¿Piensas que voy a comerte? (Día 3) (2/3)
El grito de Fuyumi detonó un escalofrío en la criatura, cuyos ojos inhumanos, refulgentes de un brillo entre dorado, anaranjado y salpicaduras carmesí, estrecharon sus pupilas hasta volverse tan finas como las de un felino salvaje al acecho. Como sintiendo su animosidad, Shōto se horrorizó, pero en lugar de correr hacia su hermana, extendió sus pequeñas manos hacia el ser, quien soltó a la gallina y de un salto se disparó hacia Fuyumi con una furia descontrolada.
—¡No, basta! —El niño sollozó corriendo torpemente hacia donde la criatura había empujado afuera del galpón a su hermana—. ¡Detente! ¡Deténganse! ¡Onee-san!
Fuyumi percibió el golpe en su espalda chocando contra el lodo, que había servido como amortiguador. El agua acumulada corriendo dentro de su ropa, sintiendo como se hundía en suciedad debido al peso de una criatura mucho más pesada que ella. Del impacto, había soltado la viga y la toalla, cayendo a sus costados.
Una ráfaga extra de aire la azotó cuando el ruido de un par de alas irregulares detrás de la criatura se agitaron, lo que parecían sus dos piernas, flanqueando los costados de los muslos de Fuyumi. Una mano musculosa puesta al lado de su cara, donde sentía el ardor de un corte. Y la otra mano musculosa apuntando a su cara con largas y negras garras, listas para abrir su cráneo, detenido a solo unos centímetros de su rostro.
Con mayor iluminación que la del galpón oscuro, Fuyumi notó su complexión más allá de sus vibrantes y escalofriantes ojos dorados de rapaz. En un superficial examen, se miraba como un hombre de facciones endurecidas, demasiado marcadas para la juventud de su rostro, su cabello rubio sucio empapado por la lluvia, pegándose a su frente, donde un par de pobladas cejas se juntaban en un aterrador ceño fruncido, acompañado de la sangre tibia resbalando por su la mueca de su boca donde podía ver un par de colmillos brillar.
Hasta donde podía estudiar, tenía el dorso descubierto, cubierto en algunas zonas por plumas más pequeñas que se extendían hasta su cuello como escamas. De un distinguido color rojo negruzco como la sangre a excepción de una zona oscurecida como por fuego y varios cortes más donde brotaba más del líquido vital rojizo.
No era un ser humano, la imagen de las criaturas aladas que había leído antes de quedarse dormida en su escritorio se formó en su mente mientras le encontraba nombre al ser. Un arpía macho, probablemente arrastrado por la tormenta, estaba apuntándole con sus garras capaces de despedazar bestias en su ambiente natural, tan afiladas como obsidiana y duras como diamante. Y las alas maltrechas, apenas distinguibles como tal, en su espalda acreditaban su identidad.
Durante un latido, lo único que hicieron fue verse fijamente. Con casi medio cuerpo de Fuyumi hundido en la mezcolanza de agua y tierra, y el hombre arpía dando largas respiraciones, como si le costara respirar, y sibilantes cacareos, manteniéndose en una posición amenazante donde podría atacar si apenas Fuyumi se atrevía a pestañear y romper el concurso de miradas.
Por un segundo, tuvo la premonición de reconocimiento, como una visión que se le hizo sutilmente familiar, pero que era incapaz de identificar ante tantas cosas en la cabeza y el corazón en la garganta, y por instante, sintió que los ojos dorados brillaron con su mismo pesar; que se rompió en cuanto escuchó el chapoteo de su hermano acercándose a ellos.
—¡No! —Shōto se le pegó al costado al arpía sin ningún sentido de la autoconservación—. ¡Onee-san no es mala! ¡Déjala en paz, por favor!
El hombre parpadeó y giró su vista hacia Shōto con una expresión un poco menos hostil, aunque también confusa. El gesto, la cercanía y la declaración de Shōto habían hecho que las garras se hicieran un poco más pequeñas de forma inconsciente, alejándose de su rostro.
Fuyumi aprovechó la distracción, estiró su brazo, enroscando la viga entre sus dedos y sin pensarlo demasiado, la azotó contra la cabeza del hombre sin ninguna fibra de piedad. No tenía la intención de medir su fuerza, pero todavía se sorprendió que la viga volviera a partirse en dos, dejándole en la mano solo un pequeño pedazo astillado, el cual no pensaba soltar por nada del mundo.
El golpe desconcentró al hombre, que se llevó una mano a la cabeza debido al dolor, Fuyumi se apresuró a encoger las piernas y le lanzó una doble patada en el estómago. En circunstancias normales, su fuerza hubiera sido insuficiente para tumbar a tal criatura, pero tal parecía tener más heridas y Fuyumi había apuntado a una de ellas sin saberlo.
