XXXVI.
thirty six;
HURACÁN, PT. 3
Draco estaba disfrutando su tarde mientras veía a Morrigan gritarle a todos los casi cincuenta miembros del Wizengamot.
— ¿¡CÓMO SE LES OCURRE!? — la evidente molestia de Morrigan era respaldada por la postura tensa de Harry, que junto a Draco, no había hecho el mínimo intento de calmar la furia venenosa de su esposa a pesar de que eso era exactamente lo que estaban esperando alguno de los miembros de la corte. Draco sólo se cruzó de brazos, asintiendo a cada palabra que salía de la boca de la madre de su hijo con gravedad — ¡TIENE 7 AÑOS Y PUDO HABER MUERTO GRACIAS A SU ESTÚPIDO TRUCO!
— Señora Potter... — empezó Kingsley, conteniendo un suspiro de frustración cuando Morrigan lo ignoró. El Ministro les había repetido a Harry y Morrigan que no tenía idea de cuál había sido las restricciones que la corte votó a colocar sobre Draco y Scorpius, lo que fue bastante inteligente de su parte, porque Morrigan casi sacó la varita y lo maldijo al cruzarse con él en la entrada del Ministerio.
— ¡DEJÓ DE RESPIRAR POR UN CUARTO DE HORA! — Morrigan alzó la voz, volviendo inaudibles los pedidos de calma que emitían los brujos del Wizengamot a su persona — ¡SI LOS MEDIMAGOS NO HUBIERAN ACTUADO RÁPIDO, MI HIJO PODRÍA ESTAR MUERTO EN ESTE MOMENTO! ¿¡TIENEN MIERDA EN LA CABEZA ACASO!? ¡ES UN NIÑO! ¡LES PEDÍ ESPECÍFICAMENTE QUE NO LO INVOLUCRARAN CON TODO ESTO Y ES LO PRIMERO QUE HACEN, PARRANDA DE IMBÉCILES!
— El señor Potter solicitó las restricciones para que el señor Malfoy volviera a Inglaterra — indicó, colocándose de pie, una de las brujas más lejanas a Kingsley, Draco no podía verle bien la cara por lo lejos que estaba de la luz de los primeros asientos.
Harry se erizó.
— ¿Está insinuando que yo acepté colocar en riesgo la vida de mi hijastro? — demandó, dando un paso hacia Morrigan. Harry cogió el brazo de su esposa, impidiéndole sacar la varita para hacer una tontería, y dejó que su mirada esmeralda vagara entre los miembros del tribunal. Algunos parecían muy incómodos por ello, otros trataban de mantener la intensidad de la furia que desprendía Harry (sin mucho éxito) y los demás siguieron temerosos de los movimientos de Morrigan — Ni a Draco ni a mi se nos dijo lo que eran estas restricciones ni lo que acarrearía romperlas.
— Lo que indica, señor Potter — murmuró Madame Sayre, callando el bullicio que se formó entre los ocupantes de la sala. Morrigan entrecerró los ojos, muy dispuesta a echar toda la culpa del asunto sobre los hombros de la bruja. Harry, al contrario, sólo alzó la ceja a la espera de que su suegra hablara — Que el señor Malfoy violó el acuerdo que se había hecho como rebaja a su condena. Se acercó a Scorpius Malfoy cuando no debía.
— ¡Eso fue un accidente! — Draco gritó, una burbuja de rabia creciéndole en el pecho por las expresiones triunfantes de varios miembros del tribunal. Sabía que ellos no lo querían en Inglaterra, pero esto se trataba de su hijo, y a Draco no le importaba ganarse aún más el odio del Wizengamot si con eso podía hacer algo para protegerlo — ¡No sabía que Scorpius estaría en el Caldero Chorreante ese día!
— No hay nada que demuestre que sus palabras sean ciertas, señor Malfoy — señaló uno de los ancianos en las filas de arriba, con tono condescendiente y olfateando.
Draco apretó los puños a los costados de su cuerpo. ¿Cómo se atrevía a pensar que pondría apropósito la vida de su hijo en riesgo? Harry intervino a tiempo, viéndolo muy dispuesto a descargar su furia con el Wizengamot.
— Hay testigos que pueden comprobarlo, si quieren volver a hacer una audiencia — señaló Harry, apretando la mandíbula. Morrigan temblaba a su lado — Mi esposa fue al Callejón Diagon porque debía comprar los ingredientes de su tesis para la Academia de Medimagia, llevó a Scorpius con ella porque después irían a San Mungo a verme. Draco llegó de improvisto porque dejó en su habitación del Caldero Chorreante unos papeles importantes de la Fundación Potter. La violación a las restricciones fue un accidente.
