpeció los poderes de Tomie, evitando que durante una temporada considerable ella no pudiera identificar las criaturas de interés de su esposo ni preparar insumos necesarios para sedarlos o tratarlos, obligándolos a huir de donde vivían antes ante la inminente captura de la trata de criaturas ilegales que realizaba Takami y que no podía eludir sin los poderes de la bruja.

Tomie había creído que todo ese dolor habría valido la pena si su hijo heredaba un par de sus poderes, Takami también había ansiado eso. Pero resultó que más allá de su excéntrica naturaleza de producir plumas rojas inútiles en su cuerpo y sus patas escamosas de pollo, el niño no tenía nada especial.

Keigo pensaba que era mejor así, mientras limpiaba las heces de una jaula cuya criatura no había despertado todavía. Sus plumas creciendo en sus brazos y espalda eran demasiado llamativas incluso si sólo crecían como si fuera cabello y eran suaves. Algún raro pudo haberlo encontrado atractivo y Takami no hubiera dudado en venderlo. Pero como lo veía inútil y patético, lo obligaba a trabajar en sus criaturas que sí valían la pena.

Por supuesto, pero eso mismo que lo mantenía a salvo de no ser vendido, también lo había apartado de su madre, porque, en palabras de su padre, la distraía.

Keigo tenía pocos recuerdos de Tomie, con ella principalmente trabajando en grimorios, pociones y medicamentos, apenas dedicándole una segunda mirada. Es cierto que era más cómodo dormir a su lado que en el establo, y cuando su padre le dejaba comida a ella, ella lo repartía de manera poco equitativa, recibiendo él la mayor porción del alimento.

Nunca había entendido a su madre. Era silenciosa y tenía una mirada espeluznante, sus enormes ojos sombríos y oscuros que nunca parecían pestañear, atentos a cada miserable detalle, encerrada en una pequeña habitación donde no salía al menos que su padre lo indicará. Pero había sido la única persona en su vida que había velado por él y había mantenido una conversación suave, sin gritos y sin interés, porque la bruja Tomie no tenía ninguna idea sobre que hablar con un mocoso que estaba encerrado en la misma habitación que ella y se dedicaba todo el día a observar lo que hacía y hacerle compañía en silencio.

Cuando terminó de ponerle comida a la criatura, notó como su cría estaba aferrada a su madre. Pronto iban a ser separadas, el bebé terminaría en una granja donde seguramente sería explotado para reproducir la especie o bien, servido en un restaurante excéntrico mientras que la madre iba a ser vendida a un circo, pasando el resto de sus días preguntándose qué fue de su bebé.

Se preguntó si su madre pensaba en él. Todavía recordaba cómo su padre había llegado hecho una furia porque Tomie ya se había retrasando más de una semana en la fabricación de las pociones y sedantes, y las mejores presas se le estaban escapando al no contar con un medio para tranquilizarlas.

«¿Quieres volver al Senado? ¿Eso quieres? ¡Dijiste que me serías útil si te liberaba! ¡Di mi pellejo para sacarte de ese lugar! ¡Ponte a trabajar!».

Todavía podía recordar sus gritos claros retumbando en la habitación, con él escondido debajo de una manta gruesa y suave tal y como le había indicado su madre que hiciera cada vez que Takami entrara. Su padre nunca le había dedicado una segunda mirada en todas las veces que había visitado a su madre. Keigo estaba seguro que apenas registraba su presencia, seguramente pensando que había muerto hace mucho.

Ese día en especial, Takami había estado bastante molesto, hablaba de libertad, agradecimiento y devoción que esperaba por parte de Tomie, al mismo tiempo, que jalaba las cadenas de acero que ella poseía en sus palmas y sus pies, mientras la humillaba con sus gritos. Su madre solamente mantenía la cabeza baja, dócil y arrepentida, pidiendo un poco más de tiempo. Entendió que más que temerle a su padre, temía que él ya no la considerara útil y la devolviera al horrible lugar del cual la había sacado, de donde estaba dispuesta a trabajar para Takami y soportar su temperamento detestable.

Su padre, que nunca le había dedicado una segunda mirada desde que tenía memoria, clavó sus orbes dorados en su pequeño cuerpo en la cama, la cicatriz en su ojo  izquierdo viéndose más aterradora con su ceño fruncido de manera pronunciada.

«Todo es por este mocoso. Desde que decidiste hacerte cargo de él, pasas más tiempo dormida y mimandolo que trabajando».

La manera amenazadora en que su padre se había acercado para sacarlo de la cama, jalando de las plumas largas de su espalda, lo dejó suspendido en el aire.

Fue la única vez que vio en su madre una expresión diferente a la apatía, sus grandes oscuros abriéndose todavía más, dando la impresión que eran grandes pozos llenos de lodo y cadáveres. Se levantó del suelo en el que estaba arrodillada, el sonido chirriante de las cadenas de sus pies arrastrándose con el movimiento. Pero no dijo nada, su mirada fija en su hijo y luego en su esposo.