El hombre se retorció de dolor, gruñendo y emitiendo chillidos de ave mientras se sentaba en el suelo, embarrandose de lodo. Fuyumi estiró su otro brazo hacia Shōto y lo jaló cerca de ella. Retrocedió en dirección a su casa mientras que con el pedazo de viga roto y astillado se mantenía erguida como una espada en dirección al arpía que se encogía del suplicio.
—Shōto, corre hacia la casa —murmuró con firmeza cuando notó que los ojos dorados volvían a enfocarse en ella con rencor renovado.
—Onee-san, no es lo que...
—¡Sólo hazme caso, Shōto! —Ella bramó, apretando su intento de arma con fuerza mientras incrustaba sus uñas en el bracito blando de su hermano—. ¡Ve rápido y ponte a salvo!
El arpía macho se incorporó con lentitud, sus ojos brillantes clavados en Fuyumi mientras esbozaba una mueca que mostraba en mayor plenitud sus mortales caninos. Le costaba respirar, pero su hostilidad no disminuyó.
Shōto empezó a jalar el agarre de su hermana para soltarse. Incluso si no tenía intención de obedecer la orden de Fuyumi, ella inconscientemente había envuelto su brazo con tal fuerza que el niño no podía irse de su lado. La tensión empezó a ser demasiado para Shōto y empezó a sollozar cuando su hermana dejó de hacerle caso y el hombre arpía se colocaba en una nueva posición para volver a arremeter contra Fuyumi.
Sus gemidos captaron las alarmas de Fuyumi, que abandonó cualquier sentido de supervivencia de su parte y buscó en su hermano alguna herida para explicar su repentino llanto.
—Onee-san —El pequeño sorbió la nariz, toda su carita roja—. Detente, por favor, él está herido... él solo- —Las gruesas lágrimas de Shōto le impidieron hablar por un segundo—... solo está buscando un lugar donde descansar... No vino a hacernos daño... él...
Fuyumi se arrodilló en el suelo, dejando a un lado la viga para envolver a su hermanito en un abrazo consolador, fue ahí que se dio cuenta que el redondo brazo de Shōto tenía las marcas de sus uñas y sintió que el corazón se le caía al suelo. Lo menos que quería era hacerle daño a su bebé. Shōto siguió hipando en su hombro mientras se tranquilizaba, la fiebre volvía a tomar terreno en su cuerpo y se sentía más flácido en el agarre de Fuyumi, pero todavía se limpiaba la suciedad de la cara con las manos y luchaba por hablar, mientras Fuyumi hacía círculos en su espalda para tranquilizarlo.
Un leve movimiento en su visión periférica le hizo saltar y regresar su vista hacia el intruso. El hombre arpía se tambaleó notablemente, mostrando dificultades para estar de pie. Sin embargo, no despegaba su vista alerta de Fuyumi mientras la lluvia seguía rugiendo contra su cuerpo herido.
Un rayo retumbó, haciendo bramar la tierra y notó las plumas rojas hincharse de los nervios. Ahora que lo veía bien y no estaba tratando de alejar a Shōto de él, se miraba un poco inestable, pero no por ello bajó la guardia. Las costillas todavía le dolían por el peso de la criatura sobre ella y aún tenía un corte en su mejilla izquierda causado por sus garras.
—Es peligroso estar aquí, Shōto —musitó con suavidad, pero no con menos seguridad, envolviendo protectoramente a su hermano—, ve a dentro.
—... es que lo asustaste... —Apenas balbuceó Shōto con el rostro enterrado en la camisa húmeda de su hermana.
—¿Qué?
—¡Lo asustaste! —Shōto levantó la cabeza haciendo un puchero—, el señor gallina y yo estábamos a punto de comunicarnos muy bien cuando llegaste de la nada y lo asustaste.
La criatura gruñó al fondo, parecía tener algo que aportar, pero la indignación de Fuyumi se desbordó.
—¿¡Qué yo lo asuste?! —espetó—. ¿¡Qué no te das cuenta de su aspecto?! ¡Eres un lechoncito indefenso y rellenito a su merced!
—¡No estoy gordito! ¡Yo estaba bien!
—No me levantes la voz, jovencito.
—¡Todo estaba bien! Pero lo atacaste, ¡él solo se defendió!
—Por supuesto, Shōto, porque soy una gran amenaza para un hombre cuya fuerza es capaz de abrirme el cráneo como si fuera una nuez seca. Discúlpame por tratar de salvarte de una criatura que luce lo suficiente intimidante para hacerte pedazos y devorarte.
—¡Él no iba...!