— Ni siquiera estamos hablando de eso — Morrigan siseó, soltándose de Harry — Estamos hablando de qué carajos les pasa para creer buena idea hacerle eso a un niño.
— Señora Potter, le recomendamos que cuide su lenguaje.
— ¡CUIDARÉ MI LENGUAJE CUANDO EMPIECEN A USAR EL CEREBRO, BOLA DE PRIMATES SIN RAZONAMIENTO! — Morrigan se veía muy dispuesta a empezar a repartir maleficios, pero de nuevo, Harry la tomó de la mano y la retuvo junto a él, regalando otra mirada asesina hacia el tribunal. Ella no se calmó, sólo parpadeó furiosa y se centró en Madame Sayre — Quítale a Scorpius lo que sea que hicieron, madre.
— Me temo que no será posible — Madame Sayre se mantuvo imperturbable, lo que fue admirable, porque el aura asesina de Morrigan aumentó al procesar sus palabras.
— ¿No se puede? — repitió ella, entre dientes.
— Las restricciones serán removidas el día que se cumpla la sentencia de Draco Malfoy — explicó ella, enderezándose y manteniéndole la mirada a su hija — En dos meses. Si no desean que vuelva a suceder, se les sugiere a ambos, como sus padres, que tengan más cuidado a la hora de moverse por Londres si es la zona de establecimiento actual del señor Malfoy.
Kingsley golpeó con su mazo, dando por terminada la reunión.
Morrigan cerró los ojos, el millar de emociones viajaban por su expresión a gran velocidad. Draco no la culpó, la frustración que lo carcomía floreciendo a la par de la suya. Harry, sin embargo, se acercó a ella y la abrazó, dejándola esconder el rostro y refugiarse en el calor reconfortante de su pecho lo poco que le permitía su vientre abultado por el embarazo.
— Maldita sea — masculló Harry, sus ojos esmeralda encontrando los grises de Draco.
— Lo lamento — dijo de inmediato. La sensación de opresión a su pecho, que había sentido desde que Scorpius fue internado a San Mungo, volvió en ese momento — No pensé que esto llegaría a pasar.
— No lo sabías — la voz de Morrigan quedó ahogada en el pecho de Harry, pero ella no mostró intenciones de querer alejarse. Harry se acomodó para dejarla de lado a él y ejerció más presión, sintiéndola temblar — Ninguno de nosotros. Es sólo... es un niño ¿Por qué lo hicieron?
— Lo arreglaremos — prometió Harry, dándole un beso en la frente. Draco se removió un poco incómodo, llamando la atención del otro. Él se rió y acarició el cabello de su esposa, dispuesto a calmarla hasta que Morrigan dejara de ser nuclear — Pensé que gritarías también.
Draco sonrió.
— A diferencia de tu esposa — bromeó, la diversión borboteando de su boca — Yo sé controlarme.
— Chistosísimo — ironizó Morrigan, haciendo un puchero ante la carcajada que soltó Harry. Ella rodó los ojos, se alejó un poco de él y enarcó una ceja perspicazmente a Draco, que intuyó lo que iba a decir a continuación — ¿Irás a la Fundación?
Draco se preguntó qué tanto le había dicho Roselyn que pasó aquella noche. El beso fue bastante reconfortante, y doloroso, porque le recordó lo mucho que extrañaba besarla y las ganas inquietantes que lo dejaban despierto la mayor parte de las noches, pensando en ella. No podía evitar querer, dándose cuenta que Morrigan lo sabía, si Roselyn también pensaba en él de esa forma.
¿Lo besó por impulso o porque era lo que deseaba? Draco prefería que fuera la segunda.
— Claro que sí — Draco escondió las manos en los bolsillos de su abrigo; a pesar de que ya no hacia tanto frío como en invierno, a Draco le resultaba inevitable seguir vistiéndose de esa forma. Había notado que Roselyn lo miraba más de la cuenta cuando usaba trajes — Pansy me advirtió que Sadie y Mia ya se molestaron conmigo por no ir ayer.
Harry tosió. Él estuvo en la fundación el día anterior, así que presenció la rabieta que hicieron Sadie y Mia por la ausencia notable de Draco allí. Se quejó bastante del dolor de cabeza que eso le dejó toda la tarde cuando partían al Ministerio, temprano en la mañana.
Draco se despidió de ambos y se desapareció con dirección a Kent, agradeciendo la luz solar que aún quedaba del día. Se tambaleó frente a las rejas de hierro, el escudo de los Potter grabado en lo alto, y permitió que las protecciones reconocieran su magia y lo dejaran pasar. Caminó hasta la estatua del león de marfil que custodiaba las puertas de la fundación, los gritos de los niños volviéndose más audibles en cada paso que daba. Una sonrisa se deslizó a través de sus facciones por ello.