«Me encargaré del asunto. Mis pócimas. Ahora».

«Las tendré mañana temprano». La voz temblando de su madre eran de las últimas cosas que había escuchado de ella. Sus ojos una vez más se habían clavado en su hijo. «Lo prometo».

«Bien».

Finalmente, Takami había decidido irse, pero con Keigo todavía colgando de las plumas, lastimándolo por mantenerlo de esa manera, con el pequeño pataleando para que lo soltaran.

«Por favor, no. No quiera estar de nuevo...».

La voz de su madre se había ahogado cuando Takami se había girado a verla de una manera furiosa que la hizo encogerse en su lugar. Tomie no apeló más, no suplicó ni se despidió. Sus ojos, por primera vez, arrugados como si acabaran de apuñalarla, estuvieron fijos en Keigo hasta que la puerta se cerró.

Y nunca más la había vuelto a ver.

—Todavía podría visitarla —dijo en voz alta mientras alimentaba a una criatura encadenada que solamente lo seguía con sus múltiples ojos—. Se donde está, y más o menos la hora cuando el viejo no está, pero...

Keigo no estaba segura si su madre quería volver a verlo. Después que su padre lo sacara de la habitación donde residía su madre, lo había dejado abandonado en un establo para hacer uso de él cuidando a las criaturas que comercializaba. Incluso en el enorme establo y la libertad que su madre no poseía al no tener grilletes atados a un escritorio, no sintió que su relación con su madre fuera algo tan relevante.

Entendió que ella solamente se había impregnado a él por ser una mínima compañía en su solitaria habitación. No por un vínculo real. De la misma manera que él se había encariñado con los animales del establo, pero que aunque entendiera lo que ellos querían, no podía establecer un vínculo.

Se había sentido solo y abandonado por su madre los primeros años. Pero Takami no volvió a molestarla cuando ella dejó de distraerse con él, volviendo a ser la diligente bruja con la que su padre se había arriesgado a casarse. Así qué tal vez, su madre estaba mejor así. Temía que si la buscaba, volvería a provocar que su padre le gritara y la lastimara, era mejor así, aunque todavía extrañaba conversar con alguien que si le respondiera y le llamara por su nombre.

Se detuvo un momento en la nueva adquisición de su padre. Había llegado a muy entrada horas de la noche y el escándalo de los trabajadores para moverla fue suficiente para interrumpir el poco sueño de Keigo. Pero no se había asomado a ver, el ruido de hierro y forcejeo se mezcló con los insultos y maldiciones, logrando quedarse dormido en algún momento.

Ahora que veía que era, se preguntó qué había adentro para causar tanto revuelo. Habían fortificado la jaula para peces alrededor del agujero del estanque y escuchaba un lejano chapoteo, al igual que de vez en cuando, golpes en la estructura. Pero no alcanzaba a ver nada gracias a la pared fortificada anoche.

No había habido criaturas acuáticas en mucho tiempo, debido a que su padre no tenía tacto para atenderlas, y terminaban muriendo antes de ser vendidas. Así que el estanque había estado vacío por mucho tiempo, tanto que el agua se había secado y la flora había crecido en el fondo, seguro tuvieron que pasar por muchos problemas para volver a llenarlo a una altura decente, asegurándose que lo que sea que estuviera adentro no pudiera salirse ni arrastrando. El techo que le habían añadido evitaba que entrara la luz solar y se veía como si no fuera fácil respirar dentro.

Se acercó más y buscó alguna ficha de indicaciones para saber qué clase de restricciones tenía la criatura o cuales serían los cuidados. No encontró ninguna. Sea lo que sea que había ahí, era todavía aún más ilegal que todas los otros seres que tenía que cuidar.

Contempló si su padre estaba cerca, antes de subir las escaleras que llevaban al techo, el cielo estaba despejado a diferencia de anoche, así que la jaula estaba caliente, y como presintió, no tenía muchas aperturas para respirar, en su lugar habían compuertas pequeñas que se abrían como paneles, y solamente tenía dos abiertas. Keigo abrió unas más para tener mayor visión del interior.

—¿Te han alimentado? ¿Cómo estás? —preguntó arreglándose para abrir otra pequeña compuerta para que el aire ventilara, pero que no permitían que algo saliera de ahí al menos que fuera del tamaño de su puño.

Las plumas en su piel debían de ser lo suficientemente susceptibles para captar alguna respuesta de la criatura dentro, pero no sintió nada que le permitiera retroceder a tiempo.

De las compuertas que acababa de abrir, había salido una mano pálida que le clavó sus uñas afiladas y rojas en el brazo, apenas percibió el sonido de algo saltando y colgándose del techo.