Un porrazo silenció la discusión, el hombre arpía se había desplomado en el suelo y esta vez, no parecía tener las fuerzas para levantarse por su cuenta. El lodo había cubierto parte de su rostro, pero Fuyumi todavía notaba su mirada ámbar perseverante sobre ella.
Shōto se deslizó de sus brazos y corrió de nuevo, revisando que tenía mal, incluso se atrevió a levantar la mano llena de lodo y ponerla en su oído tratando de emular las evaluaciones que hacía el curandero Hakamada y que el niño apenas podía entender. Ya sea porque estaba muy cansado y malherido, o porque en realidad no concebía a Shōto como una amenaza, pero el hombre se quedó quieto dejando que el pequeño hiciera lo que quisiera.
—¿Shōto...?
—Ayúdalo, por favor —Shōto se arrastró en el lodo con una expresión de lástima y angustia, casi haciendo una reverencia de no ser porque la tela de ropa lo estaba arrastrando debido al agua de lluvia que corría como corriente en el piso. El hombre arpía hizo un gesto para sostenerlo e impedir su caída, envolviendo su mano con garras oscuras alrededor de la cintura del niño, pero sin apretarlo—. Está herido, cansado y lejos de casa. Por favor, Onee-san.
Estudió con la vista el cuerpo desplomado del arpía, su complexión como rota en el piso y su respiración apenas perceptible dando un nuevo enfoque a la situación. Todavía se miraba fiero, pero había una debilidad en sus ojos dorados que a Fuyumi hizo que el pecho se le estrujase, no sabía si era por su semejanza a un animal herido e indefenso o porque se veía más joven y vulnerable de pronto. Se llevó la mano a la cara cuando la mirada suplicante de Shōto no se despegaba de ella y se volvía cada vez más insistente.
—Shōto, vuelve a la casa y aseate.
—Pero...
Fuyumi contuvo un suspiro y se agacho a la altura de su hermano pequeño, limpio la marca de lodo de su mejilla regordeta, gracias a la lluvia y su propia piel mojada, no tuvo mayor problema.
—Atenderé al señor gallina, o lo que sea que sea, como tú quieres.
La mirada del más pequeño se iluminó.
—¡Onee-san!
—No me hagas repetirlo dos veces.
El pequeño asintió con energía, se acercó más al hombre arpía, para disgusto de Fuyumi, y le dijo que todo estaría bien, casi saltando, antes de estornudar un poco y empezar a regresar a la casa con un paso tambaleante entre el suelo inestable y sus piernas cortas.
Se sacudió la falda sacando un lenguetazo de lodo de su cuerpo y se arremangó las mangas empapadas.
—Si quieres que te ayude, colabora un poco también, porque no creo que quieras que te arrastre por el lodo —comentó acercándose con precaución al hombre.
El primer impulso del arpía fue gruñir cuando la vio cerca de él, pero no se miraba como una amenaza, sino como advertencia. La poca visibilidad, el lodo y la suciedad le impedía saber a ciencia cierta dónde estaba herido, así que solo fue tocando con suavidad las partes de su torso y espalda hasta que encontró una zona donde podría empezar a jalar, y que él se quejaba menos; apoyándose en ella, el arpía se levantó.
A paso lento, pero seguro, Fuyumi lo guió cerca del pozo con la intención de quitarle la mayor suciedad que tenía antes de tratar de llevarlo dentro para atenderlo, recordó las cosas que traía y se volteó. No había nada a la vista, puede que hayan sido arrastradas por la débil corriente. Suspiro mientras acomodaba al hombre a espaldas del pozo, el pequeño techo del lugar daba un poco de alivio de la torrencial lluvia.
Jaló agua con la polea y empezó a lanzar encima del hombre con ayuda de un balde, con las manos le quitaba las ramas y hojas que empezaban a aflojarse con el agua limpia, escurriendo toda la mugre por el suelo. La acción hizo que se detuviera en sus propias manos, las astillas de la viga habían quedado incrustadas en su piel, debido a la adrenalina, apenas sentía el dolor, pero no dudaba que serían una molestia luego. Hizo lo que pudo para quitarse aquellas astillas prominentes y continuar con la labor de limpieza.
El hombre gruñía con cada tacto que ella le daba, pero ya después de darse cuenta que ella no planeaba atacarlo, sólo hizo ruidos para indicar zonas que en verdad dolían. Aunque ahora que veía un poco mejor el estado de su cuerpo, lucía bastante demacrado, de seguro no tendría fuerzas para arremeter contra ella aunque quisiera.