La puerta se abrió de golpe. Un niño de cabello azul, piel bronceada y ropa muggle infantil salió corriendo a los escalones de entrada, agitando lo que parecía un control remoto y dando gritos de auxilio. Detrás de él, venía Sadie, dirigiéndose a zancadas hacia el niño metamorfomago completamente molesta.
— ¡Teddy, devuélveme el control! — ordenó Sadie, y dio una patada al suelo.
— ¡Oblígame! — Teddy le sacó la lengua, muy ufano. Se dio la vuelta y de un salto pasó los dos últimos escalones, chocando directamente con el cuerpo de Draco. Teddy tropezó, sobándose la cabeza adolorida por el golpe que se había dado — ¡Ay!
— No deberías correr en las escaleras — dijo él, quitándole el control de las manos.
Sadie se iluminó.
— ¡Hola, Draco! — la pequeña niña de piel oscura agitó la mano, bajó los escalones y se acercó para abrazarlo. Teddy refunfuñó una disculpa, sin dejar de acariciarse la frente, y le sacó la lengua a Sadie de nuevo, que le devolvió el gesto cuando Draco le ofreció el objeto — ¿Dónde estabas? Pensábamos que faltarías de nuevo y nos hicimos con Sirius a ver películas. ¡Y Teddy se llevó el control cuando gané el turno de elegir!
— Porque pondrás El Jorobado de Notre Dame — Teddy se cruzó de brazos, pareciendo indignado — Y es aburridísima.
— ¡Es una obra de arte!
— Tienes tan mal gusto como Scorpius — Teddy parpadeó consternado. Sadie le hizo un puchero, pero él la ignoró y miró a Draco, frunciendo el ceño — Papá y Sirius dijeron que el tío Harry, la tía Morrigan y tú hablarían para quitarle a Scor lo que sea que lo mandó a San Mungo. ¿Funcionó?
— Funcionará — dijo Draco, sin saber cómo tratar el tema con el niño de siete años — En dos meses.
— Bah — Teddy sacudió la cabeza — Tía Ginny dice que los magos son estúpidos. ¡Y yo quiero elegir la película! — el chillido tomó por sorpresa a Sadie, lo que le dio a Teddy la oportunidad de arrebatarle el control y salir corriendo escalones arriba, devuelta a la mansión, Sadie detrás de él gritándole insultos.
Draco esperaba que Blaise y Theo no la escucharan, consciente que el vocabulario se lo copió a él. Sus amigos lo matarían si llegaban a verlo, porque tuvo la oportunidad de corromper a su futura hija antes que ellos.
En el interior logró divisar a Roselyn primero, tatareando en voz baja y revisando la carpeta de expedientes de (si Draco no veía mal) Susan Bones. El sonido de una película y los gritos de los niños, repitiendo los diálogos, cortaba el de los pasos de Draco. Ella no se había dado cuenta de que estaba allí, lo que le sacó una sonrisa, quedándose a su lado y leyendo por encima de su hombro las observaciones de Susan: una de las niñas del grupo, Margaret, no pasaba buenas noches ese mes.
— Sugeriría pociones para dormir sin sueños.
Roselyn se sobresaltó, pegando un grito que quedó ahogado entre las risas que provenían de la sala. La pelirroja le ofreció una mirada de reproche, pero sus labios se crisparon en una señal de que no estaba molesta.
— Lo consultaré con Grant — dijo Roselyn, cerrando el expediente. Jugueteó con un mechón de su cabello y comenzó a caminar hacia su oficina, Draco siguiéndola — Tratamos de no utilizar pociones en los niños. Es un poco riesgoso a la edad de Margaret. El diagnóstico de Grant decía que la experiencia traumática de Margaret podía volver cuando se acerca la fecha de fallecimiento de sus padres, pero Susan sigue preocupada.
— Grant — repitió Draco, sin poder evitarlo — Hablas mucho con este Grant.
— Es mi sanador mental — Roselyn entrecerró los ojos, como si leyera su expresión entre líneas, y abrió la puerta de la oficina, que se iluminó con su presencia. Draco entró, cerró y giró la manija dorada, pasando el candado. Si ella lo notó, no se quejó. Dejó el expediente de Susan sobre los demás de su escritorio y tomó asiento en su silla. — Y es de confianza. Él y su novio Sean pasan tiempo suficiente con los chicos para conocerlos y saber lo que mejor les conviene.
Draco no se movió.
— ¿Su novio? — repitió, sólo para asegurarse de que no escuchó mal.
Roselyn asintió.
— Sí, su novio — separó cada sílaba, pareciendo divertida de su desconcierto — Grant es mi sanador mental, y es gay. ¿Por qué?