Se quedaron quietos. Keigo veía como su sangre se derramaba, las gotas de sangre salpicando en el fondo del estanque después de deslizarse de las uñas de la criatura, pero el dolor no fue digerido por su mente, no cuando era, lo que parecía una mano humana ligeramente escamosa, lo que lo sostenía con la intención de arrastrarlo al fondo.

Estaba tan paralizado de la impresión que apenas registró como la criatura se balanceaba, todavía colgada del techo, golpeando con algo duro del mismo para buscar liberarse mientras jalaba su brazo hacia adentro de la jaula.

Keigo llevaba mucho tiempo cuidando criaturas peligrosas como saber que no debía permitir que su brazo entrara a una jaula de algo que ni siquiera podía ver con claridad. No si quería mantenerse en una pieza.

Colocó sus pies firmes y empezó a jalar en el lado contrario. Sus plumas de los brazos se erizaron como a un erizo, pinchando la palma del ser, y  pateó la otra mano que sobresalía, aquella que le ayudaba a mantenerse colgada en el aire.

Escuchó un golpe seco contra el agua, y supo que había caído. Intentó cerrar de nuevo las compuertas que había abierto, obviando el arder de su brazo. Era una criatura peligrosa y seguro su padre había hecho bien al restringirla de oxígeno.

Pero cuando estuvo a punto de cerrar la última, sus miradas se cruzaron, Keigo notó el destello gris azulado como el brillo de la luna al fondo del estanque, con un cabello plateado cubierto de algas rojas tapándole parte de la cara, pero no lo suficiente para no distinguir su fisionomía.

Era el rostro de una niña.

...

Para el mediodía ya había limpiado la mayoría de las jaulas, pero todavía hacía falta dar los antibióticos a los animales que estaban enfermos y alimentar a los nuevos. Antes de pasar al comedor, se aseguró que la venda en su brazo herido estuviera bien puesta por décima vez, y se bajó la camisa hasta las muñecas. Siempre trabajaba con camisas arremangadas pese a que a las plumas en sus brazos odiaban estar encerradas, siempre se aseguraba de bajarlas cuando su padre pasaba, porque a diferencia de las plumas en su espalda, Takami veía especialmente asquerosas la de sus brazos y cuello. Así que Keigo estaba seguro que no vería extraño que tuviera la manga hasta las muñecas, seguramente agradecido de no ver sus plumas sin saber que estaba ocultando una herida.

Pasó por el comedor, preparando su plato con lo que hubiera para comer y alejarse de ahí rápidamente. Quizás hubo un tiempo en que disfruto comer en la misma mesa con su madre, pero nunca intentó retomar el hábito con su padre. No había razones para quedarse ahí.

Estaba a punto de irse a comer afuera, debajo de algún árbol, cuando vio a su padre entrando, caminando un poco patojo, mientras fumaba y leía unos papeles, apenas registrando la presencia de su hijo.

Se percató de que tenía varias vendas en los brazos y piernas, que seguramente fueron puestos por su madre por la manera en que estaban arreglados. Se preguntó si había sido la misma criatura que lo hirió quien había proporcionado tal daño.

Debía estar agradecido que su padre no buscara amonestarlo por cualquier tontería está vez, así que había decidido simplemente desaparecer del comedor como si nunca hubiera estado ahí antes que Takami lo viera. Todo era más tranquilo cuando no confrontaba a su padre.

Entonces, la mirada de la niña en el estanque le rebotó en la consciencia. Ella no había intentado hablar con él, solo se había lanzado a atacar en cuanto vio la oportunidad, como cualquier otro animal privado de libertad hubiera hecho. Pero algo en su mirada penetrante le había hecho pensar un poco más en ella el resto de la mañana.

Había una viveza y energía que Keigo nunca había visto en sus padres. La incertidumbre de unos ojos que habían visto un mundo que no podía imaginar. Y un dolor agudo al verse encerrado en cuatro paredes, traicionando su sentido de libertad y autonomía.

Keigo anhelaba sentir esa libertad que la chica sentía que le habían arrebatado. Necesitaba saber más de ella.

—¿Padre? —Takami solo expulsó una bocanada de aire mientras le servían comida, la mujer encadenada y sin expresión apenas les había dirigido una segunda mirada cuando se volvió a recluir en la cocina—. ¿Cómo debería de cuidar la nueva mercancía? No pusiste ninguna indicación.

El tema pareció despertar a Takami, su mirada dorada y nauseabunda atravesando el cuerpo de su hijo.

—Aléjate de ella —musitó entre dientes—. Será muy valiosa en el futuro, pero por el momento solo es una mocosa bastarda —Levantó el brazo cubierto de heridas, confirmando que había sido la niña la precursora de ellas—. Además, está siendo disciplinada, necesita ser más dócil para conseguir un mejor precio. Así que no te acerques a ella, ignorala. Yo me encargaré luego.

Keigo asintió cuando Takami volvió a fumar, desconectándose de la conversación.