Ella también se arrojó un poco de agua encima, se quitó una de las capas de la falda que estaba sin remedio sucia y que además la hacía sentir más pesada, y se quedó en una falda delgada de lino que había adoptado un color gris debido a la suciedad, muy parecida al camisón ligero que usaba para dormir. Cuando la dejó colgando a un lado para lavarla después recordó que no estaba sola, con cuidado se volteó al hombre que la miraba con una ceja alzada, sin inmutarse.
Las mejillas se le calentaron ligeramente mientras lavaba la parte baja del hombre que, para su suerte, tenía un paño flojo y delgado que estaba hecho jirones por completo, acomodado a manera de subligar, apenas siendo una protección, tendría que quitárselo en algún momento si quería realmente deshacerse de su suciedad. Era menos probable que se enfermase si estaba con ropa limpia.
Mediante el agua descubre las heridas para darse una idea de cuanto tenía que tratar con seriedad, la realidad empezaba a volverse más pesada. Sin el lodo o la sangre, podía ver los cortes y quemaduras que todavía supuraban dolor, se notaba que su cuerpo era resistente, puesto que en otras circunstancias ni siquiera hubiera sido capaz de moverse o mantenerse consciente con la fuerza brutal que había demostrado antes, temía que el clima desencadenara una fiebre y empezase a debilitarlo de golpe.
Supuso que tendría que darle un baño de agua caliente antes de aplicar algún brebaje en sus heridas y vendas.
—Muy bien, señor gallina, vamos de nuevo.
...
El cuerpo del hombre se sintió más pesado esta vez que cuando tenía toda esa mugre el cuerpo. Fuyumi buscó sus ojos que esta vez no estaban sobre ella, sino desorbitados, como buscando la inconsciencia. Fuyumi le palmeó la mejilla para recuperar su atención, los ojos dorados volvieron a ella con una expresión fatigada.
—Atenderé tus heridas, pero necesito darte un baño y no llegaré si no me ayudas. Pesas demasiado, señor gallina.
El hombre emitió un gruñido que indicaba su tedio, pero colaboró.
Cuando Fuyumi vio el baño, casi lo dejó caer por el alivio de poder soltarlo, no tenía problemas para sacar agua de un pozo durante toda la mañana, pero empujar a un hombre herido y con alas empapadas hasta su baño había resultado en una tarea mortificante. Teniendo la mínima consideración de ponerlo al lado de la pila improvisada que había diseñado Natsuo, logrando con esfuerzo descomunal sentarlo en un banco de madera que usaba su padre para bañarse, con la espalda contra la pared.
Escuchó un zumbido de dolor y las alas carmesí se aplastaron contra la pared como una polilla en la ventana. Hizo una mueca, puede que juntar la espalda con la pared no era lo ideal, pero necesitaba que el hombre se apoyase en algo para no desplomarse de nuevo en el suelo, temía que está vez él realmente se quedara inconsciente, y en su estado dudaba que podría moverlo sola.
Después de haberlo acomodado de manera que el hombre no se inclinara para caerse, Shōto volvió con una toalla en sus manos, en ropa interior y descalzo, al menos había tenido sentido común como para no arrastrar la mancha de lodo por toda la casa. Le tendió la toalla a su hermana y Fuyumi la usó para secarse un poco el cabello chorreante y limpiar sus anteojos empapados, la dejó en sus hombros al terminar mientras le daba una mirada pensativa al hombre rubio.
—Parece que lo hubiera golpeado un relámpago, además de lastimarse en una fea caída —apuntó a nadie en particular, pero Shōto vibró asustado a su costado.
—¡Está muy malherido!
—Shōto, ve a buscar ropa vieja de Natsuo que pueda servirle al señor gallina.
—¡Está bien!
La mente de Fuyumi empezó a trabajar en modo automático desde ahí: buscar jabones de hierbas que pudieran desinfectar las heridas de mejor manera, apuntar mentalmente que frascos de plantas necesitaría para atenderlo, recordando la ubicación de las vendas y brebajes, y moviéndose también para preparar el agua caliente para el ofuro cuando escuchó un murmullo.
—... de hecho, es halcón.
Fuyumi casi se torció el cuello al girarse hacia él con impresión. Para ser sincera, no estaba esperando que el hombre en verdad intentase relacionarse con ella. Ya había comprobado que si le entendía y colaboraba con su atención, pero después de su "intercambio amistoso" había estado segura que él no iba a querer comunicarse con ella más allá de gruñidos y miradas cargadas de resentimiento.
—¿Qué has dicho? —Vió al hombre retorcerse un poco, la mirada entrecerrada puesta en ella.
—En realidad, sería señor halcón, no señor gallina —repitió.
—Entonces, ¿no tienes nombre?
—Eso no es lo que quise decir...
—¡Volví! —La vocecita de Shōto captó la atención de ambos, además de la ropa vieja de Natsuo también traía algunos frascos que ella usaba para tratar las heridas de la familia... y otros que los usaba para dar sabor a la comida.