— Es bueno saber.
Ella se rió de inmediato y se enderezó en la silla. Su expresión había pasado de curiosa a divertida, quitándose el abrigo largo de color beige. Draco no pudo evitar ver lo largas que eran las piernas de Roselyn, ahora cruzadas entre ellas, la tela de la falda tubo negra subida un poco por la posición en que se sentó Roselyn.
— ¿Estás celoso? — preguntó, recostando los codos sobre el escritorio. Draco se hizo el desentendido, pero ella continúo ignorándolo. Su sonrisa creció y la picardía de los ojos esmeraldas no disminuyó — Primero, hay una regla no escrita de los sanadores mentales acerca de no involucrarse con pacientes. Segundo, no soy el tipo de Grant en ningún sentido que puedas pensar, no sólo porque es gay. Sean es la persona más diferente a mí que conocerías. ¿Y estabas celoso, Draco Malfoy?
— Puede — concedió, intentando no tragarse su orgullo porque, maldita sea, ella se veía tan caliente así.
¿Quién le enseñó a Roselyn Potter las faldas y las camisas de seda? Él iba a matar a White por esto.
— ¿Y quién te dijo que podías? — Roselyn enarcó la ceja de nuevo. Ella se inclinó, y lo poco que se veía de la piel de su pecho se profundizó, ya que tenía sueltos los tres primeros botones de la camisa. Draco hizo un gran esfuerzo por mantenerle la mirada — Hace seis años que no somos nada, Draco.
— Tal vez quiera solucionar eso.
— ¿Y qué te hace pensar que yo quiero?
— Jodida mentirosa — gruñó, y perdiendo toda la calma que había tratado de reunir al llegar a la fundación, cortó la distancia entre ellos y la besó.
Los labios de Roselyn eran suaves, como Draco los recordaba a los 17 años y unos meses atrás, cuando lo besó en Malfoy Manor. Sabían a chocolate, probablemente gracias al labial que ella estaba usando, y no dudaron ni un segundo para corresponderlo. Ella alzó las manos y las enredó detrás de su cuello, sosteniéndose de él mientras se acomodaba contra el escritorio.
Su piel era caliente, a contraste con la de Draco, lo que quemó al principio. Draco ignoró la sensación, disfrutando del estallido que hizo a su corazón dar un salto cuando descansó los brazos en la espalda baja de Roselyn, cerca de la curvatura de su trasero. Ella pareció darse cuenta de su intención inicial, porque sin romper el beso, quitó la mano derecha de su cuello y guío la de Draco hacia abajo, generándole un ruido de sorpresa al rubio y un gemido entrecortado a si misma cuando él dio una apretón.
— ¿Quién te dejó usar trajes? — se quejó Roselyn, mordiendo su labio inferior y observándolo con evidente deseo.
— ¿Quién te enseñó las faldas? — devolvió, el tono de su voz completamente ronco — Esas piernas deberían ser un delito, Potter.
— White dice que las aproveche — Roselyn sonrió con picardía — Al parecer, tenía razón. ¿No quieres mis piernas alrededor tuyo, Draco?
— Uhm — se atragantó; aún le parecía un extraño el repentino descaro de Roselyn, que siempre se había sonrojado cada vez que él la besaba. Los ojos esmeraldas se habían oscurecido por completo mientras él pensaba aquello, y Draco sintió presión en sus pantalones — Explícame porqué te dejé.
— Porque eres un idiota.
— Lo suficientemente justo ¿Podemos olvidar eso?
Él se apresuró a besarla de nuevo, dándose la vuelta e intercambiando posiciones. Ella se sentó sobre el escritorio, apartando el papeleo con su mano, y dejó que sus piernas envolvieran la cadera de Draco. Él sonrió un poco, su mano perdiéndose debajo de su falda y disfrutando los silenciosos jadeos que ella soltaba, deslizando los labios por la mandíbula de Roselyn hacia su cuello, dejando marcas rojizas y de dientes que no se borrarían fácil.
— Mi primera vez no va a ser en un escritorio, Malfoy — balbuceó Roselyn, entre gemidos.
Draco se detuvo al instante, perplejo.
— ¿Es tu primera vez?
— Bueno... — un color carmesí creció en sus mejillas, escondiendo el rostro de inmediato. Draco no la dejó, le colocó suavemente la mano en la barbilla y la alzó con delicadeza. Ahora parecía un poco avergonzada — Sólo tuve algunos besos con mi primer novio. El segundo tenía una misión suicida la mayor parte del año y me botó el día que lo metieron a Azkaban.
— ¿No soy tu primer novio?
— Claro que no — ella rodó los ojos — Ese fue Terry.