Bueno. Si su padre iba a hacerse cargo de ella, era bueno ¿no? Siempre le dejaba todos los trabajos pesados y cuidados a Keigo, uno menos no causaba mucha diferencia, pero era al menos un problema del cual no tenía que pensar.

Entonces, ¿por qué se sentía tan angustiado por eso? Sabía que su padre no era una persona que tuviera mucha paciencia, y si ella le había atacado, le esperaba toda una cruel odisea.

...

Después de casi 5 días. La conciencia ya no pudo con Keigo.

Había estado más pendiente de su padre los últimos días, como esperando que se le pasara la furia de las heridas y decidiera atender a la chica. Pero eso no pasó ni por asomo. Su padre se dedicó a beber, quejarse, hacer uno que otro trabajo ilícito y luego volvía a seguir embriagándose, parecía que había olvidado la presencia de la chica en el estanque.

Mientras caminaba con un poco de verduras y carne en una de las pocas mantas que tenía para su uso personal, Keigo se preguntó si la chica siquiera estaba con vida. Estar atrapada en el agua, sin nada que comer o beber más que tus propios desechos, además de recibir el calor rebotando en la cabina de hierro que estaba encerrada... Tenía que ser horrible.

La última compuerta del techo seguía entreabierta, tal como él la había dejado el primer día en que se asomó, lo que indicaba que su padre ni siquiera se había acercado ahí.

Decidió esta vez quitarse la camisa, normalmente podría escuchar las cosas acercarse solo con las plumas en su espalda y las expuestas en sus antebrazos, pero la niña había sido tan rápida la última vez que fue capaz de atacar sin que se diera cuenta. Esta vez no quería correr el mismo riesgo, al menos quería reaccionar a tiempo para retroceder y no obtener una nueva cicatriz.

Sintió una brisa gélida tras pasar por las plumas de su pecho, sus plumas se pusieron rígidas ante la sensación fría. Suspiró con satisfacción, era agradable no tener nada puesto que entorpeciera las vibraciones de las plumas.

Agudizó sus sentidos, subiendo la escalera lentamente mientras trataba de escuchar o sentir alguna vibración dentro de la piscina. Silencio total.

Las pequeñas plumas en su nuca se erizaron, seguidas de todas las demás. Ahí, una respiración. Era tan suave que era casi inexistente.

Abrió la boca, pensando en saludar, pero nuevamente la imagen de su primer encuentro se concretó, decidiendo guardar silencio y terminar de abrir la compuerta con la misma delicadeza que había subido las escaleras.

Echó un vistazo y pegó un respingo cuando un par de ojos lo recibieron desde el fondo, en el extremo opuesto a donde estaba. Largo cabello blanco en la cara con mechones rojos como algas resaltando sus brillantes ojos turquesas.

Sin duda era una chica. Posiblemente de su edad. Aunque no del todo como él. Keigo sabía que no era un humano normal, a los niños comunes no les crecían plumas por el cuerpo. Podía decir con certeza que ella tampoco era una niña ordinaria, al menos que sea algo común en las chicas tener una larga cola de pez albina en lugar de piernas.

La cola se agitaba con tal silencio en el agua que apenas provocaba ondas en la superficie, pero podía verla, los tonos perlados de las escamas como lavanda casi fundiéndose con el agua como camuflaje.

Ella tenía una expresión sombría, nada como la viveza que tenía la primera vez que la vio. Sus enormes ojos abiertos sin pestañear y sus labios fruncidos. Parecía dispuesta a lanzarse sobre él de hacer un movimiento en falso, pero tampoco parecía tener ganas de atacar. Sus brazos tensados a sus lados, como si estuviera lista para el ataque.

Keigo tragó saliva, el fantasma de sus uñas gélidas atravesando su brazo como si fuera mantequilla, descargando oleadas de dolor indescriptible que amenazaba con congelar su cuerpo y arrastrarlo al fondo del estanque, incluso si tenía que hacerlo pedazos en el transcurso.

Levantó otro pestillo de la compuerta, dejando mayor acceso a su cuerpo. Alzó ambas manos como para indicarle que no venía armado. Ella miró la bolsa en sus manos por un momento antes de volver su vista a él, sus ojos no pestañeaban.

—Solo traigo algo de comida —comentó nervioso, su silencio lo ponía incómodo—. ¿Ves? Vengo en paz. Seguro debes tener hambre...

Cuando no respondió, Keigo suspiró y empezó a buscar en donde dejaba caer la bolsa. Unas cuantas de sus plumas viejas desprendiéndose, pero apenas se percató de ello, sus plumas se caían todo el tiempo, y era tan normal para él como perder cabello cuando se peinaba con los dedos.

Finalmente escuchó un chapoteo cuando lanzó la bolsa en una zona con tierra para evitar que se mojara, rápidamente sacó la mano para evitar que la chica volviera a agarrarle del brazo, notando como ella apenas se había movido. Su único rasgo diferente era que las ondas de su cola habían cambiado, atrayendo a ella las plumas escarlatas que flotaban en el agua.