—Shōto, ¿Qué es eso? —Lo detuvo en la puerta, tomando la canasta llenas de los frascos y revisando si alguno estaba volcado o dañado—. Estos estaban muy altos para ti, pudiste haberte lastimado.
El pequeño hizo un puchero, saltando a sus piernas para tratar de recuperar la canasta. No hacía falta, pero Fuyumi todavía alzó más la cesta y la colocó en el mueble donde estaba juntando los jabones y brebajes para el baño.
—¡Quiero ayudar! —confesó finalmente al darse cuenta que su hermana todavía esperaba una explicación—. ¡Quiero ayudarte a salvarlo!
La negación inmediata y cortante contempló la garganta de Fuyumi, lo menos que quería era ver a su hermano pequeño revoloteando cerca del arpía. Por el momento había estado tranquilo y no parecía dispuesto a arremeter de nuevo, pero no sabía cuándo podía volver a enloquecer y ciertamente quería a Shōto lejos en dado caso. El pequeño se tambaleó y luego dió pequeñas patadas a modo de berrinche, de pronto, empezó a estornudar y a sorber con la nariz. El semblante de Fuyumi se ablandó.
Se agachó a su altura, pero como si anticipará lo que quería decir, Shōto miró hacia el suelo y se cruzó de brazos, como si de esa manera pudiera crear una barrera suficiente para siguieran considerando su opinión.
—Shōto —empezó con suavidad—, ¿Quieres ayudar?
Como si todo intento de barrera desapareciera, Shōto cerró sus puños y empezó a asentir con entusiasmo, el moco deslizándose de la nariz se agitaba con su cabeza, su mirada brillante y animada.
—Muy bien, tu hermana mayor se encargará de todo —esbozó una sonrisa y se agacho a su altura, puso la toalla que antes tenía en sus hombros sobre la nariz del niño, la acción despertó el hábito en Shōto y él se sonó—, pero hay algunas cosas que necesito que hagas por mí, ¿de acuerdo? Son muy, pero muy necesarias para ayudar al señor, ¿lo harías para mí, Shōto?
El nene volvió a asentir de nuevo con mucha energía.
—¡Si, si! ¡Lo haré, Onee-san! ¡Dime que necesitas!
—Excelente —agregó riendo mientras agitaba con cariño el cabello bicolor de su hermanito—. Primero que nada, necesito que busques ropa para ti y para mí también, para que pueda cambiarme y no me enferme como tú —Se levantó mientras empezaba a dar indicaciones—. Y luego que te bañes, te seques bien y vayas a la cama, todavía estás enfermo y no quieres enfermar también al señor, ¿cierto?
Shōto ladeo la cabeza pensativo y como si recordara que hace poco estaba postrado en cama, se tapó la nariz y se tocó su frente, como midiendo su temperatura.
—Pero ya me siento mejor.
—Pero también te mojaste, y eso te puede volver a enfermar si no te das una ducha caliente pronto —Dió un toque en la mano infantil que tapaba su nariz—. Y entonces tendré que curarte también y el señor gall- halcón morirá —dramatizó un poco colocando ambas manos en su pecho y poniendo una expresión triste.
El quejido de horror de su hermanito le hizo sentir un poco culpable por exagerar la situación, aunque todavía no empezaba a tratar al hombre, y aunque se miraba bastante delicado, tenía conocimiento que su especie era una muy resistente y puede que un relámpago no fuese suficiente para dejarlo al borde de la muerte, así que todavía era algo que podría manejar. Ojalá. Esperaba que fuese así, porque entonces le dejaría un trauma terrible a Shōto y ella también se sentiría culpable por haberle dejado ir un golpe en la cabeza.
Un resoplido captó su atención, girándose hacia el hombre que los observaba con una expresión entre divertida e irónica, lo que respaldaba que no estaba arrastrándose al colapso; como sintiendo la mirada de Fuyumi, él clavó su mirada en ella, tenía una expresión complicada, pero al menos se veía que había recuperado un poco la consciencia.
—Está bien —Shōto cedió—. ¿Y tú qué harás, Onee-san?
—Voy a ir por los medicamentos correctos, regresar los que no necesito y también por instrumentos que me ayudarán a tratarlo, mientras tanto —caminó hacia la cuerda que dejaba caer el agua a modo de cascada y la jaló, el sistema sencillo de poleas empezó a funcionar, llenando un guacal con agua. El sonido puso alerta al hombre por un momento, antes de que el contenido se vertiera sobre su cabeza, el agua a temperatura ambiente provocó que él emitiera un sonido como un chillido aviar por el repentino cambio de ambiente. Fuyumi no pudo evitar reírse un poco por su actitud—, dejaré al señor halcón remojándose un poco en lo que vuelvo, así que ve y haz lo que te pedí.