— ¿Quién mierda es Terry? — Draco trató de hacer memoria; la mayor parte del tiempo, antes de sexto, había ignorado a Roselyn y cuando se la topaba, ella se escapaba sin dejarle la oportunidad de intentar molestarla, como hacía con Harry. No la vio con alguien nunca.
— Terry Boot, de Ravenclaw — Roselyn se encogió de hombros — Me llevó al baile que hicieron por el torneo. Nos besamos un poco después de eso. Terminó conmigo porque creía que Harry estaba loco y lo golpeé cuando me lo dijo.
— ¿Boot no ayuda aquí también? — preguntó, al recordar que lo había visto el primer día que llegó a ayudar en la fundación.
— ¿Estás celoso de nuevo? — Roselyn se burló, y sin dejarle oportunidad de responder, lo besó. Draco dejó que la sensación de desconcierto se esfumara y se perdió en el sabor a chocolate de los labios de Roselyn, apretando el agarre en su cintura para acercarla a él. Se separaron minutos después, toda su ropa fuera de lugar, el cabello desordenado (el de Roselyn más de lo normal) y las respiraciones agitadas. Ella frunció el ceño — Me debes un polvo, Malfoy.
— Te debo seis años de sexo, Potter — corrigió, su dedo índice recorriendo el borde del chupetón que le había hecho en el cuello. Una sonrisa socarrona apareció en su cara ante la reacción que obtuvo, Roselyn se mordió el labio y soltó otro gemido tembloroso — Y estoy bastante dispuesto a recompensártelo.
— Seis años y cinco meses — recalcó ella, dándole otro beso rápido. Él encontró un poco más difícil separarse esta vez — Búscame en dos horas, cuando termine con los niños vendrás conmigo al loft.
— El loft que compartes con Weasley.
— El loft vacío porque Ginny está en entrenamiento con las Arpías.
Draco se rió.
Las dos horas resultaron un poco torturadoras. Raj y Ben se quejaron de él, a penas lo vieron, ya que habían sido ellos los que tuvieron que soportar a Sadie y Mia el día anterior. Mia también pataleó un poco, pero luego se quedó pegada a él mientras veían la película que Sirius les colocó a los niños. Teddy, sentado junto al perro dormido, los observó confundido al verlos entrar a la sala al mismo tiempo, su cabello pasando a morado de sorpresa cuando vio la marca en el cuello de Roselyn.
Draco esperaba que Teddy no le dijera nada a nadie sobre eso. El niño sólo sonrió y le rascó las orejas al perro, sin prestarles atención, satisfecho con lo que sea que pensaba había pasado.
— ¿Por qué tan feliz, Malfoy? — Theo se inclinó, luego de darse cuenta que los niños estaban muy entretenidos con la película. A pesar de que siguió dándole la espalda, Draco podía sentir la sonrisa que corría en el rosto de Theo.
— No sé de qué me hablas, Nott.
— Sí — Blaise imitó a su novio, palmeando el omóplato de Draco — y nosotros no sabemos de dónde vino ese chupetón en el cuello de Rose.
— Tienes suerte de que James no esté aquí — Theo bufó, imaginándose la reacción de Potter padre si viera las marcas que ahora tenía su dulce, virgen e inocente hija — Porque te mataría sin dudarlo, Draco.
— Cállense.
Blaise y Theo se burlaron otro rato, pero ninguno de los dos agregó más.
Cuando finalizó la noche y los niños se fueron a dormir; Teddy se estaba riendo de él, Blaise le había dado un paquete de condones muggles y Theo un sobre de lubricante (¿Por qué carajos tenían esas cosas con ellos todo el tiempo? Tratándose de ese par, Draco no quería saber), y Roselyn se retrasó más de lo esperado, porque tenía que cerrar, así que Draco se quedó sentado en los escalones de la mansión, mirando las estrellas.
— ¿Estás listo? — preguntó la voz de la pelirroja, acercándose a él. Tenía el abrigo beige puesto otra vez y el cabello amarrado en una coleta alta, las llaves de la mansión balanceándose entre sus dedos.
— Preparado — dijo, sus labios crispándose en una sonrisa divertida — Blaise me dio condones y Theo lubricante.
— Bien, porque yo no tengo — Roselyn se encogió de hombros ante su mirada incrédula — ¿Qué? White me dice todo el tiempo que la protección es importante.
— White tiene dos hijos con James.
— ¿Por qué crees que los tienen?
Draco decidió que no pensaría más en ello. Roselyn lo tomó de la mano y comenzó a caminar hacia la reja que protegía los terrenos, moviendo su varita en un patrón complicado que lanzó un hechizo azul hacia el cielo. Al tocar la cúpula invisible que rodeaba la mansión, todo el arco de protección mágica se iluminó. Draco se estremeció un poco, la magia de los Potter siempre le daba esa sensación de cosquilleo. Magia le advirtió una vez que eso se debía a lo poderosos que eran los descendientes de Godric.