La niña sostuvo una con delicadeza, la observó ladeando la cabeza y luego su cabeza subió a él. Su ceño fruncido, pero sus ojos brillando con curiosidad, lucía menos a la defensiva que antes.

Parecía como que iba a decir algo, pero sus plumas se inflaron, empezando a lastimarle en las articulaciones. Alguien se acercaba.

—Hablamos luego —expresó torpemente, cerrando rápidamente los pestillos—. Disfruta la comida —Estuvo a punto de bajar todas las escaleras de un salto cuando recordó algo, volviendo a mostrar su rostro por la compuerta al segundo—. Me llamo Keigo por cierto, un placer, espero que nos llevemos bien señorita sirena —Le sonrió.

Bajo de un salto, poniéndose rápidamente la camisa. Corriendo hacia los establos. Escuchó a su padre hipar a sus espaldas, seguramente pasando de largo justo donde él había estado.

Cuando llegó empezó a cambiar el agua a los animales para que su padre no creyera que estaba holgazaneando. Quizás era porque constantemente estaba expuesto al peligro, o porque no era la primera vez que una que las criaturas que cuidaba le atacaba, o porque tanto tiempo viviendo en el filo del peligro le habían hecho perder el sentido común o porque simplemente llevaba demasiado tiempo en ver otro rostro humano además del de su molesto padre que Keigo quiso volver a ver a la niña. Tuvo la impresión que podían llevarse bien.

Inconscientemente se pasó la palma en uno de sus antebrazos, las pequeñas costras de las heridas provocadas por ella, abultándose entre sus plumas.

—Bueno, no he hablado con alguien sensato en mucho tiempo —Le restó importancia mientras se lo comentaba a la vaca que estaba comiendo enfrente de él—. Y dudo que ella sea tan horrible como el viejo. Habría que intentarlo.

Tal vez, podría por fin hacer un amigo.

...

Ella iba a ser movida a la zona de los cocodrilos, dentro de una de las construcciones de la manzana. Keigo estaba ansioso. Desde la última vez no había podido ir a verla de nuevo o dejarle comida, puesto que los asistentes eventuales de su padre habían estado configurando la zona para su nueva inquilina.

Su padre no había estado feliz en invertir más en ella. Así que andaba de mal humor todo el tiempo en que el equipo estuvo haciendo reparaciones, con él supervisando el trabajo. Así que Keigo no tuvo más opción que ver desde lejos y evitar a su padre para no ser presa de su ira.

Pero no podía concentrarse en su trabajo. Todos esos ruidos intensos y el sonido del agua correr lo ponía nervioso. Finalmente terminó asomando la cabeza por una zona poco vista y jadeó cuando vio a la chica en una jaula para leones, parte de su cola saliéndose un poco.

Su respiración era irregular, su piel blanca parecía desprender partículas transparentes como piel de vidrio. Las pupilas eran tan pequeñas que parecía que sus ojos estaban completamente blancos. Parecía sedienta por la manera en que abría y cerraba los labios, como si quisiera remojarse el interior con cualquier cosa que hasta había agotado su saliva. Desde su distancia no podía saber que le estaba diciendo su padre con tanta furia al golpear la jaula con una espada, el ruido parecía hacer sufrir a la chica, pues su cola golpeaba con mayor fuerza, pero carecía de vigor peligroso.

Vió como su padre abrió la compuerta de la jaula, pero la niña ni siquiera se movió para huir, demasiado cansada como para moverse para salir, pero lo suficiente aterrada por el hombre como para tratar de retroceder hasta chocar con las rejas.

Takami tenía una expresión colérica, harto de la situación en que se había visto obligado a tomar partido. Tomó a la chica del largo cabello y se lo cortó con un tajo irregular, dejándola caer con fuerza y sin cuidado alguno. El largo cabello albino y de mechones rojos yacía en sus manos y se lo dio de mala gana a uno de sus asistentes; parecía que había vuelto a su personalidad de comerciante, tratando de sacar el mayor provecho de su mercancía.

Keigo sabía que era mala idea, acercarse demasiados lo exponía a ser descubierto por su padre y ahí no iba a poder contarla. Pero no pudo evitar sentir que se le apretaba el corazón cuando la niña desvió la mirada de su padre y  empezaba a temblar, cada vez respirando con mayor dificultad.

Corrió de regreso a donde estaba trabajando y tomó una cantimplora llena de agua y una manta, humedeciendo un poco la última. Tenía que ser muy sigiloso y rápido. Vio sus piernas tan semejantes a una gallina, estiró los dedos y los flexionó, como preparándose para correr.

Llegar a la jaula no era tanto el problema, salir de ahí lo era, pues tendría que volver a esperar a que todo se alineara para huir sin ser visto. Pero ya lo pensaría después.