Shōto asintió obediente con una sonrisa pequeña adornando su carita redonda, se despidió del hombre arpía y salió de la habitación. Fuyumi le dio una mirada al hombre, el chico rubio la miraba con rencor mientras el agua se escurría por sus hebras doradas, con una expresión que sabía que ella lo había hecho a propósito. Esta vez no sintió verdadera hostilidad de su parte, permitiendo que ella hinchaba su pecho con confianza, sonriendo con malicia sin decirle nada.
Después de señalar que era mejor que no intentara huir, le pasó uno de los jabones, le explicó el sistema de poleas que ya se estaba recargando para dejar caer otra cascada en unos segundos sobre él, y le dió indicaciones para empezar a asearse algunas zonas que podía alcanzar en lo que ella venía, en parte porque temía que si lo dejaba solo y sin hacer nada, él podría desmayarse y todo sería más difícil, y en parte, porque era mejor tenerlo entretenido con algo mientras avanzaba con su recuperación.
Jaló un poco el paño protector de sus partes íntimas, la constante aplicación de agua lo había despegado un poco de la piel y lo había blanqueado levemente, pero seguía afianzado a algunas heridas y costras, por lo que tenía que cortarlo y deshacerse de él por completo, y de paso ajustar la ropa de Natsuo. Aguantó un suspiro porque la noche estaba lejos de terminar.
Le dio una última mirada antes de retirarse al escuchar un murmullo entre dientes como respuesta de sus indicaciones.
...
Cuando regresó con las medicinas adecuadas, vendas y otras herramientas, casi se desliza en la entrada cuando notó a Shōto desnudo tomando un pequeño guacal y ayudando al hombre a bañarse. El tipo rubio estaba encorvado mirando con curiosidad al niño mientras que este lanzaba risitas. Había muchas figuras de madera desperdigados en el piso y Shōto se detenía de vez en cuando para explicarle al hombre las historias que hacía con Natsuo cuando ambos se bañaban juntos y el hermano mayor le seguía la corriente para poder asearlo sin ningún inconveniente. Fuyumi alejó al niño de un tirón con el corazón en los oídos.
—¡Shōto! —Su tono de regaño floreció una vez lo había dejado en el suelo y buscaba una toalla para cubrirlo.
—La ropa está por ahí —Inocentemente, el niño señaló la esquina dónde había apilado la ropa que le había pedido, como si eso fuera todo lo que necesitaba para disuadir el regaño de Fuyumi.
—¡No puedes usar el baño cuando hay alguien más usándolo! —El enojo todavía se desbordaba en su tono, ¿cuánto tiempo llevaba su hermano ahí?
—Siempre me baño contigo o Natsuo, a veces con papá, ¿Cuál es la diferencia? —Todavía sin entender el tono alto de su hermana, el pequeño se limitó a sostener la toalla que ella le había puesto.
—Nosotros somos tu familia, Shōto. Te ayudamos a asearte para que aprendas a hacerlo por tu cuenta, ¡No puedes bañarte cuando hay un total desconocido adentro y sin supervisión! ¡No sabes lo mugriento que está!
—¡Oye! —Ambos voltearon a ver al hombre arpía, que siempre se había mantenido a raya en sus conversaciones, pero al ser nombrado como algo sucio, la indignación salió a flote—. No estoy mugriento, solo estoy herido; de cualquier manera, estás exagerando. No pensaba hacerle ningún daño.
—Oh, claro, porque eres un completo pollito inofensivo, ¿no es así? —Ella se burló señalando el corte en su mejilla que ella ya había atendido mientras traía los utensilios para él, limpiando la zona, aplicando un brebaje y una venda plegable.
—¿Estás haciendo un alboroto por eso? ¿Debo recordarte que rompiste una viga de madera en mi cara? ¡Todavía tengo astillas! —Indignado, señaló su frente donde resaltaba pedacitos de su arma improvisada encajados en su piel.
—Tú atacaste primero.
—¡Tú entraste gritando como una desquiciada!
—¡Estabas cerca de mi hermano y cubierto de sangre! —Abrazó a Shōto de forma recelosa—. ¿Qué esperaba que pensara? ¿Qué estabas teniendo una plática amistosa con mi hermano pequeño en medio de la tormenta, con las gallinas corriendo asustadas?
—Antes que llegara tu hermano intentaba comer algo, pero sí, estábamos en una conversación amistosa.
—Además de violento, ladrón. Muy seguro, sin duda alguna. Vamos, Shōto.
—Tú también eres bastante agresiva, cariño, aunque es un poco atractivo si me lo preguntas.