Se aparecieron en un callejón vacío de Londres. Draco frunció el ceño, mirando a ambos lados y sin poder evitar el preguntarse por qué esta entrada en específico, cuando Roselyn tiró de su brazo y le arrastró al loft, besándole antes de que le diera la oportunidad de decir algo. No se quejó, sonriendo en medio del beso, y cerró la puerta de una patada, quitándole el abrigo del cuerpo.
— De verdad quieres usar esas piernas — se burló, alzándola del trasero y besando las marcas de su cuello. Roselyn gimió un poco, sus dedos jugando en el inicio del cabello platino de Draco — ¿eh, Potter?
— Esperé seis años, Malfoy — señaló, ayudándolo a quitarse su propio abrigo — No me pongas a prueba.
— Uhm, pero eso sólo lo hará divertido.
Él subió las escaleras, asegurándose de ver donde pisaba y riéndose un poco al notar que Roselyn trataba de distinguir el camino a su espalda. La cama de la pelirroja estaba allí, cerca del barandal. Era estilo matrimonial y tenía las sábanas en su lugar, así que Draco la recostó y se desabotonó la camisa, el sentimiento de lujuria envolviéndolo cuando la escuchó suspirar embelesada.
— Tu primera vez — reiteró, colocándose de rodillas en la cama. Ella asintió, mordiéndose el labio inferior — Te prometo que lo disfrutarás, Rosie.
— ¿Dolerá?
— Si lo hago bien, no — él aseguró, sacando el sobre de lubricante de su bolsillo. — Primero tienes que acostumbrarte a la intrusión.
— Sé masturbarme, Draco.
Un gruñido ronco escapó de su garganta, la pupila dilatándose mientras imaginaba aquello. Por unos segundos; el cuerpo sudoroso de Roselyn en la cama, completamente desnuda, sus dedos perdidos entre la v de su intimidad, una pelusa de cabello rojizo que se movía con las caderas de la pelirroja, los gemidos volviéndose cada vez más audibles ante el toque propio, remplazó a la chica dudosa frente a él. La presión en sus pantalones volvió a doler.
Roselyn se sonrojó, como si acabara de darse cuenta lo que sus palabras habían causado.
— Eres mi perdición, Potter — decidió, la respiración entrecortada mientras se inclinaba a besarla de nuevo. Ella se dejó llevar, cerrando los ojos y permitiendo que Draco volviera a levantarla de la cama, sentándola en su regazo. Al moverse, sintió de inmediato la erección, ahogándose con su saliva por el sonido que él emitió en respuesta.
— ¿Te gustó eso? — se burló, las mejillas encendidas quitándole un poco de peso a su actitud.
Draco sonrió, alejándose lo suficiente para observarla. Roselyn captó el mensaje silencioso, acomodándose de rodillas. Se desabotonó la camisa, como él había hecho segundos antes, pero fue con lentitud. Las pupilas de Draco seguían dilatas y el leve palpitar de su erección, golpeando el muslo de Roselyn, consiguió borrarle un poco la sensación de torpeza. Deslizó la camiseta de sus brazos y lo lanzó hacia el suelo, moviendo la cadera otra vez.
— Hiciste eso apropósito — decidió él, viendo el brasier de lencería negro sin almohadillas, lo que dejaba sus pezones rojizo oscuro a la vista.
— Claro — aceptó, el sarcasmo chorreando de su voz — Pensé que hoy podría dejar de masturbarme imaginando que follamos, y en realidad follaríamos, y elegí mi ropa esperando el momento.
— Bonita intuición — cedió Draco, alzando los brazos para desabrocharle el brasier. Ella suspiró, permitiendo que se lo quitara y lo tirara con las camisas, fuera de su vista. Roselyn echó el cuello hacia atrás cuando él besó sus pechos — ¿No tendrás uno rojo?
— Y uno morado — comentó y jadeó al sentir una mordida. Su intimidad palpitaba y sentía que sus bragas ya estaban mojadas, y la erección creciente del rubio golpeaba aún su muslo — y otro azul, y otro blanco...
— El blanco suena excelente.
— ¿Cierto? Me veo sexy con ese puesto.
Roselyn se alejó, sintiendo un poco de frío en sus pechos ante el repentino vacío bucal. Sonriendo con picardía por la respiración agitada de Draco, tomó el cierre de la falda y lo bajó, dejando a la prenda caer el suelo.