Tomó fuertes respiraciones y apretó las cosas contra su pecho, su corazón golpeando contra su cara torácica con desenfreno. Sintió sus plumas erizarse, algunas, incluso, sobresaliendo de su ropa por lo afiladas que se habían vuelto, y empezó a correr. Sus piernas más silenciosas y veloces que nunca.

La cara de la niña estaba volteada a donde él iba a aparecer. Así que ella lo vio llegar antes de que estuviera frente a la jaula.

Keigo hizo una mueca. Ella se veía peor de cerca. Sus labios partidos por la sequedad. Su cabello enmarañado. Su piel como mudando escamas. Y sus ojos...

Donde antes Keigo había visto brillo y viveza, donde antes sintió que podían atravesarlo con una mirada por lo sombría que resultaban. Donde antes había cualquier tipo de emoción que indicaba que la chica seguía dispuesta a combatir para vivir ahora no había nada.

Sus ojos se habían dilatado, incluso cuando tenía fija la vista en él, Keigo no estaba seguro que le estuviera viendo. Se agachó para quedar a la altura de su rostro, vio como la niña movía la nariz en su dirección, como tratando de reconocerlo con otros sentidos. Sus movimientos lentos y cuidadosos daban la impresión de que le costaba cada actividad.

Keigo miró a varias partes antes de meter su mano a la jaula, destapando la cantimplora.

—Ten cuidado, bebe despacio —susurró preocupado al verla cada vez más seca. Como si estuviera consumiéndose mientras más tiempo pasara fuera del agua.

Ella rápidamente giró la cabeza hacia la botella, reconociendo de inmediato que había adentro y abrió la boca. El lento chorro le sacó una larga respiración y un suave gemido de satisfacción. Intentó levantar la cabeza para morder el instrumento y hacerse con todo el agua de golpe, pero apenas podía levantar la cabeza, teniendo que quedarse quieta para recibir el chorro suave de Keigo.

Cuando el agua se acabó, el chico pasó la manta húmeda por su rostro, limpiando un poco las escamas cristalizadas levantadas de su piel; nuevamente, la niña se giró a su dirección, sus ojos turquesas vibrando un poco. Y Keigo no pudo evitar esbozar una sonrisa, no había hecho mucho, pero tal parecía que para ella había sido más que suficiente si empezaba a ver sus ojos brillantes.

O eso pensó hasta que sus ojos literalmente se llenaron de agua, no derramó ninguna lágrima, pero parecía que aunque quisiera no pudiera hacerlo. Sus ojos estaban hinchados y parecían dos pares de bolsas llenas de agua, viendo como el líquido se movía dentro de ellos sin derramarse.

Keigo no sabía qué hacer, se sentía tan impotente al saber que no podía aliviar su dolor más que darle un poco de agua en lo que terminaban su nueva jaula. No era la gran cosa, ni siquiera era tan fuerte o valiente como para ayudarla a salir de ahí o enfrentar a su padre. Sus delgados brazos temblaban mientras limpiaba el cuerpo de la sirenita mientras sus ojos dorados se movían ansiosamente de ella hasta más allá donde estaba trabajando Takami.

Se sobresaltó cuando sintió el tacto gélido en su brazo dentro de la jaula, y recordó tardíamente cómo ella lo había atacado antes. Su primer impulso fue sacar el brazo y alejarse de un salto, pero su cuerpo no se movió ni sintió el toque como una amenaza.

La pequeña pasaba su palma muy lentamente por su brazo, levantando un par de plumas rojas en el proceso. El tacto era tan relajante que Keigo olvidó por un momento donde estaba.

—Ke... Kei... —Su voz carrasposa por el esfuerzo, apretando un poco su brazo—. Keig... Keigo...

El rubio pestañeó un par de veces, perplejo. Un escalofrío inquietando sus plumas. Pensó en cómo nadie decía su nombre, el fantasma de la voz ronca y cansada de su madre siendo la última persona que lo mencionaba, sobreponiéndose al tono débil de la niña. Intentó asimilar cómo es que la frágil voz y carrasposa voz quedaba con un rostro tan suave y delicado, indicando que el más mínimo arrastre de sus cuerdas vocales le estaba ocasionando una gran dificultad.

Pese a eso, no pudo evitar la amplia sonrisa que brotó de sus labios, se sentía tan bien tener alguien con quien platicar que no fuera de manera unilateral con su padre o los animales. Dejó de lado toda preocupación, metiendo su otra mano en la jaula y empezó a acariciar la cabeza de la chica.

—¡Si, si! —exclamó emocionado, sus ojitos dorados brillando—. ¡Recuerdas mi nombre! ¡Soy tan feliz!

La aleta dio un suave golpe en el fondo, el afecto siendo receptivo para la chica. Ella se esforzó por darle una sonrisa también al verlo tan emocionado.

—Fu... Fuy... Fuyumi.