Levantó a su hermano con todo y toalla, le dedicó una mirada suspicaz como la mujer madura que es, no sin sentir que sus mejillas se hincharon un poco con enfado; el hombre farfulló en desacuerdo, notando como hacía un esfuerzo por levantar sus alas, más en un gesto que coincida con su estado anímico que por defenderse o atacar.
Llevó a Shōto a la esquina donde lavaba los alimentos y algunas ropas pequeñas. Fue a revisar el ofuro y tocó el agua con los dedos, al ver que estaba a una temperatura adecuada. Regresó y tomó la canasta, ahora con los utensilios que necesitaba y sacó un envase con varios pétalos desprendidos de valeriana y algunas flores y racimos inmersos en un líquido casi gelatinoso, y lo vertió. Se debatió entre combinarla con las caléndulas o la amapola, la primera era buena para las heridas, inflamaciones y cuidados de la piel, pero la segunda tenía un efecto más relajante. Se decidió por las amapolas, esperando que la presencia de la valeriana proporcionase el efecto calmante suficiente. Agitó el agua con la mano, los pétalos púrpuras diminutos juntos los alargados y anaranjados de las caléndulas daban todo un espectáculo. Tomó una ampolleta púrpura donde tenía el extracto de lavanda y vertió un par de gotitas, el aroma de la planta rápidamente tomó terreno. Ocupó un poco del agua caliente y preparada para la relajación de Shōto y empezó a bañar a su hermanito.
—¿Puedo volver a jugar con el señor gallina? —inquirió mientras Fuyumi le quitaba las últimas burbujas de jabón, con ella revisando por quinta vez de que no estuviera herido—. ¿Onee-san?
Fuyumi no respondió, caminó hacia donde estaba la ropa y la levantó, colocándola sobre el mueble y alcanzó una nueva toalla limpia, envolvió a su hermano y secó su cabello antes de ayudarle a cambiarse. Ahora estaba oloroso y calientito en su ropa limpia mientras ella todavía seguía con la ropa mojada por la lluvia.
—Ahora a la cama —ordenó colocando la toalla en su cabeza y dejándolo en el suelo. Su tono no dejaba apertura para discusión.
—¿Dónde dormirá el señor gallina?
—Que se yo, en el sillón tal vez, no tengo tiempo para pensar en eso.
—¡Puede dormir en nuestra cama! ¡Es muy grande para los tres! —Shōto burbujeó de emoción.
Fuyumi pinchó su burbuja de felicidad con una mirada fría.
—A la cama, Shōto.
El pequeño asintió cabizbajo, pero en cuanto Fuyumi se alejó solo un poco, él salió disparado de nuevo para a donde estaba el hombre arpía, quien había seguido lavándose lo que podía de su entrepierna y los muslos, pero con la mirada fija en ellos hasta que el niño se acercó con clara intención de hablar con él, haciendo un esfuerzo de estar lo más cerca del hombre, pero cuidando que el agua no fuera a mojarlo de nuevo. Fuyumi corrió detrás de él.
—Puedes jugar con estos —acercó una de las figuras de madera talladas y le sonrió—. Que te mejores pronto, Onee-san va ayudarte y cuidarte muy bien.
—Seguro me ayudará, a ahogarme en aquel barril de agua si pudiera —contestó ladeando la cabeza hacia la bañera, pero estiró la mano para sostener el tributo entre sus garras—, pero gracias, niño.
—Ya basta, Shōto, ve a la cama —Fuyumi lo cargó en brazos una vez más y lo encaminó a la salida.
Desde su lugar, Shōto empezó a despedirse del hombre.
—¡Sé bueno y no hagas enojar a onee-san! ¡Ella en realidad es muy buena!
—Si, si, si, lo que digas, niño.
—¡Me llamo Shōto, señor gallina! ¡Es un placer!
Fuyumi podía escuchar una suave risa afable y varonil a sus espaldas.
—Y yo Keigo, niño. No señor gallina o algo parecido.
—¡Owww! ¡Que se mejore pronto, señor Keigo!
Fuyumi dejó afuera a Shōto y le cerró la puerta, con lo resbaladizo que había demostrado ser su hermano cuando se proponía algo, era mejor estar segura que no fuera a entrar de nuevo cuando ya estaba en la labor de curación, iba a tardar más si estaba cuidando a su hermano de alejarse del hombre arpía.
Se quedó en la puerta hasta que escuchó los pasitos de Shōto desaparecer, hasta entonces pudo lanzar un sonoro suspiro que estaba atorado en su garganta desde que su hermano desapareció cuando ella despertó. Sentía que había pasado mucho tiempo desde entonces, nunca imaginó que su noche terminaría con un habitante del aire en su baño.