Draco la observó, cuadró los hombros y respiró hondo. El cuerpo de Roselyn no era muy pronunciado, a excepción de su trasero, que era más redondo del promedio. Tenía curvas significativas, en su cadera y senos, pero no lo suficiente para que se nota con ropa. Aún así, sin brasier y sólo bragas, de pie ante él moviendo sutilmente las caderas, Draco pensó que no existiría nadie más caliente de lo que Roselyn Potter lo era.
— Ven aquí — ordenó, perdiendo el poco control que le quedaba.
Ella se acercó, sentándose encima de él otra vez. Draco le besó los chupetones del cuello de nuevo, dejando otra mordida en su clavícula, los vellos de su cuerpo erizándose cuando ella arañó su espalda, otro jadeo ahogado escapando de sus labios hinchados. Él se giró, recostándola encima de la cama y quitándose los pantalones sin mirar, deslizando sus besos de los pechos hacia un estómago, lo suficientemente cerca de las bragas.
— Eres hermosa — susurró, enredando los dedos en las bragas y tirando de ellas hacia abajo.
Roselyn cerró los ojos, sin querer ver la mirada perdida que dominó a Draco. La pelusa rojiza estaba allí, como Draco la había imaginado, la curvatura de la v viéndose bastante pronunciada desde ese ángulo. La necesidad de follarla lo envenenó un poco, pero se contuvo al instante, le prometió que no dolería y que lo disfrutaría, él no rompería esa promesa. Se dedicó a detallarla otro poco, dándose cuenta de los rulos cortos que se hacía en el vello púbico.
El tatuaje del león se volvió notable cuando ella intentó cerrar las piernas.
— No lo hagas raro — pidió ella, frunciendo los labios.
— ¿Quieres que paremos? — se preocupó, alejándose lo suficiente para que pensara sin la distracción de sus toques. — No seguiré si no quieres, Rose.
— Quiero — gruñó, parpadeando con desconcierto — ¿Tú no quieres?
— Rosie... — Draco sonrió — hacerte el amor es lo que me ha tenido despierto desde que me besaste ese día en Malfoy Manor. ¿Por qué querría parar? Pero no haré nada si te sientes incómoda. Quiero que los dos disfrutemos de esto, jengibre. Tienes que decirme si cambias de opinión.
Ella asintió, su inseguridad esfumándose poco a poco mientras relajaba un poco la presión de sus piernas. Las esmeraldas brillaron al encontrar los mercurios de Draco.
— Hace mucho no te escuchaba llamarme jengibre — susurró, enredando su mano en su cuello y tirando de él. Draco apoyó las palmas a cada lado de la cabeza de Roselyn, la primera gota de sudor deslizándose en su cuerpo por la cercanía. — Quiero esto.
Se inclinó y la besó, sus manos vagando a través del cuerpo bajo él hacia sus caderas de nuevo, tomando el paquete de lubricante que había quedado cerca de ella. Lo rasgó, sin dejar de besar a Roselyn, y untó cinco de sus dedos en el líquido transparente. Roselyn asintió, reafirmando su decisión. Su respiración pasó a volverse agitada mientras lo veía ubicarse entre sus piernas.
Hundió el dedo índice.
Roselyn se erizó, la sensación de electricidad encendiendo cada nervio de su cuerpo ante el toque de Draco. Él agitó su dedo, haciendo un gran esfuerzo por escuchar el susurro bajo de la pelirroja entre gemidos. Siguió la orden de movimiento que ella emitía y tocó su punto sensible, sonriendo divertido cuando Roselyn arqueó la espalda, los jadeos sin aliento llenando el silencio de la habitación. Draco hundió otros dos dedos al mismo tiempo, aprovechando el ángulo de su mano para estimular el clítoris con su pulgar.
— Merlín, un poco a la derecha... ¡Mierda, sí! — el pecho de Roselyn subía y bajaba, apretando las sábanas bajo ella. Su piel desnuda brillaba por el sudor y Draco se dedicó a grabar esa imagen en su mente, la simple orden a su sistema enviando otra descarga de placer a su polla, que permanecía dolida y escondida en su bóxer.
— Eres jodidamente preciosa — gruñó, sosteniéndola de la cadera con fuerza. Sentía todo su cuerpo de punta, la magia que desprendía Roselyn envolviendo la de Draco y haciéndolo más sensible de lo que estaba gracias a su erección.
Ella se corrió con un último golpe a su clítoris. Su estómago se contrajo y Draco sintió el orgasmo de Roselyn empaparlo; sin detener el movimiento de sus dedos, acortó otra vez la distancia y ahogó el grito que estuvo por soltar con sus labios, iniciando un beso necesitado que ella continúo en la misma intensidad. Cuando alejó su mano de la intimidad de la pelirroja, lamió un poco el líquido que quedó en la palma, sonriendo divertido por el sonrojo de Roselyn (ya que acababa de tener un orgasmo, ya que Draco prácticamente estaba bebiendo de ese orgasmo, las dos opciones podían ser) mirándolo.