Con su mano libre, la niña se señaló. Y Keigo sintió como las plumas de su cuerpo se inflan con regocijo. Era la primera vez que alguien le confiaba su nombre.

—¡Fuyumi! ¡Es un nombre tan bonito! —Cuando la chica se rió de su entusiasmo, Keigo sintió como sus mejillas le dolían de tanto sonreír—. ¡Encantado de-!

El sonido de una barra de metal cayendo fondo hizo que ambos se sobresaltaran y miraban hacia atrás. Había murmullos y maldiciones. Por instinto, Keigo tuvo el impulso de esconderse, siendo detenido por el suave agarre de Fuyumi. Sus ojos turquesas brillando en su dirección.

Sintió un golpe en el pecho, la súplica deslizándose en todas sus facciones. Pero ¿Qué podía hacer? Incluso si la ayudaba a salir en ese momento, no había donde huir y ella se veía tan débil que temía que se pusiera peor si la obligaba a moverse. Él no tenía ni la menor idea de cómo funcionaban las sirenas.

No podía hacer nada por ella.

Sintió sus propios ojos llenarse de agua, pasando un brazo rápido por el rostro de la chica.

Volvió a su posición inicial antes de intentar huir. Su mano libre acariciando los pegajosos cabellos de Fuyumi. Ella le seguía los movimientos atentamente. Intentó esbozar una sonrisa tranquilizadora que le dejaran la promesa que todo iba a estar bien, pero los pasos ajenos cada vez más cerca y la voz más fuerte de su padre ponían su corazón frenético, sus labios temblaban de pavor.

Pensó en lo que le haría su padre si lo veía cerca, sus ojos dorados maduros tan semejantes a los suyos contemplándolo con una furia acumulada, desquitándose con él. El espejismo de sus patadas llenas de lodo y basura salpicando en su pequeño cuerpo, los puñetazos adultos sobre su espalda, sintiendo toda la ira y frustración salir de ellos. Para luego desvanecerse de golpe, llevándose el calor abrasador con él y dejándole la frialdad de la sangre brotando en sus heridas.

Fuyumi debió haber sentido el temblor de su cuerpo, apretó los ojos y luego se esforzó en sonreírle, la súplica lentamente deslizándose de su expresión dando paso a una sonrisa comprensiva y resignada. Como si se hubiera percatado del aprieto en que el chico estaba por permanecer cerca de ella. Eso de alguna manera fue peor. Él no era quien estaba en una jaula con un destino desconocido, él no era quien poco a poco estaba respirando con mayor dificultad, él no era quien se veía como si estuviera a punto de desfallecer.

—No luches —Sintió todo su cuerpo estremecerse, sus propias palabras cómo puñaladas y puñetazos en los brazos y piernas—. Si luchas, te golpeará más duro.

Su propia imagen acurrucada en el suelo, resignado a los golpes de su padre mientras se cubría el rostro con sus pequeñas manos se deslizó para dejar a Fuyumi en su lugar. Y odiaba el espectáculo doloroso que era.

Todo el tiempo pensó que mientras era él y no su madre, todo estaba bien. Él podía soportarlo, así que no le ponía atención a sus heridas, no se ponía a pensar en lo horrible que era solo quedarse quieto y recibir la ira de alguien más. Pero ahora que veía la imaginación de Fuyumi en su lugar sabía lo espeluznante que era y como no quería que ella pasara por algo así.

Y lo peor, era su consejo el que estaba diciéndole que simplemente se rindiera.

Sintió como una lágrima se deslizaba de uno de ojos. La sonrisa desvaneciéndose por completo.

—Intenta recuperarte, no dejes que te haga más daño... —Su voz arrastrada por contener el llanto—. Solo así podrás encontrar una apertura. Si piensa que te has resignado, simplemente se aburrirá.

Ella asintió, su mano todavía sobre la de Keigo. Antes de soltarlo, intentó alcanzar su rostro, Keigo se acercó lo más que pudo a la jaula para evitar que ella hiciera un esfuerzo extra. Sintió como los dedos femeninos pasaban por su mejilla, dejando todo un camino helado. Fuyumi finalmente lo soltó y él se fue corriendo sin mirar atrás.

Cuando pudo encerrarse en el establo, las lágrimas cayeron sin contención, el ardor de su garganta impidiendo que saliera nada más que hipos y gemidos bajos.

Los pollitos empezaron a rodearlo, percibiendo su profunda tristeza. Keigo sintió que podía recibir puñetazos de frustración todo el día si con eso podía haber hecho algo más por Fuyumi. Dejarla atrás se sintió diferente que dejar a su madre.

En aquel entonces, había visto a su madre rendirse con la situación, sus ojos oscuros adoptando la insensibilidad que solo un corazón roto como el de ella podía adoptar al asumir que era inevitable. Y él no había tenido opción, no había querido dejarla, pero no podía soltarse del agarre de su padre.

Lucho, pataleó, se retorció, al final, no había sido su decisión aceptar la ausencia de su madre.