—Estás demasiado tensa, no te vendría mal relajarte un poco, querida.
Ella volteó a verlo con resentimiento. Desde hace unos minutos estaba notando que el hombre, ahora nombrado como Keigo, estaba tomando confianza bastante rápido, aunque una parte de ella estaba aliviada de que se pusiera cómodo, pues no parecía que quisiera atacar a las personas que lo estaban ayudando, lo que era una preocupación menos.
—Así que no te llamas halcón —caminó hacia el mueble donde antes había dejado los jabones especiales y las medicinas, haciendo una nueva revisión y volviendo a mover lo que necesitaba en la cesta que se llevaría consigo cuando empezara a tratarlo, empezando con el baño de agua caliente.
—De hecho, Hawks es un apodo, de no ser llamado por mi nombre, prefería halcón a gallina, muchas gracias.
Como para hacerlo callar, Fuyumi jaló la polea por última vez y le dejó caer otro chorro de agua sobre él, se rió cuando lo escucho quejarse al fondo con algo parecido a una indignación exagerada.
Colocó lo que necesitaba en una canasta y la llevó cerca de la bañera, junto a un banco más grande que usaría para ayudarlo ahí. Luego regresó a él con sus cizallas e hizo cortes largos a los costados y cerca de la entrepierna en su subligar, arrancó lo que pudo mientras no lastimaba su piel, dejándole una toalla pequeña encima para su intimidad y la piel tierna. La desnudez no parecía ser un problema para Keigo y aunque Fuyumi había crecido entre hombres y había tenido que atenderlos en peores circunstancias al haber sido la que había dedicado más tiempo a la medicina, no se sentía tan preparada para enfrentar a un hombre ajeno a la familia en tales circunstancias. Al menos sentía que un poco de su calor regresaba, incluso si solo era en sus mejillas y orejas, eso era bueno, ya que la calidez se le estaba escapando mientras alargaba el tiempo sin atenderse a ella misma.
—Intento ser pacífico contigo, pero siempre me terminas atacando —gimió mientras se quitaba los mojados mechones rubios de la cara y los llevaba hacia atrás, dando una mejor vista de su perfil afilado y salvaje.
—Shh, se un buen hombre pájaro y ayúdame a llevarte ahí —inquirió escondiendo su sonrisa inútilmente, poniéndose cómoda también al molestarlo un poco, frunció el ceño al darse cuenta que no debía de bajar la guardia.
Keigo se quejó, pero logró enderezarse mejor ahora. Bien, tal parecía que sus piernas estaban bien y que el mayor daño estaba en su espalda, parte del torso, y, gracias a ella, también tenía una posible contusión en su cabeza. Sintió un poco de calor emanar de su cuerpo cuando él pasó su brazo alrededor de su pequeño cuello para apoyarse. La sensación fue un poco electrizante.
El ofuro se miraba tan acogedor que casi sintió envidia que él fuera el primero que lo probara, pero se tragó la sensación al recordar su estado, así que lo ayudó a entrar, colocando su mano en la cabeza de él para que no se golpeara, además que también le daba un ángulo para colocarlo con suavidad sin dañar sus alas por la tina y lo dejó sumergirse. Keigo no pudo evitar lanzar un suspiro de satisfacción, sus plumas dieron la impresión de vibrar con placer, el efecto de las flores funcionando en su sistema rápidamente.
Incluso si él ya había hecho la limpieza general, Fuyumi ahora tenía los medicamentos puntuales para lavar y atender ciertas heridas. Así que le hizo una señal para que le pasará un brazo, él atendió riéndose de una manera que a Fuyumi se le revolvió el estómago. No sonaba para nada como una entidad sacada de una pesadilla o algo inhumano, a decir verdad, además de sus alas irregulares en su espalda y las plumas pequeñas creciendo a lo largo de sus brazos y cuello, parecía un joven común y corriente con un curioso cabello dorado rizado, y una sonrisa encantadora.
Arrugó los ojos y ajustó sus anteojos para que la imagen desapareciera, concentrándose en limpiar sus heridas.
[***]
Curiosidad de este capítulo es que escribí algunos trozos después que fui a hacer unas observaciones a un corral de cerdos para un trabajo de la universidad. El encargado había dicho que durante una temporada, los perros entraban al corral y se llevaban a los lechones más pequeños. Simultáneamente, durante la clase, mencionaron que si los lechones eran demasiado jóvenes cuando los vendían como alimento, era un poco difícil cocinarlos porque a pesar de ser gorditos, su carne se deshacía con facilidad. Y se me quedo la imagen impregnada durante mucho tiempo.
Jajaja Saludos, espero que hayan disfrutado la lectura XD 💕✨
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