— Maldita sea — ella juró, respirando hondo.
— No quiero que grites — susurró, dándole un beso corto — A menos que sea mi nombre.
— Mis vecinos van a escucharme — señaló, mientras Draco mordía la piel roja que estaba al alcance de su boca.
— ¿A quién le importan tus vecinos? — murmuró, lamiendo un poco la zona de sus pechos.
Roselyn tarareó, acariciando los hombros de Draco. Él sonrió, siguió mimando un poco los senos de la pelirroja y se quitó el bóxer, casi suspirando de alivio al sentir su erección libre. La pelusa de vello rubia era casi invisible, y Roselyn tragó saliva, no muy segura de qué hacer a continuación. Draco se tocó tentativamente, soltando un jadeo por lo sensible que lo había colocado la magia alrededor de ellos. Sin que lo viera, Roselyn untó su mano derecha con lo que quedaba en el sobre de lubricante y lo imitó, colocando sus dedos alrededor del glande goteante y tirando hacia arriba.
Draco gruñó, enderezándose lo suficiente para que ella tuviera espacio suficiente masturbándolo. La gotas de sudor se deslizaron desde su nuca, los hilos punzantes de magia haciéndose más electrizante con cada toque de Roselyn. Antes de correrse por completo, la detuvo y sostuvo su mano, mirándola a los ojos.
— ¿Quieres continuar? — susurró, cogiendo el paquete de condones.
Ella asintió. Draco rasgó el paquete y se colocó uno, asegurándose de que estaba bien puesto. Roselyn cerró los ojos, esperando la intrusión. Pudo sentirla estremecerse debajo de él mientras guiaba su polla dentro de ella, y aunque quería empezar a embestirla, se quedó quieto, esperando que se acostumbrara.
Roselyn, pasados unos cinco minutos que fueron el infierno para él, movió un poco la cadera, soltando un gemido fuerte porque su polla golpeó directo el punto g en ella.
Draco se enderezó, quedando de rodillas, y jaló de ella. Al quedar sentada, el ángulo golpeó otro punto débil, haciéndola gruñir. Él embistió, corto y preciso, viéndola arquear la espalda y sostenerse de los hombros para no caer sobre la cama. Sus uñas seguían arañándolo, pero él sólo sintió la electricidad del placer, besando cada parte de que ella al alcance de su boca.
Joderjoderjoderjoderjoderjoder.
Draco sonrió, invirtiendo el movimiento circular para que se moviera de arriba a abajo. Las gotas de sudor que golpeaban su cara lo obligaron a cerrar los ojos, pero el sentimiento de gloria que le ofreció oírla gritar su nombre con cada embestida le provocó otro gruñido, succionando la piel de su cuello para marcarla de nuevo. Una de sus manos apretaba la cadera de la pelirroja, manteniendo el ritmo en que ella se movía, y usando la otra jugó un poco con sus pezones erectos, apretándolos y disfrutando de lo erizada que la colocaba la acción.
— La próxima vez que te masturbes — susurró a su oído, enredando los dedos en la coleta de cabello hacia abajo. Ella jadeó, pegándose a él, todo su cuerpo sacudiéndose de la intensidad con la que todo se volvía para ella — piensa en mi al hacerlo, y espero que yo esté ahí para verte.
Una última embestida. Ella se derrumbó con su segundo clímax, y Draco se corrió poco después, la presión de su estómago liberándose en la carga de su propio placer. La magia que los rodeaba disminuyó un poco, pero se mantuvo, mientras ambos recuperaban la respiración e intentaban organizar sus pensamientos, nublados por el orgasmo.
— Un espejo — dijo Roselyn, jadeando. Draco la miró sin entender — Tal vez me masturbe frente al espejo, así podrás verme hacerlo.
— Eres bastante pervertida ¿Cierto, Potter?
— Si no fuera mi primera vez — indicó, estirándose un poco antes de caer a la cama de nuevo. Draco la observó, tocándose el estómago y el pecho, como si recorriera cada lugar que él marcó con sus labios y manos — Hubiera dejado que me follaras en ese escritorio.
Una carcajada escapó antes de que Draco tuviera tiempo de detenerla. Sacudió la cabeza, dejándose caer junto a ella.
— Tal vez sí quiero que follemos en ese escritorio.
Roselyn sonrió, y se besaron otra vez.
Y Draco sintió que el desastre había vuelto a la calma que sólo el ojo del huracán podía ofrecerle.
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