Pero esta vez, habían sido sus piernas, su propio sentido de supervivencia, aquel que había hecho que dejara a Fuyumi atrás. Ella se había conformado con su situación y había intentado solventar su corazón herido con un suave gesto de comprensión. Hubiera preferido que ella frunciera el ceño, que ella lo jalara, que incluso intentara matarlo por dejarla atrás, pero en su lugar, lo soltó, sabiendo que iba a meterse en problemas si se quedaba más tiempo.

Cayó de rodillas al suelo, su rostro sucio de lágrimas y mocos, sus rodillas y codos llenándose de mugre. Mordiéndose el labio inferior para no emitir sonidos que podrían captar la atención de su padre o asistentes.

Él no había hecho nada por ella, aún así, ella había decidido cuidarlo. Keigo no podía con ese sentimiento. Siempre pensó que cuando algo así sucediera solamente iba a sentirse cálido y suave por dentro. Veía a los animales cuidarse entre sí, y se sentía agradable cuando las criaturas a quienes cuidaban se acercaban a él, felices por que sea él quien los cuide.

Sin embargo, solo había dolor apretando su pecho, sintiendo que dejaba de respirar. Como el filo de un cuchillo caliente, derritiéndose en sus tripas.

La débil sonrisa de Fuyumi cuando lo veía alejarse hizo que finalmente dejara salir un pequeño sollozo, como si fuera un pollito tratando de llamar la atención de su madre.

Nunca lloraba. Su madre odiaba que hiciera ruidos y él, muerto de afecto, había tratado de ser un buen niño. Ahora sabía que sin importar cuán molesto lo encontrara, su madre no iba acudir a él.

Algo esponjoso y suave interrumpió su llanto, percatándose cómo todos los pollitos se habían apilado cerca de él, algunos intentando subirse a su espalda y cabeza, tratando de llamar su atención.

Se acomodó en el suelo y la brigada de avecitas se tiraron en su regazo. La sensación le causó cosquillas y terminó riéndose mientras acariciaba a uno.

—Bien, bien. Creo que nunca me habían visto llorar —levantó la cabeza al ver a las vacas y yeguas acercándose al filo de la división para verlo más de cerca—. Lamento haberlos asustado.

Los pollitos piaron cerca de él, esperando su turno para ser acariciados. Se rió una vez más.

—No hice nada por ella —mencionó acomodando la manta en su hombro, mirando por un largo momento la mano que Fuyumi había sostenido—. Pero todavía puedo hacer algo, si aprendo más sobre las sirenas y encuentro una manera de ayudarla...

Su mente empezó a dar vueltas en las posibilidades, ahora que estaba un poco más tranquilo y sin la presión de que alguien lo viera, pensó en la estantería de libros raros que su padre coleccionaba y vendía a buen precio cuando surgía la oportunidad. De vez en cuando se colaba ahí para descubrir qué clase de criatura habían capturado y tratarlo con cuidado más específicos, fomentando la confianza y permitiendo hacer su trabajo más fácil cuando su padre no estaba viendo.

Probablemente podría encontrar algo ahí que le ayudaría a auxiliar a Fuyumi.

Frunció las cejas, pensando en cómo tendría que ajustar todos sus horarios, empezando desde levantarse  un par de horas antes para ingresar a Fuyumi en su rutina de trabajo. Su carita se arrugo al pensar en todos los cálculos, emocionando al percatarse como, si también disminuye un poco su horario de comida, todavía podría llegar temprano a la cama.

Satisfecho con sus predicciones, pasó una mano por su mejilla para limpiarse las lágrimas y empezar a trabajar, cuando sintió un bulto sobresaliendo. Vio su mano y notó un pedazo de hielo. Pensó en cómo había llegado ahí. La imagen de Fuyumi tocando su mejilla le cayó de golpe.

¿Ella había hecho eso? ¿Era su lágrima entonces?

La sensación de Fuyumi tratando de consolarlo hizo que consolidara su decisión. Se levantó sin cuidado del suelo, su mirada centelleante como un par de faros.

No podía rendirse todavía. Todavía podía salvarla.

[***]


Tenía algo de sueño cuando estaba terminando de editarlo, así que no se si se me habrá ido algún error, disculpen por eso.

De hecho, vengo de dormir 15 horas. Si estaba algo cansada. Ay. X"D

Este día en especial me costo bastante escribirlo, saque al menos 3 o 4 versiones diferentes de este día (¡Podría haber escrito con algo relacionado a Love, pero estaba de necia que quería algo relacionado a sirenas porque, sinceramente, amo las sirenas!), no sé que haré con las ideas que salieron, pero las guarde por las moscas.

Pero ya destapando este corcho difícil, espero que pueda liberar los otros capítulos pronto, al menos antes que se acabe el tiempo. ¡Mil gracias por leer hasta aquí! 💕✨

¡Nos leemos pronto!

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